El obispo Munilla insiste en su teoría de que la ‘ideología de género’ quiere deconstruir la familia

El obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, en la presentación de una pastoral. ARABA PRESS

El obispo de San Sebastián José Ignacio Munilla. ARABA PRESS

El obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, ha insistido este domingo en que a la “ideología de género” le “interesa” el poder político para “deconstruir el modelo familiar tradicional” y ha subrayado que el Papa Francisco la “condena con firmeza”.

Munilla se ha referido en una carta a lo que denomina “ideología de género”, un término en el que engloba a los defensores de la libertad de elección de la propia orientación sexual de las personas y que también utilizó en la homilía en la misa en honor a la Virgen el pasado 15 de agosto en la basílica de Santa María de San Sebastián.

El obispo de San Sebastián asegura en esta ocasión que la “ideología de género no persigue un modelo político determinado, sino un nuevo modelo antropológico” y “si le interesa el poder político es para deconstruir el modelo familiar tradicional, tanto desde las leyes como desde los influjos culturales”.

Para Munilla realidades “como el divorcio, el antinatalismo, el aborto o la eutanasia, no han nacido con la ideología de género, pero es obvio que han sido asumidas y potenciadas por ella, pasando de ser males morales a la condición de derechos humanos”.

Asimismo, denuncia el “intento de manipulación” que se ha llevado a cabo al atribuir al Papa Francisco “una supuesta apertura a la ideología de género“.

Munilla se refiere a la carta que Francesca Pardi, una escritora italiana de libros infantiles en los que aparecen familias homosexuales y que habían sido retirados de las bibliotecas de Venecia, envió al Papa para que los leyera y comprobara que únicamente pretendían ser un medio para evitar la discriminación de los niños, según su autora.

Al cabo de unos días, explica Munilla, la escritora recibió una carta de contestación de la Secretaría del Papa en la que le hacía llegar su bendición, una misiva que publicó la prensa italiana que interpretó que el Papa “abría las puertas a las propuestas vertidas en dichos libros“.

Este hecho motivó la publicación de la Santa Sede de un comunicado aclaratorio en el que se especifica que la bendición papal “es para la persona y no para las eventuales enseñanzas sobre la ideología de género, que no están en línea con la doctrina de la Iglesia, que no ha cambiado mínimamente”, señala el obispo.

Munilla agrega que “algunos se escandalizan ante el rechazo católico de la ideología de género porque la identifican equivocadamente como la causa en favor de los derechos de la mujer”, pero remarca que no tiene “nada que ver”.

“Sería como pensar que la razón de ser de la ideología marxista era ayudar a los pobres cuando, por desgracia, los pobres no fueron mas que una excusa”.

EL FEMINISMO PUNK NO HA MUERTO

Si llegan a contarme hace años que pandillas opacas de mujeres iban a ejercer violencia física, premeditada y no asumida contra objetivos incomprensibles, valiéndose tramposamente de estrategias feministas, me habría parecido un chiste. Violencia enmascarada en autodefensa, nunca proporcional ni espontánea, nunca contra agresores de verdad ni a petición de sus víctimas. Violencia que bloquea ser respondida con una doble treta perversa: transformar los argumentos feministas en sentencias inapelables emitidas unilateralmente por estas cruzadas. Y valerse a la vez del reparo que los hombres a quienes ellas atacan o cuyas agresiones presencian tendrán en repelerlas públicamente. Te podemos pegar porque somos feministas pero tú no podrás defenderte porque somos mujeres. ¡Infame! Atrapadas en nuestras propias eternas paradojas, ¿vamos a cerrar filas para que ellas abran cabezas?

La obsesión de esta nueva táctica que combina el hoolliganismo cobarde y el lobby llorón parece ser acorralar a los que son definidos como machos enmascarados, que abogan por un cambio social que desintegre el binarismo de género. Eso sí, hombres con polla. Los transexuales quedan misteriosamente fuera de toda crítica, ¡Simone de Beauvoir debe estar arañando su tumba! Para vosotras, el nuevo enemigo son los hombres críticos con la masculinidad patriarcal. Vais a señalarlos, en parte, porque a los machos de verdad no os atrevéis ni a toserles. Para ello, lucís en la red un esencialismo bobo prefeminista que ensalza a las mujeres y envilece a los hombres.

Un ejemplo: una avanzadilla irrumpe en un concierto en Madrid contra los chicos del grupo Penetración Sorpresa. Les bañan con un cachi de orina, les lanzan compresas manchadas con su regla. No les gusta el nombre ni alguna de sus letras. Logran que se les cancelen varios conciertos. La fracción lobby exige al grupo que pida perdón y envía sus canciones al juzgado. Si no les apoyas, eres feminicida. Penetración Sorpresa: iría a vuestros conciertos con el Cojo Manteca y Wendy O’Williams si aún vivieran. El feminismo punk no ha muerto.

10.000 rostros sin etiqueta sexual

Lily-Rose Depp entre otros dos activictidas de la campaña #SelfEvidentProjec

Lily-Rose Depp entre otros dos activictidas de la campaña #SelfEvidentProject. / INSTAGRAM

We Are You. Tres palabras que resumen mucho. Dos en castellano: Somos tú. Éste es el eslogan del nuevo movimiento que ya sea en la Red o en Hollywood está dando la cara por todos aquellos a quienes las etiquetas sexuales les quedan grandes y no se sienten ni 100% heterosexuales ni 100% homosexuales. Rostros como los de Johnny Depp, Cara Delevingne, Kristen Stewart, Amber Heard, Miley Cyrus y ahora Lily-Rose Depp, la última en sumarse a un movimiento que con el título de #SelfEvidentProject lucha por que se respete la tendencia sexual de las personas aún cuando ésta sea cambiante.

La iniciativa comenzó hace tres años cuando iO Tillett Wrightempezó a fotografiar rostros “no de hombres o mujeres sino de individuos”, sin interesarle su orientación sexual. “Todos somos iguales, todos somos únicos”, fue el espíritu de su obra y su lema en la vida. Así lo vivió desde niña, cuando un día quiso ser niño. Tenía seis años y fue fácil: se rapó la cabeza y jugó al balón. Más adelante se sintió cómoda con su cuerpo y quiso volver a ser mujer.

Quien por voluntad propia se define como actor (en masculino) y fotógrafa (en femenino) quiere que los demás se sientan igual de cómodos que ella y puedan escapar de los tabúes en lo que se refiere a la sexualidad. Por eso, Tillett Wright defiende lo que llama fluidezsexual.

Su idea es conseguir 10.000 rostros de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales y aquellos que se lo están pensando y llevarlos a Washington, al estilo de una performance, como un recordatorio al Gobierno estadounidense de un colectivo que no quiere ser encasillado. “Incluso si te sientes un 1% gay, quieres que saque tu foto”, recordó la artista que se acerca a su meta con más de 9.960 fotografías.

La última en sumarse a esta lista ha sido la hija de Johnny Deep y Vanessa Paradis, la joven Lily-Rose, quien a sus 16 años ha confirmado que no se siente 100% heterosexual. “Estoy muy orgullosa de que mi niña @lilyrose_depp. haya decidido formar parte de @selfevidentproject porque se siente en algún punto de este vasto espectro”, señaló la fotógrafo y activista. Sus palabras acompañaban la foto de Wright con Lily-Rose a caballito a su espalda. La hija del actor y la cantante no ha hecho ninguna declaración pública que determine su orientación sexual más allá de su participación en esta serie fotográfica con una causa. Lily-Rose es en la actualidad modelo y el nuevo rostro de Chanel. Su padre había posado con anterioridad en apoyo de este proyecto luciendo un parche con el lema de “We Are You” en sus vaqueros, un gesto que ahora es interpretado como el apoyo incondicional de un padre hacia la orientación sexual de su hija.

Todo queda en familia porque Tillett Wright es una buena amiga de Amber Heard, nueva esposa de Depp además de madrastra de Lily-Rose y conocida por su bisexualidad antes de contraer matrimonio con el intérprete.

Una lista de lo más variada

La instantánea de Lily-Rose es la última fotografía en esta colección pero no es la primera que sale del armario a través de esta iniciativa. La también actriz Olivia Thirlby utilizó este foro para hacer pública su bisexualidad lo mismo que el concejal neoyorquino Corey Johnson, que compartió su primera vez en este foro. Wright también ha escogido como objeto de su cámara a personas que no pertenecen al colectivo de homosexuales, lesbianas, transexuales y travestis pero que se identifica con la causa . Como dijo a la prensa, “sería un error dejarlos fuera”.

Viejas violencias y nuevas hegemonías

Josué González Pérez

Hace un tiempo en este mismo medio publiqué  un artículo sobre las agresiones a personas LGTBI (lesbianas, gays, trans, bisexuales e intersexuales). Insistía en algo muy sencillo: la denuncia de la violencia que sufren nuestros vulnerables cuerpos debe ser articulada con una impugnación de los asesinatos de mujeres por violencia de género. Como feminista, me veo en la responsabilidad ética de insistir en ese imperativo cuando nos encontramos con una situación de alarma social por ese incesante número de asesinatos machistas y que parece importarle bien poco a unas élites que no gobiernan precisamente para garantizar el bienestar de las mayorías sociales.

Ahora mismo, no recuerdo ni un solo día en las últimas semanas en el que hayamos obviado la lacra de la violencia machista. Nuestra sociedad sigue en su empeño por mantener una jerarquía entre los géneros, entre hombres y mujeres, como efectos performativos de un orden social concreto. En otras palabras, se trata de papeles sociales, aparentemente “naturales”, que sostienen representaciones para una obra de teatro que funciona como si de una dinámica divina se tratase. Con cada agresión y cada asesinato, se renueva este orden que afianza el terror para más de la mitad de la población, recordando a todas las mujeres que ninguna está a salvo de ser agredida por el mero hecho de ser mujer.

En efecto, afirmo la existencia de importantes conexiones entre la violencia de género y las agresiones a gays, lesbianas, trans, bisexuales e intersex (en adelante LGTBi-fobia). Antes bien, soy consciente de las diferencias entre unas y otras, pues como marica aún no vivo con el miedo a la violencia sexual en la madrugada aunque sí con ser apaleada por un grupo de varones que termina su fiesta demostrando lo “machos que son”. Ambas amenazas son entendidas como una llamada al orden para que todo siga igual, sin resistencias a la subordinación. Conceptualizar el heteropatriarcado como un entramado de relaciones de poder, implica admitir que los mayores índices de violencia sobrevendrán si se suscita una mayor insubordinación. Si la resistencia a la subordinación es menor, la necesidad de la coerción se esfuma. Aquí entra en juego la famosa hegemonía que, cuando es cuestionada, siempre deja paso a la fuerza. Esta última puede expresarse, por ejemplo, con la violación como práctica performativa que inscribe en los cuerpos la sumisión aceptable para el varón, pero igualmente con aquellas agresiones que resultan de la obsesión masculina por protegerse de lo homosexual, ya que en el fondo es bien sabido que no hay nada que también le impida serlo. Luego, ¿qué se supone que ocurre con aquellas personas trans que desestabilizan tanto las normas de género como las sexuales, aunque no sea de forma consciente?  ¿El odio hacia las personas trans –la transfobia- podría ser entendido como el efecto de una práctica en la que interviene tanto el sexismo como la homofobia?

La semana pasada, en el barrio madrileño de Tetuán, una mujer trans de 26 años fue brutalmente golpeada cuando se dirigía a un bar sobre las seis de la mañana. Según la prensa, su cuerpo se convirtió en un “campo de guerra”, en un espacio donde se ejerció la más brutal violencia. Lo corporal volvió a constituirse como un territorio apropiado para portar mensajes cifrados para otros hombres. Tras conocer que recibió insultos tales como “puta” y “maricón” no parece descabellado interpretar este cometido como si de una advertencia para el resto de varones se tratase, al señalar el precio a pagar por ocupar esa feminidad tan repudiada -como deseada-.Confirma que la identidad masculina, al decir de Elisabeth Badinter, se hace posible negando lo femenino, lo infantil y, por supuesto, lo marica. ¿No parece innegable la conexión entre la sexualidad y el género, entre la heterosexualidad como norma social hegemónica y las coercitivas normas de género? Las violencias mencionadas no parecen prácticas aisladas y radicalmente autónomas, pese a las particularidades de cada una, máxime cuando la heterosexualidad, como norma sexual que se presenta como “natural”, parece depender del equilibrio de esas posiciones sociales que ocupan hombres y mujeres.

Del mismo modo, la hora del suceso nos sugiere la posibilidad de especular con algunas de las motivaciones de esta agresión, extensible a tantas otras. Si  hasta el momento la consigna “la noche y las calles también son nuestras” no ha podido ser archivada por las feministas en el fondo de un cajón, es debido a que el espacio público es uno de los terrenos donde los varones aún demuestran su virilidad de diversas formas. Ya sea agrediendo a un marica que vuelve solo a su casa, ya sea apaleando a una trans mientras dos colegas les contemplan, como ocurrió en el caso que nos ataña según la prensa. Tristemente, esos espectadores suelen ser necesarios para que la virilidad manifestada sea reconocida. Aunque no se haya recalcado en el espacio mediático, huelga decir que siempre se trató de un caso de “violencia de género”.

Una semana más tarde,  esta mujer superviviente declaraba sentir miedo de salir a calle ante la posibilidad de toparse con aquellos que pretenden autodesignarse como sus  “dueños”. Este hecho refrenda la lógica patriarcal del reparto de esferas, donde el espacio público aparece como terreno de dominio masculino y heterosexual. Sin duda, todo un éxito patriarcal al lograrse el reclutamiento de sí en el espacio privado, allí donde no puede visible, mucho menos a una hora que no habrán razonado demasiado digna para una “señorita”- por especular a través del “no-pensamiento” misógino de los agresores-.

Afortunadamente, estas violencias son contestadas desde la lucha política feminista, como exitosamente ha ocurrido con la violencia legal del proyecto de Gallardón que pretendía negar el derecho de las mujeres a su autonomía corporal. La patologización de los cuerpos trans insiste en la negación de esta misma potestad, siendo igualmente repudiada desde la acción política democrática en los feminismos y colectivos LGTBI. La importancia de estas hazañas reside en su capacidad para desbaratar la nociva tentación de encasillar a las mujeres en una rígida posición de víctimas, incapaces de hacer frente a las múltiples violencias que reproducen un orden social incompatible con los valores democráticos.

De las luchas contra la LGTBI-fobia y la violencia de género puede vislumbrarse una posible lógica de equivalencias –según la política de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe- entre demandas disparejas susceptibles de ser articuladas en torno a esos “puntos nodales” que nos permiten hablar de “hegemonía”. Hablamos de una operación política que aglutina a diferentes demandas en equivalencia en torno identidades viables a partir de su relación de oposición con un tercero que amenaza su existencia, como es el caso de la famosa “casta” y su mafioso modus operandi, o el de una jerarquía eclesiástica cuyo “pensamiento” homófobo y misógino es difícilmente digerido por unas maduras mayorías sociales.

Durante la celebración de la primera Universidad de verano de Podemos, Clara Serra, querida amiga y diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid, en su brillante intervención remarcó el carácter contingente de toda práctica política feminista comprometida con la hegemonía. Desde ahí, parecía simpatizar con una posible articulación entre las luchas contra la violencia de género y aquellas que se alzan contra la violencia hacia personas LGTBI. Compartimos la propuesta, máxime cuando ella misma resalta las equivalencias existentes entre sí y que se cristalizan en relaciones de antagonismo con una “casta” que solo ofrece parches para esta lacra. Esta proposición supone todo un reto para diferentes agentes sociales y de ninguna manera puede ser imaginado exento de conflictos políticamente productivos.

En la disputa por los “los significados”, por la hegemonía, no puede faltar un combate por la apropiación de la universalidad de conceptos políticos que resultan clave para la transformación, como la noción “democracia”. Conocidas feministas como Judith Butler suelen insistir en el potencial de las prácticas de resignificación, recalcando la importancia que posee el pleito por los significados al no obviar lo que se juega en ello: tanto posible resulta reforzar un sentido común que naturalice la violencia como, en un sentido distinto, se le podría tachar como incompatible con los valores democráticos. Parafraseando otra vez a la colega Clara, el feminismo ganador, aquel en el que me incluyo, insiste en la imposibilidad de la democracia si el actual poder político desprecia las vidas de más de la mitad de la población. Lo anterior se corrobora cuando se omite la urgente prevención de la homofobia y el sexismo, se prescinde de la ampliación de derechos o se favorece la dependencia económica de las mujeres. La democracia nunca será tal si cada día hay una menos. Solo aquel sistema político que priorice la financiación de una educación pública sensible con la igualdad y la diversidad frente a la tiranía de una troika, que ahonda en las miserias de las mujeres en particular y de la sociedad en general, podrá ser digno de abanderarse como democrático. Por todo lo dicho, es obvio que tenemos el deber de apostar por una nueva hegemonía para que esa vieja, aunque aggiornada, violencia machista no tenga razón de ser en una democracia cuyo significado estará en conflicto permanente con aquellos que siempre han declinado, por ejemplo, el presupuesto de las normativas contra la violencia, renovando de paso un misógino orden social que, con toda seguridad, no amenaza ni sus vidas ni tampoco sus bolsillos.

SUECIA ESTÁ MÁS LEJOS QUE NUNCA

ITZIAR ZIGA ACTIVISTA FEMINISTA

Que una organización no gubernamental con la relevancia y la autoridad moral en la defensa de los derechos humanos como Amnistía Internacional haya decidido abogar por la despenalización del trabajo sexual, supone una victoria histórica. Y no porque los gobiernos vayan a dejar de hostigar policialmente a las prostitutas o a los clientes de una noche para otra. De sobra lo sabemos: si las peticiones de AI fueran atendidas, en el mundo ya no existiría tortura. Pero en el encarnizado tira y afloja de las últimas décadas, regulación versus abolición, hacía falta un tanto tan formidable como éste a favor de las putas. Sobre todo desde que Suecia decidiera en 1999 prohibir todo trabajo sexual ideando una fórmula novedosa: condenar a los clientes y tratar categóricamente a las putas como víctimas de violencia de género, en cuya redención el Estado estará dispuesto a invertir todo el dinero que haga falta. Es decir, que el gobierno pague a las prostitutas para que dejen de serlo en nombre de la igualdad. El gobierno que se lo pueda permitir, claro está. Más aún en estos tiempos de recortes sociales y precarización de multitudes.

Da igual, extender el modelo sueco prohibicionista a todo el mundo ha sido la obsesión de una élite de mujeres organizada como lobby y autoerigida para decidir qué trabajo es conveniente y cuál indigno para el resto de las mujeres, desde sus privilegios de raza y clase. Eso sí, en nombre del feminismo. Para ellas, ha dado igual que cien prostitutas okuparan una iglesia en Lyon el 2 de junio de 1975 para denunciar la represión policial que sufrían y que en pocos días, la protesta se extendiera a todo el Estado francés, emprendiendo el movimiento de las trabajadoras del sexo en Europa. Entre ellas estaba la pionera Grisélidis Réal, quien descansa desde 2009 en el Cementerio de los Reyes de Ginebra. Tampoco han querido escuchar nunca a Pia Covre y Carla Corso, fundadoras en 1983 de la Comisión por los Derechos Civiles de las Prostitutas italianas. Y que hoy siguen acercándose por la noche a las chicas que se prostituyen en las peores condiciones por su condición de migrantes indocumentadas en las carreteras del Este, para darles protección y trasferencia de saberes. Siempre son las prostitutas más concienciadas políticamente quienes cuidan de las putas más vulnerables. Y también una orden de monjas prodigiosas llamadas oblatas.

 

 

Al lobby abolicionista siempre le dio igual de qué vivirían las prostitutas si lograban implantar el modelo sueco, cada día más lejano. Nunca he escuchado a una abolicionista criticar la Ley de Extranjería ni relacionar prostitución con capitalismo. En realidad, nunca les he escuchado escuchar a mujeres que no piensan como ellas, menos aún a una puta o a una amiga de las putas. Creo que no hay nada más patriarcal que robar la voz a una mujer con la excusa de que es víctima. Por eso celebro tanto la decisión de Amnistía Internacional de apoyar las luchas de las putas: a partir de ahora no va a ser tan fácil enmudecerlas. O al menos intentarlo. Porque nunca lograron callarlas, ni valiéndose del estigma más misógino que existe y que nos daña a todas las mujeres. Las trabajadoras del sexo han librado una batalla heroica en todo el mundo. Y hoy son más fuertes que nunca.

“Las ‘masculinidades’ están en un proceso de transformación continua”

Jorge Luis Peralta es becario postdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en la Universidad de La Plata (Argentina) y miembro del proyecto “Representaciones culturales de las minorías sexuales en España (1970-1995)”, dirigido por Rafael M. Mérida Jiménez, en el marco del cual se ha gestado Las masculinidades en la Transición. Próximamente, además, se publicará en Argentina otro volumen editado por Rafael Mérida y por Peralta: Memorias, identidades y experiencias trans. (In)visibilidades entre Argentina y España.

Jorge Luis Peralta

Jorge Luis Peralta.

Jorge Luis Peralta es becario postdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en la Universidad de La Plata (Argentina) y miembro del proyecto “Representaciones culturales de las minorías sexuales en España (1970-1995)”, dirigido por Rafael M. Mérida Jiménez, en el marco del cual se ha gestadoLas masculinidades en la Transición. Próximamente, además, se publicará en Argentina otro volumen editado por Rafael Mérida y por Peralta: Memorias, identidades y experiencias trans. (In)visibilidades entre Argentina y España.

Masculinidades en la transición es una apuesta valiente por parte de una editorial y un país que no vive buenos momentos para la cultura, sea o no LGTB. ¿Cómo superasteis el temor a dirigiros a un público todavía limitado?

Con este libro se inicia una nueva colección de estudios universitarios LGTB en editorial Egales. Es cierto que es un momento complicado para la cultura en general, pero aspiramos a llegar al público que esté interesado en estos temas con una propuesta que, esperamos, resulte atractiva, por su enfoque y por la variedad de las diferentes contribuciones.

Masculinidades y transición, dos cosas muy interesantes de unir pero ambas han sido vistas (al menos desde algunos frentes) como ficciones o incluso fraudes. ¿Es vuestra intención entrar en el campo de la paradoja o dar una visión interdisciplinar?

No hay intención de polemizar sino, como bien señalas, de ofrecer una visión interdisciplinar. Masculinidades en la Transición, como explica Dieter Ingenschay en las páginas introductorias, alude tanto a ese periodo histórico concreto de la historia española (más allá de los debates en torno a su delimitación exacta), como al hecho de que las identidades de género, en este caso las “masculinidades”, están en un proceso de transformación continua: sería imposible fijarlas a un significado estable, definitivo. Y se habla de “masculinidades” así, en plural, para enfatizar que no hay un patrón unívoco o que funcione de la misma manera para todas las personas.

Gracia Trujillo habla de la todavía mal conocida “Masculinidad femenina”. Volvemos a encontrar análisis de las obras de Lucia Extebarria, Isabel Franc, y sobre el libro “La insensata geografía del amor”. Parece que la cultura lésbica y trans se todavía encuentre algo más limitada o invisibilizada, dependiendo del espacio geopolítico. Lo que plantea desafíos teóricos y prácticos que llevan a terrenos interesantes pero pantanosos. ¿Como os planteasteis la colaboración?

Una de las propuestas del volumen es rechazar la interpretación unívoca del concepto “masculinidad” (asociado solo a hombres biológicos) y ampliarlo a lesbianas y trans, según queda patente en diversos capítulos, implícita y explícitamente. El libro es fruto de un grupo de investigación financiado por el Ministerio de Economía entre 2012 y 2014, en el que participaron investigadoras españolas y de otros países; cada quien aportó desde su campo específico y creo que ese intercambio enriquece las propuestas y trabajos que presentamos conjuntamente. A finales de este año aparecerá en Argentina otro libro que hemos preparado y que reúne, precisamente, estudios trans.

En el prólogo se habla del movimiento LGTB español como ligado a la izquierda revolucionaria, lo que llevó a cosas positivas (que hoy se están rescatando) pero también a una negación de lo identitario que parecía disolvernos en otras luchas, siendo “los últimos de la fila” ¿Cómo lo veis vosotros?

La discusión académica sobre este tema, desde una perspectiva histórica o sociológica, está empezando a ofrecer nuevas respuestas, de la mano de investigaciones recientes como las firmadas por Dieter Ingenschay, Geoffroy Huard y Kerman Calvo, de la USAL. Lo más importante es que durante las décadas de los 70 y 80 convivieron muy diversas realidades, que todas ellas no han sido igualmente analizadas y que este volumen arroja nuevas luces sobre aquellas luchas e identidades.

Algunos trabajos de la Transición son muy interesantes porque reflejan obras o artistas que hoy no podrían o querrían expresar lo mismo ni de la misma forma. No obstante, en eso se nos han adelantado hispanistas en el mundo anglosajón. como Paul Julian Smith ¿Qué ocurre ahora en las universidades españolas y qué puede ocurrir?

La universidad española ha sido una de las más renuentes a la incorporación de perspectivas LGTB. Si bien él número de publicaciones ha ido aumentando con los años, todavía queda un largo camino por recorrer. Actualmente son pocos los espacios académicos destinados a estas investigaciones –por ejemplo, el Centre Dona i Literatura de la UB o el grupo Cuerpo y textualidad de la UAB. Es significativo que muchas de las personas investigadoras que se ocupan de estos temas residan, de hecho, en otros países, como ocurre con varias de las autoras de nuestro volumen. Lo que puede ocurrir, no lo sabemos, porque es un momento de incertidumbre para las Humanidades en general. Es importante que los espacios que ya existen se conserven; sería deseable, además, que surjan otros nuevos.

¿Creéis que si algunos de los escritores/as o artistas/cineastas de los que habláis hubieran visto el presente en el estado español se hubieran echado a llorar o se hubieran llenado de gozo?

Es imposible saber cuál hubiera sido la reacción de escritoras y artistas. Vivieron en una época muy diferente, en la que hubieran resultado inconcebibles muchos de los logros que se han alcanzado, por ejemplo, en materia de derechos para las minorías sexuales. Las comparaciones entre épocas siempre resultan enojosas; se puede caer también en la tentación de “romantizar” o idealizar el pasado. Por otra parte, algunos de los creadores analizados en el volumen están vivos (caso de Ventura Pons, por ejemplo) y sabemos cuáles son sus apuestas en torno a los derechos civiles.

Aún hoy hay que explicar que hablar de la sexualidad de los creadores en una sociedad y una academia heterocentrada es todo menos frívolo o banal. He leído estudios feministas rabiosamente anti-queer y también discursos académicos sobre las masculinidades con cierto tufillo heterocentrado o rabiosamente anti-queer ¿Como situáis vuestro libro dentro y fuera de esas tensiones?

Nuestro libro reúne colaboraciones de diversos autores y como tal, ofrece miradas muy heterogéneas, de allí, como decía antes, que se haya insistido en el plural: “masculinidades”. No se trata, creo, de situarse contra o a favor de lo “queer”, sino, en el caso concreto de este libro, de abordar la problemática de la masculinidad a través de sus diferentes representaciones en un contexto histórico y sociocultural específico. La teoría queer aporta importantes herramientas teóricas y metodológicas, que se combinan con otras si es necesario, o que incluso se debaten y cuestionan, pero que sin duda resultan imprescindibles si queremos pensar las identidades, los géneros y las sexualidades más allá de los binarismos y de la lógica heteronormativa.

La historia se escribe y reescribe de continuo. Unos libros pueden contradecirse con otros. En el Estado español ha sido muy complejo y lo sigue siendo. Algunos personajes ya míticos que mencionáis como Nazario, Ocaña, Eloy de la Iglesia, Jesús Garay etc. fueron muy reales, y también muy contradictorios y controvertidos. ¿Creéis que la consciencia de estar haciendo algo de mayor o menor valor es siempre posterior?

Es difícil responder por otras personas. ¿Sabía Ocaña que lo que estaba haciendo iba a tener la trascendencia que llegó a tener? Muy probablemente no. Vivió su época, hizo lo que en ese momento quiso y pudo hacer y hoy, retrospectivamente, le asignamos a su persona y a su obra una significación que deriva de importantes avances sociales y también en el ámbito de los movimientos y estudios LGTB.

A algunos la experiencia, la trayectoria (además del enchufismo oportunista) nos ha alejado de la Universidad, o al revés, vemos en algunos estudios algo de repetitivo o, en ocasiones, elitista. Aunque vuestro libro es bastante accesible ¿Hay campos que os hubiera gustado tocar que no habéis podido o sabido hacer del todo?

La tensión entre la “universidad” y la “calle” resulta, en cierta forma, inevitable. Pero no son ámbitos incompatibles y, de hecho, muchos académicos desarrollan también una importante labor en el activismo, es el caso, por ejemplo, de Gracia Trujillo, que colabora en nuestro libro. Por supuesto que es importante seguir acortando las distancias. Las masculinidades en la Transición es obra de un esfuerzo conjunto en el que cada autor/a ha hecho un aporte desde el campo en el que se desempeña, ya sean la sociología, los estudios literarios o los estudios sobre cine. Nos hubiera gustado, quizá, una mayor presencia de estudios sobre masculinidades femeninas o trans, pero este volumen solo pretende ofrecer una primera aproximación que, seguramente, abrirá las puertas a futuros trabajos.

Algunos dicen que falta un espacio creativo (como un laboratorio cerrado) y sobra teoría pero hay teoría que puede ser muy creativa según se desarrolle ¿Como veis vosotros/as esa brecha?

No creo en la idea de la teoría por un lado y lo “creativo” por otro. Hay una necesaria retroalimentación entre los dos campos. Teoría, etimológicamente, significa “contemplar”, “especular”, y esa contemplación o especulación, cuanto más lúdica y creativa sea, mejor. Por otro lado, las creaciones artísticas también contienen sus propias “teorías”, como ha señalado Didier Eribon respecto de la literatura: vale la pena, por lo tanto, indagar cómo se imbrican, complementan o discuten entre sí las teorías “puras” y las teorías “artísticas”: un diálogo que sin duda tiene que ser muy fructífero.

¿SOY CISGENDER?

Artículo publicado en :

MORE RADICAL WITH AGE

THE PERSONAL BLOG OF REBECCA REILLY-COOPER

Soy una mujer. Esto es algo que nunca he cuestionado. Es algo que sé con casi total certeza.

Si me hubieses preguntado hace un par de años cómo soy que soy una mujer, estoy bastante segura de que (después de mirarte extrañada por haberme preguntado semejante tontería) habría mencionado mis características sexuales secundarias: el hecho de que tengo pechos y una vagina; el hecho de que menstruo, y por tanto tengo ovarios y útero; el hecho de que tiendo a acumular la grasa corporal en las nalgas, muslos y caderas. Esta respuesta sería en parte empírica, apelando al juicio científico sobre qué características definen a la hembra de la especie humana; y en parte lingüística, basada en la asunción de que la palabra “mujer” tiene un significado común y extendido: una hembra humana adulta.

En los últimos dos años, he leído mucha más literatura feminista que en el pasado y me he sumergido mucho más en las teorías contemporáneas de género. Ahora sé que hay gente para quien tal respuesta a la pregunta “¿cómo sabes que eres una mujer?” sería inaceptable. Se señalaría que estos hechos biológicos no son necesarios ni suficientes para poder concluir que soy mujer, porque hay mujeres que no tienen pechos o vagina, y hay quien tiene pechos y vagina y no son mujeres. De modo que ¿qué otra respuesta podría dar? La única respuesta alternativa que tiene sentido para mí es decir que sé que soy mujer porque todo el mundo me trata como tal, y siempre lo han hecho. Cuando nací, mis padres me pusieron un nombre que sólo se da a niñas. Me hablaban usando pronombres femeninos, igual que los demás. Me vestían con ropas que nuestra cultura considera apropiadas para niñas, y me dejaron el pelo largo. Al crecer, los demás tomaban esas características como prueba de que era una niña -y luego, una mujer- y me trataban como tal. Se me aplaudía cuando actuaba de manera típicamente feminina y me enfrentaba a recriminaciones cuando mi comportamiento era más masculino. Esto es lo que las feministas llaman la socialización femenina, y sus manifestaciones son ubicuas. Así, si tuviese que explicar cómo sé que soy una mujer sin hacer referencia a mi cuerpo, diría: “sé que soy una mujer porque todo el mundo me trata como tal”.

Algo que he aprendido en las trincheras de las guerras de género contemporáneas es que no soy sólo una mujer. Al parecer, soy una mujer “cisgénero”. Ser cisgénero, o “cis”, se considera una forma de ventaja estructural, y por tanto poseo un privilegio sobre aquellas personas que no son cis. La primera vez que me encontré con esta palabra, se me informó de que significa simplemente “que no es trans”, y realiza la misma función que la palabra “heterosexual”: sirve para nombrar a la mayoría, para que así no establecer una norma contra otros, que serían “desviados”. Todo el mundo tiene una orientación sexual, y por tanto todo el mundo tiene su etiqueta – no sólo la gente cuya orientación es minoritaria. Parece algo digno y razonable, y así la primera vez que ví esta palabra, felizmente me autodenominé cis. Pero, ¿soy cisgénero en realidad? ¿Es éste un término con sentido que se me pueda aplicar – a mí o, de hecho, a cualquiera?

Felizmente me autodenominé cis, si cis significa no-trans, porque asumí que no era trans. Asumí que no era trans porque no tengo disforia – vivo en mi cuerpo femenino sin incomodidad, sufrimiento o angustia. Bueno, en realidad esto no es verdad, y sospecho que tampoco lo es para la mayoría de las mujeres. Como mujer criada en una cultura que nos bombardea constantemente con el mensaje de que nuestros cuerpos son inaceptables, incluso asquerosos, siento una incomodidad y una angustia enorme viviendo en mi cuerpo, de forma tal que ha moldeado mi vida y continúa haciéndolo cada día. Lo que quiero decir realmente es que nunca me ha parecido que la incomodidad y la infelicidad que siento al vivir en un cuerpo femenino se relajaran si ese cuerpo fuera masculino. Aunque mi cuerpo femenino es una fuente continua de sufrimiento y vergüenza para mí, nunca he deseado cambiarlo para hacerlo menos femenino, pasar por el quirófano para hacerlo más parecido a un cuerpo masculino. Por tanto, asumí que no era trans. Y si no soy trans, debo de ser cis.

Pero para mucha gente, esto no es lo que significa ser cis, porque esto no es lo que significa ser trans. Había asumido incorrectamente que para ser trans se debe experimentar lo que con frecuencia llaman disforia de género, pero que debería llamarse disforia de sexo – un sentimiento de angustia causado por el sexo del propio cuerpo. Sin embargo, el cambiante discurso en la política transgénero insiste en que la disforia ya no se debe considerar necesaria para que una persona sea trans. Ahora puedes ser trans incluso siendo perfectamente cómodo y feliz viviendo en el cuerpo que te tocó al nacer, y no tienes deseo alguno de cambiarlo. Esto fue una sorpresa para mí, y obviamente tiene una importancia enorme porque si cis significa no-trans, necesitamos saber qué es trans. Y sospecho que mucha gente habrá compartido mi asunción de que tiene que ver con sentir disforia. ¿Qué puede significar ser trans, si no esto?

Parece que el término “transgender” se usa de diversas maneras y personas diferentes consideran que significa cosas distintas. Una definición popular dice que “transgender es un término global que abarca personas cuya identidad de género difiere de la típicamente asociada al sexo que se les asignó al nacer”. Esto sugiere la existencia de una “identidad de género”, que normalmente se define como “la sensación interna y personal de ser hombre o mujer” o “la sensación privada de alguien de su propio género, y la experiencia subjetiva del mismo”. Luego personas trans lo son porque hay un descuadre entre su sensación interna de su propio género y las normas de género típicamente asociadas al sexo con el que nacieron.

Tal vez haya gente con identidad de género. Tal vez haya gente con una sensación interna de su propio género; un sentimiento subjetivo, personal, de que son hombres o mujeres, y tal vez puedan describir esto con sentido sin hacer referencia a sus cuerpos ni a las normas sociales que dicen cómo la gente con esos cuerpos se deben comportar. Pero yo, honestamente, carezco de esto. No tengo ninguna sensación interna de mi propio género. Si me preguntas cómo sé que soy una mujer, tengo que recurrir bien a mis características sexuales secundarias, bien a las implicaciones sociales de ser vista como una persona que posee esas características. No experimento mi género como una esencia interna, una faceta profunda e inalterable de mi identidad. Quizá haya gente que sí, aunque soy escéptica respecto a cómo podrían explicarlo sin recurrir a roles de género construídos socialmente. Pero puedo conceder en beneficio del argumento que haya gente que experimente esta forma de estado mental del que yo carezco.

Eso estaría todo bien, si realmente se me permitiera negar que yo tenga identidad de género. Pero no es el caso. El propósito de la etiqueta cis es demostrar que ser trans no es anormal o de desviados, sino simplemente una de muchas identidades de género que la gente tiene. Para poder llevar a cabo esa función, cis debe referirse a la presencia de una identidad de género específica, no simplemente a la falta de tal. Ser trans es tener una identidad de género, una que difiere de la que se asocia típicamente a tu sexo de nacimiento. Y si no eres trans, eres cis, que también es una identidad de género. De modo que si las personas trans tienen una identidad de género que difiere de las normas de género para el sexo que tienen asignado, entonces presumiblemente las personas cis tienen una sensación interna de su propio género, que es el que se alinea generalmente con las normas de género asociadas a su sexo de nacimiento.

Pero yo no tengo ninguna profunda sensación personal de mi género. Tengo cosas que me gusta hacer y cosas que me gusta ponerme. Y por supuesto, muchas de esas cosas son típicas de mujer. Pero esas cosas no me empezaron a gustar en un vacío cultural o social, sino en un trasfondo de poderosos mensajes sociales que hablan del tipo de cosas que a las mujeres les tiene que gustar, así que no es ninguna sorpresa que me acaben gustando algunas de esas cosas. Y de todos modos no creo que esas cosas reflejen nada profundo, esencial o natural sobre mi identidad. Son simplemente mis gustos y preferencias. Si me hubiese criado en otra cultura, a lo mejor tendría gustos distintos; pero seguiría siendo básicamente la misma persona.

Además, como todo el mundo, muchas cosas que me gustan no son estereotípicas de mujeres. Muchas cosas que me gustan son típicas de hombres. Igual que todo el mundo, yo no soy un estereotipo de género unidimensional, y aún participando y disfrutando de ciertos aspectos de lo que se llama tradicionalmente la condición de mujer, hay otros muchos que rechazo por ser dolorosos, opresivos y limitadores. Incluso cuando participo deliberadamente en representaciones de feminidad, como cuando uso maquillaje o me pongo ropa típicamente femenina, no veo esto como una expresión de mi identidad de género. No, me estoy ajustando a (y tal vez al mismo tiempo modificando y desafiando) un ideal socialmente construído de qué es ser mujer. Es más, una vez desconectamos todo esto de restrictivas nociones tradicionales acerca de lo que es apropiado para un sexo y para el otro, no está claro por qué llamar a todo esto “género” en vez de “cosas que me gustan” o “mi personalidad”.

Presumiblemente se debe a la comprensión de que mucha gente no se identifica incuestionablemente con las normas de género típicamente atribuídas a su sexo el que haya aparecido todo un espectro de identidades de género – si no tienes una profunda sensación interna de que eres un hombre o una mujer, entonces te puedes identificar como “no binario” o “género queer” o “pangénero”, lo cual te permite identificarte con aquellos aspectos de la masculinidad y la feminidad tradicionales y rechazar el resto. (no está claro si no-binarios o género queers se deben considerar bajo el término global trans o no: al parecer hay opiniones encontradas al respecto). De nuevo, soy escéptica respecto a cómo se puede argüir que se trata de una identidad profunda e inalterable, porque cualquier descripción de una identidad de género no-binaria inevitablemente mencionará roles de género construídos socialmente (es notable que la mayoría de varones no binarios expresan esto experimentando con ropa y apariencia femenina, en lugar de un deseo insaciable de hacer las tareas del hogar que se asocian típicamente con la mujer). Pero quizá haya de verdad gente con una profunda sensación interna y personal de su propio género como una esencia que es tanto masculina como femenina, o que no es ninguna de las dos, de una manera tal que signifique algo más que “no soy un estereotipo unidimensional”. Pero yo no me cuento entre esa gente. A pesar de apoyar ciertos aspectos de la masculinidad y la feminidad y rechazar otros, no me autodenomino género queer ni no binaria, porque nada de esto representa ninguna faceta inalterable de mi identidad. Así que como no soy trans, y no soy no binaria ni género queer, me dicen que debo de ser cis, por defecto.

Así que la una opción para mí, si quiero rechazar la etiqueta cis, es pillar alguna otra identidad de género. No se me permite negar que tenga identidad de género. Pero esto es, en sí mismo, opresivo. Hace afirmaciones falsas sobre la experiencia subjetiva de mucha gente – gente como yo que no siente profundamente su propio género, y cuya experiencia primaria con el género es como de un conjunto de limitaciones impuesto externamente en lugar de un aspecto esencial de nuestra identidad personal. Nos fuerza a definirnos de acuerdo a cosas que no aceptamos (y, como estoy aprendiendo, si nos negamos a definirnos de esta forma, esto se considera intolerancia y falta de empatía por las personas trans, en vez de un rechazo razonable de lo que significa ser cis). Si “cisgénero” fuese la descripción de un problema médico, caracterizado por la ausencia de disforia, entonces aceptaría que soy cis. Pero si cisgénero es, como parece, una identidad de género, entonces no soy cis, porque yo no tengo identidad de género. Soy una mujer. Pero no porque, en el fondo, me sienta mujer; sino porque, en el fondo, simplemente me siento persona.

¿Hombre o mujer? La ciencia que solo sirve para discriminar a las deportistas

La atleta Dutee Chand, en una competición en 2013

La atleta Dutee Chand, en una competición en 2013. / MANJUNATH KIRAN (AFP)

Las organizaciones deportivas internacionales llevan décadas buscando un sexador de pollos que le permita separar nítidamente mujeres y hombres en la alta competición. Pero las personas no son pollos y la sexualidad humana, las condiciones anatómicas y fisiológicas que caracterizan a cada sexo, distan mucho de ser un simple blanco y negro para todo el mundo. Hace tiempo que la ciencia dejó claro que no existe una única regla biológica clara para determinar el sexo de cada persona y en los últimos 30 años cromosomas y hormonas han fracasado en el intento de ser esa herramienta fiable. Mientras, quedaba por el camino un reguero de mujeres deportistas vejadas, ridiculizadas, con vidas rotas e intentos de suicidio, simplemente porque no encajaban en el patrón coyuntural de lo que fisiológicamente debía ser una atleta de sexo femenino.

La última víctima, Dutee Chand, ha ganado la batalla. Los niveles de testosterona de esta velocista india de 18 años, producidos de forma natural por su organismo, pusieron en guardia al órgano de gobierno de los atletas (Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo, IAAF), que decidió suspenderla. Porque Chand entraba en la categoría legal, ahora tumbada, de hiperandroginismo: exceso de hormonas masculinas, esencialmente testosterona, que le estaría proporcionando una ventaja frente a sus rivales. Tenía que someterse a tratamiento médico si quería competir y ella —”soy quien soy”— se negó. En su resolución del lunes, el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) determinó que los científicos no pudieron indicar cuánta ventaja otorga esta producción natural de testosterona como para ser motivo de descalificación.

Y más importante aún: dictaminó que la norma del hiperandroginismo discrimina a las mujeres, porque solo se les aplica a ellas. “He sido humillada por algo de lo que no se me puede culpar”, dijo Chand tras el laudo. Si producir de forma natural más testosterona que tus rivales es una ventaja descalificante, argumenta el TAS, ¿por qué no se aplica también a los hombres que produzcan más testosterona que los demás? Como explica Katrina Karkazis, experta en bioética de Stanford y asesora de Chand en este caso, la testosterona (producida de forma natural) no es únicamente masculina y la ventaja que otorga es la misma que tener más altura, flexibilidad o mejores pulmones. “El fallo es enorme e histórico”, asegura a Materia, “es la primera vez que un organismo externo suspende una de estas políticas, que han existido por décadas”.

Patiño, en su foto favorita, cuando pudo volver a competir en Oviedo en 1989.

Patiño, en su foto favorita, cuando pudo volver a competir en Oviedo en 1989.

La norma del hipernadroginismo “no está siendo usada para determinar si un atleta debe competir como hombre o mujer. En cambio, está siendo usada para introducir una nueva categoría de mujeres no aptas dentro de la categoría femenina”, explica el TAS en su laudo. Superar el nivel límite de testosterona exigido —10 nanomoles por litro de sangre, cuatro veces lo que se consideranormal en mujeres— no convierte a atletas como Dutee Chand en hombres. Ese nivel no sirve parasexar atletas: rebasarlo no permite a las deportistas competir como hombres, porque no lo son, solo sirve para descalificarlas. Un estudio del propio Comité Olímpico Internacional mostró que el 13,7% de las atletas tienen niveles de testosterona por encima del rango habitual de las mujeres, y que un 4,7% tienen niveles que entran en la orquilla de lo considerado masculino. Del mismo modo, un 16,5% de los atletas de élite tienen niveles de testosterona por debajo del rango masculino, y un 1,8% de ellos caen en niveles considerados femeninos. “La naturaleza no es clara”, sentencia ahora el TAS. La testosterona no sirve para determinar el sexo, solo para estigmatizar a las mujeres que tienen más.

Pero hay que remontarse 30 años atrás para entender lo que está pasando ahora. En 1985, la velocista española María José Martínez Patiño se disponía a competir en los Mundiales de Kobe. Entonces se comprobaba el sexo de las mujeres (nunca de los hombres) atendiendo a los cromosomas: si tiene el par XX es mujer y si tiene XY es hombre. Tan simple como discutible. La prueba de Patiño determinó XY y la delegación española, en uno de los episodios más oscuros del deporte español, pasó de pedirle que fingiera una lesión a filtrar su condición a la prensa para destruirla. “Me sentí humillada y abochornada. Perdí a mis amigos, a mi novio, la esperanza y la energía. Pero yo sabía que era una mujer”, explicaba en un artículo de la revista médica The Lancet (PDF), “difícilmente podría fingir ser un hombre, tengo pechos y vagina. Nunca hice trampas”. Patiño es insensible a los andrógenos, las hormonas masculinas: sus cromosomas son de hombre, pero su cuerpo no sabe administrar la testosterona, por lo que no desarrolla todos esos rasgos fisiológicos externos que le suponemos a los hombres: ni pene, ni vello, ni más musculatura. Finalmente, ganó su caso y pudo volver a competir como mujer tras el calvario. Los cromosomas tampoco sirven para sexar atletas.

“El sexo de los seres humanos no es simplemente binario. No existe un único factor determinante del sexo”, señala ahora el TAS tras escuchar a los científicos, algo que venían diciendo organismos y expertos en revistas de primer nivel desde hace años. Pero hasta llegar a esta conclusión, antes de introducir los controles cromosómicos, se cometieron todo tipo de vejaciones con las deportistas, como obligarlas a posar desnudas ante los jueces mostrando sus genitales, otro examen tan humillante como inútil para determinar el sexo objetivamente y en todos los casos. Después del caso de Patiño, la ciencia fue destruyendo paso a paso la pretensión del COI y otros organismos de dar con una regla biológica que determine de forma indubitada lo que es una mujer. Esto, sumado al hecho de que los casos de hombres haciéndose pasar por mujeres son irrelevantes en el deporte contemporáneo, llevó a suspender estos exámenes en 2000. Hasta que llegó Semenya.

“Mírala, es un hombre”, se dijo una y otra vez de Caster Semenya, atleta sudafricana que ganó el oro en 800 metros en los Mundiales de Berlín de 2009. Su físico no encajaba con el patrón de mujer atleta y además ganaba. Las denuncias de sus compañeras derrotadas obligaron a Semenya a pasar un control de sexo, que incluyó una foto de sus genitales, que determinó que tenía hiperandroginismo como Chand. Sin embargo, ni las mejores marcas de Semenya le hubieran permitido siquiera pasar de la primera ronda compitiendo con hombres. Después de convertirla en un monstruo de feria en los medios, se permitió a Semenya seguir corriendo, pero la IAAF y el COI acordaron que no habría sitio para una nueva Semenya. Hasta que apareció Chand, que finalmente tumbó esta normativa.

Tabla de la IAAF para ayudar a los jueces a identificar atletas con altos niveles de testosterona en función de su cantidad de vello corporal.

Tabla de la IAAF para ayudar a los jueces a identificar atletas con altos niveles de testosterona en función de su cantidad de vello corpora

“No hemos dado con la tecla, pero lo vamos a seguir intentando”, responde ahora Patiño, que durante el proceso de Chand ha sido asesora científica en la Comisión Médica del Comité Olímpico Internacional y del TAS a favor de la normativa derrotada. Ahora, la IAAF tiene un plazo de dos años para aportar datos científicos que avalen el uso de la regla del hiperandroginismo y Patiño adelanta que ya están trabajando en ello, con reuniones convocadas para octubre y noviembre. “Me alegro mucho por Chand, porque lo ha pasado realmente muy mal, y este dictamen nos va a obligar a hacer mejor las cosas. No se puede seguir destrozando la vida de las chicas, ella ha tenido el apoyo y los medios que yo no tuve”, asegura. Sin embargo, se muestra convencida de que la testosterona otorga ventaja a atletas como Chand y “hay que proteger a las deportistas con niveles normales”. Patiño propone que las pruebas sean más sensibles y privadas que se hagan después de competir, sólo entre las primeras clasificadas.

Al margen de si la testosterona es una ventaja descalificante, ahora no queda más regla que la ley para determinar quién es mujer y quién hombre, como el TAS apunta en su dictamen: “Es justo y proporcionado que haya categorías femenina y masculina, debe existir un criterio objetivo para realizar esta división [pero] la verificación de género no es un criterio apropiado. Si una persona es mujer es una cuestión legal”. Coincide con el criterio de Karkazis, que opina que “los hombres y las mujeres deben estar sujetos a las mismas reglas, y ahora por fin lo están. En ambos casos, deben ser legalmente del sexo con el que desean competir”. “No se puede hacer un test de sexo. Es imposible, no hay un rasgo que sirva para clasificar a las personas. Hay muchas características y siempre hay excepciones”, añade.

Eric Vilain, experto de UCLA en esa gama de grises del sexo humano que ha dado en llamarse intersexualidad, asesoró al COI en la creación de la norma de hiperandrogenismo que consideraba “una solución imperfecta”. Vilain no cree que la IAAF vaya a conseguir datos para apoyar su postura y cree que quizá no haya solución o que esta pase por competiciones mixtas, según recoge The New York Times. “No hay argumento científico para decir quién es mujer y quién hombre. Cuanto más tiempo pasa más claro queda que el sexo no es binario”, asegura Victoria Ley, responsable de Salud y Deporte del Consejo Superior de Deportes. “Si son mujeres deben competir como mujeres aunque cuenten con ventajas naturales, como las que tienen muchos atletas por su físico. Y sobre todo, que no se discrimine sólo a las mujeres y sólo por sus características sexuales”, reclama.

“Esto no es un concurso de belleza”, denuncia Patiño en referencia a los comentarios que sufren algunas deportistas por su imagen por parte de compañeras y medios de comunicación. Esta exatleta señala otro punto que tienen en común las deportistas castigadas: “Siempre son de países en desarrollo, con poco peso internacional. Chand es de una familia muy, muy pobre de India. Yo me he enterado ahora de que en Kobe, en 1985, otra atleta de EE UU tuvo exactamente mi mismo problema pero ella pudo competir y yo no. Su nombre ni salió”, denuncia. Durante las décadas de 1960 y 1970, todas las deportistas olímpicas tuvieron que mostrar la idoneidad de sus genitales salvo una: la princesa Ana de Inglaterra, hija de la reina Isabel II, que compitió en equitación en Montreal 1976. En los Juegos de Londres en 2012, cuatro atletas de “países en desarrollo” no pasaron el control de sexo y, discretamente, terminaron en Franciasometiéndose a tratamiento para ser hormonalmente más femeninas y poder competir en el futuro. Chand se negó a pasar por eso. Y ganó.

Viruta: “Desde que me identifican con un hombre noto que tengo más privilegios”

VIRUTA FTM CANTAUTOR

Se define como un “cantautor transexual y precario que hace música transfeminista y rebelde”. Pero Viruta FTM es mucho más que eso y en sus conciertos es capaz de llevarte de la risa a la reflexión en pocos segundos.

Viruta durante la entrevista en Madrid

Viruta durante la entrevista en Madrid. / FOTO: ÁLVARO MINGUITO

“Consumimos aire, sueños, identidad, relación, alma”.
Testo Yonki (2008). Beto Preciado. 

Si tecleamos desde España en cualquier buscador de internet FTM, lo más probable es que lo primero que aparezca sea la Federación de Tenis de Madrid. Si elegimos la opción vídeos, la cosa cambia. Decenas de ventanas con la palabra transgender, timeline o testosterone se despliegan ante nosotras. FTM o Female to Male- de mujer a hombre-, es un código que se usa para identificar a la gente que está en transición y es también la coletilla que acompaña a un cantautor que lleva años rodando por Madrid acompañado de su guitarra, Viruta FTM. “Es algo horrorosamente binario pero sirve para que las personas que transitamos, los chicos trans, podamos encontrarnos”, explica.

Viruta se mueve por Madrid en una diminuta bici roja plegable, “es perfecta y es lo único que me dejan meter en el metro a cualquier hora”. Sabe que tiene aspecto de chaval, “bajito y sonriente” a pesar de los tatuajes. El último que se ha hecho dice “born this way-nacido de esta manera-y va acompañado de un símbolo transfeminista. Viruta, que en otro tiempo se llamó Virginia, comenzó dando conciertos para sus amigas en pequeñas salas de Madrid, “era como una cantautora bollera y tierna”, cuenta.  Desde entonces ha llovido mucho.

¿Por qué Viruta?

Viruta lo conservo desde hace muchos años. La versión real es que me colocaron este mochuelo mis amigas con esa cosa tan machista y universal de que cuando te enrollas con mucha gente en un breve espacio de tiempo te llaman puta, directamente. Mi nombre registrado era Virginia, así que juntaron el Virgina con el puta y me empezaron a llamar Viruta. Empecé a enrollarme a diestro y siniestro, con chicos, chicas y todo lo que se moviera por la misma razón por al que empecé a ponerme mórbidamente gordo entre los 20 y los 25. Me convertí en una versión bajita de lesbiana butch. Se supone que todas las lesbianas de los sueños o las pesadillas de la gente eran más o menos como yo, pero la realidad era que en ese momento había un repunte de bollo lipstick, se podía ser femenina y gustarle a las mujeres. Hubo un bombardeo en los medios en el que las lesbianas de pronto aparecían, pero tenían que aparecer normalizadas y yo ya tenía la mosca detrás de la oreja con todo el proceso de normalización. Tenía escaso interés en mi cuerpo. Sabía que mi cuerpo y mi manera de funcionar por el mundo no eran las que quería y entonces comía sin fin, sin ningún problema, y me enrollaba con gente todo el tiempo. Sin embargo, en vez de estar rayado, como mucha gente trans que lo que hace es intentar mutilarse o encerrarse y no dejar que nadie le toque hasta que no transicione, pues yo lo hice al revés, dejé que todo el mundo me manoseara sin ningún problema ni ninguna carga, pero el cartelito me lo colgaron. Lo de puta es algo con lo que siempre me ha gustado jugar, siempre me ha interesado mucho todo lo que rodea al mundo de la prostitución y el trabajo sexual, toda la construcción social que se organiza en torno al estigma de puta. Me quedé con Viruta porque me parecía adecuado apropiarme del insulto.

Lo de reapropiarse de las etiquetas, lo de resignificar es algo que haces mucho. Tus primeras canciones son versiones de temas más famosos y comerciales, pero poco a poco vas jugando con otras melodías y otras letras, compones himnos contra el amor romántico como Peras y Manzanas o I’m slut, de la Marcha de las Putas de Ecuador, untimeline también sobre tu transición.

Mis últimos dos o tres años han sido la locura. Antes, al estar en otro contexto, hacía canciones distintas. Creo que somos presas de los que estamos viviendo y nunca he podido evitar hacer canciones desde las emociones. Pero han cambiado un montón porque ahora estoy atravesado por mucha información que antes no tenía y mis canciones se han vuelto cada vez más feministas y más integristas. Lo de sufrir por amor romántico o a lo pantoja lo tenía incorporado, y aún tengo un regustito cuando oigo una canción de amor rotundo y me gusta. Ha habido muchos años de construcción para tener una deconstrucción repentina.

Viruta, en un momento de la entrevista

¿“Con tetas no hay ParaDisko”? ¿Lanzas un crowdfunding para quitarte el pecho y sacar un disco?

Estuvimos pensando mucho tiempo el nombre. Este año tengo dos necesidades urgentes. Lo de quitarme las tetas como persona transexual podría haber sido secundario, pero ya me he hartado. Me he hartado de no poder respirar, de no poder ir a la piscina, de no poder llevar una vida normal en el mundo normal, ese del que tantas pestes echo. Yo quiero seguir luchando porque la gente quiera sus cuerpos y yo querer el mío, pero tengo la sensación de que no voy a vivir para ver esos cambios de mentalidad en la sociedad que van a permitir que la gente camine con la expresión de género que le de la gana acompañando al cuerpo que tiene.

¿Realmente crees que esos cambios llegarán en algún momento?

Creo que sí. Los estoy viendo llegar. Poco a poco la gente joven se está lanzando a expresarse. En los ’90 ser la lesbiana de tu barrio, aunque fuera una ciudad grande como Madrid, era significativo, había mucho bullying. Ahora parece que ya está mucho más presente en la sociedad. Sin embargo, la cuestión trans aún está congelada, es algo muy denostado y criticado, y aunque hay mucha lucha entre manos, no creo que me vaya a permitir la vida pasear por ahí sin dar el cante. Yo me meto en el metro y la gente no se da cuenta de que soy un muchacho trans, pero sigue habiendo un montón de parcelas de mi vida en las que no puedo funcionar de manera cotidiana. No puedo salir a tirar la basura sin ponerme una faja o salir a la terraza a tender la ropa porque los vecinos de enfrente me echan fotos si ven algo raro en mi cuerpo. Tengo la sensación de que quedan muchos veranos, que me acerco a los cuarenta años y me apetece hacer otras cosas. Si tuviera 18 años estaría el triple de empoderado y podría ahorrarme la vehemencia con la que defiendo una operación de cirugía plástica, porque hasta yo tengo al sensación de que es una operación de cirugía. Tengo un duelo interno, porque estoy haciendo mucha lucha a favor de la diversidad de los cuerpos y amar nuestros cuerpos y en el fondo siento que estoy traicionándome a mí mismo. Igual hay gente que opina que con la nariz que tiene no va a poder funcionar el resto de su vida, que le frena para las relaciones sociales y que todo el mundo se mete con su nariz. Lo mismo puede pasar con cualquier parte del cuerpo. Pero ya me he lanzado a la piscina porque sé que me va a mejorar la vida y que me va a ayudar a estar mejor por el mundo.

Viruta, en un momento de la entrevista2

¿Y el disco?

El disco me hace falta y no me hace falta, pero más allá de eso, tengo la sensación de que hay mucha gente que quiere oír mi música. Yo de pequeño no soñaba con ser cantante, pero sí con ser un señor, o algo así. Mucho más que ahora, que no sueño con ser un señor, sino quedarme en una expresión de género media. Lo que pasa es la gente te tiene que encasillar en una cosa u otra, así que algo habrá que parecer. Desde luego prefiero parecer un señor que una señora, que me queda muy mal, pero yo en mi activismo, en mi entorno de comodidad, prefiero estar en ese limbo extraño. Haciendo música tengo la sensación de que hay muchas cosas que a la gente le han servido para algo, hay madres de niños trans que me dicen que les he ayudado en la transición.

Es cierto que te expones mucho en tus conciertos y en tus canciones y eso no es algo tan habitual. Incluso en los vídeos visibilizas tu transición.

Es que paradójicamente, aunque no me gusta generalizar, lo que se busca desde el colectivo trans es la invisibilidad, la normalización de los individuos o individuas trans, el hecho de que no hayas nacido con unos items de mujer o de hombre y puedas pasar por el mundo sin que la gente detecte que has nacido con las partes del cuerpo que corresponden al otro género. Yo no es que busque lo contrario si no es por un objetivo dentro del activismo. Pasar inadvertido por el mundo me viene bien para que la gente no me acose, no me insulte, no me diga cosas. Pero también me resulta útil que la gente se dé cuenta de que soy trans para que encuentren otros referentes porque a mí es lo único que me ha servido para transitara mí en mi vida. Yo en los 90 intentaba decírselo a mis parejas, pero mientras, hacía una especie de performance de lesbiana o algo así, porque me gustaban las mujeres y entonces me tocaba ser lesbiana porque yo tenía tetas. No sabía que había ninguna otra posibilidad, porque la transexualidad era lo que estaba asociado a la prostitución, a La Veneno, Bibi Andersen y poco más. La idea de hombre trans ni siquiera existía y hasta que las redes no se metieron en la cuestión y empiezas a descubrir transiciones de otras personas, otros lugares del mundo donde hay gente que decide cambiar su expresión de género, no te planteas que tú puedes hacerlo. Es necesario siempre que haya referentes y pensar que no eres la única persona que está pasando por eso.

¿Y qué referentes encuentras tú?

En los 90 no hay nada, sobre todo encuentro a partir de 2005 casi todo en YouTube. Hubo gente que empezó a contar sus penas y su situación, a querer cambiar y, sobre todo, a hacer una especie de timeline en el que mostraban su cambios. Se empezaban a hormonar y contaban mes por mes cómo cambiaban y lo que se iban encontrando, haciendo una especie de tutoriales. Es algo dual porque hay una parte de vanidad, porque te empiezas a mirar en el espejo mucho más que durante el resto de tu vida porque te vas pareciendo más a aquello que querías conseguir, pero también tienes ganas de que el resto lo vea, por si puedes ayudar a alguien.

La reflexión puede sonar viejuna, pero es cierto que en este sentido internet ha hecho mucho, ¿no?

El YouTube a mí me ha cambiado la vida, igual que a muchísima gente. El transitar es algo que aún a día de hoy no se entiende, sigue resultando muy impactante que la gente decida cambiar una obligación tan importantísima como es mantener tu expresión de género hasta que te mueras. La ventana del YouTube permite que la gente que está haciendo cosas en su intimidad las saque fuera. Yo al principio era super tecnófobo. Nunca había pensado en hacer cosas en internet, pero todo fue de la mano del feminismo. Había tenido militancia feminista de joven, de puño en alto y mani 8 de marzo, pero muy tibia a los 20 años.  De ahí me metí en el momento LGTB másmainstream de Chueca, dejé de lado la lucha feminista pero en Chueca tampoco encajé. Así que al volver a Lavapiés y meterme en temas de contenido me di cuenta de que mi lugar estaba aquí, con gente que tuviera más diversidad de expresiones de género. Como persona trans en el colectivo LGTB creo que no se encaja. Se encaja muchísimo mejor en cualquier submundo de gente que no se plantee tanto las cuestiones éticas y estéticas como en el mundo LGTB mainstrream, que está todo muy observado. Igual que las unidades de género, que son muy criticadas por los colectivos trans, porque te obligan a una transexualidad muy hegemónica en la que si eres un hombre trans eres muy hombre con sus camisas de cuadros, su fútbol y cosas así, en el entorno LGTBmainstream también es así, tienes que encajar con una cosas, una música y vestirte de una manera concreta.

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Has hablado de las Unidades de Género ¿Cómo es la transición por la sanidad pública?

Es todo complicado, hay una posibilidad de intervenirse por la Seguridad Social pero tienes que entrar por el ojo de la aguja. Yo estoy vetado en la UTIG (Unidad de Transtornos de Identidad de Género de la Comunidad de Madrid), que es horrible, porque estuvimos en un congreso de transexualidad, donde por cierto no había sin gente trans e hicimos preguntas incómodas tipo “¿Ustedes saben que les mentido en los test y que cuando nos preguntan si somos heteros o nos gusta el fútbol mentimos y decimos que sí?”. Después me dijeron que mi solicitud podría demorarse años y años.

¿Y el cambio de nombre a nivel legal?

Dentro de la sanidad pública hay un protocolo, pero también hay una alternativa para la gente que no tiene tarjeta sanitaria. Está Médicos del Mundo y la posibilidad de acceder a un psicólogo o psiquiatra privado, eso sí pagándolo, y necesitas dos informes, uno de un endocrino, alguien que te haya estado siguiendo durante dos años, porque te tienes que estar hormonando durante dos años para cambiarte el nombre, necesitan una prueba de que en tu paso futuro por la “vida real” vas a ser leído como un hombre. Y mientras, vas asistiendo a terapia para que confirmen tu cambio. Te hacen test y distintas preguntas en las consultas,  un historial completo de tu vida personal, de tu vida sexual, y sobre cómo te has comportado con tus parejas. Si determinan que hay algo en tu vida que no les cuadra, el informe puede ser vetado y no te dejan cambiarte el nombre, es muy perverso. Así que intentas responder siempre lo que crees que quieren oír. Y estás supeditado a lo normativo y conservador. Una de las preguntas más clásicas es “¿cómo sabes que no eres una mujer lesbiana?” Alguien con 17 o 18 años les imponen una masculinidad que ellos no tenían y eso es lo que da miedo, les devuelven a su casa hechos una mierda porque no les gusta el fútbol.

¿Cuánto llevas hormonándote? ¿Has notado muchos cambios?

Llevo dos años y medio y las hormonas me han cambiado la vida. Me hubiera podido mantener igual el resto de mi vida, sin operarme, si la parte protésica de esconder las tetas no fuera tan incómoda para vivir, pero tener una faja en medio el pecho te impide vivir y respirar, genera lesiones con los años. Lo de la hormonación lo he notado en la voz, que me ha bajado un par de escalas y eso ha sido muy complicado. No hay más chicos trans que canten porque es muy difícil. Yo lo que hago ahora es jugar porque cuando te cambia la voz te quedas en menos de una escala. Es un cambio de voz artificial y adulta que se produce porque las cuerdas vocales crecen y al crecer, la garganta se estrecha. La hormonación también hace que te crezcan músculos y puede que la mala leche, pero no te implanta una violencia que no resida en ti. También he notado que ha cambiado mi manera de socializarme, porque la gente ha dejado de leerme como una lesbiana camionera y verme como un muchacho y ser más invisible, porque los muchachos son más invisibles. Y si eres bajito, como yo, eres medio hombre para muchas cosas. Las mujeres hetero genéricas del mundo, tampoco reparan en ti porque eres bajito. Los muchachos gays sí me miran más.

¿Y desde que eres leído como hombre sientes que tienes privilegios masculinos, que te tratan de manera diferente?
Por supuesto que sí, tienes privilegios en un millón de cosas. Las primeras, las más sutiles, ser más escuchado, todo eso que llaman micro machismos, que en realidad son machismos tal cual, desde que te pongan a ti la caña y a tu compañera la fanta hasta el tema de la ocupación en el espacio público, no tener miedo por la noche en la calle o que una misma broma caiga de manera diferente según de qué boca salga. Lo esperabas porque lo sabes desde siempre, y ocurre. Te das cuenta de que exactamente con la misma circunstancia y viviendo la vida en tu mismo envase, solo porque la cáscara ha cambiado, la cosa funciona de manera diferente.
¿El género binario es uno de nuestros mayores problemas? Al menos eso decías en unaentrevista de Pikara Magazine.
Es el primero de nuestros problemas porque eso nos da una carga vital, una mochila de quehaceres. Desde que existen las ecografías que pueden definir en teoría qué es lo que te cuelga entre las piernas, hay una educación en género, incluso a través de la tripa. Se habla de lo bonita que va a ser la niña o de que el niño va a ser futbolista. Hay una necesidad imperiosa de poner etiquetas. Todo en la vida nos llega en forma de binario, hasta que no nos desviemos de todo eso, el mundo no va a cambiar, aunque los grupos de gente joven ya están cambiando. Hay niños y niñas hegemónicos que no se conforman con ser un macho macho o una hembra periputi. Hay mucha gentetransgender o gender fucker, gente que no quiere ser él o ella, o que se nombra como “elle”. Como los góticos de mi juventud, que era lo más andrógino que me encontraba en mi época. Muchachos que se maquillaban, dulces, femeninos… ahora pasa mucho con la gente joven en el mundo del cómic y se empieza a deshacer el género desde la cultura japonesa, porque tienen una manera más andrógina de sentir la vida. Son sujeto de bullying a saco, porque en el cole tienes que ser una barbie malibú o el garrulo que da collejas a los demás. Es un patio de instituto que viene de Estados Unidos, pero es el mismo que veíamos en la peli de Grease en los 80 en la que los nerds se ponen en un banco y los quarterbacks en otro. Eso está en todas partes pero la gente joven lo está intentando disolver poco a poco.

CONTRA LA SEXOLOGÍA OFICIAL: ALGUN APUNTE SOBRE AULAS, EDUCACIÓN Y DIVERSIDAD SEXUAL

Por Eduardo Nabal

Un campo de batalla sembrado de minas. El avance en la visibilidad no supone solo eso un avance sino también un desafío a los y las homófobos, ellos lo llamarían y lo llamarán “una provocación”.

Los desperados intentos del heterosexismo por asimilarnos en sus modos de producción, comunicación y convivencia no siempre dan éxito, algo que ha crecido con estos recortes que se van llenando de ideología En España se ha eliminado la homofobia de la educación para la ciudadanía en los institutos gracias a las artimañas del Partido Popular. Pero el problema es otro. Y es que cuando alguien habla de machismo (y tampoco mucho) todo el mundo sabe a lo que se refiere, con variantes geopolíticas.. Hay un problema básico y es que la educación se imparte desde muchos frentes y aunque entre educación sexual la visión sigue siendo bastante sesgada.

La homosexualidad puede hasta ser estupenda pero todos los ejemplos de la sexología son heterocentrados (la disfunción eréctil, el orgasmo, el matrimonio, la lactancia…) con lo cual nos devuelven el espejo de los limites y la no identificación, alejando la ciencia de la realidad, las afirmaciones tolerantes de la autentica empatía. Existen varios problemas que se plantean en la educación. Uno es que deberían ser los profesores y profesoras gays y lesbianas los que sacaran el asunto, lo suelen hace pero ya a niveles superiores y depende donde y cuando. Deberían serlo desde el principio, modelos buenos o malos, pero modelos. Hasta los de matemáticas. Porque, hasta hace poco, hasta algunas asignaturas parecían tener género e incluso orientación sexual. Otra es la palabra tolerancia y la no menos temible palabra normalización. Esto lleva a que los chicos y chicas con pluma sean el principal objeto de las burlas, sean gays, heterosexuales, lesbianas o bisexuales.

Debemos evitar presentar a los niños/as “mariquitas y bolleras” como víctimas a tutelar pero insivilizarlos, no ofrecerles referentes creíbles, apartarlos de los ritos de la iniciación juvenil, omitirlos de continuo, es lo peor de todo. Otro problema es que se considera a los adolescentes como gente a la que tutelar y, aunque esto ha avanzado en los últimos años , todavía se considera que determinado tipo de información es o puede llegar a ser proselitismo. El discurso nuevo – o no tan nuevo. pero el mas válido es un discurso en primera persona, que no se atiene a los regímenes de los normal y que busca además una interseccionalidad entre opresiones: raciales, económicas, de género, sexuales… El problema es que hoy por hoy es mejor poco que nada. Mejor que un psicólogo hetero diga que la homosexualidad es algo natural que un cura en el armario de lecciones de sexualidad en sus clases catequéticas con tintes machistas y homófobos, lesbófobos y tránsfobos. Y nos encontramos con un tercer obstáculo y es que el conocimiento no lleva consigo un cambio de mentalidad. Indiscutiblemente es mejor que la ignorancia, el desprecio, la burla o la injuria pero no supone ningún milagro de por sí.

Esto se refleja por ejemplo en las comunidades donde llega información pero no es asimilada, en algunos círculos de izquierda revolucionaria y en el amplio espectro de la derecha cercana (de muchas maneras) a la Institución de la Iglesia y sus apéndices. La Iglesia se mete en todas esas cuestiones pero los maestros gays y lesbianas deben permanecer en el armario todavía en muchos lugares, sobre todo si se encuentran en colegios privados o concertados donde desde muy pronto se afianzan los roles masculino/femenino entre otros dualismos como hetero/homo, blanco/negro, sensatos/subversivos que en la realidad son más difusos y que conllevan casi siempre o siempre una jerarquía silenciosa o no, un dualismo en el que uno siempre queda por encima del otro, aunque pueda no parecerlo. Una escala de valores, en blanco y negro. La dictadura en España y el apaño de la transición ha hecho que, a diferencia de algunos países europeos, la educación sea bastante penosa en cuestiones de diversidad sexual a pesar de los avances casi pioneros en cuestiones legales como el matrimonio igualitario o dar voz a las demandas de las personas transexuales, aunque sea casi exclusivamente por cauces legales o partidistas.

Es difícil trasladar discursos exportados pero ya la mexicana Anzaldúa en los años setenta hablaba de los dogmas psiquiátricos, de la moral de su tribu y de su condición de fugitiva de muchos lugares de partida o de llegada . En toda pedagogía hay un elemento de seducción, queramos o no reconocerlo. Pero si en España hasta hace no tanto los hombres heteros gozaban de cierta vista gorda en cuestiones como los piropos, la promiscuidad, el dominio o el liderazgo, no ocurría lo mismo con las profesoras, y menos aún con docentes LGTB, que, de entrada no existían, o eran señalados con velocidad. Que esto cambie no es necesariamente entrar en el campo de la diversidad sexual. Puede crecer la igualdad de oportunidades entre hombres o mujeres pero eso no conlleva una educación anti-homofóbica, que reclama modelos concretos y no sacados de los libros de historia o literatura con gentes excepcionales (de Lorca a Goytisolo, pasando por Wilde o Virginia Woolf) sino con referentes próximos y variados, que destruyan el estereotipo sin dejar de reconocer las diferencias y los miedos o vulnerabilidades íntimos como lugares de posibilidad y creación : la pluma es hermosa, ser machorra es un desafío a los moldes, encanto, la gente “no transexual” tiene un nombre: que es “cisexual” etc.

Parece que esta siendo más fácil construir una cultura LGTB en algunos países de Latinoamérica que en otros de Europa donde el miedo y el involucionismo están a la vuelta de la esquina, en forma de recortes, amenazas e intereses espurios. La fama machista de países como México o algunos del mediterráneo no invalida (aún siendo esto cierta en unas zonas más extendidas que por ejemplo en Francia o Alemania) que los movimientos feministas, LGTBIQ, y por la diversidad sexual (que deben unirse, interrelacionarse pero no confundirse ni menos solaparse) sean menos combativos, incluso a veces muestran mayor imaginación donde aquí ya solo se valora el “compromiso legal o económico” que abre una brecha entre los maricas pobres y los gays con pelas, entre las bolleras de pueblo y las lesbianas de las series de televisión. Incluir la información sobre diversidad sexual supone en cualquier parte del mundo un problema arduo y un camino nada cómodo, que va mas allá de unas horas de tutoría con asociaciones sin atisbo de querer cambiar nada. Debemos ser conscientes de que amparados en la libertad de cátedra o de lo que sea, si esa educación no entra de una manera entra de la otra, produciéndose un silencio glacial ante el acoso escolar, los modelos heredados o la uniformización de los diferentes. Como decía Audre Lorde, lesbiana, negra y madre: “La diferencia no debe ser simplemente tolerada sino que debe ser vista como las polaridades que hagan saltar la chispa de nuestra creatividad”.