Lesbianas en el ginecólogo: heteros hasta que se demuestre lo contrario

Foto de archivo de una consulta ginecológica. EFE

-¿Pero ella también se ha echado la crema?

-Sí, estuvimos juntas después de varias semanas. Pero por lo que me dijo tu compañera, al estar en tratamiento ese es un periodo de seguridad, ¿cierto?

-¡Mujer, pero verse y hablar no pasa nada!

-No estábamos hablando. Ella es mi pareja sexual.

Podría haber tenido lugar en una consulta cualquiera, pero es lo que le pasó a Mai Insua hace algo más de un año en urgencias. Su relato no es solo una anécdota, es la experiencia más o menos generalizada entre las mujeres que tienen sexo con mujeres en sus citas con el ginecólogo. Un momento íntimo al que, en su caso, se suman los prejuicios, los comentarios incómodos o las situaciones violentas entre las que una destaca por encima de todas: la presunción de heterosexualidad. Es decir, concebir a priori que esa es la orientación de una persona hasta que se demuestre lo contrario.

“Es algo que ocurre de manera permanente y se entrevé en las cuestiones que te plantean. Cuando te preguntan ‘¿mantienes relaciones sexuales?’ o ‘¿son con penetración?’, lo que en realidad te están preguntando es si tienes un coito heterosexual, pero sin decírtelo”.

Insua, que es psicóloga y terapeuta sexual en Galicia, abunda en esta idea: “Es una pregunta trampa porque solo se refieren a ese tipo de penetración, con pene, y conciben el sexo como sinónimo de coito asumiendo que no hay más diversidad en las relaciones sexuales. Socialmente sigue concibiéndose la idea de que si no hay penetración no hay sexo. Eso nos invisibiliza, sesga mucho las posibilidades de atención y hace que no nos sintamos esperadas. Y si no soy esperada es probable que no sepas tratarme adecuadamente”, prosigue.

El escenario ya no es el mismo que hace una década, sobre todo entre ginecólogos más jóvenes, –coinciden las mujeres entrevistadas para este reportaje– porque l a sensibilización social es mayor y  las  reivindicaciones LGTBI han ocupado la agenda, pero este tipo de situaciones siguen siendo comunes. Isabel Serrano, ginecóloga e integrante de la Federación de Planificación Familiar Estatal, cree que “salvo excepciones, no hay un componente ideológico de rechazo, si no más bien falta de formación y de tiempo”. 

La continua salida del armario

Cuando Sara López le respondió al ginecólogo que no utilizaba métodos anticonceptivos, él le espetó sorprendido: ‘¿Cómo que no? ¿Entonces no mantienes relaciones sexuales?’. La ginecóloga de Rosa (nombre ficticio), otra de las mujeres consultadas, se llevó las manos a la cabeza cuando le dijo que no empleaba estos métodos y le reprochó que si estaba loca, que si no era consciente de los riesgos que corría, que podía estar embarazada. La joven acababa de volver de una estancia en California, donde fue por primera vez al ginecólogo. Allí le hicieron rellenar un papel en el que le solicitaban el género de sus parejas sexuales. De esta manera, la médica ya contaba con esa información.

“Nunca pensé que la situación pudiera ser tan diferente en una consulta en España. Aquella vez le reproché que estaba asumiendo que era heterosexual, pero en otra ocasión, en la que otra doctora presupuso que no mantenía relaciones sexuales porque le había dicho que no usaba anticonceptivos y que no tenía pareja estable, sentí que no tenía fuerzas para salir del armario con ella. Después me enfadé conmigo misma por no haber sido honesta, pero es agotador tener que estar continuamente haciendo un esfuerzo por visibilizar quién eres”, dice Rosa, que se define como bisexual.

Se refiere a la continua salida del armario que pesa sobre las personas LGTBI, lo que en ocasiones se suma a la vergüenza, al no querer ser irrespetuosas y a la falta de reacción. “Muchas veces te quedas cortada o no sabes qué decir porque te hace sentir muy incómoda”, explica Elena Gallego, lesbiana que vive en Madrid.

Gloria Fortún, de 39 años, recuerda una de estas situaciones en su última visita al ginecólogo: “Al decir que era lesbiana utilizó conmigo el espéculo –instrumento médico empleado para dilatar la vagina– más pequeño que tenían, el que se usa con las adolescentes que van por primera vez. Yo no sabía si reír o llorar”.

Lo que en el fondo subyace a este tipo de anécdotas es la idea de que “el sexo entre mujeres no es sexo de verdad”. “Revelan un profundo desconocimiento sobre cómo pueden ser este tipo de relaciones, como si no pudiera haber penetración más allá del pene ni otro tipo de prácticas sexuales. A mí han preguntado, tras decir que mis parejas son mujeres, ‘entonces puedo explorarte ¿no?'”, explica Insua.

A Elena le han llegado a reprochar ‘entonces ¿qué haces aquí?’ tras revelar en una consulta que mantiene relaciones sexuales con mujeres. Con ello, además, el especialista asume a priori que estas mujeres nunca han mantenido relaciones sexuales con hombres. “Hay que hacer las preguntas adecuadas que nos induzcan con delicadeza a saber y nunca hay que dar por hecho nada”, dice Serrano.

El vacío de las ETS entre mujeres

La invisibilización de la identidad se une al desconocimiento sobre las enfermedades de transmisión sexual (ETS) que pueden transmitirse. “Tengo amigas a las que les han mandado para casa al saber que no tienen relaciones heterosexuales y asumir que no tienen nada que explorar. No es difícil pensar que quedan enfermedades sin diagnosticar”, dice Insua. Mar, otra de las mujeres consultadas, preguntó directamente a la ginecóloga qué posibilidades tenía de contraer una ETS al mantener sexo con chicas. Le dijo que ninguno, que estuviera tranquila.

Para esta joven lesbiana, las consultas médicas “ocultan una gran diversidad de formas de vivir la sexualidad, pero también de vivir el riesgo. Mi ginecóloga no supo responderme porque estaba desinformada y tenía una serie de concepciones a priori que le han hecho no interesarse por su cuenta”. Algo que, prosigue, “tiene que ver con que la concepción del sexo es muy falocéntrica y en cuanto falta eso, las relaciones se consideran algo infantil o muy afectivo pero poco sexual”.

Todas las mujeres consultadas para este reportaje coinciden en afirmar que nunca han sido informadas sobre la incidencia de determinadas ETS en mujeres que practican sexo con mujeres y tampoco les han hablado de métodos para evitarlo. De hecho, lo más habitual es no utilizar ninguno. 

La Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex (ILGA)  realizó en 2007 uno de los pocos estudios que existen sobre esta realidad.Aunque antiguo, reveló que las lesbianas acuden menos al ginecólogo y que en las consultas hay “obstáculos para la comunicación” por “la dificultad” de revelar su identidad y la presunción de heterosexualidad de los médicos: “Esta invisibilidad en la salud puede tener consecuencias importantes para el bienestar psicofísico”. 

La literatura científica sobre ETS entre mujeres es prácticamente inexistente y, de hecho, nunca son objeto de las campañas de prevención del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad.  Su página web cuelga todas las que ha puesto en marcha desde 2005, pero ninguna ha tenido por público objetivo a las mujeres lesbianas o bisexuales. Sí lo han sido, por el contrario, los gays o los heterosexuales.

Iria, médica de familia en la sanidad pública, relaciona este vacío   con una falta de formación en las carreras de medicina y con “una concepción heteropatriarcal” de la misma, que todavía está vigente. “Los ginecólogos muchas veces no hacen las preguntas adecuadas para hallar las patologías que tenemos porque con las mujeres lesbianas o bien se da por hecho que no las va a tener o no se le concede toda la importancia que debería”, sentencia.

La experta insiste en el tema de las ETS “por las implicaciones que pueden tener” y añade: “Un detalle que jamás he visto preguntar es por el uso de juguetes eróticos, si se usan, cómo y, sobre todo, si se protegen”.

La ‘ruina’ de Jimena y Shaza

Su historia de amor imposible conmovió a España enteraLas dos jóvenes que huyeron de Dubái por las amenazas del padre musulmán de una de ellas se convirtieron en iconos del movimiento LGTB. En todo un símbolo de la lucha contra la represión islámica que llegó incluso hasta las páginas de The New York Times. Las televisiones retransmitieron su odisea por las ásperas cárceles turcas, donde llegaron a ser acusadas de terrorismo y a vivir un auténtico calvario. Insultos, vejaciones, amenazas… El Gobierno español puso toda la carne en el asador para sacarlas del atolladero otomano y permitir que su romántico idilio continuase en nuestro país. Finalmente Jimena (28 años) y Shaza (21) llegaron sanas y salvas a Torrox (Málaga) el pasado 30 de abril como si fuesen estrellas de rock. Pronto comenzó su tour mediático. No había prácticamente espacio televisivo que no pisasen. Eran reclamadas. Se sentían queridas. Incluso Juan Carlos Ferrero, el dueño del exclusivo club de playa de Marbella Funky Buddha Beach, contrató a Jimena tras verla pidiendo empleo en un plató. Pero no todo tiene tintes de cuento feliz. La realidad es que ahora la pareja vive una situación complicada porque no tiene “ni un duro”, relataba Jimena el pasado jueves a Crónica.

“Estoy buscando trabajo, seguro que me sale algo. Vivimos en la casa de mis padres que son los que nos mantienen”, comentaba la malagueña, de familia humilde, y que ahora pasa sus días al sol en la tranquila localidad de Torrox. Shaza tampoco puede colaborar en la economía de la pareja pues aún no tiene papeles para trabajar. Su petición de asilo a España todavía está en curso y ha tenido dos entrevistas en Madrid en una oficina del Ministerio del Interior para acelerar su situación. El funcionario le pidió que probase que efectivamente su padre le había amenazado por su condición sexual (le llegó a recomendar ir al psicólogo y su madre le amenazó con suicidarse). “Le pidió pruebas como whatsapps con las amenazas del padre o la imagen de la caja fuerte donde guardó el pasaporte de ambas para que no saliesen de Dubái. Soy optimista y creo que el Gobierno va a atender su petición de asilo en un proceso que se puede demorar seis meses”, señala su abogado, Borja Fernández, del prestigioso despacho Fuster Fabra, que ha renunciado a sus honorarios para defenderlas.

Jimena y Shaza sólo han cobrado por ahora 5.000 euros brutos por salir en una publicación, dinero que la malagueña destinó en su mayor parte a amueblar una casa en Marbella. El propietario del club que la contrató como coctelera les había facilitado gratuitamente un dúplex de su propiedad en una de las zonas más exclusivas del municipio, a diez minutos en coche del establecimiento. Estuvieron allí varias semanas, pero al no tener Jimena modo de transporte para ir a trabajar se buscaron un alojamiento más cercano al negocio.

Muebles para la casa

Jimena le pidió al dueño de su nuevo piso que le “acondicionase” mejor el inmueble. Se negó, según ella, porque era árabe y no quería que viviesen allí al tratarse de lesbianas. “Él no quería que estuviesen allí, no estaba cómodo, y no les facilitó las cosas”, cuenta una persona cercana al arrendador. Buscaron otros sitios, pero los precios estaban por las nubes. Además, los bolos televisivos de la pareja en Madrid hacían imposible que Jimena pudiese trabajar full time en el club de playa. Desde Funky Buddha Beach aseguran que estaban encantados de contar con Jimena pero que sus continuos viajes a Madrid hacían imposible que pudiese trabajar allí dado que necesitan dedicación plena. Ellas sólo tienen palabras de agradecimiento a Juan Carlos Ferrero, al que consideran su “padre adoptivo”. Las chicas volvieron a Torrox y Jimena buscó empleo, pero al haber comenzado la temporada fue imposible. “Me está costando la vida encontrar trabajo porque todos los locales ya tienen a su gente“, decía el jueves.

Jimena se encuentra buscando “curro” en discotecas de Madrid para mudarse en septiembre junto a Shaza. Ambas jóvenes se han unido más que nunca en la adversidad y mantienen su amor intacto. El padre de la chica egipcia ha dejado de amenazar a su hija y no ha podido venir a nuestro país en su busca ya que no ha conseguido visado. Ahora tiene otro fuego en casa: otra de sus hijas está amenazando con fugarse a España con su hermana Shaza, que huyó de Dubái harta de tener que esconder su homosexualidad en un emirato que castiga con penas de prisión esa condición.

El único balón de oxígeno que tienen las jóvenes es un proyecto de telefilme que esperan que fructifique. Las veinteañeras han cedido a una productora los derechos de una historia de amor que comenzó en Tinder. Y de rebote. En 2016, la empresa donde estaba Jimena en Londres la envió a un elitista restaurante de Dubái a servir los cócteles con los que había maravillado al público londinense. Una vez regresó a la capital inglesa, abrió la app y las primeras mujeres que le salieron eran de Dubái. Comenzaron a chatear durante varias semanas y en junio de 2016 Jimena puso rumbo al emirato. Se enamoraron a primera vista. Y comenzaron a vivir su affaire a escondidas. Teniendo relaciones en la casa de los padres de Shaza mientras éstos hablaban para casarla con el hijo de un hombre rico. Las separaba una pared.

Jimena tuvo que volver a Inglaterra y Shaza se inventó un viaje a Londres con su universidad. Allí decidió que no quería regresar a Dubái y le mandó un whatsapp a su madre reconociéndole su homosexualidad. El padre le pidió que volviese a Dubái pero era una trampa. Jimena decidió acompañarle y allí el padre las quiso retener guardándoles los pasaportes en una caja fuerte. Ahí empieza la gran huida que las llevó a Georgia, con el padre de Shaza presentándose en el aeropuerto de Tiflis para impedir que su hija se fuese a Londres. Rompió el pasaporte de Shaza, pero pudieron escaparse. Viajaron en bus hasta Estambul donde fueron encarceladas acusadas de terrorismo hasta que el Ejecutivo español consiguió la liberación de Jimena. Ésta le dijo al cónsul que no se iba sin Shaza y consiguió que el Gobierno arreglase la salida de una chica egipcia. Llegaron exultantes a España, pero ahora rezan para que Jimena pueda encontrar un empleo pronto. El viernes, a punto de cerrar esta edición, Jimena aseguraba que una persona le acababa de ofrecer un trabajo en su tierra como niñera. A doce euros la hora. Pero su objetivo es Madrid.

Dos futbolistas de la selección mexicana femenina “huyen” a Islandia para poder vivir su amor

Bianca Sierra (d) y Stephany Mayor (i). INSTAGRAM

“En el fútbol no hay homosexuales. […] No se puede ser gay si se es futbolista”, comentó en 2008 el polémico ex director de la Juventus Luciano Moggi. No obstante, casi 10 años después, el universo deportivo se ha abierto cada vez más hacia la comunidad LGBTI. Sin embargo, aún existen situaciones en que la homosexualidad provoca discriminación, bullying e incluso marginación dentro de los equipos profesionales. Ése fue precisamente el caso de las jugadoras de la selección mexicana Bianca Sierra y Stephany Mayor, quienes -después de ser increpadas por su director técnico- se vieron “obligadas” a viajar más de 7.000 kilómetros para instalarse en Islandia. Un país que les ha ofrecido la oportunidad de trabajar juntas, además de vivir su amor de un modo libre y sin prejuicios.

Unidas por una pasión, Bianca Sierra y Stephanie Mayor nacieron en 1992… aunque en distintas partes del mundo. Hija de mexicanos en Estados Unidos, Sierra se desempeñó, desde temprana edad, como la crack de su equipo en Mountain View, California. Así, en 2010, llamó la atención de un reclutador mexicano, quien la llevó hasta el equipo sub 20 del “tri”. De esa forma, Bianca conoció a Mayor, quien hasta entonces había jugado sólo en ligas amateur, pero que -gracias a una convocatoria abierta- había sido seleccionada para jugar en el mundial juvenil de Alemania. En un principio, ambas declararon haber sido solamente amigas. Pese a ello, algo nació entre las dos.

“Hay muchos tabúes en México para hablar de la sexualidad. Hay cosas que no se hablan, es algo yo creo cultural. Para mí fue fácil abrirme con Bianca porque ella desde el principio tenía sus ideas claras de lo que quería, eso me ayudó mucho”, explicó Stephany este junio al New York Times, al que también relató cómo comenzó a fluir su amor en un torneo en Asia. En 2013, ambas fueron convocadas a jugar un campeonato en China, donde lograron pasar más tiempo juntas y aprovecharon para conocerse de verdad. Allí nació el romance. Aunque el principio no fue fácil. Sobre todo porque Sierra mantenía un contrato con un equipo de Washington, mientras Mayor continuaba en el DF.

A pesar de ello, el fútbol volvió a reunirlas en un torneo en Chipre en 2015, donde todas sus compañeras se mostraron alegres y abiertas con respecto a su relación.Pero, al contrario, su director técnico, las hizo sentir menospreciadas. Según Mayor, Leonardo Cuéllar -líder de la selección y ex volante de México- les aclaró en una práctica “a mí no me importa si son novias o no, pero no las quiero ver ahí agarradas de la mano o haciendo desfiguros”. Es decir: si querían mantener la paz con el cuerpo técnico, debían esconderse. Sin embargo, hicieron exactamente lo contrario. Algunos meses después, Bianca decidió gritarle al mundo su amor por Stephany e hizo pública su relación a través de Twitter. Lástima que muchos de sus seguidores hayan optado tomar una postura similar a la de Cuéllar.

Con mensajes como “no quiero que un par de machorras me representen” o “en mi barrio ya las hubiéramos quemado”, Sierra y Mayor notaron que su amor resultaba (para algunos) incompatible con su profesión. Por lo que decidieron buscar un lugar donde su condición sexual no fuese un impedimento para continuar con su carrera. De esa manera, aterrizaron en el Thor/KA, un equipo de la primera división islandesa, en el que su relación no es vista como una “vulgaridad”. Ese es justamente el espíritu con el que Bianca y Stephany han vuelto (temporalmente) a México para cumplir con su deber como seleccionadas. Es más, ambas se han lucido en un partido contra Suecia este sábado, en el que volvieron a demostrar que hoy -más que nunca- es necesario que el deporte se abra a la diversidad.

La diócesis de Getafe ya ha ejecutado el desahucio de una pareja de lesbianas con tres hijos

Aroa, Laura y sus tres hijos, en la casa de la que han sido desahuciadas. Foto: Marta Jara

El pasado viernes se ejecutó el desahucio de Aroa y Laura, una pareja de lesbianas que conviven con los hijos de la primera, y con edades de 10, 8 y 5 años. Esta familia llevaba varios meses obligada por sentencia judicial a abandonar la casa en la que entraron a vivir como ocupas en el municipio madrileño de Móstoles.

El piso pertenece a la Diócesis de Getafe, esta institución se encarga de la jurisdicción eclesiástica en la zona sur de la Comunidad de Madrid. Según apuntó un portavoz de esta institución a eldiario.es, el inmueble en el que residían estas jóvenes está destinado a sacerdotes que trabajan por la zona o que están de visita, y no a la asistencia social. Y remitía a Cáritas y al Ayuntamiento la responsabilidad de buscar una alternativa habitacional a esta familia.

“Estuvimos intentando paralizarlo de todas las formas posibles, pero no lo conseguimos. No se pudo hacer nada. Los de la diócesis no nos plantearon nada, todo lo que querían era que nos fuéramos a la calle, les daba igual, decían que ya llevábamos un año en una vivienda que no era nuestra y que ya estaba bien”, asegura Aroa. Asimismo se queja de que este inmueble continúe vacío.

Sus hijos no estuvieron presentes en la ejecución del lanzamiento, se quedaron en casa de su abuelo y ellas desde el viernes están viviendo de “casa en casa”. “El Ayuntamiento de Móstoles se ha comprometido a darnos una alternativa, nos han dicho que la obtendremos en la semana del 3 al 7. Estamos hoy a 3, así que esperamos conseguirla a partir de ahora”, indica.

Desde la diócesis de Getafe aseguran que van a colaborar en esa asistencia aunque no especifican en qué consiste la alternativa habitacional. “Les hemos ofrecido asistir a un curso de formación para buscar trabajo como asistenta de hogar o profesionales de hostelería”, apunta un portavoz de la institución religiosa.

La primera sentencia que les obligaba a abandonar este inmueble se dictó en septiembre, desde entonces esta familia ha intentando prolongar la ejecución de la decisión a la espera de conseguir una alternativa. La magistrada condenó a la pareja por un delito leve de usurpación de inmuebles y al pago de una sanción de 270 euros.

La pareja aseguró que la primera vez que les visitaron los representantes de la diócesis les propusieron una alternativa. “Nos dijeron que nos iban a dar un alquiler social en una casa que tenían en Móstoles, añadieron que a ese piso le faltaban un par de arreglillos pero que se pondrían en contacto con nosotras. Sin embargo, una vez que se enteraron de que éramos pareja, fueron a saco. Ya ni había opción a alquiler social, ni a nada”, explicó Aroa a esta redacción.

Por su parte un portavoz de la diócesis, Francisco Armenteros, negó esta acusación: “Es falso, nosotros no sabíamos que eran lesbianas. Cuando acudieron los portavoces del obispado solo estaba una de las mujeres, así que era imposible saberlo”. Esta no es la primera polémica que salpica a esta institución, su obispo ha llegado a ser  denunciado por el  Observatorio contra la LGTBfobia  por un posible delito de odio ante la Fiscalía al cargar contra la Ley de Transexualidad madrileña y asegurar que “retuerce la naturaleza humana”.

Sin embargo, una de las denunciadas no comparte esta opinión y cree que sí ha influido que sean una pareja de lesbianas. “He vivido en carne y hueso como la Iglesias no me ha ayudado nada, tanto que dicen que ayudan al prójimo. Ellos cumplen la Biblia al revés”, reseña.

Segundo desalojo

Laura y Aroa llegaron a este piso tras abandonar otra vivienda que también habían ocupado y en la que consiguieron paralizar su lanzamiento en noviembre del 2014. “Tras impedir el desahucio estuve negociando un alquiler social con Bankia, el propietario del piso, pero no lo hemos conseguido todavía. Al final, nos marchamos voluntariamente porque las condiciones de la casa eran muy malas. Terminamos dejando a los niños con unos amigos y durmiendo nosotras en la calle”, apuntó a esta redacción.

Según su relato, entraron en el piso actual gracias a que “unos chavales les dejaron las llaves”, sin tener constancia de que perteneciese a la Iglesia. “Tenemos agua caliente, luz y cuatro habitaciones. Cuando llegamos no notamos que antes estuviese alguien viviendo aquí, estaba lleno de polvo y abandonado. En el contador de la luz había una pegatina que señalaba que no había suministro desde el 2013”, señaló. “No es verdad”, respondieron desde la diócesis ante esas afirmaciones y aseguraron que previamente había residido en él párrocos.

Bolleras a popa

Maca y Esther, personajes de ‘Hospital Central’, en una escena de la serie.

Dejé de ver con mi madre Hospital Central cuando supe que era lesbiana. Pensé que me notaría algo raro cuando salieran Maca y Esther, los personajes lésbicos de la serie más longeva de la televisión en el Estado español. Entonces yo aún lloraba por ser bollo. Interpretadas por Patricia Vico y Fátima Baeza, probablemente sean la pareja más popular de la ficción española. No fueron las primeras lesbianas representadas en una serie de televisión, pero sus papeles marcaron un antes y un después. El argumento, sencillo: doctora lesbiana, de clase alta, rechazada por su familia seduce a una enfermera de barrio, de tradición heterosexual, que se deja llevar por el amor. Una serie de esas que se piensan para que se vean en familia contando una historia de amor entre dos mujeres. ¿Cómo fue posible?

Precisamente por eso: la historia cumplía con todos los requisitos para ser aplaudida. El trinomio amor monógamo-matrimonio-maternidad es la llave para la aceptación social de gais, lesbianas y trans. En los cuartos oscuros, claro, creerán que no hay amor. La serie de Telecinco fue la primera en retratar una boda entre parejas del mismo sexo. El capítulo ‘O calle para siempre’, en el que Maca y Esther se casan, fue emitido en diciembre de 2005, cinco meses después de la aprobación en el Parlamento español del matrimonio igualitario. Ninguna serie se atrevió antes a imaginar un enlace así. Curioso que, hasta en la ficción, tuviéramos que esperar tanto para lograrlo.

El boom fue tal que los personajes de Maca y Esther empezaron a moverse entre la ficción y la realidad. Esto, claro, se debe al propio éxito de la serie pero, sobre todo, a la falta de referentes lésbicos de carne y hueso. Mientras Elena Anaya dedicaba el Goya a “su amor”, las actrices, Patricia Vico y Fátima Baeza eran galardonadas con diferentes premios por su trabajo a favor de la visibilidad de las lesbianas. Patricia Vico, la actriz que interpretaba a Maca, llevó a cabo en 2006 una campaña en contra de la homofobia y la lesbofobia junto a Jesús Vázquez, promovida por Amnistía Internacional. Las críticas del movimiento LGTB se escucharon tímidamente entonces, pero cabe suponer que para dos actrices heterosexuales resulta más cómodo abanderar la visibilidad lésbica que para muchas lesbianas.

El espejismo de la igualdad, del que tanto se ha escrito desde el movimiento feminista para denunciar la idea falsa de que hombres y mujeres gozamos ya de los mismos derechos, puede aplicarse sin mayor dificultad a la realidad del colectivo LGTBI. No seré yo quien defienda lo que siempre he entendido como una falta de valentía, pero, todavía hoy, ser lesbiana es un acto de resistencia al poder hegemónico. La normatividad es heterosexual y no todas estamos dispuestas a vivir de guerrilla en guerrilla.

El elemento definitorio de las lesbianas en las series de televisión que más me llama la atención, al menos en las series que analicé para mi tesina ‘ De la invisibilidad a la irreverencia: Lesbianas en televisión‘, es la falta de conciencia sobre el lesbianismo que tienen los personajes. El hecho de ser bollera, más allá del trauma que supone para casi todas ellas en el proceso de salida del armario, no implica nada más. La lesbofobia apenas cabe en la ficción, no se representa como estructura y ninguna de las bolleras que aparecen en la tele parecen necesitar de activismo LGTBI ni de amigas lesbianas con las que despotricar de lo difícil que sigue siendo ser bollera.

En Hospital Central sí que representaron en un capítulo cómo Maca y Esther tuvieron algún problema para encontrar piso, pero la lesbofobia a la que se enfrentaron entonces se subsanó con mucho amor entre ellas. Y ahí está otra clave: el amor. Es el elemento que más define las representaciones de personajes LGTBI en televisión y es el mismo razonamiento que se utiliza desde las instituciones y el movimiento más conservador para trabajar por la igualdad.

El Ayuntamiento de Madrid ha empapelado la ciudad con un eslogan que tengo que reconocer que, en un primer momento, me emocionó: “Ames a quien ames, Madrid te ama”. Pero, después de detenerme a pensarlo un poco más, me asaltaron las alarmas porque no es cierto. La ciudadanía, gracias a todo el trabajo del movimiento, ha aprendido ya que el amor no entiende de géneros, pero no hemos logrado aún que se celebre la diversidad en las distintas formas de habitar el mundo. Las bolleras, si se visten de blanco para casarse y tienen bebés, si los domingos van a ver a la familia y trabajan de lunes a viernes, pueden formar parte de la sociedad sin recibir demasiadas críticas; con los maricas pasa igual y también con las compañeras trans, que ganan aceptación social según aumenta su binarismo. La ambigüedad no está bien vista en un mundo que apuesta por los blancos y los negros.

La visibilidad sigue siendo un punto clave en la agenda lésbica, pero lo cierto es que ya no estamos sometidas al mismo ostracismo. Si desde el lesbofeminismo se sigue reivindicando la necesidad de encontrar referentes lésbicos ya no es tanto por la falta de estos sino por lo planos que son todos. Es un puntazo que Sandra Barneda se haya animado a hacer visible su forma de amar, pero necesitamos de referentes más diversos.

Las lesbianas que aparecen en los medios de comunicación haciendo visible su condición bollo no pueden referenciarme si en sus declaraciones quitan importancia a la cuestión, si tienen una posición económica a la que ni aspiro y, sobre todo, si su imagen no se corresponde a la que encuentro yo a mi alrededor. Aquí también nos encontramos ante una cuestión muy representativa de cómo son las bolleras de la tele y es que ninguna tiene pluma. Ninguna. Miro en mi entorno y las bolleras que veo, lo parecemos. Es una cuestión de estereotipos, pero es que estos han funcionado siempre también como estrategia de reconocimiento entre iguales, como forma de conocernos y, sobre todo, de poder encontrarnos.

No me encuentro en Maca y Esther, no tienen nada que ver conmigo, pero su historia fue imprescindible también para la mía. Por primera vez veía un beso entre dos mujeres en televisión, comentaba con la que era mi novia entonces aquella historia de amor y drama, nos emocionamos con su enamoramiento y lloramos con su ruptura. Ojalá entonces me hubiese atrevido a tumbarme en el sofá con mi ama para verlo juntas. Ella, ahora, disfruta con ese entusiasmo de mis amores, de mi propia historia. El camino no ha sido fácil, pero nosotras ya no necesitamos ficción para entendernos. Maca y Esther tienen algo que ver en ello.

Doña Ana: madre y abuela de los mellizos de su hijo

Doña Ana embarazada (izqd) y con los mellizos, su hijo Luis Henrique y su yerno Gustavo Salles. CRÓNICA

Empecemos por el principio. Esta es la historia de una pareja homosexual que soñaba con tener un hijo. También es la historia de una madre dispuesta a todo por su primogénito. Los tres juntos han creado uno de esos relatos que rompe esquemas y que, polémicas aparte, acaba con final feliz: “Todo lo hemos hecho por amor“, repite el trío.

Doña Ana tiene 58 años y con esa edad tuvo su tercer parto. Pero la gran diferencia respecto a los anteriores es que esta vez engendraba en su útero dos embriones con el óvulo de una donante anónima y los espermatozoides de su hijo, Luis Henrique Aranha (33 años), y de su yerno, Gustavo Salles (26). El 5 de octubre de 2016 a las 23.22 de la noche Ana María Aranha se convertía en madre y abuela al mismo tiempo de los mellizos Joao Lucas y Pedro Henrique.

Pero para llegar al desenlace, esta enfermera jubilada tuvo que superar una carrera de obstáculos, tanto físicos como emocionales. El primero fue hacer que su útero después de dos décadas de menopausia volviera a funcionar. Un tratamiento hormonal le permitió cumplir con la primera etapa: “Me sentía más joven que nunca, más sana”, cuenta a Crónica mientras sostiene en brazos a Pedro Henrique, que acaba de pasar su primera gripe.

Doña Ana es tímida, pero tiene una sonrisa amplia de buena persona que a veces exagera con una carcajada, como cuando recuerda que en los primeros días de embarazo no soportaba comer frijoles. “Fue rarísimo porque me encantan, pero no podía sentir su olor, me daban ganas de vomitar”, nos dice.

Su hijo Luis Henrique sigue el estilo materno: habla poco y sonríe mucho. Dice que está “feliz de ser padre”, que “por suerte el embarazo fue muy tranquilo” y mira de reojo a su marido esperando que sea él quien continúe la conversación. Gustavo Salles es el yerno de doña Ana, aunque a estas alturas podría decirse que funciona como su alter egoVivió cada tramo del embarazo como si fuera suyo, sin despegarse de la suegra; fue por él que se inició esta travesía, cuando la tristeza le llevó a una depresión de la que no encontraba salida: su deseo de tener hijos crecía y los intentos de adopción frustrados se acumulaban.

Barriga solidaria

Fue en agosto de 2015, una tarde después del almuerzo en la casa de su suegra en Capivari (un pueblo del interior de São Paulo), cuando doña Ana le dijo a su yerno: “Si pudiera hacer algo para ayudaros a tener un bebé lo haría“. A Gustavo se le encendió una lucecita, ya había pensado en ello pero no se atrevía a nombrarlo. Volvió a casa y le dijo a Luis Henrique que su madre podría ser una “barriga solidaria”.

Desde 2013 el Consejo Federal de Medicina (CFM) de Brasil reguló la norma de “embarazo por sustitución”, una ley que permite que una pareja que no tiene posibilidades de tener hijos pueda pedir ayuda a un familiar de hasta cuarto grado (madre, hermanas, tías o primas) con el fin de que ceda su útero para gestar al bebé, con la condición de que no haya ninguna compensación económica.

Según la vicepresidenta del Instituto Brasileño del Derecho a la Familia, María Berenice Dias, la aprobación de la ley ha beneficiado especialmente a las parejas homosexuales, que cada vez utilizan más esta opción. No hay cifras oficiales que lo confirmen, pero desde la clínica de reproducción asistida Fertilis de Sorocaba aseguran que en el último año ha habido “un aumento notable de parejas” -muchas de ellas, heterosexuales, aclaran- que ya llegan a la primera consulta junto al familiar que les prestará el útero.

Gustavo se especializó en el tema y se hizo con argumentos para convencer al marido. Vio “todos los documentales” sobre casos parecidos y leyó “todas las noticias del extranjero” sobre mujeres que pasados los 50 tenían un bebé: “Luis Henrique tenía más miedo que nosotros, le preocupaba que algo no saliera bien, que su madre tuviera algún problema“.

La insistencia de la madre y el marido surtió efecto y el trío se hizo inseparable. La primera cita fue en una clínica de reproducción de Campinas donde, tras una serie de pruebas, les confirmaron que con un tratamiento hormonal doña Ana podría gestar el bebé. Después de cinco meses de hormonas y de una “segunda juventud” para la mamá-suegra, les tocó el turno a los chicos. La pareja eligió los óvulos de una anónima y donaron su semen.

“El 23 de febrero fue cuando le colocaron el óvulo con los dos espermatozoides y nos dijeron que esperáramos 14 días para ver si funcionaba”, recuerda Gustavo, que además de ser el hablador de la familia también es el de la memoria, atento a cada detalle. Fue él quien ayudó a su suegra. Los tres bajaron a la farmacia para comprar un test: “Mi madre hacía pis y Gustavo puso el medidor en el tarrito, se embarazaron juntos”, dice Luis Henrique, que esperaba el resultado en el pasillo.

El tratamiento fue un éxito porque los dos espermatozoides engendrados sobrevivieron y funcionó al primer intento. El embarazo fue igual de bueno: “El mejor que he tenido, me sentía más tranquila, segura, muy cuidada por mi familia”. Doña Ana se instaló en la casa de la pareja y desde entonces no se ha ido. “Ya no salgo de aquí”, dice en una segunda carcajada.

No todo fueron risas. Esta mujer, además de pasar por una revolución hormonal, también tuvo que enfrentarse a las críticas de la iglesia evangélica a la que pertenecía y que acabó por abandonar: “Seguí mi corazón, hice lo que me correspondía”, dice tajante, y añade: “Fueron los únicos que hablaron mal de nosotros, los amigos y la familia siempre nos apoyaron”.

El peor momento llegó horas después del parto: “Durante el primer mes de vida de los mellizos sentía que eran mis hijos, no podía verlos como nietos“. Doña Ana los amamantó apenas una semana porque tenía poca leche, y después de ver que su hijo y su yerno ignoraban cada consejo que daba sobre los pequeños, acabó por aceptar que era una abuela: “Me costó bastante pero ahora lo tengo claro: yo los malcrío y ellos educan“, tercera y última carcajada.

Decreto ley sobre la fantasía sexual

La diputada madrileña Clara Serra habló de “fantasías sexuales” y activó en parte de la sociedad un mecanismo represor de ficciones

Clara Serra hace el simbolo feminista en la II Asamblea ciudadana de Podemos. CORDON PRESS | LA TUERKA

Un signo de los tiempos: pasan tantas cosas al mismo tiempo que tienen que ponerse a la cola para ser noticia. La actualidad puede ser algo que pasó hace unos meses o unos años, bien porque todo no cabe o bien porque publicarlo en el momento no hace daño a nadie. Pero no se desecha nada, se almacena. A veces esperando a que el contexto lo convierta en noticia. Por ejemplo: unas declaraciones pasan inadvertidas y con el tiempo se convierten en “explosivas”, tanto que durante un año nadie reparó en ellas.

En septiembre de 2016, la diputada Clara Serra dijo en el programa La Tuerka que “la humillación es algo que las mujeres pueden desear. Y cuando digo humillación quiero decir que existe la fantasía de violación, la fantasía del sexo con violencia”. Serra amplió estas consideraciones: dijo que quizás el patriarcado estuviese detrás de esos deseos y que, en cualquier caso, las mujeres harían mal no satisfaciéndolos y culpabilizándose por ello. Aquí cabe explicar -nos pasamos la vida explicando chorradas, la propia Serra tuvo que hacerlo en aquel programa a preguntas de Monedero- que satisfacer la fantasía de la violación significa hacer el amor de forma consentida imaginando que te violan.

Bien, esto se ha publicado ahora en varios medios y levantado cierta polémica. Resulta que, a raíz de las declaraciones de Serra, ha aparecido gente diciendo que no, que ellos deciden lo que hay que imaginar cuando haces el amor: dan instrucciones para ponerte cachonda. Con el argumento habitual: “Porque a mí eso no me pasa”. Han descubierto con escándalo que se pueden tener fantasías sexuales que van más allá de un loco misionero con tu pareja o la perversión de una familia numerosa en un parque. Han descubierto otras fantasías, en muchos casos irreproducibles, que contemplan lo que dice Serra, del mismo modo que hay hombres que podemos tener la fantasía de ser violados por otros hombres, y por mujeres, o ser humillados por ambos. Y esas fantasías se pueden satisfacer, sí: no pasa nada. Forman parte de un pacto entre una pareja o lo que se junte en ese momento.

Lo que no sabía es que eso necesita de la aprobación de los demás, casi siempre de los mismos y por las mismas razones: desproteger su moral para vigilar la ajena. Que se exigía una regularización del mundo de los deseos para saber lo que puede excitar y lo que no, y ha de homologarse lo que pasa en un cuarto por razones de orden público. Cuando lo que ocurre es que si un hombre cree que una mujer quiere ser violada por el hecho de tener fantasías que le atañen a ella, no hay que sospechar de la mujer como machista, sino del hombre como violador.

Diario visual de Vera y Victoria, dos chicas enamoradas

Dos jóvenes, una de ellas transexual, abrieron su vida íntima tres años a la fotógrafa Mar Sáez para componer un poema de amor con imágenes en un libro y una exposición

Vídeo e imágenes de ‘Vera y Victoria’ MAR SÁEZ

“El día en que Vera besó por primera vez a Victoria le confesó que era transexual. Fue en un parque. No cambió nada. Durante los cuatro años que pasaron juntas se amaron como nunca antes amaron a nadie”. En esos años, a los que alude la presentación del libro Vera y Victoria, la fotógrafa Mar Sáez convivió con ellas elaborando un diario visual sobre el universo íntimo de estas dos jóvenes ilicitanas veinteañeras. El resultado es un poema en imágenes sobre la relación de dos personas enamoradas, sin más adjetivos ni condicionamientos.

“Qué más da que una sea transexual o vegana, por ejemplo, y la otra no, si lo que realmente importa es el amor entre ellas, lo que acaba convirtiéndose en el mensaje del libro, un mensaje con el que todo el mundo puede empatizar. Porque todas las demás cosas no dejan ser o acaban siendo ingredientes tangenciales”, explica la fotógrafa y psicóloga, antigua corresponsal de prensa en Mauritania, horas antes de inaugurar este martes su exposición con una selección de las fotos de la pareja y de presentar el libro que destila la vida de ellas en la librería Railowsky, dentro del festival Photon de Valencia.

“Yo tuve la gran fortuna de que me abrieron las puertas de su intimidad y gracias a su generosidad pude convivir tres años con ellas, en su casa, en la mía, por ahí… El cuarto año lo dediqué a la búsqueda de editorial para publicar el libro”, agrega Mar Sáez.

Imagen de ‘Vera y Victoria’. MAR SÁEZ

Y logró que se lo publicara hace unos meses un prestigioso sello francés, especializado en fotografía, André Frère Éditions. La joven artista murciana, de 34 años, acudió a la última edición del festival fotográfico de Arlés, celebrada el pasado verano, y allí su proyecto entró llamó la atención de la editorial y de Jesús Micó, responsable de La Kursala, quien se sumó al apoyo de la obra. El libro se ha publicado con un texto sobre el amor de la escritora Lara Moreno, autora de novelas como Por si se va la luz y Piel de lobo,y traducido en diferentes ediciones al francés, español e inglés.

El libro y la exposición han despertado interés en Francia, señala Mar Sáez, que ha viajado a ciudades como París o Marsella para presentarlos. Después de recalar en Valencia, donde las imágenes se exhibirán hasta el 1 de junio, continuarán su periplo por España, en un proyecto artístico que aúna la belleza de las fotografías de la joven pareja con la reivindicación desprejuiciada del amor y de las relaciones.

El germen de la iniciativa se remonta a unas prácticas universitarias de Mar Sáez. “Estudié Psicología y Comunicación Audiovisual en Valencia y también estudié con una beca Séneca en la madrileña Juan Carlos I, y siempre tenía presente el tema de la identidad. Hice las prácticas finales de Psicología en un gabinete de sexología: terapia de parejas, transexuales, procesos de hormonación... Allí, compaginando Psicología y Fotografía, descubrí la realidad y conocí a gente joven trans, algunos activistas como Vera”, relata la fotógrafa.

Imagen de ‘Vera y Victoria’. MAR SÁEZ

Vera se sentía mujer desde la infancia, pero no fue hasta los 18 años que lo anunció a su familia. A partir de entonces dejó de llamarse Bernardo para abrazar su nombre actual.

El proyecto inicial pretendía centrarse en la vida de una joven transexual. “Le pareció muy bien, porque lo veía como una herramienta de sensibilización. Por desgracia, Vera aún sufre situaciones incómodas por el hecho de ser trans. Me preguntó si podía acudir con su pareja y Victoria empezó a venir. También se lo contó a un amigo trans, Gabriel, que le encantó el proyecto, y pensé hacer un retrato de los jóvenes que quieren dar el paso, y además lo quieren contar, y empiezan los trámites para hormonarse…”, relata la fotógrafa, que ejerció de periodista en prensa escrita durante seis años. Trabajó en el diario La Razóncomo redactora, si bien se ha ido especializando cada vez más en fotografía, asistiendo a cursos con profesionales como Alberto García Álix o José Manuel Navia. Ahora se dedica por completo a la fotografía y está metida de lleno en su nuevo proyecto A los que viajan, que presenta este viernes en el Festival Imaginària de Castellón, con imágenes obtenidas en viajes colaborativos con desconocidos, en plataformas como Bla Bla Car.

Pero antes de emprender este nuevo viraje, Mar Sáez perfiló su trabajo anterior, Vera y Gabriel, con los transexuales, que buscaba retratar el tránsito de mujer a hombre y de hombre a mujer, hasta definir sus contornos definitivamente. Se independizó el proyecto de Gabriel (que en este momento se encuentra finalizando) y se abrió paso el que retrataba el amor entre Vera y Victoria.

Ambas han acompañado a la fotógrafa en algunas de sus presentaciones, si bien este martes no tenían previsto asistir al acto en Valencia. “Me apoyan. He ganado dos amigas, aunque ellas no sigan juntas”, comenta Mar Sáez.

Uno de cada tres homosexuales españoles dice haber maltratado a su pareja del mismo sexo

La primera gran encuesta sobre violencia intragénero denuncia “una realidad escondida”. El colectivo LGTBI reclama las mismas medidas de protección que las víctimas de violencia de género.

El buzón de Ana María y Pilar en el 8 del Pasaje de San Bernat del barrio del Raval. David López Frias

El pasado 14 de abril se cumplieron ocho años del primer asesinato en el seno de un matrimonio homosexual en España: Manuel de 34 años murió en Adra (Almería) después de que su marido le asestase al menos una puñalada a la altura del cuello. Ante el trágico aniversario, este Viernes Santo el colectivo LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales) COLEGAS pidió -de nuevo- visibilizar la violencia intragénero, “un gran tabú dentro de nuestra sociedad”. Y tan sólo 48 horas después, otro caso. Pilar (57 años), asesinada a cuchilladas a manos de su novia Ana María (52 años) en el Raval de Barcelona. Un negro episodio que tan sólo muestra la punta del iceberg de “una realidad escondida”: la violencia entre parejas del mismo sexo.

Una lacra que afecta a una de cada tres parejas de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales en España, según el mayor estudio sobre violencia intragénero elaborado hasta la fecha y a cuyos resultados ha tenido acceso EL ESPAÑOL. Del informe realizado por la asociación COGAM, que tiene como muestra 900 personas LGTBI -de las cuales el 95% son residentes en España-, se desprende que el 30% de homosexuales reconoce haber ejercido violencia contra su pareja del mismo sexo. Los hombres que admiten haber tenido relaciones de pareja en las que ha habido este tipo de violencia son el 26,56%, mientras que las mujeres son el 33,85%. Según un estudio de la Unión Europea, el 22% de las mujeres españolas mayores de de 15 años han sido víctimas de violencia física o sexual durante su relación heterosexual.

Es una realidad que no se está visibilizando. Hay muy pocas denuncias porque la comunidad LGTBI tiene miedo a denunciar: no hay protección. No hay un 016 al que llamar”, explica a este diario Isabel González, psicóloga forense y autora del estudio que será presentado completo en las próximas semanas. Un trabajo que se ha nutrido a su vez de informes anteriores y tesis anteriores como la de  Antonio Ortega, que evaluó a 1.475 hombres gays españoles.

En cuanto al perfil de los encuestados, el 50% de ellos tiene una edad comprendida entre los 20 y 30 años y uno de cada dos dispone de estudios superiores (grado o posgrado). Además, el 82% de los 900 encuestados reconoce haber vivido situaciones homófobas. En cuanto al tiempo que permanecen en la relación sentimental en la que se ha ejercido la violencia -en la mayoría de casos predomina la psicológica frente a la física-, el 80% asegura que oscila entre uno y tres años, tal y como se desprende de las cifras consultadas.

El estudio pionero en nuestro país también explica que un 84% ha intentado romper la relación una vez se ha ejercido la violencia. “Hay una mayor concienciación entre el colectivo LGTBI, aguantan menos que las mujeres que son víctimas de la violencia de género”, analiza la autora del estudio de COGAM. Sin embargo, los datos también arrojan un dato “preocupante”: el 16% de las víctimas de violencia intragénero decide continuar la relación. “Los motivos que alegan para haber continuado en esta relación son en su mayoría dependencia, miedo a las consecuencias y amor y los síntomas que han tenido han sido ansiedad o angustia, ganas de llorar sin motivo y tristeza pensando que no valían nada”, asegura.

¿MODIFICAR LA LEY O UNA NUEVA?

Ante esta “realidad escondida” asociaciones de gays y lesbianas han vuelto a alzar la voz para pedir que se equipare la violencia intragénero con la de género. En la actualidad, la ley de Violencia de Género de 2004 se refiere a la violencia -física o psicológica- que sufre la mujer en el seno de la pareja por parte del varón, mientras que la ley de Violencia Doméstica de 2003versa sobre la que sufre el varón por parte de su cónyuge, excónyuge, padres o hijos o la mujer por parte de sus padres o hijos.

Así, ¿los colectivos LGTB son partidarios de modificar la ley integral de José Luis Rodríguez Zapatero para incluir este tipo de violencia o prefieren una nueva legislación? Desde COGAM prefieren hablar de una nueva legislación impulsada de manera urgente que abarque la violencia en parejas homosexuales. En la misma línea, desde COLEGAS exigen que la violencia intragénero entre parejas de gays y lesbianas no siga considerándose como doméstica y “de segunda categoría” por más tiempo. “Exigimos las mismas medidas y recursos que actualmente son ofrecidos a las mujeres víctimas de la violencia de género”, afirma el presidente de esta asociación LGTBI, Paco Ramírez. “Ni más ni menos. No queremos estar más tiempo discriminados y desprotegidos”, añade.

Colectivos LGTBI piden una ley para proteger a víctimas de violencia intragénero

El Observatorio Español contra la LGBTfobia y el colectivo Colega-Madrid han pedido hoy una ley con medidas de protección y recursos similares a los que se destinan a las víctimas de violencia de género

Miembros del observatorio LGTBfobia en una manifestación a favor de la comunidad LGTB/EFE

El Observatorio Español contra la LGBTfobia y el colectivo Colega-Madrid han pedido hoy una ley con medidas de protección y recursos similares a los que se destinan a las víctimas de violencia de género para que la violencia entre parejas de gays y lesbianas deje de ser “invisible” y “de segunda categoría”.

En un comunicado, ambos colectivos se han pronunciado así después del homicidio ocurrido ayer en Barcelona, donde una mujer de 53 años asesinó presuntamente a su pareja sentimental, otra mujer, de 57 años, tras una discusión en el barrio del Raval.

Según señalan en un comunicado, el desenlace “era esperable” por los vecinos, que asistían con impotencia a la violencia de una mujer sobre la otra, incluso denuncian haber visto en la fallecida “secuelas de violencia física a menudo”.

Sin embargo, indica Colega, la Policía no pudo intervenir en ninguna ocasión por falta de denuncia.

“La violencia doméstica o intragénero en parejas homosexuales es una realidad invisible y un gran tabú que sufren en silencio muchos gays y lesbianas en nuestro país, y que generalmente no se denuncia y no se contabiliza”, subraya el colectivo, que explica que estudios realizados en EEUU, Canadá o Australia establecen que las tasas de violencia en hogares gay-lésbicos son comparables o incluso superiores a los hogares heterosexuales.

Colega indica que el último estudio realizado por Richard Carroll, de la Universidad Northwestern de Chicago -publicado en septiembre de 2014-, indica que entre un 25 y un 75% de las parejas homosexuales son víctimas de violencia doméstica.
Por ello, señalan que no puede seguir considerándose “una violencia doméstica invisible y de segunda categoría por más tiempo” y exigen las mismas medidas y recursos que actualmente son ofrecidos a las mujeres víctimas de violencia de género, según destaca el presidente de Colega-Madrid, Paco Ramírez.

En esta línea, consideran que es necesario una ley que incluya mismas medidas de protección y la recopilación de estadísticas de las intervenciones policiales de violencia entre parejas LGBTi

Ambos colectivos han pedido, también, que se declare el 14 de abril como Día Nacional contra la Violencia Intragénero, en el marco de la campaña iniciada para hacer visible la violencia doméstica en parejas homosexuales.