Gabriel J. Martín, psicólogo: “Las técnicas homófobas del obispado de Alcalá hacen que las víctimas desarrollen aversión hacia sí mismas”

Gabriel J. Martín, psicólogo. LARA SANTAELLA

Ha visto pasar por su consulta a varias personas que han sufrido las llamadas “terapias de conversión” de la homosexualidad similares a las que oferta el obispado de Alcalá de Henares, según ha revelado una investigación de eldiario.es. El psicólogo Gabriel J. Martín, autor de libros como Quiérete mucho, maricón o El ciclo de amor marica, es uno de los mayores especialistas en la llamada psicología afirmativa LGTBI, una corriente que precisamente busca acompañar a las personas LGTBI para que vivan libremente y sin tapujos su orientación sexual.

Martín, representante del Consejo General de la Psicología de España ante la Red Internacional de Expertos en piscología afirmativa LGTBI, lamenta que este tipo de técnicas no sean perseguidas lo suficiente y reniega de llamarlas “terapias”, a pesar de que están así definidas en la Ley LGTBI de la Comunidad de Madrid que las prohíbe, porque “una terapia favorece el bienestar de la persona” y, al contrario, “esto tiene un impacto muy profundo” sobre las víctimas. “Son destructivas”, asegura en conversación con eldiario.es.

¿Cómo afectan estas terapias a las personas que acuden?

En primer lugar, llamarlas terapias es un error. Una terapia favorece el bienestar de una persona y eso no favorece el bienestar de nadie. Al contrario, tienen un impacto profundo sobre la autoestima de la persona porque le están diciendo que su forma de amar y/o de relacionarse sexualmente es inválida, incorrecta y enferma. ¿Cómo va una persona a valorarse a sí misma con este tipo de mensajes? Si en todo momento me están diciendo que lo que soy yo es enfermizo, la valoración de mí mismo no va a ser buena.

Además, afecta a cómo viven su sexualidad. Las personas que reciben este tipo de técnicas homófobas tienen su sexualidad profundamente deteriorada. Lo único que consiguen es que las víctimas repriman su sexualidad, la forma en que se relacionan con los demás y castran su personalidad. Son destructivas. Causan un perjuicio tremendo a las personas que las sufren y hacen que desarrollen una aversión hacia sí mismas y su propia sexo afectividad. Todo esto es fácilmente comprobable con la evidencia científica disponible, ampliamente recopilada por la Asociación Estadounidense de Psicología.

¿Qué hay detrás de estas técnicas?

Hay integrismo religioso, una profunda homofobia y una absoluta falta de conocimiento de las vivencias sexuales. Hay que decir que no se rigen por los conocimientos científicos. Consideran la homosexualidad una enfermedad, lo cual ya califica su discurso, porque tenemos clarísimo desde hace décadas que no lo es. Estos grupos tienen una visión de la homosexualidad como si fuera algo adquirido, producto de determinadas circunstancias traumáticas. Sin embargo, es algo innato y no se aprende. ¿Crees que un gay en Chechenia no querría dejar de ser homosexual para que no lo matasen?

Nada de lo que dice esta gente tiene validez. Y es que utilizan una pseudoexplicación científica y palabrería para tratar de justificar algo que no tiene fundamento: que la homosexualidad es producto de un trauma y se puede cambiar.

¿Ha recibido alguna vez en su consulta a personas que han pasado por estas técnicas?

Sí. Vienen con una enorme depresión, con una relación pésima con su sexualidad y la autoestima totalmente destruida porque les han estado diciendo durante años que son enfermos. Siempre son personas a las que sus propios entornos familiares les han inducido a ello. Son familias profundamente conservadoras, religiosas y homófobas. Ellos han tenido que pasar por años de sufrimiento, de dudas y de pensar que son enfermos hasta llegar hasta aquí.

El obispado de Alcalá ha asegurado que “no renuncia a acoger y acompañar a las personas que libremente lo soliciten”

Es algo absolutamente falso. Como te decía, las personas que acuden a estas técnicas van presionadas por su entorno homófobo y porque desde pequeños han estado recibiendo el lavado de cerebro de que la homosexualdiad es una enfermedad y que se cura. Si no fuera por eso, no iría nadie. Estos mensajes de la voluntariedad son muy perversos. Por otro lado, no son técnicas de acompañamiento ni acogimiento. Al contrario, están empujando y obligando a las víctimas a tratar de aparentar algo que no son.

En eldiario.es hemos recibido cartas de personas que supuestamente pasaron por estas sesiones, lo que en determinados foros ultracatólicos se llama “exgay”. Entre otras cosas, hacen afirmaciones como que pudieron “comprender la verdad de las causas” de su “atracción” o “iniciar libremente un camino de sanación y maduración”.

Este tipo de testimonios no tienen ningún tipo de validez. Son respuestas que tienen preparadas cuando salen este tipo de artículos. Ni siquiera sé si podríamos considerar que son responsables de lo que están diciendo porque están abducidos por dogmas fundamentalistas. La orientación sexual no se puede cambiar.

Muchos de los chicos que yo he tratado y que han pasado por estos procesos nos contaban cómo les presionaban diciéndoles que dijeran que ‘habían sido curados’. Ahora son conscientes de que estaban atrapados en una mentira que han ido lanzando al mundo.

Aunque aparentemente son técnicas dirigidas a hombres y a mujeres, están muy dirigidas a ellos. ¿Por qué?

Yo creo que ocurre porque la Iglesia es machista y le presta muchísima más atención al testimonio de los hombres. Sé de mujeres que han pasado por ahí, pero la mayoría son hombres. Las mujeres no tienen presencia en la Iglesia ni siquiera para eso.

Son terapias prohibidas por la ley LGTBI de la Comunidad de Madrid y por otras muchas legislaciones a nivel autonómico. ¿Cree que se persiguen lo suficiente?

No, para nada se persiguen lo suficiente. De todas formas es que esta gente funciona en entornos profundamente religiosos y sectores muy conservadores de la Iglesia. Son entornos muy ocultos. Y muchas víctimas se sienten tan avergonzadas que ni siquiera se atreven a denunciar. Tienen mucho miedo de la familia, además. Se sienten fracasados y piensan que no han sabido reconducir su orientación sexual.

Usted es uno de los mayores expertos de psicología afirmativa LGTBI. ¿Qué significa?

Cuando la evidencia científica demostró que nadie tiene que curarse de la homosexualidad y que no es una enfermedad, la comunidad científica se puso de acuerdo en que lo que debíamos hacer era afirmarlo, acompañar a la persona para que lo viva con libertad y naturalidad y revertir las secuelas de la homofobia que ha sufrido. Es decir, justo todo lo contrario de lo que dicen las técnicas reversivas como las del obispado.

Consiste, primero, en ayudar a corregir los falsos conceptos de la homosexualidad con los que nos instruyen desde que nacemos, tienes que ayudar a estas personas que acuden a reconstruir sus relaciones, a superar las secuelas emocionales y tener una mejor relación con su sexualidad, profundamente dañada. Cada uno es un mundo, pero en general es así. Este tipo de situaciones son consecuencia del rechazo, del maltrato y de la homofobia que han vivido.

“El deseo puede llegar a funcionar de forma perversa, pero nunca se debe criminalizar”

Aixa de la Cruz, autora de ‘Cambiar de idea’

Es curioso cómo unas memorias escritas de manera muy específica, que hablan de drogas muy específicas y de una infancia muy específica, se pueden catalogar como un retrato generacional. La clave de que haya ocurrido con Cambiar de idea (Caballo de Troya) radica precisamente en su título. Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) da cuenta de sus treinta años de vida a través de diversos vaivenes que, sin quererlo, describen muy bien a una masa de jóvenes obligada a desaprender para encabezar un cambio.

Paradójicamente, Cambiar de idea no se sustenta en genéricos. Aborda desde las fiestas salvajes de los veintipocos hasta las resacas infernales de los veintimuchos, desde un matrimonio fallido con un mexicano hasta diversas experiencias lésbicas, y desde el gusto por el dolor físico hasta la indiferencia emocional frente a la violencia explícita.

Todos estos episodios tejen una red alrededor de dos acontecimientos que sustentan el verdadero cambio en la autora, el del despertar feminista: haber presenciado la violación de su amiga Garazi cuando eran niñas y el brutal accidente que estuvo a punto de reducir a polvo los huesos de Zuriñe. Dos tipos de cuerpos femeninos vulnerados y violentados sobre los que pivota un ensayo memorístico que escuece como la sal en una herida mal cerrada.

Se ha definido Cambiar de idea como un relato generacional. ¿Es una forma de hablar de los millennials como frágiles ideológicamente?

La verdad es que he escuchado un poco de todo. Hay gente que lo ha visto muy generacional, pero me gusta porque ven así el hecho de desdecirse y de cambiar de idea. Somos una generación que se ha visto atrapada en diferentes momentos de conciencia colectiva. Nos ha tocado reconstruirnos mucho y asumir que lo que era normal cuando teníamos 15 años, de pronto ya no lo es.

Más que unas memorias reposadas, parecen pensamientos escritos a borbotones. ¿Dónde queda la vulnerabilidad y dónde colocas el filtro en la edición de este tipo de textos?

He ido pasando el texto original por diferentes filtros y cada vez el filtro era un poquito más pequeño. El primer borrador tenía mucho que ver con una estructura clásica y psicoanalítica. Una vez pulido, me he tenido que enfrentar a asuntos más prácticos relacionados con la ética de publicar estos textos.

Es decir, yo soy responsable de lo que me ha sucedido a mí, pero no puedo contar mi historia sin terceras personas. Y, claro, ahí la cosa se pone complicada. Le he pedido permiso a casi todo el mundo que aparece citado, y lo he obtenido por parte de algunos y por parte de otros no. Por tanto, he modificado ciertas partes para que los afectados no se vieran identificados pero que la historia fuera equivalente.

Comienzas con una descripción brutal del accidente de tráfico de una amiga. ¿Por qué escogiste un punto de partida tan físico para analizar la violencia sexual?

Me suelen preguntar de qué va el libro y me cuesta sacar un tema que lo unifique todo. Es verdad que la violencia sexual lo vertebra y, sin embargo, no es del todo cierto. Lo que quería remarcar con este comienzo es que son unas memorias sobre cómo adquiero conciencia del otro y la capacidad de enfrentar el dolor del de enfrente sin tantas mediaciones.

Empieza en un momento en el que estoy muy ensimismada en mi tesis, que trataba sobre las representaciones de la tortura, de manera que me pasé cuatro años rodeada de imágenes violentas, de testimonios terribles y aprendiendo a protegerme frente a esta violencia mediante el discurso. En este primer capítulo, me enfrento a lo que le ocurre a mi amiga, que está destrozada por un accidente de tráfico terrible y me presento allí con mis herramientas teóricas de siempre como si siguiera dentro de mi tesis.

Pero ella no me deja mirarla con distancia, me obliga a mirarla de otra manera sin intermediaciones. Es entonces cuando se da una transformación en mí que me va a enfrentar a otros tipos de violencia con una sensibilidad distinta que no había tenido hasta entonces.

¿Tendemos a normalizar la violencia sobre el cuerpo de una mujer hasta que no vemos cicatrices y heridas abiertas?

Si, totalmente. A nivel simbólico hablo de este cuerpo accidentado para introducir la idea general de los cuerpos vulnerados de las mujeres. Empiezo con una amiga que ha sufrido una violencia del tipo físico-traumática, en el sentido de impacto, y acabo hablando de heridas más relacionadas con la psique, con los traumas psicológicos y con las secuelas que deja la violencia sexual. Así que se genera una especie de círculo cerrado.

Esa indiferencia ante el dolor ajeno era un mecanismo de defensa por haber presenciado la violación de una amiga por parte de su padre. ¿Cómo llegaste a esa conclusión a partir del accidente?

Como te decía, este texto proviene de otro mucho más amplio y con un carácter más psicoanalítico que literario. Fui analizando mi biografía y viendo hacia dónde me llevaba, y me di cuenta de que me llevaba sobre todo a lugares culposos. Tenía una sensación de no haber actuado bien.

Y, al final, la herida relacionada con la culpa más importante de mi vida me llevó a ese episodio de la infancia. Cronológicamente, ese episodio ocurre al mismo tiempo que el propio proceso de autodescubrimiento que llevo a cabo en el libro. Empiezo desde lo más reciente y poco a poco voy ahondando en el pasado hasta que llego al origen de la herida.

Si haber sido testigo de una violación te enquista la culpa hasta tal punto, ¿cómo no se disparará ese sentimiento en una víctima a la que se acusa de consentimiento?

Es curioso, porque hay dos tipos de culpa. La primera es una culpa violenta que se ejerce sobre la víctima, que forma parte del sistema de opresión y de la cultura de la violación, que es absolutamente no productiva y que la revictimiza.

Por otro lado, soy defensora de otro tipo de culpa que sí puede ser productiva. Creo que muchas veces somos copartícipes de violencias que están muy normalizadas e institucionalizadas y que la culpa es esa llamarada que nos hace tomar conciencia de una situación que estábamos normalizando. Desde el malestar y la incomodidad propias, podemos hacer una deconstrucción e intentar cambiar.

Leaving NeverlandExamen de conciencia…se está trasladando el foco a los testigos o a quienes callaron. ¿Es lo justo? ¿O esta búsqueda continua de un culpable omnisciente descarga la responsabilidad del agresor?

La verdad es que no tengo una respuesta muy clara sobre esto. No sé hasta qué punto, como bien dices, es productivo seguir culpándonos por errores del pasado. Yo en general tengo la sensación de que han cambiado mucho las cosas en los últimos años y ya no me juzgo con la misma dureza sobre algo que hice a los 14, a los 18, a los 20 años, porque vivíamos en un mundo distinto en el que todavía no habíamos tomado conciencia sobre ciertas cosas.

Pero yo soy implacable conmigo misma y con la gente que tengo cerca desde el año 2017, en el que todos nos vimos envueltos en un proceso de revisión de culpas colectivas que ha hecho que ahora tengamos mucha más conciencia. Me parece poco productivo empezar a señalar las culpas, pero en este punto ya no podemos tolerar ciertas cosas. Por eso, más que revisar el pasado, me parece importante tomar conciencia sobre el presente.

Escribes que, cuando salió la sentencia de ‘la manada’, te llegaste a plantear tus propias fantasías sexuales de sumisión y sometimiento. ¿Cómo revisarse a una misma sin caer en el juicio moral que te imponen desde el exterior?

No se puede legislar sobre las fantasías sexuales de nadie porque hemos sido educadas en un entorno determinado. Recuerdo un artículo de Gabriela Wiener que me impactó mucho en el que relataba cómo una chica que había sido violada en su adolescencia decía que, sin embargo, se excitaba con imágenes de violación. Ella no lo entendía. Pero es algo muy común entre las víctimas.

De alguna manera, el trauma sexual también funciona así: acaba configurando nuestro deseo desde la violencia y desde el propio evento traumático. Teniendo en cuenta que la psicología del deseo puede llegar a funcionar de formas tan perversas, lo que no podemos hacer nunca es criminalizar el deseo privado de las personas.

¿Cómo diferenciar entre el deseo real y al que nos han forzado?

Me ha ocurrido algo curioso en mi vida diaria. Siempre he sostenido que no se puede legislar sobre el deseo y que podemos tener un discurso público activista, y que eso es más importante que nuestras fantasías sexuales.

Pero, a medida que iba deconstruyendo ciertos comportamientos a nivel teórico, y pasado un periodo de latencia de seis meses o un año, empecé a ser muy crítica con el porno (y seguía viéndolo). Hasta que llegó un día en el que, de pronto, no pude hacerlo más. Así que empiezo a tener dudas sobre si realmente el deseo y la fantasía son conceptos inamovibles, o no.

Hablando de dudas, tu percepción del género es quizá lo más cambiante del libro. Vas desde el rechazo absoluto a todo lo que implica ser mujer hasta la vanidad de encajar en los cánones de belleza patriarcales. ¿Cómo te percibes ahora?

La verdad es que sigo siendo muy contradictoria en relación a este tema. El cambio más importante se dio cuando pasé a una negación absoluta de todos los condicionantes que tiene ser mujer. Es decir, yo era consciente de que ser mujer tenía que ver con una opresión y pensaba que si me desligada de la lucha eso ya no iría conmigo.

Partía de un rechazo muy fuerte hacia hacia todo lo asociado con lo femenino, e incluso al principio con el feminismo. Me molestaba mucho que un movimiento se tomara el derecho de hablar en mi nombre en tanto que mujer. ¿Qué es ser mujer y por qué tengo que formar parte de esta categoría?

En todo caso, he acabado entendiendo que la lucha es colectiva y que para formar parte de ella y para obtener representación política sí que me tengo que sentir identificada como mujer. Hay que aceptar esa categoría y ahora no tengo ningún problema en sentirme cómoda dentro de ella. También me he obligado a quitarme todos los prejuicios con respecto a lo considerado femenino y en esas andamos.

Encima ahora existe esa coletilla de “yo no soy feminista, soy femenina”. 

Total. Pasan estas cosas y te vuelve a salir el monstruo de dentro y diciendo, ¡no, yo no soy eso! (ríe). Tiendo a sentirme incómoda en general con las identidades estables. Lo más lógico es ser consciente de que las identidades a veces son volubles y flexibles y que en un momento nos podemos sentir así y al siguiente no. Que un día podemos sentirnos perfectamente identificadas con el concepto social de lo femenino y al día siguiente renegar del mismo.

Aixa de la Cruz, autora de ‘Cambiar de idea’

Dices en el libro que “los editores que no publican a mujeres andan locos por publicar a mujeres que escriban de una determinada manera”. Es decir, de una manera masculina. ¿Ocurre ahora justo lo contrario? ¿Se busca destacar el feminismo a la fuerza en el faldón de cualquier libro escrito por una mujer?

En efecto. Es una cita que me han sacado mucho y una de las que más pronto ha caducado. Desde que escribí este texto han pasado dos o tres años en los que hemos visto que el feminismo ha tenido un auge muy importante y al mercado le ha empezado a interesar vender ciertas voces y ciertos textos. Se puede percibir como una moda. Es verdad que ahora mismo hay muchas voces femeninas, muchos textos que se venden como feministas y a mí me parece estupendo todo. Mi único miedo es que perdure. Que sea tratado justo como una moda.

En los últimos cuatro meses he encadenado muchísimas buenas lecturas y todas son libros escritos por mujeres. Podemos correr el riesgo de dar por hecho que esta lucha está ganada demasiado pronto. Pensar que las mujeres están súper asentadas en el mundo literario, que ya tenemos una voz que nadie nos va a cuestionar y que, de pronto, no sea así. Que los editores se estén tomando esto como una moda y que cuando pase la ola fuerte volvamos a las andadas. Diría que es el único peligro. Por lo demás, me parece que en este sentido en muy poquito tiempo hemos ganado un montón.

Pero el feminismo no es un género literario. Si al final en las estanterías de novela negra o memorias sigue habiendo más hombres, ¿existe el riesgo de haberse hecho un hueco a nivel temático?

A nivel temático es evidente que irá fluctuando. Si las mujeres que están publicando ahora y reciben mucha atención, deciden en cinco años ponerse a escribir ficción masculinista tipo thriller, a mí me parecerá estupendo. Lo que es más peligroso es que desaparezca la cuota de mujeres, no tanto que dejen de escribir sobre lo femenino.

Si la única forma que tenemos de ganar ganarnos un micrófono es hablando sobre temas relacionados con la mujer, eso también es un tipo de discriminación. Una integración plena en el sistema literario sería que recibamos la misma atención que un hombre escribamos sobre lo que escribamos.

El riesgo de convertir el feminismo en una “moda” va más allá de lo literario, se usa para conseguir votos a través del “feminismo liberal” o vender camisetas. ¿Qué le hace más daño al movimiento: ser poco exigente o excluyente?

Claro, es que está esta paradoja entre, ¿qué preferimos? ¿Firmar por unos básicos y que por tanto el feminismo sea más abierto a todas las mujeres del mundo?¿O lo que queremos es que el feminismo sea realmente una fuerza de cambio y que por tanto signifique el final de todos los privilegios y de todas las represiones? Porque ahí no encajarían conceptos que para mí que son un oxímoron como el de feminismo liberal.

Conozco a compañeras que no acaban de encontrar una respuesta a este dilema. Yo aquí soy más tajante. Creo que el feminismo no puede ser liberal del mismo modo que no puede ser de derechas. Porque feminismo no solo busca la igualdad entre hombres y mujeres, busca la igualdad. Sin más. La gente de derechas acaba buscando privilegios para un sector determinado de la población y eso ya a nivel de formulación va en contra del feminismo.

En Ciudadanos, por ejemplo, están intentando sumar adeptas a un “feminismo” individualista que no genera incomodidad. 

En el caso de Ciudadanos, en particular, me parece repugnante la forma en la que están frivolizando todas las luchas. Han conseguido relacionar la lucha LGTBI con la gestación subrogada, que me parece uno de los emblemas del neoliberalismo más brutales que se me ocurren. Y están intentando hacer algo parecido con el feminismo, sin duda.

Trivializarlo o quitarle cualquier componente de lucha anticapitalista y hacerlo cómodo para las mujeres que quieren igualdad salarial y quieren llegar a los puestos de administración para explotar a otras mujeres o a otros hombres que estén por debajo. Para mí, obviamente, ese no es el espíritu de la lucha feminista. Pero bueno, qué le vamos a hacer. Al final hay que seguir alzando la voz y seguir desmintiendo estos discursos. No podemos hacer otra cosa.

El boxeador trans que enseñó a abrazar a otros hombres dando golpes sobre el cuadrilátero

Thomas Page MacBee PATRICIA J. GARCINUÑO

Mónica Zas Marcos

Muchos boxeadores se suben a un ring para validar su hombría o para evitar partirse la cara cualquier otro día en la calle. Thomas Page McBee (Carolina del Norte, 1981) lo hizo al revés: para entender que la naturaleza violenta no está escrita en las hormonas y demostrar que se puede desvincular de la mentada masculinidad tóxica.

Sobre un cuadrilátero de Madison Square Garden, en Nueva York, McBee descubrió los miedos, las inseguridades y los tabúes de los hombres que boxean y de todos los demás. También de los trans. A él siempre le habían dicho que era distinto y que no debía preocuparse por esos instintos nocivos, pues, al fin y al cabo, no había crecido con ellos. Hasta que un día, después de su transición, en un conato de pelea callejera, supo que podía pegarle dos buenos puñetazos a un matón tatuado, con aliento a licor y dos metros de altura. Es más, no solo podía, sino que quería hacerlo.

A través de una preparación exprés de boxeo, McBee escribe una biografía personal que es a su vez un estudio sobre la masculinidad, los estereotipos frágiles del macho occidental y la necesidad humana -que no femenina- de afecto.

Tras dolorosas y costosas operaciones, años de inyecciones y un proceso psicológico muy complejo, el escritor culminó su transición y comprendió su cambio de rol en la sociedad.

“Aunque los hombres me han hecho daño y han abusado de mí, sé que ahora soy percibido como una amenaza”, asume sentado en un hotel del centro de Madrid, donde presenta su libro Un hombre de verdad (Temas de hoy) . Él no fue calificado como tal hasta los 30, por eso quiere acabar con esa etiqueta a golpes desde el cuadrilátero, pero sobre todo desde la prosa.

¿En qué momento decidió resolver su “crisis de masculinidad” a través de un deporte de contacto asociado con la violencia?

La sombra de nuestra cultura es la violencia. Hasta ese momento, mi relación con la violencia era fingir que no tenía ningún tipo de impulso que fuera en esa dirección. Pero cuando me encontré en aquella pelea callejera, sentí cómo me recorría el deseo de herir a ese hombre que me estaba intentando pegar.

Para mí tenía más que ver con querer afrontar esta violencia que es parte de nuestra cultura y que se espera de mí como hombre, en lugar de fingir que soy ya el hombre perfecto que lo tiene todo controlado. Quería encarar mi peor parte. La pregunta fue: ¿puedo emplearla de una manera que sea productiva en lugar de dañina? Y el boxeo fue el deporte perfecto para descubrirlo.

El ring no es el escenario típico de  una biografía trans. ¿Por qué se centró en un combate  amateur en lugar del tratamiento hormonal, la operación o el proceso de transición?

Al menos en EEUU, las historias de la gente trans han capturado un imaginario que encuentro muchas veces sensacionalista. Por eso intento hablar en mis libros sobre temas universales. Soy consciente de que la gente quiere mantener una distancia prudencial conmigo por este tema, pero mi objetivo es acercarme.

Hace mucho tiempo que quería hacer preguntas sobre la masculinidad. Pero, cada vez que lo intentaba, o no me tomaban en serio o decían cosas como, “es que los tíos son así”, o “tú no eres ese tipo de hombre, así que no te preocupes por eso”. Durante la pelea callejera, sin embargo, la violencia me amenazó de una manera distinta. Yo también puedo ser violento.

Así, me surgieron muchísimas otras preguntas: sobre el deseo de agredir, sobre cómo funciona la testosterona, si influye o si hay algo innato en las hormonas en términos de violencia (que en absoluto). Por todo lo que descubrí gracias al boxeo, creo que la pelea era el punto de partida más sincero.

Thomas Page MacBee PATRICIA J. GARCINUÑO

Más que de una masculinidad tóxica, el libro habla de una masculinidad frágil. ¿Cuál es la conexión que encontró entre ambas?

La masculinidad frágil es un componente de la masculinidad tóxica. La definición de masculinidad tóxica es un conjunto de comportamientos socializados que enseñamos a los niños sobre lo que significa ser un hombre. Y una de las lecciones clave es que la masculinidad es un monolito. Para ser un hombre de verdad, debes aspirar a una única manera de ser un hombre. Y, si fracasas, entonces tu masculinidad es frágil.

Ese sentido de la masculinidad está a riesgo de perderse continuamente por factores externos. El miedo a perderla es lo que provoca comportamientos que asociamos con la masculinidad tóxica.

A un nivel superficial, es lo que ha intentado transmitir el anuncio de Gillette. Que las nuevas generaciones de niños se identifiquen con una masculinidad no monolítica. 

Justo. Me parece que lanza un mensaje muy positivo. Hay niños que están sufriendo daño real, como las víctimas de bullying, que podrían tener una infancia mejor si los adultos ayudasen. El anuncio muestra, a gran velocidad, las maneras primarias que llevan a los niños a ser hombres que hacen daño, igual que aprenden a comportarse con mujeres de forma peligrosa. Pero, para mí, lo mejor es que ofrece intervenciones muy razonables y sencillas que cualquier hombre puede hacer para evitarlo.

Sin embargo, las reacciones que ha despertado son poco razonables. ¿Por qué cree que los hombres se han identificado con la masculinidad tóxica en lugar de con la ejemplarizante?

Me encanta esa reflexión. Hay un término sociológico que se llama “amenaza de la identidad” y tiene que ver con la respuesta que han tenido ciertos hombres. Surgió a partir de un test falso en el que los sociólogos les decían a un grupo de hombres: “tu resultado en el test ha sido más femenino”. Amenazaban su identidad. De pronto, los que salían del test presentaban un perfil conservador, querían comprar coches más grandes o apoyaban invertir más dinero en el Ejército. Características asociadas a la masculinidad tradicional, en definitiva.

Así que, aunque los hombres no puedan explicar por qué reaccionan de forma tan negativa al anuncio, es muy probable que estén experimentando esta amenaza. Se han identificado tanto con la idea socializada de la hombría, que tristemente se han llegado a creer que es su propia identidad.

Thomas Page MacBee PATRICIA J. GARCINUÑO

Escribió en 2015 sobre una crisis global de la masculinidad. ¿Cree que estamos peor que entonces? En Europa vivimos el auge de los ultranacionalismos, pero EEUU tiene ahora  el Congreso más diverso y feminista tras la victoria de Trump.

En los 90 se reconoció por primera vez la masculinidad tóxica como un término que hasta entonces se llamaba masculinidad hegemónica. En 2008, con la gran crisis, esta idea entró en la cultura popular y la gente comenzó a hablar de un libro llamado El final del hombre, de Hannah Rosin. Aunque hubo su correspondiente histeria por el fin de la masculinidad, lo positivo de que muchos hombres se quedaran en el paro fue que aceptaron más responsabilidades domésticas.

Pero con la elección de Trump, el mundo vivió un gran retroceso. Como dices, aquí aún está pasando. Estamos en un cruce de caminos, donde todo lo que está mal está a plena luz y se ve. Cuando yo estaba escribiendo mi libro sobre la masculinidad antes de las elecciones de 2016, un montón de gente pensaba, “¿por qué estamos hablando de esto?”. Ahora es obvio el por qué hablamos de esto, pero lo que vamos a hacer al respecto aún no. Depende de nosotros.

Su libro ha sido destacado como uno de los mejores lanzamientos feministas del año. ¿Tuvo que cambiar su rol en el movimiento después de la transición?

He tenido que hacer muchos cambios, en muchos sentidos. Mi madre era feminista y yo lo he sido durante toda mi vida. Antes de mi transición, el feminismo me ayudó a entender las cosas que no debería tolerar en el trabajo. Tras mi transición, tuve que hacer lo contrario y rechazar mis privilegios. Eso fue un poco difícil de aprender.

Muchos de los comportamientos que me resultaban útiles antes de la transición, resultan dañinos para las demás ahora. Al ser un hombre que no parece trans, me encuentro en una postura distinta y tengo la obligación de ser un aliado. Pero a la vez, también soy abiertamente trans, y en ese sentido no puedo evitar que mi género esté al frente. Sigo aprendiendo cómo debo actuar, pero el feminismo ha sido uno de los pocos conceptos que ha sobrevivido a lo largo de toda mi vida.

Se califica de aliado. ¿Cómo fue ceder ese rol protagónico tras haber sufrido en sus propias carnes un abuso sexual y la violencia machista?

Esa puede que fuera una de las partes más complicadas de mi historia. Soy bastante sensible a este tema porque los hombres me han hecho daño y han abusado de mí. Pero por ello no puedo quitarme la responsabilidad de este cuerpo y de su efecto en las demás.

Caminando por el mundo con el aspecto que tengo ahora, soy percibido como una amenaza en ciertos contextos. Y entiendo por qué. Y no es que no me entristezca, pero me hace ser todavía más consciente de que tenemos que curar a los hombres para que las mujeres puedan ir tranquilas sin ver a los hombres como amenazas.

Ha presentado el libro junto a James Rhodes, cuyas memorias también abordan un episodio de abuso sexual. Sin embargo, usted lo trata de forma opuesta. ¿Cómo contarlo desde el empoderamiento en lugar que desde el trauma?

Mi anterior libro tiene mucho más que ver con la exploración de mi historia familiar. Mi infancia estuvo lejos de ser la ideal, en muchos sentidos. Abusaron de mí, era un niño trans y no estaba en el cuerpo que quería estar. Pero también existieron cosas maravillosas. Como mi madre murió justo antes de que yo escribiera este libro, quizá he reflexionado mucho sobre mi infancia y las cosas que me ayudaron a convertirme en quien soy ahora. Y he llegado a la conclusión de que el equilibrio triunfó.

He tenido mucha suerte de tener la madre que tuve y una familia que me apoyaba. Y, cuanto más mayor me hago, me doy cuenta de que todo el mundo pasa por algún trauma en su vida. Puede que no sea una violación o un abuso. También puede ser una pérdida o la muerte. Teniendo todo esto en cuenta, creo que he tenido muchos recursos, he podido curarme y moverme en esa dirección en lugar de enfocarme en lo malo.

Thomas Page MacBee PATRICIA J. GARCINUÑO

Ahora que hay niños y niñas comenzando su transición mucho antes. ¿Qué cree que fue lo mejor y lo peor de haberla completado en la treintena?

Lo peor es obvio. Y, aunque me siento muy agradecido por todas las fases de mi vida, no puedo recuperar el tiempo perdido. Fueron muchos años de no saber lo que es sentirse en casa dentro de mi propio cuerpo. Es difícil de explicar, pero realmente yo pensaba que era una sensación común y que nadie se sentía cómodo con su cuerpo. Eso sí que se lo hubiese deseado a mi yo más joven.

Pero no cambiaría la mejor parte: pasar el condicionamiento de género como adulto me dio muchísima ventaja y acortó un proceso que habría sido mucho más largo. El poder explorar y ser capaz de afrontar estas cuestiones acerca de la masculinidad, es muy difícil para los hombres. A mí se me hicieron mucho más obvias porque no tuve una infancia masculina y tuve más urgencia por encararlas.

Explica en el libro que muchas de estas contradicciones se dan en sus relaciones con mujeres. ¿Qué fue lo que más tuvo que trabajar con ellas tras la transición?

Fue raro porque antes de mi transición vivía en un mundo queer porque las mujeres me veían como una persona masculina, pero no tenía tetosterona. Por ejemplo, yo nunca he sido un buen cocinero, lo cual antes estaba bien. ¿Por qué tenía que saber cocinar? Pero, después de mi transición, ya no está tan bien [risas]. Sentía que tenía que compensar que los hombres no hagan esas cosas aprendiendo a hacerlas, y en eso mi historia no importaba para nada. Al final del día, yo no era más que un hombre que no cocinaba.

Ser un hombre trans es diferente a ser un hombre que no nace trans. Comprendo ciertas experiencias que ha tenido mi mujer y que quizá a un hombre cis le costaría más. Pero generalmente importa más la manera en la que el mundo la trata a ella, y la gran diferencia que existe con cómo me trata a mí. Intento ser muy consciente de todo esto.

También aborda lo poco que le costó ganarse el respeto de los hombres tras la transición. ¿Fue duro tener que volver a ganarse el de las mujeres?

Más bien he tenido que darme cuenta yo de las maneras en las que no me estaba ganando su respeto. Es complicado, porque las mujeres en mi vida sentían empatía por mí como hombre trans. Veían las barreras y los prejuicios hacia la gente trans, así que me dieron mucho margen. Aunque a mi mujer, en concreto, se le da súper bien señalar los comportamientos que no estaban alineados con mis valores [risas].

Prefiero que la gente me haga responsable a que sean condescendientes por mi naturaleza trans, sobre todo las mujeres en mi vida. Les he dejado muy claro que yo quiero su feedback y he tenido que demostrarles que, si me afean algo, no tiene nada que ver con ser tránsfobo. Quiero saber cómo puedo ser un mejor aliado, un mejor compañero de trabajo, mejor jefe, mejor amigo, mejor esposo…aunque esto último mi mujer me lo dice sin problemas [risas].

AMAIA BARRENA (ORGANIZADORA DE LOS ENCUENTROS LGTBI+ ) : «¿Por qué la estatua a los Fueros no puede llevar una fusta sado?»

Kattalingorri ultima los preparativos del primer encuentro estatal LGTBI+ que se celebrará en Iruñea. Amaia Barrena, licenciada en Psicología y especializada en Sexología, es una de las trabajadoras del colectivo implicada en este proyecto.

¿En qué consistirán los XXX encuentros estatales LGTBI+ que preparan en Iruñea?

El próximo fin de semana celebraremos una serie de ponencias y talleres sobre distintos temas en Baluarte. Y el domingo cerraremos los encuentros con una kalejira y un acto de homenaje a los impulsores de distintos movimientos LGTBI+ de Nafarroa. Habrá una declaración con las conclusiones de todo lo hablado, pero que se centrará en políticas públicas y servicios LGTBI+ públicos, algo que consideramos importantísimo. Los colectivos que tomen parte se adherirán al manifiesto para reivindicar luego esa línea de trabajo allá donde vienen.

¿Cuántos colectivos participan?

Hay más de 150 participantes y se siguen apuntando. Entre partidos, sindicatos y demás, hablamos de más de 30 entidades de distintas zonas de la Península: Madrid, Balears, Barcelona, Murcia, Galiza…

¿Qué reto supone llevar adelante un evento así?

Los encuentros estatales tratan temáticas que son de interés general del colectivo, pero al final de cada uno se dejan puertas abiertas e hilos que hay que seguir desarrollando cuando se recoge el testigo. De Iruñea saldrán otros. Acertar en eso es fundamental. Y el otro reto pasa por mostrar la realidad de Nafarroa, cómo es el colectivo LGTBI+ de aquí, qué recursos hay, qué políticas hay, qué necesidades… De estos encuentros tienen que surgir reflexiones que nos ayuden a seguir avanzando aquí en Nafarroa. Y a esta parte teórica hay que sumar la logística, dónde duermen y comen los que vienen, dónde discurrirán las actividades… Apostamos por Baluarte, porque da un aire de seriedad y estos encuentros constituyen algo importante.

En Iruñea tiene un enorme peso lo carca, el Opus, el tradicionalismo. En su cartel aparece la Estatua a los Fueros con bigotón, empuñando una bandera multicolor y una fusta sado. ¿Podrá el movimiento LGTBI+ de subvertir todo eso?

La temática del encuentro no es que sea revolucionaria en sí, pero si la comparamos con lo anterior, sí que supone un cambio radical. Venimos de un tradicionalismo católico con olor a rancio y ahora nos sentamos a hablar de políticas públicas que ya están en marcha. El logo sí que resulta subversivo. Aunque, más que eso, yo diría que apropiador. Pasó también con la bandera, que se unió a un movimiento político concreto hasta que la gente dijo «oye, que yo también soy navarro», y empezó a reivindicarla. Las personas del colectivo LGTBI+ también somos navarros y hay una ley propia de 2017 que supuso una victoria histórica para el colectivo. ¿Por qué no va a empuñar la estatua a los Fueros nuestra bandera? ¿Y por que no va a llevar una fusta sado representando eróticas que forman parte de la diversidad? Es una fusta que además es hisopo de los joaldunak. Y lo del bigotillo… pues permite jugar con la ambigüedad de la figura. ¿Es un hombre, es una mujer? ¿Por qué tiene que ser una cosa u otra?

Uno de los temas centrales de los encuentros es la interseccionalidad. ¿Qué significa exactamente?

Significa entender que a las personas nos atraviesan diferentes realidades y que podemos estar sujetas a múltiples discriminaciones. Una persona puede ser discriminada por su orientación sexual, pero además por ser mujer, inmigrante, pobre… Y eso implica la necesidad de activar políticas públicas integrales y hay que tenerlo en cuenta a la hora de legislar. Ese será un temas central, como también lo será la violencia intragénero y cómo se interrelacionan los feminismos con lo LGTBI+.

¿Todo va a ser así de serio?

Las ponencias son la parte más seria. Los talleres son mucho más vivenciales y la gente se suelta más. Haremos un miniakelarre y una performance con los cuerpos. El domingo saldremos en kalejira con una txaranga. También habrá fiesta, un momento de encuentro, en Geltoki. Es un momento para encontrarnos, para conocernos después de tanto hablar. Será cerrada para los inscritos.

Que el movimiento LGTBI+ navarro haya apostado por organizar estas jornadas da la impresión de que pasa por un buen momento.

No puedo hablar por todos. Muchos grupos tienen un punto anarco y libertario, pero todos ven bien que haya una ley, un servicio público. Y sí que es cierto que lo LGTBI+, como movimiento, está hoy más visible. Hemos pasado de solo existir en las calles a estar también en el discurso político. Que haya estos encuentros, locales, subvenciones municipales… impulsa a moverse, a hacer actividades. En Zona Media ha surgido otro colectivo y eso está muy bien, porque si no todo está en Iruñea. Estamos muy vivos.

“La disforia de género es como estar con un grupo de gente que no te cae bien”

Alba Palacios es la primera mujer trans en jugar al fútbol en una liga federada en España. En esta entrevista relata el proceso, habla de sus miedos y repasa las diferencias entre un vestuario de hombres y otro de mujeres. 

Alba Palacios, primera jugadora trans de una liga de fútbol.- RICHI ESQUILAS

Alba Palacios es jugadora de Las Rozas C.F, un equipo de Preferente femenino. Las aspiraciones de este humilde equipo pasan por ascender de categoría y Alba, que hace las veces de central, lateral o extremo, lleva tres goles. De momento, son las líderes de la división.

La vida de Alba, de 33 años, no sería noticiosa si no fuese porque hace dos años empezó un proceso de cambio de sexo que está cercano a finalizar. Aún no tiene nuevo DNI, pero la Federación madrileña de fútbol expidió un permiso especial para que pudiese competir con mujeres.

Hasta hace nada, Alba era Álvaro y, de puertas para fuera, nadie podía presagiar el cambio. Tenía trabajo, pareja, una buena relación los padres, un equipo donde jugar los domingos y desfogarse… Pero un buen día decidió acudir a un psicólogo para intentar resolver una cuestión de llevaba arrastrando toda la vida: desde que era pequeño, pensaba que tendría que haber nacido mujer. Ella insiste en que por suerte, nada de eso que era el eje central de su vida social ha cambiado.

Ya sea división de élite o en campos embarrados, lo cierto es que Alba se ha convertido en la primera mujer trans federada en una liga de fútbol en España. ¿Y qué se siente al ser la primera persona en hacer algo?: “Me considero tan simple que no me lo creo. Tampoco me creo que sea referente, aunque luego te vengan y te digan que sí”, dice Palacios.

“Yo creo que es una enfermedad—la disforia de género—, porque es algo que te pasa sin que tú lo puedas asimilar. Sé que suena muy bruto, pero es como el cáncer. El cáncer es una célula que se desarrolla diferente y no eliges que te pase eso, pues con esto igual”, asegura Alba, queriendo ser bien entendida y evitando las polémicas en todo momento. “Tenía todo en mi vida, ser transexual no es una opción. Hacer ese cambio y tener el miedo de perderlo todo… A ver quién tiene las narices de hacer esto”, remarca. Sin embargo, pese a iniciar el proceso ya en la treintena, asegura que desde los siete años sentía incomodidad con su sexo.

Dice que los médicos del Hospital Ramón y Cajal nunca pretendieron que tomara medicación psiquiátrica, porque la mayor parte de esos tratamientos solían acabar en suicidios. Aún sin ese tipo de terapias, Alba comenta bajando la mirada que sí intentó quitarse la vida en el pasado. Fue al empezar su tratamiento hormonal cuando su cabeza y su cuerpo empezaron a estar en sintonía.

Del mito de jugadora frustrada a la sencilla realidad

Alba se ha convertido en la gran protagonista de su liga, totalmente amateur, en la que ninguna jugadora puede vivir del fútbol. Ha pasado por muchos medios nacionales y dice que, para hacer callo, se lee todos los comentarios que ponen donde hablan de ella. Un ejercicio kamikaze si conoces la falta de sensibilidad de Internet: “Al principio me dolía pero me hago más fuerte”.

Además, se toma con humor la manera en la que se ha contado su historia: “Dicen que he tenido una carrera frustrada y exageran todo. Yo tengo trabajo y es lo que me da de comer”, cuenta con franqueza. Lo ha vivido como una cosa más. “La gente se cree que lo único que tenía era el fútbol y que era mi obsesión”, dice riéndose. Lleva nueve años en su trabajo y aún tiene pendiente el cambio de nombre, entre otras cosas, de sus títulos formativos. La vida no es solo fútbol.

Alba Palacios durante la entrevista. Foto de Richi Esquilas.

Alba cuenta que, pese a que pueda parecer ciencia ficción, hay cosas que se han dado demasiado bien para los malos presagios que ella tenía. Las instituciones, el ambiente, el entrenador… Todos vieron con buenos ojos que participase y los casos de transfobia han sido escasos. ¿Alguien se imagina si la situación fuese a la inversa? Una persona trans queriendo jugar con hombres no parece un escenario dulce para aquel que tenga que plantarle cara.

El fútbol masculino es muy machista. Nunca me atreví a decir nada cuando estaba en un equipo de hombres. Solo se lo dije a mi entrenador y a dos compañeros: uno se mareó y decía que no se lo creía y el otro se lo tomó bien pero no me volvieron a llamar. Me llevaba muy bien con ellos antes”, dice Alba con cierta resignación.

Es algo innegable que el ambiente de los vestuarios masculinos, por norma, no son lugares fáciles para alguien diferente: “No salen los gais, y te digo que hay gais, pero en un equipo masculino solo se habla de cuantas tías te has follado, de lo guay que eres…”, dice la jugadora.

Igualmente, pese a que su equipo aceptó su situación con total naturalidad, hubo equipos que pretendieron que no jugase en la liga: “Hay dos equipos que no querían que jugase en la liga. Se quejan de mí y al partido siguiente pierden 4-0. A ver qué excusa ponen ahí”, dice Alba. “Hay equipos que se han quejado y dicen que es imposible pararme físicamente”, algo que le molesta especialmente, dado que lo ha pasado mal con el proceso de hormonación. De cualquier jugadora se diría que es mejor que el resto; de ella se dice que es porque es trans.

Lo mejor de Alba es lo claro que se explica. Ya sabe que cualquiera puede leer lo que ella dice y prefiere colaborar en visibilizar la causa trans. Su manera de explicar lo que siente una persona con disforia de género es muy fácil de transmitir: “Es una sensación parecida a cuando estás con un grupo de gente que no te cae bien”.

El tratamiento, la vida en familia y la operación final

Sin embargo, asegura que apenas habla de este tema con su familia. Y pese a que dice que cada cuál tiene que ser libre para sentir o hacer lo que le plazca, ella prefiere guardar un perfil conservador en su día a día: “No me siento parte del Orgullo. Lo de las plumas y tal no me representa, aunque la verdad, a mí me da igual lo que haga la gente”, dice Alba. Dice que se ve más como votante de centro-derecha, aunque no quiere saber nada de Vox. La política tampoco es una de sus obsesiones.

El tratamiento de hormonas ha sido tan fuerte que ha perdido siete kilos de masa muscular en apenas medio año. Aún le queda la operación visualmente más importante, pero desde hace un tiempo Alba ya se siente una mujer. Todo gracias a la química. “Todavía no me desnudo completamente con mis compañeras, porque no me siento bien con mi cuerpo”, dice la jugadora. Y no es ninguna insconsciente, así que no niega el peligro de la operación, así como su propio miedo: “A mí me acojona muchísimo. El peligro es que se pasen y te penetren hasta el recto, así que tendrías que llevar bolsa hasta que cicatrice”.

El toque de ironía final lo pone ella, que de la noche a la mañana ha pasado de ser un hombre a una “dulce flor del jardín”. Ha notado mucho el cambio en el trato ahora que es mujer. Nunca es tarde para sufrir micromachismos en tus propias pieles. La vida es demasiado corta para afrontar sin sorpresa los giros de 180 grados, pero por suerte no todo se ha transformado, y ella podrá desfogarse como toda la vida, jugando al fútbol los domingos.

Alba Palacios jugando al fútbol. Foto de Richi Esquilas

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Donny Reyes, activista LGTBI en Honduras: “En elecciones, se llega a decir que votar por homosexuales es aberrante”

Donny Reyes, activista LGTBI y presidente de la Asociación Arcoíris de Honduras CRISTINA POZO GARCÍA

Sobrevivir, tener un espacio para poder hablar de manera libre, tener acceso a la Sanidad o encontrar un trabajo. Estos son los objetivos principales de los defensores de los derechos LGTBI en Honduras, comenta Donny Reyes, activista y director de la Asociación Arcoíris. En Centroamérica la esperanza de vida del colectivo es bajísima, muchos no superan la treintena, y ser activista es una de las labores más peligrosas.

Tras la ola represiva que se produjo después de las elecciones del pasado mes de noviembre, el clima sigue tenso. “Tras las elecciones, se suspendieron las garantías ciudadanas y todo quedó bajo el control de la policía. Muchas de las activistas desaparecieron y no sabemos si se fueron del país huyendo de la violencia. Las poblaciones más vulnerables pagamos la factura más alta”, asegura Reyes, que visita España estos días para dar a conocer la situación de las personas LGTBI en el país centroamericano.

¿Cómo es ser defensor de los derechos LGTBI en Honduras?

Ya ser una persona LGTBI en un lugar tan violento como Honduras es una afrenta al sistema patriarcal cultural religioso que se vive en el país, y cuando se asume el trabajo de la defensa de los derechos humanos como hombre abiertamente gay o una persona LGTBI es una doble afrenta a este sistema estructurado por la violencia y por los sistemas de represión.

Es una condición bastante dura y complicada porque además se cree que lo que estamos haciendo los hombres y las mujeres que somos homosexuales es una renuncia al statu quo que la sociedad nos dio. Se cree que estamos renunciando a esa figura de hombre y de poder para querer ser mujer. En contextos misóginos y patriarcales, en el contexto latinoamericano, es perder ese estatus de poder, lo cual genera un rechazo y una violencia.

¿Qué vive la comunidad LGTBI en el país?

Consideramos que hay tres elementos fundamentales para la violación de los derechos de las personas LGTBI en Honduras. Por un lado, están los medios de comunicación que contribuyen a la difusión de mensajes de odio y de rechazo. Por otro, el sector fundamentalista religioso que perpetúa los mensajes de violencia y, finalmente el Estado, que permite que todo esto suceda.

Entonces, mientras estos tres elementos no cambien y se mantengan en la cultura hondureña permeados por el fundamentalismo religioso y por un Estado conservador e indiferente, nuestras condiciones de vida van a ser desiguales. Nosotros no luchamos por nada más que sea la vida, nuestra principal lucha es tener una vida y que no se nos agreda o se nos mate. Ni siquiera estamos luchando más allá de otros derechos porque lo que necesitamos son garantías de que vamos a lograr llegar a los 34 años, que es la máxima esperanza de vida de una persona LGTBI en Honduras y en otros países de Centroamérica.

Es muy duro enfrentarse a sistemas opresores como el actual régimen hondureño que está gobernado por el militarismo. Un Gobierno que no es reconocido por el pueblo ni por la sociedad y cualquier voz disidente o de denuncia de derechos humanos es blanco para ser atacado.

“Existen campañas que vienen a decir algo así como que defender a personas LGTBI es defender a mareros, defender a delincuentes”

Para los activistas, existe una cadena de violencias. ¿Cómo se manifiesta en Honduras?

Ya solo ser una persona LGTBI es complicado y si ya hablamos de un activista… hablamos de la violación sistemática del Estado, de la negación de servicios básicos de salud y empleo. Hablamos también de la estigmatización. Existen campañas que vienen a decir algo así como que defender a personas LGTBI es como defender mareros, defender delincuentes… es una campaña constante en contra a través de los medios de comunicación y a través del Estado mismo.

Dicen por ejemplo que no vamos a la iglesia y lo que hacen es crispar a la gente, y esto pone a las defensoras y defensores en una condición de mayor vulnerabilidad. Nos hace estar expuestos y que haya mayor división en las familias.

Defender los derechos humanos también es pelearte con tu hermano o pelearte con tu madre y exponer la seguridad de tu familia. Es un manojo de contradicciones.

Ahora mismo, ¿en qué puntos se centra vuestro trabajo en el país?

En lo que estamos trabajando ahora es en la emancipación, en la búsqueda de mecanismos de autoapoyo y supervivencia. Arcoíris es un centro de acogida en donde hacemos de todo: acompañamiento psicosocial, legal, recibimos compañeros que han sufrido agresiones, les acompañamos a los sistemas de sanidad… El trabajo es atender directamente a la comunidad LGTBI víctima de la exclusión y de la violencia.

A la vez, estamos impulsando acciones de justicia, reclamación del derecho a la dignidad, impulsando iniciativas de ley para la no discriminación. Son cosas que parecen muy elementales, pero nos toca incluso ir hasta el lugar donde las asesinan, hacer reconocimientos, reclamar cuerpos, buscar lugares dignos para que sean enterradas y que sus cuerpos no terminen en fosas comunes.

A nivel legislativo, ¿en qué situación se encuentra el colectivo?

Desprotegido. No existe una ley que criminalice la homosexualidad como tal, pero no existe una ley que regule el tema de la discriminación. Si algún compañero o compañera se atreve a participar en contiendas electorales, existe un ataque crudo y voraz en los que se llega a decir que votar por homosexuales es aberrante. Y esto pasa en los medios de comunicación. Los compañeros que decidieron participar en política lo han pasado muy mal, algunos se exiliaron y otros fueron brutalmente asesinados.

Uno de los compañeros que se postuló electoralmente fue el periodista Erick Alexander Martínez que era periodista y fue asesinado de una forma cruel. Lo estrangularon, lo violaron, lo amarraron, lo tiraron a un risco en medio de la nada. Cosas atroces.

¿Cómo nació Arcoíris y cuánta gente encuentra apoyo en esta asociación?

Nació en el 2003. Necesitábamos un espacio libre de discriminación, un sitio seguro en el que poder expresarnos, donde poder hablar con nuestro novio o novia. Necesitábamos un lugar cómodo porque salir a la calle es imposible por el nivel de agresiones. Actualmente tenemos alrededor de 600 personas en la organización y es un lugar mixto. Y funcionamos más que como una asociación, como un hogar abierto.

Los años electorales son muy complicados. En el año 2017, en el marco electoral, se produjeron 34 asesinatos contra personas LGTBI. En los últimos cinco años, se han producido más de 240.

Todo cambió después de las últimas elecciones, ¿cómo está ahora la calle?

El país vive una crisis política y postelectoral que no se supera. Hay una división social y un rechazo social hacia el gobernante hondureño donde las condiciones de vida han empeorado. El país está muy militarizado, todo está bajo el control de los militares. Se podría decir que no existe la libertad de expresión. Honduras reporta el mayor número de agresiones y asesinatos a defensoras y periodistas.

Los familiares de las más de 30 personas muertas después de las elecciones temen que lo que sucedió en noviembre no se haga justicia. ¿Con qué se están encontrando cuando se dirigen al Gobierno para protestar?

Los plantones y las movilizaciones para reclamar justicia se producen a diario. Estamos a la espera de que se reanude el juicio de la compañera Berta Cáceres. Sin embargo, ahora mismo hay más de 200 estudiantes que reclamaron justicia que están criminalizados, que fueron expulsados de la universidad cinco años por protestar. El movimiento ambiental, el campesino, todo está perseguido. El país está en una situación de convulsión por el modelo capitalista.

¿La represión de noviembre cómo afectó al movimiento LGTBI?

Con muerte. Así afectó. Hubo compañeras que por sus propias condiciones de salud y enfrentarse a veinte bombas lacrimógenas tuvieron que ser hospitalizadas y murieron a causa de infecciones crónicas.

Tras las elecciones, se suspendieron las garantías ciudadanas y todo quedó bajo control de la policía. Muchas desaparecieron y no sabemos si se fueron del país huyendo de la violencia o qué pasó. Siempre, las poblaciones más vulnerables pagamos la factura más alta en este tipo de acciones.

“Las personas VIH+ somos una identidad más en el debate público”

Alfredo Pazmiño, activista LGBT y experto en derechos humanos, hace pública su condición de VIH+ con el objetivo de alertar sobre la serofobia en la sociedad y reclamar para este colectivo voz propia en la escena pública. 

Coincidiendo con el Día Internacional contra la homofobia, la transfobia y la bifobia, Alfredo Pazmiño (Lima, 1982), activista LGBT y experto en derechos humanos, hace pública su condición de VIH+ con el objetivo de alertar sobre la serofobia presente en la sociedad y reclamar para este colectivo voz propia en la escena pública.

Cuando se ha hablado del VIH ha sido siempre desde el dolor, desde el estigma, desde el “no cometas ese error”, desde las campañas preventivas del “Si da, no da”, “Da vida, no des SIDA”, y eso nos ha impactado tan fuertemente que tenemos una sensación como que nos estuvieran haciendo el favor de permitirnos vivir en esta sociedad. Eso sí, siempre y cuando tengamos varias premisas claras. Primero, ser invisibles, porque lo mismo si lo somos “contagiamos la idea”; segundo, plastificarnos completamente; y tercero, entonar el mea culpa y arrepentirnos por los “pecados” que nos han llevado a adquirir esta “terrible enfermedad”.

Esto ya es pasado. Hay muchos grupos de personas VIH+ empoderadas. Uno de los primeros fue Gais Positius de Barcelona, que entendió la importancia de la visibilidad. Queremos estar en el espacio público. Quizá aún somos pocos los y las visibles, pero somos la punta del iceberg, por debajo hay cientos de miles de personas. Queremos impulsar una visibilidad positiva, y no solo en el activismo LGBT, que, la verdad, no nos cuesta, está en nuestro ADN. Pero no todas las personas VIH son LGBT. Hay muchísimos heterosexuales. El virus no discrimina. Los que discriminamos somos nosotros, y el estigma es el que realmente nos anula en la sociedad.

¿Cómo es el ciclo de las personas que se convierten en VIH+?

Saber la noticia, meterse en el armario, no tener contacto sexual con nadie, “plastificarse” -quizá algunos para toda la vida-, negarse el derecho a ser visible y, sobre todo, culpabilizarse. Todavía hay claroscuros sobre el momento de contraer el virus, porque no todos llegamos a través de las mismas vías, hay muchas personas que no encajan en los esquemas clásicos, el parto, vía transfusión o por practicar sexo sin preservativo.

¿Cómo fue tu caso?

Fue en 2011, cinco años después de llegar a España, y por un accidente, no por falta de información. Mucha gente piensa que se llega a través de la desinformación o del desconocimiento, y no, también se llega a través del hartazgo, sobre todo en un segmento de población demonizado en los ochenta por la imposición del uso del condón. Lo que ocurre es que, por un lado, tienes una información médico-científica que te dice que no pasa nada, que existe una estupenda medicación con la que puedes tener una calidad de vida tremenda, pero por otro lado tienes campañas de prevención que te dicen que no lo hagas sin condón, que el VIH puede ser lo más terrible que puede pasarte en tu vida…

Creo que ni lo uno ni lo otro. Todo pasa por una toma de decisiones, y sobre todo por una perspectiva de derechos.

¿A qué te refieres cuando dices toma de decisiones?

Cuando el Ministerio pone un cartel que dice que no lo hagas sin condón, está vulnerando la libertad de las personas. Ha de responder a una toma de decisión, igual que la recomendación o el acuerdo, cuando dos personas entran en pareja, suele ser hacer una prueba para comprobar que no tienen VIH o una infección de transmisión sexual, y entonces tomar la decisión de usarlo o no. Es bastante humano que, si se prohíbe algo, lo que pide el cuerpo es hacer lo contrario.

Desde la extinción de facto del Plan Nacional de Lucha contra el SIDA, todas las campañas han sido creadas por gabinetes de expertos, sin contar con el soporte de los colectivos LGBT. Las campañas eficaces fueron aquellas en las que participamos, y se acordaba el lenguaje, la imagen y cómo llegar a las poblaciones vulnerables, o más bien vulnerabilizadas, que es el nuevo término, porque nadie es vulnerable en sí. El sistema te hace más o menos vulnerable.

¿Qué tipo de vida lleváis las personas VIH positivas?

Hay un primer momento en el que tienes que saber cuál es tu estado de infección. Insisto, infección, no enfermedad. En unos tres meses todo se regulariza, y a partir de ahí acudes al hospital solo dos o tres veces al año. Por lo general los nuevos diagnósticos van en la línea de una sola pastilla diaria.Es una de las infecciones más controladas en la actualidad. Si tuviera que compararlo, sería algo parecido a una diabetes tipo 1. Al cabo del primer mes de medicación, y si se logra una correcta adherencia -un término muy importante, es decir, una costumbre fija en la ingesta de la pastilla-, garantiza la indetectabilidad. Y ser indetectable significa que no transmites el VIH.

Ese concepto de la indetectabilidad es lo más novedoso en los últimos años, y es esencial para entender el VIH…

Hasta hace poco se pensaba que una persona con VIH era infeccioso para el resto. En 2015 se descubre que la adherencia al tratamiento, unida a valores altos de linfocitos CD4, que son las defensas, garantizan que la persona no transmite el VIH. Tanto es así que una mujer embarazada con VIH indetectable puede dar a luz y no hay riesgo de infección.

¿Cómo sabe una persona con VIH si es indetectable?

El proceso es el siguiente. Te haces una prueba rápida. Si el resultado es positivo hay otra confirmatoria. Después, una de recuento de carga viral y de CD4. Cuando está clara tu carga viral y tus defensas, te hacen un estudio de resistencias, y con este mapeo se decide la medicación adecuada. En España casi todos tenemos el mismo tipo de virus y por tanto tomamos una medicación similar. Al cabo de unas tres semanas comienzas con la medicación. El día 1 empiezas a tomarla, el día 30 terminas el bote, te sacan la analítica y te dicen en cuánto estás. Puedes pasar, por ejemplo, de 150.000 copias (células por mililitro de sangre) de VIH a tener menos de 20, incluso un valor que no es siquiera medido en laboratorio.

Eso significa ser indetectable. Yo soy indetectable, por ejemplo. Si en este momento me corto un dedo, no soy un “peligro público”. Desde ese momento, si guardas una serie de cuidados básicos, como dormir, hacer ejercicio o comer sano, si sigues tomando la pastilla con adherencia te garantizan la misma esperanza de vida que cualquier persona que viva en nuestra sociedad, al menos a fecha de hoy, con lo que sabemos sobre la medicación.

¿A qué tipología responde el colectivo de personas VIH+ en España?

El perfil epidemiológico más frecuente en España y en el mundo es el HSH, el hombre que tiene sexo con hombre, no necesariamente homosexuales, sino personas que tienen prácticas sexuales con hombres. Por lo general, tienen entre treinta y cincuenta años. Por un lado están los que empezaron en los ochenta-noventa, las primeras víctimas de la medicación, aquellas ocho o diez pastillas diarias les causaba lipodistrofia pero sobre todo les infundió miedo. Esas personas de cincuenta o sesenta años sienten que son enfermos, y en cierta manera la sociedad les ha asignado ese rol. Se quitaron la etiqueta de SIDA pero les han cargado con la del VIH.

Luego estamos los nuevos diagnósticos, seamos españoles o migrantes, que no hay mucha diferencia en eso. Sabemos que tenemos una infección crónica, pero al cabo de un tiempo de tomar la medicación, ni nos acordamos de que tenemos VIH. Sabemos que a lo largo del día tenemos que tomar la pastilla y ya está. La medicación da hoy día la suficiente calidad de vida como para, en muchos momentos, olvidarte de que eres VIH+.

¿Qué tipo de estigmatización sufrís las personas VIH+? ¿Existe la VIHfobia?

Para empezar, existe la serofobia, es decir, que hay personas que tienen tanta fobia a su estatus serológico que ni siquiera se hacen la prueba porque tiene miedo a que le salga positiva. Además, se nos asocia aún hoy con personas con problemas mentales. Cuando vas a las revisiones te hacen un análisis para ver si te derivan a salud mental, como si no estuvieras capacitado para gerenciar tu vida. Hemos de pasar humillaciones en algunos hospitales, como cuando te ponen que recojas la medicación en horarios espantosos, o cuando los médicos ni siquiera te tocan para hacerte una revisión o te echan una bronca si aparece una infección de transmisión sexual, y te dicen que eres un peligro público, te destrozan anímicamente.

El VIH es una infección controlada, pero a veces la calidad de vida no depende de la bioquímica, sino que muchas personas entran en estado de depresión porque piensan que van a quedarse solos, porque piensan que los pueden echar del trabajo si sus jefes o sus compañeros lo descubren, porque piensan que, a lo mejor como pareja desean adoptar, y si ya de por sí difícil, en caso de solicitante con VIH es imposible. El VIH puede destrozarte la vida, pero no como virus, sino como estigma social.

¿Puede hablarse, en ocasiones, de discriminación múltiple?

Si no es lo mismo ser hombre español con VIH que hombre migrante que descubre que tiene VIH durante la tramitación legal, imagina el caso de una mujer, migrante, lesbiana, víctima de ‘violación correctiva’ en su país de origen, que llega a España embarazada y con diagnóstico tardío de VIH. Aquí es donde hablamos de interseccionalidades, es decir, cuando dos o más realidades se juntan generando una nueva realidad. No es una discriminación múltiple y aislada, sino que se superpone y debe ser atendida desde un punto de vista multidisciplinar.

Además, cuando vas a pedir una hipoteca para comprar una vivienda, más por desconocimiento que por hechos reales, ya que existe jurisprudencia al respecto, pero una vez más la desinformación nos paraliza; o cuando estás en un trabajo y te obligan o “te recomiendan” que te hagas un test de VIH… Eso, además, es una vulneración de derechosHay mucha estigmatización cotidiana.

Llegaste a España en 2006 procedente de Perú. ¿Cómo es la situación de las personas VIH+ en América Latina?

En 2010 estuve en Panamá con tres compañeros activistas. De los tres, dos están muertos. A veces te matan a golpes, como a David Kato en Uganda, pero en otras ocasiones te mata el sistema, como está ocurriendo en Venezuela, porque no hay medicación. Huyen de sus país para salvar sus vidas, y aquí les damos soporte para que puedan ser atendidos -como hacemos en la asociación Kifkif de la que formo parte-, porque solo quienes llegamos como migrantes sabemos la complejidad de los procesos que se tejen en relación al acceso sanitario. Si en España el VIH se asocia a personas de mal vivir -pero al menos somos atendidos- en América Latina directamente se les condena a muerte, y los gobiernos tienen la responsabilidad ético-moral de atenderlos.

Tenemos el caso reciente de Conchita Wurst, pero en España no hay nada semejante. Hasta que no existan referentes positivos, el VIH+ se considerará como un ‘castigo’ para lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersexuales y disidentes sexuales. Parte del imaginario colectivo sigue pensando que hasta nos lo merecemos.

¿Cómo crees que será valorada tu visibilización en el PSOE, el partido en el que militas?

No me cabe la menor duda de que mi partido responderá con coherencia, como lo hizo con la realidad LGBT. La aceptación ha de ser algo natural. Queda mucho por trabajar, pero aquella visibilidad nos permitió conseguir leyes garantistas. Los partidos han de actuar respondiendo a las demandas actuales, y por eso deberían hacer apuestas, porque deben saber representar a la realidad actual. Es importante hacer políticas para las mayorías, pero sin descuidar a las minorías. Igual que está sobre la mesa el compromiso de incorporar a personas migrantes, o racializadas, se debería incorporar a personas visiblemente VIH+. Podría ser una forma de acabar con la serofobia institucionalizada, cuando un hombre o mujer VIH+ pueda estar en la escena pública y política, incluso llegar a ser ministra de Sanidad.

Este movimiento de visibilización es una interpelación a todos los niveles. Tenemos que seguir avanzando. Hace falta que todas las identidades podamos hablar con nuestra propia voz.

“Si los ultracatólicos se hacen los dueños de las familias, de alguna forma están atacando a mis hijas”

Adelaida Campillo, presidenta de Asfagalem

Adelaida Campillo (Cieza,1978) es maestra de primaria en Molina de Segura (Murcia) y junto a su mujer son madres de dos mellizas de 19 meses, exactamente el mismo tiempo que existe Asfagalem (Asociación de Familias de Gays y Lesbianas de la Región de Murcia).

 Campillo es la presidenta de esta asociación y se decidió a fundarla “para mejorar la vida” de sus hijas. Actualmente reúne a 26 familias en la Región de Murcia, la mayoría de ellas con niños de cero a dos años. “Cuando estamos en el parque y le digo a alguien que una de mis hijas está con mi mujer me mira siempre un poco atónito”.

Campillo se muestra indignada ante la suspensión de las charlas escolares sobre diversidad sexual por parte del Gobierno murciano debido a presiones del Foro de la Familia. La consejería de Educación de Murcia especificó el pasado martes que se retomarían las charlas sin precisar una fecha concreta, aunque habría que solicitar permiso paterno.

¿Cómo ves la suspensión de las charlas escolares sobre diversidad sexual o la necesidad de un permiso paterno para que los alumnos asistan a ellas?

Puedo entender que el Foro de la Familia tenga sus ideas, pero no entiendo que la Consejería haga lo que le pidan. Nuestras familias también son familias. Necesitamos que se hable de diversidad familiar y homosexualidad para que los niños entiendan por qué sus compañeros tienen dos mamás o dos papás.

Nuestras familias van al parque, van al médico, estamos en la sociedad. No entiendo que nos quieran ocultar. Y cuando permites la autorización paterna para asistir a la charla estás mandando el mensaje de que es algo malo.

¿Por qué son importantes estas charlas?

Son importantes en primer lugar para que los hijos de familias homoparentales no sufran acoso, para que tampoco lo sufran los niños LGTBI y también por lo que se conoce como `homofobia interiorizada´, que es el rechazo del homosexual hacia su propia orientación sexual. Hay que luchar contra la invisibilización y mandar el mensaje de que no pasa nada porque si no estamos plantando pequeñas semillas de homofobia.

La escuela, además, es el lugar donde aprender la igualdad.

No hay una igualdad real y nuestras familias son tan válidas como las suyas. Soy maestra y esto se soluciona con educación, pero ya desde primaria. En secundaria llegamos tarde. Es difícil cambiar la perspectiva de una persona de 50 años, pero vamos que no entiendo el peligro de explicar la diversidad sexual a un niño. Explicar, por ejemplo, que nosotras somos dos mamás criando a dos mellizas de 19 meses. Uno de los principales acosos en los institutos es el acoso homofóbico. Porque si no: ¿quién protege a nuestras familias? Si los ultracatólicos se hacen los dueños de las familias, de alguna forma están atacando a mis hijas.

Es muy importante que nuestros hijos vean a su familia reconocida en la escuela, porque ya tenemos un bombardeo continuo a diario por ejemplo en la televisión. Nadie nos está protegiendo de un obispo que nos está discriminando y diciendo barbaridades de sus madres.

¿Qué otros obstáculos te encuentras en tu vida cotidiana?

Para empezar todos los formularios y las aplicaciones de la administración que pone madre y padre. Hay que adaptarlos. A los dos días de parir mellizas con cesárea tuve que ir personalmente al Registro a firmar con mi mujer porque con mi DNI, a diferencia de lo que les sucedía al resto de madres que estaban en el hospital, no era suficiente.

También habéis hecho campañas para que en el colegio se celebre el Día de la Familia, en lugar del Padre o de la Madre.

Que El Corte Inglés haga lo que quiera, pero en el colegio no puedes tener a algunos niños sin hacer actividades ese día porque no cuentan con un padre o una madre. Y ya no hablo solo de de familias homoparentales, sino de viudos o familias monoparentales.

Hasta la fecha no nos habíamos dedicado a hacer activismo, pero te das cuenta de que es muy importante para mejorar la vida de nuestras hijas. El matrimonio homosexual se aprobó en 2005. Y tenemos claro que tenemos derecho a todo.

En la Asamblea Regional se aprobó por unanimidad la nueva ley de igualdad social de lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales que avanza en la protección, derechos y contra la discriminación en mayo de 2016

Exactamente. Y con esa ley no se ha hecho nada. Ni siquiera el prometido Observatorio contra la Homofobia, que es un órgano muy importante en el que se pueden solucionar rápidamente los conflictos, en lugar de empezar con demandas. Ni siquiera hay una persona asignada para el colectivo LGTBI.

IGNA DE GOMAR PÉREZ «Ni hábito ni mantilla: “Para cantar saetas hace falta sentimiento, y a mí me sobra”

Artista transexual, nacida en Cádiz pero residente en Bilbao desde 1978, para desde su balcón el pulso de La Palanca al paso del Nazareno. «Dios es más de corazón que de sexo». 

Igna de Gomar Pérez no tiene reparos en decir que la Semana de Santa de Bilbao le parece más «sosa» que la de su tierra. Claro que ella es de Vejer de la Frontera (Cádiz), donde el carnaval se vive al ritmo de las chirigotas y las procesiones al de las saetas, nada que ver con la contención que caracteriza estos pagos. Transexual por bandera, cambió su pueblo natal por Bilbao en 1978, cuando vino a trabajar a una sala de fiestas, el Variedades, se enamoró y echó raíces. Estrella del mítico Bataclán hasta que el edificio ardió por los cuatro costados en 1987, es testigo privilegiado del auge y caída de la calle Cortes, primero meca de los artistas y luego lumpen por obra y gracia de la droga, un tema en el que ella no desea entrar. «Tenías que ver cómo era esto. Cuando a Bilbao se le conocía por el color gris y el humo de las fábricas, Las Cortes era una isla de luz, llena de espectáculos y ambiente; los taxis haciendo cola del comienzo al final de la calle». El no va más.

«Cuando Bilbao era humo y fábricas, esto parecía una isla de luz; los taxis haciendo cola en la calle»

Siempre le gustó cantar saetas, «desde niña», y cuando llegó a Bilbao y conoció a las reinas del cabaret de finales de los 70 –Fina del Río, Manolita Quintero, Pepita Sevilla– que abrieron camino, algo se le removió dentro y decidió dar un paso al frente, «aunque al principio me ponía muy nerviosa y me faltaba el aire». Pero el destino estaba echado. Igna, que cantaba en directo, hablaba con el público y era cómica, no se cortaba ni con sierra, rememora mientras salen en la conversación nombres como Sara Montiel o Mari Fe de Triana. «Chiquilla, con esa voz que tú tienes que haces que no te han fichado para grabar un disco», le decía la sevillana cuando le cantó las ‘Cinco Farolas’.

La biografía de Igna daría para una enciclopedia. Artista del Bataclán, gerente del ‘Moulin Rouge’… «Me llamaban la ‘Giralda portátil’ –medía 1,97 metros–. A mí es que la altura me ha matado», suelta con una sonrisa que derrama un poco de tristeza y otro tanto de nostalgia. ¿Lo echa en falta? «Pues mira, no», dice con la certeza de quien sabe que cada cosa tiene su momento. «¿Conoces a la Divina Diva, de ‘La Tramoya’? Pues el año pasado le pasé el baúl entero con toda mi ropa. Es que somos muy amigas». Carretera y manta.

Se encoge de hombros cuando se le recuerda que dan mal tiempo para estos días. La Semana Santa es para ella «sentimiento, corazón y víscera», resume mientras se asoma al balcón enfrentado al de Vicente, otra leyenda del barrio. «No se puede cantar si no tienes algo dentro que sacar». Y susurra «Quisiera ser / quisiera ser golondrina / pa’posarme en el madero / pa’quitarle las espinas». El año pasado, los aplausos desbordaron los límites del barrio». Una paz enorme se dibuja en su cara mientras se asoma al balcón situado enfrente de ‘El Edén’ –otro imprescindible del barrio–, el mismo desde donde cautiva a sus incondicionales. «Porque te aseguro que mucha gente viene a ver al Nazareno, pero otros lo hacen para escuchar las saetas. Uno no se entiende sin las otras», apostilla orgullosa.

«Donde más fe se respira»

Y sí, Igna es muy religiosa. Tiene la casa llena de vírgenes y santos, «aunque no sea mucho de ir a misa. Eso sí, al Nazareno le visito con frecuencia». Cuando se le pregunta qué tiene la procesión de La Palanca contesta sin dudar que es «la más bonita de Bilbao, donde más fe se respira. No me imagino la Semana Santa sin ella. Aquí no sois tanto de saetas, por eso nosotras tenemos que hacernos fuertes». Lo dice sin arrogancia, pero convencida. «Mira, yo soy muy natural. No llevo mantilla, ni me pongo colorete o me pinto los ojos. Para cantar saetas no hace falta maquillaje ni hábito, sino tener sentimiento. Y a mí de eso me sobra».

Además, agradece los buenos momentos que le ha traído la vida y no se arrepiente de nada. «A mí me pusieron vagina con 20 años, ojalá hubiera sido antes, y aquí en Bilbao eso jamás ha sido un problema. Todos me quieren, me respetan. No tengo queja ni de los gitanillos del barrio. ¿Por qué iba a ser de otra forma? A Dios no le importa el sexo, sino el corazón de las personas, que se ayuden unas a otras».

El padre de Ekai: «Mi hijo no se ha suicidado por ser transexual, sino por más circunstancias»

«Cuando hace un año me dijo que era un chico, le contesté que me daba igual, que le iba a seguir queriendo»

Elaxar Lersundi, fotografiado ayer en Ondarroa, asegura que su familia seguirá «luchando por despatologizar la transexualidad». / MAIKA SALGUERO

Su hijo, Ekai, se fue de sus vidas por decisión propia hoy hace siete días. Tenía 16 años y ansiaba una terapia hormonal que los protocolos médicos ralentizaron. Su familia mantiene la reivindicación. «¿Para qué tanto psiquiatra? ¿Quién mejor que él para saber que era un chico?», dice Elaxar Lersundi.

– Se cumple una semana del suicidio de su hijo. ¿Qué tal está?

– Como una montaña rusa. A ratos bien y otras veces… La vuelta a la rutina, al trabajo, es lo mejor. Y eso que soy enterrador. Siempre digo que para descansar la mente, hay que cansar el cuerpo.

– ¿Y su esposa, Ana?

– Ella está peor que yo. Fue quien le encontró muerto.

– ¿Tienen más hijos?

– Sí, una chavala de 12 años.

– ¿Cómo está viviendo este trago?

– Lo está asumiendo. El otro día, enterramos las cenizas de Ekai en un terreno, junto a las de sus dos abuelos. Y la niña estuvo allí. Quisimos que fuera así para que visualizara que su cuerpo ya no sigue entre nosotros, pero él sí. Ekai estará siempre con nosotros. Nuestra hija va a tener momentos malos, pero nos tiene a nosotros para apoyarla.

– Ondarroa se ha volcado con ustedes. ¿Esperaban esta respuesta?

– Hemos flipado… pero sí. No ha sido solo ahora. Desde el primer día, el pueblo ha aceptado a Ekai como era. En el instituto no tuvo ningún problema. En cuanto se comunicó, todo el mundo, profesores, alumnos y padres, visualizaron que era Ekai.

– ¿Y ustedes en que momento supieron que Ekai era un chico?

– Nos lo dijo ahora hace un año. Había cumplido 15 años en octubre.

 ¿Cómo reaccionaron?

– En ese momento, te quedas… Pero luego piensas y entiendes cosas como que nunca le gustó ponerse vestidos. Le dije: ‘Me da lo mismo que seas chico que chica, te sigo queriendo igual’. Desde ese momento, le llamamos Ekai, como él quería.

– Su hijo no es la primera persona transexual que se quita la vida. ¿En algún momento pensaron que podría suicidarse?

– Nunca lo pensamos. Y menos en este momento. Este último año estaba mejor. Estaba ilusionado con ir al instituto de Durango y luego a la Universidad, a hacer Imagen y Sonido. Hace un par de meses se compró una cámara y hacía fotos y las trabajaba con el ordenador. Era un genio escribiendo, dibujando, sabía algo de japonés y coreano porque le encantaba todo ese mundo de la cultura samurai.

– ¿Era buen estudiante?

– Un currela a tope, pero tenía dislexia y discalculia y asignaturas como Física y Química o Matemáticas le costaban. Fuimos pioneros en decir a los maestros estos problemas y fuimos pioneros en comunicarles su transexualidad. La verdad, ya estamos cansados de ser pioneros.

– ¿Salía mucho, como cualquier otro adolescente?

– Sí, tenía amigos, pero siempre fue introvertido y vivía encerrado en su mundo.

– ¿Cree que la transexualidad afecta a las relaciones sociales y que esto puede haber llevado a su hijo a quitarse la vida?

– No. No se ha suicidado por ser transexual. Ha sido por un cúmulo de circunstancias.

– ¿Puede explicarlo?

– Llevaba un año esperando a que el hospital de Cruces le pusiera un tratamiento hormonal, pero de momento solo había conseguido consultas con psicólogos y psiquiatras. Mañana (por hoy) tenía consulta con la endocrina. En Euskadi hay que seguir el ejemplo de Navarra o de Barcelona. La transexualidad no es una enfermedad mental; hay que despatologizarla.

Tratamiento hormonal

 El tratamiento hormonal en el Servicio Vasco de Salud se autoriza a partir de los 16 años. Ekai los había cumplido en octubre.

– Tres, cuatro meses en esa edad es un mundo. Él lo pasaba mal. No soportaba tener la regla, verse el pecho. Hay que acortar los plazos y hormonar a demanda. ¿Quién mejor que él para saber lo que quería? ¿Para qué tanto psiquiatra y tanto psicólogo? Le ofrecimos la posibilidad de hormonarse en Barcelona, pero no quiso.

– ¿Se plantearon acudir a un hospital de Barcelona?

– No es necesario. Se envía una analítica de la persona a una asociación de allí y se recetan las hormonas.

– ¿Por qué no quiso?

– Porque quería que le trataran aquí. Era su lucha, como buen guerrero samurai, no se daba por vencido.

– ¿Y ahora también es su lucha?

– Sí. Vamos a seguir luchando por lo que él quería, por despatologizar la transexualidad. Por acortar los plazos para los tratamientos.

La ley LGTBI de Podemos sigue su curso en el Congreso

El Congreso de los Diputados rechazó ayer la enmienda a la totalidad presentada por el PP a la ley integral LGTBI que, impulsada por Unidos Podemos, recibió el respaldo de la Cámara en septiembre con la abstención de los populares. El proyecto legislativo sigue así su curso. El partido de Rajoy se quedó solo frente al resto de grupos en su intención de cambiar el texto, cuyo objetivo es impedir la discriminación por razón de sexo de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales e intersexuales. En sus intervenciones, todos los parlamentarios recordaron a Ekai Lersundi, el adolescente de Ondarroa, y expresaron su deseo de que no haya más víctimas por ese motivo.