Desfile improvisado del orgullo gay en Dacca, en abril de 2015, durante la celebración del Año Nuevo bengalí. – SHAMS SUHAIB / ROOPBAAN
DACCA.- Cada vez que pisan el acelerador reivindicativo surgen amenazas. En forma de mensajes de móvil, llamadas o ataques a través de las redes sociales. La cautela es imprescindible en un lugar donde los integristas solucionan a veces las diferencias de ideas a machetazos, en un país de 160 millones de habitantes y mayoría musulmana en el que la religión dominante determina que las relaciones entre personas del mismo sexoson pecado y donde la ley las tipifica como delito. Pero lo peor no es el temor a convertirse en el próximo objetivo.
La comunidad homosexual en Bangladesh no se guía por el miedo. En los últimos años se ha atrevido a dar pasos importantes. Lo más doloroso es que hay gente que se odia a sí misma por ser lo que es. Y eso es lo que una joven generación de activistas está dispuesta a cambiar. No son muchos, ni demasiado visibles, pero mediante un trabajo constante y sigiloso se están abriendo camino.
Organizaciones como Bandhu han trabajado desde hace dos décadas por ofrecer cobertura sanitaria a las minorías sexuales en Bangladesh poniendo el foco en asuntos como la atención a pacientes de VIH/sida. Ahora, hay voces en el colectivo que quieren ir más allá y empiezan a reivindicar el aspecto identitario.
Eclosión de plataformas
En 2014, nació Roopbaan, la primera revista del colectivo de Lesbianas, Gais, Bisexuales y Transexuales (LGBT) de Bangladesh. A finales del año pasado se lanzó una campaña de concienciación en todo el país utilizando como punta de lanza Dhee, el primer cómic con un personaje lesbiano. Y tanto en 2014 como en 2015 se organizaron improvisados desfiles del orgullo en el marco de la celebración del Pohela Boishakh, el Año Nuevo bengalí, una iniciativa que será replicada este año a mediados de abril si nada lo impide.
“En los últimos cinco años se ha producido una mayor visibilidad en nuestro movimiento. La comunidad LGBT tiene mayor valentía. Quiere dejar de esconderse. Han surgido pequeñas plataformas, grupos en redes sociales… La eclosión de internet y de los smartphones ha permitido que más gente tenga acceso a información y pueda conocer lo que sucede en otros lugares”, explica Rajeeb, responsable de Boys of Bangladesh (BoB), uno de los principales foros homosexuales del país y motor tras algunas de las propuestas recientes.
Si uno entra un día cualquiera en Bangladesh en la red social de Grindr, la más popular entre los gais en Occidente, seguramente se encontrará con cerca de un centenar de personas conectadas. Otros portales como Planet Romeo y foros privados en Facebook son también muy exitosos. Y los integrantes de Roopbaan se reúnen mensualmente para maquinar actividades como libros con poemas de autores gais o bailes benéficos de drag queens.
Dobles vidas y pseudónimos
Sin embargo, mientras el arcoíris brilla con fuerza en los submundos bangladesíes, en la superficie todavía arrecia tormenta. Los homosexuales siguen refugiándose en pseudónimos, como el de Rajeeb, en el anonimato y en dobles vidas. La aceptación es algo que se limita a entornos reducidos, de confianza. “Todo el mundo tiene segundas identidades digitales”, razona Jehangir, activista de Roopbaan, que se utilizan básicamente para facilitar el encuentro con adeptos y amigos homosexuales.
No queda alternativa. La sección 377 del código penal, un anacronismo que data de la época colonial británica y que Bangladesh no ha modificado desde entonces, establece que “cualquiera que tenga relaciones contra natura” puede ser condenado hasta a cadena perpetua. El peso de la ley rara vez cae sobre el colectivo y los casos contra homosexuales no suelen prosperar en los tribunales, pero este marco vigente deja margen a la extorsión que, según los activistas, ejercen a menudo desde miembros de fuerzas del orden a líderes de comunidades y otros grupos.
Muchas cosas son posibles en Bangladesh siempre que se circunscriban a una esfera privada y se alejen del qué dirán. El Gobierno, valora Jehangir, les tolera porque no hacen excesivo ruido o porque guardan una comedida pausa después de generar debate en blogs y medios de comunicación liberales tras alguna de sus iniciativas.
Poca persecución judicial, mucha discriminación
“La discriminación que sufre la comunidad no está muy documentada. Debido al estigma, la gente afectada se limita a pagar sobornos cuando ocurre. La clase desempeña un papel importante. Si eres de un grupo de clase baja es más fácil ser discriminado. La gente de esos segmentos vive generalmente mezclada en una gran familia y no tiene sus propios espacios”, asegura Rajeeb.
De ahí la necesidad de tener una doble vida. Es el caso de Mumtaz, un joven de 27 años, que no ha tenido el valor de explicarles su condición sexual a sus amigos y padres. “No quiero crear problemas, perder amistades”, admite, al tiempo que afirma poder ventilar sus asuntos en compañía de otros homosexuales. Eso es relativamente sencillo en zonas urbanas como Dacca, donde existen círculos empáticos. En cuanto uno se aleja de la zona metropolitana todo se vuelve más complicado. Mumtaz recuerda la historia de un amigo suyo de una zona rural cercana a la capital, al que conoció por Facebook.
“Solía tener relaciones esporádicas con compañeros, pero se casó por presión de la familia y, meses después, me llamó atormentado para decirme que seguía teniendo relaciones con otros hombres”. Se odiaba a sí mismo. Mumtaz le dijo que era inevitable y que intentara pasar más tiempo con su esposa.
El matrimonio, institución insalvable
Y es que el matrimonio es una institución insalvable en Bangladesh. “Es la norma, da igual que seas discapacitado o estés desempleado, que seas pobre o rico. Tienes que casarte”, subraya Rajeeb. Después llegan las consecuencias: visitas al psiquiatra, expulsión del hogar, adicción a fármacos… “Hay quien consigue aguantar en el matrimonio pero no es saludable”, dice el activista, que agrega que una práctica en ocasiones son los matrimonios cruzados por conveniencia entre un gay y una lesbiana, ambos necesitados de poner una fachada de tradición a sus vidas.
En el fragor de la juventud, Mumtaz todavía no lo ve como un problema y asume que probablemente tendrá que casarse. Prefiere pensar en las victorias del momento, en las rendijas que permiten los hábitos sociales locales para desarrollar su identidad sexual en un país donde ver a dos hombres agarrados de la mano es habitual sin que ello implique que sean homosexuales.
Pero también son conscientes de que su activismo puede ser un arma de doble filo y que quizás cuanta más gente sepa de su condición más amenazados se pueden ver sus espacios de libertad tolerada. “Cuando valoramos si llevar nuestras reivindicaciones a una escenario mayor… es complicado”, conviene Jehangir. “Necesitamos toda una generación,que la gente se acostumbre a la homosexualidad como se ha acostumbrado al móvil”.Parece que de momento seguirá la lucha silenciosa. Silenciosa pero incansable. Con el sueño de que un día el arcoíris brille no solo en los submundos, sino también en la superficie.