Artículo publicado en Orbita Diversa
Me presento. 1) Soy un hombre cis-sexual, persona que se ha identificado – por lo menos hasta hoy – “en masculino”. 2) Para definir mi orientación utilizo varias expresiones en diferentes contextos, cada una emocionalmente diversa: gay, homosexual, maricón, mariquita, me gustan los chicos. 3) Además, he tenidoexperiencias sexuales exclusivamente con otros hombres (¡o al menos yo los percibí como tales!): por lo tanto, algunos dirían que soy una “estrella dorada”, en Bolonia me llamarían “pura”.
Dicen que los gays somos sexualmente “libres”. Yo miro hacia atrás y recuerdo mi vida sexual y me doy cuenta de las muchas veces que no fui capaz de reconocer mis deseos más profundos, todo aquello que tenía ganas de hacer, o en algunos casos, no hacer, y de cuantas otras veces, aun identificando mis deseos, no supe o quise expresarlos a quién estaba conmigo.
Con el paso del tiempo, he investigado dentro de mí. ¿Por qué no fui asertivo? ¿Por qué no me atreví quizás a desilusionar al otro a costa de no poder disfrutar yo mismo de un sexo pleno, consciente y placentero?
La razón es que me sentía obligado por ciertas expectativas sociales. En encuentros fugaces en los pasillos de un cuarto oscuro, entre las sábanas con un novio, en todos aquellos momentos que tendrían que vivirse como una máxima expresión de libertad, estas expectativas me guiaron y construyeron mi rol en la comedia que actuamos durante el sexo.
Interiorizamos estas expectativas – masculinas, machistas, heteronormativas – de una manera tan inconsciente que creemos ser libres. Dentro de estas expectativas, podemos reconocer tres mitos, tres normas no escritas en la comunidad de los hombres gays.
1. ERECCIÓN
El primer mito nos obliga a tener una erección en cada encuentro sexual. El pene tiene que estar erecto. Siempre. Nuestra performance de masculinidad, nuestro poder viril nos vincula a desenvainar sin tregua la espada del machismo, en caso contrario significaría que no estamos sintiendo placer, que defraudamos las expectativas del otro, que perdemos en la batalla sin fin para la “victoria fálica”.
¡Cuantas veces, quizás un poco cansado o borracho, me habría gustado saborear el cuerpo de otro chico sin tener que agobiarme para medir centímetros de carne y masa corporal, sino sencillamente dejando a la piel su propia libertad!
Y además me pregunto si este tabú flojo no tiene la misma virulencia para un hombre que está recibiendo una penetración.
2. EYACULACIÓN
El segundo mito es la eyaculación como única expresión física del triunfo masculino. “Sin orgasmo no hay relación sexual”, proclamaban unos amigos gays.
Así, me encontré que vivir este ritual liquido era un requerimiento necesario en cualquier noche de sexo, un momento inevitable para la confirmación de mi autoestima, la demostración de que había tenido éxito. En resumen, la consagración fértil de mi arcaica fuerza. Muchas veces lo busqué obsesivamente como meta, sin vivir el placer de cada instante en el camino con otros cuerpos.
En la oscuridad, muchos de nosotros retrasamos este momento de vanidad para “reservarnos”, pudiendo así saltar de cuerpo en cuerpo para prolongar la performance indefinidamente. Quizás porqué después de la eyaculación podríamos volver a sentir vergüenza o impotencia.
3. PENETRACIÓN
Por último, está el mito más difícil de erradicar: la penetración.
Escuché a muchos gays definir la penetración anal como la única forma de “sexo completo”, incapaces de aceptar su deseo de jugar con otras prácticas y siendoesclavos de una heteronormatividad, que nos define como mitad incompletas y compenetrables.
Las prácticas se han vuelto roles, identidades, A (activos) o P (pasivos). Los homosexuales nos hemos refugiado en una dicotomia sin colores cuando habríamos podido experimentar la libertad de los cuerpos y la infinita variedad de placeres.
Recuerdo todas las veces que tomé el rol receptivo, considerado “pasivo” y “femenino”, a causa de mi joven edad, o de mi delgadez o porqué tenía el pelo largo.
Debido a mis inseguridades, para no desilusionar a mis compañeros sexuales o por puro narcisismo, no supe decir que no. No pude o quise expresar que me gustaría más lamer axilas, morder piernas o chupar orejas que ser penetrado. Escondí mi placer y perdí la oportunidad de gozar llenamente y de regalar placer a los demás.
Juntando estos tres mitos, noto que esta obsesión por un orgasmo penetrativo – hecho por un lleno masculino y un vacío femenino – no es más que una herencia heterosexista, una imitación hipócrita del sexo reproductivo.
Gracias a este camino personal, poco a poco, me he liberado de estas tres reglas para poder vivir plenamente mi erotismo y mi sexualidad. Pude reconquistar mis placeres, acercarme a mis deseos y disfrutar de todas las prácticas posibles, incluso del sexo anal practicado con gusto y consciencia.
Retomé la oportunidad de vivir sexualmente cada aquí y ahora y gozar por completo de todo mi cuerpo.
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