Álex Aguirre (izquierda) y Yos Piña (derecha), activistas de Migrantes Trangresorxs en el centro cultural Matadero de Madrid. ICÍAR GUTIÉRREZ
Son las ocho de la tarde y, dentro de una de las naves del centro cultural Matadero de Madrid, un grupo de jóvenes ultima los detalles de las actividades que preparan para el próximo fin de semana. Varias fotos de personas racializadas y algunos carteles hechos a mano decoran el espacio. “Lo queer no te quita lo racista”, reza uno de ellos. “No esperaban que sobreviviéramos”, dice otro.
Aquí se reúne cada semana Migrantes Trangresorxs, un colectivo de personas racializadas y migrantes con diversas orientaciones sexuales e identidades de género que luchan contra el racismo y la LGTBIfobia. Una “doble discriminación” que, insisten, les afecta de forma “específica” por el hecho de ser migrantes y racializadas, y por ser trans, lesbianas, gays, bisexuales o no identificarse con los conceptos tradicionales de hombre y mujer.
“Nuestro cuerpo es una intersección, yo no puedo separar una cosa de la otra: soy trans y soy migrante, está unido en una sola vivencia y recibimos doblemente esa violencia sobre nuestros cuerpos”, explica Yos Piña, activista del colectivo. “Pero nuestros cuerpos también hackean el género construido por los blancos, las leyes que nos apresan y las estructuras del Estado racista español”.
“Dentro de los grupos alternativos se nos invisibilizaba”
A su lado está Alex Aguirre, quien llegó a España después de años ejerciendo el activismo con personas trans y lesbianas en Ecuador, su país de origen. Este impulso, dice, está en el origen de este grupo del que hoy forma parte. “Cuando llegué, me di cuenta de que no había espacios para trabajar específicamente migraciones y LGTB. Me iba a espacios blancos LGTB, pero no se trataba: era parte de la agenda, pero no había presupuestos, ni gente que lo trabajara”, relata.
Así nació Migrantes Trangresorxs en 2010. “Decíamos: ‘¿Dónde se reúne la gente?’ Teníamos esta necesidad personal y política, y comenzamos a reunirnos. Y ya son años”, sostiene. Quimy/Leticia Rojas, también procedente de Ecuador, asiente y apunta que el antes y el después lo marcó un encuentro feminista que tuvo lugar en 2009. “Dentro de los grupos alternativos se invisibilizaba totalmente el tema de las personas migrantes. Esto fue un punto de inflexión para pensar por qué no se visibilizaba nuestro discurso, a pesar de estar allí”, relata.
“Parece que los migrantes no tenemos un activismo político crítico, lo que por un lado nos enfurecía, y también nos empujó a hacer algo en estos contextos de personas LGTBQ blancas y locales, y generar una posición crítica y transgresora”, agrega.
Francisco Godoy, integrante de Migrantes transgresorxs. Imagen cedida.
Se autodenominan “disidentes sexuales” porque tratan de desmontar, dicen, la identidad y la orientación sexual “hegemónicas”.”La heterosexualidad es un invento colonial, así como la separación que Occidente generó entre salud y enfermedad, o delito y no delito. Antes de la llegada de los conquistadores, en Abya Yala [América] existían multitud de prácticas sexuales y de identidades que no respondían al binomio hombre-mujer o masculino-femenino, como los enchaquirados en la zona de Ecuador”, explica Francisco Godoy, activista.
También rechazan la idea de que se fueron de sus países de origen en busca del denominado “sueño europeo”. “A veces dicen que venimos de países pobres, precarios, que venimos huyendo de que nos maten, pero no es verdad. Ecuador, por ejemplo, es muy adelantado”, sostiene Aguirre. “Tenemos derecho de estar acá y en cualquier otra parte del mundo”, apunta Piña.
“Exigimos al Gobierno que nos reconozca”
Así, uno de sus principales objetivos es combatir la imagen “victimista” y homogénea que a menudo, indican, se da de la comunidad migrante, y reiteran que no quieren que hablen por ellas, que son ellas las protagonistas de su lucha, en la que ponen sobre la mesa demandas específicas, como poder decidir su nombre.
Esta ha sido una de sus campañas más recientes: que las personas trans migrantes no tengan que tener la nacionalidad española, tal y como estipula la ley, para poder cambiar su nombre en su documento de identidad (NIE) sin esperar los dos años exigidos de hormonación y médicos y un certificado de disforia de género.
“Exigimos al Gobierno que nos reconozca. Las personas migrantes tienen que obtener primero la nacionalidad española para poderse cambiar de nombre, y eso, añadido a los dos años que tienes que hormonarte, se demora cinco o diez años”, apunta Aguirre. “Diez años con todas las trabas administrativas y burocráticas, y soportando toda la violencia racista y tránsfoba”, coincide Piña.
Aguirre, según cuenta, se llama Álex en Ecuador, donde pudo cambiar su nombre, pero en sus documentos españoles figura otro, su “nombre anterior femenino”. “Acá llegué con el nombre de Álex, me lo cambiaron en el NIE y cuando pasé a tener la nacionalidad, el juez me dijo que no cumplía las leyes establecidas de sexo y género, que había una confusión. No me quiso poner Álex”, asegura.
Esta traba, según relata, ha marcado su día a día en España. “Hay personas con dos o tres hombres. En mi país me llamo como un hombre y acá tengo otro. Cuando viajo tengo que estar con los dos pasaportes”. Y cuenta que el día anterior a la entrevista, sin ir más lejos, en una visita al médico, el doctor le llamó a la consulta preguntando “¿Dónde está esta señorita”. “Lo dijo en medio de 20 personas y yo no alcé la mano. Cuando me tocó entrar, le dije que estaría bien que llamaran por los apellidos”.
“Hay gente muy cercana que no acepta que es racista”
Con su activismo, no solo se centran en la comunidad LGTBI, sino que denuncian el “racismo estructural” que, a su juicio, sufren las personas migrantes y racializadas en España. “La Ley de Extranjería es una cárcel, porque marca la muerte social de las personas que no tienen papeles. Diariamente nos tenemos que enfrentar a la inexistencia. Mi nombre es Yos, pero al no tener un documento que te valide para alquilar una habitación o tener un trabajo, no existes”, asegura.
Si tiene que pensar en cómo les afecta el racismo y la lgtbifobia a diario, Aguirre no duda. “Sales a la calle con miedo a que te peguen. Yo a veces paso desapercibido por ser chico, pero igualmente me han pegado porque reconocieron que era trans. Hay mucha violencia todavía en la calle contra las personas trans, seamos racializadas o no”.
Quimy/Leticia Rojas, activista de Migrantes Transgresorxs. ICÍAR GUTIÉRREZ
También empujan para que este discurso esté presente en otros espacios formados en su mayoría por personas blancas que reivindican los derechos LGTBI. “Es importante visibilizarnos, dar constancia de nuestra existencia. Siempre tratamos de imponernos, porque el tema migrante cuesta. Damos a conocer que sí hay racismo, porque no se reconoce que existe a nivel estructural, que hay esta idea de que lo blanco es lo mejor. Hay gente muy cercana, a la que quiero mucho, que no acepta que es racista. Que me dicen: ‘El racismo lo tienes en tu cabeza’. Tenemos un fuerte trabajo por hacer”, esgrime Aguirre.
Para su compañeras, este es a menudo un trabajo “invisible” que requiere un gran esfuerzo. “Nos vemos obligadas a estar constantemente reflexionando y generando una estrategia para explicarlo. El racismo es tan fuerte que es ciego, las personas blancas no tienen la capacidad de verlo hasta que no se lo pones enfrente y se lo explicas”, critica Rojas.
Para combatirlo, trabajan con otros colectivos antirracistas de Madrid y grupos migrantes LGTBI de otros puntos del Estado, como Barcelona o País Vasco. En todos estos años han organizado encuentros, debates, talleres y todo tipo de actividades. La próxima, ‘La cancha es nuestra’, será este domingo en el barrio de Lavapiés, con una exposición de fotografías y conciertos organizados junto a otros colectivos como Kwanzaa, Efae y Alianza por la Solidaridad. En él también rendirán homenaje a Mame Mbaye, el mantero fallecido el pasado jueves en Lavapiés.
Cada vez, dicen, son más. “Y vamos a seguir, porque esto también es lo que nos da vida. Seguir luchando”, anuncia Aguirre. “Son espacios para pensar nuestra realidad y afianzar los lazos para resistir y ver cómo solucionar nuestros problemas diarios. Ha sido lindo, porque permite saber que no estamos solas, que somos muchas y tenemos muchas estrategias para resistir, sobre todo con toda esta avalancha racista efervescente en Europa”, opina Piña.
“Que Europa esté llena de negros y migrantes es hackear la ‘blanquitud’: agrietarla y decir que existimos y sobrevivimos. Y no esperaban que sobreviviéramos”, sentencia.