El gobierno valenciano condena el asesinato homófobo de una mujer transexual en Alicante

La mujer murió en un apartamento de la playa alicantina por la paliza que le propinaron sus presuntos agresores que están detenidos

La vicepresidenta del Consell y consellera de Igualdad y Políticas Inclusivas, Mónica Oltra, ha manifestado “la condena firme” del ejecutivo valenciano por el asesinato este martes de una mujer transexual en Alicante “debido, al parecer, por la brutal paliza que le propinaron presuntamente dos individuos, ya detenidos”.

La vicepresidenta ha explicado que “a la espera de conocer más detalles del caso, que está bajo secreto de sumario, todo apunta a que este crimen se ha cometido por transfobia o violencia de género”.

A este respecto, Oltra ha llamado la atención, a través de un comunicado, sobre “los crímenes de odio por motivo de identidad sexual o de género (transfobia) y, en especial, por la vulnerabilidad de las mujeres transexuales, las cuales viven en la mayoría de casos situaciones de gran desprotección”.

La consellera de Igualdad ha enfatizado que para el gobierno autonómico es “una prioridad” trabajar en la lucha contra los crímenes de odio “especialmente desde la prevención y la atención a las víctimas”.

Así, ha anunciado que se abordarán “a través de una Ley integral para la igualdad efectiva de personas LGTBI y contra la discriminación por orientación sexual o identidad de género” porque, a su juicio, cabe concienciar a la ciudadanía de que “en esta sociedad la diversidad de las personas es una valor a preservar, independientemente de su identidad sexual o de género, orientación sexual, raza, etnia, cultura, religión o creencias”.

Hallado muerto un travesti brasileño en un ascensor en Alicante

Dos franceses de 31 y 21 años están detenidos como presuntos autores de un homicidio violento

Un ciudadano brasileño de 41 años ha sido hallado muerto dentro del ascensor de un edificio de Alicante a las 9.10 de este martes. Dos veraneantes franceses de 31 y 21 años, sin parentesco aparente, han sido detenidos por la Policía Nacional tras seis horas ignorando a los agentes y ocultándose en el piso donde ocurrió el presunto crimen. Entre este miércoles y jueves pasarán a disposición judicial, según han informado fuentes de la investigación. Por el momento, están abiertas todas las hipótesis, siendo la más probable la de una fiesta que se fue de las manos a los dos turistas. La víctima, a falta de confirmación oficial, es un travesti que se encontraba de visita en el edificio, de acuerdo con las versiones de los vecinos.

El despertar en el número 19 de la avenida de la Condomina, un edificio que mira a la albufera de Alicante, ha sido todo menos placentero. Un vecino se topaba en su camino hacia la calle con el cuerpo de quien en un principio pensó que era una mujer. Se encontraba en parada cardiorrespiratoria y con evidentes síntomas de violencia en cuello y cabeza. Los intentos de reanimación no sirvieron para nada. Hasta que llegaron los agentes policiales, nadie se percató de que en realidad era un hombre.

Los investigadores comenzaron con las pesquisas propias de un caso de homicidio. Estas les llevaron al piso número cuatro de la torre D de este edificio, donde la música y el ruido de fiesta escuchados durante gran parte de la noche hizo sospechar a los agentes. Durante seis horas estuvieron llamando a la puerta. Los agentes no pudieron entrar en ella hasta pasadas las tres de la tarde tras ser autorizados por un juez. Dentro estaban los dos jóvenes.

La policía sospecha de dos posibles escenarios: uno en el que la víctima fue contratada para prestar determinados servicios sexuales y otro en el que el trío se conoció en un local durante la noche. En los alrededores hay locales de intercambio de parejas y varios clubes de alterne, algunos camuflados como simples chalés. En la comunidad de vecinos nadie había visto a los dos franceses hasta el día anterior, que estuvieron bañándose en la piscina, lo que hace pensar que detenidos y víctima no se conocían. No se descarta incluso que la paliza recibida por el fenecido fuera motivada porque los presuntos homicidas descubrieran el sexo real de su acompañante.

El piso donde presuntamente ocurrieron los hechos es propiedad de la abuela de uno de los detenidos, dato que concuerda con la historia del lugar del suceso, el barrio de la Albufereta. El barrio fue colonizado en la pasada década de los años 60 por los llamados ‘pieds noirs’, los europeos que huyeron de la revolución argelina sin casi tiempo para poder hacer la maleta. En verano es común ver cómo los nietos de aquellos inmigrantes llegan a la Albuferaalicantina con sus matrículas francesas.

Para rematar la negra jornada, mientras los policías investigaban, a apenas 50 metros del lugar de los hechos y en plena orilla del mar, moría de un ataque al corazón otro vecino del edificio.

LA LEY SUECA DE PENALIZACIÓN DE LOS CLIENTES: UN EXPERIMENTO FRACASADO DE INGENIERÍA SOCIAL

Artículo publicado en El estante de la city

Por Ann Jordan

Program on Human Trafficking and Forced Labor

Center for Human Rights & Humanitarian Law

Fuente: ISSUE PAPER 4 – APRIL 2012

INTRODUCCIÓN 

En 1999, el gobierno de Suecia se embarcó en un experimento de ingeniería social [1] que intentaba poner fin a la práctica masculina de comprar servicios de sexo comercial. El gobierno promulgó una nueva ley penalizando la compra (pero no la venta) de sexo (Códico Penal Sueco). Esperaba que el miedo a la detención y a un mayor estigma social convencería a los hombres de que debían cambiar su conducta sexual. El gobierno esperaba también que la ley forzaría a las mujeres que vendían sexo en Suecia —de 1.850 a 3.000 entonces, según se estimaba— a encontrar otro tipo de trabajo. Finalmente, el gobierno esperaba que la ley eliminaría la trata de prostitución forzada y la presencia de trabajadoras sexuales inmigrantes.

No sorprendentemente, el experimento ha fracasado. En los trece años que han pasado desde que se promulgó la ley, el gobierno sueco ha sido incapaz de probar que la ley haya reducido el número de compradores o vendedoras de sexo o haya detenido la trata. Todo lo que puede mostrar como fruto de sus esfuerzos son el apoyo público a la ley (discutido) y más peligro para las trabajadoras sexuales de calle. A pesar de este fracaso, el gobierno ha decidido ignorar la evidencia y proclamar que la ley ha sido un éxito; también sigue defendiendo que otros países deberían adoptar una ley similar. En 2010, el gobierno publicó un informe que aseguraba que la ley redujo el trabajo sexual de calle, a pesar del hecho de que el informe no contiene ninguna prueba que respalde esa afirmación (Skarhed 2010). Desde el primer día de la publicación del informe, muchos investigadores en Suecia —que podían leer el informe completo en sueco— han sido muy críticos con las afirmaciones del gobierno. Sin embargo, la prensa y los activistas de lengua inglesa continúan alabando la ley sueca por su “éxito”. Su fuente de información es, fundamentalmente, el breve resumen inicial en lengua inglesa del gobierno.

 El gobierno ha publicado posteriormente una traducción al inglés de importantes fragmentos del informe, revelando que, aunque la prostitución callejera ha disminuido, el gobierno no sabe qué es lo que ha causado el descenso. No sabe si la ley causó alguna reducción en el número de compradores de sexo, trabajadoras sexuales, víctimas de trata o trabajadoras sexuales inmigrantes. Sin embargo, los defensores de la ley siguen promocionándola como si fuera un éxito.

El presente trabajo analiza el texto en inglés del informe y demuestra que ninguna de las pretensiones del gobierno está respaldada por prueba alguna. El trabajo tiene cuatro partes: (1) una descripción de la ley sueca, (2) una comparación de las pretensiones del gobierno con la evidencia proporcionada por el gobierno, (3) las consecuencias negativas de la ley y (4) un llamamiento a un enfoque menos político y a más investigación y soluciones basadas en la evidencia.

LA LEY QUE PENALIZA A LOS CLIENTES

Es útil comenzar con una breve introducción referida a Suecia. Se trata de un pequeño país de alrededor de 9 millones de habitantes [2], rico (a nivel global ocupa el  puesto 14 por renta per capita [3]). Tiene muy pocas trabajadoras sexuales y hay pocas pruebas de que exista trata. El experimento está teniendo lugar en un país pequeño, bastante homogéneo, con un fuerte sentido de identidad nacional, en el que tales experimentos podrían funcionar.

En contraste, 14 ciudades en el mundo tienen poblaciones mayores que toda Suecia. [4]India por sí sola tiene una población de más de mil millones de personas [5], es pobre (ocupa el puesto 153 en renta per capita [6]), tiene un número estimado de 3 millones de trabajadoras sexuales (Mukherjee 2004, 77) y decenas de miles de personas víctimas de trata en prostitución, fábricas, granjas y hogares. Se trata de un gran país multicultural, multirreligioso y plurilingüístico.

Así que es importante tener presentes estas cifras (y las extremas diferencias) cuando se consideren las campañas para exportar la ley sueca a otros países. Hasta el momento de publicar este trabajo, sólo países ricos —Finlandia, Noruega e Islandia— han adoptado leyes similares, aunque varios otros países han considerado o están considerando promulgar una ley similar.

 Cuando promulgó la ley, el gobierno sueco fijó los objetivos que cumpliría la misma: “actuaría como un elemento disuasorio para los que compran servicios sexuales; el número de compradores disminuiría en consecuencia y el número de personas haciendo prostitución de calle y el número de personas que se iniciaran en la misma se reducirían también”. La ley también “haría más difícil que diversos grupos o individuos de otros países establecieran actividades de prostitución organizada más extensa en Suecia o que practicaran trata de personas con fines sexuales”. [7]

El programa no oficial era algo totalmente distinto. Como lo describe Don Kulick, la ley pretendía también elevar la cultura sueca por encima de otras. Argumenta que la ley permite a “Suecia mostrarse como una especie de faro moral por el que otros [en particular la Unión Europea] querrán guiarse” (Kulick 2003, 209; ver también Bucken-Knapp 2011).

El enfoque sueco no es práctico, ni está basado en la realidad. Sueña con un momento en el que todos los hombres que compran sexo o estén en la cárcel o tengan tanto miedo a ser detenidos que dejen de buscar sexo comercial, por lo menos en Suecia. Obviamente, es imposible detener, y mucho menos encarcelar, a todos los hombres que compran sexo. Así, la ley es un experimento de ingeniería social que pretende cambiar la conducta y la mentalidad de los hombres suecos. Antes de la ley, los hombres no tenían que temer ser detenidos. La esperanza era que la mera amenaza de la detención, más el estigma social, bastarían para cambiar su conducta.

La ley se centra en aumentar el estigma social contra los compradores, así como contra las vendedoras de sexo. Aunque está construída sobre la teoría de que las trabajadoras sexuales son “víctimas” pasivas, en la práctica su intención es aumentar el estigma y la discriminación contra las trabajadoras sexuales que rehusan dejar de vender sexo o son incapaces de hacerlo. Estos temas se analizan más abajo en la sección de las consecuencias negativas de la ley.

La prostitución es violencia contra las mujeres Las trabajadoras sexuales son mujeres “prostituidas” pasivas

Los que apoyan la campaña atribuyen la existencia de prostitución a las relaciones de poder desiguales entre hombres (clientes) y mujeres (trabajadoras sexuales) y equiparan todas las transacciones sexuales comerciales con la violencia machista. El gobierno sueco cree que la prostitución es “un serio daño tanto para los individuos como para la sociedad”  que debe ser abolido (Skarhed, 2010, 31). Como tal, “la distinción entre prostitución voluntaria y no voluntaria es irrelevante” (Skarhed 2010, 5). Como todas las trabajadoras sexuales son consideradas víctimas, deben ser protegidas, incluso si no quieren o no necesitan la intervención del gobierno.

En apoyo de esto, las activistas citan investigaciones sobre la violencia realizadas sobre trabajo sexual de calle en países donde todos o alguno de los aspectos de la prostitución están penalizados. Por ejemplo, citan un estudio de cinco países de trabajadoras sexuales de calle (Farley 1998). Siendo cierto que la prostitución está firmemente situada dentro del patriarcado (como casi todos los trabajos en las sociedades patriarcales) y que existe violencia en la prostitución —particularmente en el trabajo sexual de calle— la prostitución no es, por sí misma, violencia contra las mujeres.

Lo que ocurre, más bien, en la mayoría de los países, es que existen leyes que desarman a las trabajadoras sexuales y les impiden tomar medidas razonables para proteger su seguridad. Las trabajadoras sexuales canadienses pleitearon contra el gobierno para denunciar la inconstitucionalidad de tales leyes y ganaron (Bedford 2010; Bedford Appeal 2012). El caso es discutido con más detalles en páginas siguientes pero en este punto es importante señalar que la venta de sexo es legal en Suecia (como en Canadá) y que Suecia tiene leyes equiparables a las que han sido denunciadas en Canadá. Esas normas impiden a las trabajadoras sexuales tomar medidas que hagan su trabajo más seguro.

El gobierno sueco mantiene también que no hay diferencia entre mujeres víctimas de trata con fines de explotación sexual e inmigrantes que trabajan voluntariamente en la prostitución (Clausen 2007, 11). En consecuencia, considera a todas las trabajadoras sexuales inmigrantes como víctimas que necesitan ser salvadas o rescatadas y, lo más probable, deportadas.

Es importante ser conscientes de estas consecuencias que tiene opinar que “toda la prostitución es violencia”, porque eso hace creer también que la prostitución, la trata y el trabajo sexual de las inmigrantes son una y la misma cosa. Así, cuando el gobierno habla de “trata” o de “trata sexual” en sus discusiones, no es posible saber si se está refiriendo a las trabajadoras sexuales inmigrantes, a las trabajadoras sexuales del país y/o a las personas víctimas de trata en el sector del sexo. Esto hace que cualquiera de las afirmaciones poco fiables del gobierno sea incluso más problemática y menos fiable.

Finalmente, la rama del feminismo radical que apoya este análisis del trabajo sexual usa la retórica de la “violencia contra las mujeres” y la “victimización” como un instrumento para silenciar y desarmar a las mujeres “socialmente objetables”. Colaboran con los gobiernos para crear instrumentos que refuercen sus puntos de vista acerca de los roles de género apropiados. El enfoque sueco desarma a las mujeres que resultan ser trabajadoras sexuales y las impide defender su trabajo y otros derechos. El gobierno y sus apoyos creen aparentemente que conocen “lo que es mejor” para otros, incluso aunque no se hayan molestado en consultar con esos “otros” en ningún momento, antes, durante o después de promulgar e implementar la nueva ley (o promoverla en otras partes).

Las trabajadoras sexuales son mujeres “prostituidas” pasivas 

Este punto de vista también sitúa a todas las trabajadoras sexuales como objetos pasivos (no agentes) que no tienen el control de sus acciones o no son capaces de hablar por sí mismas. Las activistas abolicionistas llaman a todas las trabajadoras sexuales “mujeres prostituidas”. Creen que ninguna mujer podría vender sexo voluntariamente y, por tanto, todas las trabajadoras sexuales deben ser controladas o coaccionadas por alguien o por algo. Esas activistas mantienen que las trabajadoras sexuales están “prostituidas” independientemente de dónde trabajen (Europa, Asia, África o las Américas), independientemente de cómo trabajen (de forma autónoma, en un burdel, en un piso o en la calle, legal o ilegalmente), e independientemente de cuánto dinero ganen (1.000 dólares ó 1 dólar por día).

Por lo tanto, el gobierno sueco no se molestó en consultar con las trabajadoras sexuales cuando desarrolló la ley. No recabó ninguna información de primera mano de las trabajadoras sexuales o de las inmigrantes acerca de sus puntos de vista sobre la ley, sus necesidades o preocupaciones o sus ideas de cómo mejorar la situación de las trabajadoras sexuales. En su lugar, el gobierno y las dirigentes feministas excluyeron y marginaron sus voces intencionadamente. De esta forma, la élite del sistema consiguió evitar tener que escuchar diferentes puntos de vista.

Desafortunadamente, Suecia no es única. La mayor parte de los gobiernos y de los activistas rehusan o no consiguen acercarse a las trabajadoras sexuales antes de adoptar leyes o políticas que pueden —como hacen habitualmente— dañar a las trabajadoras sexuales.

Este enfoque debería preocupar a las personas que creen en los procesos democráticos y que defienden el derecho de las poblaciones marginadas a hablar por sí mismas. Cuando las activistas y los gobiernos excluyen intencionadamente las voces de las trabajadoras sexuales o de otras personas que podrían estar en desacuerdo con ellos, están reclamando el monopolio sobre el diálogo público y la toma de decisiones políticas. Están reclamando también que ellos son los “expertos” que son los únicos que tienen el derecho de hablar por esas pobres, pasivas y victimizadas mujeres “prostituidas”. De esta forma, las feministas y el gobierno suecos (igual que las élites en otros países) han creado un sistema perfecto para imponer su dominación.

La prostitución es una desviación social

Adicionalmente, el gobierno sueco y sus partidarias feministas están usando la ley para promover un mayor estigma social y apoyar la división patriarcal de las mujeres en las categorías “buena” y “mala”. Las partidarias feministas se han catalogado a sí mismas como mujeres “buenas” que tienen el derecho a definir la “igualdad de géneros” y apropiarse la conducta sexual. Han colaborado con los gobiernos de Suecia y de otros países para reclamar una autoridad moral superior sobre lo que constituye la conducta sexual apropiada. De forma más preocupante, se han atribuído el derecho a imponer sus puntos de vista a otras mujeres.

Aunque esas activistas dicen que están promoviendo la igualdad de géneros, su mensaje subyacente es que existe un “sexo bueno” (Kulick 2005, 208) con buenas mujeres y sexo malo con mujeres malas. Como Kulick observa con perspicacia, “lo que yo creo que está en último término en juego en esta transición es un fenómeno mucho más amplio, a saber, la entronización de una sexualidad oficial, una sexualidad nacional, a la que se deberían adherir todos los suecos, no por miedo al castigo si no lo hacen… sino porque la sexualidad oficial es una sexualidad buena, la forma de ser moralmente comprensible” (Kulick 2005, 206).

Cuando las feministas (“buenas” mujeres) sienten que tienen el privilegio y el derecho a ejercer poder para forzar a las trabajadoras sexuales (“malas” mujeres) a adaptarse a las normas culturales dominantes respecto al sexo, están sencillamente usando las mismas herramientas que ha utilizado históricamente el patriarcado para dictar normas sociales que controlen las vidas de las mujeres.

Las trabajadoras sexuales no tienen derechos

La ley de 1999 debe ser interpretada en el contexto de otras leyes que regulan y controlan la venta de sexo en Suecia. En primer lugar, la venta (pero no la compra) de sexo es ahora —y lo ha sido antes— legal en Suecia: lo que no está prohibido, está permitido. Sin embargo, el marco legal en torno a la prostitución impide a las personas que tienen el derecho legal a trabajar —vendedoras de sexo— acceder a los mismos derechos laborales y de otro tipo que Suecia orgullosamente promueve y garantiza para otras personas que tienen el derecho legal al trabajo.

Por un lado, las trabajadoras sexuales deben pagar impuestos sobre sus ingresos, pero la “oficina tributaria no acepta ‘prostitución’ o ‘trabajo sexual’ como una empresa” y, así, no pueden registrarse como negocio (Dodillet and Östergren 1011, 6). Si trabajan independientes o para otro, el gobierno no las registrará como ‘empleadas’. Deben registrarse como empresa.

Cualquier trabajador que desempeñe una actividad laboral legal puede registrarse como empresa, pero no las trabajadoras sexuales. El gobierno las obliga a infringir la ley: las alternativas son mentir, registrarse como empresa en otra categoría, o no pagar impuestos. Si no se registran, no pueden participar en los beneficios de la seguridad social disponibles para los demás trabajadores. La ley las impide trabajar abierta y honestamente y también las impide tener acceso a las protecciones laborales en los mismos términos que los otros trabajadores.

Las trabajadoras sexuales no tienen derechos laborales y no se las permite emprender acciones que hagan su trabajo más seguro o más cómodo. Suecia tiene una extensa y admirable serie de leyes laborales para los trabajadores, pero esas leyes no se aplican a las trabajadoras sexuales. En su lugar, las leyes suecas impiden a las personas que venden servicios sexuales trabajar en un ambiente seguro.

Nadie puede regentar un burdel, alquilar un apartamento, habitación o habitación de hotel, ayudar a encontrar clientes, actuar como guardia de seguridad o publicar anuncios para las trabajadoras sexuales. Esto, a su vez, implica que las trabajadoras sexuales no pueden trabajar juntas, recomendarse clientes unas a otras, anunciarse, trabajar en un inmueble (alquilado o de su propiedad) ni siquiera convivir con un compañero (ya que el compañero es probable que comparta parte de cualquier ingreso derivado del trabajo sexual)  (Dodillet y Östergren 2011, 4). Ningún otro trabajador empleado en una ocupación legal se ve totalmente impedido de trabajar.

Todas las personas que trabajen en ocupaciones legales deberían tener el mismo derecho a las protecciones legales. No importa si están empleados en la minería del carbón, en el trabajo sexual o en la venta de mercancías. Como se discute más abajo, leyes similares han sido declaradas inconstitucionales y derogadas en Canadá.

EVALUACIÓN DE LA EVIDENCIA EXISTENTE  SOBRE LOS EFECTOS DE LA LEY SUECA [8]

Para poder decir que ha tenido éxito, el gobierno sueco debe ser capaz de presentar pruebas fiables de que la ley ha reducido de hecho el número de hombres que compran sexo, el número de mujeres que lo venden y el número de personas víctimas de trata con fines de explotación sexual. Un detenido examen de los informes del gobierno y otras investigaciones, revela que las pretensiones de Suecia de haber tenido éxito no están sustentadas por ninguna prueba fiable. Sin embargo, el último informe del gobierno concluye que la ley “ha tenido el efecto buscado y es un importante instrumento para prevenir y combatir la prostitución” (Skarhed 2010, 11).

Es importante dejar claro desde el comienzo que el mandato para el Informe Skarhedgarantizó que los resultados no proporcionarían apoyo alguno para la retirada de la ley de prostitución: “Un punto de partida de nuestro trabajo ha sido que la compra de servicios sexuales debe seguir penalizada” (Skarhed 2010, 4). En consecuencia, el informe final no podría contener ninguna prueba de fallos de la ley; sólo podría informar  de éxitos, incluso sin pruebas.

Cuando fue publicado el informe, los lectores en lengua sueca señalaron enseguida  los defectos en la investigación y criticaron sus afirmaciones no probadas. En ese mismo momento, los lectores en lengua inglesa sólo tenían acceso a un resumen, que contenía sólo declaraciones positivas. En consecuencia, los informes en la prensa y las páginas web en lengua inglesa son, al día de hoy, casi uniformemente positivos. Sólo meses más tarde publicó el gobierno traducciones al inglés del texto del informe. Estas fuentes son el objeto del presente trabajo.

La crítica más extensa publicada en inglés procede de las expertas suecas Susanne Dodillet y Petra Östergren, en 2011. Han seguido la implementación de la ley durante muchos años y observan que:

el problema con estas afirmaciones [del gobierno] es que, si se las examina cuidadosamente, no aparecen sustentadas por hechos o investigaciones comprobables. Tan pronto como se publicó la evaluación oficial, fue también criticada desde varias direcciones.  *** La crítica se ha centrado sobre todo en la falta de rigor científico de la evaluación: no tuvo un punto de partida objetivo, ya que los términos de referencia dados fueron que la compra de sexo debería seguir siendo ilegal; no hubo una definición satisfactoria del término prostitución; no tuvo en cuenta la ideología, el método, las fuentes y los posibles factores de confusión; hubo inconsistencias, contradicciones, referencias incoherentes, comparaciones irrelevantes o sesgadas, y las conclusiones se hicieron sin carácter especulativo (Dodillet y Östergren 2011, 2; ver también el informe del gobierno australiano por Wallace (sin fecha)).

A continuación, repasamos las afirmaciones específicas del Informe Skarhed.

No hay pruebas de que la ley haya reducido el número de compradores de sexo

La ley ha sido aplicada casi de forma exclusiva contra los clientes de las trabajadoras sexuales de calle, pero el gobierno no tiene ninguna prueba de que haya disminuido el número de compradores de sexo desde que la ley se hizo efectiva. No saben cuántos hombres estaban solicitando en la calle antes o después de la ley. No saben si los hombres se desplazaron de las calles a los pisos y a internet, o fuera del país. No han recogido tales datos y, por tanto, no pueden demostrar ningún éxito en el logro del objetivo principal de la ley.

El informe plantea la posibilidad de que algunos hombres hayan cambiado su conducta como resultado de la ley. Cita una encuesta de 2008 en la que “varios de los hombres encuestados” decían que la ley les había hecho dejar de comprar sexo (Skarhed 2010, 32).

El informe también informó de que sólo el 8% de los hombres dijeron que habían comprado sexo, comparado con el 13,6% en 1996 (Skarhed 2010, 32). Sin embargo, los informes de las personas acerca de su propia conducta socialmente inaceptable no es prueba de su conducta real. De hecho, si la ley ha conseguido estigmatizar la compra de sexo como pretendía, es lógico, en consecuencia, que los hombres quisieran evitar el estigma diciendo que ya no estaban implicados en el “sexo malo”.

Aunque el miedo a la detención y a la exposición pública son ciertamente fuertes elementos disuasorios, no son una garantía de cambio de conducta. De hecho, la investigación, incluida la investigación del gobierno, revela la ineficacia de la ley sobre los compradores de sexo: “la mayor parte de los hombres dijeron lque la prohibición no había supuesto ningún cambio para ellos” y “para muchos hombres, la prohibición no les supone ninguna preocupación, ya que la mayoría compran sexo en el extranjero”. (Dodillet y Östergren 2011, 14-15). Incluso el gobierno admite que es “más corriente comprar sexo en el extranjero que en Suecia” (Skarhed 2010, 32).

El informe no contiene ninguna información sobre la nacionalidad o la etnia de los hombres que han sido detenidos. En muchos países, los clientes de las trabajadoras sexuales de calle son más pobres y tienen un nivel menor de educación que los hombres que compran en pisos o por internet. Son también, en un número desproporcionadamente elevado, inmigrantes u hombres de color. Dado que un gran porcentaje de las trabajadoras sexuales de calle en Suecia son mujeres inmigrantes (Skarhed 2010, 20), tiene sentido pensar que un gran porcentaje de sus clientes lo son también. Si es este el caso, entonces centrarse en el trabajo sexual de calle significa que la ley es principalmente una herramienta de lucha contra la inmigración. Es necesario investigar esta cuestión.

No hay pruebas de que la ley haya reducido el número de trabajadoras sexuales

El gobierno había esperado que un aumento de las detenciones conduciría también a una disminución del número total de mujeres que venden sexo. En 1998, había entre 1.850 y 2.500 (quizás hasta 3.000) trabajadoras sexuales y de ellas, alrededor de 730 trabajaban en la calle (Dodillet y Östergren 2011, 8; Skarhed 2010, 20).

El gobierno no sabe si hay algún cambio en el número total de trabajadoras sexuales. En 2007 —ocho años después de que se implementara la ley— concedió que “no podemos dar ninguna respuesta precisa [a la  cuestión de si la prostitución había aumentado o disminuido]. Como mucho, podemos discernir que la prostitucíon de calle está volviendo lentamente, tras desaparecer rápidamente al comienzo de la ley” (Swedish National Board 2007, 63). Concluyó que “no se puede probar que haya relaciones causa-efecto entre la legislación y los cambios en la prostitución (Swedish National Board 2007, 46).

Sin embargo, el gobierno asegura ahora su creencia infundada de que “es razonablesuponer que la prostitución habría también aumentado en Suecia si no hubiéramos prohibido la compra de servicios sexuales. Por tanto, la penalización ha contribuído a combatir la prostitución” (Skarhed 2010, 8-9, énfasis añadido)[9]

Trabajo sexual de calle. El gobierno afirma también que el 50% de las trabajadoras sexuales de calle han dejado la prostitución desde que se implementó la ley. Un cuidadoso examen del Informe de 2010 revela que tampoco existen pruebas que sustenten esta afirmación.

Es cierto que el número de trabajadoras sexuales de calle disminuyó de 730 en 1998 a alrededor de 300 a 430 hace dos años (Skarhed 2010, 12).

La reducción total de prostitución callejera es de alrededor del 50%. Pero el gobiernosupone que esa reducción es real —que las mujeres no se mudaron a internet o a pisos y que la reducción ha sido a causa de la ley. “Es razonable suponer que la reducción en la prostitución de calle en Suecia es un resultado directo de la penalización” y que la ley “no ha llevado a un cambio de entornos, esto es, de la calle a internet” (Skarhed 2010, 7, 8, 20 énfasis añadido). Esta afirmación es repetida rutinariamente por el gobierno y sus defensores como ‘prueba’ de que la ley funciona.

Al mismo tiempo, el informe revela que el gobierno no sabe cuántas “prostitutas previamente callejeras” se han cambiado a “internet u otros métodos alternativos de contacto” (Skarhed 2010, 21). Concede que “es difícil determinar si los cambios en la prostitución son un resultado de la prohibición o de otras medidas o circunstancias”  (Skarhed 2010, 35).

Existen algunos indicios de que las trabajadoras sexuales de calle se han mudado a pisos y a internet. Elizabeth Bernstein,  que dirigió una investigación con trabajadoras sexuales suecas, informa de que las mujeres le dijeron que la prostitución había pasado a la clandestinidad y que “las callejeras se habían cambiado a diferentes formas de establecimiento de contacto con los clientes, recurriendo principalmente a los teléfonos móviles o a internet” (Bernstein 2007, 153; ver también Clausen 2007, 5).

El gobierno está también de acuerdo en que la venta de sexo por internet está aumentando, pero no puede establecer quién está ocasionando ese aumento —nuevas trabajadoras sexuales o antiguas trabajadoras sexuales de calle. Hace notar que de 78 personas que vendían sexo por internet en una región, “61 se cree que eran nuevas personas que no habían estado activas en el mercado en el año precedente” (Skarhed 2010, 21). No sabe quiénes son esas nuevas personas. Dada la total falta de datos sobre la prostitución en internet y en pisos, el gobierno sencillamente no puede afirmar que la caída en el trabajo sexual de calle es ‘real’.

De la misma forma, no hay datos de cuántas mujeres dejaron el trabajo sexual o salieron del país después de que la ley fue implementada. Aunque el gobierno afirma que (algunas) mujeres que han dejado la prostitución apoyan la ley, otros investigadores afirman que las trabajadoras sexuales están muy descontentas con el trato que reciben de los proveedores de servicios sociales (Danna 2007, 36-37).

Finalmente, la ley ha cambiado la naturaleza del trabajo sexual de calle. El gobierno concede que una proporción mayor de las mujeres de la calle son ahora inmigrantes (Skarhed 2010, 20). Parece, pues, que la ley no ha detenido la inmigración a Suecia de trabajadoras sexuales.

Presumiblemente, esas mujeres están en el país sin papeles, y de esta manera trabajan ahora en un entorno que las deja más expuestas al abuso y la explotación por terceros.

Trabajo sexual en pisos. El gobierno admite que es incapaz de asegurar si la ley ha tenido algún efecto sobre el trabajo sexual en pisos (Skarhed 2010, 20-23; Swedish National Board 2007, 63; Norwegian Ministry 2004, 23). No sabe cuántos adultos trabajaban en pisos antes de la ley, ni cuántos lo hacen ahora. Reconoce que hay una tendencia hacia una disminución del trabajo sexual de calle y un aumento del trabajo sexual en pisos a partir de la nueva ley  (Skarhed 2010, 20-23; Swedish National Board 2007, 30; Swedish National Board 2003, 27).

Sin embargo, dado que ya había una tendencia antes de la ley a cambiarse a pisos y a internet, las campañas de la policía contra la prostitución de calle podrían haber empujado a más mujeres a dejar la calle a fin de evitar el acoso policial. Otra posible explicación es que las mujeres se han ido todas del país. Falta investigación en este asunto.

No hay pruebas de que la ley haya reducido la trata en la prostitución

La definición sueca de “trata” es coherente con el punto de vista de que todas las trabajadoras sexuales son siempre víctimas. Bajo la ley sueca, “trata” incluye “explotación para relaciones sexuales informales o de cualquier otra manera; explotada con fines sexuales” (Swedish Penal Code, ch. 4). En otras palabras, ‘trata’ significa cualquier prostitución que implique a terceros, tales como un club, un asistente, un servicio telefónico o un burdel, incluso cuando no haya forzamiento, fraude o coacción. Así, cuando el gobierno dice que hubo de 400 a 600 víctimas de trata en 2004 (Skarhed 2010, 29), quiere decir que hubo de 400 a 600 mujeres trabajando en prostitución con ayuda de terceros. Este enfoque infla el número de ‘víctimas de trata’ porque incluye a mujeres que están trabajando libremente con un tercero y que no están siendo forzadas o coaccionadas a trabajar.

El gobierno no sabe si ha habido algún cambio en el número de ‘trabajadoras sexuales explotadas’ entre 1999 y 2010, cuando se publicó el Informe Skarhed (Skarhed 2010, 29). Admite que “no tiene un conocimiento completamente fiable de la incidencia de la trata de personas con fines de explotación sexual en Suecia” (Skarhed 2010, 35).

En su lugar, se fía de declaraciones hechas por la policía sueca que dice que “la prohibición de compra de servicios sexuales actúa como una barrera para los que practican la trata” (Skarhed 2010, 9).

De hecho, lo opuesto podría ser fácilmente cierto —es posible que la auténtica trata (implicando forzamiento, fraude o coacción) haya aumentado debido a que las trabajadoras sexuales necesitan ahora la ayuda de terceros para asegurarse de que los clientes están a salvo del control de la policía. Sin embargo, no hay datos sobre esta cuestión.

La tasa de procesamientos sigue siendo baja. La Policía Nacional informó de que la ley no ha llevado a más información sobre la trata, que era uno de los objetivos deseados. Según la Policía Nacional, “nadie resultó convicto por trata de personas con fines de explotación sexual” en 2009 (Swedish National Police 2010, 10).[10] Los documentos del gobierno revelan que tan sólo 22 personas resultaron convictas de 2003 a 2009 (Dodillet y Östergren 2011, 13). La media es 2,75 convicciones al año durante ocho años. Una explicación de las bajas tasas de convicciones podría ser el hecho de que un gran porcentaje de las así llamadas víctimas de trata no son en absoluto auténticas víctimas, ya que trabajan voluntaria y libremente.

La opinión pública apenas ha cambiado

El gobierno afirma que la ley “tenía la intención de reflejar la actitud de la sociedad de que la prostitución es un fenómeno social indeseable” y, lleno de orgullo, informa de que el cambio en la opinión pública es “tan grande” que “debe ser interpretado en el sentido de que la prohibición en sí misma ha tenido un efecto normativo” (Skarhed 2010, 19, 31). En otras palabras, el experimento de ingeniería social —al menos por lo que respecta a la opinión pública (no a su conducta)— es un éxito.

Sin embargo, en 2008 una encuesta de opinión pública encontró que, aunque el apoyo a la ley era elevado, había cambiado poco desde 1999, particularmente entre las mujeres. “El apoyo de las mujeres a la ley ha permanecido relativamente constante alrededor de un 80%, mientras que entre los hombres el apoyo ha descendido algo, del 70 al 60%, entre 1999 y 2008” (Kuosmanen 2011, 253).

Además, la “mayoría de los que contestaron… están a favor de la penalización de la venta de servicios sexuales” (Kousmanen 2011, 260). Sesenta y seis por ciento de las mujeres y 49% de los hombres están a favor de penalizar a las trabajadoras sexuales (Kousmanen 2011, 254). En 1999, 78% de las mujeres pensaban que también las trabajadoras sexuales tenían que ser penalizadas. Así, aunque hay un ligero descenso en las opiniones contra el trabajo sexual de las mujeres, no hay pruebas de que este descenso esté ligado en absoluto al relato de la ‘mujer prostituída victimizada’. De hecho, un alto porcentaje de mujeres suecas sigue teniendo opiniones negativas de las trabajadoras sexuales. Una habría pensado que las mujeres en particular habrían cambiado sus opiniones para alinearse con la retórica gubernamental acerca de las mujeres prostituídas victimizadas. Pero, quizás, el otro mensaje del gobierno de que la prostitución es mala es el mensaje más potente.

Es también extremadamente interesante notar que un largo porcentaje de mujeres no ve a la prostitución como un asunto de violencia contra las mujeres. En su lugar, lo ven como un problema de gente que tiene una mala conducta y debería ser castigada. Kuosmanen piensa que los encuestados pro-penalización podrían ver la penalización como una cuestión de igualdad y quieren que las mujeres sean “igualmente responsables ante la ley” como compradoras de sexo (Kousmanen 2011, 260). Desgraciadamente, no ha habido ningún diálogo nacional sobre otras maneras de abordar la prostitución —por ejemplo, apoyando los derechos laborales para las trabajadoras sexuales— y así al público sólo le han dejado las opciones de oponerse a la ley, apoyarla o ampliarla para penalizar también a las vendedoras de sexo.

Así que no hay una ‘única’ opinión o punto de vista sueco. Como mucho, parece que cerca de la mitad de la población está insatisfecha con la ley por insuficiente, ya que no penaliza a las vendedoras de sexo. El gobierno no puede afirmar que existe un cambio universal, ni siquiera mayoritario, en la opinión pública como consecuencia de la ley.

CONSECUENCIAS NEGATIVAS DE LA LEY

La ley sueca ha tenido muchas consecuencias negativas para las trabajadoras sexuales de calle. Sin embargo, el informe dedica menos de dos páginas al tema (Skarhed 2010, 32-34) y desestima la mayor parte de las alegaciones de daño como indocumentadas o no probables. Otros investigadores y trabajadoras sexuales no están de acuerdo.

Mayor riesgo de violencia

Aunque no hay ningún estudio fiable sobre el tema, las trabajadoras sexuales “expresan miedo a una mayor violencia, así como a un aumento real de la misma” (Dodillet y Östergren 2011, 23; ver también Scoular 2010, 20; Hubbard 2008, 147; Norwegian Ministry 2004, 12-14; Östergren 2004, 2, 5).

El Informe Skarhed señala que un informe del gobierno de 2003 hablaba de un mayor riesgo, a causa de un aumento de la competencia entre las mujeres al disminuir el número de clientes. Sin embargo, desestima la información y culpa a las propias mujeres de la violencia. Confía en unas pocas declaraciones de la policía y de algunas mujeres que dejaron la prostitución para afirmar que la causa real es la presencia de más heroína (Skarhed 2010, 33).

De esta manera, el gobierno intenta desdeñosamente rehuir cualquier responsabilidad por la violencia causada por la ley, echando la culpa de tal violencia a las propias mujeres. Su pretensión de tener “las manos limpias” no es sorprendente, ya que el informe tiene que rechazar cualquier preocupación o evidencia que pudiera reforzar las peticiones de derogación de la ley.

Trabajadoras sexuales e investigadores dice también que la campaña contra el trabajo sexual de calle ha forzado a las mujeres a mudarse a lugares más ocultos y, por tanto, potencialmente más peligrosos. Los hombres que todavía andan por la calles son, según informes, los más peligrosos, mientras que los clientes más amables o seguros se han mudado a Internet (Ministerio Noruego 2004, 12-14; Östergren 2004, 3). Esta situación ha empujado a las mujeres a aceptar clientes de mayor riesgo que pueden resultar violentos.

El gobierno ha fracasado también en tratar adecuadamente la situación de violencia contra las trabajadoras sexuales inmigrantes. Las inmigrantes indocumentadas son deportadas (Kulick 2005, 209-210) y, en consecuencia, las trabajadoras sexuales inmigrantes indocumentadas comprensiblemente es improbable que denuncien la violencia a la policía. Los clientes pueden ser detenidos, así que ahora es presumiblemente más improbable que informen de casos de abuso o de posible trata de trabajadoras sexuales a la policía. Esta situación aumenta claramente la vulnerabilidad…

Al desplazarse las trabajadoras sexuales a lugares más escondidos para evitar a la policía,  pueden terminar en manos de terceros que les ayuden a ocultarse de la policía y encontrar clientes (Dodillet y Östergren 2011, 22; Swedish National Board of Health and Welfare 2007, 4-48; Bernstein 2008, 154, 163). Si esto resulta en un aumento o una disminución de la violencia no se sabe. El gobierno no trata este tema en su informe de 2010.

En lugar de considerar todos estos posibles resultados negativos y dañinos de la ley, el gobierno, por una parte, admite que “no hay estadísticas acerca de los casos informados por la policía y por los expedientes penales referentes a ataques contra personas implicadas en la prostitución” pero, por otra parte, todavía concluye que la ley no ha aumentado el “riesgo de abuso físico” (Skarhed 2010, 9, 33).

Obviamente, el gobierno debería dejar de culpar a las víctimas y llevar a cabo una investigación objetiva, metodológicamente correcta, para investigar la relación entre la ley y la violencia contra las trabajadoras sexuales.

El gobierno debería tomar nota del reciente caso canadiense en el que los jueces señalaron directamente como culpables del aumento de la violencia a leyes que —como la de Suecia— impiden a las mujeres trabajar con seguridad. En Canadá, como en Suecia, es legal vender sexo pero, en Canadá, también es legal la compra de sexo. Canadá, como Suecia, tiene leyes que impiden a las trabajadoras sexuales trabajar con seguridad. Así las cosas, varias trabajadoras sexuales, unas retiradas y otras en activo, impugnaron tres leyes que las obligaban a escoger entre trabajar en condiciones seguras y ser detenidas o trabajar sin seguridad. Un tribunal canadiense ha dictaminado que las leyes que penalizan (1) los actos de vivir de las ganancias de la prostitución, (2) poseer un burdel, y (3) comunicarse en público con fines de prostitución (solicitación) son inconstitucionales, ya que impiden a las trabajadoras sexuales tomar medidas que hagan su trabajo más seguro (Bedford 2010, 5-6). El tribunal consideró que “las leyes, individualmente y en conjunto , fuerzan a las prostitutas a escoger entre su libertad y su derecho a la seguridad de las personas” (Bedford 2010, 5).

Estas tres disposiciones impiden a las prostitutas tomar precauciones, algunas extremadamente rudimentarias, que puedan reducir el riesgo de sufrir violencia. Las prostitutas tienen que decidir entre su libertad y la seguridad de sus personas. Así, aunque es en último extremo el cliente el que inflige violencia a una prostituta, desde mi punto de vista la ley contribuye de forma suficiente a impedir a una prostituta tomar medidas que pueda reducir el riesgo de una violencia tal (Bedford 2010, 94).

En marzo de 2012, el Tribunal de Apelaciones de Ontario publicó su revisión del caso. Para empezar, rechazaba el argumento de los partidarios de las leyes de que las trabajadoras sexuales elegían trabajar en una ocupación peligrosa por “una decisión personal” (Bedford Appeal 2012, 54). En otras palabras, que la violencia era culpa de ellas. El Tribunal rechazó este intento de estigmatizar a las trabajadoras sexuales y justificar la discriminación. Estableció que el argumento de los recurrentes

… implica que aquellos que deciden implicarse en el comercio del sexo no son, por esta razón, merecedores de la misma protección constitucional que aquellos que se implican en otras empresas peligrosas, aunque legales. El Parlamento ha decidido no penalizar la prostitución. A los ojos de la ley penal, la prostitución es tan legal como cualquier otra actividad comercial que no esté prohibida. La afirmación de que una prohibición mediante una ley penal aumenta el riesgo de daño físico a las personas que practican prostitución debe… ser examinada del mismo modo que cualquier otra afirmación de que una prohibición mediante una ley penal aumente el riesgo de daño físico para las personas implicadas en cualquier otra actividad comercial legal(Bedford Appeal 2012, 55, énfasis añadido).

Llegó a estar de acuerdo con el tribunal inferior en que la ley que prohibía los burdeles era inconstitucional (aunque el Parlamento podría decidir su regulación) (Bedford Appeal 2012, 7). Decidió también que la ley que penaliza vivir de las ganancias de la prostitución estaba pensada para ser aplicada sólo a los explotadores; su intención no era penalizar, por ejemplo, a los miembros de la familia, empleados, agentes, caseros o proveedores de servicios. Así, el tribunal limitó la ley para que cubriera sólo a aquellos que ‘explotan’ a las trabajadoras sexuales (es decir, proxenetas) (Bedford Appeal 2012, 7).

El Tribunal de Apelación dividió en dos partes el tema de la ley de solicitación. El tribunal inferior había considerado que la disposición anti-solicitación era inconstitucional. Declaró que las trabajadoras sexuales de calle se enfrentaban a “un alarmante grado de violencia” y que la ley anti-solicitación las impedía “seleccionar clientes en una primera y crucial fase de cualquier transacción potencial, poniéndolas por tanto en un mayor riesgo de violencia” (Bedford 2010, 94). Para evitar ser detenidas por solicitación, los compradores de sexo negocian rápidamente, lo que impide a las trabajadoras sexuales tomarse su tiempo para seleccionar al cliente.

Sin embargo, tres de cinco de los jueces del Tribunal de Apelación rechazaron este razonamiento porque supusieron que la mayor parte de las trabajadoras sexuales trabajará en interior ahora que los burdeles son legales y declararon que existe “limitada evidencia” de que poder tener “una comunicación cara a cara con los clientes mejore la seguridad de las prostitutas de calle” (Bedford Appeal 2012, 127).

No obstante, dos jueces discreparon nítidamente de esta conclusión y apoyaron la opinión del tribunal inferior de que la disposición es inconstitucional (Bedford Appeal 2012, 148). El siguiente paso será una posible revisión del caso por el Tribunal Supremo.

Las leyes suecas pueden ser también inconstitucionales, así como contrarias a la Convención Europea sobre Derechos Humanos. Más áun, es probable que, al excluir a las trabajadoras sexuales del acceso a los derechos laborales y otros derechos en situación de igualdad con otros trabajadores, las leyes suecas que controlan las actividades relacionadas con la prostitución violen también las leyes laborales suecas y la Convención Europea. Quizás ha llegado el momento de que alguien emprenda una acción judicial en Suecia (y en Finlandia, Noruega e Islandia).

Menor número de hombres testificando en casos de trata y abusos

Los clientes informan a menudo de casos de abuso y cooperan con la aplicación de la ley[11]. Aunque no hay datos sobre este asunto, es razonable pensar que si fueran a ser acusados de solicitación de prostitución, no querrían denunciar crímenes o ayudar a las trabajadoras perseguidas. “Los clientes se exponen a chantajes y robos, y el estigma asociado a la compra de sexo significa que las personas a menudo tienen que dejar sus trabajos y posiciones, incluso por una mera sospecha” (Dodillet y Östergren 2011, 21). Este asunto no ha sido tratado en el Informe Skarhed.

Mayor estigma contra las trabajadoras sexuales

Las trabajadoras sexuales informan de que la penalización de los clientes en Suecia ha reforzado y aumentado el estigma social [12]. No hay que extrañarse, pues, de que el gobierno estimule abiertamente el aumento del estigma. El informe declara que los efectos negativos del estigma debidos a la ley “deben ser vistos como positivos desde la perspectiva de que el propósito de la ley es, ciertamente, combatir la prostitución” (Skarhed 2010, 34, énfasis añadido). Con otras palabras, los muchos daños que causa el estigma social son, de hecho, un resultado positivo de la ley, ya que el estigma puede empujar a las mujeres hacia otros tipos de trabajo.

El gobierno no debería implicarse en una campaña contra las trabajadoras sexuales, que no son criminales y tienen el derecho legal a vender sexo. Ni debería estar promoviendo la discriminación contra las trabajadoras sexuales. Presumiblemente, el sistema legal de Suecia garantiza la igualdad y la libertad frente a la discriminación. En lugar de apoyar estos derechos humanos básicos, el gobierno está, de hecho, animando al público a discriminar negativamente e ignorar los derechos de las trabajadoras sexuales. Estos abusos de derechos básicos deben cesar.

Más acoso de la policía

Kulick informa de que el acoso de la policía ha aumentado: las trabajadoras sexuales “pueden ser forzadas a comparecer ante el tribunal para testimoniar en contra del cliente” y deben comparecer incluso si se niegan a testificar. Cuando son “sorprendidas con un cliente, sus pertenencias son registradas y pueden ser cacheadas.” Sus pertenencias —como, por ejemplo, condones— pueden ser confiscadas como prueba (Kulick 2000; ver también Dodillet y Östergren 2011, 22; Danna 2007, 37).

La aplicación de la ley a las trabajadoras sexuales —que no son criminales y tienen el derecho legal a vender sexo— no fue tratado en el informe de 2010. El gobierno debería investigar las prácticas policiales para comprobar que la ley no lleva a abusos policiales contra las trabajadoras sexuales. Desde luego, en la medida en que el gobierno está implicado en una campaña para estigmatizar a las trabajadoras sexuales, la policía tendría razones para pensar que pueden tratar a las trabajadoras sexuales como le plazca.

Consecuencias negativas para la salud

En general, al hacerse las trabajadoras sexuales más clandestinas, tienen menos acceso a los servicios sanitarios y tienen menos posibilidades de intercambiar información acerca de los clientes de riesgo, de la salud o de otros temas. [13] El acceso a condones y a información sobre prácticas sexuales seguras son esenciales para promover la salud entre las trabajadoras sexuales, los clientes y el público en general.

Así, cuando la policía confisca condones para utilizarlos como prueba de prostitución, están minando directamente la salud de las trabajadoras sexuales, de los clientes y de sus otros compañeros sexuales. La confiscación hace más probable que los clientes rehusen utilizar condones y que las trabajadoras sexuales y los burdeles carezcan de ellos. Aumenta también el riesgo de que las personas realicen prácticas de sexo inseguro, lo que puede conducir a un aumento de las infecciones de transmisión sexual y de VIH.

El estigma y la penalización de la prostitución son problemáticos para la salud. El Defensor del Pueblo contra la Discriminación sueco (Swedish Discrimination Ombudsman) ha manifestado su preocupación por que el aumento del estigma (con tanta fuerza aprobado por Skarhed) lleve a un empeoramiento de la salud de las trabajadoras sexuales y sus clientes, incluído el VIH/SIDA (Dodillet y Östergren 2011, 24).

Anand Grover, Relator Especial de la ONU para el derecho de todos a la salud, está también extremadamente preocupado por el impacto que la penalización de la prostitución tiene en la salud de las trabajadoras sexuales y sus clientes. Ha declarado que “la penalización de la conducta sexual privada y consensuada entre adultos” impide a las trabajadoras sexuales acceder a servicios, terapias y tratamientos, “llevando a unas peores perspectivas de salud para las trabajadoras sexuales, en la medida en que pueden temer consecuencias legales o acoso y juicios” (UN Special Rapporteur 2010, 10, 12-13).

El impacto de la ley sueca sobre la salud de las trabajadoras sexuales, los clientes y sus otros compañeros sexuales no fue incluído en el informe de 2010.

CONCLUSIÓN Y RECOMENDACIONES

El informe realizado por el gobierno sueco y otros investigadores revela que las pretensiones de éxito del gobierno no están sustentadas por los hechos. No hay prueba de que haya menos hombres comprando sexo, menos mujeres vendiéndolo o menos personas víctimas de trata con fines de explotación sexual. Como mucho, el gobierno puede demostrar que ha habido una reducción en la prostitución de calle, pero no puede explicar la causa de esta reducción. También muestra que existe apoyo público a la ley, pero incluso esta reivindicación es controvertida.

Es evidente, pues, que el experimento de ingeniería social de Suecia ha fracasado. El intento de cambiar la conducta sexual privada mediante la fuerza coactiva y la amenaza de la ley penal no ha funcionado, porque la ley penal no puede forzar a la gente a ser “más igual”en sus vidas sexuales privadas y consensuadas —incluso en Suecia. La ley penal es una herramienta roma e inefectiva para cambiar tal conducta privada. No ha detenido la prostitución en Estados Unidos, donde un siglo de leyes que penalizan a los compradores y a las vendedoras de sexo no ha conseguido tener ningún efecto —excepto el de fichar a la gente en registros penales que les hacen casi imposible conseguir otro trabajo.

Suecia podría haberse ahorrado el bochorno del fracaso si tan sólo hubiera prestado atención a la evidencia de fracaso que es fácilmente disponible de otros países donde la prostitución está penalizada, como los Estados Unidos.

En lugar de seguir apoyando y promoviendo un experimento fracasado, es hora de que el gobierno sueco haga un enfoque basado en la evidencia y en el respeto a los derechos. Debería:

1.    Dejar de hacer reivindicaciones sin fundamento de ‘éxito’ y dejar de promover la ley como un ‘modelo’ para otros gobiernos. Lo ideal sería que reconociera el carácter políticamente motivado del Informe Skarhed y retirarlo de las páginas web del gobierno.

2.    Revocar la ley.

3.    Centrarse en la trata con fines de explotación sexual y de menores con fines de explotación sexual, incluyendo la implantación de completos servicios y asistencia que  garanticen la salud y la seguridad de las víctimas.

4.    Trabajar con jóvenes de la calle y sin hogar para desarrollar los programas que desean y necesitan para ayudarles a salir de las calles e identificar estrategias para prevenir que otros niños se queden sin hogar o recurran a la prostitución para sobrevivir.

5.  Trabajar con las trabajadoras sexuales adultas a fin de desarrollar una estrategia sin prejuicios, participativa y basada en la evidencia para proporcionar los servicios y la asistencia que han sido identificados por las trabajadoras sexuales como necesarios para apoyar a aquellas que quieran dejar el trabajo sexual voluntariamente.

6.Aceptar la realidad de que algunas mujeres (y hombres y transexuales) decidirán continuar en la prostitución, y garantizar que se les proporcionará las mismas protecciones legales —laborales y de cualquier otro tipo— que las que disfrutan los demás trabajadores.

7.  Adoptar un nuevo enfoque que valore la investigación independiente, no sesgada y metodológicamente correcta y que incluya las voces de las partes concernidas, incluídas trabajadoras sexuales y jóvenes.

8.  Encargar un estudio independiente, no partidista, y metodológicamente correcto que recoja información —de todas las fuentes, incluídas trabajadoras sexuales y jóvenes— para documentar y evaluar el impacto real que toda la serie de leyes y políticas relacionadas con la prostitución tienen sobre las trabajadoras sexuales, los compradores de sexo, los inmigrantes y las víctimas de trata.

A continuación, otros gobiernos, como el de Israel, que están proponiendo adoptar una ley como la de Suecia, deberían considerar si desean malgastar los escasos recursos y el capital político en una ley fallida y que, además, se ha demostrado nociva. Esos países podrían, en cambio, considerar la adopción de los pasos antes citados para desarrollar auténticas soluciones basadas en la evidencia y en el respeto a los derechos, en vez de en la ideología y las emociones.

Los gobiernos que adopten estas mínimas medidas para garantizar que sus leyes y sus políticas ‘no hacen daño’, garantizarán que están apoyando e implementando los estándares internacionales de derechos humanos, como todos los gobiernos —incluído el de Suecia— han prometido hacer.

Al mismo tiempo, las trabajadoras sexuales y sus aliados activistas en Suecia, Noruega, Finlandia e Islandia, y otros países donde la venta de sexo es legal, podrían leer cuidadosamente el caso Bedford y considerar la posibilidad de emprender una acción legal en contra de las leyes de sus respectivos países, basándose en semejantes  fundamentos. También merecería la pena considerar la conveniencia de alegar discriminación y falta de derechos laborales y de otros tipos, además de las alegaciones referidas a la violencia como en el caso Bedford.

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Contacto:

Ann Jordan, Director, Program on Human

Trafficking and Forced Labor

Center for Human Rights and Humanitarian Law

American University Washington College of Law

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Este proyecto fue hecho posible con la generosa ayuda de Global Fund for Women, la Foundation to Promote Open Society y dos donantes anónimos.

Las opiniones, hallazgos y conclusiones o recomendaciones expresados en esta publicación son los del Program on Human Trafficking and Forced Labor y no reflejan necesariamente las opiniones de sus financiadores.

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Washington College of Law.


[1] Según el Oxford English Dictionary, ingeniería social es el “uso de planificación centralizada en un intento de manipular el cambio social y regular los futuros desarrollo y comportamiento de una sociedad”.

http://www.oed.com/view/Entry/272695?redirectedFrom=social%20engineering#eid

[8] Para información sobre los efectos de las leyes de penalización, legalización y despenalización, ver el próximo número de Issue Paper dedicado a trata de seres humanos y trabajo sexual.

[9] Una evaluación de la ley sueca hecha por el gobierno noruego en 2004 (basada en materiales suecos y en sus propias observaciones) también concluyó que era imposible determinar la causa de este descenso (Norwegian Ministry 2004, 11).

[10] En un informe policial de 2005, “la policía se quejó  de que había un 19% dedisminución de información acerca de la trata” (Danna 2007, 45). Al mismo tiempo, “ninguna investigación de los compradores de sexo ha llevado nunca al descubrimiento de delitos más serios” (Danna 2007, 45).

[11]Por ejemplo, en 2009, un cliente en el Reino Unido ayudó a una mujer Thai a escapar de sus explotadores. El juez que dictaminó el caso de trata dijo que el hombre danés debería ser “muy encomiado” por sus acciones (The Herald 2009).

[12] La estigmatización del trabajo sexual es un factor clave que mina la salud, la seguridad y los derechos de las trabajadoras sexuales (Crago 2009).

[13] La invisibilidad de las trabajadoras sexuales constituye el mayor obstáculo para llegar a las trabajadoras en términos de educación y prevención de VIH/SIDA y ETS (UNAIDS 2002, 13).

 

PUTAS CON CARA

Artículo publicado en Tiempo de Hoy

 

Son la parte que nunca se cuenta de la prostitución. Eligieron trabajar en el sexo voluntariamente y defienden orgullosas su profesión. Representan, según la ONU, al 85% de quienes se prostituyen, pero rara vez se escucha su voz.

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Las putas estamos hartas de que todo el mundo hable en nuestro nombre sin haberse molestado ni siquiera en preguntar. No les necesitamos. Podemos hablar por nosotras mismas”. Y lo hacen, pero  pocas y en contadas ocasiones. Una de ellas es Natalia Ferrari, barcelonesa de adopción y argentina de nacimiento. Llegó a España a los 10 años, con su familia. Su historia no tiene nada que ver con la marginalidad que se suele asociar a la prostitución. Hace solo dos años era personal de seguridad en las salas de un museo barcelonés. Odiaba su trabajo: “800 euros por lidiar con mucho gilipollas. Ni el trabajo me aportaba nada, ni yo aportaba nada al trabajo”. Lo dejó de forma impulsiva y ya en la calle empezó a pensar en cuál debía ser su siguiente paso. La solución llegó por parte de una amiga, que ya tenía encuentros sexuales a cambio de dinero. Le gustó. Le dio algunas vueltas y decidió probar. “Siempre he sido muy sexual. Me gustaba la idea de acostarme con desconocidos, sin los problemas que conlleva una relación”, explica sonriendo.

Al final dio el paso. Desde hace un año ejerce, completamente por libre. Todo su entorno lo sabe y lo respeta. “Hay quien se preocupa, pero cuando ve que soy mucho más feliz que antes, no le queda más remedio que aceptarlo. Es el trabajo que más encaja conmigo. Soy yo quien decido lo que quiero. Elijo las tarifas, los servicios, los clientes y las vacaciones. Tengo la independencia que necesitaba”. Puede ganar en una semana lo que mucha gente en un mes trabajando a jornada completa. No le falta trabajo. Es ella quien lo gestiona en función de su humor. Nunca más de tres servicios diarios, a 250 euros como mínimo. “Y cuando me canso, no trabajo en un tiempo”.

Natalia no encaja en la idea que se tiene de la prostitución, entre otras cosas por que no forma parte de aquella, minoritaria pero mucho más visible, que se desarrolla en la calle. Ella, como la mayoría de las prostitutas españolas, trabaja bajo techo, en su propio piso. Según un informe de Estudios y Cooperación para el desarrollo (Escode) de 2006, un 59% de las trabajadoras del sexo ejercía en clubes; algo más del 36%, en apartamentos privados, y solo una de cada veinte (el 5%), en la calle. “Yo ofrezco un entorno íntimo y seguro donde disfrutar del sexo sin culpabilidad. A todo el mundo le gusta follar, lo que no les gusta es que se hable de ello”. Y sus clientes responden a ese perfil. No busca ni acepta a alguien que solo quiera un polvo o sentir que domina la relación sexual. En su piso, aunque uno de los dos pague por el tiempo, las relaciones son siempre entre iguales. “Hay oferta para todo, hay quien acepta ese tipo de clientes, pero desde luego, yo no”, señala.

Lo cierto es que el mercado de la prostitución sigue siendo enorme en toda Europa. Solo en España el Instituto Nacional de Estadística calcula que en 2014 movió un total de 3.672 millones de euros, un montante casi similar al de todo el mercado del lujo de nuestro país. Es una de las pocas cifras con autoría clara. Muchas de ellas se repiten machaconamente sin que nadie sepa de dónde vienen. Se llegó a hablar de 600.000 prostitutas y un millón de servicios diarios, algo que supondría algo más de 18.000 millones de euros anuales. La realidad, aunque impresionante, parece estar bastante lejos de esas cifras. El estudio más riguroso hasta la fecha, realizado por la Universidad de Valencia, cifraba en 75.000 las mujeres (y hombres, aunque sean una minoría en el sector, en torno al 0,3%) que trabajan en la industria sexual. Respecto a los clientes, se calcula que unos tres millones de españoles (el 27% de los que tienen entre 18 y 49 años) han pagado por sexo. Las cifras no dejan dudas: resulta casi imposible tanto por la oferta como por la demanda que se alcance un millón de servicios diarios o los 18.000 millones de euros anuales de las primeras estimaciones.

Tampoco parece demasiado afortunada la cifra que repiten algunos políticos y organizaciones de que el 99,9% de las mujeres que ejercen la prostitución son víctimas de la trata. Es, sin embargo, la políticamente correcta y pocos se atreven a contradecirla. Curiosamente, uno de ellos es la ONU. En 2010 Naciones Unidas elaboró un informe sobre la prostitución y la trata en Europa. Su estimación se quedó muy lejos de las cifras anteriores. Según el informe, solo 1 de cada 7 mujeres (algo menos del 15%) ejerce obligada. “La trata es despreciable y hay que combatirla, pero eso no significa que sea la realidad de todas las prostitutas”, argumenta Natalia.

El porcentaje de víctimas de trata es incluso menor entre los hombres. Aday Traum, un sevillano de 24 años, ejerce desde que cumplió la mayoría de edad. Durante años lo compatibilizó con la carrera de Enfermería, que ya ha terminado. Sus clientes son fundamentalmente gais, pero durante un tiempo también se acostó con mujeres por dinero. “Entre los chicos no hay mafias, no existen. Solo los brasileños vienen en condiciones precarias, con deudas que les hacen depender de gente”, explica. No es su caso. Él siempre que ha querido ha abandonado el piso en el que trabajaba. A veces a costa de enfrentarse a la presión de los propietarios, pero nunca ha tenido que llegar a las manos. Empezó en Madrid y Granada, cobrando 30 euros por servicio (más otros 30 para la casa) pero pronto se cansó de compartir su dinero.

Se instaló por libre y subió sus tarifas. “Aquí cobras lo que tú te valoras. Hay clientes que buscan cierto estatus. Conmigo no ha querido venir cobrando 80 euros alguien que sí ha querido con 300. Piensan que por debajo de cierto precio haces demasiados servicios”, subraya. No es su caso. Aunque hubo un tiempo en el que hacía mucho dinero, hasta 6.000 euros con un solo cliente, poco a poco ha bajado el ritmo.

La prostitución es cada vez más un complemento de sus principales vías de ingresos, actuaciones en películas porno y una empresa de casting que montó al poco de entrar en el mundillo del cine de adultos. Tiene cuatro o cinco clientes fijos que le dan la mayor parte de los servicios. A 150 euros la hora con un mínimo de dos (aunque muchos apenas pasan un cuarto de hora en el piso) o 1.000 la noche, sigue siendo, solo esta parte, más de lo que ganan muchos trabajadores. Lo tiene claro. “Yo me niego a estar en un McDonalds cobrando una miseria. Prefiero ser puta a estar puteada”, explica Aday.

Con los años se ha quitado el estigma. “Cuando empecé me habría muerto de la vergüenza si alguien de mi familia se entera, ahora, el día que me pregunten, lo diré”, confiesa. En el mundo de la noche gay, asegura, hay menos presión. No fue así siempre. Hubo un tiempo en el que no le dejaban entrar en algunos clubes. Hoy, cuando le llaman, esos mismos locales le preguntan su caché por ir a tomar una copa. “Quitarte el estigma también depende de uno mismo. De tratar tu profesión con naturalidad. Yo cuando me presento descoloco a la gente: ‘Hola, soy puta y me llamo Aday’. La gente tiene derecho a saberlo y si no quieren hablar conmigo, allá ellos”, zanja.

A su novio lo conoció como cliente y no tiene problemas al respecto. Tienen una relación abierta. “Yo iba a acostarme de todas formas con otros hombres. ¿Por qué va a ser peor si les cobro?”. El perfil de los clientes es muy diverso. Predominan chicos muy jóvenes y mayores de 60 años, pero hay un poco de todo. “Tuve incluso un cliente parisino que nunca me tocó. Venía, me abrazaba y se ponía a llorar. Yo, cuando terminaban las dos horas, le avisaba, dejaba de llorar y se marchaba”, recuerda. También una pareja de ancianos sin hijos que le contrataba cada mes para que cenara con ellos una noche y les contara cómo vivía y qué pensaba la juventud.

Pero también hay historias más turbias. Los estupefacientes son muchas veces compañeros de la prostitución. Muchos clientes quieren drogarse antes o durante el sexo. “Trato de evitarlo. Para eso tienes tus trucos, pero mentiría si dijera que nunca lo he hecho. Lo hago, pero también lo cobro”, confiesa. Como prácticamente todo el que trabaja por libre y en casas, Internet es su vía principal de captación de nuevos clientes. Hay páginas especializadas en difundir perfiles de prostitución heterosexual o gay. La oferta es inmensa. Otros, como Natalia, han desarrollado su propia web en la que no solo se promocionan y captan clientes, sino que cuelgan contenidos relacionados con sexualidad.

La revolución de la Red, sin embargo no ha acabado con la prostitución callejera. Hay muchas prostitutas que prefieren el contacto directo con los clientes, sin ningún intermediario y pudiendo negociar los precios. Una de ellas es Carolina Hernández, prostituta desde hace ya veinte años y una de las más conocidas activistas por la regulación. Trabaja con Hetaira (nombre que tenían las cortesanas en Grecia), una ONG que aboga por el reconocimiento de la industria del sexo como un sector económico más y aboga por su normalización. Desde allí pelea contra un estigma que considera injusto, el de la mujer “mala” que comercia con su dignidad y su cuerpo: “Yo no vendo mi cuerpo. Dedico mi tiempo a dar placer, como quien cocina un manjar o da masajes”.

Desembarcó en Madrid en 1995, procedente de Ecuador y con un visado de turista en su pasaporte. Su intención era establecerse en Italia, pero en Madrid encontró lo que venía buscando. “Nadie me engañó. Las mujeres latinoamericanas que venían de forma ilegal a España solo tenían entonces dos opciones: fregar escaleras o prostituirse. Yo tenía muy claro que no quería limpiar casas”, cuenta abiertamente. Nunca se ha arrepentido. Después no le han faltado oportunidades para cambiar de trabajo, pero no quiere. Carolina reconoce que “existe una gama amplia de trabajos”, pero “barajando las condiciones de cada uno”, ella ha preferido siempre seguir dedicándose a la prostitución. “Era un vida alegre y divertida”, explica: “Ves que a alguien le pagan por ello y piensas ‘yo también soy bonita, me puedo ganar la vida así”. Eso no quita que no haya sentido asco, pero no más que el de “cualquier trabajador en su día a día”. Cuando trajo a sus hermanas de Ecuador estas decidieron trabajar en el campo cogiendo fresas. No duraron ni una semana.

En estas dos décadas Carolina ha trabajado en todos los ambientes imaginables: clubes urbanos y de carretera, pisos y desde hace unos años en la calle. Allí, confiesa, nadie se hace rico. Y menos ahora. Los precios han bajado mucho y la competencia en la calle es feroz. Muchas veces bajan de los 20 euros. Pese a todo, no se imagina desligada de la prostitución: “Incluso cuando me jubile, seguiré tratando de ayudar a mis compañeras. Lo único que pido es tener los mismos derechos que quien ha escogido otra profesión. No creo que eso sea ninguna locura”.

‘Sexoterapia’ para la discapacidad

'Marc Xander', asistente sexual en Barcelona. ANTONIO MORENO

‘Marc Xander’, asistente sexual en Barcelona. ANTONIO MORENO

Jordi se acostó por primera vez con una chica en silla de ruedas cuando estaba haciendo el último curso de Ciencias Sociales en Barcelona. Necesitaba dinero para pagarse la universidad y recurrió al sexo de pago para ello. Unos amigos le presentaron a una mujer minusválida que buscaba a alguien que le estimulara sexualmente y jugase con su cuerpo.

¿Por qué con una discapacitada? “Estas personas no pueden acceder a una vida sexual satisfactoria y necesitan de este tipo de servicios”, dice Jordi, aunque prefiere que le llamemos Marc Xander. Este es su alias laboral, el personaje que crea cada vez que le suena el teléfono reclamando su cuerpo. Tiene 33 años, mide 1,77, es moreno de ojos marrones y afirma ser asistente sexual desde hace cuatro años. Su voz calmada y tenue le gusta mucho a David, uno de sus clientes invidentes, que paga a Marc 300 euros por una hora de servicio en la que dice que el sexo es lo menos importante. “Me hace sentir deseado y eso me da seguridad y confianza“, comenta David.

Porque el trabajo del asistente es en ocasiones muy terapéutico. “Estas personas tienen una hipersensibilidad increíble. Me piden caricias, masajes, que les duche y haga cosquillas. Necesitan este cariño carnal y yo me siento bien con ellos”, explica Marc. Sus clientes son hombres y mujeres con algún tipo de minusvalía y reconoce que para trabajar con estas personas es fundamental una buena preparación previa. “Antes de quedar con ellos tengo que saber qué tipo de disfuncionalidad tienen y en qué les puedo ayudar. Algunos no quieren sexo, sólo necesitan sentir el cuerpo de otra persona apretando el suyo y que demos forma a sus deseos más íntimos”.

Marc suele tener clientes fijos como un chico sordomudo, otro en silla de ruedas y una mujer ciega. “Me gusta quedar con ellos en los hoteles, pero muchos no disponen de instalaciones adecuadas para minusválidos y entonces voy directamente a sus domicilios”, cuenta. Contactan con él a través de su página web o de alguna asociación, con las que está al pie del cañón levantando la voz por la dignidad y la regularización de este tipo de trabajo sexual.

Porque en España cada vez hay más personas que luchan por los derechos sexuales de las personas discapacitadas. El problema es encontrar un marco legal para ello. En Europa, países como Suiza, Alemania, Holanda o Bélgica consideran la asistencia sexual como un servicio del sistema sanitario. Pero sólo Suiza lo tiene regulado de forma oficial, incluso está subvencionado.

Ese es el objetivo de varias asociaciones que han puesto en marcha en Barcelona sus servicios para poner en contacto a las personas discapacitadas con los asistentes sexuales. Aunque Francesc Granja prefiere llamarles “acompañantes”. Francesc es el presidente de Tandem Team, una asociación que nació hace un año en la ciudad condal para hacer de puente en este encuentro íntimo.

“Empezamos un proyecto para ayudar a las personas con diversidad funcional y vimos que la parte que estaba más desatendida era la sexual. Entonces decidimos hacer entrevistas para ver qué tipo de público teníamos y al principio nos sorprendió que hubiera más personas que querían ofrecerse como acompañante de las que querían solicitar el servicio”, cuenta Francesc. Su asociación trabaja normalmente con 10 asistentes y ya han organizado 180 encuentros sexuales. “No es un trabajo sencillo. Es importante el tema de la higiene, que les vista y atienda a la perfección. Para nosotros eso es más fundamental que el sexo, por eso buscamos sobre todo a gente que venga del mundo de la enfermería o de la asistencia social”.

Cuando Sandra, asturiana de 38 años, era adolescente, estuvo de voluntaria en centros de atención a discapacitados psíquicos. Aunque dice que no lo hace por dinero, esta mujer lleva tres años teniendo varias citas al mes con dos chicos con Síndrome de Down y otro minusválido.

“Puedo decir que el 70% de las veces que quedo con ellos no tenemos ninguna relación sexual plena. Muchos solo quieren ver mi cuerpo desnudo y acariciarlo. Es cierto que me lucro con ello, yo no se lo pido, pero los chicos me dan siempre algo de dinero. Quiero que quede claro que lo hago por una motivación social aunque la gente no se lo crea”, afirma Sandra que insiste en que para hacer este trabajo se necesita una buena preparación.

Por ello, en Barcelona, la Asociación Sex Asistent organiza cursos de formación para asistentes sexuales. En 2012, el colectivo formado por terapeutas y psicólogos fueron los pioneros en España en hablar abiertamente de la necesidad de acceder a una sexualidad satisfactoria de personas con discapacidad. “Entendemos la asistencia sexual como un espacio de empoderamiento para estas personas que, encasilladas como asexuales, pertenecen a un colectivo que tiene los mismos derechos sexuales que cualquiera”, afirma Rafael Reoyo, coordinador de Sex Asistent en España.

El último curso que organizaron, para el que alquilaron un aula en Barcelona, duró ocho horas y acudieron 10 personas. “No solo viene gente que se quiere dedicar a la asistencia sexual. Hemos tenido a sexólogos y chicos que trabajan en centros para discapacitados que quieren conocer mejor este tema. Les hablamos de la ética profesional, de la importancia de entender la realidad humana de estas personas y conocer las diferentes diversidades funcionales que puedan tener”, cuenta Rafael. Su asociación cuenta con el apoyo de la mayoría de los colectivos de discapacitados, que representan a 3,8 millones de personas en España, un 58% mujeres.

Como Carmen, 43 años, que lleva cinco en una silla de ruedas a causa de la esclerosis múltiple que padece. Todas las semanas recibe en su casa de Girona a un asistente personal que le ayuda a comer, vestirse, ir al baño, pero… ¿qué pasa con el sexo?

“Yo no puedo ir a una discoteca y ligar con un chico. He estado seis años sin tener ninguna relación y me sentía muy deprimida”, comenta Carmen que añade que desde que se enteró de esta posibilidad le ha cambiado la vida. “Pago por acostarme con hombres. Sí, y no me avergüenza reconocerlo. Me hace disfrutar muchísimo, no solo en el sexo. También está la afectividad, los abrazos y los mimos. Me siento más positiva y completa. He descubierto sensaciones que pensé que en la vida podría tener”.

Jo també sóc puta

Acabo de extasiarme con unas imágenes de Paula Ezkerra iniciando la campaña electoral en el Forat de la Vergonya, es candidata de la CUP por Barcelona. Tan luminosa y guerrera como cuando las calles del Raval nos hermanaron hace quizás diez años. Paula es puta y migrante argentina, activista espléndida y tenaz. Lleva décadas combatiendo la violencia estructural hacia las trabajadoras del sexo, esa misma violencia que nos alcanza a todas las mujeres. Porque la putafobia es la punta del iceberg de la misoginia, queramos aceptarlo o no.

Si todas las mujeres conjurásemos el estigma puta, el patriarcado se desvanecería como un mal sueño al alba. Con la caza de brujas, aquel feminicidio fundacional tan remoto como eficaz, se nos impuso una feminidad apocada y delatora. La puta es mi vecina, no yo. Amortiguaré mi deseo, controlaré mi presencia social. Para no destacar, para que no me señalen. Y cuando vayan a por ellas, a por las putas declaradas, callaré en el mejor de los casos. O prenderé yo misma las antorchas. Divide y vencerás.

Ellas están unidas, en Barcelona a través de la plataforma Prostitutas Indignadas. La imagen de dos putas agarrándose de los pelos por un cliente como quintaesencia de la rivalidad femenina es pura mistificación patriarcal. Por todo ello, en las luchas de las trabajadoras sexuales contra el acoso policial-administrativo al que están siendo condenadas por las atroces ordenanzas cívicas que han proliferado en nuestras ciudades cual plaga bíblica, en su valerosa insumisión al estigma puta, nos la volvemos a jugar todas las mujeres.

Contra lo que muchas proclaman, las luchas de las prostitutas son altamente feministas. Desde siempre. Nell Kimball, la madame de un burdel de Nueva Orleans de principios del siglo XX, dejó constancia de una de ellas, de una de nosotras. «Tuve una puta llamada Gladdy que era partidaria de los derechos de las mujeres. Marchaba en Filadelfia y Nueva York cuando había manifestaciones a favor del voto femenino y se clavaban alfileres en los caballos de los policías y se hablaba sobre ser igual a cualquier hombre. Gladdy era una muy buena puta”

Itziar Ziga
Activista feminista

“La principal clientela de los chaperos son hombres de la derecha conservadora”

Artículo publicado en PLAYGROUND

Elie Grekoff1

Hablamos con el chapero Paralel sobre prostitución masculina y otras formas de relaciones no heteronormativas.

¿Cómo es la prostitución masculina? ¿Quién la ejerce? ¿Cuáles son sus reivindicaciones? ¿Hay estigmas? ¿Cómo son las relaciones con clientes? ¿Dónde trabajan? Investigamos la prostitución masculina de la mano de uno de sus profesionales.

Ilustraciones de Elie Grekoff

La reciente publicación de este reportaje sobre prostitución generó algunos debates, tanto en la web como en las redes sociales. Además de la previsible discusión entre abolicionistas y partidarias del reconocimiento profesional, varias lectoras señalaron que el artículo no reflejaba todas las maneras de ejercer el trabajo sexual. Estoy de acuerdo. Y creo que se debe a dos motivos: uno es la limitación de espacio —es imposible abarcar una realidad tan amplia y compleja en un solo reportaje—; el segundo tiene que ver con que el términoprostitución comprende múltiples actividades y muy diferentes entre sí. Con el ánimo de seguir en esa línea, me pareció interesante abordar la cuestión del trabajo sexual masculino.

Paralel es el nick que usa un colega en redes sociales para contactar con clientes. No resulta difícil de imaginar por qué hay hombres dispuestos a pagar por tener sexo con él: se trata de un morenazo guapo, divertido e inteligente. Paralel prefiere no revelar su identidad: esa es la única condición que me impone para hacer esta entrevista.

Cuando trabaja de chapero lo hace con hombres; nunca con mujeres. “ Nimujeres cis, ni mujeres trans”, detalla. Para él, ser trabajador sexual no constituye un elemento identitario tan fuerte como para algunas de sus amigas prostitutas. Es decir, aunque los amigos más cercanos saben a qué se dedica, él no suele presentarse en público como trabajador del sexo, si bien es un trabajo que realiza desde hace años y que le ha sido imprescindible en varios momentos de su vida.

Cuando acabamos la entrevista, comentamos la jugada con dos de sus amigos mientras tomamos una cerveza. Ellos se sorprenden de que le haya entrevistado, pues consideran que su caso es muy común y no tienen nada de especial. “ Quien más y quien menos ha hecho una chapa en su vida” dice K. “Hombre, claro. Excepto los gays ricos, ¿quién no se ha acostado alguna vez con alguien por dinero?”, contesta A.

¿Prostituto, puto, gigoló, chapero?

Chapero.

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¿Chapero no es un término despectivo?

No. Es como puta o maricón: son términos que se pueden recuperar y subvertir, depende del contexto en el que se digan. Yo normalmente utilizo la palabra chapero. En ocasiones también he dicho con mucho orgullo “ soy chapero”, lo que pasa es que no corresponde a mi identidad; yo soy, principalmente… otras cosas.

¿Te refieres a que no es tu empleo principal? En realidad, nadie es sólo una cosa, se supone que yo soy abogado y te estoy haciendo esta entrevista como curro complementario…

Pues lo mismo. Para mí es un trabajo extra, para sacar un dinero extra.

“Creo que la prostitución masculina se ejerce desde una posición de mucho más poder que la femenina, y eso es por el sistema de reparto de roles”

¿Has sentido el estigma de ser profesional del sexo? En el caso de la prostitución femenina es algo muy presente; especialmente en el caso de las mujeres trans, que sufren al mismo tiempo el estigma puta y la transfobia…

No lo he sentido. En el mundo gay es más común la prostitución que en el mundo hetero. En el trans también, pero no sufren el estigma de otras trans sino de los heteros. Muchos chicos gays han ejercido en algún momento la prostitución, en el sentido de recibir dinero a cambio de sexo. Puede que sea un hecho puntual, pueden ser varios momentos en la vida, que hayan pasado temporadas viviendo de eso o no, pero es mucho más común. Por eso, en el ambiente gay no he sentido el estigma.

Si hablamos de ir por la calle con un cliente y que te vean, sentir las miradas de la sociedad cuando vas de chapero o vas vestido como un chapero en un lugar público, pues sí… Pero yo creo que la prostitución masculina se ejerce desde una posición de mucho más poder que la femenina, y eso es por el sistema de reparto de roles.

¿A qué te refieres con ejercer desde una posición de poder?

Un cliente no quiere lo mismo de una chica que de un chapero. Debido a los roles que nos impone el patriarcado, en una chica buscará algo más suave, más delicado, más cuidadoso… Pero si hablamos de chaperos, los chicos buscan algo más fuerte, más arrogante, chulesco, poderoso… Los clientes quieren un tío duro. En ese sentido, un chapero nunca va a tener miedo de que un cliente le agreda. Todo lo contrario. En todo caso es el cliente el que tiene miedo de que el chapero le dé el palo. Una tía sí puede verse en situaciones de vulnerabilidad que un chapero nunca va a vivir. A eso me refiero cuando hablo de estar en una situación de poder.

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En el ambiente también hay figuras diferentes a la pareja convencional que en el mundo hetero no existen. Por ejemplo los sugar daddy. O sea, formas de remuneración directa o indirecta que están en un punto medio entre la relación afectiva y la mercantil.

Esto influye mucho en el hecho de que el chapero no esté estigmatizado en el ambiente. En realidad, a muchos chicos les da es morbo. El último tío con el que estuve emparejado fue el único que me montó un pollo que te cagas cuando se enteró de que curraba de esto, pero normalmente a los tíos con los que me enrollo ya se lo he dicho, y esto les da morbo.

Más allá, es cierto que en el ambiente hay muchas formas de relación imposibles de definir. Sugar daddy y no sólo. Por ejemplo, tengo muchos amigos latinos que están enrollados con europeos con pasta. Y no sabes hasta qué punto… O sea, no cobran directamente, pero no es casual que se enrollen sólo con gente que tiene tanta pasta. Hay relaciones en las que no sabes dónde acaba el amor o el sexo y dónde empieza el trabajo.

Además, en el trabajo sexual masculino adulto no hay trata ni proxenetismo.

Que yo sepa no, salvo casos muy concretos de menores. Tampoco hay muchos pisos de chaperos. En todo Barcelona sólo hay dos o tres. Me refiero a pisos en los que haya un gestor del mismo sacando pelas del trabajo de los chaperos. No hay proxenetismo; somos todos autónomos.

“En la calle no hay prostitución masculina, así que no tiene la visibilidad ni sufre la represión que padece la femenina. Más bien, se mezcla mucho con la fiesta”

Entonces, ¿qué modelo de legalización o regularización del trabajo sexual crees que se adapta mejor a vuestra realidad? En el caso de las mujeres la clave está en el reconocimiento como actividad profesional. ¿Crees que esta diversidad de la que hablamos hace que sea diferente?

Claro, algunos de los ejemplos que decíamos antes quedarían igualmente fuera de la consideración profesional y no les aportaría derechos. A muchos chaperos les hablas de derechos laborales y se parten de risa. Por un lado, porque no quieren dejarse una parte de lo que cobran en impuestos; esto es inconcebible para los que yo conozco. Estamos acostumbrados a quedarnos el 100% de nuestras ganancias. Y, sobre todo, porque supondría un reconocimiento público que muchos no queremos. Aunque no haya estigma, el ejercicio sí pasa por la clandestinidad que buscamos tanto nosotros como los clientes. La clandestinidad es fundamental con los chicos.

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Hablemos de los clientes. ¿Cómo son?

Muchos son señores heteros casados. Muchísimos. Y estos nunca firmarían una factura. Otra parte de la clientela pertenece al ambiente gay, que lo tiene más claro y formalizado, pero no son la mayoría. En esto nos parecemos a las trans: la principal clientela son hombres de la derecha conservadora.

Antes comentabas que sólo hay dos pisos de chaperos en Barcelona, pero hay diferentes maneras de ejercerla y de atraer clientes.

Sí. Saunas, discotecas de ambiente, un montón lo hacemos con anuncios por internet… Pero en la calle no hay prostitución masculina, así que no tiene la visibilidad ni sufre la represión que padece la femenina. Más bien, se mezcla mucho con la fiesta. El contexto es otro. Hay discotecas que todo el mundo conoce en las que hay chaperos. Si estás familiarizado les puedes identificar. Pero es muy habitual que te pongas a flirtear con alguien, creas que has ligado, y te diga “no, es que soy chapero”. A mí no me ha pasado porque yo también lo soy y ya me lo sé, pero a amigos o clientes míos sí. Y es una putada (risas).

“Las prostitutas tenemos muy pocos amigos en la izquierda”

La activista Pye Jakobson defiende que se legalice su trabajo

“Hartas” de aparecer como víctimas y de no tener voz propia, las trabajadoras del sexo reclaman el derecho a decidir sobre su cuerpo como ejercicio de libertad, aferradas a la bandera de los derechos universales. La activista sueca Pye Jakobson, con 24 años de prostitución a la espalda, pretende lograr ese click mental y “hacer a las personas pensar”. Ya lo ha hecho ante el Parlamento de Inglaterra, en Hong Kong o Escocia. “A todo el mundo le gusta el dinero y el sexo; la combinación no es tan complicada dentro del sistema capitalista”. Precisamente en Suecia la ley tipifica como delito la compra de un servicio sexual desde el año 1999.

Impulsora del sindicato sueco Rose Alliance de “trabajadoras del sexo”, Pye acudió ayer a la Semana Galega da Filosofía que impulsa el Aula Castelao para reclamar igualdad no sólo como mujeres sino como trabajadoras: “No son necesarias leyes especiales para mí porque no soy tan diferente y crean más problemas, tenemos que reconocer que esto es un trabajo”. Lamenta además ese afán proteccionista de la sociedad y gobiernos como el de su país, cuya dicotomía moral se palpa a pie de calle: mientras se empeñan en “colgarnos la etiqueta de víctimas”, el sexo cibernético gana la carrera a la acera. Un colectivo, sostiene, siempre vinculado a las drogas, los abusos o el tráfico de personas y que, pese a esa realidad, reivindica la existencia también de mujeres libres y “normales” que deciden tomar un camino que se recorre “con la cabeza, no con el estómago”.

“Tenemos muy poco amigos en la izquierda [están más cerca de los liberales no conservadores] y me duele en el corazón”, señala. En el sur de Europa la situación es “más honesta, más pragmática, porque no gusta pero se entiende”. Sin embargo en su país la filosofía es otra. En este punto, dibuja una gruesa línea divisoria entre prostitución y tráfico de mujeres e insiste en que, curtida como está por las atroces historias de muchas compañeras, la tragedia para ellas no fue vender su cuerpo sino haber sido forzadas o engañadas.

Las razones de Jakobson pasan por la elección libre ante la prueba de la supervivencia. Ella reclama la libertad de decidir si quiere “trabajar como mujer de la limpieza o sufrir más y ganar el doble”. “Ésa es la opción de esa mujer, su cuerpo y su vida”, añade. La realidad es que pese a las 3.000 trabajadoras del sexo que contabiliza la ponente en Suecia, sólo 25 son activistas de un sindicato que sobrevive prácticamente en la clandestinidad. Una asociación de drogadictos les ha hecho un hueco en sus oficinas para que tengan donde reunirse. En su país, Pye no suele prodigarse. Podría perder su piso.