“Si Chelsea no fuera transgénero, no la habrían sentenciado a 35 años de prisión”

Vincent Ward, abogado de Chelsea Manning, la presentación del informe anual de Amnistía Internacional.

Chelsea Manning, analista de inteligencia, fue arrestada en Bagdad en mayo de 2010 por filtrar medio millón de documentos clasificados a WikiLeaks. Un mes antes, la organización de Julian Assange había publicado una pequeña parte del material que impactó al mundo entero. Se trataba de un vídeo donde dos helicópteros Apache estadounidenses disparaban y mataban a un grupo de civiles desarmados, matando a doce personas, incluyendo dos periodistas de Reuters. Lo titularon Collateral murder.

Chelsea, que entonces se llamaba Bradley, confió su filtración a un hacker llamado Adrian Lamo, que inmediatamente la denunció al Departamento de Defensa de EEUU. Después de tres años esperando su juicio en una prisión de 2,5×2 metros cuadrados en condiciones que han sido denunciadas por numerosas asociaciones de derechos humanos, un tribunal militar la sentenció a pasar 35 años en una prisión militar. Era el primer filtrador que cumplía sentencia por espionaje en EEUU.

En los últimos días de su cargo como presidente, Barack Obama le conmutó la pena por una de siete años, la mayor parte cumplidos. Manning será liberada el próximo 17 de mayo. Vincent Ward, parte del equipo que consiguió sacarlo de la cárcel, ha venido a Madrid para participar en la presentación del informe anual de Amnistía Internacional.

Usted es uno de los dos miembros del equipo que ha conseguido sacar a Chelsea Manning de prisión.

Mi colega Nancy Hollander y yo representamos a Chelsea Manning en su apelación penal y hemos sido los abogados de su apelación de clemencia. Asi que sí, yo escribí la petición que la ha sacado de la cárcel.

Han necesitado tres años para escribirla. ¿Cuáles eran las dificultades específicas de este caso?

Primero, que tiene un perfil muy alto. A los políticos en principio no les gusta hacer cosas que vayan a llamar mucho la atención cuando se trata de indultos. Segundo, no es un juicio. El presidente se mueve mayormente por un criterio propio y no sabes qué argumento va a ser el más convincente para él. Uno no tiene la oportunidad de sentarse con él y preguntarle qué aspectos de este caso le preocupan o interesan más.

En el caso concreto de Chelsea, encontrar ese argumento ha sido especialmente difícil porque mucha gente admira a Chelsea por sus filtraciones, pero no creo que Barak Obama comparta esa admiración. Así que decidimos -pienso que acertadamente, puesto que tuvo éxito- recordar al presidente que Chelsea ha asumido la responsabilidad de lo que hizo, que la sentencia que ha recibido es con mucho la peor que ha recibido nunca nadie por una filtración.

También que se declaró culpable sin tratar de negociar un acuerdo, lo que significa que confió en que el sistema sería justo con ella, demostrando mucho valor. Que era muy joven, y todavía lo es. Que estuvo sometida a condiciones inhumanas mientras esperaba al juicio. Y que el estado en el que se encontraba, las condiciones mentales y emocionales a las que se enfrentaba como joven soldado que resulta ser transgénero en el Ejército era algo a tener en cuenta a la hora de juzgar sus acciones.

Nosotros nos centramos en estos aspectos y el presidente, en sus observaciones, claramente encontró que algunos de esos argumentos eran convincentes. Creo que, si hubiéramos retratado a Chelsea solo como agente de una filtración que ha beneficiado al público en general, habríamos perdido el peso de todos los demás aspectos que hacen que la sentencia de 35 años sea injusta y excesiva.

Dice “en sus observaciones”. ¿Qué aspecto piensa que ha sido el más convincente de la apelación para Barak Obama?

Creo que el presidente incidió especialmente en su valor al someterse al proceso legal sin tratar de negociar. Eso, y el hecho de que la sentencia parece completamente desproporcionada para lo que hizo. Creo que estas fueron las dos cosas que convencieron al presidente y que, al final, Chelsea ya había cumplido una sentencia realmente larga.

Cuando sea liberada esta primavera habrá cumplido siete años.

Exacto. Históricamente, siete años sigue siendo una sentencia larguísima para un delito de esta naturaleza. Pero, aunque nos hubiera parecido más justo una sentencia menor o ninguna sentencia, estamos satisfechos de que vaya a salir en siete años y pueda vivir. Treinta y cinco años en sus circunstancias era una sentencia de muerte. Porque una prisión militar masculina es un lugar espantoso para cualquiera, pero para una joven transgénero lo es mucho más.

Era una sentencia ejemplarizante. ¿Cree que ha servido para detener futuras filtraciones en el Ejército?

Me parece completamente cuestionable la idea de que esta sentencia vaya a detener a cualquier soldado que, como Manning, tenga documentos en su poder y esté pensando en hacerlas públicas. Y no tiene precedentes: nadie ha sido condenado antes a 35 años por filtrar documentos. Y creo que ha sido así porque la justicia militar no está equipada ni es apropiada para gestionar un caso de esta naturaleza.

Para empezar, no tiene los recursos: el juez militar que condenó a Chelsea no tenía el contexto en el que este tipo de casos se tratan fuera de su entorno. Estoy seguro de que esa sentencia solo era posible en un tribunal militar. Esperamos que, en el futuro, la ley predisponga más protección para filtradores. Pero lo que está claro es que el tribunal militar no es lugar para juzgar este tipo de casos.

Ni siquiera cuando se juzga a un miembro del Ejército.

No, porque en EEUU tenemos un Departamento de Justicia que está mucho más preparado para casos como este. El propósito del sistema judicial militar es mantener el orden, y está acostumbrado a tratar delitos administrativos. En este caso tan notorio, el Ejército se sintió muy presionado, les venía muy grande.

No tenían la experiencia ni los recursos y, como consecuencia, produjo una respuesta sobredimensionada y muy exagerada en relación al delito cometido. Creo que el indulto ha corregido ese error y que el Ejército debería estar aliviado. Ya no tienen que pensar cómo alojar a alguien tan inclasificable, dentro de su estándar, ni pelearse con Chelsea sobre la clase de tratamientos a los que tiene derecho.

Volviendo a las razones del presidente para conceder el indulto, es difícil obviar que ha decidido liberarla en el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia.

Confieso mi total ignorancia sobre el particular. Me informas de un dato que desconocía por completo. Me pareció que la razón para el 17 de mayo era que ese día se cumplían siete años desde su arresto.

Pero la arrestaron el día 27 de mayo de 2010. ¿Le parece posible que se trate de una coincidencia? ¿No cree que la fecha misma contiene un dato relevante sobre las razones del indulto?

No puedo especular. Pero, de ser así, mi única satisfacción sigue siendo que Chelsea va a salir de la cárcel.

No cree que la hayan liberado porque sea transgénero.

Creo que el Ejército la ha maltratado por ser transgénero. Creo que no le ofreció las condiciones apropiadas a sus circunstancias. Y esto es un aspecto completamente separado de las razones del indulto. Y creo que, para Chelsea es importante la distinción porque ella no está pidiendo un trato deferencial o preferente para la comunidad LGTBI, está luchando para que reciban el mismo trato que los demás. Pero si ocurre que el día de su liberación se produce en una fecha importante para la comunidad LGTBI, mucho mejor.

Voy a reformular mi pregunta: ¿cree que si Chelsea no fuera transgénero estaría cumpliendo la sentencia completa?

Creo que, si Chelsea no fuera transgénero, no la habrían sentenciado a 35 años de prisión.

La cuestión viene a cuento por lo que significa para el resto de filtradores como Edward Snowden. La comparación a veces es estéril; Snowden no puede ser indultado porque no ha sido sentenciado aún. Pero es inevitable preguntarse en qué beneficia o afecta este indulto al resto de la comunidad.

Yo no represento a Edward Snowden y no me gusta comparar su caso con el de Chelsea. Dicho esto, los dos casos demuestran que necesitamos crear un sistema que recoja a aquellos que quieren denunciar injusticias cometidas por el gobierno, incluso cuando la denuncia incluye material clasificado. Y hay mucha gente que piensa que Snowden y Manning filtraron material que el público tenía derecho a conocer. No puedo hablar de las motivaciones o intenciones de Snowden pero, si hubiera un sistema para gente como él en nuestro país, no creo que perjudicara a EEUU.

¿Se arrepiente Chelsea de haber filtrado los documentos?

Chelsea ha aceptado la responsabilidad de lo que ha hecho, pero no ha dicho que se arrepienta. Uno puede, a sabiendas, infringir la ley por motivos que consideran justos y asumir las consecuencias de esa infracción. Históricamente, esto es lo más noble que se puede hacer como ciudadano: quebrantar la ley y entregarte confiando que el sistema tendrá en cuenta tus motivaciones.

Decir que se arrepiente es simplificar el caso. Chelsea hizo lo que hizo porque pensó que era lo que tenía que hacer. Y lo hizo sabiendo que quedaba fuera del proceso apropiado. Pero el proceso para denunciar crímenes de guerra con material clasificado es prácticamente inexistente.

Aunque el indulto corrija una injusticia, no es una sentencia que pueda ser utilizada como precedente legal para casos similares. ¿Qué impacto tendrá en el futuro? 

Creo que es un precedente simbólico que establece que una sentencia muy larga no es el camino a seguir. En el sistema legal estadounidense, un juez no está limitado en el número de años de una sentencia por el número de años que ha sentenciado un juez anterior. Pero sí que trabaja en el marco establecido por la experiencia previa. En mi opinión, siete años sigue siendo demasiado tiempo, pero establece un margen de actuación. Y establece el precedente de que tratar a los filtradores de manera desproporcionada e injusta no es una parte de nuestro sistema que queremos conservar.

¿Cree que la nueva Administración ofrece alguna esperanza de que ese patrón mejore?

No lo creo, no. Aunque la Administración de Obama tampoco ofrecía grandes esperanzas. No hay voluntad política para tolerar a los filtradores. Pero que no haya esa voluntad política entre aquellos que hemos elegido políticamente no significa que no sea necesario establecer ese marco de referencia. Este presidente está loco, y habrá muchas batallas contra él.

No creo que Donald Trump vaya a promover leyes justas para proteger a los filtradores. Y me preocupa que sus políticas van a tener un gran impacto negativo sobre los derechos humanos en general. Hay muchas cosas por las que estar preocupado ahora mismo. Pero cada vez hay más abogados como yo, dedicados a los derechos civiles, y eso me hace optimista. Cada vez que Donald Trump apruebe una ley injusta, habrá un abogado como yo que ofrezca resistencia.

MOIRA WEIGEL/ ENSAYISTA. AUTORA DE LABOR FOR LOVE “Hay que abolir el género. La revolución sexual de los 60 se limitó a destruir normas”

Publicado en CTXT

JONI STERNBACH

JONI STERNBACH

Moira Weigel (Brooklyn, 1984) es una de las ensayistas del momento en Estados Unidos. Escribe sobre cine, cultura, ideología, sexo o tecnología desde una perspectiva feminista en publicaciones de todo tipo. Lo hace aunando la teoría crítica con la historia literaria y la sociología. Su libro Labor for Love (Macmillan) es un análisis multidisciplinar de la historia y presente de las citas románticas. Durante una reciente visita a Brooklyn para ver a sus padres, Weigel se citó con CTXT en una cafetería cercana al Park Slope de Paul Auster para relatar el origen y desarrollo de las citas como forma de cortejo amoroso y sexual, y su relación simbiótica con el capitalismo y la desigualdad de género.

En primer lugar, ¿cómo define el dating, o las citas románticas?

El dating, las citas, es la forma que adquiere el cortejo en una economía basada en el consumo. Para que surja es necesario que la mujer se incorpore al ámbito laboral y por eso no emerge hasta principios del siglo XX. Se trata de una forma de cortejo definida por dinámicas de mercado. Si uno piensa en las novelas de Jane Austen, se entiende que el matrimonio es un contrato financiero y legal, pero el cortejo previo tiene lugar en el hogar, supervisado por la familia o la comunidad, y fuera por tanto de la economía de mercado.

Las citas emergen cuando hombres y mujeres se mezclan libremente en un ambiente urbano. Para que haya citas, tiene que haber cierta actividad de consumo, un elemento transaccional, que habitualmente implica que alguien le compre algo a alguien cuando ambos quedan para salir. Por tanto, la actividad está imbricada en la economía de consumo. Tanto si se trata de los bares, salas de baile y parques de atracciones que surgían en las ciudades estadounidenses de principios del XX como en el caso de las aplicaciones de móvil para citas que abundan en estos días, constantemente surgen formas en las que el cortejo se incorpora en el mercado, o en las que la atracción sexual y el deseo operan como motor del mismo.

La mayor parte del debate público mainstream sobre las citas tiene que ver con cómo la actividad se encuentra en una gran crisis. A menudo, se achaca la crisis del romance a las nuevas tecnologías. Usted, sin embargo, defiende que ha existido desde siempre, que es “una crisis constante”. ¿Por qué hablamos de ello precisamente ahora?

Porque ese discurso de crisis naturaliza y expresa una cierta ansiedad sobre los roles de género. También sirve para naturalizar lo que había antes y presentarlo como ahistórico o bueno. Cuando uno lee un artículo del New York Times en el que se dice “se acabó el cortejo por culpa del teléfono móvil”, eso cumple la función de presentar la anterior forma de cortejo como algo natural y atemporal. Es como si desde los cavernícolas hasta el iPhone 6, los hombres y las mujeres se hubieran dedicado alegremente a las citas y ahora, con la llegada del iPhone 6, estamos todos jodidos.

¿De dónde surgen las citas? ¿Quién las inventó?

Me gusta decir, en broma, que las citas se inventaron, exactamente, en 1896, que es la primera vez que se publica la palabra date.

Hasta ese momento, si fueras mi pretendiente y quisieras venir a verme, yo esperaría en el salón de mis padres durante horas hasta que aparecieras. Pero la palabra cita refleja que tanto la mujer como el hombre trabajan fuera del hogar. Vienes a recogerme de un lugar concreto a una hora determinada.

En la década de 1890, se produce una oleada de inmigración masiva del campo a la ciudad y, a la vez, de Europa a las ciudades de Estados Unidos. La nueva clase obrera urbana vive en apartamentos o habitaciones pequeñas, a menudo compartidas. En esas condiciones, resulta muy difícil tener privacidad. Casi la mitad de las mujeres ya trabajaban fuera de casa para el año 1900. Por primera vez, los hombres y las mujeres se encuentran en el espacio público, y así se inventan las citas. Pero la frontera entre las citas legítimas y el trabajo sexual siempre ha sido muy porosa, ya que en las citas se espera que el hombre compre algo a la mujer, o la invite a algo, a cambio de algo romántico. Cuando surgen las citas, la clase media no las reconoce como tales, y las autoridades arrestan a las mujeres que se citan con hombres. A menudo se les lleva a comisiones para la reforma moral o a lugares en los que se les obliga a coser y a hacer trabajo menial.

Al escribir sobre esta época, menciona el informe de una trabajadora social en 1915, que describe cómo las mujeres de la época se quejaban de que la única manera que tenían de disfrutar del ocio era que los hombres pagasen por él, se sobreentiende que a cambio de algo. ¿Es ahí donde se hace evidente la frontera porosa de la que hablaba?

Exacto. Hay que tener en cuenta que el sexismo estructural que supone la desigualdad salarial está imbuido en el ADN de las citas. Debo decir que soy consciente de que los hombres se citan con otros hombres, igual que las mujeres, y que no pretendo hablar solamente de la gente heterosexual, pero escribo sobre una institución cuya historia hegemónica ha sido heteronormativa. Cuando un hombre y una mujer salen juntos, se presupone que el hombre paga, porque los hombres ganan mucho, mucho más que las mujeres y porque el espacio público siempre les ha pertenecido a ellos.

Cuando las mujeres empiezan a adentrarse en los bares y otros espacios hasta entonces reservados a hombres, surge lo que llamo el complejo de la prostitución, una suerte de ansiedad que nunca ha desaparecido del todo. Incluso hoy, si quedáramos para una cita y me llevaras a un restaurante muy caro, me sentiría incómoda, porque sentiría que te debo algo.

Estos elementos transaccionales surgen porque una persona está pagando, aunque sea de manera indirecta, por el tiempo y la atención de otra, y quizá algo de sexo. Llamémoslo consideración romántica. Es algo parecido a una entrevista.

Hay algo sorprendente en su relato: cuando describe cómo eldating sacó el cortejo del espacio privado al público, añade que eso hizo que las mujeres perdieran poder relativo. ¿Por qué no al revés?

Me alegro mucho de que lo hayas leído así de bien. Hay quien no lo ha entendido. Efectivamente, defiendo que las mujeres perdieron cierto poder sobre sus vidas con esa evolución. Como siempre, nos gusta pensar en el desarrollo capitalista como una historia de avances en el terreno de la libertad a través de la apertura de nuevos mercados. Yo creo que es un arma de doble filo. Por un lado, es positivo que las mujeres puedan desenvolverse en público, que se les permita conocer a gente por sí solas, salir con alguien sin tener que esperar con su madre y su tía a que un tipo aparezca en su casa. Eso permite que las mujeres se expresen con mayor iniciativa. Por otro lado, en la época anterior al dating, las mujeres eran las anfitrionas. La mujer recibía al hombre que venía a verla. Tenía que invitarlo. Hay cierto poder social que va aparejado a eso, una sensación reconfortante de que tu familia se encargará de protegerte. Se juega en tu terreno.

En el libro, rechaza la noción de que los roles de la mujer como ama de casa que se encarga de la familia y el hombre que compite por el trabajo y el dinero en la esfera pública estén programados en nosotros. ¿Cómo se desarrollaron, económica e ideológicamente esos roles?

Me hace gracia, porque mi respuesta es… Por el capitalismo. Si hubiéramos ido a una granja en 1600 y les hubiéramos dicho a los que vivian ahi: ‘Bueno, lo que él hace es trabajo, pero lo que hace ella, matar a la gallina, cocinarla para cenar, tener a los hijos, criarlos y luego acompañar al marido a trabajar en el campo, eso no es trabajo’, su respuesta sería: ‘Menuda estupidez’. Todo forma parte del mismo proceso, del mismo esfuerzo colectivo. Pero al surgir el trabajo asalariado y la industrialización, nacen toda una clase de trabajos que tienen lugar fuera del hogar, reservados para hombres, y con ellos la noción de que las mujeres no trabajan. Como cuenta Silvia Federici, crece en paralelo todo un discurso filosófico que construye la idea de que los hombres y las mujeres son completamente diferentes. Hoy en día, nos resulta muy difícil desnaturalizar esas presunciones, que tienen siglos de vida. Es un producto de la organización del trabajo que surge con el capitalismo industrial y pervive con la sociedad de consumo del siglo XX, aunque empieza a agrietarse. Quizá ahora, con la digitalización y la precarización del trabajo, las cosas cambien. Sinceramente, no lo sé.

Otro aspecto de esa comercialización de la vida, del que habla en el libro, es el desarrollo y socialización del gusto. ¿En qué medida tiene relación la inclinación estética con el desarrollo de las citas?

En los años 20, empiezan a surgir la moda barata y el maquillaje y toda una serie de productos que ayudan a expresar el gusto. Aparecen también las revistas de tirada nacional, lo que contribuye a establecer paradigmas estéticos de buen o mal gusto. De la mano del consumismo, surge una enorme masa de población que se observa y se atrae en la esfera pública. Y surgen también todas estas industrias, que ayudan precisamente a atraer y atraerse. Hoy en día, sucede algo parecido con los me gusta de las redes sociales y las aplicaciones de citas, en las que el gusto sirve para estructurar un protocolo por el que se busca gente con la que salir. Y todo esto tiene mucho que ver con la clasificación de la gente por criterios de clase, y la estratificación de clase de la sociedad.

Si alguien dice, me encanta Wallace Stevens, o David Foster Wallace, esa persona probablemente estudió en una universidad cara y elitista, de artes liberales. Hay un montón de estudios que demuestran que la gente tiende a escoger de manera abrumadora a otra gente de su clase social en as aplicaciones de citas como Tinder, a menudo guiándose sólo por fotografías. Existe toda una semiología visual sobre cómo señalar eso. Si me aparece un chico musculoso y engominado, con el pelo para arriba, sabré automáticamente que pertenece a una clase social diferente a la mía. En Estados Unidos, la calidad de la dentadura es otro barómetro que sirve para determinar la clase de cada uno. De manera subconsciente, telegrafiamos y decodificamos todas esas señales sobre el origen social. Antes, en el mundo anterior a las citas, el rabino elegía a alguien de una familia como la tuya o un hombre adecuado de tu misma clase para que viniera a cortejarte. En ausencia de esas estructuras articuladas explícitamente para emparejar a la gente de acuerdo con su procedencia social, el gusto cobra un papel mucho más importante. Pero es obvio que el gusto no solo refleja la clase, sino también las aspiraciones de clase.

Escribe además acerca de la erortización de la actividad comercial. ¿En qué consiste ese fenómeno, y qué efecto tuvo en la vida amorosa de la gente?

Una vez que se le empieza a vender a la gente cosas que realmente no necesita, se hace imperativo añadir cierto atractivo erótico a esas cosas. Pero lo fascinante es cómo, poco a poco, la cultura va erotizando el trabajo en sí mismo. A partir de los años 50, las mujeres se reincorporan al mercado de trabajo. Tener una carrera se vuelve sexy. La oficina se vuelve sexy. Una se pone toda suerte de atuendos de trabajo, y empieza a flirtear.

En cierto modo, las realidades del dating, el flirteo y las relaciones que se forman en la oficina contribuyen a la idea de que todos debemos amar el trabajo, que es una idea muy esclavizante y que, irónicamente, nos deja sin tiempo para disfrutar del sexo o las relaciones de pareja. Hace poco, entrevisté a una ejecutiva de Silicon Valley para un artículo. Me contó que había contratado a un matchmaker al que pagaba 100.000 dólares al año por encontrarle novio, porque, según me dijo, no tenía tiempo para buscarlo ella. Me tuve que morder la lengua para no preguntarle: ‘Pero, ¿tienes tiempo para una relación de pareja?’ Amamos tanto el trabajo que no tenemos tiempo de hacer nada más que trabajar. Y también tenemos que pensar en todo como si fuera trabajo. Me refiero a la manera en que la gente concibe las dietas, o el ejercicio, o ciertos proyectos como si fueran productivos. No se nos permite limitarnos a pasarlo bien. Todo tiene que quedar subsumido dentro de alguna lógica productiva.

La gente cada vez se casa menos, o más veces, o más tarde, y se divorcia más. ¿Qué le ha sucedido a la cita ahora que el matrimonio no está, necesariamente, al final del camino del romance? ¿Se ha vuelto más casual?

En EEUU, solo los blancos ricos heterosexuales se casan en proporciones significativas. El matrimonio también tiene su estratificación de clase. Si has estudiado en Columbia, o Harvard, y tienes ciertos ingresos, es mucho más probable que te cases, y más improbable que te divorcies que la gente de tu clase hace una generación. Por otro lado, la gente sin estudios superiores ya casi no se casa, lo cual tiene sentido económico, dadas sus circunstancias.

Tiendo a pensar que todos estos supuestos problemas morales son, básicamente, económicos o materiales. Durante décadas, se ha patologizado desde la política a los negros en Estados Unidos por no casarse. Ahora se hace con los blancos pobres. Pero creo que es solo un reflejo de la precariedad e incertidumbre a la que se enfrentan estos grupos. En las citas, igual que en todo lo demás, hay dos Américas.

Estoy de acuerdo en que el hecho de que el matrimonio no esté necesariamente al final del camino genera nuevas posibilidades y libertad, pero también da lugar a ansiedades nuevas. No sé si nos hace más felices.

Escribe que el trabajo influye en nuestras citas, y viceversa. ¿En qué se manifiesta esa relación mutua?

De dos maneras, fundamentalmente. En primer lugar está la más obvia y literal: el tiempo que la gente pasa trabajando, desde dónde lo hace, etc, influye en nuestra vida romántica. Antes la gente decía: ‘Te paso a recoger a las seis’. Ahora, ¿quién sabe cuándo terminará de trabajar? Así que ya nos escribiremos mensajes.

De manera algo más abstracta, las ideas que tenemos sobre el valor económico están imbricadas en cómo nos enfrentamos al sexo y al amor. Hoy en día, está totalmente asentada la noción de que el mercado y sus leyes deben gobernar nuestra vida sexual e íntima. Pero ese concepto hubiera resultado muy alarmante en 1800. Frases como hard to get, o estar en el mercado reflejan cómo aplicamos el lenguaje de la economía a su vida sexual o amorosa. Se habla de optimizar una cita, del coste-beneficio de una relación. Son términos de mercado, cada vez más extendidos, en especial ahora que nos toca negociarlo todo en el terreno romántico. En la universidad, por ejemplo, reina el pánico entre los profesores y padres en torno a la cultura del lío. Lo curioso es que, mientras les decimos a los estudiantes que se preparen para un mundo en el que nada será permanente, en el que siempre habrá opciones y riesgos nuevos, mientras les decimos que sean flexibles en el trabajo y la vida, nos echamos las manos a la cabeza porque no tienen parejas estables y se acuestan todos con todos.

Eso nos lleva directos al argumento central del libro, que es que las citas son, en sí mismas, una forma de trabajo, tanto físico como emocional. ¿Puede explicar a qué se refiere?

Por supuesto. La inspiración vino de la tradición marxista feminista que analiza el trabajo doméstico y los cuidados como actividades económicas no remuneradas. Lo mismo sucede con las citas, que conllevan toda clase de actividades económicas, bien de trabajo o de consumo, como ir de compras, ir al gimnasio, mantener los perfiles de redes sociales o el maquillaje.

Escribe sobre cómo a su generación se le ha enseñado que el feminismo es algo que “ya pasó”. ¿Cómo es posible que las mujeres no sean completamente libres en lo relativo al sexo y al amor, después de la revolución de los 60?

Esa revolución sexual tuvo muchas limitaciones. Creo que fue una revolución negativa, en el sentido de que se centró en destruir ciertas normas sociales. Eso no es malo, pero es insuficiente. Se destruyeron ciertas formas o restricciones que era necesario destruir para avanzar en la libertad de todos, pero no se hizo suficiente hincapié en la persistencia de ciertas dinámicas de género. Dentro del Summer of Love, hubo quien se preguntó: ‘Bueno, ¿y ahora quién limpia la comuna?’ Obviamente, tu novia. Quizá sea yo la anticuada, pero creo que mucho de esto tiene que ver con las condiciones materiales. Las mujeres siguen ganando mucho menos que los hombres. En una sociedad sin apoyo social o del Estado para criar a los hijos, las consecuencias recaen desproporcionadamente en las mujeres. Si te limitas a eliminar todas las reglas del momento, dejando intactas las desigualdades estructurales preexistentes, terminas en una situación en la que todo el mundo tiene la libertad de usar a todo el mundo. Pero, precisamente por las desigualdades preexistentes, eso quiere decir que algunos tienen más libertad para usar a los demás que otros. La generación de los hombres del 68 se limitó a vivir las fantasías Playboy de sus padres reprimidos. Hay que abolir el género.

Ha mencionado que no quería hablar solo de parejas heterosexuales. ¿Qué hay del colectivo LGBT, y en particular la comunidad queer? ¿En qué medida su historia del dating es diferente de la de los heterosexuales? En el libro habla de cómo han abierto camino en muchos ámbitos, y pone de ejemplo la aplicación Grindr.

Siempre han sido pioneros, sí. Lo cierto es que durante el periodo que cubre este libro, que es casi en exclusiva el siglo XX, todo lo que hacían los queer en el terreno romántico o sexual no se tenía en cuenta como dating. No se reconocía ni legalmente, ni tampoco existían instituciones comercialmente orientadas hacia el colectivo gay. Esto ha cambiado algo con el movimiento por el matrimonio gay y sus victorias en los últimos años, pero durante la mayor parte de la historia de las citas románticas, los LGBTQ han estado en la sombra. Lo irónico es que, como apuntabas, la gente LGBTQ siempre ha estado en la vanguardia en lo relativo al sexo y el romance. En los años 20 y 30, desde luego, organizaban las mejores fiestas. Además, se produce un fenómeno de apropiación, de manera que cada vez que hay un grupo queer haciendo algo interesante, en el momento en que el fenómeno crece lo suficiente como para llamar la atención de las corporaciones, y que estas vean una oportunidad de negocio, lo colonizan de alguna u otra manera. Grindr, el precursor gay de Tinder, es un ejemplo. Otro es la cadena, TGI Fridays, en la que un tipo heterosexual tuvo la idea de hacer un bar gay para heteros, y se forró. Hay una gran creatividad y fortaleza crítica en los márgenes del dating.

Si queremos una tercera revolución sexual, o una revolución sexual mejor, la gente más preparada para llevarla a cabo es la de orientación sexual no normativa.

¿Tiene algo que ver el hecho de que dichos colectivos no acarreen la losa de la tradición cultural que llevan consigo los heterosexuales, que coarta a menudo la libertad y resulta esclavizante, como viene describiendo a lo largo de esta charla?

Es muy probable. En el libro analizo cómo muchos de nuestros problemas románticos tienen su raíz en las construcciones de género binarias. Precisamente por eso, observar las citas entre el colectivo queer resulta muy clarificador. A menudo, los consejos para las citas escritos para gente heterosexual son muy abusivos y desagradables, incluso inhumanos. Los hombres juegan a ese juego, y las mujeres siguen las normas. No es el caso de los consejos para gente queer. Y eso deja claro lo destructivos que son los roles de género mercantilizados y fantasiosos que son hegemónicos entre los heteros. Una vez que se sale de ese impasse definido por los roles de género preestablecidos, todo es mucho más fácil, mucho mejor y humano; fluye la comunicación. El problema es, en gran medida, el género. Las distinciones radicales de género son lo que tenemos que abolir, para encontrarnos los unos con los otros como seres humanos.

AUTOR

  • Álvaro Guzmán Bastida

    Nacido en Pamplona en plenos Sanfermines, ha vivido en Barcelona, Londres, Misuri, Carolina del Norte, Macondo, Buenos Aires y, ahora, Nueva York. Dicen que estudió dos másteres, de Periodismo y Política, en Columbia, que trabajó en Al Jazeera, y que tiene los pies planos. Escribe sobre política, economía, cultura y movimientos sociales, pero en realidad, solo le importa el resultado de Osasuna el domingo.

KRZYSTOF CHARAMSA / CLÉRIGO: “El Papa está rodeado por un sistema homófobo y machista”

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El prelado Krzysztof Charamsa, en el documental Artykuł Osiemnasty.

El 14 de octubre de 2015, el sacerdote polaco Krzysztof Charamsa (Gdynia, Polonia, 1972) declaraba de manera pública su homosexualidad, acompañado de Eduard, su pareja. Charamsa no sería el primer religioso en declararse abiertamente homosexual pero tampoco será el último (sirva como ejemplo el documental Amores santos, de Dener Giovanini). “Quiero que la iglesia y mi comunidad sepan quién soy: un sacerdote homosexual, feliz y orgulloso de su identidad. Estoy dispuesto a pagar las consecuencias, pero es hora de que la Iglesia abra sus ojos a los creyentes homosexuales y entienda que la solución que les ofrece la abstinencia total de la vida del amor es inhumana”, declaraba ante la prensa.

La Iglesia no tardó en responder. Federico Lombardi, portavoz del Vaticano, comunicaba así la resolución de la Santa Sede: “A pesar del respeto que merecen los hechos y circunstancias personales y las reflexiones sobre ellos, la elección de declarar algo tan clamoroso en la víspera de la apertura de Sínodo [un gran cónclave anual de obispos de todo el mundo] resulta muy grave e irresponsable”. De manera inmediata, Krzysztof Charamsa, quien desde 2003 era oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe, fue expulsado del Vaticano.

Se sabe que está lloviendo cuando en las aceras se refleja el cielo. A principios de octubre, ya escasea la lotería de Navidad. “A ver si puede darme uno que acabe en cinco”, preguntan en una administración. “Gracias a Dios, quedan”, responden al otro lado del cristal, desde donde también se refleja el cielo. Es la hora del café en Barcelona, donde Charamsa vive con su pareja, Eduard, desde que fue expulsado del Vaticano. A pesar del agua que cae (del cielo), hay que abrir las ventanas para que entre el aire. Pasean los coches por el Eixample y cuelgan algunas esteladas en los balcones; ondean atadas a la barandilla.

Charamsa baja de un taxi y se cubre la cabeza con una chaqueta americana. Tiene manos de haber leído bastante. Parece que sus huellas dactilares estuvieran desgastadas por el papel. “¿Qué tal, padre?”. Ha escrito La prima pietra (Rizzoli, 2016), que pronto será traducido al castellano por Ediciones B, y espera la respuesta del Papa Francisco, a quien escribió una carta pidiéndole que reconociera a las familias y parejas LGTB. Ya lo decía José Luis Borges: “La idea de Dios de un ser sabio, todopoderoso y que además nos ama, es una de las creaciones más audaces de la literatura fantástica. A pesar de todo, prefería que la idea de Dios perteneciese a la literatura realista”.

En 1974, la Asociación Estadounidense de Psiquiatría retiró la homosexualidad de la lista de las enfermedades. ¿Desde cuándo la ciencia, como la Iglesia, se ha puesto en contra de la homosexualidad?

Es un ejemplo que cito, de entre otros muchos, para preguntar qué pasa con una institución importante, a nivel mundial, que tiene voz sobre muchas sociedades y muchos Estados. La Iglesia rechaza el desarrollo de la ciencia de una manera que yo llamo “paranoica”. Y lo rechaza no como debería ser, como una institución que usa la razón, sino como una secta irracional. Cada día, la Iglesia anuncia que no somos fideístas o fundamentalistas, porque nosotros somos creyentes pero con la razón, que es, para nosotros, el marco de nuestro anuncio de la fe en la Iglesia Católica. Esto está abiertamente en contradicción por los hechos y por la realidad. La sexualidad humana vive un momento de rechazo y no queremos tratar seriamente, de manera intelectual y racional, una parte del saber humano, de la experiencia y del desarrollo que ha venido en este último siglo.

¿Por qué razón? ¿Miedo?

Por miedo, efectivamente. Y por la voluntad de la Iglesia de mantener su forma de poder sobre varias sociedades, sobre todo sociedades católicas. Ésta fue la razón de mi crisis con la Iglesia. Yo le he dado mi vida a una institución que cree en Dios pero rechaza cualquier tipo de razón.

Hace poco, el Papa afirmaba lo siguiente: “Cuando una persona con esta condición llega delante de Jesús, nunca le dirá vete porque eres homosexual”. Fue durante el vuelo de regreso de su viaje a Georgia y Azerbaiyán.

Es una parte de una manipulación que la Iglesia está fomentando en este campo. El problema de la homosexualidad es que ha encontrado un desarrollo científico que es una verdadera revolución, como lo fue el de Copérnico, Darwin o, como diríamos hoy en día, de [Judith] Butler, la filósofa y experta en políticas de género. El conocimiento que tenemos hoy fue impensable hace cien años, pero la Iglesia no quiere empezar a dialogar. La Iglesia puede decir que va con retraso, tarde o que necesita más tiempo. Es una actitud que provoca sufrimiento en las personas homosexuales, pero también sufrimiento a la Humanidad. Cuando rechazas a una minoría o la estigmatizas, vas en contra de las personas humanas, y es lo que está haciendo la Iglesia. Es algo más emocional que racional.

¿No existe la autocrítica en la Iglesia?

La confusión que tiene el papa Francisco en este caso es la mejor imagen de pensamiento de la Iglesia. La ministra de Educación francesa (Najat Vallaud-Belkacem) dijo que el Papa era “víctima de una campaña de desinformación masiva conducida por los integristas”. Y pienso que ella tiene razón. El Papa está circundado por un sistema homófobo, patriarcal y machista muy fuerte que lucha por mantener el gobierno sobre la mentalidad para no afrontar temas de modernidad que provocarían una reforma en la Iglesia. Ninguno de nosotros es Dios. Y dar un juicio científico sobre la orientación sexual no es competencia de la Iglesia.

¿Hay un poder mayor por encima de la Iglesia?

Sí, aunque esto vaya en contra de la doctrina de la Iglesia. Es una realidad que contradice nuestros convencimientos, con los cuales teorizamos el mundo. Sin olvidar lo importante que es el Papa para nosotros.

¿De dónde salió su desencanto?

Sentía que no podía participar en este engaño en el cual algunos sistemas de poder quieren manejar al Papa de esta manera. Ellos han cogido el poder sobre Francisco y él es ahora una parte del sistema.

¿Le escucharon antes de confesar su homosexualidad de manera pública? ¿No habló con Federico Lombardi (portavoz del Vaticano)?

Como católico que secunda valores cristianos, podría decir una cosa de Lombardi: nosotros esperábamos que me llamaran para hablar con sus superiores lo más pronto posible y explicar qué pasaba. Ésta es la única cosa que podría comentar. Pero Lombardi ha juzgado y ha dicho: “No trabajará más aquí”.

Según Lombardi y la Iglesia, su declaración sometió a la asamblea sinodal “a una presión mediática injustificada”.

Lo que no entienden es que alguien pueda estar asustado por esa arrogancia e ignorancia, contradicción de la cual yo fui colaborador e inquisidor. Sale la rabia de una lucha interior, después exterior, la lucha del coming-out[expresión anglosajona utilizada para decir “salir del armario”]. Espero que los lectores, con esto, encuentren la paz de la liberación. Una paz que resulte como un diálogo con un amigo, al calor de una copa de vino.

¿Que cambiará?

Nosotros no podemos cambiar nada. Esto son estructuras, sistemas y mentalidades que necesitan tiempo e Historia. Además, ¿qué importa que salvemos qué? ¿Qué posición actual es falsa? No podemos cambiar nada, salvo el hecho de vivir nuestra vida. Esto me lo han dicho muchísimos curas.

Pero de un grano de arena puede hacerse una montaña.

Eso es lo que dice el Evangelio.

¿Cuántos escándalos de pederastia en la Iglesia no han salido a la luz por el secreto de confesión?

Es un círculo vicioso. Está estudiado a fondo por Michel Foucault. Él habla de la confesión como el marco de una mentalidad católica que ha rechazado la sana sexualidad y la ha estigmatizado como algo malo cuando en realidad la confesión ha encubierto verdaderos crímenes. No es solamente una cuestión práctica de, efectivamente, ser vinculados al secreto de confesión en casos de pedofilia. No. Nosotros hablábamos en inglés, fuera del secreto de confesión, y no se hacía nada. Se encubría. Este secreto que nos paralizaba a nosotros, en un ambiente tan cerrado como el del clero católico, se sabe. Los obispos lo saben, pero es importante que no se sepa. Y mientras no se sepa no será delito.

Eso es barrer y esconder la suciedad debajo de la alfombra.

Nosotros, en la Iglesia Católica, toda la sexualidad humana la hemos llevado a la confesión. Hace 50 años no podíamos hablar abiertamente de esto. Era un tabú, y este tabú estaba reservado para la Iglesia Católica. Se podía hablar de ello, pero solo en la confesión, y nada más. No iba a salir de allí. Y hablo de toda la sexualidad: desde la masturbación hasta las relaciones de amor. La Iglesia, por los siglos enteros y por la tradición en países católicos, ejercitaba un control increíble de la sexualidad humana, porque quien controla la sexualidad está controlando a toda la persona humana.

¿Se siente decepcionado con la Iglesia?

Jamás he perdido la fe en Dios. Mi coming-out fue una expresión de esta fe en Dios. Yo ya sentía que era gay, pero después del proceso del coming-out interior, del estudio y de años de conocimiento de mí mismo, empiezo a saber quién soy. En este sentido, debería decirle a la Iglesia que está en un error, tanto a nivel doctrinal como a nivel de interpretación. Ese es el drama humano de mi coming-out, porque yo amo esta Iglesia. Mi vida está toda formada por la Iglesia. Yo me realizaba en la Iglesia y seguí un orden. Cuando descubro que hay una parte esencial de mi vida que contradice a la institución en la cual yo identifico mi vocación, veo que este orden tiene algunos errores que no son secundarios y tocan fundamentos. Creo que, en conciencia, toda persona tiene el deber moral de denunciarlo. Si una dictadura no respeta los derechos humanos, tenemos la obligación de denunciarlo. Eso he hecho yo con mi coming-out.

AUTOR

  • Carlos H. Vázquez

    Periodista por vocación literaria, especializado en hacer entrevistas. Por su grabadora ha pasado gente del cine, la política, la música, el deporte, la televisión y la literatura. Así hasta mil y más allá. Cree en Jesús Quintero, en el whisky y en llevar siempre encima algo que pueda grabar voz.

“Soy puta por elección. No quería trabajar 12 horas por 600 euros”

Valérie May forma parte de un movimiento en España que defiende el trabajo sexual por voluntad propia. “No quiero seguir en este sistema laboral”, añade. Natalia Ferrari soportó sólo tres días trabajar en un McDonald’s. “Debería haber empezado a prostituirme mucho antes”, se lamenta.

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Valérie May tiene 28 años y se define como una escort alternativa. Adriana Domínguez

La vida de Valérie May puede leerse a través de su cuerpo. Su brazo izquierdo lo ocupa, casi por completo, un enorme tatuaje con diferentes dibujos: un cerdo, tomates, una flor de loto… Representan todos ellos el vegetarianismo, régimen alimentario que sigue desde hace tiempo. La gran composición desemboca en un triángulo que se hizo cuando trabajaba como integradora social. Tiene otro tatuaje en las costillas que se hizo con su hermana con la palabra sisters.

En el escote lleva en tinta un cuadro del pintor Alfons Mucha que simboliza el feminismo. Su perro está en la pierna izquierda. En la barriga reposa una estrella japonesa que se hizo a los 17 años y que significa ‘esperanza’. El próximo que se hará será el de una pin-up con la palabra ’empoderada’ en inglés. Lo hará en honor a su profesión: la de puta.

Valérie May es una de tantas mujeres que hay en España ejerciendo el trabajo sexual por voluntad propia. Putas y feministas que, como si fuese una alfombra, le han dado una sacudida a la palabra hasta hacer caer todos los estigmas que, igual que motas de polvo, viven aferradas a ella. Son mujeres que entienden que el feminismo implica tomar el control de sus propios cuerpos y que sea respetable. Que no glorifican su trabajo, pero que lo defienden por ser la mejor opción para ellas. Por ser su elección.

“La sociedad prefiere que seas camarera trabajando doce horas al día por 600 euros a trabajar en esto”, afirma Valérie May. Se define en su página web como una escort alternativa. Tiene el pelo verde y lleva los labios de color carmín. Se reparte el trabajo entre Tarragona y lo que le sale en Barcelona. Tiene 28 años y lleva algo más de seis meses prostituyéndose.

CASTING PARA ELEGIR CLIENTE

Su madre fue la primera persona en saberlo. Sabe que decidió ejercer esta labor sin esconderse. Sin dobles vidas. Pero muchos conocidos se extrañan. ¿Cómo decidió eso teniendo estudios y experiencia laboral? La respuesta para ella es fácil: “No quiero seguir formando parte de este sistema laboral”, explica.

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La primera persona en saber que Valérie ejercía la prostitución fue su madre. Adriana Domínguez

Y porque tiene dos dedos de frente, dice. “Una de las cosas que la gente piensa cuando te metes en esto es que te va a dar por el alcohol, las drogas, y que te vas a acostar con cualquiera. Y todo lo contrario. No he fumado en mi vida y escojo a mis clientes. Un masajista ofrece sus manos a cambio de una experiencia concreta. Pues lo mío es lo mismo. No vendo mi cuerpo porque eso es hacerte propiedad de algo. Y yo no me hago propiedad de nadie. Llego a casa con todas mis partes”, dice riéndose.

Valérie May hace una valoración previa antes de tener un encuentro con uno de sus clientes. Si no cree que vaya a conseguir una conexión desde el principio no queda con ellos. Por ejemplo, no acepta a hombres machistas ni a personas que se crean que están en una situación superior porque ella sea puta. Reconoce que tampoco estaría con un cazador.

Cuenta que con el primer cliente rompió el estigma. Era un chico más joven que ella. “Los clientes son personas completamente normales”, afirma.

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Natalia Ferrari se define como vegana, bisexual, atea y antinatalista. Mai Oltra

La asociación Aprosex ayuda a mujeres que, como Valérie, están iniciándose en la profesión. Una de esas mujeres es Shirley McLaren. Su nombre artístico recuerda al de Shirley MacLaine, la actriz de Irma la dulce. Pero ella recalca que no lo escogió por eso. Lo de Shirley es porque es fan de la cantante escocesa del grupo Garbage. El apellido es porque le apasiona el automovilismo. Y Ferraris ya había unas cuantas.

“Lo que ha pasado con la crisis es que muchas mujeres, al perder su trabajo y no tener problemas con tener sexo con desconocidos se han lanzado a esto. Pero, claro, sin guía. Y como cualquier faena, te tienes que estar reinventando, actualizando. Aprendiendo. El problema es que aquí, como todos follamos, la gente se cree que lo puede hacer bien. Hay gente que puede cocinar muy bien en su casa pero luego no puedes ser jefe de cocina. Aquí pasa lo mismo. Tienes que profesionalizarte, estás atenta a muchas cuestiones”, dice.

Shirley es una mujer transexual que lleva varios años viviendo en España. Nació en México. Allí estudió periodismo. Hace más de una década que ejerce la prostitución. Responde a los abolicionistas con determinación: “Nosotras somos las que tenemos la sartén por el mango. El discursito del abolicionista es que paga por nuestro cuerpo, así que el cliente puede hacer con nosotras lo que quiere. Eso es mentira. Y además es súper peligroso. Al repetirse esa conducta, acaba calando en todos los imaginarios: en las chicas que están empezando, que se acaban creyendo que pueden hacer con ellas lo que quieran; y con los clientes. ¿Las abolicionistas, entonces, nos protegen a nosotras o están protegiendo su modus vivendi?”, se pregunta.

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Ferrari encontró en la prostitución condiciones que le resultaron muy atractivas Mai Oltra

Yo no podría trabajar en un matadero porque se me revolverían las tripas, como a otras mujeres se les pueden revolver al comerse la polla de un señor”, explica.

Shirley define a las prostitutas como “artistas del sexo”. “Cada relación no sale igual, es independiente. Es como si tuvieras un huipil (una prenda artesana mexicana). Cada una es diferente porque se hace a mano y es individual. Y eso tiene que tener un coste. No vendemos un producto de necesidad. Vendemos un producto de lujo”, dice. Y eso es algo que no todas las novatas tienen en cuenta a la hora de fijar los precios.

Sobre los clientes tampoco tiene nada malo que decir. Si son educados, limpios y no la regatean, todo está bien. Y si encima tienen buena conversación y le traen regalos, pues mejor.

LA LUCHA POLÍTICA DE LAS ‘PUTAS INDIGNADAS’

Yo no podría trabajar en un matadero porque se me revolverían las tripas, como a otras mujeres se les pueden revolver al comerse la polla de un señor”, explica.

Shirley define a las prostitutas como “artistas del sexo”. “Cada relación no sale igual, es independiente. Es como si tuvieras un huipil (una prenda artesana mexicana). Cada una es diferente porque se hace a mano y es individual. Y eso tiene que tener un coste. No vendemos un producto de necesidad. Vendemos un producto de lujo”, dice. Y eso es algo que no todas las novatas tienen en cuenta a la hora de fijar los precios.

Sobre los clientes tampoco tiene nada malo que decir. Si son educados, limpios y no la regatean, todo está bien. Y si encima tienen buena conversación y le traen regalos, pues mejor.

LA LUCHA POLÍTICA DE LAS ‘PUTAS INDIGNADAS’

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Paula Ezquerra se considera una puta activista. Fue portavoz de la plataforma Putas Indignadas. Cedida

 

Su lucha también va por la rama política. Ha intentado hablar y reunirse con diferentes políticos. Pero todavía no ha obtenido una respuesta clara. “Ciudadanos pide que seamos autónomas. ¿Pero por qué no podemos trabajar para terceros que paguen nuestra seguridad social como cualquier otra empresa? Simplemente porque trabajamos con los genitales”.

Explica que no consigue hablar con Alberto Garzón y que una vez charló cinco minutos con Íñigo Errejón, ambos de Unidos Podemos. Pero ninguno acaba por determinarse a su favor. “Los derechos humanos no se pueden debatir. Sabemos que hay cosas muy feas en nuestro trabajo, eso no lo vamos a negar. Pero igual que en otros sectores. Para hacer un móvil sabemos cómo se consigue el coltán. Pero nadie dice que hay que acabar con la minería o que hay que abolir la industria tecnológica. No. La única industria que dicen que hay que abolir porque hay trata y hay violación de los derechos humanos es la de la prostitución”, asegura.

Además de Aprosex, sólo en Barcelona hay otras tres organizaciones más que velan por los derechos de las trabajadoras sexuales: Putas Indignadas, Putas y Alianzas y la asociación Genera. Durante un tiempo, la portavoz de la primera fue Paula Ezquerra, para dar la cara –“que ellas dan la cara por sí solas, no me necesitan a mí, pero sobre todo ante medios de comunicación por la cuestión del estigma y de la familia”, dice-.

Ahora es portavoz de la asamblea general. Ha hablado con políticos, con organizaciones internacionales. También ha sido consejera de la CUP en el distrito de Ciutat Vella de Barcelona hasta finales de octubre de este año. “Llegué a un acuerdo porque me interesa más concentrar mi lucha en los derechos de las trabajadoras del sexo”, dice. En ese distrito está el barrio del Raval y su calle Robadors, donde se concentran numerosas trabajadoras sexuales.

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Shirley es una mujer transexual que ejerce la prostitución desde hace más de una década. Adriana Domínguez

Así que Paula Ezquerra es “puta activista”. “O activista puta”. El tema es que lleva desde los 18 años ejerciendo. Ahora tiene 45. Nació en Buenos Aires, tiene doble nacionalidad y ha trabajado en muchas partes del mundo. Y para ella, lo mejor que le ha dado su trabajo es tener tiempo libre. Un beneficio que no habría conseguido con ningún otro empleo, según dice.

“Yo tengo una frase que es: el estigma puta atraviesa a todas las mujeres”, sostiene. “Nosotras nos reapropiamos de la palabra puta, pero creo que todas las mujeres nos la debemos apropiar porque es una manera en la que los hombres nos controlan”. Porque Ezquerra estira el discurso a todas las mujeres, no sólo a las trabajadoras sexuales. “Si tenemos un mayor control sobre nuestro cuerpo y no permitimos que nadie nos diga cómo hacer, o cómo ser o disponer de nuestro cuerpo, de nuestra sexualidad, sensualidad, del erotismo, sin esa mirada acusatoria del patriarcado y del machismo, la sociedad hará un avance impresionante”, dice.

Paula Ezquerra lamenta lo que llaman la “santificación de sus vaginas” y la moralidad impuesta. También que sean expuestas siempre como víctimas, cuando no son vulnerables, sino “vulneradas”.

“DEBERÍA HABER EMPEZADO A PROSTITUIRME ANTES”

Otra de las mujeres que más ha defendido su trabajo como puta en medios de comunicación durante este último año ha sido Natalia Ferrari. Ella, al contrario que otras muchas mujeres, no sólo ha hecho pública su cara. También su nombre.

Cuando comenzó a tomar decisiones sobre cómo iba a trabajar, tenía asumido que debía ponerse un nombre artístico al ver que era lo que todas hacían. “Pero según construía mi discurso y tenía claro que quería trabajar contra el estigma, me di cuenta de que no tenía coherencia para mí ocultarme o separar mi identidad de mi trabajo. Creo que hacerlo es una opción legítima y, teniendo en cuenta que las prostitutas vivimos una discriminación similar a los homosexuales hace 50 o 60 años, en muchos casos el anonimato es más que necesario para nuestra seguridad”, dice.

Y añade: “Muchas compañeras viven con miedo de que en su otro trabajo se enteren y las echen, o sus familias dejen de hablarles, o ya no quieran contratarlas o se nieguen a alquilarles pisos. Sentí que usar mi nombre real y enseñar mi cara no iba a afectarme tanto, pero sí podía marcar una diferencia en otras. Para que se nos vea como personas que hemos decidido este trabajo, que no queremos vivir marginadas y que nos merecemos respeto”.

Natalia Ferrari se define como una mujer “bastante peculiar”. Es vegana, bisexual, atea, antinatalista y sólo practica relaciones abiertas. Dejó el instituto a los 13 años.

Antes de trabajar como meretriz había probado con otros trabajos. “Soportó” estar en un McDonald’s durante tres días y no aguantó más. Lo siguiente fueron otros dos días trabajando como teleoperadora. También estuvo un par de años como vigilante de seguridad y en el servicio de atención al público en un museo. Alguna temporada la pasaba a tiempo completo de voluntaria en una ONG en defensa de los derechos de los animales.

Cuenta que estaba muy cansada de su trabajo, que se veía a sí misma estancada con 30 o 40 años en un empleo precario que no le aportaba nada en el desarrollo personal. Así que entró en pánico. Decidió dejarlo y buscar alternativas. Encontró en la prostitución condiciones que le resultaron muy atractivas.

“La primera vez tenía miedo, por un momento me creí el cuento de que los hombres que pagan son monstruos y que el papel de la puta es el de ser una mujer sumisa. Pero la realidad es que la cita fue incluso más agradable que otras en las que no ha habido dinero de por medio. Tuve la sensación de que debería haber empezado a prostituirme mucho antes”.

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Una manifestación de la plataforma Putas Indignadas, de la que Paula Ezquerra (derecha) fue portavoz. Cedida

“Estamos muy bien en investigación sobre VIH pero muy atrás en prevención”

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Beatriz Mothe en el laboratorio donde investiga. © SANDRA LÁZARO

Desde el inicio de la pandemia del VIH, 39 millones de personas han muerto a causa del sida en el mundo. Con todo, el número de diagnósticos disminuye año tras año en los países que disponen de un buen acceso a los tratamientos antirretrovirales. De hecho, hoy en día la esperanza de vida de una persona con VIH en un país como España es la misma que una no VIH siempre que se diagnostique y se trate a tiempo. Uno de los retos para los investigadores ahora es mejorar los tratamientos y conseguir encontrar una vacuna preventiva. Hablamos con Beatriz Mothe, que se dedica a la investigación en este ámbito a la Fundación Lucha contra el sida y IrsiCaixa, en el Hospital Germans Trias i Pujol de Badalona.

¿Cómo ha evolucionado hasta la fecha la investigación o tratamiento desde los años 80, cuando el sida comenzó a hacerse visible?

El VIH es un virus que se descubrió en los años 80 y enseguida comenzaron a desarrollarse fármacos. Hubo unos primeros fármacos en los años 90, que eran los que empezaban a concebir un poco el control de la dramática progresión de la enfermedad y ya a finales de los 90 se descubrió que combinando algunos fármacos aquello era la terapia más efectiva. De allí a hoy en día se ha evolucionado muchísimo en cuestión de los fármacos disponibles, la facilidad de tomarlos -antes era un montón de pastillas a lo largo del día y hoy hay terapias de una pastilla al día-, la tolerancia, los efectos secundarios, etc. El tratamiento actual limita la replicación del virus y evita la inmunodepresión y al final lo que hace es frenar la progresión hacia el sida. Por lo tanto, estamos hablando prácticamente de una enfermedad crónica, en el sentido de que si se diagnostica relativamente precozmente y comienzas una terapia antirretroviral efectiva se tiene la misma supervivencia o esperanza de vida que la población no VIH.

Es verdad que también hay una proporción de gente que se diagnostica muy tardíamente, cuando ya llevan muchos años infectados sin saberlo, porque tenían el virus latente sin ningún síntoma. Y este son el porcentaje que todavía hay de mortalidad en nuestro entorno. Esta foto es radicalmente diferente en otras zonas del mundo.

¿Cuál es la fotografía en el mundo subdesarrollado?

Hay zonas mucho más endémicas, con una prevalencia mucho más alta y con un acceso limitado al tratamiento. Además, los tratamientos disponibles y el manejo de las enfermedades tampoco son los mismos. La foto es muy diferente: mucha gente diagnosticada de forma tardía, mucha sin diagnosticar, muchos que aunque diagnosticados no acceden a los tratamientos, etc. Es una pena porque las herramientas están ahí. Es una enfermedad que si la diagnósticas y la tratas bien no es un problema, pero si no, tiene un pronóstico fatal. Las diferencias también tienen que ver con la población infectada. Mientras que, por ejemplo, en el África subsahariana el número de infecciones prácticamente impactan a la población heterosexual, joven, mujer, aquí la gran mayoría de nuevas infecciones se están produciendo en un colectivo muy concreto, que es el de hombres que tienen sexo con hombres.

A pesar de tener las herramientas, la fotografía es muy diferente en una zona u otra. ¿Cómo lo vives tú desde la investigación?

Es difícil… Al final desde el mundo desarrollado lo que puedes hacer es intentar entender las peculiaridades de los virus en estos lugares, de por qué los tratamientos no funcionan, hacer estudios de resistencia e intentar intervenir para que las cosas mejoren. Evidentemente hay muchas decisiones que son políticas: que un país decida no invertir en más diagnósticos, en tratar las madres cuando están embarazadas para no infectar a los hijos, es cuestión de una inversión que no está en tus manos. Desde la investigación sólo podemos intentar entender y aportar conocimiento y trabajamos con herramientas destinadas a la erradicación y el control de las enfermedades sin tratamientos. El tratamiento de la enfermedad hoy tiene esta doble cara: es muy efectivo pero es difícil de implementar y tenemos el ejemplo en los países subdesarrollados, donde no está llegando suficiente. Con todo, se ha mejorado muchísimo y se han logrado unos hitos enormes pero hay muchísima gente por tratar.

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Beatriz Mothe en su despacho. © SANDRA LÁZARO

¿En qué punto se encuentra la investigación, cuál es la meta principal?

Yo diría que hay dos. Por un lado tener una vacuna preventiva que evite nuevas adquisiciones del VIH y por otra parte erradicar o curar la enfermedad con un tratamiento o una vacuna -probablemente será una estrategia combinada- que te ayude a erradicar el VIH sin tratamiento. Habrá un boom importante de conocimiento en los próximos años sobre estos aspectos. Los objetivos a largo plazo, ahora que ya tenemos fármacos que van bien, son mejorar los tratamientos -que puedas tomar una pastilla y te liberes durante tres meses por ejemplo, evitar el envejecimiento prematuro de los pacientes y seguir con la investigación en el sentido de encontrar una vacuna preventiva y una terapéutica.

¿Puede que precisamente por disponer ya de tratamientos eficaces interese menos destinar esfuerzos a la investigación?

Pienso que no… Que simplemente se ha como redirigido un poco. Los primeros años la necesidad era que no se murieran los pacientes y por tanto desarrollar fármacos, ahora los recursos sobre todo se están destinando a estrategias de prevención y curación. Hay que hacer muchísimo más, porque hay estrategias de prevención que no se están implementando. A veces la investigación demuestra una cosa y políticamente no se implementa. Nuestra epidemia hoy en día se está concentrando sobre todo en hombres que tienen sexo con hombres y hay muchos estudios que demuestran que la toma de antirretrovirales previos al contacto sexual puede evitar la adquisición del VIH en estas circunstancias. Esto se está implementando ya en EEUU y las instituciones europeas y muchos países han apoyado que se debería implementar y en cambio aquí hay una dificultad.

¿Por qué no se implementa en España?

Porque es costoso, son fármacos que son caros e implica una logística: quién pauta los fármacos, quién hace el control de las personas que los están tomando, etc. La investigación ha aportado este conocimiento y tarda mucho en implementarse, no sólo en el mundo subdesarrollado. Se están haciendo esfuerzos pero mucho más despacio de lo que habría que hacer porque estamos hablando de que cada año tenemos más de 3.000 nuevas infecciones. La investigación debe ir acompañada de una voluntad de implementar, si no toda aquella investigación se queda en las revistas científicas o en los laboratorios.

¿Ha habido ensayos que hayan demostrado cierta eficacia en una vacuna preventiva o terapéutica y que no se hayan llegado a comercializar? ¿Cómo de lejos estamos de este paso?

No, no ha habido. A nivel de vacuna preventiva, la última que ha demostrado una eficacia es una que se testó en Tailandia en 2009, que es el ensayo tailandés, y que la eficacia que se demostró era de un 30% y la protección era a corto plazo: era un poco más alta al poco de haber recibido la vacuna pero veías que la eficacia se iba perdiendo al cabo de uno o dos años. Este no es un resultado que permita comercializar un producto, ni mucho menos, pero sí es una primera señal para decir: ‘tenemos algo que funciona y tenemos que seguir trabajando’. Desde entonces se han hecho muchos estudios y esta semana se ha anunciado que se inicia un ensayo muy parecido en Sudáfrica con los mismos candidatos a vacuna. En el mundo de las vacunas se habla de que para que una vacuna llegue a mercado deben demostrar una eficacia muy alta porque no puedes poner en riesgo una persona sana y debe ser por enfermedades que tengan una comorbilidad muy grave.

A nivel de vacuna terapéutica todavía estamos más lejos. No hay ningún candidato a vacuna que haya llegado a fase III ni en fase II, están todos en fase I, que es el primer paso. La última fase de un desarrollo y que es la previa a la comercialización es un estudio de fase III de eficacia. Una vacuna preventiva lo que querría es sustituir el tratamiento, tú tomarías ese fármaco o vacuna y conseguirías que el virus no progresara.

¿Es decir que estamos más cerca de una vacuna preventiva que de una terapéutica?

No lo sé. Es difícil de decir porque son vías diferentes…Abordan el sistema inmunitario de una forma diferente. Por un lado tienes que evitar que el virus penetre y por otro lado necesitas luchar contra un sistema ya infectado, debilitado y con un virus que ya está dentro del genoma. Parece que vaya a ser más difícil una vacuna terapéutica pero por otra parte es más fácil demostrar su eficacia y claro no puedes infectarlos.

¿Cómo se hace esto entonces?

Tienes que ir a una población de muy alto riesgo, donde la prevalencia es de un 2%-3%, y coger un grupo y ver si entre un grupo vacunado y un grupo no vacunado hay una diferencia. Esto es muy costoso y tienes que garantizar que durante todo este tiempo las personas reciben toda la información necesaria para evitar la infección, ya que tú no tienes que provocar que se infecte. Por otra parte, una vacuna terapéutica es más fácil porque coges población ya infectada y es más fácil ver los efectos. Son caminos totalmente diferentes.

¿Hay algún ejemplo de virus en que la investigación sobre VIH pueda fijarse?

Es difícil porque el VIH es un virus que se integra en el genoma y por lo tanto es muy difícil eliminar las células que ya se han infectado. Esto lo diferencia por ejemplo del virus de la Hepatitis C. Está habiendo mucha investigación en terapia génica. Lo que sí tenemos son ejemplos de infecciones de virus durante la infancia que en la mayoría de casos no producen enfermedades, de estos podemos aprender cosas sobre cómo interacciona nuestro sistema inmunitario con los virus. Yo creo que con el campo que más se parece es con el cáncer en cuanto a desarrollo de medidas terapéuticas porque al final el cáncer son células que empiezan a hacer una producción anómala y que nuestro sistema inmunitario debería ser capaz de eliminar. A nivel de VIH ocurre lo mismo, nuestro sistema inmunitario se colapsa y no puede hacer frente.

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Beatriz Mothe durante la entrevista © SANDRA LÁZARO

Volvamos a España. Esta misma semana hemos conocido los resultados de un informe del Centro Europeo de Control y Prevención de Enfermedades (ECDC). La tasa de contagios en 2015 está por encima de la media de la UE. En comparación a otros países europeos, ¿se están haciendo los deberes?

En investigación estamos muy bien y este centro es un ejemplo, somos punteros en investigación del VIH. Por un lado hacemos una asistencia multidisciplinar a los pacientes y por otro lado tenemos investigación en muchas áreas de conocimiento del VIH: vacunas, microbioma, resistencias, envejecimiento, etc. Ahora bien, como sociedad y a nivel de estrategias públicas de prevención estamos muy atrás. Estamos tardando a implementar las nuevas estrategias de prevención, de Prep (Profilaxis prexposición). Aquí la epidemia está impactando en un colectivo muy grande y tenemos una estrategia eficaz, que es tomar este tipo de medicamentos y sin embargo se está tardando demasiado en implementar.

¿En los países donde ya se está administrando este tratamiento, qué resultados está dando?

Tenemos ejemplos como en San Francisco donde se ha visto una clara reducción de nuevas infecciones. Existen múltiples ensayos clínicos que han demostrado su eficacia. Tenemos las guías americanas y europeas que recomiendan que se implemente, es una cuestión política decidir quién lo hace y quién lo paga. Ahora bien, el argumento económico es muy arriesgado porque a la sociedad nos cuesta mucho más una persona infectada, evidentemente por el impacto para la salud de esta persona pero también porque el costo del manejo clínico a lo largo de toda la vida es incalculable. Siempre será coste-eficaz prevenir una infección, con una vacuna o con una pastilla. Y la Prep en este caso se ha demostrado que es coste eficaz, es una cuestión de voluntad política. Y cuanto más tardemos en hacerlo nuevas infecciones que seguiremos teniendo.

Daniel Zulaica : “Como el VIH ya no mata, la gente ha perdido el miedo y ha bajado la guardia”

En febrero de 1985, Zulaica atendía su primer paciente de sida. Dedicado en cuerpo y alma a luchar contra el VIH, se retira, a sabiendas de que la enfermedad está bajo control

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Zulaica se jubila el 31 de diciembre.Foto: Jose Mari Martínez

BILBAO – Se jubila por todo lo alto, con un congreso de sida en Donostia, su ciudad, que reúne a lo más granado de la especialidad .

-Sí, estos días se reúnen más de 700 expertos de este campo y eso ya indica la relevancia. Además lo hemos podido hacer coincidir con el 1 de diciembre, el Día Mundial del Sida.

Pero la OMS acaba de decir que en la zona europea ha habido un 7% más casos de VIH. ¿Se está revertiendo la tendencia? o ¿nos las prometíamos demasiado felices?

-Los datos de la OMS hablan de todo Europa e incluyen Rusia, Ucrania… que son países con muchos consumidores de drogas, que no utilizan las medidas preventivas que se usan en Europa Occidental. Pero si consideramos nuestro entorno más cercano, la tendencia está estabilizada desde hace diez o quince años. En el conjunto del Estado hay unas 3.000 nuevas infecciones cada año y en Euskadi alrededor de 150.

Sin embargo un tercio de los vascos no sabe que son portadores del VIH.

-Bueno el porcentaje oscila dependiendo de las estadísticas. Pero lo cierto es que hay muchas personas que desconocen que son portadores. A través de ellos se puede transmitir el virus y conocer que se está infectado por el VIH permite ponerte en tratamiento cuanto antes y que tu organismo se deteriore menos.

Ahora ya casi no se habla de sida como en los 90 cuando había tantos fallecidos. Pero el VIH sigue ahí.

-Sí por eso decimos que es importante el diagnóstico precoz, que las personas que estén infectadas lo sepan. Y en Euskadi tenemos muchos medios y se han puesto muchos recursos para ello. Por ejemplo desde hace seis años están los test rápidos de las farmacias. Vas a las siete de la tarde a una farmacia y en 15 minutos ya tienes el resultado.

¿Se ha bajado la guardia con el sida y se cree que es algo del pasado?

-Yo creo que sí. Que como el VIH ya no mata, la gente le ha perdido el miedo, ha bajado la guardia y ha relajado los hábitos. Este es un daño colateral de los tratamientos porque siempre que hay terapias eficaces, se da el mismo fenómeno. Un paso adelante en los tratamientos son dos pasos atrás en la prevención. Pero como dicen los afectados, a pesar de que el VIH se haya convertido en una enfermedad crónica, es mejor no estar infectado.

¿Imaginaban la progresión de los tratamientos?

-Hace 30 años no había medicación y la media de vida de los pacientes era de 60 días desde que eran diagnosticados. El antes y el después en los tratamientos lo marca 1996.

¿Qué pasó aquel año?

-Aparecieron los nuevos antirretrovirales. Y además se descubrió que asociándolos de tres en tres -porque se iban descubriendo cada vez más familias-, se conseguía más éxito. Porque aunque el virus mute se hace resistente a uno de ellos pero a tres es muy difícil.

¿Los nuevos diagnósticos corresponden a personas jóvenes?

-No, entre los jóvenes no hay más casos. La edad media de los nuevos infectados ronda los 37 años. Mientras que hace 20 años los afectados eran las personas que consumían drogas intravenosas, ahora el colectivo de hombres que tienen sexo con hombres es el que contabiliza más del 50% de las nuevas infecciones. Por eso Osakidetza quiere incidir en este colectivo gay con la adopción de estrategias preventivas.

En los últimos tiempos, usted se ha hecho cargo también de la estrategia para la hepatitis C. Y todo con el común denominador de que los tratamientos para las dos enfermedades son caros no, carísimos.

-Pues sí, en su día, los tratamientos del VIH también eran muy caros pero progresivamente fueron apareciendo genéricos y se han abaratado. Con la hepatitis C, Osakidetza ha hecho un gran esfuerzo y se ha tratado a aquellos pacientes que lo necesitaban. La diferencia es que el tratamiento de la hepatitis cura y el del sida es de por vida.

La histórica revolución de las familias que apoyan a sus hijos transexuales

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Un dibujo de Gabriela, cedido por la familia

Filósofo, lingüista y antropólogo, Juan Gavilán cree que hay unas madres que “están cambiando el mundo” y explica que él, que ha escrito un libro sobre ellas, las conoció por casualidad. Las mujeres son madres de niños y niñas hasta ahora estigmatizados por ser transexuales y que un día decidieron defender los derechos de su hijos: el primero de ellos, el derecho a la identidad.

Gavilán, que había investigado y escrito sobre identidad y transexualidad, leyó en el periódico el caso de “ una niña a la que le negaban su identidad“, y a partir de ahí (y por una serie de casualidades) conoció de primera mano decenas de casos de los niños y niñas a quienes la sociedad les asignó un sexo, como un estigma, que no sienten.

Los relatos se recogen en un libro, Infancia y transexualidad (Catarata, 2016), en el que aparece la historia de esa niña, Gabriela, célebre porque su madre Pilar plantó cara a un colegio y a un obispo que pretendían decirle a su hija quién era. Su caso fue determinante para la adopción de un protocolo de actuación sobre identidad de género en los colegios andaluces.

Pilar y Juan, madre y autor, conversan con  eldiario.es/andalucía sobre menores transexuales y experiencias de vida, sobre identidad y coerción, sobre un modelo biomédico en retroceso y patologizador, y un modelo sociocultural, abanderado por la rebeldía de estas madres, que ha alumbrado una generación de menores que dejaron de esconder lo que son.

Habla en su libro de un proceso histórico. ¿Por qué?

Juan Gavilán: La aparición de niñas y niños transexuales apoyados por sus familias es histórica porque no se había dado nunca. Habían vivido en la familia una situación de opresión y rechazo, porque la familia se convertía en un instrumento para ejercer la capacidad de expulsión y segregación de los niños transexuales. Hay un momento en que por muchos factores algunas madres y familias deciden poner sobre la mesa el problema, visibilizar a los niños y defender los derechos que tienen, tanto su identidad como a la escolarización. Son pocas y luego se convierte en un fenómeno multitudinario. Es un acto de rebeldía.

Ha conocido a decenas de familias que un día aceptaron que sus hijos e hijas eran menores transexuales. ¿Hay un patrón común en esas experiencias?

Juan Gavilán: Hay unos patrones de conducta que se repiten, hasta el punto de que hay psicólogos que piensan que es una especie de visión errónea producida por algún tipo de mirada retrospectiva de las madres, porque tienden a pensar que hay algún engaño. Yo he tipificado periodos de latencia en los que los niños y niñas no tienen capacidad para salir y se producen alteraciones de la conducta por la presión social. En el periodo de latencia todas las niñas juegan con toallas simulando el pelo, utilizan la ropa de la madre, de la hermana, de quien sea. Luego hay un periodo de desvelación: niños muy inteligentes, desde quien le dice a la madre “yo tengo en mi cabeza que soy un niño”, y se señala, o una niña que estudia los artículos y dice “yo no soy el niño, soy la niña”.

Hay dos fenómenos verdaderamente importantes: se rebelan contra el proceso de socialización de género, algo muy complicado porque el proceso de aculturación es tan fuerte que es casi imposible, pero estos niños se rebelan y dicen “no soy un niño o una niña”. El segundo es que todos y todas adoptan valores de género que son propios del sexo asumido, como una especie de reacción instintiva. Esto es muy criticado por psicólogas o antropólogas feministas, pero un niño asume instintivamente aquello que se le está negando, lo que no quiere decir que defiendan una ideología de género machista.

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Juan Gavilán, autor de ‘Infancia y transexualidad’ | N.C.

¿Cuándo está manifestando su identidad y cuándo está jugando o experimentando?

Juan Gavilán: Puede ocurrir que haya niños que experimenten, pero esos no son transexuales. Por lo que conozco, hay que esperar y observar los comportamientos sin ningún prejuicio. Condición absolutamente necesaria: no reprimir ni castigar el sexo sentido. Y que vaya aflorando la personalidad. Los psicólogos no confían en esto, y creen que hay que diagnosticar y evaluar. Se espera que no sólo tengan disforia de género sino que venga acompañada de comorbilidad, una patología acompañante. Es un discurso que trastoca la realidad porque no existe la disforia: la persona transexual no es disfórica por sí misma, sino que la disforia la produce la presión social y el entorno. Hay un caso de una niña que se desnuda tranquilamente en la piscina. La madre se preocupa porque cree que va a sufrir. La niña le dice: “Mamá no me importa. Si alguien me dice algo, le diré que soy una niña transexual”.

Eso parece indicar que los niños no sólo saben lo que son, sino que lo conceptualizan.

Juan Gavilán: Se da en muchos niños, aunque no lo crean los psicólogos. Yo una vez, hablando con un psicólogo conocido, le conté el caso de una niña de 10 años que quería llamarse Cambrollé de apellido. Le pregunté por qué quería llamarse así. Me miró y me dijo: “Porque es nuestra presidenta”. Lo que quiero decir con este caso es que el niño no trae la disforia, no viene con la patología o el malestar sino que se lo están creando.

Pilar Sánchez: Claro. El otro día otro de mis hijos le dijo a mi hija “transexual”, para meterse con ella. Y ella le respondió, “pues claro. Soy transexual. Igual que tú eres un niño”.

Esos niños y niñas sufren una presión social de su entorno para que asuman el sexo asignado. ¿Cómo de difícil es de lograr la autodeterminación de la identidad con esa presión?

Juan: Yo creo que para ellos no es especialmente difícil. Mi teoría es que el cerebro humano está formado de tal manera que tiene que controlar el cuerpo, y es normal que el niño reconozca el medio y su cuerpo e identidad. Lo que es complicado es que la familia lo acepte. Entre que el niño sabe, muy pronto, hasta que la familia lo acepte hay un periodo de tiempo no determinado, porque dependerá de la voluntad del niño y la capacidad de la familia para asumir el fenómeno. Hay casos de niños que han vivido desde los dos años conforme a su sexo asumido, sin problemas en el colegio o en la familia. Otros tardan dos, tres o cuatro años. Hay casos en que la familia reacciona cuando ven daño físico. Hay otras que lo aceptan porque son muy insistentes. Hay niños que han empezado a los dos años y se les reconoce a los ocho.

Pilar: O que no se lo han reconocido…

Juan: Las narraciones son de madres que han aceptado el fenómeno y cuentan su experiencia y les sirve de sanación o catarsis. Es normal que las madres asuman un cierto sentido de culpa, por qué no lo hice, o no lo hice antes. Hay madres que cuentan que terminan hartas porque la niña no para.

Porque hay una resistencia…

Juan: Porque le están dañando su identidad, la obligan a vestir como no se sienten. Imagina que te obligaran a ir al trabajo vestido de mujer. Todos son padres que han terminado aceptando la situación.

¿En su caso, Pilar, cómo llega a la conclusión de que Gabriela es una niña?

Pilar: Yo viví en casa conductas muy repetitivas: llegar y desear quitarse el uniforme para transformarse, o esconderse para que no la vieran, o acostarse totalmente pintada como una choni… Cuando llega el momento de salir a la calle, de decir esta soy yo y no como me disfraza mi madre, parecen árboles de Navidad, hasta que hay una normalización. Mi hija se lesionó con cinco años y medio. Yo vi que su comportamiento no era acorde a lo que me habían dicho en el hospital al nacer, y me rebelaba. Llevaba un bagaje de sufrimiento porque veía que no era feliz y algo pasaba, pero pensaba que iba a ser gay, que es algo totalmente distinto. Fue al ver un documental. Fue tomar las riendas, ponerme en contacto con Mar Cambrollé, y empezamos cuatro familias locas a reunirnos en Sevilla. Eso fue un punto de inflexión.

¿Le costó?

Pilar: Muchísimo. Una madre comprende a su hijo y acepta todo. Pero tiene metidos unos prejuicios y unos valores, y luchas con eso, y dices: “Lo estoy haciendo mal, me estoy equivocando, esto es un capricho”. Pero cuando te das cuenta de que tu hija está sufriendo, y empiezas a informarte y leer, te das cuenta de que la equivocada era yo. ¿Quién me va a certificar la identidad de mi hija? ¿Qué psicólogo? ¿Desde cuándo te sientes tú un chico? ¿Alguien te dijo algo?

Juan: Se plantea esto porque las familias desconocen la transexualidad. El primer día que alguien les diga algo es un mazazo tremendo.

Pilar: Uf…

Juan: Sufren muchísimo, porque la imagen que tienen de la transexualidad es muy negativa. Hay muchas madres que hacen consultas no sólo a psicólogos, sino a un hermano o un amigo homosexual que le dice: “Tu hija dirá eso, pero yo nunca quise ser una niña. Piensa si es transexualidad”. Esa madre sufre un proceso durísimo porque nunca ha pensado que pudiera ocurrir. Y hay quien va al psicólogo y le dicen que puede ser complejo de Edipo. Los psicólogos a veces no saben nada de esta realidad.

Cuando se acepta esa realidad se genera un nuevo problema: explicarlo. ¿Cómo fue?

Pilar: Recuerdo el encuentro de las cuatro locas que fuimos a Sevilla. Cuando me dijeron lo que pasaba, el viaje de vuelta fue un punto de inflexión. Estaba sola. Mi hija se quedó dormida y yo de Sevilla a Málaga estuve dos horas llorando. Sabía lo que se me venía encima, pero nunca me pude imaginar el problema por estar en un colegio religioso. Sí, la gente te mira, te juzga. Pero a mí me ha pasado de todo, desde llamarme el fiscal, hasta que el fiscal general del Estado intermedie en el caso de mi hija.

Juan: Lo que pasó ahí no se puede repetir porque la ley marca la pauta. Pero además el conocimiento que se ha difundido, cada programa que se hace en televisión atrae a las asociaciones a personas que se reconocen en esos casos. Eso está facilitando que las familias y las niñas tengan una vida más llevadera. Era un problema de ignorancia y desinformación.

Pilar: El protocolo educativo surge a colación de lo que le pasó a mi hija y el impulso de personas como Mar Cambrollé. Cuando entra en vigor y cada colegio lo asume y ningún menor puede ser discriminado por su identidad, escribí una noche un texto llorando. Ningún menor va a tener los problemas que mi hija tuvo, pero falta una ley estatal. No puede ser que un niño andaluz tenga más derechos que uno de Toledo.

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Dibujo de un menor transexual cedido por la familia

¿Cómo fue para las personas que estaban alrededor?

Pilar: Mira: mi madre, con 75 años, dice que ella nunca ha tenido un nieto. Nunca. Mi familia lo estaba viendo desde chiquitita. Yo tengo fotos de mi hija con año y medio con sujetador. Me di cuenta al hacer un barrido de fotos. También mis amigos la veían, alguno me defraudó, pero el apoyo fue general.

Es común que la primera reacción ante este tema sea plantearse si con cinco o seis años ya saben lo que son.

Pilar: Es la pregunta que yo te he hecho: ¿cuándo te dijeron que eres un chico?

Sí, pero yo sigo el cauce ya aceptado socialmente y no tengo que confrontar con lo que me dicen que soy. Un transexual tiene que salirse de la pauta…

Pilar: Porque no has tenido necesidad.

Juan: Claro, los demás seguimos el raíl. No hemos tenido problema porque vamos conforme a la norma. El problema lo tienen las personas que tienen que caminar contra a la norma. Lo sabe desde muy pronto y lo manifiesta en cuanto puede, no hay una edad concreta porque depende del niño y la resistencia de la familia. Hay niños que se sienten vencidos por la familia, se encierran en una cárcel interior hasta que exista un momento favorable.

Pilar: Imagina un niño como mi hija en una familia como las que hicieron la recogida de firmas en contra de mi hija.

¿Ella fue consciente?

Pilar: No, ella sabía que pasaba algo pero puse un paraguas.

Y entonces el caso se convierte en una bandera mediática…

Pilar: La querella contra el obispo se ha archivado y contra el colegio hemos recurrido al Supremo. Si de algo estoy orgullosa es que nuestros niños han ganado mucho. Mi niña con seis años fue un estandarte. Yo me prometí que ningún niño iba a pasar lo que ella pasó. No he ganado la batalla judicial ni una disculpa pública, pero hemos ganado en felicidad de estos niños y niñas y en derechos para ellos. No nos van a callar y vamos a seguir.

¿Por qué lo inició?

Pilar: Porque sé dónde vivo. Me rebela la injusticia. En mi casa, en mi entorno y en la política. Hice eso porque me llevaron ellos: hablé con el colegio y les expliqué lo que pensábamos hacer, pero como la ignorancia es tan atrevida se desató aquello tan absurdo, encontrarte la puerta del colegio como la casa de la Pantoja. Yo venía llorada de casa, con sonrisa de oreja a oreja. Todos me juzgaban, a mi hija le señalaban por la calle, y fue estigmatizada. Todos en el barrio saben que es transexual, esa es su etiqueta; pero lo que no se etiqueta por desgracia no existe y no se generan recursos para ello. Mi hija tiene que decir que es transexual, con todo el orgullo porque para mí es un orgullo.

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Juan Gavilán, autor de ‘Infancia y transexualidad’, y Pilar Sánchez, madre de Gabriela, durante la charla | N.C.

¿Cómo es el tránsito a la adolescencia?

Juan: No tiene nada que ver lo que era antes a lo que van a vivir estos niños. Puede ser absolutamente traumático, con un sufrimiento horrible, porque son niños que de golpe descubren la menstruación; o que empiecen a despuntarle los pechos. Están encontrando aquello que los está mortificando, y el horror es a la sociedad que les marca unos patrones y roles tan duros. Pero tenemos que ver qué pasa con estos niños acompañados por la familia, que no tienen que tener un tránsito tan doloroso. Las escuelas e institutos son los lugares con mayor presión, porque hay jóvenes intentando constituir su propia identidad y se convierten en guardianes de la norma. Quien vive en este ambiente sin educación, sin acogida, sin apoyo familiar lo pasa fatal. ¿Qué pasará cuando estos niños lleguen con educación, acompañados por su familia y sus profesores, y muchos con apoyo médico?

¿Qué efectos tiene la aceptación del sexo sentido en la familia y en el menor?

Juan: Los efectos son fulminantes. Una niña o un niño pueden ser introvertidos, irritables, tener incontinencia, problemas de sueño… y en el momento en que lo aceptan da un cambio radical: tranquilo, sereno, estudiante, concentrado. He conocido niñas a las que en una semana les ha cambiado hasta el rostro. De tener un rostro tenso a relajado. Las familias tienen una evolución no lineal. Descansan, se tranquilizan, pero siguen manteniendo elementos de preocupación o alerta. Y cierto sentimiento de culpa, de haberlo hecho antes o mejor. ¿Lo estaré haciendo bien? Esto ocurre durante un tiempo porque es un periodo de incertidumbre, hasta que llega la tranquilidad. He visto periodos largos, que sienten inquietud por qué va a ser de sus hijos en el futuro.

Pilar: Y cansancio, porque tienes que estar justificando la identidad. Mi hija me pidió ir a sincronizada, y he tenido que hablar con el director. Pienso en quién la va a querer, en la familia normalizada a la que le presenten a mi hija y sepa que no puede tener hijos biológicos… Que la vayan a dañar en la adolescencia, porque ella sabe que no va a tener la regla.

¿Cómo protege a Gabriela? ¿Cómo se protege ella?

Pilar: Ella es consciente de lo que es. Me ha visto con periodistas, alguna vez se ha escapado algo de la tele, o ha visto alguna portada de periódico, ve cómo hablo con otras madres, o cómo vienen chicos a dormir a los que han echado de su casa. Yo tuve que sacarla del colegio: le dije lo que era, y lo orgullosa que estoy. Ella sabe. Como madres, con nuestro discurso, apoyamos la diversidad. Yo no quiero ponerle un inhibidor de crecimiento, quiero que sea una mujer diversa, no está el código binario rosa y azul, hay niños con comportamiento no normativo. No quiero meter a mi hija en un quirófano, pero sé que por la sociedad en la que vive tendrá que pasar para ir con el resto. Mi hija tiene que parecer ser más chica, ser mejor estudiante… No puede ser traviesa, porque dirán “claro, es que es transexual”. Está generando habilidades, porque le preguntan en el patio qué tiene entre las piernas, pero sabe defenderse y estoy tranquila.

 

Grande-Marlaska: “Cuando le conté a mi madre que era gay, no lo aceptó y la aparté”

El magistrado de la Audiencia Nacional ha perdido al ser que más amaba. Con esta carga ha escrito el autobiográfico ‘Ni pena ni miedo’

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Grande-Marlaska, mezcla de porte clásico y timidez vasca, posa en exclusiva para ICON. PAPO WAISMAN

Este no ha sido un buen año paraFernando Grande-Marlaska. Sobre todo por la muerte de su madre. Pero conserva inalterable la fuerza de carácter y ese idealismo a contracorriente que guía el libro que acaba de publicar, Ni pena ni miedo. “Siento pena y tengo miedo, como todos, pero nunca me han paralizado ni han mediatizado mis decisiones. Eso es lo que resume el título del libro. Tengo miedo al sufrimiento, a perder a seres queridos. De niño, tenía miedo a que mi madre muriera mientras yo no estaba. En verano, con 12 o 13 años, cuando me iba a un campamento o cuando me fui a Irlanda, me asustaba que al volver mi madre hubiera muerto”.

Fernando Grande-Marlaska (Bilbao, 1962) empezó a lo grande, instruyendo por azar el caso del asesinato de los marqueses de Urquijo, y ya nunca se apartó de lo importante: sustituyó a Baltasar Garzón en la Audiencia Nacional, y desde ese puesto administró asuntos capitales. Instruyó casos contra ETA y dictó autos nada complacientes con la izquierda abertzale, dirigió la intervención judicial de Fórum Filatélico, y cayó sobre sus espaldas el enredo del Yak 42. Desde 2012 es presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional y desde 2013, vocal del Consejo General del Poder Judicial. Grande Marlaska tiene un entusiasmo que no sabe esconder ni en los peores momentos.

Su madre -además de Gorka, su marido– es la persona central de su vida. Cualquier hilo de la conversación –la justicia, los valores, la política– acaba en ella. “Mi madre ha sido fundamental para mí, en lo bueno y hasta en lo malo. Cuando le conté que era gay, con 35 años, no lo aceptó y me aparté de ella. Estuvimos cinco o seis años sin hablarnos, pero incluso en ese tiempo ella era mi referente: ante cualquier duda, siempre me preguntaba qué pensaría ella al respecto, cómo actuaría. Cuando reanudamos la relación, sin embargo, no pude evitar pasarle factura por su incomprensión. La relación no volvió a ser como antes, pero yo la miraba y me daba cuenta de que esa señora ya anciana seguía representándolo todo para mí. Que yo, en buena medida, era esa señora y que no la cambiaría por nada”.

Marlaska acepta sin vergüenza las propias contradicciones de su vida. Habla de sí mismo con un pudor que no pierde nunca la dignidad. No mueve mucho las manos, no hace aspavientos, no enfatiza, pero en su voz aparece de vez en cuando una emoción sosegada que no deja lugar a dudas de que está diciendo lo que piensa de verdad, sin fingimiento. He estado con él otras veces, en situaciones menos formales, y siempre he encontrado en su rostro huesudo la misma expresión quijotesca.

“Sí, es verdad que me entrego a todas las causas perdidas, me he dado por primera vez cuenta de ello al escribir el libro. Y me siento orgulloso, de cómo he actuado en distintos momentos de mi vida con la lucha gay, con la igualdad de género, con la violencia terrorista… Pero esa actitud es algo que yo he mamado, y por eso le doy tanta importancia a la educación. Yo tuve la suerte de que mi madre, que era en cierta medida conservadora, predicara constantemente el respeto al otro, fuera quien fuera. Y por eso tengo una aversión patológica a cualquier tipo de injusticia”. Le pregunto –al juez– qué es para él la justicia: “La justicia consiste en dar a cada uno lo suyo. Lo que merece como ser humano. Y ante todo mantener su dignidad. La dignidad es la clave”.

Él es un hombre satisfecho, con la sensación del deber cumplido. “Parece vanidoso, pero sí, siento orgullo por lo que he logrado. Y creo que es fundamental el episodio en el que me enfrenté a mi familia para poder seguir con Gorka y para poder seguir siendo coherente. Ese hecho es determinante en la construcción de mi personalidad. Haber tenido esa adversidad y haberla sabido enfrentar fue una suerte en mi vida, porque me ayudó a ser una persona diferente. De otra manera seguramente habría sido mucho más débil de carácter. Yo siempre digo que los malos momentos, aunque sean muy instructivos vitalmente, son eso: malos. Prefiero no tenerlos, pero cuando de todas formas existen, hay que sacar lo que hay en ellos de positivo. Por eso no cambiaría nada de mi biografía. Fíjate, no cambiaría ni esos seis años dolorosos de separación de mi madre. A día de hoy, tal y como estoy construido, todo lo que me ha pasado en la vida tiene algo aprovechable”.

Su vida, contada como una novela, parecería la de un héroe empecinado: homosexual en tiempos homófobos, librepensador en una sociedad sectaria, republicanista en una época de terrorismo nacionalista. Él, sin embargo, cree que ese relato le honra más de lo que merece: “No he sentido que haya tenido que luchar en todo momento por ser quien soy. Salvo tal vez en el conflicto familiar, donde sí tuve que echar un órdago, en el resto de los asuntos yo he seguido siendo siempre el que quería ser. Cuando sentí la presión nacionalista y la amenaza de ETA, Gorka y yo tomamos la decisión de irnos a Madrid sin dramatismo y sin heroicidades. Simplemente creímos que así no podíamos seguir viviendo”. Le hago ver que ha tenido que quemar muchas energías en todas esas batallas y responde con decisión, casi con disgusto: “Eso es verdad, pero esas energías las ha quemado mucha gente. En una lucha y en otra. No es una singularidad mía. Yo he ido siendo lo que quería ser, dentro de lo que la vida te permite”.

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“No cambiaría ni esos seis años dolorosos de separación de mi madre”. PAPO WAISMAN

El libro es un texto ensayístico en el que repasa todos los asuntos que le preocupan. Entreverada en todo eso está la historia de su vida y algunas anécdotas que le definen bien. Cuenta, por ejemplo, que hasta que no cambió las gafas por las lentillas no fue una persona sociable, que se retraía en el trato con los demás. Y cuenta que en 1981, después del intento de golpe de Estado, cuando tenía 18 años, le escribió al Rey agradeciéndole su actitud y pidiéndole una foto dedicada. La recibió a través de Sabino Fernández Campos.

“En ese momento yo era un friqui. Viví la Transición como algo absolutamente entusiasmante. Me sabía el nombre de todos los partidos que se presentaban a las elecciones, de sus líderes, de los cabezas de lista. En el 81 ya era un poco mayorcito, pero estaba aún cerca el franquismo, y aquella noche sentí que todo se iba a la mierda, que todo volvía a los infiernos, al oscurantismo. Y de repente apareció la imagen del Rey y le escribí. No sé por qué, no hubo reflexión, mientras salía la idea de mi cabeza estaba cerrando el sobre y enviándolo”. Y se ríe: “Si lo hubiera pensado más, a lo mejor me habría dado vergüenza y no lo habría hecho”.

Cuando le pregunto si algún día le gustaría dedicarse a la política, vuelve a responder sin componendas ni ambigüedades: “Me gusta la cosa pública. Si me preguntas si me iría a la empresa privada te contesto enseguida que no”. Y lo repite tres veces, con énfasis: “No, no. No”. Luego continúa hablando: “Pero a la política, sí. Primero haría falta que alguien pensara que yo podría hacer algo distinto a lo que hago ahora y que yo tuviera el convencimiento de que soy capaz de lograr lo que se me propusiera. Pero me gustaría asumir nuevos retos, y creo que los que amamos la cosa pública estamos para eso. Tomaría en consideración el problema de las puertas giratorias, que es un tema importante y relevante, pero esa duda nunca me frenaría”.

Le gusta la cosa pública porque sueña con un país mejor. “Son tiempos tristes, muy tristes, y creo que hace falta todavía reivindicar la Ilustración. A aquellos pensadores de la segunda mitad del XVIII, Diderot, Voltaire o Rousseau. Si a muchos ciudadanos de hoy les expusiéramos lo que ellos pensaban les parecería revolucionario”.

Pero es solo moderadamente optimista: “La educación es la clave de todo. Una educación seria, abierta, en valores que refuercen la ética pública, que es la que nos permite luego tener nuestra ética privada. Lo que pasa en España es que cada uno traslada su ética privada a la esfera pública, ese es el problema, y ahí es donde tiene que intervenir la educación: inculcando valores antes de que los prejuicios se instalen. Muchos de los que se ocupan de la educación tratan de perpetuar sus privilegios para impedir que todo cambie. Dicen: ‘Es que ustedes quieren adoctrinar’. Pues sí, queremos adoctrinar en valores que nos definen a todos como miembros de una cultura occidental”.

Hace una pausa, mira hacia el infinito y reflexiona: “Pero tú y yo no vamos a llegar a ver esos cambios. Ojalá, pero creo que no”.

La Terremoto: “Apadrine una rata, si no la tiene ya…”

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Hace ya un lustro que Paco León presentó en el Teatro Calderón The Hole, un cabaret canalla, ideado por él e Yllana, que gracias a su gran acogida tendría un segunda parte con toques de revista en el Teatro de La Latina. Ahora, el mismo escenario acoge su precuela y lo hace de la mano de la que se ha convertido en la gran anfitriona del espectáculo,Pepa Charro, más conocida como La Terremoto de Alcorcón. Vedette, mujer de altos vuelos e incluso chica Almodóvar en Los amantes pasajeros, ella conduce este espectáculo sexy y lleno de numeros circenses, que se ambienta en una alocada nochevieja de 1979.

Llevas varios años presentando The Hole, ¿qué es lo que más te sorprende de este espectáculo?

Que su público sea tan fiel, que juegue a vivir durante un rato en el loco mundo de la Terremoto sin prejuicios y me haya dejado demostrarle que debajo de la peluca había algo más que un Con Loli.

¿Hay alguna anécdota con la que te quedes?

Sin duda, el día que conocí al ser que interpretaría al bandido que me robaría el corazón… Mi ratita Cristóbal. Nunca pensé que trabajaría tan a gusto con una rata, y aunque me haya mordido o me haya hecho caquita y pipí encima… ¡Es adorable! Apadrinen una rata si no tienen una ya en el trabajo o en sus casas.

Los números de The Hole siempre son atrevidos. ¿Con qué vais a sorprender esta vez?

Los de esta edición son los más impresionantes de la historia de este agujero. Tenemos dos premios mundiales de circo y ¡la rueda de la muerte! Yo aún no puedo mirar a algunos de los acróbatas. El gesto de llevarse la mano a la boca es inevitable.

La segunda parte era más sexy que la primera. ¿Aquí también vais a seguir enseñando carne?

Hay mucho color, piensa que toda la precuela se desarrolla en Studio 54. Irse a los 80 era avanzar más en este terreno. ¡Los mejores cuerpos y las mejores voces!

Creo que has participado en el guión del montaje junto al director Felix Sabroso. Pero, realmente, siempre parece que estés improvisando…

Félix me ha creado un patrón perfecto, yo me encargo en directo de hacer los dobladillos, coser los ojales o deshacer los hilvanes…

¿Cómo se os ocurrió la idea de dar un salto atrás en el tiempo?

¿Por qué no? Todo va un poco hacia atrás estos últimos años…

¿Cómo se va a notar el toque retro en el espectáculo?

Por supuesto, hay un punto retro, pero también, dentro de ese universo tan del ¡Hola!, hemos hecho una interpretación bien contemporánea de la Transición. Y muy importante es la música. Juan Sánchez ha hecho una selección para nosotros de esos imprescindibles en nuestras vidas, música de los 70 y 80, de la que bailas ya tengas 20, 40 o 70 años.

¿Por qué crees que el espectáculo funciona tan bien?

Porque tiene la clave de éxito en las venas. Lo parieron Paco León e Yllana, en un momento dramático para la cultura (del que aún no hemos salido) e invitaron a la vida y al canallismo. Por aquí han pasado algunas de las almas más alborotadoras y gamberras del panorma cabaretero: Edu Casanova, Alex O’Dogherty, Ángel Ruiz, Edu Soto, Anabel Alonso, Canco Rodríguez o una menda… ¿Cómo no iba a funcionar, alma cándida?

Qué: The Hole Zero

Dónde: Teatro Calderón (Atocha, 18. Madrid)

Cuándo: hasta el miércoles 21

IGOR YEBRA / BAILARÍN: “Muchos jóvenes dejan el ballet por los comentarios homófobos”

El bailarín Igor Yebra, tras una representación.

El bailarín Igor Yebra, tras una representación.

Igor Yebra (Bilbao, 1974) ha abandonado el Ballet de la Ópera de Burdeos después de 14 años de triunfos. En 2002 le invitaron a interpretar al príncipe de La bella durmiente y cuatro años después le nombraron su bailarín estrella; y ya no le dejaron marchar. Desde allí ha recorrido los principales escenarios del mundo, así como es uno de los bailarines más premiados y reconocidos. Pero, al contestar el teléfono, lo primero que se escucha de fondo es el llanto de su bebé. Entonces, el bailarín se ríe y comenta jocoso “a ésta no la podemos hacer callar”.

Su próxima interpretación será para dar vida a Zorba, el griego. Un sueño que se hará realidad bajo la coreografía del gran Lorca Massine el próximo mes de noviembre en Bilbao.

¿Qué ha pasado para que decida abandonar el Ballet de la Ópera de Burdeos?

El repertorio es de los grandes ballets clásicos y encima son versiones a lo Yurénev, en las que el hombre tiene un máximo protagonismo y los ballets están llenos de variaciones y muchas técnicas. Por lo tanto, ha llegado el momento de empezar a dejar de lado este tipo de cosas. Y, al tiempo, hacer otras propuestas que se parecen más a lo que soy yo y que al final tenía que rechazar porque tenía compromisos firmados con la Ópera de Burdeos. En los últimos dos años, ya no formaba parte de la compañía, estaba como artista invitado y era un caso muy atípico. A lo largo de mi carrera he bailado muchos lagos de los cines y bellas durmientes y es difícil encontrar motivaciones para seguir haciéndolo. Era el momento de pasar página y empezar a escribir otros capítulos.

¿Tiene ya pensado algún capítulo? Tiene experiencia en coreografías. ¿Qué va a hacer?

No lo sé. Nunca me ha gustado definirme de ninguna manera. He tenido la fortuna de atacar todos los repertorios, desde el clásico puro, al contemporáneo y el más moderno. Hace poco estuve en Georgia y allí tuve que bailar georgianas, la danza española de El sombrero de tres picos. Como maestro, llevo desde hace años dando clases. Lo mismo como coreógrafo. Yo lo que no hago es cerrar puertas y decir no a nada. Veremos qué me va surgiendo en el camino.

¿Algo inmediato?

Lo más inmediato es en noviembre. Tengo una gira con el Ballet Nacional de Sofía interpretando Zorba el griego. Una gira por España que empezamos el 18 de noviembre en Bilbao y recorrerá distintas ciudades españolas, con coreografía de Lorca Massine. Llevo diez años interpretando este ballet, pero el coreógrafo solo me dejaba hacer el segundo rol, el del  norteamericano. Me veía muy jovencito para afrontar el de Zorba y ahora, por vez primera, voy a poder cumplir el sueño de mi vida.

¿Va a seguir estableciendo su base en Burdeos?

Por el momento, me quedo allí porque mi mujer (Oxana Kucheruck) es la primera bailarina del Ballet de la Ópera de Burdeos. Seguiré repartiendo mi vida entre Burdeos y Bilbao, donde tengo la escuela.

Como tantos jóvenes ahora, se marchó de España para sobrevivir. ¿Hubiera llegado a ser bailarín si no toma esa decisión?

Los bailarines nos hemos ido no porque quisiéramos, sino por obligación. Ahora, nos escandalizamos porque muchos jóvenes con mucho talento se tienen que marchar porque no tienen trabajo. Nadie se escandalizó cuando nos pasó lo mismo a nosotros. Es un tema del que no se ha hablado suficiente y sobre el que se pasa por encima. Como siempre, hemos sido la hermana pobre de todo, ni siquiera la Cenicienta. Estamos muy por detrás de todo eso. Es una pena para el país, que se lo pierde sin más. Porque a nosotros, para lo que nos ha servido es para que se nos reconozca internacionalmente. Si nos hubiéramos quedado aquí, probablemente nuestras carreras no hubieran ni despegado.

¿Se ha avanzado desde entonces  o la danza española y el flamenco siguen siendo la única tradición de ballet, como se ha quejado alguna vez?

Me gusta ver siempre el lado positivo. Si miramos lo que era el ballet después de Franco y lo comparamos con lo que es hoy y con el talento que ha salido desde entonces, hemos dado pasos gigantescos gracias, sobre todo, al esfuerzo individual. Es increíble porque se han conseguido cosas maravillosas. Eso te hace pensar en lo que se podría haber conseguido si hubiera más ayudas a la danza y una voluntad real de impulsarla.

Y la respuesta es que se podrían hacer cosas increíbles, como pasó con el baloncesto, con el fútbol… cuando todos trabajaron en el mismo camino se empezaron a ganar medallas. Hace años esto no pasaba en el deporte, por poner un ejemplo que todo el mundo entienda: todo el mundo entiende de deporte y pocos de cultura. Digamos que el Estado, los estamentos siguen sin apostar por la danza.

Incidiendo en la falta de apoyos y reconocimientos, hace unos años Nacho Duato decía que se sentía más cerca tomando un pulpo en Suiza que un bacalao al pil pil en Bilbao. ¿Cómo siente su conexión con España, con el País Vasco?

Yo soy bilbaino cien por cien y soy vasco cien por cien. La prueba es que a mí me gusta la gente por los hechos no por las palabras. Hay gente que se pasa la vida llorando y no hace nada, solo esperar. Hace diez años abrí una escuela cuando todo el mundo me dijo que estaba loco y que no hay escuelas de ballet que se dediquen a esto y yo aposté por ello, con eso está todo demostrado. Me gustaría saber quién dio de comer a Nacho Duato durante 20 años. Creo que fue el Estado español el que le dio de comer. ¿Por qué nadie le responde de esta manera y le dice este tipo de cosas?

Yo respeto que es un gran artista y un gran coreógrafo pero me parece un poco fuerte que haya gente que ha estado viviendo de nuestros impuestos y que haga ese tipo de comentarios. Estuvo 20 años e hizo un gran trabajo… por la danza de su estilo pero no potenció el resto de bailes, sobre todo el ballet clásico. Desaprovechó una generación de bailarines como Tamara Rojo que podía haber venido a este país invitada por su compañía y a él no le interesó. Y, eso ocurrió en los años en que había dinero porque ahora no hay dinero para eso. No creo que sea la persona más adecuada para decir estas cosas contra España.

Ha hablado de su apuesta al abrir la escuela de danza en Bilbao. Es para niños y para mujeres mayores de 30 años. Porque supongo que no habrá hombres, teniendo en cuenta los prejuicios. 

Sí, sí, (se ríe). También hay hombres. La escuela lleva abierta 10 años. Hemos sobrevivido a la crisis y eso da una respuesta. Es cierto que no había escuelas que se dedicaran  exclusivamente al ballet clásico. Había de kárate o de lo que hiciera falta, pero nada así. Nosotros estamos haciendo ahora danza contemporánea y vivimos de eso y vivimos bien. En los dos últimos años, la escuela se ha quedado pequeña en infraestructura y los que se quieren dedicar profesionalmente a la danza terminan de formarse fuera. Hemos conseguido mandar bailarines a la escuela del Royal Ballet de Londres o a San Francisco; también a una niña que ha estado en el Bolshoy de Moscú y en Hamburgo, con Marcelo Mayer.

La escuela está abierta para alumnos desde los 4 años. Quiero que la gente se dedique a la danza lo más profesionalmente posible, que lo poco o mucho que aprendan lo aprendan muy bien. Que cuando vayan a ver un espectáculo de danza lo disfruten más todavía. El ballet clásico, aunque sea a nivel amateur, es lo mejor que hay para mantener el físico. Es como un deporte de élite. Muy sacrificado y puede ser hasta nocivo para el cuerpo, pero, a nivel amateur, no hay un deporte que nos haga trabajar todos los grupos musculares, la coordinación y la elasticidad como lo hace el ballet. Y, está la elegancia, el amor por el arte. Un bailarín profesional debe ser poeta, escultor, pintor y músico al mismo tiempo porque trabaja con todas las artes, las reúne y las transforma en una.

Un proyecto muy bonito que tengo para finales de septiembre es hacer un taller coreográfico en Deulada (comunidad valenciana) en el que vamos a estudiar qué es la escultura  y crear sobre una pieza escultórica una pieza de danza. Estos proyectos me motivan a seguir adelante. Es una manera de acercar la danza, porque estará abierto a todo el mundo. Acercar mi profesión y la escultura, que es otra de mis pasiones. Que no todo sea fútbol, con lo que a mi me gusta el fútbol.

¿Siguen existiendo, los prejuicios?

Algunos niños, al llegar a cierta edad, dejan el ballet por los comentarios. Es muy duro pero es real. Mi padre y mi madre querían ser bailarines y en su época les llamaban puta y lo otro. Yo tengo niños en mi escuela y las cosas han cambiado con respecto a lo que me hacían y decían, que era de todo. Lo que hoy se llamaría acoso escolar o bullying. Pero como yo tenía claro lo que quería ser pasaba de ese tipo de cosas.  El tiempo, afortunadamente, me ha dado la razón. En la escuela, cuando los chicos llegan a los 12 o 13 años, empiezan a abandonarla y, al indagar, veo que es por el entorno. Muchos jóvenes dejan el ballet por los comentarios homófobos.

A partir de esas edades, les miran como a bichos raros. Pero no sólo en el colegio, sino en su entorno. Eso me parece muy duro. Creo que debemos evolucionar. Aplaudimos de boquilla el matrimonio homosexual. Pero hay muchas cosas que son solo de boquilla. En lo intrínseco de la sociedad, seguimos teniendo mentalidades y prejuicios que vienen de hace mucho tiempo y que son imposibles de cambiar en cien años. Eso va a llevar su tiempo pero hay que conseguirlo.

Lo que está claro es que la culpa de lo que unos niños dicen a otros no es suya sino de los adultos, de lo que les estamos inculcando. Cuando yo decía a mi madre que yo era muy machote, algunos habrán entendido la ironía, pero la gran mayoría, no.

¿Es tan feliz como parece? Porque transmite normalidad, esa felicidad de vivir disfrutando de lo que le gusta.

No puedo no estar contento.  En la vida no hay nada ni blanco ni negro y es mejor tener un día soleado, un día con tormenta, con lluvia que no todos los días iguales. No me puedo quejar porque he vivido y sigo viviendo de lo que me gusta. Para mí lo que yo hago no es un trabajo. Es una es manera de vivir, ver y pensar. Pero, que la gente no se equivoque: no es fortuna, hay muchísimo trabajo. Hay tres palabras que siempre digo, y en la escuela las tengo como leitmotiv, aplicables a cualquier profesión. Pasión por lo que hagas, trabajo y constancia. Hasta en el amor, para conseguir cualquier objetivo. La gente lo quiere tener todo y no sabemos disfrutar de lo que tenemos.

¿Se jubila un bailarín?

Yo soy un personaje extraño, un bailarín se muere. En mi lápida pondrá “fui bailarín hasta el último momento”. Porque te puedes retirar del público, de los escenarios pero no de la danza. Hubo una época en la que sufrí una depresión muy fuerte por motivos profesionales, algo que puede ocurrir cuando vivimos tan al límite, y dejé de bailar. Entonces, Antonio Gala me dijo algo que me abrió los ojos. Hasta el día en que vivas tu profesión como una vocación no vas a salir de ese momento negro.

¿Piensa volver a Bilbao?

Puede parecer una cosa extraña  pero yo nunca me he ido. No me cuesta promocionar Bilbao. Era muy difícil venderlo cuando yo empecé a salir al extranjero. Tenía cosas feas pero yo les intentaba vender el resto de cosas maravillosas.