Leslie-Lohman, el museo de arte lésbico gay

artículo publicado por Diego Morales en Cultura Colectiva

Entre los múltiples recintos que conforman Nueva York, se encuentra el primer espacio dedicado a la exhibición exclusiva de obras cuyos autores y temáticas giran en torno al LGBTQ (lesbianismo, gay, bisexualismo, transexualismo, queer).

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Charles Leslie y Fritz Lohman, un par de coleccionistas de arte, comenzaron a exhibir de manera clandestina obras de artistas homosexuales, quienes tenían acceso casi nulo a las galerías, en un loft en el barrio Soho al rededor de 1969. Debido a la expansión del sida en los Estados Unidos en la década de 1980 y la alta taza de mortandad en artistas y coleccionistas homosexuales, miles de obras representativas del movimiento gay de la época se quedaron sin un lugar para ser albergadas y expuestas.

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Los familiares de artistas y coleccionistas de arte gay, que generalmente eran quienes heredaban las obras, no sabían qué hacer con éstas; incluso, algunos se avergonzaban de poseerlas y en su mayoría terminaban en los basureros y sótanos, así fue como colecciones enteras terminaron destruidas y con ello, se perdió el mensaje que portaban.

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Para evitar la destrucción y desaparición del arte homosexual de la época, Charles y Fritz decidieron crear, en 1987, “Leslie-Lohman Gay Art Foundation”. A partir de ese año la fundación se ha encargado de recaudar y vincular obras, artistas y coleccionistas de arte homosexual de todo el mundo. Fue hasta mayo del 2011 que la Junta Administrativa del Estado de Nueva York reconoció su ardua labor en pro del arte y les otorgó el estatuto de museo, volviéndose así el primer y único museo oficial de arte gay en el mundo.

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En su actual ubicación, en el número 26 de Wooster Street, el asistente puede apreciar más de 24 mil obras además de un amplio archivo con información de más de mil 900 artistas. Tiene exposiciones permanentes y temporales, proyección de películas, obras de teatro, lectura de poesía y mesas de diálogo con artistas.

En sus galerías se han exhibido obras de artistas como: Keith Haring, Andy Warhol, George Platt Lynes, Catherine Opie, David Wojnarowicz, Jean Cocteau, Del LaGrace Volcano, Deborah Bright, entre otros.

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La misión de este museo reside en la exposición y preservación del arte LGBTQ, así como la promoción de los artistas de este ámbito, a demás de exponer la historia creativa del arte homosexual brindando información y educando al público a través de charlas y conferencias. A pesar de las duras críticas y la poca aceptación por parte de los grupos conservadores, el museo Leslie-Lohmande arte lésbico gay abre sus puertas y recibe a miles de personas cada año y cientos de eventos artísticos y culturales.

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Retratos de hijos de homosexuales

Artículo publicado en Cultura Colectiva

“Recuerdo una plática con mi mama, en la que me decía que le gustaría casarse con otra mujer. Cuando yo era muy pequeña quería casarme con mi mejor amiga, así que le dije: –¿cómo yo y Sarah?, y respondió: –No, no como tú y Sarah”. 

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Los hijos de padres homosexuales son más propensos a pensar en el suicidio, a caer en la traición, a ser desempleados, a contraer una enfermedad de transmisión sexual, a ser más pobres, al tabaquismo y a la criminalidad y a ser menos saludables. Lo anterior según un estudio del sociólogo Mark Regnerus de la Universidad de Texas, cuya investigación ha sido fuertemente criticada por el movimiento LGBT en Estados Unidos y utilizada por los movimientos conservadores y religiosos del país para seguir ahorcando a las minorías sexuales. A pesar de que el propio investigador afirma que su “inédito” método cuantitativo y cualitativo se centró en los testimonios de los hijos de padres homosexuales, el tema aún está en debate.

Treinta días antes de la decisión histórica de la Suprema Corte de Estados Unidos que aprobó los matrimonios homosexuales en el país, la fotógrafa Gabriela Herman compartió en el New York Times, su serie fotográfica, The Kids, mismo que lleva cinco años en pie y que ahonda en el tema de los hijos de padres homosexuales, visto desde sus protagonistas: los hijos.

El proyecto nace de la propia experiencia de Gabriela, cuya madre se declaró homosexual cuando ella era adolescente, y por ende, se enfrentó a la separación de sus padres y vivió el matrimonio de su madre con su pareja. Quince años después del evento que definió su vida, la fotógrafa de Nueva York emprendió la búsqueda de personas como ella, que habían experimentado situaciones similares en su familia y que sabía que tenían algo que decir al respecto.

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Hope, Nueva York, criada por sus dos padres. “Sabía que había otras estructuras de familias porque veía a las familias de mis amigos, y a mis tíos, y sabía que la gente tenía algo llamado “mamá”, que yo no necesariamente tenía, pero no creí que pertenecía a la minoría. Siempre me he preguntado a sobre mi familia de nacimiento, en particular mi madre biológica, pero en términos de mi propio desarrollo, no siento que sufrí por ello. Yo creo que mis padres hicieron un gran trabajo criándome y convirtiéndome en una mujer fuerte, pero sobre pequeña incógnita, de dónde vengo, a veces aún pienso en eso, y otras veces sólo desaparece en términos de su propia importancia”.

Los retratos de Gabriela ofrecen un amplio abanico de experiencias humanas, desde individuos que crecieron en ambientes con profunda libertad sexual y aceptación, hasta otros en los que las situaciones se desarrollaron en una burbuja de silencio. El proyecto busca desarrollar la tolerancia entre individuos, la comprensión hacia otros modelos de vida y la lucha por los derechos para las minorías sexuales.

En palabras de Gabriela, espera que sus retratos sirvan para que la gente empiece a escuchar a “los niños”, ampliamente discutidos pero con pocas oportunidades para hablar por sí mismos. Al leer los testimonios de los hijos observamos que sus principales problemas se centran en cómo lidiar socialmente con el asunto, enfrentarse a la negativa de la sociedad a discriminar cualquier tipo de vida distinta y a creer que están solos.

Aquí, algunos de esos testimonios.

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Robin, Nuevo Mexico, criada por dos papas y dos mamas: “En la universidad estaba en una clase de justicia social y había un chico que dijo que él tenía dos mamas. Y yo pensé, ¡Dios mío! Mi primera reacción fue estar un poco molesta porque hasta entonces había sido algo muy mío, pero luego lo acepté pues supe que eso era lo que me tenía aislada. Por supuesto que el chico y yo nos volvimos muy cercanos, y eso fue increíble”.

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Vanessa, Virginia del norte, por su madre y padre, quien se declaró homosexual cuando Vanessa tenía 28 años: “Para mí y para mi hermana, fue una gran decepción saber que nos habían mentido tanto tiempo, no tanto que mi padre se declarara homosexual”.

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Shira, Pittsburgh, criada por su padre y madre, quien se declaró homosexual cuando ella estaba en la Universidad. “En cuanto me dijo que habia encontrado a alguien, supe quién era, y supe que era una mujer. La había mencionado un par o dos de veces en el telefono, en un contexo de amigos, y se podía saber”.

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Karen, Southern Oregon, criada por su padre y madre, quien se declaró homosexual cuando Karen tenía 20 años. “Vivir en Nueva York lo ha hecho más fácil. Donde yo crecí nadie hablaba de eso, pero aquí, a quien sea que conozcas es gay y todos hablan de eso y es grandioso”.

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Zach, Iowa, criado por sus dos madres: “No creo que la palabra clave para describir a mi familia sea LGBT, sino familia. Si ves a la mayoría de las cosas que describen a mi mamas, o quién es mi familia, no creo que sea mas preciso decir que mis mamas son gay, que decir que son fans de los packers o empleadas del sector salud”.

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Elizabeth, Boston, criado por su madre y padre, quien se declaró gay cuando Elizabeth estudiaba la Universidad. “Él dijo: –es tiempo de confrontar mi identidad –y le pregunté si era gay y respondió: –bueno, nunca he tenido experiencias que me permitan saberlo –y creo que las siguientes palabras que salieron de mi boca fueron: –papa, estoy muy segura de que eres gay’.

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Allison, Connecticut y Vermont, por su madre y pareja de su madre: “Tan pronto supe que mi nueva escuela tenía una alianza entre homosexuales y heretosexuales… fue increíble saber que había otros niños de mi edad… darme cuenta que apoyaban a la gente LGBT. No era el único que conocía gente gay, y no era un oscuro secreto que tenía que ocultar”.

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Darnell, California, por sus madres y su padre. “Tomé por un hecho que estaba rodeado por lesbianas todo el tiempo y creí que era muy normal. Tengo una vaga memoria de escuchar musica pop en la radio y asumir que quien cantaba lo hacía para una persona de su mismos género”.

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Moshe, Nueva York, criado por sus dos madres “Mis madres y yo y siempre hemos sido muy cercanos, pero por supuesto que pase por mi etapa de odio como adolescente. Pero ahora ella es como mi piedra y siempre está para mí. La amo”.

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Lauren, Missouri, criada por su madre y padre, quien se declaró gay cuando Lauren tenía 7 años. “El hecho de que mis padres se divorciaran, opacó el hecho de que mi padre era gay. Creo que es muy bueno, para mi hijo, porque está creciendo con dos abuelos y nunca sabrá la diferencia entre uno y otro”.

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Annie, Ohio, criada por su mamá y papá quien se realizó un cambio de género cuando Annie tenía cuatro años. “En realidad no recuerdo a mi padre como un hombre, supongo que es porque crecí con dos madres. Para mí nunca fue algo tan importante porque no conocía a nadie más, no fue hasta que me marché a la universidad que lidié con el hecho de contarle a la gente. En realidad nunca había hablado de ello, mucho menos considerarlo como un asunto social y no creía que era algo por lo cual había que luchar, tú sabes, nunca me identifiqué con ese grupo”.

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Mark, Pennsylvania, criado por su madre y padre, quien se declaró homosexual cuando Mark estaba en la universidad. “Mi padre es gay, aunque aún está en proceso de aceptación. Yo tenía una cierta creencia de que mi papá era gay desde el principio, siempre supe que yo era queer, lo cual ayuda. Recuerdo a mi padre, desde mi niñez, utilizando los mismos comportamientos de ocultar su propia feminidad que yo, como descruzar sus piernas o dejar de hablar con sus manos”.

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Danielle, Washington D.C., criada por dos madres y cuatro padres: “Cuando tenía cuatro, mi amiga y yo estábamos jugando a la casita, y ella siempre jugaba a ser la mama, aunque esta vez no la iba a dejar. Nos peleamos por eso, y cuando mi mamá llegó a preguntar qué pasaba, nos sugirió que ambas fuéramos las mamás. La miré y le dije que eso no podía hacer, me miró de vuelta y dijo: –Danielle, tú tienes dos madres.

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Zack, Nueva York, criado por sus dos madres. “Todos en mi familia son adoptados. Tuve menos problemas con dos madres y mas problemas encontrándome a mi mismo, ya sabes, con aquello de la raza y la etnicidad”.

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Ilana, Pittsburgh, por su padre y madre, quien se declaró homosexual cuando Ilana tenía 16 años. “Durante la crisis de los 50, muchas personas se compran coches nuevo, mi madre obtuvo un nueva orientación sexual”.

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Aaron, California, criado por sus dos madres, y tras su separación cuando tenía 7, por sus madres y padrastro: “Mis madres se separaron cuando tenían siete porque mi madre biológica se enamoró de un hombre. Sabía que mi familia era diferente, pero no me parecía un diferente muy raro, sólo era un tipo de familia diferente”.

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Dori, Nueva Jersey, criada por su padre y madre, quien se declaró lesbiana cuando tenía ocho años. “Empecé a hablar de mi madre, quien había salido del clóset, cuando estudiaba en la universidad. Pasó de ser un tema del que hablaba en la cuarta o quinta cita a un tema de la primera cita”.

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Diana, Nueva York, criada por su madre y padre, quien se declaró homosexual cuando Diana estaba en la universidad: “Mi padre me ha dicho que si yo no lo hbiera confrontado, su plan era seguir viviendo en el clóset. Me dijo que nunca se lo iba a decir a nadie”.

Violación como castigo en la antigua Roma

Artículo publicado por Cultura colectiva

Las leyes han ido cambiando a lo largo del tiempo, para bien o para mal, una sociedad debe ir modificándolas sino quiere sucumbir en el caos. El tiempo lo reformula todo, de ahí que el ser humano sea por esencia un ser político, pendiente de sus procesos históricos. ¿Quiénes mejor que los romanos para aclarar esta hipótesis? Quisiera hacer hincapié en una de las leyes más extrañas, la llamada lex scantinia, la que regulaba los hábitos homosexuales entre los hombres del imperio. Era penado para un hombre libre (cive romani) mantener una posición pasiva durante las relaciones sexuales con otro hombre, pues se creía que esto representaba una amenaza para la sociedad, catalogándose un rasgo de debilidad suprema. Sólo los cautivos o esclavos (servi) podían mantener este rol sumiso; un soldado, un senador o cualquier hombre considerado libre dentro del imperio, debía mantener siempre una imagen viril y masculina. Hoy, esto nos parecería absurdo, pues el hecho de no ser pasivo en una relación homosexual no quiere decir que seas más fuerte, más masculino.

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La lex scantinia fue aprobada alrededor del año 150 a. C., y aunque su principal papel fue regular las relaciones sexuales entre hombres, el matrimonio entre parejas del mismo sexo nunca fue bien visto por el senado romano. Más tarde, la lex scantinia fue sustituida por la lex lulia, la que terminó por prohibir las relaciones homosexuales definitivamente. Esta ley se proclamó cuando el cristianismo prohibió todo tipo de excesos carnales entre los ciudadanos, fuera cual fuera su posición social.

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Durante la lex scantinia habían jóvenes que se hacían llamar delicatus per (esclavos), que servían para fines sexuales a los hombres libres. Estos muchachos se castraban desde la infancia para preservar una apariencia femenina y poder ser atractivos para sus dominantes. Aunque esto, con el tiempo, también fue prohibido por el senado con el objetivo de evitar que los amos castraran a sus esclavos en contra de su voluntad con fines lujuriosos. Es curioso cómo los romanos llevaban a cabo esta ley: un hombre libre tenía derecho a violar a un niño esclavo, pero no a un niño cive romani.

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Si bien es verdad que los esclavos estaban en la escala más baja del imperio, la esclavitud en Roma no era del todo inhumana. Los esclavos representaban la mayoría de la población romana y por lo tanto eran una de las fuentes económicas más importantes en el desarrollo social, de ahí deviene la relevancia del esclavismo para aquellas épocas. Como mercancía, los esclavos eran muy valiosos, sin embargo eran considerados objetos sin derechos, y cuando sus dueños quisieran, debían tener la disponibilidad de servirles sexualmente.

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En Roma existían distintos tipos de esclavos: estaban aquellos que se batían en la “arena” (gladiadores), aquellos que tenían cargos más elevados, por ejemplo: llevar las cuentas y finanzas en el hogar del amo; aquellos que trabajaban en los campos de trigo u olivo (agricultores). Si algún esclavo intentaba escapar o cometía algo indebido era castigado sin miramientos. Uno de los castigos podía ser la violación. A un esclavo en vez de azotarle era violado por su amo, pues para los romanos esto dejaba una lección más convincente que la tortura misma: el amo mantenía su imagen viril y fuerte, mientras el esclavo cumplía su rol pasivo-sexual, humillándose para no volver a cometer la falta.

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La lex scantinia y la lex lulia son un claro ejemplo de las moderaciones jurídicas y del cómo han ido cambiando a lo largo del tiempo. Hoy se lucha por legalizar el matrimonio gay en muchos países, cuando en un pasado habían leyes que regulaban estas formas de vida, llevádolas al plano de lo cotidiano. Parece curioso que el ser humano legalice para después ilegalizar la misma tendencia, que lleva siglos siendo parte de la sociedad.

Saña

Artículo publicado en Página/12 por Paula Jiménez

Asesinaron a una travesti. Asesinaron a Laura Moyano. Asesinaron a una activista, una amiga, una hermana, una chica de 35 años. ¿Hasta cuándo la sociedad desviará la vista cuando la víctima del crimen es una mujer trans? No se escuchan los reclamos masivos por justicia, no suenan jamás los nombres de los culpables del crimen, una red de encubrimiento y desidia favorece la naturalización del odio. El Ni una menos es definitivamente menos sin la letra T.

Desde las 11 de la mañana, la cortina metálica de la Casa de Córdoba, sobre Callao al 300, está a medio cerrar. No es por duelo, aunque bien podría serlo, ya que acaban de matar con horrorosa saña a una activista de Attta en la localidad de Villa Allende Parque, límite noroeste de la capital serrana. Pero no es duelo, repito, sino miedo. La gente de la Casa de Córdoba tiene miedo de estas diez personas –ni una más– que se manifiestan este lunes sin el acompañamiento de las agrupaciones de gays y lesbianas que sí han difundido la noticia y su repudio a través de comunicados, definitivamente sin el apoyo visible del resto de la comunidad lgbtiq, sin siquiera hacer sonar una cacerola. Son sólo ellxs, silenciosxs. Una pequeña porción de la población T exhibiendo modestas cartulinas rosadas que en marcador negro explican lo obvio: “Las chicas trans no somos peligrosas, estamos en peligro”. O piden justicia: “Basta de transfobia. Laura Moyano brutalmente asesinada”. Y cuando la cortina metálica de la Casa de Córdoba se baja totalmente porque la media asta como prevención no parece alcanzar, cuatro policías se suman a la exagerada defensa institucional y ponen en la vereda altas vallas de hierro que dejan a la decena de manifestantes en la calle, literalmente en la calle, paradas sobre una rampa metálica frente a la cámara solitaria que dejó C5N al otro lado de la avenida (sólo este canal de cable más la TV Pública y Suplemento Soy cubrimos esta mañana la protesta por este femicidio, de notable indiferencia mediática comparativamente con la difusión que se les da a otros crímenes). Mientras tanto, lxs peatones y automovilistas miran con más curiosidad el look de lxs manifestantes que lo que su cartelería denuncia. Qué dicen, para qué están ahí, importa menos que su apariencia. Quizás, para algunxs de las personas que pasan, todavía y sin mella en sus conciencias de la Ley de Identidad de Género, esos cuerpos no porten una identidad sino una contradicción perceptiva, la misma que según Marcela Romero, presidenta de Attta, pudo haber querido expresar aleccionadoramente el perverso asesino de Laura cuando le mutiló los genitales: “No sos lo que decís”. Para Gian Franco Rosales, coordinador del área de hombres trans de Attta, hoy también presente en la manifestación, esa mutilación sentenciaría algo así como que “ninguna mujer merece ser portadora de un pene”. Es casi lo mismo. Un estallido patriarcal, un choque entre la biología y la percepción de género que en el punto más alto del espiral de violencia activa el deseo de aniquilación.

El odio como motivo y también como coartada

“Crímenes de odio, conspiración de silencio –definió en 2001 Amnistía internacional–. Tortura y malos tratos basados en la identidad sexual.” Eso fue, exactamente, lo que sufrió Laura Moyano, de 35 años, cuando dos días atrás fue violada, visiblemente torturada (hecho que, según Clarín, ya ha sido descartado por la fiscal Liliana Copello, quien dirige la investigación) y abandonada en una obra en construcción de su ciudad hasta ser encontrada por unos perros fisgones. No solo fue mutilada, cuenta su amiga, la conmocionada activista Nadiha Molina: también tenía golpes en la cara tan brutales que la desfiguraron, un desgarro anal y un piedrazo en la frente. Soledad agrega que, cuando tuvo que reconocerla, vio que el tabique de su hermana estaba roto y su rostro arañado. El abogado Iñaki Regueiro, de la asociación Abosex (Abogadxs por los derechos sexuales) es taxativo en su explicación sobre la naturaleza de este asesinato: “Objetivamente, hay aquí crimen de odio: lo hay siempre que el victimario elige a la víctima por su condición específica. En este caso las circunstancias resultan muy claras y la terrible saña estuvo destinada a humillar a Laura en su condición de mujer trans. Cuando surgió la campaña de Ni una menos, muchas compañeras se unieron y hablaron de travesticidios. Este sería claramente uno de esos casos”.

Nadiha Molina, que es referente de Attta Córdoba, dijo a un noticiero de la TV Pública que cuando la policía fue a buscar al único sospechoso del crimen (un hombre que salió con Laura del boliche Santa Diabla), éste, evidentemente advertido, ya había tenido tiempo de irse de su casa. Según Gian Franco Rosales, “se sabe que los asesinos no son del pueblo. Incluso se supone que uno de ellos está vinculado a la policía. Este no es un caso aislado. En Córdoba hay varias compañeras amenazadas que no se animaron a hacer la denuncia”. A juzgar por los datos que da Marcela Romero, presidenta de Attta, esta provincia se viene transformado para la población T en una de las más riesgosas: “Nosotras tenemos un mapa de alerta trans donde figura Córdoba en los primeros lugares –dice–, como también Salta, San Luis, Formosa y Tucumán, donde todavía hay represión policial. En este momento Córdoba está haciendo un retroceso fenomenal: está queriendo volver a instalar los códigos contravencionales que hace tiempo hemos logrado erradicar y que son antidemocráticos. Hay operativos de la policía, propios de la dictadura militar”.

“Es una persecución constante. Hace poco hubo razzias en esa provincia en las que se llevaron a varias personas trans. Con respecto al crimen de Laura, no podemos asegurar que la culpable haya sido la policía –agrega Gian Franco–, pero sí les exigimos que investiguen y actúen. En esa provincia, hace poco, la compañera Gabriela Estrada fue atacada por varios hombres y recibió fuertes golpes en la cabeza. Todavía no se encuentra al agresor, el caso tiene riesgo de quedar encajonado. Creemos que la visibilidad ayudará y hará que la justicia se vea obligada a continuar con estas investigaciones.” Nadiha, mudada definitivamente a Buenos Aires, confiesa a Soy que tras reiteradas amenazas que crecieron con su visibilidad pública, tuvo miedo de seguir viviendo en Córdoba y decidió irse, para resguardarse y resguardar a quienes representa. Según ella, los femicidios de mujeres trans han sido tres a lo largo de este año, pero Marcela Romero dice que no, que ya son seis. Será que hay confusión estadística hasta para la misma comunidad, porque a muchos de estos ataques, y sobre todo si no llegan a ser mortales, se los mantiene velados o en secreto. “Siempre que una denuncia situaciones de presión, no termina de modo feliz. Estamos expuestas a la vulnerabilidad y en provincias conservadoras como Córdoba resalta la presión institucional (policial). El sistema no nos da respuestas concretas. El nuestro es el único grupo social en la Argentina que tiene un promedio de vida de 35, 40 años. Nosotras pedimos que se tomen estos casos y se los visibilice como lo que son, crímenes de odio”, dice Nadiha.

Una de nosotras

El pedido de justicia adquiere una forma concreta esta mañana, cuando, pese al vallado y a la cortina baja de la Casa de Córdoba, Molina y Romero logran entrar y entregar en mano una carta donde se formaliza el reclamo y se informa a la gobernación provincial que por la tarde habrá una concentración frente al Centro de Salud de Villa 9 de julio, en Villa Allende Parque. La convocatoria será mucho más exitosa que la de Buenos Aires y la vicepresidenta de la agrupación Devenir Diverse advertirá por eldoce.tv al Poder Judicial “que no pretenda encuadrar este caso como uno más de robo de la provincia”. En pocas horas, las calles de Villa 9 de julio se verán pobladas de gente. Serán alrededor de mil personas, entre vecinxs, amigxs y familiares, las que marcharán exigiendo esclarecimiento y acompañando en su dolor a Soledad, la hermana de Laura. El desmayo y la angustia no le impedirán a esta mujer desesperada cargarse al hombro la lucha. Es ella quien se ha comunicado con Attta Buenos Aires el domingo pasado para pedir ayuda. “Mi hermana era una muy buena persona, por eso todxs la querían y respetaban”, no se cansará de repetir a los medios zonales, como si se necesitara de esta aclaración. “El barrio donde la asesinaron es donde vivía, por eso tanto conmocionó –cuenta Nadiha Molina–. Así como fue ella, puede ser cualquiera de nosotras. Que no quede en el olvido pedimos, como quedan tantos otros casos de la ciudad de Córdoba. Exponerse allí en una comisaría a denunciar es exponerse a ser un blanco de violencia. Laura era parte principal del sustento de su familia. Como nos pasa a muchas de nosotras. Casi todas pertenecemos a una familia. Estamos consternadas y no podemos creer esta situación de violencia descomunal que vivió nuestra amiga, ella era una persona que no tenía grandes conflictos con nadie.”

Más allá de este caso puntual –del que se desconoce cuál será su desarrollo futuro aunque se lo pueda presentir–, un halo de sospechosa confusión ronda, en general, las muertes de las personas trans: el asesinato de Vanesa Ledesma ocurrido en el año 2001, por ejemplo, fue archivado por la Justicia como “muerte natural” pese a que la autopsia reveló signos de torturas en pies y manos.

La complicidad institucional

“Los fiscales y los jueces tienen mucha menos presión social e incentivo para investigar estas muertes –explica Iñaki Regueiro en conversación con SOY–. Obviamente hay organizaciones que se ocupan de estos casos, pero el sistema judicial ejerce mucha presión sobre el colectivo. Y la revictimación –cuando se escusa la responsabilidad sobre un crimen con argumentos como ‘se defendió porque el cliente no le quería pagar y por ende se lo buscó’–, la revictimación, decía, impacta en la falta de investigación y en el archivo de las causas. La presión mediática en materia penal es sumamente importante y en estos casos casi no la hay. Además hay redes de complicidad institucional (policial y judicial), que ha sido hasta ahora el problema principal.”

¿Desde cuándo se considera los travesticidios como femicidios?

–Hubo en el 2012 una ley que reformó el Código Penal por la cual la identidad de género fue incluida como agravante. La ley penal argentina incluye la identidad de género como uno de los casos de violencia de género. Hace poco se creó la Unidad de Registros en la Secretaria de Derechos humanos de la Nación, allí se van a registrar casos de lesbofobia, como el de la Pepa Gaitán, y también de transfobia. La ley que define el femicidio fue posterior a la de identidad de género (el concepto de identidad de género nació para el derecho a partir de esta ley, antes no existía). La Ley de Identidad de Género dio lugar a que el femicidio incluya a las chicas trans.

¿Cuál es la pena que se aplica para los responsables de estos crímenes?

–A los responsables de estos crímenes se les aplica la prisión perpetua.

¿Qué vacíos legales hay en relación con la ley antidiscriminatoria, de la cual las compañeras travestis y trans piden la reforma urgente que la misma CHA reclama desde el año 1988?

–No estaría mal que la ley antidiscriminatoria, que es de ese año, de 1988, incluyera a la identidad de género y a sus expresiones como figuras. Sí es incluida por la ley de femicidio, la 26.791, del año 2012. La primera, la antidiscriminatoria, al ser una ley vieja y establecer categorías, la deja afuera. Por supuesto que ningún juez va a considerar que una persona trans no está incluida porque en el texto de la ley no se la mencione, pero lo concreto es que no están. Falta también que los temas específicos de trans, lesbo y homofobia sean incluidos dentro de las políticas públicas que hay actualmente contra la violencia de género. Y por otra parte, falta que se conozcan cuáles son las características de las poblaciones Lgbtti y en base a eso se las incorpore en la aplicación de las políticas.

Mientras se espera la modificación de esta vieja ley, Attta, que conoce muy bien las necesidades de la comunidad que representa, junto con la mesa de diversidad de Río Cuarto acaba de presentar dos leyes en la provincia de Córdoba que de ser sancionadas cambiarían la situación de la comunidad T; se trata de la Ley de Prevención y Sanción de actos discriminatorios (que ya ha sido aprobada a nivel nacional) y la Ley Integral de Personas Trans. “Esta ley habla de la igualdad de oportunidades, laborales, de salud, del acceso a todos los servicios, de las garantías del cambio registral –explica Gian Franco Rosales– y de varias situaciones más que resolverían un montón de cuestiones previas, porque las personas trans no somos asesinadas y violentadas solamente sino discriminadas en todos los demás aspectos. Estamos seguros que con estas leyes muchos casos no llegarían hasta la violencia y el asesinato.”

Llegado el mediodía, lxs manifestantes de Attta comienzan a retirarse del brevísimo espacio que les quedó libre para visibilizar su protesta, entre la custodia de los policías, las vallas de hierro y el tránsito imparable de Callao. En tan sólo un rato la Casa de Córdoba podrá volver a levantar su pesada cortina y hacer como si nada hubiera pasado hoy. Ni ayer. Ni tampoco el sábado pasado.

 

Fallece Storme DeLarverie, activista lesbiana que participó en Stonewall

Noticia publicada en Mirales

Storme DeLarverie-activista lesbiana

Storme DeLarverie

A los 93 años fallece Storme DeLarverie, una de las lesbianas activistas más destacadas, famosa por haber participado en los disturbios de Stonewall, una serie de manifestaciones espontáneas y violentas contra una redada policial que tuvo lugar en la madrugada del 28 de junio de 1969, en el pub conocido como el Stonewall Inn del barrio neoyorquino de Greenwich Village. Frecuentemente se cita a estos disturbios como la primera ocasión, en la historia de Estados Unidos, en que lacomunidad LGTB luchó contra un sistema que perseguía a los homosexuales con el beneplácito del gobierno, y son generalmente reconocidos como el catalizador del movimiento moderno pro-derechos LGBT en el mundo. De ahí nuestra celebración del 28 de junio como Día del Orgullo. 

Storme nación en Nueva Orleans, en 1920, hija de madre negra y padre blanco, conoció desde pequeña la dificultad de ser diferente. En los años 50 participaba en un show Drag, vestida de hombre. En la década de los 60 comenzó su lucha por los derechos LGTB, la que no paró hasta que se vio afectada por demencia senil. Aún así, los que la acompañaban, cuentan que pudo apreciar y enorgullecerse de hitos como la legalización del matrimonio igualitario en Nueva York.

¿SOY CISGENDER?

Artículo publicado en :

MORE RADICAL WITH AGE

THE PERSONAL BLOG OF REBECCA REILLY-COOPER

Soy una mujer. Esto es algo que nunca he cuestionado. Es algo que sé con casi total certeza.

Si me hubieses preguntado hace un par de años cómo soy que soy una mujer, estoy bastante segura de que (después de mirarte extrañada por haberme preguntado semejante tontería) habría mencionado mis características sexuales secundarias: el hecho de que tengo pechos y una vagina; el hecho de que menstruo, y por tanto tengo ovarios y útero; el hecho de que tiendo a acumular la grasa corporal en las nalgas, muslos y caderas. Esta respuesta sería en parte empírica, apelando al juicio científico sobre qué características definen a la hembra de la especie humana; y en parte lingüística, basada en la asunción de que la palabra “mujer” tiene un significado común y extendido: una hembra humana adulta.

En los últimos dos años, he leído mucha más literatura feminista que en el pasado y me he sumergido mucho más en las teorías contemporáneas de género. Ahora sé que hay gente para quien tal respuesta a la pregunta “¿cómo sabes que eres una mujer?” sería inaceptable. Se señalaría que estos hechos biológicos no son necesarios ni suficientes para poder concluir que soy mujer, porque hay mujeres que no tienen pechos o vagina, y hay quien tiene pechos y vagina y no son mujeres. De modo que ¿qué otra respuesta podría dar? La única respuesta alternativa que tiene sentido para mí es decir que sé que soy mujer porque todo el mundo me trata como tal, y siempre lo han hecho. Cuando nací, mis padres me pusieron un nombre que sólo se da a niñas. Me hablaban usando pronombres femeninos, igual que los demás. Me vestían con ropas que nuestra cultura considera apropiadas para niñas, y me dejaron el pelo largo. Al crecer, los demás tomaban esas características como prueba de que era una niña -y luego, una mujer- y me trataban como tal. Se me aplaudía cuando actuaba de manera típicamente feminina y me enfrentaba a recriminaciones cuando mi comportamiento era más masculino. Esto es lo que las feministas llaman la socialización femenina, y sus manifestaciones son ubicuas. Así, si tuviese que explicar cómo sé que soy una mujer sin hacer referencia a mi cuerpo, diría: “sé que soy una mujer porque todo el mundo me trata como tal”.

Algo que he aprendido en las trincheras de las guerras de género contemporáneas es que no soy sólo una mujer. Al parecer, soy una mujer “cisgénero”. Ser cisgénero, o “cis”, se considera una forma de ventaja estructural, y por tanto poseo un privilegio sobre aquellas personas que no son cis. La primera vez que me encontré con esta palabra, se me informó de que significa simplemente “que no es trans”, y realiza la misma función que la palabra “heterosexual”: sirve para nombrar a la mayoría, para que así no establecer una norma contra otros, que serían “desviados”. Todo el mundo tiene una orientación sexual, y por tanto todo el mundo tiene su etiqueta – no sólo la gente cuya orientación es minoritaria. Parece algo digno y razonable, y así la primera vez que ví esta palabra, felizmente me autodenominé cis. Pero, ¿soy cisgénero en realidad? ¿Es éste un término con sentido que se me pueda aplicar – a mí o, de hecho, a cualquiera?

Felizmente me autodenominé cis, si cis significa no-trans, porque asumí que no era trans. Asumí que no era trans porque no tengo disforia – vivo en mi cuerpo femenino sin incomodidad, sufrimiento o angustia. Bueno, en realidad esto no es verdad, y sospecho que tampoco lo es para la mayoría de las mujeres. Como mujer criada en una cultura que nos bombardea constantemente con el mensaje de que nuestros cuerpos son inaceptables, incluso asquerosos, siento una incomodidad y una angustia enorme viviendo en mi cuerpo, de forma tal que ha moldeado mi vida y continúa haciéndolo cada día. Lo que quiero decir realmente es que nunca me ha parecido que la incomodidad y la infelicidad que siento al vivir en un cuerpo femenino se relajaran si ese cuerpo fuera masculino. Aunque mi cuerpo femenino es una fuente continua de sufrimiento y vergüenza para mí, nunca he deseado cambiarlo para hacerlo menos femenino, pasar por el quirófano para hacerlo más parecido a un cuerpo masculino. Por tanto, asumí que no era trans. Y si no soy trans, debo de ser cis.

Pero para mucha gente, esto no es lo que significa ser cis, porque esto no es lo que significa ser trans. Había asumido incorrectamente que para ser trans se debe experimentar lo que con frecuencia llaman disforia de género, pero que debería llamarse disforia de sexo – un sentimiento de angustia causado por el sexo del propio cuerpo. Sin embargo, el cambiante discurso en la política transgénero insiste en que la disforia ya no se debe considerar necesaria para que una persona sea trans. Ahora puedes ser trans incluso siendo perfectamente cómodo y feliz viviendo en el cuerpo que te tocó al nacer, y no tienes deseo alguno de cambiarlo. Esto fue una sorpresa para mí, y obviamente tiene una importancia enorme porque si cis significa no-trans, necesitamos saber qué es trans. Y sospecho que mucha gente habrá compartido mi asunción de que tiene que ver con sentir disforia. ¿Qué puede significar ser trans, si no esto?

Parece que el término “transgender” se usa de diversas maneras y personas diferentes consideran que significa cosas distintas. Una definición popular dice que “transgender es un término global que abarca personas cuya identidad de género difiere de la típicamente asociada al sexo que se les asignó al nacer”. Esto sugiere la existencia de una “identidad de género”, que normalmente se define como “la sensación interna y personal de ser hombre o mujer” o “la sensación privada de alguien de su propio género, y la experiencia subjetiva del mismo”. Luego personas trans lo son porque hay un descuadre entre su sensación interna de su propio género y las normas de género típicamente asociadas al sexo con el que nacieron.

Tal vez haya gente con identidad de género. Tal vez haya gente con una sensación interna de su propio género; un sentimiento subjetivo, personal, de que son hombres o mujeres, y tal vez puedan describir esto con sentido sin hacer referencia a sus cuerpos ni a las normas sociales que dicen cómo la gente con esos cuerpos se deben comportar. Pero yo, honestamente, carezco de esto. No tengo ninguna sensación interna de mi propio género. Si me preguntas cómo sé que soy una mujer, tengo que recurrir bien a mis características sexuales secundarias, bien a las implicaciones sociales de ser vista como una persona que posee esas características. No experimento mi género como una esencia interna, una faceta profunda e inalterable de mi identidad. Quizá haya gente que sí, aunque soy escéptica respecto a cómo podrían explicarlo sin recurrir a roles de género construídos socialmente. Pero puedo conceder en beneficio del argumento que haya gente que experimente esta forma de estado mental del que yo carezco.

Eso estaría todo bien, si realmente se me permitiera negar que yo tenga identidad de género. Pero no es el caso. El propósito de la etiqueta cis es demostrar que ser trans no es anormal o de desviados, sino simplemente una de muchas identidades de género que la gente tiene. Para poder llevar a cabo esa función, cis debe referirse a la presencia de una identidad de género específica, no simplemente a la falta de tal. Ser trans es tener una identidad de género, una que difiere de la que se asocia típicamente a tu sexo de nacimiento. Y si no eres trans, eres cis, que también es una identidad de género. De modo que si las personas trans tienen una identidad de género que difiere de las normas de género para el sexo que tienen asignado, entonces presumiblemente las personas cis tienen una sensación interna de su propio género, que es el que se alinea generalmente con las normas de género asociadas a su sexo de nacimiento.

Pero yo no tengo ninguna profunda sensación personal de mi género. Tengo cosas que me gusta hacer y cosas que me gusta ponerme. Y por supuesto, muchas de esas cosas son típicas de mujer. Pero esas cosas no me empezaron a gustar en un vacío cultural o social, sino en un trasfondo de poderosos mensajes sociales que hablan del tipo de cosas que a las mujeres les tiene que gustar, así que no es ninguna sorpresa que me acaben gustando algunas de esas cosas. Y de todos modos no creo que esas cosas reflejen nada profundo, esencial o natural sobre mi identidad. Son simplemente mis gustos y preferencias. Si me hubiese criado en otra cultura, a lo mejor tendría gustos distintos; pero seguiría siendo básicamente la misma persona.

Además, como todo el mundo, muchas cosas que me gustan no son estereotípicas de mujeres. Muchas cosas que me gustan son típicas de hombres. Igual que todo el mundo, yo no soy un estereotipo de género unidimensional, y aún participando y disfrutando de ciertos aspectos de lo que se llama tradicionalmente la condición de mujer, hay otros muchos que rechazo por ser dolorosos, opresivos y limitadores. Incluso cuando participo deliberadamente en representaciones de feminidad, como cuando uso maquillaje o me pongo ropa típicamente femenina, no veo esto como una expresión de mi identidad de género. No, me estoy ajustando a (y tal vez al mismo tiempo modificando y desafiando) un ideal socialmente construído de qué es ser mujer. Es más, una vez desconectamos todo esto de restrictivas nociones tradicionales acerca de lo que es apropiado para un sexo y para el otro, no está claro por qué llamar a todo esto “género” en vez de “cosas que me gustan” o “mi personalidad”.

Presumiblemente se debe a la comprensión de que mucha gente no se identifica incuestionablemente con las normas de género típicamente atribuídas a su sexo el que haya aparecido todo un espectro de identidades de género – si no tienes una profunda sensación interna de que eres un hombre o una mujer, entonces te puedes identificar como “no binario” o “género queer” o “pangénero”, lo cual te permite identificarte con aquellos aspectos de la masculinidad y la feminidad tradicionales y rechazar el resto. (no está claro si no-binarios o género queers se deben considerar bajo el término global trans o no: al parecer hay opiniones encontradas al respecto). De nuevo, soy escéptica respecto a cómo se puede argüir que se trata de una identidad profunda e inalterable, porque cualquier descripción de una identidad de género no-binaria inevitablemente mencionará roles de género construídos socialmente (es notable que la mayoría de varones no binarios expresan esto experimentando con ropa y apariencia femenina, en lugar de un deseo insaciable de hacer las tareas del hogar que se asocian típicamente con la mujer). Pero quizá haya de verdad gente con una profunda sensación interna y personal de su propio género como una esencia que es tanto masculina como femenina, o que no es ninguna de las dos, de una manera tal que signifique algo más que “no soy un estereotipo unidimensional”. Pero yo no me cuento entre esa gente. A pesar de apoyar ciertos aspectos de la masculinidad y la feminidad y rechazar otros, no me autodenomino género queer ni no binaria, porque nada de esto representa ninguna faceta inalterable de mi identidad. Así que como no soy trans, y no soy no binaria ni género queer, me dicen que debo de ser cis, por defecto.

Así que la una opción para mí, si quiero rechazar la etiqueta cis, es pillar alguna otra identidad de género. No se me permite negar que tenga identidad de género. Pero esto es, en sí mismo, opresivo. Hace afirmaciones falsas sobre la experiencia subjetiva de mucha gente – gente como yo que no siente profundamente su propio género, y cuya experiencia primaria con el género es como de un conjunto de limitaciones impuesto externamente en lugar de un aspecto esencial de nuestra identidad personal. Nos fuerza a definirnos de acuerdo a cosas que no aceptamos (y, como estoy aprendiendo, si nos negamos a definirnos de esta forma, esto se considera intolerancia y falta de empatía por las personas trans, en vez de un rechazo razonable de lo que significa ser cis). Si “cisgénero” fuese la descripción de un problema médico, caracterizado por la ausencia de disforia, entonces aceptaría que soy cis. Pero si cisgénero es, como parece, una identidad de género, entonces no soy cis, porque yo no tengo identidad de género. Soy una mujer. Pero no porque, en el fondo, me sienta mujer; sino porque, en el fondo, simplemente me siento persona.

“De pequeño introducía mi falda entre las piernas para que pareciera un pantalón”

Entrevista publicada en El Castillo de San Fernando

Alex Salinas responde a las declaraciones emitidas por el Obispado y da un repaso a su vida para esta redacción.

Alex Salinas.

Alex Salinas.

Lleva unos días locos. Ha ido a la televisión autonómica; las nacionales, en cambio, vinieron a la puerta de su casa, a la misma hora, incluso les costó ponerse de acuerdo sobre la primera que le tomaría declaración. Todo empezó con el apoyo de Carla Antonelli, que intercedió por él ante EFE. Su caso se hizo público cuando dicha agencia emitió un comunicado sobre el varapalo que supuso para Alex no poder apadrinar el bautizo de su sobrino, una carrera de fondo que no ha hecho más que empezar.

Partiendo de la premisa de que cada colectivo tiene derecho a establecer las reglas de su propio juego, Alex no entiende por qué desde la Iglesia afirman que lleva una vida inadecuada e incongruente con la fe cristiana: “soy un hombre ante la ley, y lo soy porque nací así”.

Tiene trabajo, estudios, una pareja que le adora e incluso se considera cristiano, con sus sacramentos cumplidos. “Creo, sinceramente, que debería haber más coherencia interna en el seno de la Iglesia, porque todo está sujeto a interpretación, a diferentes versiones según la situación”, explica, en referencia a una nota remitida por el Obispado recientemente donde asegura no entender esta actitud de reproche tras el aura de cordialidad que, según ellos, envolvió a la conversación con el párroco de San José Artesano.

“Esto es cierto -asegura-, pero porque tengo educación y la suficiente empatía para entender que el señor con el que yo hablé no pincha ni corta en la toma de decisiones importantes”.

En su momento no hubo explicaciones, simplemente le dijeron que aunque “todos somos iguales ante los ojos de Dios” y debía seguir aferrándose a la fe, “no era factible su petición”. “Me quedé tan en shock que, tras estrecharle la mano, salí del templo llorando”, recuerda, y no fue hasta que su cuñado llamó al Obispado cuando se verbalizaron los motivos, “motivos con los que el propio Papa Francisco no parece estar del todo de acuerdo a tenor de algunos pronunciamientos”, declara.

Sus razones, aunque lícitas, no dejan de ser “humillantes e incoherentes con el espíritu de la fe cristiana que siempre nos han inculcado, además -añade- de hacerse un flaco favor a sí mismos, porque no se dan cuenta de que la sociedad va avanzando, son ellos quienes se quedan atrás”.

Por todo ello, Alex, apoyado en las personas y asociaciones ofrecidas voluntariamente, se encuentra en pleno proceso de documentación. “Hay que estar preparado, porque hay párrafos en la Biblia que, parcialmente interpretados, sirven para todo”. Y es que aún se está recuperando de una respuesta a la Ley de integración de 2007 donde se da a entender que “no tenemos derecho a contraer matrimonio ni a participar en la vida de la iglesia, incluso que los sacerdotes deben indagar en las vidas de los feligreses por si existen hipotéticas irregularidades”.

Sin embargo, “no todos merecen entrar en el mismo saco”. A raíz de tomar contacto con apoyos de varias comunidades ha podido ver que “muchos sacerdotes nos ayudan, y que nos hacen favores aún a riesgo de ir en contra del dogma oficial”. Bien por convicción, por generosidad o, simplemente por respeto al prójimo, se comprometieron a mantener casos como el de Alex en silencio, “nunca comunicaron nada por si las cúpulas tumbaban algo que, a su juicio, era lo natural”.

El siguiente paso, la demanda, un escrito dirigido al delegado episcopal para expresar su disconformidad e incluso recogida de firmas para llegar al Papa, que “ojalá pueda hacer algo, teniendo en cuenta que es tan liberal”

Su historia personal

Alex siempre se ha sentido hombre. Mejor dicho, siempre ha sido un hombre. Sólo nació con el cuerpo equivocado. Ya de pequeño se recuerda llorando ante la obligación de ponerse un vestido, sacrificio que salvaba -en parte- metiéndose la falda entre las piernas para que pareciese un pantalón. Si pedía un coche a los Reyes Magos, estos optaban por regalarle una muñeca; si pedía una bicicleta azul, se la regalaban de color rosa. Puede que su madre, inconscientemente, tratase de reconducirle por lo que a su juicio era lo natural, víctima de unos tópicos sociales inherentes a la sociedad. Su padre, en cambio, restaba hierro al asunto al asegurar que “hoy día los juguetes son unisex”.

“Esto no, que es para niños”, quizá la frase más traumática de su infancia. La sufrió, por ejemplo, al no poder vestir de marinero para hacer la comunión: un sacramento que contrajo amparado en la fe cristiana, aunque con un traje del que se deshizo nada más comulgar. “Para mí fue un infierno -relata-, pero en casa no eran conscientes de la importancia, pensaban que era un poco rebelde, como lo habían sido mis hermanas”.

Ya entonces se dio cuenta de que algo en la ecuación no cuadraba, “comencé a sentirme atraído por chicas, nunca por ellos”.

La etapa más dura

Lo peor llegó con la adolescencia, cuando empezó a tomar consciencia plena de su condición. “Comprar ropa era para mí un suplicio”, hasta el punto de engañarse a sí mismo para intentar ser más feliz. Intentó ser femenina, pero no duró ni un día; también quiso maquillarse… pero las manos le temblaban. “Quería cortarme el pelo y no me dejaban”. La ansiedad le hizo comer y engordó, lo cual unido a sus gafas, gustos frikis y masculinidad le convirtió en el blanco perfecto para la maldad adolescente. “Tenía todas las papeletas para que mis compañeros del colegio me hicieran la vida imposible, e imposible me la hicieron”. Llegó, incluso, a inventarse una vida paralela a través de Internet, pero “reconozco que se me fue de las manos… ¿cómo explicar a todos mis conocidos virtuales que Dani no existía? ¡Incluso yo mismo me lo creía!”.

Cerrando la etapa más oscura llegó al instituto, donde hizo un buen amigo, Guillermo. Gracias a él y al apoyo de los profesores, comenzó a experimentar, aunque fuese a base de retazos, lo que era la felicidad. Disfrutaba más que nunca de la música y se cortó la melena. “Le dije a mi madre que, o me llevaba a la peluquería o le daba un tijeretazo a la coleta… y así lo hice”. “Entonces entendió que iba en serio, por lo que al día siguiente fuimos juntos al peluquero”. La cara de felicidad que puso al ver en el espejo por primera vez al hombre que siempre fue, hizo que su madre nunca volviera a cuestionar su actitud. “Fue entonces cuando decidí dar el paso y expresarle lo que sentía”. “Aunque al principio se culpó -ella siempre había deseado dar a luz a un niño-, ha sido mi mayor apoyo desde entonces”.

Cumpliendo sueños

Y la lucha comenzó. Estuvo dos años en tratamiento psicológico -fue entonces cuando le diagnosticaron la depresión-, en Málaga, con sesiones mensuales y siempre acompañado por su madre. Así fue hasta que cumplió la mayoría de edad. Para entonces ya tenía amigos, “había empezado a vivir”, por lo que el siguiente paso fue empezar a hormonarse para tener el aspecto que siempre deseó. “Como había perdido casi 70 kilos en apenas dos años, las primeras inyecciones fueron leves, pero al aumentar la dosis progresivamente, comenzó a crecerle el vello, la barba, “de un día para otro me cambió la voz”.

Un año después de empezar el tratamiento, “me avisaron para decirme que tenía cita con el cirujano, entraría por fin en la lista de espera… pero con una sola unidad, me dijeron que la cosa iba para cuatro años”. La lucha acaba de empezar, pero se mantiene aliviado, dando pasos lentos, pero firmes, y “cuando llegue el momento bailaré la jota en el hospital. Después de todo lo que he pasado, necesito encarecidamente este cambio”.

Cyborg, sacerdotisa, bruja y princesa: así es la nueva musa queer neoyorquina

Artículo publicado en Play Ground

La princesa ciberfetichista que está difuminando la frontera entre el arte, la poesía, la noche y la moda

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La diferencia puede ser un principio de comunidad. La ‘inidentidad’, una forma fuerte de identidad.

La vida y la obra Juliana Huxtable parecen girar alrededor de esos ejes. Con su persona y con su actividad en el campo artístico, esta neoyorquina de adopción viene ensayando maneras de escapar de las ataduras de una sociedad masculinista y heteronormativa que casi siempre prefiere la simplicidad manejable del blanco y el negro al fulgor oscilante del color y sus infinitos matices.

Nacida con atributos intersexuales a principios de los 90 en una pequeña ciudad de Texas —un “pueblo del cinturón bíblico conservador”, en palabras de nuestra protagonista—, sus padres optaron por la cirugía reconstructiva para asignarle el género masculino. Durante su infancia y buena parte de su adolescencia, Juliana fue Julio Letton, pero aquel chico negro encajado en un entorno blanco siempre se sintió diferente al resto, como una construcción experimental levantada a base de desemejanzas demasiado marcadas.

Su forma de mirar el mundo no encajaba con lo que su sexo decía de ella. Su sensibilidad escapaba a los estereotipos del joven afroamericano instalados en la mente del ciudadano típico del sur norteamericano. En medio de aquellafricción constante, sólo quedaba una alternativa: la redefinición radical de uno mismo.

Juliana Huxtable

En aquellos años de incomodidad disfórica, Julio se evadía dibujando, creaba “imágenes de mujeres idealizadas, con mucha fantasía y mucho drama, como ángeles volando por el aire. Ahora me estoy convirtiendo en esas mujeres“, cuenta la artista en una reciente conversación con Vogue.

No es casual que Juliana hable en plural. Ella ve su arte en primera persona, en su trabajo usa su experiencia como punto de partida, y su experiencia es un relato de transformación y conformación de identidades que prefiere las posibilidades múltiples.

“Cuando alguien me pregunta sobre cómo me identifico, mi respuesta siempre es: cyborg, marica, sacerdotisa, bruja, princesa Nuwaubian“, confesaba Huxtable en una vieja entrevista.

Cuando Juliana nació intersexual en el seno de una familia de fuertes creencias cristianas, sus padres optaron por asignarle el género masculino

“Se me ha concedido la oportunidad de reimaginarme a mí misma, mi historia, mi lugar de origen, de múltiples maneras. Fue tras mi mudanza a Nueva York y mis primeras incursiones en la vida nocturna cuando descubrí ese potencial. Fue ahí donde conocí a Adam y Antonio y Christopher (Udemezue) y ellos se convirtieron en mi familia. Tenemos mitologías enteras para nuestros hábitos, nuestra forma de vestir y nuestro lenguaje. Todos tenemos un personaje, o varios, y las narrativas que desarrollamos se cruzan y fortalecen al otro”.

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La capacidad de imaginar juega un papel fundamental en el mundo de Huxtable. Encontrar maneras de figurarse a uno mismo es una destreza básica cuando tu cuerpo y tu vida están transicionando hacia otros estados. Ahí están, como ejemplo de esa práctica de figuración creativa, sus recientes performances en torno a los deseos interraciales que se proyectan en forma de fantasía narrativa en la red, o esa serie de autorretratos bautizadaUniversal Crop Tops For All The Self Canonized Saints of Becoming en los queexplora la idea del avatar, y que han sido una de las sensaciones en la reciente Triennial del New Museum neoyorquino.

Juliana remezcla sus raíces con elementos propios de la fantasía ucrónica

Juliana ha colocado su propia transición en el centro de su experiencia artística, pero el camino hasta llegar ahí no ha sido sencillo. Cuando su pecho empezó a crecer de forma natural durante la pubertad, Huxtable llegó a considerar el someterse a cirugía reconstructiva a petición de su madre y uno de sus terapeutas. La transexualidad no era una opción viable para ella en aquel entonces.

“Tenía el cerebro totalmente lavado por toda esa mierda del Cinturón Bíblico”, cuenta en una vieja entrevista. “Pero internet se convirtió en una forma de soledad constructiva. Me dio una sensación de control y libertad que no tenía en mi día a día, porque estaba caminando en la vida y sintiéndome odiada, avergonzada, atrapada e impotente”.

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“Mi transición ha sido una fuente constante de inspiración porque ha abierto mi potencial para la concepción personal de maneras que mucha gente sólo experimenta una sola vez durante la adolescencia”.

En ese proceso de auto-concepción, Juliana remezcla sus raíces con elementos propios de una fantasía ucrónica. Su nom de plume, otorgado por los miembros de su familia queer, hace referencia a esa doble dimensión  .

“Mi imaginación siempre ha estado vinculada de una manera herida a las fantasías de la aristocracia negra americana; hablo de esa energía colectiva de la juventud negra posterior a la lucha por lo derechos civiles que ha sido agraciada con el sentimiento de tener derecho a ascender a la América de las clases media y alta. La familia Huxtable (la familia protagonista de La hora de Bill Cosby) representa un momento muy específico y muy poderoso en cuyo espíritu yo fui educada. A la vez, soy el producto de una realidad económica contemporánea y soy testigo de cómo las fundaciones financieras y aspiracionales de esas fantasías rápidamente se deterioran. Hay cierta osadía en reclamar ese nombre, y eso ha insuflado a mi trabajo y a mi propio yo un sentimiento de realeza”.

“Estoy interesada en la intersección entre la ciencia ficción y la teología”

En su obra, la fantasía aspiracional a la que alude la artista se proyecta hacia el futuro en, por ejemplo, las ideas del nuwaubianismo, un culto religioso inspirado en el Islam y en las mitologías del Antiguo Egipto que predica la superioridad de la raza negra y el origen extraterrestre de las diferentes razas humanas y las especies animales.

“En particular estoy interesada en la intersección entre la ciencia ficción y la teología“, explica. “Canonizarme como una deidad Nuwaubian en un futuro alternativo o en otro planeta donde el dimorfismo no existe: esas son las clases de ideas que se han convertido en la base de cómo visto, hablo, bailo, escribo y los personajes a los que han dado luz esas ideas se han convertido en una parte integral de mi identidad personal”.

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Esa identidad es la que ha convertido a Huxtable, a sus 27 años, en uno de los personajes más visibles de la nueva escena queer neoyorquina. Sus labios pintados de azul se han convertido en símbolo de una modernidad mutante, polímata, fluida, que apuesta por un futuro más allá del género.

“Muchas de las cosas que me asustan como persona que está cambiando de género es verme privada de privilegios que la mayoría de la gente dan por hecho —deseabilidad, respetabilidad, empleabilidad, seguridad, etc—. Mi nombre es mi armadura y es mi voluntad para crearme a mí misma de acuerdo a la imagen en la que veo que encajo“.

Sus labios pintados de azul se han convertido en símbolo de modernidad mutante y fluida

Quien no encaja, siempre termina encajando entre los que no encuentran su sitio. Por eso, la historia de Huxtable no se entiende sin el grupo, sin la familia.

Buena parte de la inspiración y el trabajo artístico de Juliana se desarrolla en torno a la web, pero lejos de caer en ese culto ciberfetichista que lleva a la fragilización de las relaciones sociales, ella aboga por la conectividad más allá de la red.

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Como principal fuera motriz del colectivo artístico House of LaDosha, Juliana está difuminando las fronteras entre la moda y el arte. En los últimos tiempos la hemos podido ver desfilando para DKNY, Eckhaus Latta y Chromat, o prestando su poesía ciberfuturista —la escritura es otro de sus talentos— a la bandas sonora de alguno de los desfiles-performance de Hood By Air.

Junto a su actividad como artista y musa de la moda amiga de lo fluido, Huxtable también se ha ganado una merecida fama como DJ y agitadora nocturna gracias a su club SHOCK VALUE, un espacio que la artista gusta de definir como un “proyecto de género en un contexto de vida nocturna”.

El trabajo de Huxtable es figurar futuros distintos en los que quepan todos

“Quería crear un espacio donde todas las ideas que tenía del mundo, y la comunidad de personas que las inspiran, pudieran reunirse. ¿Por qué hay tantos locales gay de hombres que son hostiles a las lesbianas? ¿Por qué hay tantas raves en Bushwick llenas de ‘bros’ que bailan con ritmos de vogue pero sólo hay tres reinas negras en el club? ¿Dónde esta la noche operada por mujeres, por personas cisgénero, por transexuales?“, cuenta Juliana aDazed.

Aceptación e inclusión. Ya sea a través de su práctica artística, sus poemas, sus incursiones en la moda o sus veladas de club, el trabajo de Huxtable esfigurar futuros distintos, en los que quepan todos. Futuros en los que el amor se derrama más allá del ‘egoísmo en pareja’ de las estructuras monógamas y en el que la creatividad es una vía para reinventarnos de forma constante.

“Deterioro, renacimiento: una re-aplicación de la obsolescencia del cuerpo que lo re-privilegia como plataforma superior para la mediación social“, escribe Andrew Durbin en relación a Juliana. “El deterioro da significado a las cosas: tu yo-en-la-vida-real que se vuelve obsoleto, no tu yo-online que se replica infinitamente. Si la condición del mundo es, efectivamente, Post-Internet, y si vamos a seguir creyendo en su potencial liberador, entonces es el momento de mirar hacia ese horizonte de aperturas y forzar a sus alternativas homogeneizadoras a apagarse detrás de nosotros a medida que nos vamos acercando”.

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¿Es el polígamo el siguiente en la lista de derechos?

Artículo publicado en MAGNET

poligamia

¿Deberían los estados occidentales, liberales y democráticos, regular o legalizar el matrimonio polígamo del mismo modo que están regularizando y legalizando el matrimonio homosexual? La pregunta ha surgido en Estados Unidos de forma casi inmediata a la aprobación por parte del Tribunal Supremo de éste último, y el debate ha traspasado la barrera de lo minoritario para insertarse en la agenda pública del país. Y la respuesta a la pregunta no está nada clara.

Porque posiblemente no la haya. Al contrario que en lo relativo a los derechos LGBT, aceptados comúnmente por la mayor parte de la población y con un indudable bagaje moral, la poligamia es una rareza social que plantea preguntas éticas de distinta índole. La respuesta a todas ellas es siempre incierta y poco clara, y hay buenos argumentos tanto para creer que sí, que la poligamia debería estar protegida y amparada por el estado, como para opinar lo contrario. Veamos por qué.

La poligamia: un problema de desigualdad

Pese a que la cuestión de los matrimonios polígamos llevaba cierto tiempo siendo debatida en algunos sectores mediáticos norteamericanos, no fue hasta que la Corte Suprema aprobó a finales de junio el matrimonio homosexual en todo el país cuando surgió como un debate insoslayable. El culpable, posiblemente, sea uno de los jueces que se opuso a la normalización de los derechos LGBT en EEUU, John Roberts, quien estableció un paralelismo entre éstos y los de los polígamos.

Para Roberts, es simple: al admitir en el marco legal nacional la existencia de una forma de matrimonio ajena a la tradición del país (y de las sociedades occidentales), se abre la puerta de forma necesaria a toda forma de matrimonio. Entre ellas, naturalmente, la poligamia. ¿Bajo qué argumentos es posible oponerse, desde un punto de vista legal y moral, a un derecho extendido a las parejas homosexuales que no deben tener los matrimonios polígamos, hoy ilegales?

Bajo muchos y muy diferentes. En The Economist, Stephen Macedo, profesor de Políticas en la Universidad de Princeton y experto en la materia, rastrea las consecuencias sociales y antropológicas derivadas de la poligamia, y sus consecuencias inherentemente negativas para las sociedades modernas. Lo hace a través de extensa bibliografía, incluyendo este cuidado y profundo trabajo judicial cuyas conclusiones son idéndicas: la poligamia causa un daño sustancial a la sociedad.

¿En base a qué? Macedo centra su discurso en ladesigualdad: la poligamia es o ha sido históricamente común entre las clases sociales altas. Dado que la abrumadora mayoría de matrimonios polígamos incluyen a un hombre y a varias mujeres (y no a una mujer y a varios hombres, algo muy excepcional y raro), los primeros deben tener cuantiosas sumas de dinero para sostener a su extensa familia. Pero las relaciones en una sociedad son un juego de suma cero.

En negro, países donde la poligamia está legalmente reconocida.

En negro, países donde la poligamia está legalmente reconocida.

De modo que cuando un hombre de clase alta se casa con tres mujeres dada su capacidad económica, hay tres hombres más pobres que tienen menos oportunidades de encontrar pareja. No sólo eso, sino que también hay menos posibilidades de que la sociedad evolucione y crezca, dado que el patriarca no estará tan centrado en invertir su dinero en la educación de sus hijos, en su progreso, como en obtener más mujeres como símbolo de ostentación y poder social.

La monogamia, opina Jonathan Rauch en Politico, habríademocratizado el matrimonio, ofreciendo un acceso justo a todos los hombres y mujeres y eliminando de raíz una construcción social desigual y nociva para los intereses conjuntos de la sociedad. Es más: la monogamia es parte intrínseca de la construcción del estado liberal, como muestra que hoy en día casi todos los países que legalizan la poligamia tienden a ser poco garantes de los derechos humanos, autoritarios y violentos.

Ambos subrayan las mismas ideas: los matrimonios polígamos tienden a suprimir la libertad de acción de la mujer y a provocar celos y disputas internas familiares tanto entre las mujeres como entre los hijos, dado que todos ellos han de luchar por la atención y la preferencia del marido en cuestión. La poligamia excluye a los hombres más pobres de una institución básica dentro de la sociedad, expulsándolos hacia la marginalización y, en última instancia, el crimen o la violencia.

Para Rauch, derechos LGBT y poligamia no son debates iguales ni deben ser tenidos en la misma consideración, dado que responden a realidades diferentes. Macedo también afirma que no hay una significativa porción de la sociedad a favor de esta idea, siquiera de debatirla, y su legalización no respondería a una realidad del día a día de Estados Unidos.

Y sin embargo, es una cuestión de derechos

Bien, es obvio que la poligamia ha tenido un carácter retrógado y desigual a lo largo de la historia de la humanidad, ¿pero, y qué? Si hay un argumento en defensa del matrimonio polígamo con estatus legal dentro de la ordenación jurídica de los países occidentales es el de la reforma: también el matrimonio monógamo fue una institución heteropatriarcal y nociva para las mujeres, pero se ha logrado hacerlo inclusivo, igual y de mutuo acuerdo. ¿Por qué la poligamía no podría cambiar?

Es uno de los principales argumentos de Fredrik deBoer, también en Politico:

Después de todo, los matrimonios tradicionales también fomentan el abuso. Los matrimonios tradicionales son frecuentemente patriarcales. Los matrimonios tradicionales implican con frecuencia feas dinámicas de género y de poder (…) Hemos logrado la igualdad matrimonial al mismo tiempo que hemos luchado por más iguales, más feministas matrimonios heterosexuales, dando por hecho de que es una institución que merece la pena mejorar, preservar. Si vamos a prohibir matrimonios porque algunos son lugares de sexismo y abuso, entonces deberíamos empezar por el antiguo, pasado de moda modelo de un-hombre-y-una-mujer. Si la poligamia tiende a estar relacionada con tradiciones religiosas que parecen alienantes o regresivas, es porque forma parte de la propia ilegalidad que debería marcharse con ello. Legaliza los matrimonios grupales y descubrirás cómo la conexión con el abuso desaparece.

DeBoer opina que el poliamor es una realidad, y que, como tal, al igual que el amor entre dos hombres o dos mujeres, debería tener un reconocimiento legal. El matrimonio polígamo, su institución formal, serviría para ofrecer protección y reconocimiento a aquellas personas que deseen formalizar su unión de tal modo. De otro modo, como sucede en la actualidad, son condenados a la invisibilidad, el ostracismo y la ilegalidad. Un entorno ideal para fomentar actitudes, en efecto, nocivas.

Familia polígama mormona a finales del siglo XIX, en EEUU.

Familia polígama mormona a finales del siglo XIX, en EEUU.

En el fondo, al igual que la defensa de su legalización realizada en este otro artículo de The Economist, se trata de una cuestión de consenso: si tres personas desean embarcarse en un matrimonio polígamo, ¿por qué nadie debería impedírselo? Es cierto que a lo largo de la historia ha sido una institución de implicaciones y consecuencias negativas, pero estamos en pleno siglo XXI y las formas sociales han evolucionado y cambiado. Al final, es otra

El problema es relativamente importante. En Estados Unidos hay un número residual de matrimonios polígamos, aunque dada su condición ilegal (pero no perseguida de facto por la ley ni por la administración pública) es imposible saberlo con exactitud. Los mormones más fundamentalistas (una secta cristiana que en su origen permitía y fomentaba la poligamia, radicada en Utah y parte de Idaho) y los musulmanes inmigrantes son los únicos que la practican.

Hace dos años, en Slate, Jillian Keenan incluso se atrevió a defender la idea del matrimonio polígamo desde un punto de vista feminista. Para ella, defender su ilegalidad por las consecuencias negativas que puede tener en la mujer es una forma de machismo paternalista que soslaya por completo el derecho a decidir de toda mujer. “Como mujeres, podemos tomar nuestras propias decisiones. Si una quiere casarse con un hombre con otras tres mujeres, es su maldita elección”.

Keenan introduce además otro matiz importante: si bien se argumenta que la poligamia choca con la percepción tradicional del matrimonio monógamo en las sociedades occidentales, ¿qué queda de ese matrimonio, en realidad? Para millones de niños, las familias monógamas con un padre o una madre no son lo más común: el divorcio, las segundas nupcias o los padres de alquiler sonrealidades comunes. El matrimonio polígamo no supondría más amenaza a esa institución que las otras.

EN EL FONDO DEL DEBATE, TODOS LOS DEFENSORES DE LA LEGALIDAD DEL MATRIMONIO POLÍGAMO SUBRAYAN LO MISMO: SEGÚN ELLOS, NO HAY APENAS DIFERENCIA ENTRE AQUELLOS QUE SE OPONÍAN AL MATRIMONIO HOMOSEXUAL Y AQUELLOS QUE SE OPONEN AL POLÍGAMO

En el fondo del debate, todos los defensores de la legalidad del matrimonio polígamo subrayan lo mismo: según ellos, no hay apenas diferencia entre aquellos que se oponían (y se oponen) al matrimonio homosexual y aquellos que se oponen a la regulación del matrimonio polígamo desde un punto de vista legal. Posturas que copian argumentos (no tradicional, falta de apoyo social, no adecuado al marco jurídico, etcétera) en distintos campos.

Inmigración y la situación en España

España fue el tercer país del mundo en normalizar el matrimonio homosexual, diez años atrás, pero el debate en torno a los derechos LGBT no vino aparejado de un debate paralelo, como sí está sucediendo en Estados Unidos, en relación a la poligamia. Porque al contrario que allí, el matrimonio polígamo ha sido inexistente y ajeno a las vidas diarias de los españoles desde los tiempos de la Hispania romana. Hasta el siglo XXI, sin embargo, con la llegada de la inmigración.

Como puerta de entrada de miles de africanos al continente europeo, España es uno de los países de Europa con mayor volumen de inmigrantes viviendo dentro de sus fronteras. Muchos de esos inmigrantes provienen de países musulmanes donde la poligamia no sólo es común a nivel social y se ha mantenido como una institución normalizada a lo largo de la historia, sino que también es legal y está regulada por el estado. ¿Hasta qué punto es la poligamia algo normal en nuestro país?

Antes que nada, conviene comprender el rol de la poligamia dentro del islam y sus implicaciones. Para ello, hemos hablado con la Unión de Comunidades Islámicas de España.

Tal y como nos cuentan, los orígenes de la poligamia dentro del islam se remontan a una época donde laescasez de hombres, especialmente dados los numerosos conflictos bélicos, era amplia. Como respuesta, se articuló una institución que permitiera a las mujeres contraer matrimonio (en una sociedad donde era esencial) y no quedar ni marginadas ni desprotegidas. La poligamia surge, pues, como respuesta a una necesidad derivada del mayor número de mujeres respecto a los hombres.

Familia polígama árabe a finales del siglo XIX. Es una práctica poco común entre los países musulmanes, aunque permitida.

Familia polígama árabe a finales del siglo XIX. Es una práctica poco común entre los países musulmanes, aunque permitida.

Pese a que hoy otras religiones han eliminado la poligamia, su práctica ha existido en casi todas las sociedades antiguas, aunque es el islam la religión que la ha mantenido con mayor fuerza. Pese a todo, no es lo más común: “La práctica totalidad de la población musulmana mundial tiene una práctica monógama, quedando amparada canónicamente la excepción de la posibilidad de tener coesposas, hasta un máximo de cuatro. Aunque las excepciones más comunes son de biginia, siendo prácticamente inexistentes, o muy escasos y no significativos, los casos de tres o cuatro coesposas”.

Tanto desde el punto de vista legal como religioso, todas las coesposas deben ser tratadas “con escrupulosa equidad” por parte del marido, del mismo modo que los hijos. A nivel práctico las implicaciones son diferentes, sin embargo. En países como Irán han surgido fuertes polémicas a raíz de la aprobación de leyes que permiten “esposas temporales”. La poligamia deriva de forma frecuente en la subordinación de las mujeres al hombre, pese al marco teórico que las protege.

Porque, tal y como explican desde la Unión de Comunidades Islámicas, la mayor parte de los países han legislado para asegurar la protección de los actores implicados en el matrimonio polígamo, preservando la equidad y asegurando la falta de prejuicios, además del “mutuo consentimiento expreso de todas las partes”. Sucede así en Marruecos, Argelia, Libia, Egipto, Bangladesh, Pakistán, Indonesia o Somalia. También en países africanos no mayoritariamente musulmanes como Nigeria.

¿Qué hay de España? No en vano, la mayor parte de inmigración musulmana en nuestro país proviene de alguno de estos países, como es el caso de Marruecos. No es muy común, nos cuentan, del mismo modo que no es común en general en las sociedades musulmanas: “Representan una excepción muy minoritaria con un muy pequeño número de matrimonios con dos coesposas”. Son, en sus palabras, “una rareza de libre elección que debemos respetar”.

LO CIERTO ES QUE LA LEGISLACIÓN ESPAÑOLA NO LO CONTEMPLA DE TAL MODO. AL IGUAL QUE SUCEDE EN EL RESTO DE PAÍSES OCCIDENTALES, LA POLIGAMIA ES ILEGAL Y ESTÁ PERSEGUIDA Y PENADA POR EL ESTADO

Lo cierto es que la legislación española no lo contempla de tal modo. Al igual que sucede en el resto de países occidentales, la poligamia es ilegal y está perseguida y penada por el estado. El Código Penal sólo permite el matrimoniomonógamo, y la jurisprudencia del Tribunal Supremo no concede la nacionalidad española a aquellos solicitantes que tengan coesposas, de modo que no obtienen los mismos derechos que aquellos cuyas formas matrimoniales son monógamas.

Dadas las circunstancias, es improbable que el debate sobre la legalización de los matrimonios polígamos en España surja o llegue a buen puerto. Al fin y al cabo, ni es cuestión de interés social ni afecta a la inmensa mayoría de los españoles. Y, además, la cuestión es espinosa, al entremezclarse con el fenómeno de la inmigración, todo ello sin mencionar las cuestiones morales relatadas más arriba. Y sin embargo, merece la pena preguntárselo: ¿debería ser la poligamia un derecho?

Imagen | Keoni Cabral

cuestión de derechos.

 

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