El frente trans

“Hay niñas con pene y niños con vagina”. ¡Ya estamos!- pensé yo la primera vez que vi la campaña de Chryasllis Euskal Herria, hace un par de semanas-¡otra vez las dualidades absolutas de siempre, esas que inexorablemente aparecen cuando te topas con el activismo trans! (salvo unas pocas excepciones, que las hay). Que si hombre/mujer, que si pene/vagina, que si cis/trans, que si homo/hetero… Me dije que debería escribir algo al respecto, pero confieso que me pudo la pereza; eso sí, mentalmente repasé todos los argumentos clásicos en estos debates: que las personas no se dividen en compartimentos estancos, que las identidades de cada persona son variables en el tiempo, que si… Que puedes hacer una lista de dos, diez, cien, mil o diez mil características físicas de un cuerpo humano; que puedes clasificar a toda la Humanidad según estas características, y que así podrás formar miles de grupos de personas; y que si a uno de estos grupos le das poder sobre los otros (por ejemplo, al grupo de personas con el ombligo alargado de arriba abajo frente a las demás tipologías de ombligos), automáticamente y en muy poco tiempo aparecerán identidades ligadas a estos rasgos físicos y, con ellas, las relaciones de poder dentro del grupo e intergrupos. Que el hecho de separar a los seres humanos en dos grupos estancos y establecer una relación de poder entre ellos, es un hecho político y no natural, que responde a la necesidad del sistema de perpetuarse a sí mismo, ya que las personas de uno de estos dos grupos tienen necesidad de relacionarse con las del otro, pero los mecanismos para establecer estas relaciones vienen determinados por el sistema, y están controlados por éste (he ahí la fuente de su poder). Y, en definitiva, que desde el activismo de liberación sexual debemos dedicar todos nuestros esfuerzos a destruir el sistema de géneros, y no en adaptarnos a él. Nuestra función es ser insumisos del género, ser disidentes sexuales en esta sociedad. Lo de siempre, sin sorpresas: el consabido debate de la identidad.

En éstas estaba -o, de hecho, lo tenía ya bastante olvidado por el transcurso de uno o dos días- cuando empecé a ser consciente de la respuesta que esta campaña estaba teniendo entre la población. Reconozco que la enorme agresividad que ha suscitado en su contra me ha sorprendido y conmocionado, y me ha obligado a mirar a mi alrededor. Leía los comentarios a la noticia en los periódicos y no me los podía creer: ¡cuánto odio hacia unos niños! El que Facebook censurara las imágenes entraba dentro de lo esperado, al fin de cuentas son americanos y sabemos lo gilipollas que son para estos temas (no deja de resultar divertido que censuren un dibujo y no les importe el mensaje), y que el cristofascismo hiciera ladrar a sus huestes nacional-católicas tampoco puede sorprender a nadie, a fin de cuentas ahí tienen a sus obispos, sus medios de comunicación, su financiación estatal…,pero que en nuestras ciudades vascas los carteles hayan sido atacados y destruidos no me lo esperaba, sinceramente. Yo creo que de todo,  ésto es lo que más me ha dolido, porque lo ha hecho gente de nuestro alrededor, personas con las que te cruzas por la calle a diario. ¿Cómo puede herirlas tanto el hecho de recordarles que todavía hay niñas y niños que sufren por nuestro comportamiento, y que ese sufrimiento es fácil de evitar, hasta el punto de obligarlas a reaccionar de un modo tan violento? ¿Qué comportamiento puedes esperar de estas personas si se encuentran con una niña o un niño en estas circunstancias?

Como militante de EHGAM y activista gay que he sido a lo largo de las últimas décadas, soy capaz de reconocer que el frente de nuestra lucha se ha desplazado desde los derechos de gays y lesbianas a los de las personas transexuales. Hace unos 10 años participamos como Ehgam, junto a otros grupos de Euskal Herria, en el inicio en nuestra tierra de la lucha por la despatologización de la transexualidad, en el movimiento que se llamó STOP TRANS-Patologización 2012 (entonces hablábamos de que “disforia es homofobia”), pero incluso esas campañas no recibieron una respuesta tan hostil como esta última de Chrysallis EH. Las causas son varias: sin duda, la crisis ha derechizado nuestra sociedad; los reaccionarios se han repuesto ya del shock inicial que les produjo la aprobación de la ley de matrimonio de personas del mismo sexo,  y ahora están organizados y activados; el movimiento de liberación sexual está más débil de lo que ha estado nunca en las últimas décadas; poner en duda el género supone un ataque mucho más intenso contra el sistema heteropatriarcal que aceptar la homosexualidad masculina (en relación con esta idea  habría que estudiar, en primer lugar, cómo y por qué ha prácticamente desaparecido del imaginario popular la imagen del mariquita plumero, parece como si la aceptación social de la homosexualidad masculina se haya hecho asegurando que ésta no pone en jaque los roles de género, y después por qué razón la homosexualidad femenina ni está, ni se la espera).  Y por último está el tema de que la campaña de Chrysallis EH va dirigida a niñas y niños, ya que los creyentes se consideran los únicos con derecho -divino- a moldear las mentes infantiles a sus intereses.

Sé que aún nos quedan muchos frentes por abrir, y muchas batallas por ganar, porque somos muy ambiciosos con la Humanidad que soñamos, pero hoy la que nos toca afrontar es ésta, y la están librando con arrojo y valentía desde Chrysallis y otras organizaciones afines. Y yo, con mis discrepancias ideológicas a cuestas, quiero decir aquí y ahora que me siento muy orgulloso de todas ellas y de todos ellos, y feliz de ser una pequeña parte de ese movimiento de resistencia sexual.

 

Jaime Mendia (EHGAMkidea)

junto con Imanol Álvarez, Mikel Martín,  José Sánchez y otros militantes de Ehgam

“Hay niñas con pene y niños con vagina”. ¡Ya estamos!- pensé yo la primera vez que vi la campaña de Chryasllis Euskal Herria, hace un par de semanas-¡otra vez las dualidades absolutas de siempre, esas que inexorablemente aparecen cuando te topas con el activismo trans! (salvo unas pocas excepciones, que las hay). Que si hombre/mujer, que si pene/vagina, que si cis/trans, que si homo/hetero… Me dije que debería escribir algo al respecto, pero confieso que me pudo la pereza; eso sí, mentalmente repasé todos los argumentos clásicos en estos debates: que las personas no se dividen en compartimentos estancos, que las identidades de cada persona son variables en el tiempo, que si… Que puedes hacer una lista de dos, diez, cien, mil o diez mil características físicas de un cuerpo humano; que puedes clasificar a toda la Humanidad según estas características, y que así podrás formar miles de grupos de personas; y que si a uno de estos grupos le das poder sobre los otros (por ejemplo, al grupo de personas con el ombligo alargado de arriba abajo frente a las demás tipologías de ombligos), automáticamente y en muy poco tiempo aparecerán identidades ligadas a estos rasgos físicos y, con ellas, las relaciones de poder dentro del grupo e intergrupos. Que el hecho de separar a los seres humanos en dos grupos estancos y establecer una relación de poder entre ellos, es un hecho político y no natural, que responde a la necesidad del sistema de perpetuarse a sí mismo, ya que las personas de uno de estos dos grupos tienen necesidad de relacionarse con las del otro, pero los mecanismos para establecer estas relaciones vienen determinados por el sistema, y están controlados por éste (he ahí la fuente de su poder). Y, en definitiva, que desde el activismo de liberación sexual debemos dedicar todos nuestros esfuerzos a destruir el sistema de géneros, y no en adaptarnos a él. Nuestra función es ser insumisos del género, ser disidentes sexuales en esta sociedad. Lo de siempre, sin sorpresas: el consabido debate de la identidad.

En éstas estaba -o, de hecho, lo tenía ya bastante olvidado por el transcurso de uno o dos días- cuando empecé a ser consciente de la respuesta que esta campaña estaba teniendo entre la población. Reconozco que la enorme agresividad que ha suscitado en su contra me ha sorprendido y conmocionado, y me ha obligado a mirar a mi alrededor. Leía los comentarios a la noticia en los periódicos y no me los podía creer: ¡cuánto odio hacia unos niños! El que Facebook censurara las imágenes entraba dentro de lo esperado, al fin de cuentas son americanos y sabemos lo gilipollas que son para estos temas (no deja de resultar divertido que censuren un dibujo y no les importe el mensaje), y que el cristofascismo hiciera ladrar a sus huestes nacional-católicas tampoco puede sorprender a nadie, a fin de cuentas ahí tienen a sus obispos, sus medios de comunicación, su financiación estatal…,pero que en nuestras ciudades vascas los carteles hayan sido atacados y destruidos no me lo esperaba, sinceramente. Yo creo que de todo,  ésto es lo que más me ha dolido, porque lo ha hecho gente de nuestro alrededor, personas con las que te cruzas por la calle a diario. ¿Cómo puede herirlas tanto el hecho de recordarles que todavía hay niñas y niños que sufren por nuestro comportamiento, y que ese sufrimiento es fácil de evitar, hasta el punto de obligarlas a reaccionar de un modo tan violento? ¿Qué comportamiento puedes esperar de estas personas si se encuentran con una niña o un niño en estas circunstancias?

Como militante de EHGAM y activista gay que he sido a lo largo de las últimas décadas, soy capaz de reconocer que el frente de nuestra lucha se ha desplazado desde los derechos de gays y lesbianas a los de las personas transexuales. Hace unos 10 años participamos como Ehgam, junto a otros grupos de Euskal Herria, en el inicio en nuestra tierra de la lucha por la despatologización de la transexualidad, en el movimiento que se llamó STOP TRANS-Patologización 2012 (entonces hablábamos de que “disforia es homofobia”), pero incluso esas campañas no recibieron una respuesta tan hostil como esta última de Chrysallis EH. Las causas son varias: sin duda, la crisis ha derechizado nuestra sociedad; los reaccionarios se han repuesto ya del shock inicial que les produjo la aprobación de la ley de matrimonio de personas del mismo sexo,  y ahora están organizados y activados; el movimiento de liberación sexual está más débil de lo que ha estado nunca en las últimas décadas; poner en duda el género supone un ataque mucho más intenso contra el sistema heteropatriarcal que aceptar la homosexualidad masculina (en relación con esta idea  habría que estudiar, en primer lugar, cómo y por qué ha prácticamente desaparecido del imaginario popular la imagen del mariquita plumero, parece como si la aceptación social de la homosexualidad masculina se haya hecho asegurando que ésta no pone en jaque los roles de género, y después por qué razón la homosexualidad femenina ni está, ni se la espera).  Y por último está el tema de que la campaña de Chrysallis EH va dirigida a niñas y niños, ya que los creyentes se consideran los únicos con derecho -divino- a moldear las mentes infantiles a sus intereses.

Sé que aún nos quedan muchos frentes por abrir, y muchas batallas por ganar, porque somos muy ambiciosos con la Humanidad que soñamos, pero hoy la que nos toca afrontar es ésta, y la están librando con arrojo y valentía desde Chrysallis y otras organizaciones afines. Y yo, con mis discrepancias ideológicas a cuestas, quiero decir aquí y ahora que me siento muy orgulloso de todas ellas y de todos ellos, y feliz de ser una pequeña parte de ese movimiento de resistencia sexual.

 

Jaime Mendia, Imanol Álvarez, Mikel Martín, José Ignacio Sánchez y otros militantes de Ehgam

 

El frente trans

“Hay niñas con pene y niños con vagina”. ¡Ya estamos!- pensé yo la primera vez que vi la campaña de Chryasllis Euskal Herria, hace un par de semanas-¡otra vez las dualidades absolutas de siempre, esas que inexorablemente aparecen cuando te topas con el activismo trans! (salvo unas pocas excepciones, que las hay). Que si hombre/mujer, que si pene/vagina, que si cis/trans, que si homo/hetero… Me dije que debería escribir algo al respecto, pero confieso que me pudo la pereza; eso sí, mentalmente repasé todos los argumentos clásicos en estos debates: que las personas no se dividen en compartimentos estancos, que las identidades de cada persona son variables en el tiempo, que si… Que puedes hacer una lista de dos, diez, cien, mil o diez mil características físicas de un cuerpo humano; que puedes clasificar a toda la Humanidad según estas características, y que así podrás formar miles de grupos de personas; y que si a uno de estos grupos le das poder sobre los otros (por ejemplo, al grupo de personas con el ombligo alargado de arriba abajo frente a las demás tipologías de ombligos), automáticamente y en muy poco tiempo aparecerán identidades ligadas a estos rasgos físicos y, con ellas, las relaciones de poder dentro del grupo e intergrupos. Que el hecho de separar a los seres humanos en dos grupos estancos y establecer una relación de poder entre ellos, es un hecho político y no natural, que responde a la necesidad del sistema de perpetuarse a sí mismo, ya que las personas de uno de estos dos grupos tienen necesidad de relacionarse con las del otro, pero los mecanismos para establecer estas relaciones vienen determinados por el sistema, y están controlados por éste (he ahí la fuente de su poder). Y, en definitiva, que desde el activismo de liberación sexual debemos dedicar todos nuestros esfuerzos a destruir el sistema de géneros, y no en adaptarnos a él. Nuestra función es ser insumisos del género, ser disidentes sexuales en esta sociedad. Lo de siempre, sin sorpresas: el consabido debate de la identidad.

En éstas estaba -o, de hecho, lo tenía ya bastante olvidado por el transcurso de uno o dos días- cuando empecé a ser consciente de la respuesta que esta campaña estaba teniendo entre la población. Reconozco que la enorme agresividad que ha suscitado en su contra me ha sorprendido y conmocionado, y me ha obligado a mirar a mi alrededor. Leía los comentarios a la noticia en los periódicos y no me los podía creer: ¡cuánto odio hacia unos niños! El que Facebook censurara las imágenes entraba dentro de lo esperado, al fin de cuentas son americanos y sabemos lo gilipollas que son para estos temas (no deja de resultar divertido que censuren un dibujo y no les importe el mensaje), y que el cristofascismo hiciera ladrar a sus huestes nacional-católicas tampoco puede sorprender a nadie, a fin de cuentas ahí tienen a sus obispos, sus medios de comunicación, su financiación estatal…,pero que en nuestras ciudades vascas los carteles hayan sido atacados y destruidos no me lo esperaba, sinceramente. Yo creo que de todo,  ésto es lo que más me ha dolido, porque lo ha hecho gente de nuestro alrededor, personas con las que te cruzas por la calle a diario. ¿Cómo puede herirlas tanto el hecho de recordarles que todavía hay niñas y niños que sufren por nuestro comportamiento, y que ese sufrimiento es fácil de evitar, hasta el punto de obligarlas a reaccionar de un modo tan violento? ¿Qué comportamiento puedes esperar de estas personas si se encuentran con una niña o un niño en estas circunstancias?

Como militante de EHGAM y activista gay que he sido a lo largo de las últimas décadas, soy capaz de reconocer que el frente de nuestra lucha se ha desplazado desde los derechos de gays y lesbianas a los de las personas transexuales. Hace unos 10 años participamos como Ehgam, junto a otros grupos de Euskal Herria, en el inicio en nuestra tierra de la lucha por la despatologización de la transexualidad, en el movimiento que se llamó STOP TRANS-Patologización 2012 (entonces hablábamos de que “disforia es homofobia”), pero incluso esas campañas no recibieron una respuesta tan hostil como esta última de Chrysallis EH. Las causas son varias: sin duda, la crisis ha derechizado nuestra sociedad; los reaccionarios se han repuesto ya del shock inicial que les produjo la aprobación de la ley de matrimonio de personas del mismo sexo,  y ahora están organizados y activados; el movimiento de liberación sexual está más débil de lo que ha estado nunca en las últimas décadas; poner en duda el género supone un ataque mucho más intenso contra el sistema heteropatriarcal que aceptar la homosexualidad masculina (en relación con esta idea  habría que estudiar, en primer lugar, cómo y por qué ha prácticamente desaparecido del imaginario popular la imagen del mariquita plumero, parece como si la aceptación social de la homosexualidad masculina se haya hecho asegurando que ésta no pone en jaque los roles de género, y después por qué razón la homosexualidad femenina ni está, ni se la espera).  Y por último está el tema de que la campaña de Chrysallis EH va dirigida a niñas y niños, ya que los creyentes se consideran los únicos con derecho -divino- a moldear las mentes infantiles a sus intereses.

Sé que aún nos quedan muchos frentes por abrir, y muchas batallas por ganar, porque somos muy ambiciosos con la Humanidad que soñamos, pero hoy la que nos toca afrontar es ésta, y la están librando con arrojo y valentía desde Chrysallis y otras organizaciones afines. Y yo, con mis discrepancias ideológicas a cuestas, quiero decir aquí y ahora que me siento muy orgulloso de todas ellas y de todos ellos, y feliz de ser una pequeña parte de ese movimiento de resistencia sexual.

 

Jaime Mendia (EHGAMkidea)

junto con Imanol Álvarez, Mikel Martín,  José Sánchez y otros militantes de Ehgam

“Hay niñas con pene y niños con vagina”. ¡Ya estamos!- pensé yo la primera vez que vi la campaña de Chryasllis Euskal Herria, hace un par de semanas-¡otra vez las dualidades absolutas de siempre, esas que inexorablemente aparecen cuando te topas con el activismo trans! (salvo unas pocas excepciones, que las hay). Que si hombre/mujer, que si pene/vagina, que si cis/trans, que si homo/hetero… Me dije que debería escribir algo al respecto, pero confieso que me pudo la pereza; eso sí, mentalmente repasé todos los argumentos clásicos en estos debates: que las personas no se dividen en compartimentos estancos, que las identidades de cada persona son variables en el tiempo, que si… Que puedes hacer una lista de dos, diez, cien, mil o diez mil características físicas de un cuerpo humano; que puedes clasificar a toda la Humanidad según estas características, y que así podrás formar miles de grupos de personas; y que si a uno de estos grupos le das poder sobre los otros (por ejemplo, al grupo de personas con el ombligo alargado de arriba abajo frente a las demás tipologías de ombligos), automáticamente y en muy poco tiempo aparecerán identidades ligadas a estos rasgos físicos y, con ellas, las relaciones de poder dentro del grupo e intergrupos. Que el hecho de separar a los seres humanos en dos grupos estancos y establecer una relación de poder entre ellos, es un hecho político y no natural, que responde a la necesidad del sistema de perpetuarse a sí mismo, ya que las personas de uno de estos dos grupos tienen necesidad de relacionarse con las del otro, pero los mecanismos para establecer estas relaciones vienen determinados por el sistema, y están controlados por éste (he ahí la fuente de su poder). Y, en definitiva, que desde el activismo de liberación sexual debemos dedicar todos nuestros esfuerzos a destruir el sistema de géneros, y no en adaptarnos a él. Nuestra función es ser insumisos del género, ser disidentes sexuales en esta sociedad. Lo de siempre, sin sorpresas: el consabido debate de la identidad.

En éstas estaba -o, de hecho, lo tenía ya bastante olvidado por el transcurso de uno o dos días- cuando empecé a ser consciente de la respuesta que esta campaña estaba teniendo entre la población. Reconozco que la enorme agresividad que ha suscitado en su contra me ha sorprendido y conmocionado, y me ha obligado a mirar a mi alrededor. Leía los comentarios a la noticia en los periódicos y no me los podía creer: ¡cuánto odio hacia unos niños! El que Facebook censurara las imágenes entraba dentro de lo esperado, al fin de cuentas son americanos y sabemos lo gilipollas que son para estos temas (no deja de resultar divertido que censuren un dibujo y no les importe el mensaje), y que el cristofascismo hiciera ladrar a sus huestes nacional-católicas tampoco puede sorprender a nadie, a fin de cuentas ahí tienen a sus obispos, sus medios de comunicación, su financiación estatal…,pero que en nuestras ciudades vascas los carteles hayan sido atacados y destruidos no me lo esperaba, sinceramente. Yo creo que de todo,  ésto es lo que más me ha dolido, porque lo ha hecho gente de nuestro alrededor, personas con las que te cruzas por la calle a diario. ¿Cómo puede herirlas tanto el hecho de recordarles que todavía hay niñas y niños que sufren por nuestro comportamiento, y que ese sufrimiento es fácil de evitar, hasta el punto de obligarlas a reaccionar de un modo tan violento? ¿Qué comportamiento puedes esperar de estas personas si se encuentran con una niña o un niño en estas circunstancias?

Como militante de EHGAM y activista gay que he sido a lo largo de las últimas décadas, soy capaz de reconocer que el frente de nuestra lucha se ha desplazado desde los derechos de gays y lesbianas a los de las personas transexuales. Hace unos 10 años participamos como Ehgam, junto a otros grupos de Euskal Herria, en el inicio en nuestra tierra de la lucha por la despatologización de la transexualidad, en el movimiento que se llamó STOP TRANS-Patologización 2012 (entonces hablábamos de que “disforia es homofobia”), pero incluso esas campañas no recibieron una respuesta tan hostil como esta última de Chrysallis EH. Las causas son varias: sin duda, la crisis ha derechizado nuestra sociedad; los reaccionarios se han repuesto ya del shock inicial que les produjo la aprobación de la ley de matrimonio de personas del mismo sexo,  y ahora están organizados y activados; el movimiento de liberación sexual está más débil de lo que ha estado nunca en las últimas décadas; poner en duda el género supone un ataque mucho más intenso contra el sistema heteropatriarcal que aceptar la homosexualidad masculina (en relación con esta idea  habría que estudiar, en primer lugar, cómo y por qué ha prácticamente desaparecido del imaginario popular la imagen del mariquita plumero, parece como si la aceptación social de la homosexualidad masculina se haya hecho asegurando que ésta no pone en jaque los roles de género, y después por qué razón la homosexualidad femenina ni está, ni se la espera).  Y por último está el tema de que la campaña de Chrysallis EH va dirigida a niñas y niños, ya que los creyentes se consideran los únicos con derecho -divino- a moldear las mentes infantiles a sus intereses.

Sé que aún nos quedan muchos frentes por abrir, y muchas batallas por ganar, porque somos muy ambiciosos con la Humanidad que soñamos, pero hoy la que nos toca afrontar es ésta, y la están librando con arrojo y valentía desde Chrysallis y otras organizaciones afines. Y yo, con mis discrepancias ideológicas a cuestas, quiero decir aquí y ahora que me siento muy orgulloso de todas ellas y de todos ellos, y feliz de ser una pequeña parte de ese movimiento de resistencia sexual.

 

Jaime Mendia, Imanol Álvarez, Mikel Martín, José Ignacio Sánchez y otros militantes de Ehgam

 

EL FRENTE TRANS

Hay niñas con pene y niños con vagina». ¡Ya estamos! –pensé yo la primera vez que vi la campaña de Chryasllis Euskal Herria, hace un par de semanas– ¡Otra vez las dualidades absolutas de siempre, esas que inexorablemente aparecen cuando te topas con el activismo trans! (salvo unas pocas excepciones, que las hay).

Que si hombre/mujer, que si pene/vagina, que si cis/trans, que si homo/hetero… Me dije que debería escribir algo al respecto, pero confieso que me pudo la pereza; eso sí, mentalmente repasé todos los argumentos clásicos en estos debates: que las personas no se dividen en compartimentos estancos, que las identidades de cada persona son variables en el tiempo, que si… Que puedes hacer una lista de dos, diez, cien, mil o diez mil características físicas de un cuerpo humano; que puedes clasificar a toda la Humanidad según estas características, y que así podrás formar miles de grupos de personas; y que si a uno de estos grupos le das poder sobre los otros (por ejemplo, al grupo de personas con el ombligo alargado de arriba abajo frente a las demás tipologías de ombligos), automáticamente y en muy poco tiempo aparecerán identidades ligadas a estos rasgos físicos y, con ellas, las relaciones de poder dentro del grupo e intergrupos. Que el hecho de separar a los seres humanos en dos grupos estancos y establecer una relación de poder entre ellos, es un hecho político y no natural, que responde a la necesidad del sistema de perpetuarse a sí mismo, ya que las personas de uno de estos dos grupos tienen necesidad de relacionarse con las del otro, pero los mecanismos para establecer estas relaciones vienen determinados por el sistema, y están controlados por este (he ahí la fuente de su poder). Y, en definitiva, que desde el activismo de liberación sexual debemos dedicar todos nuestros esfuerzos a destruir el sistema de géneros, y no en adaptarnos a él. Nuestra función es ser insumisos del género, ser disidentes sexuales en esta sociedad. Lo de siempre, sin sorpresas: el consabido debate de la identidad.

En estas estaba –o, de hecho, lo tenía ya bastante olvidado por el transcurso de uno o dos días– cuando empecé a ser consciente de la respuesta que esta campaña estaba teniendo entre la población. Reconozco que la enorme agresividad que ha suscitado en su contra me ha sorprendido y conmocionado, y me ha obligado a mirar a mi alrededor. Leía los comentarios a la noticia en los periódicos y no me los podía creer: ¡cuánto odio hacia unos niños! El que Facebook censurara las imágenes entraba dentro de lo esperado, al fin de cuentas son americanos y sabemos lo gilipollas que son para estos temas (no deja de resultar divertido que censuren un dibujo y no les importe el mensaje), y que el cristofascismo hiciera ladrar a sus huestes nacional-católicas tampoco puede sorprender a nadie, a fin de cuentas ahí tienen a sus obispos, sus medios de comunicación, su financiación estatal…, pero que en nuestras ciudades vascas los carteles hayan sido atacados y destruidos no me lo esperaba, sinceramente. Yo creo que de todo, esto es lo que más me ha dolido, porque lo ha hecho gente de nuestro alrededor, personas con las que te cruzas por la calle a diario. ¿Cómo puede herirlas tanto el hecho de recordarles que todavía hay niñas y niños que sufren por nuestro comportamiento, y que ese sufrimiento es fácil de evitar, hasta el punto de obligarlas a reaccionar de un modo tan violento? ¿Qué comportamiento puedes esperar de estas personas si se encuentran con una niña o un niño en estas circunstancias?

Como militante de Ehgam y activista gay que he sido a lo largo de las últimas décadas, soy capaz de reconocer que el frente de nuestra lucha se ha desplazado desde los derechos de gays y lesbianas a los de las personas transexuales. Hace unos 10 años participamos como Ehgam, junto a otros grupos de Euskal Herria, en el inicio en nuestra tierra de la lucha por la despatologización de la transexualidad, en el movimiento que se llamó Stop Trans-Patologización 2012 (entonces hablábamos de que «disforia es homofobia»), pero incluso esas campañas no recibieron una respuesta tan hostil como esta última de Chrysallis EH. Las causas son varias: sin duda, la crisis ha derechizado nuestra sociedad; los reaccionarios se han repuesto ya del shock inicial que les produjo la aprobación de la ley de matrimonio de personas del mismo sexo, y ahora están organizados y activados; el movimiento de liberación sexual está más débil de lo que ha estado nunca en las últimas décadas; poner en duda el género supone un ataque mucho más intenso contra el sistema heteropatriarcal que aceptar la homosexualidad masculina (en relación con esta idea habría que estudiar, en primer lugar, cómo y por qué ha prácticamente desaparecido del imaginario popular la imagen del mariquita plumero, parece como si la aceptación social de la homosexualidad masculina se haya hecho asegurando que esta no pone en jaque los roles de género, y después por qué razón la homosexualidad femenina ni está, ni se la espera). Y por último está el tema de que la campaña de Chrysallis EH va dirigida a niñas y niños, ya que los creyentes se considera los únicos con derecho –divino– a moldear las mentes infantiles a sus intereses.

Sé que aún nos quedan muchos frentes por abrir, y muchas batallas por ganar, porque somos muy ambiciosos con la Humanidad que soñamos, pero hoy la que nos toca afrontar es esta, y la están librando con arrojo y valentía desde Chrysallis y otras organizaciones afines. Y yo, con mis discrepancias ideológicas a cuestas, quiero decir aquí y ahora que me siento muy orgulloso de todas ellas y de todos ellos, y feliz de ser una pequeña parte de ese movimiento de resistencia sexual.

JAIME MENDIA
EHGAM

Sodomía y cerveza fría: apología del sexo anal

Publicado por  en JOTDOWN

https://www.flickr.com/photos/ehgam/18333492160/in/album-72157654119199595/

Recibí clases de canto de un célebre profesor gay que me dijo que hay que cantar como si te estuvieran metiendo tres dedos por el ano. Ahora canto de una forma más controlada. Desde el ano (Nick Cave, The Word).

Hoy en día el sexo anal no se oculta particularmente. Hay guías y tutoriales, aparece en el porno tanto hetero como homosexual, se venden plugs anales en las tiendas… Pero es fácil encontrar incoherencias, miedos y desprecios. Tradicionalmente se identifica la sodomía con el sexo anal entre hombres, pero tanto hombres como mujeres, cis y trans, homosexuales y heterosexuales, se penetran analmente (y alegremente) en todas las combinaciones posibles con dildos y penes y dedos y puños. El ano no tiene género.

¿Puede un hombre heterosexual disfrutar siendo penetrado por una mujer? La palabra «ano» viene del latínanus, o sea, «anillo»: ¿significa eso que el gesto de meter un anillo en el dedo del cónyuge durante una boda es equivalente al gesto de meterle un dedo en el culo? ¿Arroja esto nueva luz sobre la escena de los dedos en el culo de Airbag, durante la que Karra Elejalde pierde su anillo de boda? ¿Por qué en francés un film de cul es una película porno, sea o no anal? Si el sexo anal está normalizado, ¿por qué decir «que te den por culo» es un insulto?

Al menos dos de estas preguntas encontrarán respuesta en este artículo.

Antes muerto que penetrado

¿Cuándo por el pacífico y virtuoso ojo del culo hubo escándalo en el mundo, inquietud ni guerra? (Francisco de Quevedo, Gracias y desgracias del ojo del culo).

ecuerdan Javier Sáez y Sejo Carrascosa en el divertidísimo ensayo Por el culo (alma mater o más bien pater de este artículo, todos los entrecomillados son suyos) que cuando al entrenador Luis Aragonés le ofrecieron en Alemania unas inocentes flores, su respuesta inmediata fue: «Me van a dar a mí un ramo de flores, que no me cabe por el culo ni el pelo de una gamba». A primera vista, este hit de nuestro exseleccionador nacional sería solo un ejemplo de los tics testosterónicos, homófobos y autoafirmativos que Javier Sáez califica en un gracioso texto como pluma heterosexual, pero puede hacerse una lectura a otros niveles.

La lógica machista tradicional define la virilidad como la «impenetrabilidad máxima». En esas coordenadas la mujer es absolutamente penetrable: por eso no hay deshonra en sodomizar a una mujer, mientras que si un hombre es penetrado y disfruta con ello adquiere el estatus «inferior» de mujer o de no-hombre (los iraquíes llaman a los gais «el tercer sexo»). Jugaría en esta liga de Aragonés el «mecanismo de defensa ancestral» que cierra los glúteos de Antonio Recio (¡mayorista, no limpio pescado!) en La que se avecina… O la resistencia a los tactos rectales diagnósticos, a pesar de que el cáncer de próstata es el más frecuente entre varones de edad avanzada. ¿Un médico metiendo un dedo por el culo? ¡Antes muerto que penetrado!

Que te den por culo, vete a tomar por culo, te la han metido doblada, deja de darme por culo… Recibir sexo anal es para el lenguaje cotidiano «algo horrible, indeseable, un castigo, una humillación, una tortura». Si eres hombre ser enculado transforma tu identidad, te convierte en «marica» como si te hubiera mordido un zombi. No es este un tic único de la derecha conservadora: más allá de la frecuente homofobia comunista, la penetración anal como ataque se refleja en la típica caricatura del obrero a cuatro patas penetrado por un patrón con chistera.

A menudo el miedo a la posible homosexualidad propia («¿y si lo pruebo y me gusta?») lleva a algunos hombres a un miedo paranoico. ¡El ataque del terror anal! En 2008 un hombre llamado Jacobo Piñeiro conoció a dos jóvenes homosexuales en un bar de ambiente y los acompañó a su casa. De algún modo la noche acabó con el piso en llamas y ambos gais brutalmente asesinados mediante cincuenta y siete puñaladas. Un jurado popular absolvió al acusado a pesar del testimonio de los forenses, al apreciar legítima defensa y «miedo insuperable» a ser violado. ¿Entró en juego el «fantasma del pánico anal»? Un año más tarde el juicio se repitió y Piñeiro fue condenado, pero no todos los asesinatos homófobos acaban castigados.

n ocho países el sexo anal está penado con la muerte: Afganistán, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Mauritania, Nigeria, Sudán y Yemen. Ochenta y cinco castigan la sodomía con cárcel, flagelación o internamiento en psiquiátricos. El político malayo Anwar Ibrahim ingresó en prisión en febrero de 2015 acusado de sodomía, tras varios juicios delirantes con pruebas de ADN y colchones manchados de esperma. Human Rights Watch publicó un terrorífico informe sobre una campaña masiva de secuestro y asesinato de gais lanzada en Irak en 2009. Allí se menciona un método de tortura y ejecución especialmente significativo: la milicia iraquí sellaba el ano de los homosexuales con un fuerte pegamento industrial. La muerte por intoxicación interna sobrevenía poco después, materializando de forma horrendamente literal la fantasía del macho ibérico: que no quepa ahí ni el bigote de una gamba.

Una frase clave del informe: «la milicia afirma que el afeminamiento se ha extendido entre la juventud tras ser traído del exterior por soldados estadounidenses». También el iraní Ahmadinejad insistía en que la homosexualidad era cosa de yanquis. Tradicionalmente el sexo anal se ha atribuido al otro, al extranjero: nunca es algo propio de tu país o cultura. En la Edad Media los europeos atribuían el sexo anal a los musulmanes, y para los árabes eran los europeos quienes iban por ahí enculando gente.

Al miedo a ser penetrado se une pues el miedo racial. En 2009 Santiago Sierra presentó la performancePenetrados, un vídeo de tres cuartos de hora dividido en ocho actos en que se muestran todas las combinaciones posibles de sexo anal entre hombres y mujeres de raza blanca y negra. La obra busca entre otras cosas provocar reflexiones sobre el terror anal y el miedo al inmigrante: ¿se reacciona igual ante la imagen de hombres blancos sodomizando a mujeres negras que ante la secuencia de hombres negros enculando hombres blancos?

Del ano romano a la sodomía de la burguesía

Mentula cum doleat puero, tibi, Naeuole, culus, / non sum diuinus, sed scio quid facias. («Cuando a tu [joven] esclavo le duele la polla, a ti, Névolo, [te duele] el culo. / No soy adivino, pero sé lo que haces»). (Marcial,Epigramas [III, 71]).

En la Antigüedad clásica la consideración del sexo anal dependía de si se era el penetrador o el penetrado. Encular o pedicare era una actividad viril a la que cualquier ciudadano libre podía dedicarse sin problemas, mientras que el papel pasivo o receptor quedaba limitado a mujeres, esclavos o adolescentes. En este último caso, del joven pasivo se esperaba que no sintiera excesivo placer: sería mostrar demasiada «femineidad» en lugar de una virilidad aún en desarrollo. El adulto varón que disfrutaba siendo penetrado analmente (llamadoimpudicus o diatithemenos) sufría desprecio generalizado, podía ser expulsado del ejército y despojado de sus derechos como ciudadano. Ser penetrado es un descenso de clase social. Este eje activo/pasivo es similar al que comenté al hablar del sexo oral, con su diferencia entre una irrumatio activa o «follar la boca», signo de virilidad aunque el receptor fuera otro hombre, frente a la «humillante» fellatio receptiva.

Según la Biblia, Sodoma (nombre derivado de la raíz SOD o secreto), fue destruida por sus pecados junto a Gomorra. Como tanteo previo a la lluvia de fuego, Dios envió a casa de Lot a dos ángeles disfrazados que despertaron la lujuria de los vecinos del pueblo. Pero parece que a los salidos de Sodoma les daba igual carne que pescado, ya que Lot les sugirió que violaran en cambio a sus dos hijas vírgenes (Lot, padre del año) y dejaran en paz a las visitas. El respeto a los viajeros era un tabú muy fuerte entre los pueblos del desierto, así que lo más probable es que los pecados de Sodoma fueran la falta de hospitalidad y la lujuria, más que específicamente el sexo anal.

La primera mención escrita de la palabra «sodomía» aparece paradójicamente en el Libro de Gomorra, escrito en 1051 por el benedictino Pedro Damián. Es un texto de denuncia centrado en los comportamientos sexuales de los sacerdotes de la época (!), según cuatro niveles de gravedad: masturbación en solitario, masturbación mutua, cópula intercrural (entre los muslos) y sexo anal. Se consideraba sodomía cualquier comportamiento sexual no orientado a la reproducción, o, en palabras del teólogo del siglo XVI Antonio Gómez, «realizar el acceso carnal sin pretender la regeneración de la especie».

Hasta el siglo XIII la sodomía se consideraba un pecado entre otros, perseguido solo de forma puntual por motivos políticos. Pero durante las cruzadas la propaganda antislámica identificó a los musulmanes con sodomitas que violaban niños cristianos, y el espantajo del terror anal se descontroló. La sodomía pasó de pecado a delito perseguido por la autoridad, y se empleó para dirigir protestas sociales y desactivar grupos incómodos, desde los herejes bogomilos hasta los mismísimos templarios.

Entre los judíos y los primeros colonos de América se estableció el desdén a la sodomía en «términos de economía reproductiva», o por recordar la neurociencia bufa hispánica, «que los espermas no pueden engendrar porque se encuentran con caca». El Mishné Torá, código de ley judía de Maimónides, permite el sexo contranatura (léase anal y oral) entre marido y mujer siempre que el hombre no eyacule. O eso deduzco de esta cita: «El marido podrá besar cualquier órgano del cuerpo de su mujer como desee, y podrá realizar el coito tanto natural como antinatural, siempre que no expulse semen sin propósito». Cuántas veces habré expulsado semen sin propósito, me pregunto. Garza Carvajal recuerda en Quemando mariposas el caso de Alonso Pérez, un hombre al que en 1587 las autoridades seculares de Sevilla quemaron en la hoguera por sodomía, mientras que al joven que le había masturbado («cometido el pecado de polución») le azotaron y condenaron cuatro años a galeras.

Curiosamente, uno de los primeros defensores de la sodomía en la literatura, con especial hincapié en el placer experimentado por el receptor, fue el Marqués de Sade. Leemos en La filosofía en el tocador: «Jamás la naturaleza, si analizas detenidamente sus leyes, ha indicado otros altares para nuestros homenajes que el orificio de atrás; permite lo demás, pero ha dispuesto que sea en el trasero. Si no hubiese sido su intención que penetrásemos culos, ¿habría hecho tan proporcionado su orificio a nuestros miembros?».

La psiquiatría europea del siglo XIX medicalizó y patologizó muchos comportamientos sexuales. A partir de los trabajos de Westphal o Kraft-Ebbing, el mismo que bautizaría el sadomasoquismo, la sodomía pasó de ser un acto sexual (delito o pecado, pero no definitorio de la identidad) a una categoría médica propia de un nuevo tipo de persona, el «homosexual». En Construyendo sidentidades, Ricardo Llamas recuerda descripciones como la del médico alemán Friedrich, que a mediados del siglo XIX escribe que el homosexual activo está casi siempre pálido e hinchado, tiene el pene delgado y pequeño, y «persigue a muchachos jóvenes con mirada lasciva». El pasivo aún sale peor parado: rasgos faciales hundidos, mirada apagada y sin vida, dolor sordo en la base del cráneo, facultades psíquicas disminuidas…

Freud, en cambio, mantuvo una actitud carente de juicios morales hacia el sexo anal. Acertó al distinguir entre analidad y orientación sexual, en reconocer que coexisten los impulsos activo y pasivo, y al afirmar que reprimir lo que se desea deja huellas en el individuo. Freud le saca jugo a la equívoca expresión «bésame el culo» y al hecho de «hacer un calvo» como ejemplos de sexualidad anal reprimida… Rechazar el placer anal puede convertirte en un obseso por el orden y la limpeza, o, en palabras de Sáez y Carrascosa: «mejor ser una marica liberada que disfruta de su culo, que un estreñido tacaño obsesionado con el orden (Freud no lo dice así, pero es nuestra lectura)».

¡Estimúlame el nervio hipogástrico!

Yo no pongo la otra mejilla / Pongo el culo compañero. (Pedro Lemebel, Manifiesto (hablo por mi diferencia)).

Imaginemos que algún lector o lectora está leyendo este texto buscando argumentos para convencer alpartenaire de las bondades del sexo anal. ¿Qué estrategias podría usar para ello? No sé hasta qué punto el porno sería una buena opción. La pornografía heterosexual está obsesionada con el sexo anal, hasta el punto de que las actrices que no lo practican, como nuestra musa Amarna Miller, son una excepción. Pero es que el anal en el porno mainstream tiene poco que ver con el sexo real (make love, not porn!), y suele ser bastante más duro para las actrices.

Otro acercamiento es necesario. ¿Qué tal hablar de los estudios científicos sobre el tema? Soy fan de los doctores Barry Komisaruk y Beverly Whipple, dedicados al noble arte del estudio del orgasmo. En su artículo «Non-genital orgasms» resulta apasionante ver cómo resumen algunas bases biológicas del placer anal estudiando las redes nerviosas del cuerpo. El nervio pélvico proporciona sensaciones a la vejiga y al recto (y a parte de la vagina en el caso de las mujeres), y su activación puede generar orgasmos al ser estimulado de forma rectal, tanto en hombres como en mujeres. En hombres, la estimulación adicional del nervio hipogástrico (sea durante la eyaculación, sea mediante contacto con la próstata vía anal) contribuye a la sensación placentera del orgasmo. Sumando la inervación genital (pene, clítoris) mediante el nervio pudendo, tenemos una red nerviosa que parece proporcionar más placer cuantos más de sus nodos se estimulen.

Komisaruk adopta un lenguaje de crítico culinario al hablar del orgasmo femenino: «estimular el recto además de clítoris, vagina y cérvix añade capas de calidad, complejidad, intensidad y en consecuencia placer al orgasmo». Una defensa con fundamento de la doble penetración con estimulación clitoral añadida, nada que no pueda conseguirse con un par de personas predispuestas o cierto número de juguetes sexuales.

Para redescubrir el culo como zona erógena resultan útiles los dildos, los plugs anales (a mí me hacen gracia los que tienen una cola en el extremo) o los dedos. O, en fin, la mano entera. El fist-fucking o penetración anal con el puño nace en las comunidades sadomasoquistas gais, aunque sea una práctica que no produce dolor si se realiza con cuidado. De forma muy poética y (probablemente) metafórica, José Manuel Martínez-Puletdescribe el fisting como «colonizar con la mano el interior de otro hombre y sentir desde dentro los latidos de su corazón». Aunque, por supuesto, nada exige que el culo penetrado sea masculino: la práctica se extiende a lesbianas y hombres heterosexuales. Es un ejemplo de lo que Foucault llamaba «desgenitalización del placer»: en las pelis de fisting no aparecen penes erectos, y el puño cerrado o en forma de pico de pato pasa de ser un símbolo de agresión a uno de ternura… Y es que para no armar un estropicio hay que avanzar amorosamente, emplear abundante lubricante y guantes de látex o nitrilo, seguir un cierto ritual pausado. En palabras de Gayle Rubin, «fistear es seducir uno de los músculos más impresionables y tensos del cuerpo».

En 2014 las productoras pornográficas del Reino Unido vieron cómo se les prohibía filmar la eyaculación femenina bajo ciertas circunstancias, algunas prácticas sadomasoquistas y el fisting. El argumentario tras la prohibición exageraba los riesgos asociados a la práctica, lo que me lleva al siguiente punto del orden del día…

Lubrícame otra vez

Las cuatro cosas más sobrevaloradas de la vida son el champán, la langosta, el sexo anal y los picnics. (Christopher Hitchens).

Los picnics son un horror abisal, sí, pero obviamente discrepo del resto de la sentencia de Hitchens. Sin embargo, un poco de distanciamiento no vendrá mal para introducir una parte importante de cualquier apología: un aviso sobre las precauciones que valdría la pena tomar. Que incluso las aspirinas tienen riesgos y contraindicaciones.

La mucosa rectal es relativamente frágil: una capa de células la separa de tejido muy vascular. Eso hace que los supositorios sean muy efectivos, pero también que posibles microheridas sean muy peligrosas como punto de entrada de ITS o Infecciones de Transmisión Sexual, desde la gonorrea o la hepatitis B y C hasta el VIH del sida. Además de las medidas de precaución obvias (condones, guantes, higiene) es importantísimo emplear lubricante, ya que se logra una penetración más agradable disminuyendo a la vez el riesgo de heridas e infección. Mejor si el lubricante es de base acuosa, ya que los que contienen aceite, como la vaselina o la crema de manos, pueden debilitar el látex del preservativo.

Marlon Brando popularizó el uso de mantequilla como lubricante anal en una secuencia de El último tango en París a la que tengo mucha manía por el modo en que fue rodada. Mientras se untaba la tostada del desayuno una de las mañanas del rodaje, Brando lanzó la idea a Bertolucci, que la aceptó entusiasmado. En un arranque de inconsciente cerdería misógina, el director decidió no avisar a Maria Schneider hasta el último momento para evitarse discutir. Años más tarde la actriz lamentaría no haber llamado a su agente o a un abogado, ya que nadie podría haberla obligado a filmar una escena que no estuviera en el guion… Y aunque evidentemente la penetración anal de Brando no fue auténtica, las lágrimas de sorpresa, humillación y rabia de la actriz fueron completamente reales. Bertolucci y Brando, vaya par de impresentables.

Queda por tratar un último riesgo: el psicológico-social, especialmente para la parte receptora. Lo que me lleva a una conocida frase…

Abre tu culo y abrirás tu mente

El obturador de la cámara y mi ano se abren con una sincronía casi perfecta (Pierre Molinier).

Para poner de los nervios a muchas parejas gais basta con preguntarles: «¿Quién hace de hombre y quién de mujer?», como si una pareja homosexual tuviera que imitar forzosamente los mismos roles tradicionales y fijos de hombre penetrador y mujer penetrada. Y el problema no es ya que haya hombres heterosexuales penetrados por mujeres, sino que entre los propios gais es frecuente que no haya roles fijos.

Los ya mencionados Sáez y Carrascosa, autores de Por el culo hicieron un estudio informal de una web de contactos gais con más de ciento setenta mil miembros. Hallaron un 15,2% de usuarios que se definían como exclusivamente activos, un 15% exclusivamente pasivos, un 6,6% activo-versátiles, un 6,6% pasivo-versátiles… Y la orientación más abundante era la de versátil con un 41% (el resto de usuarios no se definían explícitamente). Estas cifras parecen indicar que en la comunidad homosexual no hay una división rígida y significativa entre activos y pasivos, que resulta en realidad bastante artificial… y a veces ridícula. En las cárceles franquistas, donde casi cuatro mil personas cumplieron condena por ser homosexuales, se intentaba separar a los reos en prisiones diferentes según si eran identificados como «activos» (que iban a Huelva) o «pasivos» (a Badajoz, véase el duro testimonio de Antonio Ruiz).

Quizá sea este un buen momento para escapar del legado histórico de desprecio al pasivo poniendo en cuestión la terminología: incluso «muerdealmohadas» parece más desprovisto de connotaciones negativas. Y es que un pasivo no es tan pasivo: no se deja penetrar por cualquiera, establece una posición de control y poder de modo paralelo al de los «sumisos» y «sumisas» en el BDSM, que son en realidad quienes marcan los límites del terreno de juego y toman un papel más activo del que se cree durante el mismo. Recibir una penetración anal es un acto lleno de actividad: es necesario relajarse conscientemente para facilitar la penetración, y «apretar y relajar los músculos anales incrementa el placer mutuo». Hace años que las feministas han logrado hacer entender que la mujer no es pasiva en el sexo aunque sea la penetrada: ¿por qué no se ha dado aún ese paso en el receptor varón del sexo anal?

Es triste caer una y otra vez en el mismo chiste: el varón heterosexual que busca penetrar a una mujer pero no admite ser penetrado por ella por miedo a «amariconarse». Por el culo recoge que muchos sexólogos reciben preguntas de hombres heterosexuales que disfrutan analmente (por ejemplo, siendo penetrados por dildos o dedos de mujeres) y quieren saber si por ello se convierten en gais. Digámoslo alto y claro: se puede ser penetrado analmente sin ser por ello homosexual. O dicho de otro modo: se puede ser muy viril y disfrutar delpegging.

Y dejando en el aire esta frase lapidaria me despido aconsejando al lector o lectora, sea cual sea su género y orientación sexual, que se vaya, ahora mismo, a tomar por culo.

*Añado un update necesario. El pasado Sant Jordi compré en La Central el libro Por el culo, de Javier Sáez y Sejo Carrascosa, que menciono tres veces en el texto y los comentarios calificándolo como «alma páter» del artículo. No he sido lo suficientemente vehemente a este respecto, por lo que debo disculparme. Las chorradas que pueda haber en el artículo superior son mías, pero las buenas ideas, referencias, reflexiones y frases lapidarias del artículo son fruto de la investigación de Sejo y Carrascosa y aparecen en su libro, que recomiendo encarecidamente comprar.

La homofobia no es increíble

pikara magazine

Viajaba en el autobús delante de una niña acompañada por dos mujeres; pongamos que eran su madre y su abuela. Le estaban preguntando si Eneko es su novio. Y ella contestó: “No, Eneko es mi amigo. Leire es mi novia”. Y las adultas, rápidamente, la intentaron sacar de su error: “¿Cómo va a ser eso? Eneko es tu NOVIO. Leire es tu AMIGA”. Y la niña: “No, no. Eneko es mi AMIGO, Leire es mi NOVIA”. Me tuve que bajar, no sé cuánto más duraría el toma y daca ni si a esas mujeres se les llegó a pasar por la cabeza que su niñita, efectivamente, identificaba conscientemente como su novia a una niña y como su amigo a un niño.

El pasado fin de semana, unos homófobos agredieron físicamente al grito de “maricones” a cuatro chicos gays que paseaban por el centro de Madrid. El pasado 7 de abril, los periódicos vascos se hicieron eco de una agresión similar en Getxo: un activista gay estaba tomando algo en una terraza con su novio ( se estaban besando, dice Deia) y un individuo decidió insultarle y golpearle con una silla. Pocos días después de leer esa noticia, me contaron que un grupo de hombres había perseguido de noche por las calles de un barrio de Bilbao a un conocido mío gritándole (adivinad) maricón.

La gente progre se ha escandalizado mucho con la noticia de que la justicia europea avala poder excluir a los homosexuales como donantes de sangre, “siempre que haya evidencia científica y que la decisión sea proporcionada”. Las redes sociales se han inundado de personas que lo califican de “increíble”.

La prensa, incluso hasta el ABC, se escandaliza también con que haya “personas intolerantes” que reaccionan con violencia ante un beso entre dos hombres. Ajá, qué increíble, qué sorprendente que en pleno siglo XXI pasen estas cosas. Parece mentira.

Pues a mí, en cambio, estos episodios me revuelven, me entristecen, me indignan, pero no me sorprenden. No me parecen mentira, sé que son verdad. Sé que la homofobia y la lesbofobia no son sucesos puntuales cometidos por individuos inadaptados, no. La vivimos todo el rato. La vivimos cuando vamos de la mano con nuestra pareja por la calle y sentimos miradas y sentimos miedo de cruzarnos con alguien que decida insultarnos o golpearnos. La vivimos en cada comida familiar, en la que ya no nos preguntan si salimos con alguien porque no quieren escuchar la respuesta. La vivimos cada vez que alguien, incluso de nuestro grupo de amistades, dice cosas como “yo no soy homófoba, pero tampoco entiendo por qué algunos tienen que llevar un letrero luminoso”. Como si ella, acompañada de su marido y su bebé, no llevase un letrero luminoso, ese que le permite expresar su amor en cualquier lugar sin miedo a que la insulten o la golpeen.

A los gays y a las lesbianas, a los maricas y a las bolleras, nos duele cuando un homófobo insulta o golpea. Pero también nos duele que personas “tolerantes” nos digan cosas como (me pasó recientemente): “Pues chica, yo es que no entiendo a quién le tiene que importar con quién te acuestas”, como si la cosa se redujera a eso. Como si ser lesbiana fuera un vicio privado, como si fuera solo cuestión de preferencias sexuales, comparable a que te gusten los juguetes eróticos o los azotes. No es con quién me acuesto. Es quién soy (entre otras cosas). Es con quién (o quienes) decido compartir mi vida. Es cómo la lesbofobia afecta a mi identidad, a mi autoestima, a mi derecho al placer. A vivir tranquila, vaya.

Y si te desahogas con tus amigas hetero “tolerantes” después de una charla en la que tu madre te ha dicho que, ella que te ha parido, sabe que no eres lesbiana, que estás equivocada y que no tiene interés en conocer a tu pareja porque es una mujer, puedes recibir consejos biempensantes como “Pues explícales que tú te enamoras de las personas”. Qué bonito, de las personas. Claro, mucho más digerible que asumir que tu hija es BO-LLE-RA.

Y al ABC le escandaliza que haya gente que llama “maricones” a los gays por la calle, al mismo tiempo que mantiene una línea editorial contraria a la diversidad sexual. Nos extrañamos de que, en una sociedad en la que se sigue considerando que la heterosexualidad es lo normal, algunas personas agredan a los diferentes. Hasta el más macho estará de acuerdo en que está mal perseguir a un gay por la calle llamándolo maricón. Ese mismo macho, en cambio, te llamará exagerada si le afeas por llamar “maricón” a su colega que no quiere beber más chupitos o que se le acerca para darle un abrazo. Son bromas entre amigos, ese “maricón” es cariñoso. Y cuando el “maricón” se dirige al árbitro o al jugador del equipo que detesta, ya no es cariñoso, pero es irrelevante, es un decir, como “gilipollas”, como cualquier cosa. Eres una exagerada si dices que eso es homofobia.

Y luego está la invisibilidad. Ya sabes, cuando nadie te insulta ni te hostia porque la cuestión es que ni te ve. Las lesbianas sabemos mucho de esto. Y por eso gritamos cosas como “No somos amigas, nos comemos el coño”. Y por eso no nos agreden por ir de la mano pero sí cuando empezamos a morrearnos en una plaza.

Las personas bisexuales también saben de invisibilidad. Lo sabe mi amigo B., cuyos colegas se llaman “marica” entre ellos o hacen bromitas sobre el sexo anal sin dase cuenta de que le están ofendiendo. Lo sabe mi amiga C., madre y emparejada con un hombre, que asiste a los comentarios homófobos de su familia sin atreverse a decirles que a ella le gustan las mujeres, que también se ha enamorado de mujeres y se ha acostado con ellas porque, entre otras cosas, no la tomarían en serio.

Las noticias sobre las transfusiones de sangre hablan de “los homosexuales”. A las feministas se nos trata de convencer de que en castellano el masculino se puede utilizar como genérico. Pero claro, luego nos damos cuenta de que no siempre es genérico. Que a veces “los homosexuales” incluye a las lesbianas y a veces no. Esta vez parece que no. Que solo los gays son estigmatizados como población de riesgo. Las lesbianas no contraemos el VIH. O eso creemos, porque no parece que sea prioritario (ni en las campañas de prevención del sida) aclarar si es que podemos estar tranquilas o es que siempre se olvidan de nosotras. En el imaginario colectivo, tampoco follamos, o solo en pelis porno pensadas para inspirar las pajas de los hombres hetero.

Ni siquiera las activistas que defendemos los derechos sexuales y reproductivos tenemos información clara y fiable sobre el riesgo real de contagio de enfermedades de transmisión sexual entre mujeres. Nos hemos encontrado con ginecólogas que nos han metido miedo y nos han dicho que usemos parches de látex para todo, nos hemos encontrado con ginecólogas que nos han llamado neuróticas por pedir pruebas de ITS siendo lesbianas y nos hemos encontrado con ginecólogas que se cortocircuitaban cuando les decíamos que no usamos ningún método anticonceptivo porque nos acostamos con mujeres.

Al menos según las noticias sobre la decisión europea, no se habla de “hombres que tienen sexo con hombres” (lo que incluiría a bisexuales o a gente que se define de otras maneras o de ninguna)  y no se habla de prácticas sexuales concretas (por ejemplo, si el sexo anal implica mayo riesgo, ya sea entre gays o heteros). Al hablar de (varones) “homosexuales”, se delimita que existe un grupo concreto al que se le atribuyen cualidades de riesgo; interpreto que la promiscuidad. No se señalan las prácticas sino a las personas. Si te defines como gay, eres un peligro. Puro estereotipo, puro estigma. Por ser “los diferentes”. Nunca jamás me he encontrado con una política pública que señale a los heterosexuales como población de riesgo de nada. ¿Qué extraño, no? ¿No era que ser hetero o homosexual son simples opciones sexuales, igual de respetables? ¿Hay un colectivo heterosexual, como hay un colectivo LGTB? ¿Funcionan en comunidad? ¿Tienen guetos?

Incluso en círculos feministas resulta muy difícil explicar que la heterosexualidad no es simplemente una opción sexual, sino una norma social que oprime a quienes la incumplimos. Como dice Brigitte Vasallo, “la heterosexualidad es el mundo”:

Es la medida de lo correcto, lo aceptable, lo moral, lo sano. En ningún lugar del planeta se mata a personas por ser heterosexuales ni se aplican terapias de correción a su orientación sexual. No se debate si la crianza en el seno de una familia hetero afecta negativamente a las criaturas. No han sido necesarias luchas y manifestaciones para el matrimonio heterosexual, ni para las pensiones de viudedad heteros, ni para la desgravación en la declaración de la renta de las ganancias comunes. Nadie interpela, insulta, o recrimina a las personas heterosexuales por ir cogidas de la mano por la calle, o por besarse en el transporte público.

Cuando la ginecóloga te pregunta si usas anticonceptivos o es que quieres quedarte embarazada, la respuesta es muy simple si eres hetero. Si no, una triste citología se convierte en todo un acto de activismo y visibilización. Las criaturas de las parejas heteros no tienen que lidiar con el profesorado y con sus compañeros y compañeras de clase que narran incansablemente un tipo de familia que no es la suya. Los padres y madres heteros no tienen que inventar estrategias para que sus hijos e hijas vivan su especificidad con alegría, a pesar de la homolesbotransfobia imperante. Por ser hetero no te echan de los trabajos, ni te dejan de hablar tus amistades, ni te apalizan tus padres. No tienes que salir del armario, porque no hay armario. No te preguntas en la adolescencia qué narices te pasa, porque siendo hetero, no te pasa nada, simplemente. Eres «normal» y tienes todas las narraciones del mundo, todas las películas, todas las novelas, todas las canciones hablando de ti, confirmándote. No hay un símil hetero para los términos «marica», «bollera» o «travelo». No hay insulto asociado a la heterosexualidad.

No existe la «heterofobia» como no existe la «hombrefobia», porque las fobias explican algo más grande que las simples manías personales. Cuando hablamos de homolesbotransfobia nos estamos refiriendo a unas inclinaciones que vienen legitimadas por toda una maquinaria de producción de conocimiento y de discurso respaldada por todas las instituciones: desde la academia y el sistema educativo, que sigue narrando las prácticas e identidades sexuales en términos de normalidad (hetero) y excepción, hasta el sistema legal y judicial, con infinidad de leyes discriminatorias, hasta los productos culturales que estigmatizan la diferencias sexual y de género, pasando por la cotidianidad del lenguaje homolesbotránsfobo que se perpetúa en expresiones de apariencia anodinas y fondo discriminador.

Vaya, que cuando la niña del autobús no sea corregida si dice su novia es Leire, cuando haya protagonistas de Disney que se enamoran de personajes de su mismo sexo, cuando el bullying escolar homolesbotránsfobo sea excepción y no norma, cuando las familias de intentarnos convencer de que lo que nos pasa es una fase, cuando una actriz no tenga que salir del armario porque simplemente va con su novia a la alfombra roja con total normalidad, cuando no nos entren sudores fríos al decir el nombre de nuestra pareja a alguien que acabamos de conocer, cuando no nos dé miedo que nuestro jefe o nuestra casera “se entere”, cuando nos podamos morrear tranquilamente en la calle sin que una señora diga “qué vergüenza” y un señor nos diga que qué sexy, que si queremos un trío… Cuando todas esas cosas dejen de pasar, igual podemos pensar que la homolesbotransfobia es cosa de tres o cuatro intolerantes. Mientras tanto, querida lectora o lector hetero tolerante, la próxima vez que te escandalices por una noticia sobre homofobia, pregúntate qué estáis haciendo en tu día a día para que lo normal sea la diversidad.

El sexo más allá de la genética

DIFERENCIAS DEL DESARROLLO SEXUAL

Estudios biomédicos desmontan el binomio hembra/macho. La especie humana es mucho más amplia.

Se supone que si tienes una combinación de cromosomas XX eres una mujer y si el cariotipo es XY eres un varón estándar. Ahora bien, puede que tu cuerpo haya vivido variaciones del azar durante el desarrollo celular embrionario de tu aparato genital y no entres en el binomio. Precisamos: los aparatos genitales se definen como el conjunto de órganos internos y externos relacionados con la reproducción sexual, la síntesis de hormonas sexuales, las prácticas sexuales y la micción.

Una parte de tu cuerpo puede ser cromosómicamente distinta a tu anatomía sexual y no lo sabes. Tus cromosomas sexuales pueden decir una cosa y tus gónadas (ovarios o testículos) otra. Algunas de estas formas han sido clasificadas desde la biomedicina como Diferencias del De­sarrollo Sexual (DSD).

A lo largo de la historia, la biomedicina ha utilizado estándares (celulares, cromosomales, hormonales, anatómicos) para “verificar” el sexo que han cambiado e incluso se han contradicho.
Para Nuria Gregori, antropóloga e investigadora en el proyecto Visio­nes y Versiones de las Tecnolo­gías Biomédicas, de la Universidad Rey Juan Carlos y el CSIC, cada momento histórico y cada institución han priorizado un paso del proceso de diferenciación sexual frente a otros: “Hoy el elemento al que se le da mayor relevancia para determinar la ‘verdad’ sobre el sexo son las hormonas, en concreto la testosterona. Unos niveles elevados o disminuidos de andrógenos en relación con unos valores consensuados para cada sexo limitarán o permitirán el acceso de mujeres a deportes de competición. Unos niveles elevados de andrógenos durante el periodo fetal harán pensar a los médicos que una persona asignada como mujer pueda sentirse hombre en la edad adulta”.”

Los últimos estándares de atención en DSD plantean la duda en la asignación de sexoante condiciones como el síndrome de insensibilidad a los andrógenos parcial o ante el déficit de 5 alfa reductasa. “Esta duda no se planteaba hace unos años”, explica Gregori. Y es que, más allá del componente biológico de verificación del sexo, “lo que ha preocupado a la medicina es la transgresión, el tránsito y las ambigüedades sexuales, los comportamientos de género fuera de las expectativas de género o la homosexualidad”.

Lola Vaticón, fisióloga y docente en la Facultad de Medicina de la UCM, experta en diformismo sexual en animales, lo explica así: “La medicina está al servicio de la sociedad, que quiere hombres y mujeres normativos. Muchas veces se demonizan las prácticas médicas cuando el problema viene del imaginario colectivo. Todo está relacionado y cambian las tendencias. Ahora los médicos esperan a que un niño exprese su identidad (sexual y de género) para intervenir”, en referencia a las mutilaciones genitales en bebés ambiguos y las terapias hormonales.

Madres y padres de niños con formas intersexuales suelen ocultar la situación y tienen problemas para elegir entre chico o chica. “Al hijo de R.C. le operaron cuando era adolescente porque le crecían pechos, pero no dijeron nada a nadie. Lo llevaron en silencio, aunque todas lo sabíamos. Ahora es un chico normal”, cuenta una vecina de Buitrago del Lozoya que prefiere no dar su nombre. “¿Y qué más da si no hay un problema de salud?”, se pregunta.

Un equipo de investigadores demostró en 2014 que al menos una de cada cien personas tiene alguna forma de DSD. El porcentaje más divulgado de personas intersex es de 1,8 por millar, pero “el secretismo, la atención sanitaria descentralizada, la falta de seguimiento y control de los pacientes por equipos expertos, además de todas las personas con una diferenciación sexual atípica que no han sido diagnosticadas ni han pasado por consulta médica, hacen imposible hablar de estadísticas fiables”, afirma Nuria Gregori.

Un cambio filosófico

Uno de los retos actuales es entender el múltiple e irreductible universo del sexo desde sistemas biológicos no esencialistas. La investigadora Anne Fausto-Sterling lo explicó en 2006 a través de una visión dinámica de estos sistemas. Frente a los clásicos reconocimientos anatómicos y los test hormonales o por genes aislados, ahora se trabaja desde líneas multidisciplinares que superan la obsesión genetista y el modelo sexológico imperante desde los 80.

La periodista Claire Ainsworth lo ha vuelto a repetir en la revista Na­ture: “Si los biólogos siguen demostrando que el sexo es un espectro, la sociedad y los Estados tendrán que lidiar con las consecuencias, y averiguar dónde y cómo dibujar la línea”.

Los últimos estándares de atención en DSD plantean la duda en la asignación de sexoante condiciones como el síndrome de insensibilidad a los andrógenos parcial o ante el déficit de 5 alfa reductasa. “Esta duda no se planteaba hace unos años”, explica Gregori. Y es que, más allá del componente biológico de verificación del sexo, “lo que ha preocupado a la medicina es la transgresión, el tránsito y las ambigüedades sexuales, los comportamientos de género fuera de las expectativas de género o la homosexualidad”.

Lola Vaticón, fisióloga y docente en la Facultad de Medicina de la UCM, experta en diformismo sexual en animales, lo explica así: “La medicina está al servicio de la sociedad, que quiere hombres y mujeres normativos. Muchas veces se demonizan las prácticas médicas cuando el problema viene del imaginario colectivo. Todo está relacionado y cambian las tendencias. Ahora los médicos esperan a que un niño exprese su identidad (sexual y de género) para intervenir”, en referencia a las mutilaciones genitales en bebés ambiguos y las terapias hormonales.

Madres y padres de niños con formas intersexuales suelen ocultar la situación y tienen problemas para elegir entre chico o chica. “Al hijo de R.C. le operaron cuando era adolescente porque le crecían pechos, pero no dijeron nada a nadie. Lo llevaron en silencio, aunque todas lo sabíamos. Ahora es un chico normal”, cuenta una vecina de Buitrago del Lozoya que prefiere no dar su nombre. “¿Y qué más da si no hay un problema de salud?”, se pregunta.

Un equipo de investigadores demostró en 2014 que al menos una de cada cien personas tiene alguna forma de DSD. El porcentaje más divulgado de personas intersex es de 1,8 por millar, pero “el secretismo, la atención sanitaria descentralizada, la falta de seguimiento y control de los pacientes por equipos expertos, además de todas las personas con una diferenciación sexual atípica que no han sido diagnosticadas ni han pasado por consulta médica, hacen imposible hablar de estadísticas fiables”, afirma Nuria Gregori.

Un cambio filosófico

Uno de los retos actuales es entender el múltiple e irreductible universo del sexo desde sistemas biológicos no esencialistas. La investigadora Anne Fausto-Sterling lo explicó en 2006 a través de una visión dinámica de estos sistemas. Frente a los clásicos reconocimientos anatómicos y los test hormonales o por genes aislados, ahora se trabaja desde líneas multidisciplinares que superan la obsesión genetista y el modelo sexológico imperante desde los 80.

La periodista Claire Ainsworth lo ha vuelto a repetir en la revista Na­ture: “Si los biólogos siguen demostrando que el sexo es un espectro, la sociedad y los Estados tendrán que lidiar con las consecuencias, y averiguar dónde y cómo dibujar la línea”.

Las personas ‘trans’ no tienen un problema, es la sociedad la que sufre ‘transfobia’

Lucas Platero presenta su libro ‘Transexualidades’ como “un camino abierto para el diálogo alrededor de cambios que podemos hacer en nuestra sociedad para que todos y todas podamos participar en igualdad de condiciones”.

A su juicio, el tema de la infancia y de la juventud ‘trans’ es un tema urgente, “y es urgente porque la gente lo pasa mal, no porque las personas estén enfermas, sino porque el impacto de la sociedad en la transfobia hace mella en las personas”.

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Ilustración hecha por Isa Vázquez, que aparece en el libro Trans*exualidades de Lucas Platero.

Lucas Platero, de nacimiento Raquel, es sociólogo y especialista en cuestiones de género. Da clases en diversos programas universitarios de su área así como en ciclos formativos de intervención sociocomunitaria. Trabaja con el concepto trans*, escrito así con asterisco, con la idea de “salirse de que esto es un problema individual, que sólo les pasa a unas personas muy raras y ponernos más en el plano de que hay un montón de personas que no quieren y no pueden encajar en las normas de género porque son demasiado estrechas y binarias”. Esta semana ha presentado en Donostia su libro Trans*exualidades, el cual lo plantea como una propuesta a un público plural. Lo que propone es “desmentir la idea de que las personas trans* tienen un problema y visualizar que es la sociedad la que tiene un problema, que es la transfobia”. En ese sentido, plantea la posibilidad de alianza con las diferentes personas que pueden estar en ese lugar subalterno, para que puedan tener “un lugar estratégico de cara a luchar por los derechos”.

En la presentación del libro apuntas que está dirigido a profesionales de diferentes ámbitos de la sociedad. En el caso de la educación ¿crees que hay un vacío?

Clarísimamente. Yo creo que el error no es que no sea tratado, sino que se toca mal. Surge en modo de chiste o en modo de injuria, o a modo de algo de lo que reírse. Por ejemplo, hace poco vino a mi clase la policía local a dar una charla sobre Educación Vial, y apareció este comentario, “a ver si por la noche vas a salir, vas a beber mucho y terminas ligando con una chica muy guapa que cuando vayas a casa en realidad es un hombre”. Cuando la gente piensa que hace falta hacer una educación especial de algo, es porque hay algo que no estamos haciendo bien. En la vida cotidiana enseñamos de todo, matemáticas, ética, relaciones sociales… y eso lo hacemos todo el tiempo sin que haga falta una clase específica. Los estereotipos y las ideas más fijas, a veces también erróneas, de lo que se supone que tiene que ser un hombre y una mujer las enseñamos todo el tiempo. No enseñamos sobre transexualidad, pero enseñamos sobre esa rigidez, esa necesidad de situar a las personas dentro de un ámbito de lo inteligible. Lo que nos parece que es y cómo debe de ser un hombre, y lo que nos parece que es y cómo debe de ser una mujer. Lo que creo es que la escuela tiene una obligación visionaria de cara a proyectar el modelo de sociedad que tiene. Sí que es verdad que la escuela tiene una tendencia a ser conservadora y por eso las personas que formamos parte de ella tenemos que ponernos al día con lo que la escuela tiene que hacer. Cuando la gente dice “es que es nuevo el tema este de las nuevas familias”, no es verdad, la gente trans*, las diferentes formas de familia ya están en la escuela.

También mencionas la importancia de los medios de comunicación en la visualización de las personas trans* ¿qué papel juegan en este sentido?

A la escuela y a los medios de comunicación se nos pide mucho. En el sentido de que tenemos como una obligación moral de hacerlo lo mejor posible. Hay que pensar como representamos o como hablamos de las personas, eliminando los estereotipos. Así cuando se habla de una persona transexual, resulta que lo que más le define es que es trans* y no el hecho de todas las otras cosas que forman parte de su vida. Y yo creo que estas representaciones estereotipadas son muy parecidas con las personas con discapacidad, las personas LGTB, las mujeres… como que esa identidad no te deja ver quien realmente es esa persona. Yo sí que echo de menos personas más comprometidas con un periodismo crítico, más personas comprometidas con una escuela crítica, que no significa que estemos criticando a los demás, sino una manera de ser profesionales autoreflexivos, que te cuestiones, que intentes mejorar, que estés siempre en el diálogo con los otros.

¿Crees que durante los últimos años, la percepción de las personas trans* en la sociedad ha mejorado?

Yo creo que sí. Los movimientos sociales han jugado un papel importante a la hora de llevar al debate público cuestiones que a la gente que le incomoda y que piensan que deberían de estar en el ámbito privado. Para hacer ver que no son problemas de personas particulares, sino que son problemas de la sociedad, en la medida en la que cuestionan normas sociales dominantes. Y el binarismo es un problema, porque la mayor parte de las personas no cabe dentro de esas normas tan estrictas. Es sexismo es un problema. La transfobia es un problema y eso que en este sentido hay una pequeña masa crítica que está consiguiendo cambios importantes. Como son por ejemplo, generar una noción crítica sobre el diagnóstico. Es decir, ahora mismo hay mucha gente que está diciendo “la transexualidad no es una patología, sino que forma parte de la diversidad de los seres humanos”. Y esa idea proviene de los movimientos sociales y personas concretas, que es una idea muy sensata, pero está contagiando a muchas personas, y ha llegado a los profesionales, que son ellos quienes están pensando “es que es verdad”. Además, si la transexualidad no fuera una patología, de pronto el registro civil, la psiquiatría, la endocrinología ya no sería tan importante. En la medida en que no estarían los guardianes, ni quien es la persona que se merece y puede cambiar o modificar su cuerpo, o cambiar legalmente sus papeles, para lo cual también habría que pensar también cómo funciona el poder.

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Portada del libro Trans*exualidades de Lucas Platero.

 

En el ámbito político y legal ¿veis que existe un muro que no deja avanzar?

Yo creo que se han conseguido cosas, lo que no invalida el hecho de decir que no son suficientes. Es decir, que la gente pueda cambiar de nombre y de sexo en los documentos de es muy importante, porque te hace funcionar en la vida cotidiana. Pero ojo, la vigilancia que hay sobre quien puede hacerlo, y el hecho de que la persona que vigila tiene unas ideas tan conservadoras, al final se convierte en un problema. En la vida cotidiana la gente no se relaciona sólo contigo a través de tu DNI, y la transfobia tiene que ver con el castigo a los crímenes, con lo que tú puedes hacer, pero tiene que ver con algo mucho más importante que son los cambios sociales en la vida cotidiana. En ese sentido, el acoso escolar, la inserción laboral, la participación social… no se encuentran solamente es el marco de las leyes. Todavía hay muchas cosas que hay que hacer. El tema de la infancia y de la juventud trans* es un tema urgente. La inserción laboral de las mujeres trans* también. Y digo urgente porque la gente lo pasa mal. La gente tiene sentimientos negativos hacia sí mismos, por lo que la sociedad te dice. No porque las personas trans* estén enfermas, sino porque el impacto de la sociedad en la transfobia hace mella en las personas. Hay gente en casa que no quiere salir a la calle, que tienen dificultades para encontrar un empleo, hay jóvenes que tienen sentimientos de suicidio, entonces nos va la vida en ello, no es una cuestión secundaria o marginal.

¿Qué soluciones planteas en el libro para superar esa transfobia?

Hablo de que probablemente para que no exista la transfobia hay que hacer cambios a nivel social. Yo lo que propongo es una serie de acciones que parten de la idea del desarrollo comunitario. De qué pueden hacer los entornos inmediatos para mejorar la calidad de vida de las personas trans*. Y en ese sentido, hablo de factores de salud y factores de protección para la gente más joven. Es decir, que para alguien joven probablemente va a ser muy importante tener la posibilidad de conectar con otras personas, tener personas adultas que pueden ser tú familia u otras, porque la familia igual está muy estresada pensando si es culpa suya. Hablo de la importancia de conocer a personas trans* adultas que ejerzan de modelo, hablo de que el profesorado y la escuela estén apoyando los derechos y la capacidad de expresarse libremente las personas trans*. En fin, que para ese ámbito y para la gente joven hay cinco cosas que yo he diagnosticado como factores de salud que me parecen importantes. El libro se plantea como un camino abierto para el diálogo alrededor de cambios que podemos hacer en nuestra sociedad para que todos y todas podamos participar en igualdad de condiciones. Por lo menos mejorar la calidad de vida de las personas trans*. La segunda parte del libro son todo actividades que se pueden hacer en grupo a la hora de abordar ideas erróneas, abordar la adquisición de conocimientos, abordar también el desarrollo de habilidades para enfrentarse a la transfobia.

Fondo de armario para una biblioteca feminista

Repasamos la historia del movimiento, de Wollstonecraft a Beatriz Preciado, porque como dijo alguien, “qué diferente hubiera sido la historia de las mujeres si no hubiese sido escrita por hombres”

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Lo que diga Alison Bechdel

El movimiento feminista ha recorrido un largo camino. Desde la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, escrito en 1791 como respuesta a la Declaración de los Derechos de los Hombres y del Ciudadano que excluía a la mitad de la población hasta el nuevo feminismo combativo deCaitlin Moran o Pussy Riot, se ha analizado desde todos los ángulos el comportamiento de las mujeres contra los corsés de lo “correcto”, lo apropiado y lo imposible.

La historia de las mujeres es necesariamente radical, no sólo por su resistencia a la norma y su politización de lo doméstico y de lo íntimo sino porque es una historia alternativa a la historia: como dijo alguien, “qué diferente hubiera sido la historia de las mujeres si no hubiese sido escrita por hombres”. Aquí recogemos algunos de los libros que podemos considerar imprescindibles para comprender la historia y evolución del feminismo, el momento en el que se encuentra ahora y su motivo de lucha actual.

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Olympe de Gouges, el cómic

Los textos fundacionales

Hablando de hegemonía, fue durante la Revolución Francesa que se redactó laDeclaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, un título donde no cabe una arroba. Como respuesta, Olympe de Gouges redactó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791), uno de los primeros documentos históricos que aboga por la emancipación de la mujer y pide la igualdad de derechos y mismo tratamiento legal y jurídico tanto para hombres como para mujeres.

Posiblemente le sirvió de inspiración a la famosa Vindicación de los Derechos de la Mujer(1792) de Mary Wollstonecraft, para quien “el matrimonio no se considerará nunca sagrado hasta que las mujeres, educándose junto con los hombres, no estén preparadas para ser sus compañeras, en lugar de ser únicamente sus amantes”.

Sobre legislación, Reforma o Revolución de la gran Rosa Luxemburgo sigue siendo un libro clave para entender que el feminismo es también una lucha de clases, y tampoco hay que olvidar la contribución de Clara Campoamor y F ederica Montseny al marco legislativo. Las dos escribieron regulación pionera en torno a los derechos de la mujer, incluyendo el derecho al aborto. Y, con cierta inclinación por la ironía, podríamos incluir el Manual de socialismo y capitalismo para mujeres inteligentes de George Bernard Shaw para navegar las aguas políticas actuales que, como todo lo nuevo, tiene al menos una reencarnación anterior. Porque el sistema capitalista aplasta a la mujer y no se puede conseguir una sociedad igualitaria y feminista si dejamos que esta estructura social, económica y política rija nuestras vidas.

Un regalo más ligero para no iniciadas: Olympe de Gouges es una novela gráfica de Catel Muller y Jose-Louis Bocquet.

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Gloria Steinem te lo dice bien clarito

Segunda ola: Lo personal es político

El segundo sexo (1949) se preguntaba por primera vez algo que en su momento parecía exótico pero tocó tecla con las señoras: ¿Qué significa exactamente ser mujer? Simone de Beauvoir reflexiona sobre las construcciones de género: somos mujeres ¿porque nacemos mujeres o por qué nos construyen mujeres? La francesa plantea que la mujer debe reconstruir su identidad propia, lejos de lo que quieren los demás que seamos.

Inspirada por este libro, Betty Friedan escribe La mística de la femineidad en 1963, un análisis sociológico del retrato mediático que hacen las revistas femeninas de la mujer ideal. Friedan descubre que, en la generación posterior a la victoria sufragista, las revistas dejan de celebrar a la mujer independiente con carrera y profesión para centrar la felicidad femenina en la consecución de otros valores: el marido rico, la figura esbelta, la ropa cara, la cocina moderna y dos niños perfectos. Como consecuencia, las mujeres pueden ir a la universidad pero lo hacen para encontrar marido. En este orden de cosas, sólo “las feas” consiguen acabar la carrera, embarcándose en una vida yerma y carente de afecto. Así nace la vampírica “mujer de carrera” que intenta robarle el marido a sus dulces congéneres.

La revolución de la Política sexual

Decían que la televisión acabaría con la cultura pero, como hoy ya sabemos, lo que trajo fue la guerra, dejando que libros radicales llegaran a las masas gracias a tres amazonas de carisma peculiar. En   Política Sexual, Kate Millet argumenta que lo político afecta a lo personal y, por ende, a las relaciones sexuales. El libro ahonda en cómo las estructuras del sistema patriarcal afectan también a las estructuras existentes en cualquier relación, y encuentra sus ejemplos en el cánon literario: D.H. Lawrence, Henry Miller, Norman Mailer y -contra el canon- Jean Genet.

El famoso Intercourse (coito) de Andrea Dworkin declara que, en una sociedad en la que todo está estructurado para que las mujeres estén subordinadas a los hombres, el sexo es sólo otra pieza más para perpetuar esta subordinación. Este argumento, y su lucha particular contra la recién llegada industria pornográfica, fue reducido a una de sus frases más desafortunadas, “Toda penetración es violación”, dejando así en un segundo plano el verdadero debate. Que incluye, por cierto, el derecho al aborto, el acceso a los anticonceptivos y las expectativas de cuidados en torno a la maternidad, la vejez y la enfermedad, debate liderado por la vaca sagrada Gloria Steinem.

Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna cierra el círculo de Betty Friedan. Donde ésta señalaba la reacción mediática contra el movimiento sufragista, Faludi detecta el mismo proceso en los años 90, cuando los medios y el cine manufacturan un sinfin de estereotipos negativos contra “la mujer de carrera” (¿se acuerdan de Glenn Close en Atracción Fatal?). Años más tarde llega su heredera pop con Female Chauvinist Pigs: Women and the Rise of Raunch Culture de Ariel Levy, donde habla del síndrome de abeja reina, esas mujeres que todos conocemos cuya práctica habitual incluye reforzar las estructuras patriarcales para ser la única mujer poderosa en su entorno, poniéndole la zancadilla a todas las demás. En todas las empresas hay una, todo el mundo sabe quién es.

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Hadalay, la bella sin alma (o qué)

Queer y Cyberfeminismo: la anatomía no es identidad

Desde que un psicólogo neozelandés llamado John William Money se inventara la palabra género en 1947, la parte más radical del movimiento ha trabajado para separar la identidad sexual de la anatomía. El movimiento Queer estalla en Francia y en Estados Unidos en los 90, en plena crisis del sida, y rechaza las categorías de control de lo privado como “homosexual”, “gay” y “lesbiana” y la psiquiatrización de las preferencias identitarias, íntimas y sexuales para reclamar la identidad sexual independiente a la ley, la sociedad y la familia.

Entre las más interesantes están la fundadora Judith Butler y la propia Beatriz Preciado, sin duda uno de los cerebros más interesantes del ensayo en español, aunque ninguneada -precisamente- por la elección de sus temas. En Cuerpos Que Importan, Butler coge la Historia de la sexualidad de Foucault y se la lleva al feminismo, con resultados electrizantes. Y en su Manifiesto contra-sexual, Preciado teje un sólido manifiesto contra los prejuicios sexuales, enlazando la producción tecnológica y farmacológica con la imposición de identidades convenientes basadas en lo físico, lo social y lo tecnopolítico. Más ligero pero no menos interesante, hay que leerse los comics de Alison Bechdel, desde su obra maestra Fun Home, hasta la reedición de su famosa tira cómica, Lo indispensable de unas lesbianas de cuidado.

Variante de la misma semilla y entretejido con esta, el movimiento Cyberfeminista explotó en los 90 con dos textos: Un manifiesto cyborg: ciencia, tecnología, y feminismo socialista a finales del siglo XX de la “feminista, más laxamente neomarxista y postmodernista” Donna Haraway y Ceros y Unos de Sadie Plant, un ensayo que sólo podía envejecer mal (como todos los hijos de su época, comoMatrix) pero que reclamó el lugar de las mujeres en el desarrollo científico y desenterró a la santa del movimiento: Ada Lovelace, hija del poeta Lord Byron, madre del lenguaje de programación.

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Caitlin Moran: How to be a woman

Tercera Ola: Tetas y cerebro

Para empezar, un regalo para aquellos que declaran que el feminismo ya no tiene sentido porque las mujeres han conseguido el reconocimiento, la emancipación y el derecho al aborto que tanto ansiaban y sólo les queda ganarse t odo lo demás.Manifesta: Young Women, Feminism and the Future , de Jennifer Baumgardner y Amy Richard explica por qué el feminismo no ha muerto, cómo se entiende en el siglo XXI y cuáles son sus luchas, que son muchas y variadas. En la misma línea, El Futuro del Feminismo de Sylvia Walby desmonta los argumentos por la defunción y/o irrelevancia del movimiento, recordando lo mucho que nos queda para alcanzar algo parecido a una igualdad de oportunidades.

Aclarado esto, vamos con las chicas. Aunque no lo parezcan, son herederas de Beauvoir y plantean nuevos modelos de ser mujer en un mundo falsamente lleno de posibilidades. No soy ese tipo de chica, de Lena Dunham y Cómo ser mujer,de Caitlin Moran no dan lecciones de cómo son o deben ser las mujeres. Se dedican a escribir lo que les atormenta, les apasiona, cuáles son sueños y qué obstáculos han encontrado en su camino para conseguirlos. Y asuntos de importancia severa: cómo nos relacionamos las mujeres con nuestro cuerpo. Y con la comida. Y con los hombres, las amigas y la familia.

Es el fenómeno Tits and wits” (tetas y cerebro): se puede ser mujer, apasionada de la moda, independiente, inteligente y emprendedora y también tener tetas. Funcionan por el mismo motivo por el que funcionó su antepasada francesa; porque refleja las dudas, los miedos y las posibilidades de su generación.

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Muy contra esto

Quita de allá esas estrellas

¿Por qué nos enamoramos de gente que no nos merece? ¿Qué nos hace renunciar a cosas por amor? La socióloga Eva Illouz se ganó el cielo con Por qué duele el amor, donde analiza los atributos de valor que otorgamos a la adoración ajena y que desaparecen con la ruptura, con el consiguiente dolor espantoso . en El consumo de la utopía romántica, se dedica a desmontar los mitos del amor romántico, incluyendo lugares comunes como el beso bajo la lluvia. En el mismo género, la Crítica del pensamiento amoroso, de Mari Luz Esteban, explica cómo nuestra forma de entender el amor afecta a los comportamientos y relaciones que tenemos con todo lo demás, ya sean relaciones de amor, de clase social o de etnia. Esto afecta a la construcción de identidades y, por tanto, de sujetos.

Finalmente, en La construcción socio-cultural del amor romántico, Coral Herrera disecciona las emociones, preguntándose si se tratan de un fenómeno biológico o una construcción social. Herrera hace una reflexión de cómo las emociones están predeterminadas por mitos, relatos y estereotipos que hemos ido interiorizando poco a poco hasta que los hemos asumido cómo algo innato.

Economías radikales

Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria de Silvia Federici (2004) es uno de los textos estrella de los últimos años. Profesora en la Hofstra University de Nueva York, Federici ofrece una revisión historica de Marx y del capitalismo desde una perspectiva feminista. Entre otras cosas, el libro enlaza la famosa caza de brujas con la usurpación de bienes a mujeres por parte de la Iglesia. No es casual que haya más brujas en aquellos lugares donde una mujer puede heredar legalmente bienes familiares- como Euskadi- y por tanto acumular tierras o casas sin necesidad de casarse. De aquí el mito de la bruja que vive sola en una casa en mitad del bosque.

Con idéntico espíritu -y no en vano en la misma editorial- Amaia Orozco propone una  Subversión feminista de la economía, donde se establece el género como “una variable clave que atraviesa el sistema socioeconómico, es decir, no es un elemento adicional, sino que las relaciones de género y desigualdad son un un eje estructural del sistema, el capitalismo es un capitalismo heteropatriarcal.” ¡No olvides leer nuestra entrevista!

Finalmente, un libro radical sobre una economía muy sumergida: en Dónde está mi tribu, Carolina León reflexiona sobre la maternidad y la crianza, con especial y doloroso énfasis en el asunto de la lactancia y la borrosa raya que separa la responsabilidad de una madre de la prisión.

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Atención: las bellas ninfas de Waterhouse no son de fiar

Brujas: Manifiestos literarios

Si hay un precedente -y olvidamos la Antígona de Sófocles porque la escribe un señor- tendrá que ser Cristina de Pizán y La Ciudad de las Damas (1405). En el contexto de la “Querella de las Mujeres”, un debate teológico sobre la supuesta inferioridad del sexo femenino, Pizán imagina una ciudad medieval diseñada y habitada por mujeres, arropada por el renacentismo y amurallada contra el patriarcado bruto, chovinista y apestoso de ahí fuera.

Seis siglos más tarde, en Una habitación propia (1929), Virginia Woolf interviene juiciosamente en lo doméstico para ofrecer “una opinión sobre un punto sin demasiada importancia: que una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas”. Y donde la mujer -aunque no sea escritora- pueda ser ella misma, con sus extrañezas y sin interrupciones.

Más impactante -aún hoy o, quizá, sobre todo hoy, es la relectura que hace Jean Rhys de Jane Eyre. En Ancho mar de los sargazos (1960) Rhys literalmente hackeaa la vaca sagrada de Charlotte Brontë, recreando la biografía de un personaje aparentemente secundario: la primera mujer del señor Rochester, que vive encerrada y oculta en el ático de su siniestra mansión victoriana. Reivindicación postcolonial donde las haya, manifiesto feminista atemporal, es imposible volver a leer a Brontë -o cualquier literatura decimonónica- de la misma manera. Eso sin mencionar lo maravillosamente escrito que está.

Claramente inspiradas en esta corta pero impactante novela, las académicas Sandra Gilbert y Susan Gubar publican La loca del desván: escritoras y la imaginación literaria del siglo XIX en 1979, cuya intención y contenido se explica por sí misma. Como complemento, dos estudios sobre el origen del mito de la “mujer fatal”: Ídolos de perversidad: la imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo, de Bram Dijkstra y Las hijas de Lilith, de Erika Bornay.

En estos dos libros imprescindibles se explica cómo el movimiento de demonización literal de las mujeres corre paralelo al de su proceso de emancipación, desde su papel en la Revolución Francesa hasta su incorporación al mercado laboral. El arte y la literatura decadentista se llena de vampiras, gorgonas, serpientes y sirenas, que se anteponen a la dulce criatura doméstica con sus insaciables apetitos sexuales y sus rituales demoníacos. Para una lectura más moderna de rol de la mujer en el arte, la literatura y la política, recomendamos leer cualquier cosa de la brillante y viperina Camille Paglia, estrella de los 90, hoy injustamente olvidada pero más necesaria que nunca.

CULTURA JAPONESA ‘Atador’ o atado

Publicado en La voz digital

El ‘shibari’ es una técnica japonesa erótica para atar personas que empieza a ganar popularidad en España

Pilar Aldea ata a Ana Gutiérrez, quienes forman el grupo Cuerdas poéticas

Pilar Aldea ata a Ana Gutiérrez, quienes forman el grupo Cuerdas poéticas. / Foto: Toni Chaptom

“Cuando me quedé colgada sentí totalmente la libertad y me dio por cantar. Estaba rabiosamente libre. Fue un acto de voluntad extrema”, así relata la fotógrafa Pilar Aldea su primera experiencia con el‘shibari’. Ella ya había oído hablar de esta técnica erótica de origen nipón que se basa en el arte de atar personas con cuerdas. Su curiosidad y ganas de aprender la llevó a una exhibición que incluía una suspensión mediante esta disciplina. La persona que iba a ser atada se sintió indispuesta en el último momento y Pilar, decepcionada ante la posibilidad de quedarse sin espectáculo, ofreció con valentía su cuerpo para que fuera pendido por las cuerdas.

El ‘shibari’ -literalmente ‘atadura’- se suele relacionar con el ‘bondage’ pero, aunque tengan semejanzas, la técnica japonesa va más allá del erotismo. Es una comunicación artística, sensorial e incluso espiritual que se genera entre tres interlocutores: el atador, el atado y el espectador.

Talleres de iniciación

En Japón, el ‘shibari’ tiene grandes escuelas y grandes maestros, llamados ‘nawashi’, y copa los escenarios de grandes teatros. Pero en España no es una técnica del todo desconocida. Hoy, en Barcelona, se impartirá uno de los muchos talleres de iniciación al ‘shibari’ que existen en nuestro país. En la sala La Piconera, la compañía de danza-teatro Cuerpo Transitorio reunirá a 12 parejasdispuestas a atar y a ser atadas. Además de otros tantos ‘singles’ que intervendrán como espectadores. Alberto No Shibari -el ‘atador’ y uno de los mayores representantes del ‘shibari’ de España- y Kuss -la atada-, mostrarán las bases de un arte que precisa muchísima técnica.

“Empezamos por puro morbo”, contesta Alberto ante la pregunta sobre sus inicios con el ‘shibari’. Cuando su pareja y él comenzaron a experimentar con las cuerdas, hace 10 años, no se exponían tanto como ahora: “Todo se mantenía en un ambiente muy oscuro. Es por eso que queremos ahora sacarlo a la luz, con un planteamiento más abierto, centrado en el contacto y la sensualidad. Últimamente se está generando mucho interés porque la gente empieza a abrirse a todo tipo de experiencias”, explica el ‘atador’ que, a pesar de su gran experiencia, se considera un mero aprendiz. En el taller de hoy pondrá todo el énfasis en la seguridad. La responsabilidad de la persona que ata es muy importante y todas las precauciones son pocas. “El riesgo siempre existe”, avisa Alberto.

Una de las cosas más interesantes del ‘shibari’ es la conexión que se produce entre el que ata y el que es atado, ya sean conocidos o no. “Es como el sexo. Puedes tener relaciones con desconocidos que sean fantásticas, y otras aburridas con tu pareja sentimental. Es más como bailar. Si bailas con alguien que tiene buen ritmo y sensibilidad se disfruta mucho más”, explica Pilar, quien aprendió de Alberto el arte de atar y que forma junto a Ana Gutiérrez -la atada- el grupo Cuerdas Poéticas. Ellas describen su espectáculo como una ‘sensual performance de poesía explícita’. Pilar sorprende en su espectáculo porque habla con el público, recita poemas, se expresa llamando la atención de los presentes mientras rodea, anuda y suspende a Ana. Aunque actualmente no es extraño que una mujer adopte el rol de atadora en el ‘shibari’, es cierto que es un papel donde abundan los hombres. “El mundo del ‘shibari’ no está exento de padecer la enfermedad del machismo, pero como cualquier otra cosa en la vida. Hay mujeres que atan a mujeres y mujeres que atan a hombres”, aclara la fotógrafa madrileña.

‘Shibari’ en España

Precisamente en la capital, un pequeño local sirve como punto de reunión a maestros, seguidores y curiosos del ‘shibari’. El café El dinosaurio todavía estaba allí…, en pleno barrio de Lavapiés, organiza los miércoles de cada dos semanas una muestra de este arte erótico que comienza a tomar popularidad. La próxima cita será el 5 de marzo a partir de las 20.30 horas.

Además del taller que impartirá hoy Alberto No Shibari en Barcelona, la ciudad condal acogerá el domingo un encuentro centrado en esta técnica: ‘Shibari Experience’. Esta reunión, que se lleva a cabo dos domingos de cada mes en el club Rosas 5, está siendo recogida por las fotografías de Tentesion que, además, prepara un libro que mezcla el ‘shibari’ con los tatuajes.

Buenas oportunidades para adentrarse en una actividad llena de belleza y sensualidad que puede asustar en un principio pero que provoca un inevitable magnetismo. Solo queda elegir si atar o ser atado.

Los psiquiatras se suman a la abolición del DSM y el CIE y apoyan el modelo de rehabilitación en salud mental

Artículo publicado en INFOCOP ONLINE

Un amplio grupo de psiquiatras, liderados por el doctor S. Timimi, han enviado una petición formal al Colegio de Psiquiatras de Reino Unido en la que solicitan la abolición de los sistemas de clasificación diagnóstica, CIE y DSM. La petición se ha acompañado de una campaña de recogida de firmas en la plataforma Change.org, que, en el momento de redactar este artículo, contaba con el apoyo de más de 1.000 firmantes en tan sólo dos días tras su lanzamiento. En declaraciones a los medios, S. Timimi ha afirmado que: “El proyecto del DSM no se puede justificar, ni en sus principios teóricos ni en la práctica. Tiene que ser abandonado para que podamos encontrar formas más humanas y eficacesde responder a la angustia mental”.

En el comunicado, titulado “No más etiquetas diagnósticas” (No more psychiatric labels), realizan una revisión exhaustiva de los motivos y de la evidencia científica en la que sustentan esta posición, estableciendo las siguientes conclusiones:

  • Los diagnósticos psiquiátricos no son válidos.
  • El uso de los diagnósticos psiquiátricos aumenta la estigmatización.
  • La utilización de diagnósticos psiquiátricos no ayuda a la decisión sobre el tratamiento a elegir.
  • El pronóstico a largo plazo de los problemas de salud mental ha empeorado.
  • Estos sistemas imponen las creencias occidentales sobre los trastornos mentales en otras culturas.
  • Existen modelos alternativos, basados en la evidencia, para proporcionar una atención eficaz en salud mental.

El escrito, supone una declaración sin tapujos, de lo que estos psiquiatras consideran acerca del quehacer de su trabajo y del futuro de la salud mental.La psiquiatría se encuentra atrapada en un callejón sin salida”, aseguran en la introducción al texto. La recopilación de estudios científicos sobre epidemiología, las investigaciones transculturales y los ensayos clínicos de eficacia del tratamiento “ponen de relieve hasta qué punto los datos son inconsistentes con el modelo médico dominante, basado en diagnósticos, y considerado como el paradigma organizativo de la práctica clínica”. “El uso continuado de los sistemas de clasificación diagnóstica para la realización de la investigación, la formación, la evaluación y el tratamiento de las personas con problemas de salud mental es incompatible con un enfoque basado en la evidencia, capaz de mejorar los resultados”. Por tanto,“ha llegado el momento de facilitar que la teoría y la práctica en salud mental superen este estancamiento, eliminando los sistemas de clasificación diagnóstica CIE y DSM”.

En relación con la etiología de los trastornos mentales, el comunicado señala que “el fracaso de la investigación científica básica para revelar cualquier disfunción biológica específica o cualquier marcador fisiológico  o psicológico que sirva para identificar un determinado diagnóstico psiquiátrico es sobradamente reconocido”. “La única excepción importante a la falta de apoyo sobre la etiología de un diagnóstico es el trastorno por estrés postraumático, que atribuye los síntomas al resultado directo de un trauma”. Además, existe un amplio cuerpo de evidencia que vincula los episodios psiquiátricos, considerados como más graves, como las alucinaciones auditivas y la psicosis, a situaciones de trauma y abuso, incluyendo el abuso sexual, el físico y el racial, la pobreza, el abandono y el estigma”. Por este motivo, “es importante tratar de comprender las experiencias psicóticas dentro del contexto de la historia de vida de la persona. No hacerlo puede resultar perjudicial porque empaña y añade confusión acerca de los orígenes de las experiencias y conductas problemáticas, teniendo la posibilidad de ser entendidas”.

Los autores del texto se muestran preocupados ante la falta de validez de los sistemas de clasificación diagnóstica y manifiestan que  “el hecho de que la investigación científica básica no haya podido establecer ningún marcador biológico específico para ningún diagnóstico psiquiátrico, pone de manifiesto que los sistemas de clasificación actuales no comparten el mismo valor científico para pertenecer a las ciencias biológicas que el resto de la medicina”. Sin embargo, afirma el comunicado, “nuestra incapacidad para encontrar correlatos biológicos no debe ser vista como una debilidad. En lugar de empeñarnos en mantener un línea de investigación científica y clínicamente inútil, debemos entender este fracaso como una oportunidad para revisar el paradigma dominante en salud mental y desarrollar otro que se adapte mejor a la evidencia.

A este respecto, el documento recoge los estudios y meta-análisis que avalan la eficacia de determinadas intervenciones psicológicas, así como las investigaciones sobre el efecto placebo asociado a los psicofármacos, afirmando que el modelo biologicista en enfermedad mental está obsoleto. El desequilibrio bioquímico en el que se basa el tratamiento farmacológico en salud mental, “no se ha podido demostrar”, según señala.

Asimismo, detallan los graves perjuicios que puede suponer para las personas ser tratadas bajo la perspectiva biológica (la estigmatización, la falta de búsqueda de las verdaderas causas del problema, la confianza ciega en la medicación…), así como los riesgos y la falta de eficacia del tratamiento farmacológico, citando las investigaciones, incluso realizadas por la Organización Mundial de la Salud, que evidencian, al comparar transculturalmente poblaciones de personas con trastorno mental que no habían recibido ningún tratamiento farmacológico con personas con trastorno mental que sí lo habían recibido, que  “los pacientes con trastorno mental, fuera de EE.UU. y Europa, presentan unas tasas de recaída significativamente más bajas y son significativamente más propensos a alcanzar una plena recuperación y menor grado de deterioro a largo plazo, aunque la mayoría haya tenido un acceso limitado o nulo a medicación antipsicótica”.

“En resumen, parece que actualmente contamos con una evidencia sustancial que muestra que el diagnóstico en salud mental, como cualquier otro enfoque basado en la enfermedad, puede estar contribuyendo a empeorar el pronósticode las personas diagnosticadas, más que a mejorarlo”, señala el documento. “Por lo tanto, la única conclusión basada en la evidencia que se puede extraer es que los sistemas psiquiátricos diagnósticos formales, como el DSM y el CIE, deberían abolirse.

Como alternativa, el grupo de psiquiatras que ha elaborado el documento, propone la implantación de nuevos paradigmas, basados en la evidencia, “que pueden ser desarrollados e implementados fácilmente”, e instan a la colaboración y el debate conjunto con otros profesionales de la psicología, sociología, filosofía, medicina, etc. Concluyen su comunicado, enumerando los siguientes “buenos puntos de partida”, tanto en la búsqueda de factores causales como en la realización de la práctica clínica:

  • Etiología: las investigaciones sobre la estrecha asociación entre situaciones traumáticas, sobre todo, en la infancia y adolescencia, y trastornos mentales como la psicosis, dan cuenta de que los factores contextuales deben integrarse en la investigación.
  • Práctica Clínica: Si bien los resultados sobre la eficacia del tratamiento farmacológico no ha mejorado en 40 años de investigación, existen otras alternativas, “en áreas tan diversas como los servicios de psicoterapia, los servicios comunitarios en salud mental, abuso de sustancias e intervención con parejas”, que han incorporado el peso que juega la alianza terapéutica o el apoyo social en la eficacia de la intervención, mejorando la eficacia de las resultados. Determinados movimientos basados en un enfoque de “recuperación” o “rehabilitación”, en vez de en un modelo de enfermedad y de clasificación diagnóstica, así como los programas que defienden un modelo integrado de atención a la salud mental y física, “son buenos ejemplos de cómo la evidencia puede incorporarse para facilitar un cambio de la cultura institucional”.

En definitiva, el texto supone un reconocimiento formal de las aportaciones y de la eficacia de las intervenciones psicológicas, así como del paradigma biopsicosocial y del enfoque basado en la rehabilitación, que defiende esta rama de la ciencia. Lo insólito del documento, es que es un hito que esta afirmación esté siendo avalada por un grupo de psiquiatras, comprometidos con su profesión y preocupados por mejorar la atención que se presta en salud mental.