Paul B. Preciado vuelve carne la crítica. Es en sí mismo la encarnación de los mismos cuestionamientos al régimen biopolítico que desarrolla en sus libros. Eso es ser autocobayo. De eso se trata el llamado a la intoxicación voluntaria que propone en su famosísimo Testo Yonqui: micropolíticas bioterroristas, autoexperimentación, ejercicios de reprogramación del género. Así como hizo Benjamin con el hachís, Freud con la cocaína o Micheaux con la mezcalina, enmarcados en toda una tradición de pensadores que usaron sustancias psicoactivas para producir conocimiento, Preciado vio en la testosterona una droga política, una arma química con el potencial de hacer explotar al sistema sexo/género desde adentro. En sus textos y en persona ha denunciado los protocolos de reasignación sexual (regulados por las instituciones médicas y jurídicas) como medios para normalizar la plasticidad sexual: “No quiero el género femenino que me fue asignado en el nacimiento. Tampoco quiero el género masculino que la medicina transexual me promete y que el Estado me acabará otorgando si me porto bien”. La heterosexualidad y la homosexualidad no existen, son ficciones políticas, dice. Del mismo modo que ser hombre o ser mujer son construcciones producidas “por un conjunto de tecnologías de domesticación del cuerpo”. Más que luchas identitarias –explica Preciado en Manifiesto contra-sexual, libro catalogado como una de las propuestas más influyentes y provocadoras de la filosofía contemporánea– “lo que me interesa es que las técnicas de producción de verdad, cuerpo y subjetividad no sean capturadas por el neoliberalismo, la elite sexual, el monolingüismo, sino que estén abiertas a lo múltiple: no se trata de ser un funcionario homosexual sino un revolucionario total”. Paul B. Preciado, agitador de mentes y cuerpos, es profesor en la Universidad París VIII, doctor en Teoría de la Arquitectura en Princeton, master en Filosofía contemporánea y Teoría de género en la New School for Social Research de Nueva York, donde tuvo como maestros a Agnes Heller y Jacques Derrida. Un montón de títulos que, según él mismo aclara, no sirven para nada si no se ponen al servicio de desarmar la dimensión técnica de todo aquello que se presenta como “natural”.
Qué dice un nombre
Desde diciembre de 2014, la persona que escribió Manifiesto contra-sexual, Pornotopía, Testo Yonqui, entre otras biblias de la teoría queer, decidió intensificar un proceso de masculinización, que empezó con la experiencia de administrarse testosterona de modo experimental desde 2005, y que ahora, con dosis más altas, ha cambiado de modalidad. Entre muchos otros efectos –“mi voz y mi cuerpo están cambiando”– hay uno lingüístico: Preciado hoy lleva el nombre masculino, según sus palabras, como una máscara más y a su vez como “una variable discursiva tremendamente importante para modular mi género”. Casi no hay fotos de esta etapa más que las que se ven en esta nota porque Preciado no ha querido documentar este proceso con imágenes sino con palabras. “A todas las sensaciones que experimento con el cambio de nombre y esta nueva transición las anoto compulsivamente. El nombre nuevo es una ficción, igual que el anterior. Pedirle complicidad a la gente, que te llame por otro nombre, incluso uno en el que al principio no te reconoces, es un pacto colectivo bellísimo. Un ejercicio de desidentificarme. Vivo este borrado con un enorme goce político. Cada vez que alguien me llama ‘Paul’ borra conmigo lo que el género normativo quiso hacer de mí. Tengo 44 años y me siento como un niño, llamando a todas las cosas de nuevo.”
¿Cómo decidís cambiar de modalidad?
–Hablar de transición lenta o rápida es una modulación política. La transexualidad, como la homosexualidad, es una noción inventada por la medicina. En la mayoría de los países europeos, si quieres cambiar de sexo, tienes que reconocerte como disfórico e iniciar una “terapia” para pasar de F a M o al revés. Cuando te piensas a ti mismo como un disidente del sistema sexo-género, la cuestión de cambiar de un lugar a otro, puesto que ambos son ficciones, no va. En mi caso es difícil hablar de algo así como “un punto de inflexión”. El supuesto cambio rápido legal hubiera sido entrar en el protocolo, administrarme 250 ml de testosterona por semana hasta que un comité médico me permita cambiar de nombre. La transición a mi ritmo ha sido una forma de mediar con mi propia tradición feminista, reapropiarme estratégicamente de la masculinidad sin ocupar una posición normativa. Me cuesta pensar por qué alguien elegiría un solo género toda la vida. No veo mi situación como excepcional; lo excepcional es la inmovilidad de género en el resto de la gente. Estoy cambiando ahora, pero tal vez al final de mi vida quiera cambiar a otra cosa.
Además, la B persiste…
–Durante mucho tiempo quise afirmar la posición de las mujeres como minoría en la filosofía pero al final tuve que renunciar y acabé de reconocer mi propio deseo, que políticamente es muy importante. Me conocieron como Beatriz, bueno, ahora le tendrán que dar la vuelta. Esa B está ahí como el rastro de temporalidad política, de lucha feminista. Estoy envejeciendo. Mi propia temporalidad casi es como la historia del feminismo del siglo XX y XXI. Viví en una dictadura, los ’70, me asignaron sexo femenino. A los cinco años alguien me llama bollera, me construyo desde la resistencia a esa injuria, luego voy a Estados Unidos y allí me doy cuenta de que no soy homosexual, soy queer. Accedo a la testosterona, sin ver diferencia entre ella y la filosofía.
¿Por qué no hay diferencia?
–Ambas son técnicas de producción de subjetividad, así como el chamanismo, la ayahuasca. Hay muchísimos rituales de transformación de la subjetividad. Yo tengo acceso a algunos que tampoco son la maravilla. Pero hay que sobrevivir con lo que hay. La transexualidad para mí no es volver a un origen, sino una deriva. Por supuesto que no transformas tu subjetividad y tu cuerpo solo, hay un colectivo alrededor. Pude acceder a la testosterona que estoy tomando ahora porque soy profesor de la Universidad de Nueva York y con el sistema médico pude ir a una clínica nada tradicional especializada en minorías sexuales. Aquellos históricamente patologizados, a los que se nos ha negado el acceso a las técnicas de producción de subjetividad, de repente encontramos un lugar para articular nuestros propios lenguajes con nuestras propias técnicas y resignificarnos políticamente. Cuando llegué a esta clínica dije: “Esta es mi casa, éstos son mis parias”.
¿Qué otros cambios le trajo a tu vida diaria esta forma de habitar la masculinidad?
–Estoy en un momento en el que ya no puedo entrar ni en los baños de hombres ni en los de mujeres, ni a las tiendas de hombres, ni las de mujeres. ¡Me echan de todos los sitios! Tomo aún más conciencia de las violentas y constantes fronteras de género. El espacio público y el supuesto espacio privado están absolutamente segmentados en términos de género. Está tan hipercodificado que el simple hecho de que pudiera haber mujeres con barba sería un escándalo. Y parece una estupidez. Hablar de las mujeres con barba debería darnos vergüenza: si hubiera sabido que iba a estudiar tantos años filosofía para acabar hablando de la depilación con láser… (risas). Pero realmente es así: la depilación con láser es una técnica de normalización necesaria para la estabilidad del sistema. Así que lo siento por la banalidad…
Qué dice un rostro
Toda arquitectura corporal es política. Preciado lo sabe desde la niñez, cuando le vio la cara al aparato médico, que fue el que le reconstruyó su propia cara. “Nací con una deformación de mandíbula. Durante años no tuve fotografías personales, sólo médicas. En casa no hacíamos fotos porque yo era deforme.” Pasó por dos cirugías de mandíbula, a los 7 y a los 18. Con todo cicatrizado escuchó por todos lados “estás fantástica”, ahí es cuando se dio cuenta de que “mi imagen y la que los otros veían no coincidían ni coincidirían nunca”. ¿Es la cara el reflejo del alma? Preciado responde que no: que la suya es el espejo de la medicina plástica, bastante poco sofisticada, de la España de los ochenta. “En Manifiesto contra-sexual pensaba la sexualidad a partir de la prótesis y no del órgano. Los movimientos que mejor respondieron a ese libro fueron los de diversidad funcional: tenían la necesidad de pensar la prótesis políticamente. No soy de hablar mucho de esto pero yo vengo de ahí, vengo de esa deformación congénita de mandíbula, porque pasé toda la niñez en contacto con el sistema médico en una redefinición constante de lo que era mi cara. Además tuve dificultades en el colegio, acabé en un grupo de educación especial para ocho alumnos con problemas de autismo y de adaptación al medio escolar. Mi infancia se dio en la tensión entre la diferencia y la normalización, y me ha dado una relación particular con el discurso científico y médico al que me dirijo casi como a un padre, en el peor sentido de la palabra.”
Garganta profunda
Al poder hoy no se lo obedece, se lo traga. En forma de cápsulas, por la boca, o se lo absorbe por los poros. Es líquido, viscoso, aspirable e inyectable. A veces, transparente. Siempre, dispuesto a fluir. Para Preciado –y alrededor de esa idea entre otras gira Testo Yonqui– el poder ya no produce cosas sino estados del alma, tejidos vivos, deseos, reacciones químicas, que también son moneda de cambio en el mercado. El poder ya no somete desde afuera como un aparato de ortodoncia, hace uno con el cuerpo. Se traga, también, a través de la mirada cada vez que la pantalla indica cómo hay que gozar, cómo consumir y consumar. La verdad del sexo toma forma de imperativo visual. Paul B. Preciado llama a este momento en el cual el poder ya no es ni vigilante ni castigador, exclusivamente, era farmacopornográfica. En Testo Yonqui, su diario íntimo de intoxicación voluntaria, un manifiesto tan personal como político para expandir el mal ejemplo, donde el autor demanda que el Estado saque sus números de sus genitales, Preciado respondió preguntas como ¿qué tendrá que ver el sexo con la economía? ¿Por qué la heterosexualidad produce plusvalía a través de la división del trabajo sexual? ¿Por qué ser hombre, mujer, heterosexual, homosexual, no son más que etiquetas? “Nunca fue pensado como un texto documental –dice–, las interpretaciones literales de lo que cuento allí no van porque no hay pretensión de verdad, sino ficción política”.
En Testo Yonqui te definís como pirata de género en contraposición al activista legalista. ¿Qué sucede cuando todo pasa por ingresar a la legalidad?
–No se trata de privilegiar unas luchas sobre otras, ni de pensar que la batalla por el matrimonio y la adopción, etc., no son la vía. Hay multiplicidad de estrategias que operan a distintos niveles. Todas necesarias. El problema es cuando una de ellas se convierte en finalidad última de activismo, que es lo ocurrió con el matrimonio. Me interesa inscribir las políticas sexuales dentro de un movimiento de emancipación más amplio que incluye a minorías raciales, minorías colonizadas y movimientos feministas. Hay una lucha, en absoluto acabada, por la redefinición del espacio democrático. Sabemos que el espacio democrático de la modernidad, que supuestamente se abre con la Revolución Francesa y al que tanto bombo y platillo le solemos dar como un espacio ejemplar, en realidad, es excluyente. Deja afuera un conjunto de sujetos que no son reconocidos como ciudadanos de derecho. Desde el siglo XVIII asistimos a un conjunto de luchas por la redefinición de ese espacio.
Dijiste alguna vez que más que luchar por el acceso equitativo al matrimonio sería más interesante luchar por abolirlo.
–En la medida en que, por ejemplo, hay una relación entre matrimonio y acceso a la nacionalidad, como en la mayoría de los países, ahí el matrimonio homosexual es una forma de reconocimiento del sujeto político. Pero eso no debe evitar que haya otras estrategias de lucha, más revolucionarias, de trasformación de las técnicas de gobierno. Lo central es quién tiene derecho a definir quién nos gobierna y cómo queremos gobernarnos. Históricamente, las mujeres, los homosexuales, los discapacitados, los adictos y todos los etcéteras de una lista que es casi la totalidad de la población, porque ahí también entran niños y ancianos, han quedado fuera de lo importante. Si miramos bien, ¡el espacio democrático está vacío! Las minorías han inventado una cultura de resistencias y ésa es otra utopía de espacio democrático, otras formas de relación, otros modos de vida, como relaciones múltiples o una filiación que no es necesariamente biológica. La belleza de nuestros movimientos minoritarios es que, no habiendo sido considerados sujetos de derecho, sin embargo, tenemos la capacidad de inventar nuestras propias técnicas de gobierno. Es una paradoja enorme.
A fondo y a la izquierda
Todos los que alguna vez fueron los impensables del feminismo aparecieron en el Manifiesto contra-sexual, su primer libro: juguetes sexuales, sexualidad anal, asignación del sexo de los bebés intersex, cultura BDSM. Preciado los convoca como los proletarios desviados de una revolución corporal. Habla para “la butch, la camionera, las bromas ontológicas, las imposturas orgánicas, las mutaciones prostéticas”. Un grito hacia las masas queer para reclutar a los invertidos del mundo pero no sólo a ellos: “La cosa va más allá de constituir a los lgbti como sujetos políticos. ¿Y la diversidad funcional, y la infancia, la animalidad, la Tierra? Las propuestas políticas radicales deben venir en esa línea, del conjunto de alianzas transversales”.
¿A qué se deben las dificultades del movimiento para armar alianzas transversales con otros colectivos?
–No veo tantas dificultades, por lo menos en Europa, que es el contexto que más conozco. Acabo de llegar de Estados Unidos a España justo para las elecciones municipales. La izquierda obtuvo muy buenas posiciones. Hay un tremendo entusiasmo popular. Los ’80 y ’90 aquí fueron de mucha despolitización excepto por las luchas del sida y la emergencia de los movimientos trans e intersex. Aparecían como muy periféricos pero ponían en escena un cuerpo vulnerable a las estrategias de normalización de la industria farmacológica y la gestión neoliberal. Después, la gestión neoliberal, farmacológica, etc., se han extendido al resto de la población. Después viene la crisis de 2008, con una enorme precarización de las clases medias en Europa, que ha hecho que se sientan vulnerables. Entonces se abrieron nuevas estrategias y aparece una nueva transversalidad, con los temas de precariedad y acceso a la vivienda, por ejemplo. Se han tomado estrategias que venían de las luchas del sida o del escrache argentino. Todas con mucha visibilidad performativa en el espacio público. Ese nuevo cuerpo vulnerable ha tomado forma a partir de 2008 y ha permitido que emerjan nuevas alianzas entre, por ejemplo, trabajadoras sexuales y los sin techo.
Es decir que las estrategias lgbti terminan nutriendo a otros colectivos.
–En Europa ha habido una emergencia fascinante de los movimientos de diversidad funcional y cognitiva, lo que antes llamábamos discapacidad, que está tomando modelos de acción de las políticas queer. Lo mismo con la cuestión racial, anticolonial y de migración. Ahora mismo esa frontera líquida que es el Mediterráneo, que divide Europa de Africa, se ha convertido en necropolítica, un lugar de muerte masiva. Eso ha generado una nueva conciencia: tenemos que tomar posiciones colectivas con respecto a cómo estamos definiendo la frontera política de Europa. Ya no se trata tanto de la identidad, de si somos gays, lesbianas, trans o lo que sea. El conjunto de tecnologías que nos normalizan son transversales, nos atraviesan a todos. En vez de seguir distrayéndonos con nuestras pequeñas luchas identitarias, pensemos cuáles son las técnicas de producción de la vida con las que nos queremos construir colectivamente. La identidad al final es otra de las ficciones de las que se sirve el neoliberalismo para evitar que podamos llevar a cabo una lucha global.
¿Estas nuevas alianzas podrían ser las nuevas multitudes queer?
–El interés que tuve, hace varios años, en inventar la noción de “multitudes queer” era establecer un diálogo entre la izquierda radical y los movimientos feministas y queer. Históricamente ha habido una ruptura entre esas dos tradiciones, que probablemente explique el fracaso de ambas. A esas multitudes de clase de la izquierda radical debíamos también poder pensarlas desde la sexualidad, cuestiones de razas y colonialismo. Las masas revolucionarias han estado para la izquierda descorporalizadas o encarnadas por un cuerpo masculino heroico. Yo quería poner en el centro un cuerpo no masculino, vulnerable, marica, indígena. Creo que la izquierda no me hizo mucho caso en ese momento (risas), pero esa noción me parece hoy muy operativa. La tradición de la izquierda ha sido muy cómplice del patriarcado. Ahora es tiempo de pensar juntos qué es la izquierda hoy.
En el principio la vedette fue el dildo, ¿cuáles son hoy las tecnologías que te interesan?
–Cuando me puse a trabajar sobre dildos era como un chiste. Un objeto impuro e invisibilizado. Estaba presente en la cultura lesbiana pero no se podía hablar de él porque surgían los fantasmas de que el dildo era un elemento patriarcal. Estaba haciendo un doctorado en teoría de la arquitectura y decidí mirar los dildos desde el punto de vista de la historia de la tecnología. Las tecnologías del cuerpo, como la testosterona, la píldora, etc., son productoras de subjetividad. En ese sentido hoy me interesan los medios de comunicación, las redes sociales, la informática. Como aparatos de producción de conciencia colectiva, ofrecen posibilidades de normalización y resistencia. Pienso a las tecnologías en sentido amplio, no son sólo máquinas: el matrimonio es una técnica, la familia también. Estoy prestando atención a lo que pasa en Estados Unidos con el Truvada. Se cree que va a prevenir el contagio del sida. El gobierno y los laboratorios piensan distribuirlo masivamente en los supuestos “grupos de riesgo”. Entonces, para las biomujeres tenemos la píldora y, ahora, a las “masculinidades de riesgo” (minorías raciales, etc.) se las trataría con Truvada. El resultado: una sexualidad totalmente mediada por técnicas farmacológicas.
Bestiario
En marzo de este año en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA), el mismo día de la inauguración, se suspendió la exposición La bestia y el soberano, en la que desde hace más de un año y medio venían trabajando como curadores Paul B. Preciado, el historiador del arte Valentín Roma (ambos del equipo del museo) y los alemanes Hans D. Christ e Iris Dressler. El director del museo, Bartomeu Marí, declaró a último momento que había descubierto una pieza inapropiada y exigió su retirada. Frente a esto, los curadores decidieron suspender la muestra. La obra “degenerada” es una escultura de la austríaca Inés Doujak que no es nueva: ya había participado de la Bienal de San Pablo el año pasado. La obra muestra al rey Juan Carlos I siendo penetrado por la activista feminista boliviana Domitila Barrios de Chúngara. No es un dato menor que la presidenta de honor del patronato del MACBA sea la reina Sofía, esposa de Juan Carlos I. Finalmente la obra de Doujak se exhibió igual (y la venta de entradas del museo aumentó un 50 por ciento), el director de museo renunció pero antes despidió a Valentín Roma y Paul B. Preciado. “Valentín y yo –dice Preciado– siempre imaginamos que en algún momento las autoridades nos iban a querer ahorcar por las propuestas que llevábamos, ¡pero nunca pensamos que saldríamos de allí de manera tan esperpéntica!”
¿Cuál es tu reflexión sobre este episodio de censura ahora que han pasado algunos meses?
–Estamos en juicio contra el museo, así que por ahora no puedo explayarme muchísimo. Pero no creo que haya que leerlo en términos de censura sino de control institucional. El director del MACBA estuvo al corriente de todo, conocía la obra de Inés Doujak. Pero cuando la escultura llega al museo y el director le presta verdadera atención entra en un colapso epistémico. Dice que no puede exponerla porque la fundación MACBA, cuyo presidente es Leopoldo Rodés Castañé, un amigo personal del rey, lo iba a echar. Deja en evidencia que el museo público está controlado por la fundación que es propietaria de las obras y tiene unas relaciones oligárquicas con la casa real. La pregunta es cómo estamos definiendo el museo público, ¿es un espacio de representación del poder o un espacio de debate? El gobierno de la ciudad de Barcelona venía observando la programación que hacíamos con Valentín. Me han dicho que yo no programaba para el “público” sino para los sudacas, los inmigrantes, los discapacitados, las lesbianas, que era una programación de extrema izquierda. En el fondo lo que pasó en las últimas elecciones (en muchas posiciones los gobiernos de derecha fueron desplazados por las izquierdas) era algo que ya veían venir y estaban aterrados.
En el Cceba
Conversación con Majo Pulido y Elena Urko. Un encuentro sobre teoría y práctica de la performance. Moderan: Ricardo Manetti y María Valdez. Viernes 5 de junio a las 18.30. Paraná 1159.
En el Malba
La revolución que viene: luchas y alianzas somatopolíticas. Sábado 6 de junio a las 12. Av. Pres. Figueroa Alcorta 3415.
Manifiesto contra-sexual
(Opera Prima, 2002).
Su primer libro es una de las Biblias de la Teoría Queer. Allí realiza un análisis crítico de las diferencias de género y sexo asociadas a la sociedad heterocentrada.
Testo Yonqui
(Espasa, 2008).
Su diario de autoexperimentación bioterrorista. Analiza cómo el modelo capitalista actual se asienta sobre dos pilares: la industria farmacológica y la pornográfica.
Terror anal
(Melusina, 2009).
Texto que acompaña El deseo homosexual de Guy Hocquenghen. Preciado sitúa en el ano un motor degenerado y generador de nuevos deseos que separa los tantos entre placer y reproducción.
Pornotopía
(Anagrama, 2010).
Ensayo que analiza la estética Playboy desde una perspectiva biopolítica y traza relaciones entre arquitectura, género, sexualidad y pornografía.