«Diego sufría lo mismo que yo. Le llamaban soso, maricón, empollón de mierda, se reían de él, se reían hasta de cómo se sentaba en su pupitre, cuando en realidad él era más listo que todos ellos. Le hacían el vacío, igual que me lo hacían a mí, porque yo también sacaba muy buenas notas. Al final, intentas sacarlas peores, porque así te dejan en paz. En quinto de Primaria el rendimiento de Diego empezó a bajar, sus notas empeoraron, no quería ni jugar en el patio, no quería hacer deporte, yo misma tenía que animarle para que jugara. Estaba muy triste. Me da mucha pena lo que le ha pasado. Me siento culpable, porque si me lo hubiera llevado conmigo igual no hubiera pasado nada de esto».
Así, con esta singular madurez, se explica Valeria, de 12 años, que coincidió cinco, en la misma clase del colegio Nuestra Señora de los Ángeles, con Diego González, el niño de 11 que se suicidó lanzándose desde la ventana de su vivienda familiar, en el quinto piso de un edificio de Leganés (Madrid), el pasado 14 de octubre.
Después del año y medio de acoso escolar que Valeria y sus padres denuncian en EL MUNDO, la niña cambió de colegio. Fue en septiembre pasado, hartos sus padres de buscar respuestas en este centro religioso en el que ya se han registrado otras denuncias por acoso. «Sólo nos decían que todo se arreglaría, que era cosa de niños, que sólo tenían que jugar entre ellos y todo mejoraría», explica Liberio, padre de Valeria. «Me decían que lo que me hacían me haría más fuerte, que me acostumbrara», narra la niña, amiga íntima de Diego y que se fue del Nuestra Señora de Los Ángeles en septiembre pasado. El crío se mató el 14 de octubre, y dejó una nota en la que decía: «No puedo volver al colegio y esta es la única forma de no ir».
Los padres de esta niña han solicitado declarar ante la juez de Instrucción 1 de Leganés, que estaba a punto de dar carpetazo a la muerte del niño cuando los padres hicieron pública la misiva que dejó a su suicidio, que apuntaba inequívocamente al centro. La magistrada ha reabierto la causa apoyándose en un testimonio que apunta a un presunto acoso sexual en el centro, pero varios padres han solicitado declarar para narrar otras irregularidades.
Cuando Valeria, que comenzó a salir del colegio temblando y llorando a principios de 2014, llevaba varias semanas de terapia, sus padres recibieron de su psicóloga una inesperada noticia que la propia niña narra ahora a EL MUNDO: «El padre Rivas, el director, me llevó a su despacho junto con las niñas que me estaban acosando, una de las cuales era hija de profesores del centro. Me sentó ante él, dejó aparte a las otras niñas, y me dijo que si seguía quejándome a mis padres de que me acosaban, me expulsarían del colegio. A ellas no les dijo nada».
Terrores nocturnos
Valeria llevaba ya meses con terrores nocturnos, sin ganas de ir a clase, «llorando todo el rato», explican sus padres, «pero nunca nos había contado eso, que el propio director la había metido en su despacho para chantajearla». La circunstancia sorprendió a los progenitores, pero más se sorprendieron cuando ellos mismos vivieron esa misma situación en sus carnes: «Increíblemente, el director nos metió en el despacho para decirnos que dejáramos de decir que nuestra hija sufría acoso, que eso no pasara de la puerta de aquel despacho y que nosotros no teníamos ni idea de lo que es acoso escolar».
Poco después, «muy impresionados con la actitud del colegio, que consistía en negarlo todo y taparlo todo», cambiaban a su hija de centro. «Ahora está en otro colegio, por cierto que también religioso, y ha cambiado de la noche al día. El centro está muy vigilante con ella y nos apoya al 100%. Es decir, lo que uno espera de un colegio: que enseñen a los niños a respetarse».
Uno de los primeros episodios del acoso que refiere Valeria (el nombre es ficticio para proteger la identidad de la menor) tuvo lugar delante de su propia tutora, en el Nuestra Señora de Los Ángeles: «La niña que empezó todo me llamó gilipollas delante de todos, incluso de la profesora, que no hizo nada», explica la niña.
«Al principio, la verdad es que también a nosotros nos parecía una cosa de críos, no nos preocupaba», cuenta su padre. «Nos contaba que tenía problemas con otras niñas y pensábamos que todo pasaría, que sería cosa de tiempo. Pero luego su ánimo empezó a cambiar. Le habían puesto brackets en los dientes y le llamaban de todo».
“Me decían que era un oso”
Valeria: «Tengo como vello en el cuerpo y me decían que era un oso… Me acababan haciendo el vacío muchos niños porque esta niña lo decía». Su padre:«Ir a clase se le volvió un infierno. Hubo incluso una vez en que la empujaron escaleras abajo, se hizo una fisura en el pie y los profesores ni siquiera la llevaron al médico. Cuando la fuimos a recoger, tenía el pie que no podía andar. Era todo increíble. Cuando tuvo problemas, preguntamos por pedagogos u orientadores que tuvieran en el colegio. Nos dijeron que no había nada, que todo se arreglaría solo, que no nos metiéramos».
Los progenitores creen que en el origen de todo se halla un desencuentro que ellos mismos tuvieron con los padres de esta niña: «Fue una bobada y jamás le dijimos nada a ella, pero da la impresión de que ellos no hicieron precisamente eso». Los padres de esta otra cría son profesores en el centro, «que es bastante como una secta en determinadas cosas», dice el padre de Valeria. Lo que hubiera quedado en un choque infantil se enquistó «porque el colegio se negó a defender a nuestra hija, se negó incluso a intervenir: decían que todo se arreglaría por sí solo, que los niños lo único que tenían que hacer era jugar juntos».
Los padres de Valeria, al igual que la niña, dicen sentirse «un poco culpables con lo que le ha pasado a Diego. Si hubiéramos denunciado, igual todo hubiera sido diferente…», explica su padre, con la mirada perdida.