Artículo publicado por Pikara Magazine
La opinión pública tiende a interpretar el protagonismo de políticos del PP abiertamente homosexuales como un signo de progresismo o de apertura hacia la libertad sexual. Mi intención es reflexionar sobre el poder que gays provenientes de espacios privilegiados tienen sobre el resto de colectivos discriminados por su orientación sexual e identidad de género, especialmente las lesbianas y las personas trans.
Hace unas semanas despertó mi atención un post en Facebook sobre Javier Maroto, exalcalde del PP en Vitoria-Gasteiz, quien había hecho pública su homosexualidad al anunciar sus futuras nupcias con otro hombre. Para mí no fue ninguna sorpresa que el edil revelase su orientación sexual, ni su deseo de ejercer el derecho al matrimonio a pesar de las luchas intestinas que su partido mantiene con la diversidad sexual. Lo que de verdad me sorprendió fueron los comentarios que seguían a la noticia, donde distintos usuarios confirmaban la tesis de que “como Maroto se casa con otro hombre, se trata de un político progresista”.
El debate estuvo liderado por voces masculinas que aseveraban la necesidad de reconocer al partido conservador su apertura con la libertad sexual, confirmando así que los homosexuales en España pueden estar tranquilos con el PP. No es mi intención abrir un debate sobre las identidades incongruentes, ni mucho menos juzgar a Maroto por ser del partido que es. Me da absolutamente igual. En cambio, mi intención es reflexionar sobre el poder que los hombres españoles y homosexuales provenientes de espacios privilegiados tienen sobre el resto de colectivos discriminados por su orientación sexual e identidad de género, haciendo suya una lucha por la liberación sexual que en todo caso nos encarcela.
En primer lugar, me pregunto qué hubiese pasado si Maroto hubiese sido una mujer lesbiana. En la red abundan los comentarios que vienen a identificarle como un “tío” que ha tenido “dos cojones” por hacer pública su orientación sexual e intención de contraer matrimonio. Tales discursos, rancios y machistas, los de siempre, jamás hubiesen aplaudido a una edil lesbiana y del PP manifestando su deseo por otras mujeres, ni mucho menos su intención de casarse.
La vieja política todavía viste trajes de hombre para las mujeres. Pantalones donde no caben las mujeres lesbianas, maquillaje para rostros heterosexuales, camisas y chaquetas donde la identidad se diluye y donde siempre tiene que haber sitio para que abulten los cojones. Hombres como Maroto, con sus preferencias sexuales y deseo pueden acceder a la política, gustar a su electorado y de paso declararse defensores de los derechos de los homosexuales. Se les puede reconocer como progresistas, modernos y valientes. Al mismo tiempo, el acceso al poder permanece cerrado para las mujeres lesbianas, que además de estar menos privilegiadas por el sistema patriarcal, son invisibilizadas en la política por su orientación sexual.
“Desearía poder yacer a tu lado esta noche y tomarte entre mis brazos”, escribió una de las artífices de Declaración Universal de los Derechos Humanos, Eleanor Roosevelt, a la periodista estadounidense Lorena Hickcock en un mundo convulso tras la Segunda Guerra Mundial. A día de hoy, tristemente nadie quiere recordar a la Primera Dama de Roosevelt como una mujer lesbiana, a pesar de las hermosas cartas henchidas de pasión y amor que escribió a su amante. En Estados Unidos recuerdan que su esposo ganó la guerra contra el terror nazi. Un hecho demasiado trascendente como para que haya lesbianas de por medio.
También en España y en otros muchos lugares del mundo las hemerotecas se tiñen de relatos donde el deseo lésbico poco o nada tiene que ver con la política y con la gestión pública. Poco importa, ya que hombres como Maroto declaran sus intenciones, y con ello, muchas conciencias se quedan tranquilas ya que viven en un país progresista y liberal. ¡Pinkpower!
No nos engañemos, se trata de un progreso envenenado. Ni las mujeres lesbianas están representadas en política, ni se puede ser progresista persiguiendo a los más vulnerables. Culpar a los inmigrantes de los males de un Estado en crisis es un cuento muy viejo. Un cuento que al edil de la capital de Euskadi le gusta mucho. Maroto tiene “dos cojones” para hacer pública su orientación sexual y deseo de contraer matrimonio. También los tiene para denunciar a los menos privilegiados, a los ciudadanos de segunda, enfrentándoles con el resto de la población por las ayudas sociales. Y no es el único que recurre a este argumento. Pero sí se trata de un político que por su orientación sexual abandera para algunos el progreso.
Junio es el mes del orgullo para las personas lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales en medio mundo. Un mes en el que se conmemora la liberación sexual. También la lucha contra la discriminación por orientación sexual e identidad de género. Treinta días de activismo, reivindicación y fiesta contra la homofobia y transfobia. Sin embargo, se trata de un orgullo herido. Un orgullo que en ciertos ámbitos simpatiza con el machismo, racismo, xenofobia e islamofobia. Un orgullo maquillado, que necesita mirarse en el espejo y hacerse una urgente autocrítica.
Necesitamos iniciar una reflexión urgente para ver con nuestros propios ojos dónde estamos y dónde no hemos llegado. El empoderamiento de las mujeres lesbianas es a día de hoy una asignatura pendiente. La discriminación, violencia y exclusión social que sufren las personas transexuales y transgénero continúa a la orden del día. Los discursos racistas y xenófobos por parte de homosexuales privilegiados son incomprensibles. En lo legal se han dado muchos pasos. En lo social, el sistema heteronormativo privilegia y subordina a los de siempre.
Reparar ese orgullo implica buscar aliados, dejar de mirarse en el ombligo y defender a los más vulnerables. En este sentido, el movimiento feminista resulta un aliado ineludible tras siglos de colonización patriarcal. Elijamos entonces si la libertad sexual y el progreso están representados por figuras como Maroto, o si creemos que una verdadera revolución solo será posible con la integración social, el fin de la discriminación y el feminismo.
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