REPENSAR LA SEXUALIDAD DESDE EL FEMINISMO

ENTREVISTA A LURDES ORELLANA,
“DESMONTANDO A LA PILI” (ZARAGOZA)
 por Eduardo Nabal
Publicado en Jackerouack
Lurdes Orellana (Sevilla, 1979). Activista transfeminista, psicóloga y sexóloga. Psicóloga del Colectivo por la diversidad sexual, 'Towanda', y socia de la Cooperativa 'Desmontando a la Pili'

Lurdes Orellana

Lurdes Orellana (Sevilla, 1979). Activista transfeminista, psicóloga y sexóloga. Psicóloga del Colectivo por la diversidad sexual, “Towanda”, y socia de la Cooperativa “Desmontando a la Pili”. Una sevillana que transita la ciudad de Zaragoza desde 2003.
                  -Las mujeres necesitamos espacios propios y seguros-
 
– Hola Lurdes. ¿Qué es “Desmontando a la Pili”? 
Lurdes Orellana: “Desmontando a la Pili” es una cooperativa feminista y de mujeres que trabaja la sexualidad desde una perspectiva del placer y la salud. Una cooperativa que trabaja el sexo bajo criterios de la economía social. La finalidad es cuestionar el imaginario colectivo que tenemos del sexo para reencontrarnos y que la vivencia sexual sea una herramienta para el agenciamiento. Desmontar un sistema que coloniza nuestros cuerpos para construirnos desde nuestros deseos.
 
– Existe otro “Desmontando a la Pili” en Sevilla ¿Qué tenéis en común aparte del nombre?
 
L.O.:  Lo que tenemos en  común es que ambas trabajamos para acercar otro discurso de la sexualidad que pueda servir como instrumento para el cambio. Desde Sevilla lo lleva mi buena amiga Mónica Ortiz, con la idea de usar y compartir los recursos que habíamos ido construyendo por tierras mañas para trabajar la sexualidad pero en su caso de Despeñaperros para abajo.  
 
– ¿Cómo os gusta que os definan, (aquí puedes corregir) librería, colectivo, centro de salud, lugar de encuentro, espacio lúdico, asamblea, espacio “ecológico”?
 
L.O Nos gusta definirnos como una cooperativa que tenemos un espacio donde trabajamos la sexualidad a través de diferentes actividades. No sólo ofrecemos productos sexuales y terapéuticos, sino que ofrecemos un espacio donde las personas se puedan sentir seguras y cómodas para trabajar o hablar de sexo. Ya sea a través de tuppersex, talleres o asesorías o terapias. Aunque nuestro trabajo no sólo se centra en nuestro local, sino que nos movemos allí  a dónde nos llamen, ya sea un cole, una asociación o una casa.
 
 
– ¿Crees que las mujeres  – con todos los peros que podamos poner a esa categoría-  siguen necesitando espacios propios? ¿Dónde os sentís más a gusto y donde se os escucha más?
 
L.O.: Por supuesto que consideramos que son necesarios los espacios propios, espacio de seguridad. Mientras sigamos en una sociedad heteropatriarcal, hay que generar redes y lugares donde cuidarnos, donde crecer juntas. Sabemos el potencial que tiene que un grupo de personas nos juntemos para hablar, cuestionar o compartir. Y más aún cuando hablamos de sexo. Para nosotras el sexo puede ser una herramienta feminista para cuestionar las estructuras sexistas y machistas. Por ejemplo, para muchas mujeres supone un antes y un después hablar de sexo desde el darnos el derecho y desde la alegría. Nombrar el propio deseo es existir, y reconocerlo o sentirlo puede permitirnos confrontar las estructuras o las relaciones que nos quieren invisibilizar o anular. Y sí, esto lo hacemos.
 
– ¿Ves una juventud diferente? ¿Hasta qué punto crees que las nuevas fuerzas políticas van a recoger las demandas de género en general y de las mujeres en particular?
 
L.O.: Si las nuevas fuerzas políticas no acogen la idea de que estamos en un sistema heteropatriarcal y que forma parte del mantenimiento del capitalismo, no se dará un verdadero cambio. Se tiene que entender que la cuestión de género atraviesa el modo de entender el mundo y sus relaciones. No es una mera cuestión de cuotas. La “nueva” política tiene que facilitar el cambio de las estructuras patriarcales, pero desde mucho más temprano, si de verdad se quiere una sociedad basada en relaciones de equidad y de buen trato. Una buena forma es usar las herramientas que los feminismos manejan para el agenciamiento o para cambiar las relaciones de desigualdad y poder. Por eso, “la revolución es feminista o no será”
 
 
– ¿Quién quiere desmontar a “La Pili”? ¿ Y quiénes lo impiden?
 

L.O.: Las personas que están dispuestas o tienen el deseo de parar, mirar y sentirse para así construirse desde su subjetividad y vivir la sexualidad de un modo más libre, más autónomo. Pero sabiendo que las dificultades están en cómo cada una hemos interiorizado la opresión social que no nos permite ese acercamiento tan libre a nuestro cuerpo. Aún así, todas podemos desmontar a la Pili que llevamos dentro, para construirla de nuevo.

Lurdes Orellana

LA MATERNIDAD Y LO TRANS…

Artículo publicado en ALTERSEXUAL

Por Frieda Frida Freddy
Transfeminista (y lesboterrorista) de a pié

El día que me enuncié Trans fue el día que ví y sentí claramente que no necesitaba, ni me era vital, ser mujer u hombre para existir. Más aún, identifiqué plenamente que no deseaba serlo y anclarme en una de las dos categorías sociales, porque nunca me había sentido feliz y a gusto en ninguna de ellas. Me autonombré Frieda porque soy más femenina que masculino, y porque comprendo que masculinidad y feminidad son sólo dos polos de adoctrinamiento que nada determinan, y mucho menos tendrían que “definir” ese “ser hombre” o “mujer”, que se conoce en nuestro mundo social. Escogí pues este nombre por el potente diptongo que para mí representa el puente por la dicotomía de género, mi transitar entre Frida y/o Freddy que son el pasado al que se me condenó: Chico o chica. Y del que escapé…

Así que ahora soy libre, soy Trans. No transgénero ni transexual. Verán. Se tiene la idea generalizada que ser trans es de fijo, digamos, nacer A y cambiar a B, o nacer B y querer ser A. Es decir, nacer biológicamente ‘hombre’ (por el pene que el sexo ha señalado) y querer ser socialmente una mujer. O viceversa. Nacer biológicamente ‘mujer’ (por la vulva que asigna el sexo) y desear vivir socialmente como hombre. Y sin duda que eso es una gran parte, pero no lo es todo.

Lo anterior es transgredir-traspasar una categoría de género porque nunca hubo allí pertenencia ni identidad con la que se les asignó mediante los roles; es rechazar una construcción social que se impuso a partir de una división hecha por un rasgo genital, y desde luego que eso es transgresor, pero tal práctica sigue estando dentro de un código binario. Y con esta afirmación no pretendo descalificar ni agredir a quien haya hecho todo lo posible para cambiar totalmente su cuerpo y/o modificar apariencias, desde hormonarse hasta pasar por cirugías y actualmente se sienta cómodo o cómoda con lo que es o como se ve, ya que el sólo hecho de desafiar el género y transitarlo completamente de A a B, o al revés, me parece digno de todo el respeto y la admiración rebelde.

Pero yo no quiero eso para mí. Yo además de transgredir-transitar (y no quedarme), quiero dinamitar al género. Mi lucha diaria es contra la dicotomía de género, contra la sujeción. Para eso hago transfeminismos. No quiero aprisionarme en el género, ni en sus roles, ni alcanzar sus estereotipos. Yo deseo ir y venir, fluir, como fluye mi propia sexualidad (en el sentido más amplio, no reduciéndola al mero acto sexual); mi sexualidad que está viva, y vive conmigo. ¿Por qué voy a sujetarla? ¿Por qué voy a sujetarme? No he de hacerlo. No estoy obligada.

No voy a encarcelarme en una dicotomía de género, o en alguna orientación sexual. Yo voy y vengo. Por eso me digo Trans de transformación a la idea hegemónica, Trans de transitar la heteronorma, Trans de transgresión al género y todo lo que éste conlleva. Trans de transgredir el mandato, abortar la órden. Nací A y no voy a ser B, pero que la A se joda. Podemos ser X ó Z, H ó T, o mezclas, o lo que se nos hinche la gana. Incluso a veces quedarnos un rato en B y luego botarla, por ejemplo. O ser monstruas. O ser no siendo.

Y para quienes a estas alturas del texto, ya están pensando en que estoy confundida y en realidad soy queer, lo repito, yo soy Trans, y para la deconstrucción-destrucción de la dicotomía de género voy a poner además de mi discurso, mi cuerpo. Voy a implantarme unos senos, para eso estoy ahorrando. Unos senos por decisión política, por acto performativo. No esos senos grandes y redondos, “con los que no tuve la fortuna de nacer”, para llegar a ser cien por ciento femenina, y por ende “mujer” (como lógicamente se cree), sino más bien quiero esos senos para confundir, para salir al espacio público tan normado y transgredirlo, aterrar. Ni siquiera estoy interesada en adelgazar y comprarme vestidos estilizados, o blusas de amplio escote; mi acto también será post-travesti.

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Con la operación de senos mi cuerpo será además de un campo expropiado al sistema (que antes me lo robó con sus mandatos), un arma de destrucción simbólica. De modo que lo que busco con la cirugía no es alcanzar un modelo de belleza patriarcal, sino ser una performance viviente que va por el mundo y lleva el terror Trans a todos los espacios, las calles, las ciudades. Esta es mi libre decisión y elección, como lo es la que toma la mujer de sexo-género concordantes y heteronormados cuando decide ser “madre”.

¿Pero qué pasa entonces con ambas decisiones tomadas libremente y que conciernen a un cuerpo propio, dentro de una misma sociedad, un mismo mundo social?

Pasa que cuando yo enunció ser Trans y menciono la decisión de modificar mi cuerpo, el mundo me ve como apestada, como demente, mientras que a la mujer embarazada la ve como triunfadora, como si se tratara del máximo logro de la vida. A ella se le otorga un reconocimiento social y a mí el escarnio público. A ellas se les eleva a un pedestal social y las empiezan a cuidar tan frágil como si fueran a romperse, mientras que a la mayoría de lxs transexuales, trans, y transgénero les rompen la estima y los lazos sociales, les echan de sus casas y la sociedad cierra sus puertas en casi todos los espacios públicos.

Cuando una mujer decide y elige libremente embarazarse, parir y criar, el mundo entero la llena de elogios, buenos deseos, bendiciones, dulzura, felicitaciones, no se cansan de alabarla, mientras que a la gente trans que también ha decidido y elegido libremente hacer algo con su cuerpo y un proyecto de vida, las burlas no cesan, ni los insultos, las invisibilizaciones, los chistes, las miradas reprobatorias, o las agresiones verbales y hasta físicas.

En la mujer embarazada las familias y amistades y la sociedad en general, se toman la tarea de procurarla y cuidarla, las mandan al médico y el Estado las recibe gratuitamente mediante el sector salud con chequeos prenatales, y las activistas hasta abogan por ellas alto a la violencia obstétrica. Pero de los altos y violentos índices de natalidad nadie dice nada.

En ese mismo tenor, cuando la persona trans ha empezado a hormonarse o está por hacerse una cirugía, las familias y amistades y la sociedad en general se han reducido, le han enjuiciado, y el Estado las recibe con el psiquiatra, a quien tendrán qué convencer de su propia decisión de transitar. El sector salud las recibe también, aunque la mayor de las veces con desprecio y maltrato, manejándoles como tontxs y no escuchando sus sentires, sino sólo inyectándoles las hormonas o dándoles medicamentos (cuando los hay), en una posición de: pues si no quieres ser hombre, ¡toma, sé mujer! O viceversa. Todo de golpe y porrazo, siendo poco claros con las reacciones secundarias de bajar o subir testosterona o estrógenos en niveles acelerados. Y eso en escasas ciudades donde hay legislaciones que lo permiten. Si no las hay, lxs trans tendrán que pagarse todo solas, como puedan. Tendrán que costearse los tratamientos y cirugías completas, y si no tienen dinero ahí está el aceite de cocina o el anticongelante para coches para hacer crecer un poco glúteos o senos. Acá cada quien aboga y sobrevive por sí misma, a pesar de los informes anuales de las activistas, donde anuncian su preocupación por los derechos sexuales de todas y cada una de las personas en el mundo y proclaman “los avances”.

Cuando yo decido y elijo ser Trans, todxs me diagnostican sin ser médicos: tengo “disforia de género”, estoy enferma de la mente, y loca. Lo dice la ciencia y lo publica la OMS en su lista de enfermedades mentales. Nadie habla de la violencia cultural, ni la cultura de la violencia, contra mi persona y mi libre decisión, porque lo que yo hago es “anormal”, “claro está”, mientras que lo que hace la embarazada es no sólo “normal” sino además “lo más natural del mundo”. Así el panorama a grandes rasgos. Y no me estoy victimizando con estas analogías. Más adelante aclararé el punto.

Lo que la embarazada está haciendo en realidad (por más libre y elegida que sea la decisión) es seguir reforzando y reproduciendo un sistema heteronormativo, un régimen heterosexual que no es orientación como tanto se nos ha dicho, sino un régimen ordenador del mundo social, controlador de cuerpos y de vidas; lo que ella está haciendo es seguir unas rígidas normas aprendidas que a otras iguales biomujeres como ella las estigmatiza y frecuentemente las condena como “mujeres a medias, incompletas, o malas mujeres”, porque no “se realizan nunca mediante la maternidad”.

La decisión libre y elegida de la mujer embarazada traspasa lo personal e impacta desfavorablemente el afuera. Fortalece un mundo social que a mí, como a mucha otra gente disidente sexual, incluso a ella misma, nos está matando, literalmente (feminicidios, transfeminicidios). En ese mismo sentido, lo que yo hago con mi decisión libre es joderme en la heterosexualidad y otras ficciones políticas, en imposiciones sociales, en el régimen heterosexual, destruirlo, deconstruirlo, porque ese sistema simplemente no es normal ni natural.

¿Pero por qué el Estado costea el embarazo, aún en mujeres no inscritas en el sector laboral, en todo el mundo? Porque le conviene, es una inversión a corto plazo para este modelo global de producción-consumo. Le conviene para seguir reproduciendo el modelo de familia y sacar de ahí más mano de obra barata en el mercado laboral y la producción en masa; sirve además para mantener a la gente educada, normada, callada, pasiva y apática, bajo la telenovela del amor romántico y el “vivieron felices para siempre”. Y ya después Familia y Estado, en unión, mantendrán más fácilmente controladas-oprimidas las disidencias sexuales, planeando captarlas para normarlas, desarticularlas o exterminarlas.

En el modelo producción-consumo también se maquila Familia, que no es el único agente socializador, pero sí el de mayor peso. Ese modelo rector de la moralidad, la buena conciencia, la coerción, la dominación, la represión, la violación de derechos humanos básicos y de las garantías individuales, ese modelo del chantaje emocional-sentimenal y económico. La familia, hoy día reproducida a la par por los homosexuales misóginos y machistas, y por las lesbianas patriarcales, es un modelo opresor que funciona de formas muy visibles como golpes, insultos y maltratos, hasta formas delicadas y sutiles como: “hijx me lo tienes que contar todo y decirme cada paso que des porque somos familia y nos tenemos confianza, ¿verdad? O el: yo sólo te vigilo y te ordeno porque te quiero y me preocupo por tí, todo esto es por tu bien, te respeto. Le llaman “educación”. Y con ella violando severamente la privacidad de cada miembrx que por un lazo de sangre no significa que sea un objeto de propiedad. Pero eso sí, estas formas irán siempre disfrazadas de mucho cariño, abnegación, buenas intenciones y preocupación porque por eso existe el “amor de familia”.

Hay una negación consciente de que la familia (como el Estado) da órdenes y castiga a quien no las cumple, su irracional poder autoconcebido les hace pensar que tienen toda la autoridad para hacerlo. Las familias controlan, asfixian, a veces lentamente, a veces en pocos pasos y de manera expedita. Y es evidente que el Estado no dejará de producir familia, pero las personas sí podemos dejar de hacerlas, y no estarlas sólo cambiando de nombre: familias diversas, nuevas familias, otras familias, dos mamás, dos papás, madre soltera. No veo a ninguna lesbiana poniéndoles vestidos a sus “niños”. Sí veo a mucha embarazada llamando princesa al feto “mujer”, o “mi rey”, que se mira en el ultrasonido, por ejemplo.

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Esa misma negación consciente les alcanza hasta para cubrir que los derechos sexuales y reproductivos también fueron un instrumento que el Estado “firmó y reconoció” para darle a toda esta diversidad sexual heterosexuada (que no disidencia) lo que estaban pidiendo y así mantenerles un tanto a raya para que ya no estuvieran “molestando” más. Habría que ver esa parte manipuladora de un aparato de gobierno, como el Estado, que ha dado más que pruebas suficientes de lo mezquino, controlador, corrupto, chantajista, despótico y traidor que es.

Pero dejar de hacer familias es algo sencillamente impensable para la mayoría de gente en el mundo, ¿qué más harían sino sólo lo que le han interiorizado muy bien en sus cabezas desde que nacieron? ¿Pero qué hay de toda esa gente que se dice feminista, y habla y habla de su preocupación sobre la violencia de género y la violencia contra las mujeres? ¿Esa gente que tanto cita a Foucault y la historia de la sexualidad en volumen uno, dos, y tres, y no se saca de la boca el biopoder y la biopolítica, y hasta duerme con la foto de Simone de Beauvoir sobre la cabecera de su king size? Su heterocentrismo se les mira desde la luna a la tierra. Sus discursos contradictorios evidencian por sí mismos su falta de compromiso para dejar de hacer lo que en resumidas cuentas agrede y estigmatiza a esa misma gente que pretende apoyar. ¿Le vamos ganado al heteropatriarcado capitalista?

Hacer feminismos institucionales, reproduciendo familias y pidiendo cosas al Estado que es la figura paternal (macho protector, padre benefactor), es simplemente la primera de las grandes contradicciones. Pero insisten en jactarse totalmente concientizadas y deshteropatriarcalizadas, hablando de la igualdad de género, ancladas para no variar en una dicotomía carlcelaria. Criando solamente niños y niñas. Y se llenan de paridad, y cuotas, insertando a grandes mujeres librepensadoras y hacedoras, dentro de un sistema podrido que termina sujetándolas, llenándolas de su peste, y obligándolas a trabajar bajos sus formas y reglas. Porque no es la falta de capacidad, sino el modelo en sí. Pero se niegan a aceptarlo. Se ofenden si alguien lo menciona. No les basta las evidencias diarias en las calles y los espacios públicos. Es más importante llenar el informe, comprobar los gastos de la beca con erario, y la selfie que puedan hacerse en los encuentros internacionales. Que al cabo “con eso poquito que se gane, ya es un avance”, dicen.

Así que como leerán, mis anotaciones no son para victimizarme rogando al Estado que deje de tratarme como ciudadana de cuarta categoría, yo en lo personal no quiero nada suyo, ni les estoy pidiendo tampoco a las feministas activistas institucionales que me arropen “maternalmente” en mi renacer Trans. Mi transfeminismo es anarco, radical y autogestivo. En todo caso sólo como un lindo detalle estoy sugiriendo que el Estado debería dejar de costear los embarazos y lo que implican. Quien quiera un hijo que se lo pague, que lo costeé desde la sola planeación de su propia idea y libre elección. Que sea su propio lujo. Que se dejen de usar los impuestos de otrxs tantxs trans para tales efectos , porque ya estuvo bueno hasta de pagar económicamenre por la transfobia que se recibe. O que por lo menos la que quiera ser “madre” se pase también con el psiquiatra para que explique el por qué de su decisión, que convenza a la ciencia y a la OMS del por qué tiene la certeza y la seguridad de poder parir y criar y formar una nueva persona. Su sólo argumento de un compromiso total, protector y procurador, anclado en un rol de género inventado, no es suficiente. Es mera seguridad romántica arraigada al régimen heterosexual. Creer que todo lo va a poder con mucho amor y “cuidados”, es sólo lo que le hicieron creer.

Finalmente, para cerrar acá mis disertaciones, quiero aclarar algunas cosas, ya que una de las deficiencias del sistema educativo escolar tienen que ver precisamente con la comprensión de la lectura, y yo estoy muy cansada de que se vaya por ahí diciendo que yo dije, de modo pues que este texto como han leído es completamente antimaternal, sí, pero yo en ningún renglón he dicho que dejen de embarazarse y parir. Lo que yo estoy haciendo acá es una feroz crítica para señalar lo que nadie parece querer decir por miedo a sonar políticamente incorrectx y empañar su currículum profesional, o que se les tache de violentas, de no ser sororarias o dejar de serlo, y así perder el viático, la alianza, ser expulsada de la colectiva, sacada de la ONG, caer mal o dejar de recibir los saludos “fraternos y sonrientes” de otrxs compañerxs.

Yo lo que digo con este texto, hablando de las que deciden, eligen-desean la maternidad y formar familias, es que se deje de esparcir por el mundo el cotilleo de que un embarazo y ser madre, y hacer familia, es la ostia, y lo más de lo más, porque también con el habla y la lengua y las percepciones propias regadas al vapor se siguen alimentando-construyendo ad infinitum los roles de género en lo societal.

Lo que yo digo es que dejen de contar el cuento rosa y dulce, y de comprar la familia de cajita feliz mac donalds, y asuman honestamente las atroces responsabilidades sociales que implican gestar, parir y criar, en un contexto tan capitalista y heteropatriarcal, como el arriba descrito, y que sepan de una vez que su decisión libre y elección no se queda en la pareja, ni en las cuatros paredes de su guarida de amor, ni en la mujer sola o acompañada que decide hacerlo, un embarazo traspasa el hogar y colabora directamente con el sistema que nos jode en conjunto.

Yo Frieda, lo que digo, es que dejes pues de respetarme con la lógica de: “yo no tengo ningún problema con la gente trans”, desde tu aplastante posición de normalidad. Y de que crían para formar sólo hombres y mujeres, omitiendo desde el mismo nacimiento la intersexualidad, y después en la socialización del género a la transexualidad, bajo el yugo heterosexual, ¡ahí te encargo!

Porque somos lxs trans que la dicotomía de género no pudo normar. Estamos aquí, y no vamos a callarnos, ni guardarnos en ningún calabozo sólo para que tus hijitxs no se espanten y/o “contagien” de algo.

El cuerpo como espacio de disidencia

Cuerpos inapropiados contra una sociedad que estandariza y controla, que define lo bello y lo sano.

Lucrecia Masson  Feminista y ­activista.
Es posible pensar el cuerpo como espacio de disidencia? Un cuerpo plagado de órganos, no siempre sanos, no siempre vigorosos, no siempre jóvenes… Nos encontramos ante la necesidad de una revuelta orgánica, en su sentido literal: revolver órganos. Es actualmente una apuesta urgente la de plantearnos una rebelión de los cuerpos.Rebelión que, necesariamente, rechaza la frontera entre el cuerpo normal y el deforme, el cuerpo saludable y enfermo, el cuerpo válido e inválido. Rebelión que debe ser planteada a partir del encuentro, la afinidad y la alianza entre estos cuerpos inapropiados e impropios. De ahí que los sistemas que nos organizan a partir de género, raza, sexualidad, normalidad corporal, salud mental o física, se vuelven edificios que es necesario derribar, y esta acción de derribo nos deberá encontrar juntas, sabiéndonos atravesadas y en constante y compleja intersección.

¿Podemos entonces entender el propio cuerpo como espacio de activación política? Partir de nuestras trayectorias corporales, narrar en primera persona, tanto singular como plural, la historia de nuestra realidad corporal es un desafío al que diferentes activismos empiezan a llamarnos. ¿Podemos pensar en una historia colectiva de nuestros cuerpos? ¿Cuáles son los dispositivos que producen corporalidades inapropiadas? ¿Podemos plantearnos mecanismos para crear nuevos modos de producir cuerpos, de producir deseos, de producir bellezas? ¿Y qué herramientas nos damos para hacer de nuestras vidas un espacio más habitable y feliz?

Me parece importante volver a nombrarme ahora como gorda, nombrarme gorda como estrategia de autoenunciación. Nunca liviana. Y sirva este último adjetivo para que la paradoja dé lugar a la sonrisa. Nombrarse para volvernos visibles. Ocupar el espacio para volvernos visibles. Visibles, desobedientes, disidentes de la norma que nos impone una sociedad que estandariza y controla cuerpos y deseos, que define lo bello y lo sano.

¿Y por qué la necesidad de volvernos visibles? Porque la vista es un aparato de producción corporal, dice valeria flores, y hay modos de mirar que fabrican cuerpos, continúa. Y yo agrego, hay modos de mirar que fabrican deseos y modos de mirar que fabrican bellezas. La apuesta será construir nuevos cuerpos, nuevos deseos, nuevas bellezas.

Ante la pregunta: ¿por qué ser gorda, o vieja, o diversa funcional, o enferma (y la lista podría ser muy larga) me hace estar fuera del estándar de belleza o de normalidad corporal? ¿Qué me hace disidente de la norma? Propongo cambiar esta pregunta por otra, y he aquí el desafío político: ¿bajo qué mecanismos se construye el cuerpo normal?¿Cuánta disciplina de normalización han soportado y soportan nuestros cuerpos? ¿Qué técnicas de domesticación y regimentación nos hacen desear ser normales y atractivas a costa de padecimientos?

Construir un cuerpo extenso

Partimos de dejarnos interpelar por el propio cuerpo. La interpelación por la que apuesto es tanto individual como colectiva. Necesito preguntarme cosas sobre mi cuerpo, sobre el cuerpo de las otras, y construir un cuerpo extenso, un espacio para la acción y reflexión. Me parece fundamental hablar desde nuestras propias carnes. Esas carnes defectuosas, inseguras, miedosas, angustiadas. Nuestras carnes, las que sobran, las que faltan, las que duelen, las que están viejas, las que están enfermas, las que no son funcionales, las que mueren incluso…

De ahí la interdependencia como paradigma que empezar a transitar. Nadie, sea cual sea la corporalidad que encarne, es realmente autosuficiente. Por esto pienso en luchas cómplices y afines. Busco potencias vinculadas y vinculantes. Creo que es necesario y vital encontrarse. Será el encuentro, el lugar de la potencia, el lugar desde donde partir, el lugar de la posibilidad.

Es necesario atentar contra la matriz que nos organiza corporalmente. Desnudar el artefacto que nos construye en tanto cuerpos, en tanto territorios donde se inscriben lecturas. Es necesario desafiar esas lecturas y crear, imaginar, fantasear, inventar nuevos relatos. Hay un gran aparato ficcional que hace que nuestros cuerpos se lean como “generizados” o racializados o viejos, o discapacitados, o gordos, o enfermos.

Pero sí que, si bien no podemos perder de vista el carácter de artificio, hay una realidad que nos atraviesa, que hace de mi vivencia algo bien distinto a la vivencia de otras.Necesitamos narrar en primera persona, tanto la primera persona del singular como la primera persona del plural, la historia de nuestras ­realidades corporales. El argumento de ficción no inhabilita las ideas de trayectoria, de realidad, de experiencia corporal. Esta realidad necesita ser contada, colectivizada. Es necesario recuperar esta experiencia, asumirnos vulnerables y entender que ésta es condición misma del ser, y que no se puede ser sin exponerse, porque no somos sino en interrelación.

Es importante reivindicar estrategias que partan de la vulnerabilidad, de poner en ésta la potencia transformadora. Destrozar el discurso que nos exige ser siempre fuertes y valientes, poderosas, aceptarnos, querernos a nosotras mismas, estar a tono siempre con un mundo que nos reclama indefectiblemente listas y sanas para asumir las tareas de producción y reproducción. Ese mundo de ahí afuera que nos reclama funcionales. Y no pienso en metas, ni en aceptación, ni en gustar, ni en convencer a nadie. Porque no creo en redenciones ni en evoluciones, ni en la barbarie convertida en civilización. Creo en búsquedas, en pasiones y en fricciones agonistas de mis propias carnes que, dadas al encuentro con otras, tienen el enorme potencial de hacer de nuestras existencias un lugar más habitable y feliz, dando lugar a indómitas formas de habitar nuestros cuerpos.

¿Qué es el activismo gordo?

“Una cultura obsesionada con la delgadez femenina no está obsesionada con la belleza de las mujeres. Está obsesionada con la obediencia de éstas. La dieta es el sedante político más potente en la historia de las mujeres”, explica la escritora Naomi Wolf.

Algunos buenos ejemplos de activismo gordo son la revista argentina GordaZine, que lleva años “apropiándose del insulto” o el proyecto de investigación y webCuerposEmpoderados, formado por un grupo de antropólogas en busca “de herramien­tas que nos sirvan a todos esos cuerpos que no tenemos lugar ni físico, ni mental en esta sociedad”.

 

«El `queer’ se resiste a la normalización»

Licenciado en Sociología en la Universidad de Burdeos, Arnaud Alessandrin está preparando el doctorado sobre el tema «Del Transexualismo al desarrollo Trans». También es codirector de la página web «observatoire-des-transidentites», en la que tratan esta cuestión basándose en los resultados de diferentes estudios que se están llevando a cabo en los últimos años.

Arnaud Alessandrin, a Bayonne, Samedi 1 0ctobre 2011. (Photo Bob Edme)

Arnaud Alessandrin, a Bayonne, Samedi 1 0ctobre 2011. (Photo Bob Edme)

La asociación PAF (Por una Alternativa Feminista) de Baiona organizó hace escasas jornadas lo que denominan la Universidad Pop, en la cual invitaron a diferentes expertos para hablar y profundizar en términos comos la paridad y la pluralidad. Las charlas y talleres se desarrollaron en el Instituto Universitario Técnico, el viernes y el sábado pasado. Arnaud Alessandrin explicó a GARA cómo entiende la teoría «queer».

¿De dónde procede el término «queer»?

En ingles, queer es un insulto que significa maricón, pero los homosexuales han comprendido y han aprendido, al igual que las mujeres o las minorías étnicas, y han dado la vuelta al insulto y son ellos mismos los que se denominan así. De esta manera, lo que se convierte en anormal no es tanto ser homosexual sino ser homófobo, la culpabilidad cambia de campo. Se remueve la balanza que compone, por un lado, la población «normal» y, por el otro, la población «anormal». Lo normal como la heterosexualidad, los hombre masculinos… La anormalidad como la homosexualidad, los hombres afeminados o las mujeres masculinas.

¿Qué es, entonces, «queer»?

«Queer» es más que una filosofía de vida, es una verdadera corriente filosófica en el sentido en el que todo lo que era «heteronormativo» se revisa, ya que esa visión hace difícil la vida de los homosexuales y de los heterosexuales también. En el fondo, cuando nos referimos a la teoría tratamos de desregularizar las diferencias entre homosexual-heterosexual, entre género-sexo, masculino-femenino. Es eso lo que da toda la fuerza a esta teoría, que es subversiva. Resiste a todo lo que es una tentativa de normalización.

¿En qué ámbitos se ha expandido más esta teoría?

El «queer» nació del lado de la homosexualidad y encuentra su expresión hoy en día en el entorno de la transidentidad. Pero todos los trans no son «queer» ni todos los homosexuales son «queer», son cosas claramente diferentes. «Queer» es un punto de vista, un espacio de oposición.

La teoría «queer» dice que no hay una sexualidad intrínseca cuando nacemos.

Exactamente, las principales herramientas para definir el género, el sexo y la sexualidad se han reducido a pensar que teníamos un género porque teníamos un sexo. La teoría «queer» dice todo lo contrario, si tenemos un sexo, lo que tenemos entre las piernas, es porque existe el dispositivo de género. Ciertamente hay una atribución anatómica, pero los individuos son irreductibles al sexo que se les prescribe al nacer. Los individuos hacen muchas cosas con su sexo biológico, por lo tanto el sexo no es biológico, sino que es político, sociológico… no se puede reducir a la biología.

¿Lo que pone en entredicho es el comportamiento social ligado al sexo y al género?

Hay que subrayar la dimensión social y política del sexo y del género, y ser muy crítico ante las posiciones únicamente naturalistas o esencialistas que engloban la definición del sexo y el género, es un punto muy importante. Lo que implica que el punto de vista «queer» debe de interesarse por la contracultura, por todo el que diga que se puede hacer de otra manera.

¿Qué propone, cual sería la sociedad ideal?

El punto básico de la teoría “queer” es la subversión, hay que trabajar para que los individuos puedan ser libres de experimentar su cuerpo. El individuo tiene que estar en el centro, la teoría «queer» se centra sobre el individuo y sobre todo es una teoría que se resiste a la normalización. La gente tiene que llevar más allá su individualidad, su singularidad. Lo principal es que el individuo pueda definirse tal y como lo siente.

¿Cómo se posiciona ante la gente que se siente bien con su sexo y su género?

La teoría «queer» puede dar miedo porque es contestataria, pero no es heterófoba. El principio de la teoría es que cada individuo puede definirse, y que la definición de uno mismo no ponga trabas a la definición del prójimo. El problema entre la homosexualidad y la heterosexualidad no es la diferencia, sino que se establece una jerarquía. La teoría «queer» trata de hacer desaparecer esas fronteras entre ambos, porque desde el momento que se dice que hay una diferencia se establece una jerarquía. La teoría «queer» no pone etiquetas, se centra en el individuo, porque la sexualidad es mucho más complicada que ese binomio. La teoría «queer» es ir más allá de las categorías.

«En el terreno del respeto sexual, la sociedad vasca es más abierta de lo que se cree»

Es una de las caras más conocidas del movimiento de liberación sexual de Euskal Herria. Quizás porque la dio desde muy temprano. Todavía en los tiempos oscuros se puso manos a la obra para que nadie sufriera discriminación por su orientación sexual. Porque el respeto es la clave de la libertad. Se afirmó gay y descubrió que el lobo no era tan fiero como lo pintan y que su país era más abierto de lo que imaginaba. Pero queda camino. Y se empeñó en seguir tumbando tabúes, prejuicios y roles que reprimen las expresiones más gratificantes del ser humano .

Imanol Álvarez fundador de EHGAM.

Imanol Álvarez fundador de EHGAM.

Fermin Munarriz

Preparando la entrevista he leído algunos artículos suyos y he descubierto que «incluso homosexual suena ya mal». Le reconozco que estoy desconcertado. ¿Qué papel juega el lenguaje en la discriminación sexual?

Demasiadas veces el lenguaje lleva una carga oculta no siempre positiva. La palabra homosexual siempre nos ha sonado mal. Ya hace 34 años, cuando empezamos a tratar este tema en Euskal Herria, no nos gustaba porque en aquella época se relacionaba con la medicina para denominar una supuesta enfermedad que, afortunadamente, luego se descatalogó como tal.

Desde el principio decidimos emplear la palabra gay; primero, porque había sido acuñada por el propio movimiento gay en el mundo anglosajón, de donde copiábamos de alguna manera. Luego descubrimos que la palabra gay existe en todas las lenguas latinas y significa lo mismo: alegre. Nos gustó mucho que además significase eso.

Proclaman que no existen heterosexuales ni homosexuales; todos somos sexuales… Vale, ¿entonces cuál es la cuestión?

Es el discurso de EHGAM desde su creación. No estábamos de acuerdo con las teorías bipolares: homosexual-heterosexual, activo-pasivo; hombre-mujer… No nos gustaba dividir todo en dos; la cosa es más compleja, no todo es blanco o negro; hay muchas gamas de grises además de otros colores. Y pensábamos que la sexualidad no se podía simplificar de esa manera.

Ni siquiera nos gustaba el término bisexual -y sigue sin gustarnos- porque si no hay homos ni heteros, tampoco hay bisexuales; hay simplemente personas con una sexualidad que la viven como quieren y pueden.

Muchas personas viven su sexualidad de manera oculta, tras una cortina de tormento y soledad. Hay mucho sufrimiento tras ese silencio sobre la orientación sexual...

Hay mucho, demasiado. Yo he tenido la suerte de que prácticamente no lo he vivido, pero he conocido mucho sufrimiento a mi alrededor y lo sigo conociendo. Parece mentira, con todo lo que se supone que hemos avanzado, la cantidad de gente que lo sigue ocultando, que sigue teniendo mucho miedo. Los cambios sociales son muy lentos.

No obstante, el mensaje que siempre hemos dado es que no es tan fiero el lobo como lo pintan; y, desde luego, por fiero que fuera, no merece la pena estar todo el tiempo metido en un armario o donde sea; hay que salir y vivir. Y si viene el lobo, enfréntate a él lo mejor que puedas.

Se trata de una lucha colectiva. Sin embargo, el paso de la afirmación de la propia sexualidad a quien la vive oculta es estrictamente personal… Sospecho que son momentos difíciles. ¿Cómo fue su experiencia?

Yo realmente no recuerdo haber sufrido por este tema. Creo que he sido afortunado. Lo viví con mucha naturalidad; me fui dando cuenta de que me gustaban algunos chicos y algunas chicas y no le daba mayor importancia, me parecía la cosa más normal del mundo. En seguida vi que a la sociedad en general no le parecía tan normal y, entonces, sí me planteé qué hacer, pero no con angustia, sino intentando ser pragmático. Y tomé una decisión: «no quiero problemas con la sociedad y si a la sociedad no le parece mal que mire a una chica pero le parece mal que mire a un chico, pues sólo voy a mirar a las chicas».

Creo que la decisión me duró una semana… Recuerdo que iba por Bilbao en un microbús de los que llamaban «azulitos» y vi por la ventanilla un chico que pasaba, que me resultó agradable, y dije: «a la mierda la sociedad», y me di media vuelta y le miré. Y ahí se acabó la decisión de ocultar.

Pero en muchos casos se necesita valentía…

Tal vez. En mi caso, quizás mis padres me educaron muy bien; siempre me dijeron que había que ser honesto contigo mismo y que había que respetar a todo el mundo. Yo seguí sus consejos.

A usted le tocó vivir la juventud en un contexto histórico y social muy difícil: el final del franquismo. Poco más de un año después de morir el dictador -a finales de 1976 y comienzos de 1977-, usted junto a otras personas deciden organizar el primer grupo por la liberación sexual en Euskal Herria. ¿Cómo era la situación entonces?

La situación era muy diferente; se hablaba muy poco de sexualidad, y cuando se hablaba, se hacía en términos no sólo heterosexistas, sino muy machistas también. La homosexualidad no se mencionaba y si existía era para contar chistes muy zafios o para hablar muy bajito, muy en secreto para que nadie se enterase, una cosa muy íntima…

Existían leyes como la de «peligrosidad social», que perseguía a los «homosexuales»…

Precisamente nuestra primera gran lucha -y gran victoria- fue cambiar esa ley. Nuestro objetivo era derogarla y se derogó, aunque muy tarde: a finales de los ochenta o comienzos de los noventa, pero se dejó de aplicar mucho antes. Desde luego, en el año 1979 conseguimos que cambiasen la letra de la ley y que en la nueva redacción desapareciera el término «homosexual». Dejamos de ser socialmente peligrosos. Ese fue nuestro primer gran éxito.

¿Por qué decidieron agruparse y actuar con una actitud política activa?

La situación era muy difícil; el cadáver de Franco estaba todavía caliente. Sin embargo, creo que también nos ayudó esa situación porque nos empujó la corriente. Hubo una persona, Antonio Quintana, que había vivido el nacimiento del Gay Liberation Front en el Reino Unido y había vuelto aquí. Pensaba que había que hacer algo similar, pero no tenía contactos; yo sí los tenía y fuimos la pareja ideal: él traía la idea y las ganas y yo ponía los contactos.

Empezamos a juntarnos un grupo de personas pero no teníamos muy claro qué queríamos hacer. La vorágine política y las ganas que tenía la gente de trabajar en el campo social y político eran tan grandes que nos empujaron. Para cuando nos pusimos un nombre y poco más ya nos estaban llamando de todos los sitios, por ejemplo, de las mesas de partidos, de movimientos sociales… En 1977 escribimos nuestra primera plataforma reivindicativa.

¿Es cierto que el germen de este movimiento está en la Feria de Durango?

Sí… [risas] Es una mera anécdota, pero solemos decir que EHGAM siempre ha estado muy cercano a la cultura vasca, precisamente porque la idea surgió -por casualidad- en el contexto de la Feria del Libro y Disco de Durango en 1976. Ese chico que mencionaba antes y yo nos conocimos oficialmente en la feria y allí salió la idea de hacer algo.

¿Qué ha sido lo más duro en estas tres décadas de camino?

Como grupo no ha habido grandes cuestiones que nos hayan resultado especialmente duras, más allá de que durante dos décadas tuvimos que autofinanciarnos. También nos costó mucho legalizarnos. Martín Villa era entonces el ministro de Interior y no quería hacerlo de ninguna manera. Finalmente nos legalizaron en 1986.

También ha habido anécdotas. Por ejemplo, los compañeros de Gipuzkoa fueron a pedir una subvención a la Diputación Foral y la respuesta del entonces diputado general, un tal Aizarna, fue que si querían una subvención él se la daba para que fueran todos a Lourdes a que les curase la virgen. Pero esto no es duro, es divertido; en las manifestaciones le cantaban cosas con rimas graciosas…

¿En tantos años de militancia activa en este campo ha vivido muchos contratiempos?

Sinceramente no, pero ahora que hablamos de este tipo de cuestiones me viene a la cabeza también que hace unos once años me llamó un periodista de «Ardi beltza» para contarme que estaba haciendo un reportaje de investigación sobre la Falange y que, en una lista que había obtenido, yo figuraba entre los objetivos. Había detalles de cómo éramos vigilados, etcétera. Me tiré unos meses mirando debajo del coche cada mañana.

Supongo que también habrá habido cosas gratificantes…

Muchas. Primero, cuando ves que no pasa tanto como crees que puede pasar. Yo nunca he tenido problemas ni en mi familia, ni en mi trabajo, ni en mi entorno, ni en el barrio en que vivo hace más de treinta años. A la espalda habrán dicho muchas cosas, evidentemente, pero no me he enterado. Y a mi nadie se me ha enfrentado.

Parece extendida la aceptación de la diversidad de opciones sexuales. ¿Cuáles son los mayores obstáculos en la práctica?

Los mayores obstáculos son simplemente los derivados de que a muchas personas les cuesta asumir que la sexualidad humana es plural. Mucha gente se queda en su pequeña parcela y no se preocupa de pensar, de recapacitar, de leer… Tampoco tiene por qué estar mal, pero eso tendría que ir indefectiblemente unido a respetar al prójimo. Vivimos una época en que se está acentuando mucho el individualismo y la competitividad, y muchos jóvenes parecen tener una prepotencia terrible; hablan casi mirándote por encima del hombro. No sé si van a saber respetar al resto de las personas tanto o más que los anteriores. Ese es uno de mis miedos. Yo creo que la base está en el respeto al prójimo, en vivir y dejar vivir.

¿La sociedad vasca es abierta?

Es bastante más de lo que se cree. Eso no significa que seamos ejemplo para nadie. Yo mismo, cuando me vino Quintana con la idea de crear un movimiento tipo Gay Liberation Front, le decía que en Euskal Herria iba a ser imposible porque era muy machista, muy religiosa, porque somos muy cerrados… Y la sorpresa fue que no era tan difícil. Somos tímidos, pero no es lo mismo que ser cerrados. Tampoco es lo mismo ser cerrados hacia un desconocido que ser cerrado de cabeza… La gente era más abierta y estaba más dispuesta a admitir otro tipo de comportamientos de lo que pensábamos. Por supuesto, siempre hay un reducto de gente que no lo está.

¿En este grado de normalización ha podido influir la existencia de un movimiento político de izquierda muy activo?

Sin duda, ha influido. Escribí un artículo hace unos 15 años por encargo para una revista alemana y hacía este análisis, que luego fue muy comentado. Ellos me pedían que hablase del Estado español, no sólo de Euskal Herria. Casualmente, en aquella época en el Estado no había nada, había habido pero había desaparecido; no había ni manifestaciones del 28 de junio ni grupos con entidad. Sin embargo, en Euskal Herria y en Catalunya había bastante. ¿Por qué sólo en Catalunya y en Euskal Herria? Esa era una de las cuestiones que querían que analizase. Y la respuesta fue esa: precisamente por otras razones políticas y sociales había mucha más efervescencia y más interés en Euskal Herria y en Catalunya. Y esto estaba muy relacionado con la reivindicación nacionalista, con el no reconocimiento de la nación, etcétera. Todo eso facilitaba este otro tipo de luchas.

¿Aquí se ha avanzado más o menos que en otros lugares?

En un momento se avanzó más, quizás junto con Catalunya, y luego nos hemos estancado. Es difícil ver cómo podemos avanzar más. Hace unos años empezamos a analizar este tema con mucho cuidado -por prevenir connotaciones xenófobas-, pero veíamos que los últimos años está viniendo mucha gente de países con planteamientos mucho más machistas y heterosexistas no ya de lo que somos aquí sino de lo que éramos. Todo tiene su parte buena y mala. La libertad de movimiento es básica y la mezcla cultural nos enriquece a todos, pero mucha gente viene con una mentalidad que aquí creíamos que empezábamos a superar. Se vuelven a ver los roles supermarcados contra los que habíamos luchado tanto. Otra vez tenemos que empezar. Esa es ahora una de las dificultades.

¿La lucha por la liberación sexual tiene ideología política?

La tiene en cierta medida. Por definición, la derecha es conservadora y no le gustan los grandes cambios, y lo de antes es el matrimonio convencional de hombre, mujer y niños -hijo e hija-. Lo que se sale de ahí no les gusta. Hay individualidades y también la derecha se va civilizando y adaptando a la realidad.

Sí existen matices políticos en el sentido de que todo lo que cambia y rompe tiene cierto componente revolucionario. De hecho, en la definición de gay está el término revolucionario. Ahora, la palabra gay ha quedado muy descafeinada y es cualquier cosa… Hay otras corrientes; incluso hace años hubo un movimiento llamado anti-gay que decía que «si eso es gay, yo no soy». Lo decían por el tema de las cabalgatas, etcétera.

Precisamente las cabalgatas han suscitado recelos entre propios y ajenos por una posible distorsión o caricaturización de una realidad…

Yo tengo mis luchas conmigo mismo. Creo que sí contribuye positivamente pero es peligroso. Es positivo porque hace que se hable del tema y da una imagen de muchísima gente, de apertura, de libertad… Pero es peligroso por los estereotipos si nos quedamos básicamente con dos: la drag queen -el hombre disfrazado y maquillado como si fuese una mujer- y el cachas de gimnasio que sale en tanga. A mí me parece válido lo uno y lo otro, pero si sólo hay estos dos únicos modelos falla algo.

La sexualidad es una de las expresiones más gratificantes del ser humano y, sin embargo, es un campo abonado de represión y donde más prejuicios y tabúes existen. ¿Por qué?

Siempre recurrimos a las religiones, que tienen la culpa de mucho, pero no sé si de todo. Casi todas las religiones -con alguna excepción- son sexófobas, no sólo homófobas. El sexo es sucio, es pecado, hay que ocultarlo, sólo en la intimidad, dentro del matrimonio, que es sagrado, para tener hijos y nada más… Es muy difícil quitarse esta carga de siglos de encima.

Ha habido a lo largo de la historia momentos y gente que ha intentado cambiar y disfrutar de su sexualidad, pero es a partir de finales del siglo XIX cuando empieza a haber movimientos en serio que empiezan a proclamar que el sexo es gratificante y satisfactorio. Pero ha pasado siglo y pico y tenemos que seguir diciendo lo mismo.

Hay quien lo vive con angustia…

Claro, cuando se siente algo que va en contra de lo que se ha enseñado es angustioso. Y no sólo por la homosexualidad. Si una persona siente deseos sexuales hacia otras personas y le han dicho que eso está muy mal porque debe sentirlos sólo hacia su pareja, lo puede pasar fatal. Yo no hago un llamamiento a romper parejas, pero tenemos que asumir como normal que nos atraigan otros seres humanos, aunque queramos muchísimo a una persona, estemos en pareja o estemos enamoradísimos o enamoradísimas.

No tendría por qué ser malo que tuviéramos relaciones sexuales con otras personas, pero eso queda al libre albedrío de cada uno porque, al fin y al cabo, matrimonio oficial o no, cuando hay una relación entre dos es una especie de contrato y ellos sabrán lo que hacen.

¿Por qué la Iglesia, que se encarga de velar por el alma, se interesa tanto por la carne?

Es sospechoso. Hay interpretaciones -yo pienso que fáciles- que dicen que, por razones obvias: a ellos también les interesa mucho ese tema; también se les reprime y esa represión les lleva a obsesiones. Puede ser cierto. Es evidente que no puede ser sano que una persona no practique sexo porque se lo prohíbe su religión, siendo el sexo como es una necesidad de todo ser humano. Tanta gente cuenta que iba al confesionario y el cura sólo se interesaba por el sexo… Quizás es una interpretación demasiado fácil. No sé la respuesta.

¿Cuál es la razón de la homofobia?

Las fobias, que interpretamos como odios, son miedos. La homofobia tiene detrás un miedo a lo diferente, al cambio, un miedo -tal vez- a que te descubran… El homófobo tiene miedo a que le desborde la realidad, a no saber dónde está situado porque la sociedad está basada en la familia tradicional, pero cada vez hay más tipos de familias -monoparentales, homoparentales…- Hay personas que sienten miedo porque les están desordenando todo.

No me gusta la interpretación fácil, pero en algunos casos sí es verdad que los mayores homófobos quieren ocultar su parte homosexual; no creo que sea siempre así, no caeré en ello.

¿La presencia de gays y lesbianas en ámbitos públicos -como medios de comunicación- contribuye a la normalización?

Por supuesto. Todos necesitamos puntos de referencia en nuestras vidas. Cuando yo era joven no teníamos referencias gays; hoy en día las hay, no siempre todo lo maravillosas que quisiéramos, pero son referentes en el sentido de que sabes que no eres el único. Hay más hombres que mujeres, pero es consecuencia del machismo de la sociedad; hay homofobia pero hay machismo también.

Las mujeres lesbianas tienen menos visibilidad que los gays. ¿Por qué en esto también es más difícil el camino de la mujer? ¿Existe sexismo también fuera de la heterosexualidad?

Supongo que sí, no siempre conscientemente. Una carga ideológica de siglos no se puede quitar de repente. Yo recibí una educación machista y heterosexista y he tenido que reprogramarme, y seguro que en esa tarea autodidacta me he dejado muchos flecos. No es fácil.

¿Qué tabú desearía que desapareciera de una vez por todas?

Creo que si el sexo dejara de ser tabú ya habríamos dado un paso de gigante, porque automáticamente caerían otros tabúes, estereotipos, roles…

El género multiplicado

Se acaba de editar Voces polifónicas. Itinerarios de los géneros y las sexualidades (Ediciones Godot), un libro que recoge las investigaciones desde diversas disciplinas de las ciencias sociales de nueve mujeres académicas y activistas que bajo el gran paraguas de la teoría feminista bucean en las múltiples posibilidades de la teoría de género para intervenir desde sus escritos inacabados –la dinámica del contexto político y de las mismas investigaciones impide poner un punto final– en las demandas sociales y los nuevos interrogantes que éstas abren. Identidades, familias, medios, la lucha por el derecho al aborto son algunos de los temas que quedan planteados en el libro tanto como están planteados en la sociedad.

 Por Flor Monfort

Voces polifónicas. Itinerarios de los géneros y las sexualidades (Ediciones Godot) es un libro que no podría haber sido escrito hace dos años. En 2009 las autoras de los trabajos que recoge la compilación de la socióloga María Alicia Gutiérrez empezaban a reunirse para compartir sus investigaciones, pero pronto se aceleraron los debates que permitieron la sanción de la ley 26.618, el proyecto de ley de despenalización del aborto volvió a tener carácter parlamentario y el desarrollo de una ley de identidad de género creció al ritmo de los matrimonios de gays y lesbianas, hecho que abrió el juego de la reflexión sobre las familias diversas. De manera que aquellas aproximaciones teóricas estuvieron acompañadas de un contexto político particular, contexto que acompañó los dos años del proyecto y que atraviesa el contenido del libro con el pulso del enorme desarrollo teórico que tuvieron en las últimas dos décadas la irrupción de múltiples posibilidades de encarar el género, con identidades diversas, y nuevas maneras de vivir el cuerpo que abrieron el juego a miles de preguntas sobre el sistema binario hombre-mujer y las demandas concretas de los colectivos lgbtti.

Recortando esa multiplicidad de voces al campo de las mujeres, el libro es el resultado de un proyecto de investigación UBACyT y resume un trabajo coral con perfil académico pero con la intención de abrir el juego y plantear un recorrido con distintas interacciones. Reúne una serie de nueve artículos que en primer lugar dan cuenta del recorrido de la noción de género desde que fue instalada por el feminismo de los ’60 hasta hoy, pero además se presenta como un trabajo hacia afuera de la institución, con un lenguaje claro y accesible, para interactuar con vectores políticos, organizaciones sociales y público en general. Ellas son Mariela Acevedo, María Luján Bargas, Renata Hiller, Eugenia Tarzibachi, Gabriela Bacin, Florencia Gemetro, Dalia Szulik y Andrea Voria. La compilación estuvo a cargo de Gutiérrez, docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, y es ella quien hace un recorrido por el material, tratando de enunciar los puntos más fuertes del trabajo y trazando un panorama de los debates planteados donde los géneros y las sexualidades representan el comienzo de un largo camino a transitar.

¿Cómo se articula la teoría de género con la aparición de nuevas sexualidades, de identidades que se escapan o intentan escaparse del binario de género, del sistema que indica que sólo hay hombres y mujeres?

–El libro recorre un poco qué pasa con el género, de dónde sale, cómo se articula este concepto (o los géneros) tan usado en el campo de las teorías sociales o de la teoría crítica. Es un concepto que en general se lo adjudica la teoría feminista, pero Beatriz Preciado dice que surge mucho antes en el campo de la medicina. Hay un origen desde la ciencia médica ajustada a las lógicas de poder y a la necesidad de regular esos cuerpos disidentes. Eso que aparecía difuso y que podemos decir hoy que es una identidad trans, rompía con la estructuración hombre-mujer de manera que había que intentar encajarlo en el binarismo. Hay una cantidad de trabajos al respecto de este primer momento, que podemos ubicarlo en los años ’40, sobre el problema de la regulación de los cuerpos y el impacto que eso trae, las intervenciones sin consulta, etc. Partiendo de una noción más filosófica de la discusión entre naturaleza y cultura, esta noción es retomada por el feminismo de los ’60/’70, que plantea que si el sexo es algo fijo, biológico, ligado a un cuerpo, inmodificable, etc., entonces el género permitía plantear que todo lo que tiene que ver con roles, funciones, posiciones de sujeto y demás es del orden de la cultura, como decir que el género es la construcción cultural de la diferencia sexual. El binarismo seguía pero la noción permitió articular las luchas políticas de derechos. La discusión sobre la persistencia del binarismo empezó a darse en los años ’80, donde se replantea el concepto mujer y surge de las mujeres negras, pobres y lesbianas que van a plantear claramente “no hay una mujer, hay mujeres”. Entonces hay una pata del binomio que está cuestionada, si no hay una mujer, no hay género tampoco. El cuestionamiento que sigue después se debate entre las identidades, los procesos de globalización, lo particular y lo universal desde el post estructuralismo y la teoría queer. Lo que plantea la teoría queer es que no es que el género es cultura y el sexo naturaleza sino que también hay una construcción cultural del sexo, y que a su vez el género está constreñido al sexo, pero que es una construcción que tiene que ver con lo performático. ¿Cómo se adquiere? Por hábitos, costumbres, repetición, etc., entonces no hay un original, no hay un hombre-mujer original y todo lo que aparece después es abyecto, patético: si es una repetición, no hay original. Y ésa es la teoría queer, toda la apertura a inscribir dentro de lo posible otras conformaciones genéricas y otra noción respecto del sexo.

El concepto de lo natural sigue vigente y se vio tanto en el debate por la ley de matrimonio como en los que se siguen dando sobre el aborto.

–El artículo de Renata Hiller habla de eso y muestra los límites de las políticas de derechos, porque la ley de matrimonio igualitario, además de las correlaciones políticas, debió ajustar su regla de demanda a una regla hegemónica. Es decir, lo que se estaba demandando es “pobre gente discriminada”, “pobre gente víctima y maltratada” “pobre gente que tantos años no ha tenido los derechos del resto”. ¿Qué derechos tiene que tener un particular por su condición de particular? No se sabe, pero el universal es el de familia. Es decir que no está cuestionado el concepto de familia. Es como si se dijera “A estos hombres y a estas mujeres vamos a darles este derecho porque van a constituir familia, se van a dejar de joder con esa sexualidad distinta y alocada y van a hacer familia, y además quieren hijos”. Entonces la ley de matrimonio igualitario es un derecho maravilloso, merecido, peleado, luchado, que producía unas discriminaciones espantosas pero no deja de ser una regulación de los cuerpos que ajusta a la regulación hegemónica.

¿Pero ésa no es muchas veces la “trampa” de la militancia?

–Es la trampa de las políticas de derechos, no de la militancia. Tomando el tema del aborto: si analizás en los últimos años, cuando el tema se instaló más fuerte en la opinión pública, todas las encuestas dan que despenalización con las causales que ya existen, ningún problema, incluso agregar que con violación a cualquier mujer se le debe dar este derecho. Luego se agregan algunas cuestiones como malformación del feto, que ya apareció en varias causas judiciales, y riesgo de vida de la madre (incluso psicológico, no sólo físico). Lo que nunca habilitan las encuestas es aborto por autonomía y libertad del cuerpo de las mujeres, porque ahí rompés cierta clave y cierta estructura en la que se basa un orden social. El problema es que la mujer no quiera ser mamá y que esa decisión la tome ella. En el artículo sobre la publicidad, de Eugenia Tarzibachi, se indaga sobre la efectividad de mantener el estereotipo de la mujer sumisa, que ama limpiar, que necesita al hombre para vivir y sobrevivir, etc.: aquella mujer que es la aspiración de todas. Lo que rescata es la función de la mirada en la sociedad capitalista y el cuerpo como mercancía, que a través de la publicidad en algo responde al ideal y en algo no, porque quiere reforzar su pertenencia al ideal.

¿Hay algún punto de fuga para el sistema binario de género?

—Es un tema. Parece ser que salir de ser varón o mujer no es tan sencillo y no es tan sencillo porque toda la cultura está articulada sobre eso: la lógica aristotélica es binaria. Una intenta trabajarlo y la teoría social ha desarrollado mucho en ese campo pero no es fácil. Entonces obviamente las políticas de derechos para poder salir se ajustan a ciertas normas y negocian y a veces negocian más o menos, y ahí está la contradicción de las políticas de derechos. Cómo salir del binarismo es un tema y otro es cómo pensar que una demanda de derechos siempre va a ser un derecho individual y un derecho liberal. El mundo capitalista es así, la teoría liberal inserta en una república constitucional y democrática dice que el derecho es el derecho a la libre decisión. En el caso del aborto, es una demanda social, no un derecho para el sujeto. Cuando ves la campaña nacional, ves todas las negociaciones, hay diversidad política pero hay una tensión entre el derecho individual y el derecho colectivo que no se resuelve tan fácil. Yo creo que en el matrimonio igualitario la resolución fue la abertura de una regla a un desorden, como dice Elisabeth Roudinesco: la abertura de la regla universal del matrimonio. En el aborto es diferente porque se juega la vida y la muerte.

¿Cuáles son los desafíos teóricos que se abren con la ley de matrimonio?

—Yo creo que lo fundamental es marcar un hito en el campo de la cultura. Los cambios culturales son muy lentos. Me parece que eso en el caso argentino ha producido un cambio interesante, después el uso que de ese derecho hagan los sujetos es el mismo que el de los matrimonios heterosexuales, pero yo creo que hay una aceptación, hay una cierta libertad en el mundo gay lésbico mucho mayor de la que había antes. No es la ley, es toda la producción política que viene de hace muchos años de lucha y demanda, también el papel de los medios de comunicación, el haber introducido en el censo nacional una pregunta que te permitía hablar de conformaciones familiares diversas, etc. Me parece que rompió la hegemonía absoluta de la heterosexualidad como único modo de constituir formas familiares. A nivel teórico, se despiertan varias cosas que no están sólo situadas en el problema del mundo gay o lésbico, la discusión de la ley, como bien lo dice Renata Hiller, puso en juego algo de la voz. ¿Quiénes hablaban? Los heterosexuales. La voz todavía, aun con la ley de matrimonio, era la de la heterosexualidad, que hablaba por “estos pobres discriminados”. No hubo un diputado que diga “yo soy homosexual”. Ahí te vas a otro problema de la política más global que te lleva del 2001 hasta aquí, que es el debate de la representación: ¿Cómo es? ¿Por identidades? No parece, porque lo lógico es que las identidades no se coagulen y se repitan al infinito. ¿Por las organizaciones partidarias? Tampoco. Todas estas cuestiones tienen que llegar a un momento que no sean problemas de identidades sino que estén incluidas en la problemática del mundo social y político general, pero eso requiere una revisión de lo que es la heterosexualidad, desde la propia hegemonía. Y también una revisión de la heterosexualidad desde los grupos de diversidad, que es un tema en el que yo quiero trabajar porque me parece que hay un agujero, porque también ahí hay un estereotipo: “la heterosexualidad es hegemónica y patriarcal”, bueno, no, no es eso solamente, y avanzar de manera que las diversidades estén incluidas aun adentro de la heterosexualidad y condensadas de tal modo que no haya que pedir derechos para cada colectivo.

Pero en la idea de república liberal y con la premisa de libre mercado, cada sexualidad es de alguna manera un producto, ¿Cómo pensar en ella como universal que no tenga que particularizarse para reclamar sus derechos?

—Yo no tengo la idea de progreso indefinido, pero sí de algunas rupturas epistemológicas. El mundo, las ideas y las prácticas están en movimiento: hubiera sido impensable en los años ’50 el desarrollo del feminismo. Así que las feministas seguimos repensando todo cada vez, desde una teoría muy crítica que se autorrepiensa y también repiensa las prácticas. Me parece que a los varones les llegó la hora. Esa hegemonía indiscutible está en discusión. Algo tendrán que pensar ellos, quizás inicialmente como un grupo, como fueron las feministas, y luego sí pensar formas de la heterosexualidad que no sean hegemónicas y a su vez las diversidades tendrán que pensar que no todas las heterosexualidades son patriarcales, capitalistas, etc. La clase social es un entrecruzamiento, la edad también, las etnias, etc. Hay una inmensidad de cruces y me parece también que el poder político intenta hacer cruces a través de alianzas y demás que permiten una salida de la identidad coagulada.

El artículo de Florencia Gemetro plantea un recorrido en la construcción de la lesbiandad en la historia argentina, algo que por ahora no estaba contado.

—Sí, es muy interesante el intento de interpretar cómo se articula esta idea del lesbianismo y su recorrido histórico desde la patologización a la categoría política de lesbiana. Dentro de las visibilizaciones e invisibilizaciones, ha habido una mayor visibilización de la cultura sexual masculina.

Ud. en la introducción plantea la accesibilidad de los textos como una característica que los recorre a todos y que habilita la interacción hacia fuera del campo académico. ¿Hay una suerte de intento de acercamiento de la teoría crítica al campo de la diversidad de las militancias y su interacción política?

—Hay algunos textos más teóricos y otros más accesibles, si podemos decirlo así. El discurso hacia el mundo político no tiene que ser el discurso del facilismo porque yo creo que eso no aporta demasiado. Tampoco un discurso cerrado e híper especializado. Pero también me parece que lo interesante que puede tener el libro es un work in progress: nosotras ahora estamos haciendo otro proyecto de investigación que si bien aborda otras cuestiones, siguen estando el repreguntar y reformular el mismo campo.

Incluso los finales de casi todos los artículos tienen dos o tres líneas esperanzadoras, de abrir una puerta porque el escenario está dado para el cambio.

—Sí, yo creo que esa apertura es no sólo una apertura política sino también de la producción académica. Para nosotras el libro eran un montón de interrogantes que tampoco estamos muy seguras de que estén respondidos, por eso hay que seguir trabajando en este campo. El campo es novedoso, tendrá 20 años y hay mucha gente que está trabajando. Campo que involucra los estudios de género, de las sexualidades, del feminismo, de los estudios de la homosexualidad, de la masculinidad, gay-queer. Como ocurre siempre cuando cerrás algo, porque hay que poner un cierre, no quiere decir que nos haya cerrado. En mi caso, yo tengo interrogantes, incluso es un momento donde hay cosas que las hubiera escrito de otra manera. En el caso de mi artículo, tomo la experiencia de Mujeres Públicas (grupo feminista de activismo visual) y hago un debate sobre arte y política, analizando las producciones en relación con el aborto. Entre esas producciones respecto del aborto, introduzco el concepto de experiencia. Me parece que en las conclusiones se podría seguir profundizando, de cómo se cruza un concepto tan controvertido de la teoría feminista en la experiencia puntual de las mujeres que abortan y en esta experiencia puntual que hace este grupo de arte callejero. El otro artículo que me parece que abre un interrogante con algunas cuestiones es el del género en las instituciones, de Dalia Szulik. Me gusta el recurso de las fotos y el marco teórico que utiliza, pero una lo lee y se queda con ganas de más. Lo que me gusta es que en todos los trabajos me quedaba con ganas de algo más, y en términos académicos me parece que eso puede generar cuestionamientos muy ricos para seguir investigando.

En general los libros académicos no tienen epílogo ¿Por qué éste sí?

—Fue una escritura colectiva. Es como si fueran los apuntes de campo de la antropología, pero de nuestras discusiones para adentro. Entonces discutíamos un texto y alguien hablaba en primera persona y alguien en tercera, todo ese debate, sobre el narcisismo, el mundo académico, la construcción de un equipo, la cita, la responsabilidad, etc., son muchos temas que discutimos por horas y que aparecen muy fuerte en el campo de las ciencias sociales. Como discusión colectiva fue muy rica. Da cuenta de ciertos posicionamientos epistemológicos, metodológicos, teóricos y políticos. El tema del sujeto y el objeto es complicadísimo y yo dirijo muchas tesis donde eso ha sido discutido. El epílogo da cuenta un poco de esa dimensión.

¿Cómo queda posicionado el feminismo en esta polifonía?

—Cualquiera de estas teorías son feministas, y el hecho de que arranquen los estudios gay lésbicos tuvo que ver con ese retomar y repensar la lógica con la que pensaba la teoría feminista. Ahora es verdad que la teoría feminista no es una: la igualdad, la diferencia, las queer, etc., todas, aun Judith Buttler, se autodenominan feministas o post feministas, pero ahí hay un punto de origen y es riquísimo: no hay muchas teorías que hayan tenido semejante capacidad de rearticularse y resignificarse como ésta. Una mirada que reconstruye la lógica binaria del género y ni qué hablar la construcción cultural del género. Y me parece que eso recorre todo el libro. Por algo hablamos de géneros, de sexualidades, de poderes, y no lo hacemos en singular. Por ahora estos trabajos están condensados en la teoría queer, pero ahora también hay cosas post queer. Entonces un horizonte sería un feminismo más queer.

La lesbofobia ataca de nuevo (como siempre)

Artículo publicado en PIKARA MAGAZINE

La escritora transfeminista Itziar Ziga repasa las nuevas y no tan nuevas caras de la lesbofobia, ilustradas con las numerosas agresiones a las que ella y sus amigas se han enfrentado últimamente por no esconderse, por ser una amenaza para la heteronorma

“Ni permiso ni perdón (Nagore Iturrioz)”

“Ni permiso ni perdón (Nagore Iturrioz)”

Hace a penas unos meses, en un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme, estábamos unas amigas y yo pasando la tarde alegremente. Embriagadas por las cervezas y por nuestras risas. Algunas de ellas querían ir a un bar que ya no frecuento, ni frecuentaré jamás. A pesar de que la vez anterior que había estado allí con mi novia, sufrimos una agresión muy salvaje de un machorro y nadie nos apoyó, decidí acompañarlas. Supuestamente, ese es un bar guay donde las lesbianas podemos mostrarnos libremente y las mujeres bailar tranquilas. Éramos seis. Entramos, pedimos nuestras bebidas y antes de que nos las sirvieran, ya había un tío revoloteando a nuestro lado e imponiéndonos el contacto con él. Esa tarde estábamos tan contentas que no respondimos a la primera, simplemente, no interactuamos con él. Es decir: le ignoramos.

Se fue poniendo más pesado, invadiendo nuestro círculo, clavándonos su mirada insistentemente y diciéndonos cualquier gilipollez que también he olvidado. Entonces vino una chica que estaba con él, al parecer su novia, y nos soltó: “¿Por qué sois tan bordes con él? Lesbianas de pelo rapado amargadas que no folláis” Ahí sí que respondimos, verbalmente. No merece la pena entrar en más detalles, pero las gafas de sol de una de mis amigas terminaron en el suelo aplastadas por él, o por ella, no recuerdo. Ese fue el primer asalto físico contra nosotras. Acabamos pegándonos en la calle con ellos dos, con otra pareja hetera amiga de ellos y con todo el barrio contra nosotras. Ellos y ellas tenían un aspecto de modernillos que no delataba para nada su enfermiza lesbofobia. Y ninguna de nosotras llevamos el pelo rapado, al menos toda la cabeza.

Siento comenzar este artículo con tal mal rollo, pero así muchas veces es nuestra vida. No nos perdonan que no acatemos el heterodestino, que no tengamos un maromo, o simplemente un chico, a nuestro lado. Cuando nos agreden y respondemos, siempre somos nosotras las violentas porque, como disidentes, defendernos no nos está autorizado. Tenemos que seguir pagando por nuestra herejía lésbica. Y, sobre todo, por no escondernos, armarizarnos. Por ser visibles. ¿Creíais que esto ya no pasaba? Vivimos tiempos complicados.

Por un lado, es probablemente el mejor contexto social para la diversidad sexual que se haya dado jamás. Ganado a pulso por el movimiento feminista y lesbianista. Sin duda. No nos han regalado nada. Y, como siempre, la bestia ha reaccionado contra esa amenaza que, por el simple hecho de existir como bolleras, suponemos para su modelo hegemónico heteronormativo, en el que se sustentan el patriarcado y el capitalismo. Este es un repaso a las nuevas, y no tan nuevas, caras de la lesbofobia. Porque chicas, hermanas, la guerra continúa. Eso sí, nosotras siempre nos lo pasamos mejor.

Como decía, a mayor visibilidad, mayor posibilidad de existir plenamente. Aunque también aumenta nuestra vulnerabilidad porque, por mucho que nosotras hayamos cambiado, el contexto social en el que no tenemos otro maldito remedio que vivir, no cambia ni cambiará de la noche a la mañana. Igual que los crímenes de los machos contra quienes ellos consideran sus mujeres se agravan cuando ellas descubren (repito, gracias al desafío y al trabajo feminista) que no tienen porque ser sus esclavas, ahora mismo se está dando una reacción contra esa posibilidad de existir que nos hemos ganado. Sólo hay que recordar esas miles de familias patriarcalmente legitimadas que salieron a las calles con banderas españolas a exigir que sigan siendo ellos los únicos permitidos. Quienes jamás se manifiestan en las calles por nada, ya que las reglas del juego les favorecen (o eso creen), salieron en masa para que nosotras (maricas, bolleras y trans) no empezáramos a tener ni un solo derecho.

Nos odian porque les recordamos que sus miserias de vínculos heteropatriarcales son evitables. Nos odian para no tener que pensar en si el modelo jerárquico, misógino, sexófobo y triste de vida que les impusieron y acataron merece la pena ser vivido. Y en esto no se diferencian en nada los foros de la (heterofascista)familia y las dos parejas que nos agredieron aquella tarde. Cualquiera de las dos chicas tenía más pinta de bollera que yo. Y de los chicos, ni hablemos. Una vez escuche a la Laura Bugalho (aguerrida sindicalista galega trans bollera y amiga): Nos odian porque les jodemos.

Cuando María y yo salimos a la calle juntas, el acoso de los machorros es incesante. Las dos tenemos bastante pinta de putas. Y cuando ven que somos novias, que existe un vínculo sexual entre nosotras, enloquecen. Claro que afortunadamente hay días en que la gente desconocida con la que nos topamos nos ignora, incluso nos sonríe. A veces algunas veces le da a una por creer en la maldita humanidad.

La siquiatría decimonónica apuntaló que las lesbianas somos potencialmente asesinas porque el delicado equilibrio de la mente femenina se fragmenta en nosotras al desarrollar deseo sexual por otras mujeres y, sobre todo, al negarnos a tener un hombre al lado que nos controle. ¿Os parece obsoleto y ridículo este diagnóstico? Pues perdura y cala bastante más de lo creemos. ¿Qué pasó con Dolores Vázquez y qué factor de su vida hizo que ingresará en prisión por asesinar a la hija de su exnovia cuando ni una sola prueba le inculpaba? Era una lesbiana evidente y reconocida.

Hace unos meses, una amiga que estaba en prisión fue llamada por la trabajadora social de la cárcel. Estaba pendiente de conseguir el tercer grado pero la amable funcionaria le advirtió que ella se opondría. Le dijo que había rastreado su blog y los de sus amigas (nosotras), que éramos una panda de lesbianas, que nuestra vida era pura promiscuidad y drogadicción. Y que iba a presentarla en su informe como una sociópata. Hay que decir que mi amiga, a demás de bollera y golfa, era siniestra. Durante unos meses controlamos contenidos en nuestros blogs para no perjudicarla, pero ya no importa. Mi amiga logró el tercer grado pero se suicidó justo hace dos meses. Sin matar a nadie.

También otras amigas abiertamente bolleras (Medeak) fueron hace poco criminalizadas por los contenidos de su blog. Y condenadas a pagar una multa a un baboso que les había agredido en un bar porque ellas respondieron tan agresivamente como él las atacó primero. En el juicio se las retrato como una panda de lesbianas resentidas que salen por la noche a pegar a hombres. Como siempre, la autodefensa en las mujeres se lee socialmente como violencia. Y otro día tuvimos que salir cuatro amigas de un bar porque todo un grupo de tíos, al comprobar que no les hacíamos ni caso, nos fueron molestando y agrediendo físicamente hasta que nos fuimos. Nos escupieron la bebida a los ojos para cegarnos (yo perdí la visión durante unos minutos rodeada de agresivos machorros) y nos dijeron que “íbamos de sobradas” porque no quisimos hablar con ellos ni fingir que nos interesaban sexualmente. En cuanto vieron a dos de mis amigas besarse, se volvieron locos. Eso sí, nosotras respondimos.

También en algunas redes queer se nos ha acusado de ser violentas porque hablamos alto y de insistir en nuestro lesbianismo. Parece que en según que sectores de lucha no binaria, que juegan a la desfachatez política e insultan la inteligencia de Judith Butler o Beto Preciado al invisibilizar la dominación machista, molesta nuestra identidad bollera. Ese: a mí no me gustan las etiquetas. Como si fuéramos globos de helio. Vamos, no me jodas. Artista puede ser una etiqueta, punk puede ser una etiqueta, rubia puede ser una etiqueta, borracha puede ser una etiqueta. Bollera es una enunciación vital históricamente masacrada y oprimida desde la que muchas mujeres tenemos una posibilidad de existir sin autoboikotearnos ni doblegarnos.

En este sentido, cada vez necesito más por la vena el discurso lesbianista de las MDMA. “Cuando hablamos como bolleras radicales (asumiendo que somos multiidentitarias), nuestro único intento es poder utilizar nuestra práctica política como un instrumento importante contra el heteropatriarcado… Uno más entre las millones de estrategias antipatriarcales adoptadas desde la individualidad o desde la colectividad, y que no es mejor ni peor que el resto. Pero que sí ha sido invisibilizado por el esencialismo feminista, el movimiento LGTB y su capital rosa y esperemos que no por el movimiento trans.” Hablamos de identidades estratégicas y sobre todo, de no tener que justificarnos políticamente porque otros nunca han tenido que hacerlo.

Las feministas ya hemos comprendido con el tiempo que jerarquizar luchas no sólo prioriza a menudo a quienes más legitimidad social tienen, sino que además no nos lleva a ningún lado. No podemos ser tan estúpidas de actuar como si maricas y bolleras ya hubiéramos alcanzado una posibilidad de existir sin marcha atrás y ahora llega la hora de las y los trans. Además, no puedo con esos irritantes antagonismos victimarios en plan “yo estoy peor que tú, yo sufro más discriminación. La historia no es una línea ascendente y la palabra progreso miente. Hay que seguir identificando y combatiendo las nuevas (y no tan nuevas) estrategias de la lesbofobia y de la homofobia. Sin olvidar nunca, además, que todos los odios hegemónicos entorno al género se sustentan en la misoginia o en la fobia a lo femenino. (Igual que todos los odios hegemónicos entorno a la raza se blanden desde el supremacismo blanco).

Seguir aprendiendo a defendernos unas a otras. A generar espacios de seguridad y gozo colectivos. A minimizar el inmenso daño que recibimos cuando respondemos a su violencia. A no cuestionarnos unas a otras y empatizar políticamente. A no reprocharnos a nosotras mismas las alianzas que elegimos y tampoco las que no elegimos. A pedirle aliento y protección divinas a Sylvia Rivera, aquella travesti puta portorriqueña yonky sintecho guerrera y activista siempre que lanzó un tacón contra la policía el 28 de junio de 1969 en la puerta del bar Stonewall en Nueva York. Y a celebrarnos cada día no sólo por resistir y plantar cara al enemigo heterodominador, sino también por disfrutar cada minuto de estas vidas que son más nuestras porque nos las hemos ganado a pulso.

Si te quedas con ganas de más Itziar Ziga, pásate por su blog, Hasta la limusina siempre

 

«Antes nuestra vida la guiaban los curas; ahora, los médicos»

Juan Gervás

Médico y coordinador del equipo Cesca

Médico general rural y profesor de la Escuela Nacional de Sanidad española y de la Universidad Autónoma de Madrid, hoy jubilado, ha impartido en Bilbo una conferencia «irrepetible», porque sus apariciones son contadas. «No soy el oso de la feria», esgrime, pero su descarnado discurso contra la «medicalización de la vida» hace que sus esporádicas presencias públicas sean más que interesantes.

Jornadas sobre " Medicalizaci—n de la vida" en la Alh—ndiga de Bilbo. Entrevista al mŽdico Juan Gervas.

Jornadas sobre ” Medicalizaci—n de la vida” en la Alh—ndiga de Bilbo. Entrevista al mŽédico Juan Gervas.

«Uno puede ser alguien feliz hasta que un día va al médico a tomarse la tensión… `Eres hipertenso’, te dicen. Tu vida cambia a partir de entonces dolorosamente. `La tensión tiene que bajar’, te insiste el médico… hasta que te quedes impotente si hace falta… y con 50 años. ¡La de polvos que te has perdido! Te quedas para los restos. Y si un día te hartas y dejas de hacer lo que te mandan, te quedará un sentimiento de culpabilidad. ¡No es broma lo que digo!… Y todo por tener la tensión alta». Este es ejemplo muy gráfico de cómo la medicina en general, la industria farmacéutica y los médicos en particular, han medicalizado nuestra vida durante el último medio siglo.

Esa «tragedia» que se inicia con algo tan asumido y normalizado como ir a tomarse la tensión -cuando no se hace en casa con aparatos ni siquiera homologados- es una de las innumerables que diseccionó Juan Gervás en el marco de las jornadas sobre medicalización de la vida organizadas por Alhóndiga Bilbao y la Asociación vasca en defensa de la Salud-Osalde.

Es «un médico normal y corriente», como le presentaron, que lleva años «defendiendo la salud como un derecho y no como un negocio». A sus 61 años y recién jubilado, este médico de atención primaria coordina el Equipo CESCA, un grupo multiprofesional de investigación, estudio y docencia en Atención Primaria y Medicina General fundado en 1980 que no duda en meter el bisturí hasta lo más profundo del cada vez menos sano corazón del sistema sanitario. Y eso es lo que vino a hacer a la capital bilbaina.

«Nadie de los que estamos aquí terminará el siglo XXI -sentenció como premisa-. Es la certeza de la muerte. Pero hay médicos que creen que salvan vidas, incluso que hacen resucitaciones, cuando lo único que hacemos es prolongarla. La pregunta es ¿con qué calidad?». Pero la sociedad actual, como el legendario rey Gilgamés, persigue la vida eterna.

Vivimos en la «sociedad más sana de la historia» y «no por razones médicas, sino gracias a la educación de la mujer». Sin embargo, asistimos a una brutal medicalización de la vida. «La actividad médica cada vez es más intensa, se tratan más precozmente los problemas y con métodos más poderosos y, a la vez, problemáticos», insistió. ¿El resultado? «Que la gente se muere por causa médica. Cada vez los médicos somos más mortíferos… Como decía aquél, cuando un médico acude a un entierro, la causa va detrás del efecto», comentó. Un dato: En EEUU las muertes por razones médicas son ya la tercera causa de mortalidad.

Gervás aseguró que la sociedad está siendo consciente ahora de ese «poder de matar» de los médicos. «Porque no hablamos sólo de crear enfermedades o de amplificar la importancia de otras, sino de que los médicos nos extralimitamos», reprueba. Y puso otro ejemplo: «Hay una epidemia de minusválidos por operaciones de espalda no justificadas».

La biometría es uno de los caballos de batalla contra los que Gervás y otros como él pelean con cada conferencia o cada artículo. «La biometría es la que nos dice qué es lo normal; es la que medicaliza nuestra vida obligándonos a estar en la media de multitud de parámetros médicos». Como en la tensión. O el colesterol. O el percentil infantil que controla el peso y la altura de los bebés y niños. «Los médicos definen la salud en base a la biometría, cuando la realidad es que hemos dejado de escuchar a los pacientes… y así se nos mueren. Tengo el alma rota y mi médico me receta un antidepresivo. Infectamos a los pacientes con falsas enfermedades», denunció.

Una medicalización a la que no es ajena la población. «Quiere acabar el siglo XXI. Te pide ese antidepresivo. La gente también pide respuestas simples a problemas complicados. Queremos de la vida lo que la vida no da. Y la solución no es tomar una pastilla».

La prevención

De una parte, el sistema sanitario en su conjunto «nos infecta de enfermedades falsas» y, de otra, la dependencia de esa medicalización nos conduce a «una pérdida de resistencia ante la vida, cuando nuestra resistencia es como la de las ratas. Pero pretenden reducirnos a un estado infantil». ¿Consecuencia última? «Nos volvemos dependientes del sistema sanitario. Antes, nuestra vida la guiaban los curas; ahora, el sistema sanitario».

Nos dicen cuándo hacernos una mamografía, cuándo una citología, cuándo el colesterol está alto o cuándo lo mejor es anticiparse a un cáncer de vejiga y dejarnos impotentes y perdiendo orina. «La medicalización de la vida ha logrado disminuir el número de gente sana y, si hace falta reducirlo más, se cambian las biometrías y sigue el negocio», se quejó.

La tensión arterial alta es un factor de riesgo, entre otros, pero ni siquiera una causa y menos aún una enfermedad. «Pero hoy ha adquirido dignidad propia y ya nos viene en poco tiempo la prehipertensión, lo mismo que la preenfermedad mental», puso sobre alerta.

Y si la biometría es su “dios”, el diagnóstico es su “profeta” o, como él lo define, «el truco de la medicalización de la vida». Tanto que el diagnóstico es el campo médico menos desarrollado y el de peor calidad, según reconoce la propia Medicina. «Se diagnostica cada vez más innecesariamente, pero claro, después del diagnóstico, viene la cascada del tratamientos».

Enfermedades falsas, pérdida de resistencia vital, dependencia del sistema sanitario… Y la prevención. «Es una gran mentira, porque no sabemos bien las causas de las enfermedades. Y se convierte en un peligro cuando excede de sus límites… y está perdiendo esos límites. Porque es un peligro cuando quiere dominar nuestras vidas».

Gervás propone a modo de reflexión dos fundamentos éticos. Uno, lo que llama ética de la ignorancia, «compartir con el paciente y nuestros jefes lo que no sabemos» porque, «si un médico no quiere saber lo que receta, que se dedique a vender vino». El otro, la ética de la negativa o «saber decir no al paciente y a tus jefes». Este panorama no parece alentador. «Pero yo soy optimista. O -aclara-, como diría Unanumo, un pesimista razonablemente optimista». E invita a médicos y pacientes a hacer «prevención cuaternaria», es decir, «evitar el daño que hace el sistema sanitario», porque «la medicina se está transformando en magia».