El prelado Krzysztof Charamsa, en el documental Artykuł Osiemnasty.
El 14 de octubre de 2015, el sacerdote polaco Krzysztof Charamsa (Gdynia, Polonia, 1972) declaraba de manera pública su homosexualidad, acompañado de Eduard, su pareja. Charamsa no sería el primer religioso en declararse abiertamente homosexual pero tampoco será el último (sirva como ejemplo el documental Amores santos, de Dener Giovanini). “Quiero que la iglesia y mi comunidad sepan quién soy: un sacerdote homosexual, feliz y orgulloso de su identidad. Estoy dispuesto a pagar las consecuencias, pero es hora de que la Iglesia abra sus ojos a los creyentes homosexuales y entienda que la solución que les ofrece la abstinencia total de la vida del amor es inhumana”, declaraba ante la prensa.
La Iglesia no tardó en responder. Federico Lombardi, portavoz del Vaticano, comunicaba así la resolución de la Santa Sede: “A pesar del respeto que merecen los hechos y circunstancias personales y las reflexiones sobre ellos, la elección de declarar algo tan clamoroso en la víspera de la apertura de Sínodo [un gran cónclave anual de obispos de todo el mundo] resulta muy grave e irresponsable”. De manera inmediata, Krzysztof Charamsa, quien desde 2003 era oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe, fue expulsado del Vaticano.
Se sabe que está lloviendo cuando en las aceras se refleja el cielo. A principios de octubre, ya escasea la lotería de Navidad. “A ver si puede darme uno que acabe en cinco”, preguntan en una administración. “Gracias a Dios, quedan”, responden al otro lado del cristal, desde donde también se refleja el cielo. Es la hora del café en Barcelona, donde Charamsa vive con su pareja, Eduard, desde que fue expulsado del Vaticano. A pesar del agua que cae (del cielo), hay que abrir las ventanas para que entre el aire. Pasean los coches por el Eixample y cuelgan algunas esteladas en los balcones; ondean atadas a la barandilla.
Charamsa baja de un taxi y se cubre la cabeza con una chaqueta americana. Tiene manos de haber leído bastante. Parece que sus huellas dactilares estuvieran desgastadas por el papel. “¿Qué tal, padre?”. Ha escrito La prima pietra (Rizzoli, 2016), que pronto será traducido al castellano por Ediciones B, y espera la respuesta del Papa Francisco, a quien escribió una carta pidiéndole que reconociera a las familias y parejas LGTB. Ya lo decía José Luis Borges: “La idea de Dios de un ser sabio, todopoderoso y que además nos ama, es una de las creaciones más audaces de la literatura fantástica. A pesar de todo, prefería que la idea de Dios perteneciese a la literatura realista”.
En 1974, la Asociación Estadounidense de Psiquiatría retiró la homosexualidad de la lista de las enfermedades. ¿Desde cuándo la ciencia, como la Iglesia, se ha puesto en contra de la homosexualidad?
Es un ejemplo que cito, de entre otros muchos, para preguntar qué pasa con una institución importante, a nivel mundial, que tiene voz sobre muchas sociedades y muchos Estados. La Iglesia rechaza el desarrollo de la ciencia de una manera que yo llamo “paranoica”. Y lo rechaza no como debería ser, como una institución que usa la razón, sino como una secta irracional. Cada día, la Iglesia anuncia que no somos fideístas o fundamentalistas, porque nosotros somos creyentes pero con la razón, que es, para nosotros, el marco de nuestro anuncio de la fe en la Iglesia Católica. Esto está abiertamente en contradicción por los hechos y por la realidad. La sexualidad humana vive un momento de rechazo y no queremos tratar seriamente, de manera intelectual y racional, una parte del saber humano, de la experiencia y del desarrollo que ha venido en este último siglo.
¿Por qué razón? ¿Miedo?
Por miedo, efectivamente. Y por la voluntad de la Iglesia de mantener su forma de poder sobre varias sociedades, sobre todo sociedades católicas. Ésta fue la razón de mi crisis con la Iglesia. Yo le he dado mi vida a una institución que cree en Dios pero rechaza cualquier tipo de razón.
Hace poco, el Papa afirmaba lo siguiente: “Cuando una persona con esta condición llega delante de Jesús, nunca le dirá vete porque eres homosexual”. Fue durante el vuelo de regreso de su viaje a Georgia y Azerbaiyán.
Es una parte de una manipulación que la Iglesia está fomentando en este campo. El problema de la homosexualidad es que ha encontrado un desarrollo científico que es una verdadera revolución, como lo fue el de Copérnico, Darwin o, como diríamos hoy en día, de [Judith] Butler, la filósofa y experta en políticas de género. El conocimiento que tenemos hoy fue impensable hace cien años, pero la Iglesia no quiere empezar a dialogar. La Iglesia puede decir que va con retraso, tarde o que necesita más tiempo. Es una actitud que provoca sufrimiento en las personas homosexuales, pero también sufrimiento a la Humanidad. Cuando rechazas a una minoría o la estigmatizas, vas en contra de las personas humanas, y es lo que está haciendo la Iglesia. Es algo más emocional que racional.
¿No existe la autocrítica en la Iglesia?
La confusión que tiene el papa Francisco en este caso es la mejor imagen de pensamiento de la Iglesia. La ministra de Educación francesa (Najat Vallaud-Belkacem) dijo que el Papa era “víctima de una campaña de desinformación masiva conducida por los integristas”. Y pienso que ella tiene razón. El Papa está circundado por un sistema homófobo, patriarcal y machista muy fuerte que lucha por mantener el gobierno sobre la mentalidad para no afrontar temas de modernidad que provocarían una reforma en la Iglesia. Ninguno de nosotros es Dios. Y dar un juicio científico sobre la orientación sexual no es competencia de la Iglesia.
¿Hay un poder mayor por encima de la Iglesia?
Sí, aunque esto vaya en contra de la doctrina de la Iglesia. Es una realidad que contradice nuestros convencimientos, con los cuales teorizamos el mundo. Sin olvidar lo importante que es el Papa para nosotros.
¿De dónde salió su desencanto?
Sentía que no podía participar en este engaño en el cual algunos sistemas de poder quieren manejar al Papa de esta manera. Ellos han cogido el poder sobre Francisco y él es ahora una parte del sistema.
¿Le escucharon antes de confesar su homosexualidad de manera pública? ¿No habló con Federico Lombardi (portavoz del Vaticano)?
Como católico que secunda valores cristianos, podría decir una cosa de Lombardi: nosotros esperábamos que me llamaran para hablar con sus superiores lo más pronto posible y explicar qué pasaba. Ésta es la única cosa que podría comentar. Pero Lombardi ha juzgado y ha dicho: “No trabajará más aquí”.
Según Lombardi y la Iglesia, su declaración sometió a la asamblea sinodal “a una presión mediática injustificada”.
Lo que no entienden es que alguien pueda estar asustado por esa arrogancia e ignorancia, contradicción de la cual yo fui colaborador e inquisidor. Sale la rabia de una lucha interior, después exterior, la lucha del coming-out[expresión anglosajona utilizada para decir “salir del armario”]. Espero que los lectores, con esto, encuentren la paz de la liberación. Una paz que resulte como un diálogo con un amigo, al calor de una copa de vino.
¿Que cambiará?
Nosotros no podemos cambiar nada. Esto son estructuras, sistemas y mentalidades que necesitan tiempo e Historia. Además, ¿qué importa que salvemos qué? ¿Qué posición actual es falsa? No podemos cambiar nada, salvo el hecho de vivir nuestra vida. Esto me lo han dicho muchísimos curas.
Pero de un grano de arena puede hacerse una montaña.
Eso es lo que dice el Evangelio.
¿Cuántos escándalos de pederastia en la Iglesia no han salido a la luz por el secreto de confesión?
Es un círculo vicioso. Está estudiado a fondo por Michel Foucault. Él habla de la confesión como el marco de una mentalidad católica que ha rechazado la sana sexualidad y la ha estigmatizado como algo malo cuando en realidad la confesión ha encubierto verdaderos crímenes. No es solamente una cuestión práctica de, efectivamente, ser vinculados al secreto de confesión en casos de pedofilia. No. Nosotros hablábamos en inglés, fuera del secreto de confesión, y no se hacía nada. Se encubría. Este secreto que nos paralizaba a nosotros, en un ambiente tan cerrado como el del clero católico, se sabe. Los obispos lo saben, pero es importante que no se sepa. Y mientras no se sepa no será delito.
Eso es barrer y esconder la suciedad debajo de la alfombra.
Nosotros, en la Iglesia Católica, toda la sexualidad humana la hemos llevado a la confesión. Hace 50 años no podíamos hablar abiertamente de esto. Era un tabú, y este tabú estaba reservado para la Iglesia Católica. Se podía hablar de ello, pero solo en la confesión, y nada más. No iba a salir de allí. Y hablo de toda la sexualidad: desde la masturbación hasta las relaciones de amor. La Iglesia, por los siglos enteros y por la tradición en países católicos, ejercitaba un control increíble de la sexualidad humana, porque quien controla la sexualidad está controlando a toda la persona humana.
¿Se siente decepcionado con la Iglesia?
Jamás he perdido la fe en Dios. Mi coming-out fue una expresión de esta fe en Dios. Yo ya sentía que era gay, pero después del proceso del coming-out interior, del estudio y de años de conocimiento de mí mismo, empiezo a saber quién soy. En este sentido, debería decirle a la Iglesia que está en un error, tanto a nivel doctrinal como a nivel de interpretación. Ese es el drama humano de mi coming-out, porque yo amo esta Iglesia. Mi vida está toda formada por la Iglesia. Yo me realizaba en la Iglesia y seguí un orden. Cuando descubro que hay una parte esencial de mi vida que contradice a la institución en la cual yo identifico mi vocación, veo que este orden tiene algunos errores que no son secundarios y tocan fundamentos. Creo que, en conciencia, toda persona tiene el deber moral de denunciarlo. Si una dictadura no respeta los derechos humanos, tenemos la obligación de denunciarlo. Eso he hecho yo con mi coming-out.
AUTOR
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Carlos H. Vázquez
Periodista por vocación literaria, especializado en hacer entrevistas. Por su grabadora ha pasado gente del cine, la política, la música, el deporte, la televisión y la literatura. Así hasta mil y más allá. Cree en Jesús Quintero, en el whisky y en llevar siempre encima algo que pueda grabar voz.