Ser transexual en Uganda: morir en vida

En uno de los países más homófobos del mundo, la comunidad transgénero pelea por sus derechos con mucho miedo y pocas perspectivas

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Miss Pride, 18 años. Sus fotos salieron publicadas en los periódicos, se vio obligada a irse de su casa y empezó a trabajar de prostituta. TOMASO CLAVARINO

Hajjati está sentado con las piernas cruzadas. Una alfombra de plástico cubre el suelo de tierra y una cortina cierra la entrada a la habitación. Esta habitación es su escondite desde hace dos meses. Tuvo que huir de su casa y buscar refugio aquí, en las chozas de hojalata de los alrededores del centro de la ciudad de Kampala. Primero sus padres, luego sus amigos; uno tras otro, todos lo abandonaron. No podían aceptar que Hajjati fuese transexual. No podían aceptarlo. No en Uganda, uno de los países más homófobos del mundo, en el que el perpetuo presidente Museveni llama a los homosexuales ekifiire (muertos vivientes), y en el que, cíclicamente, se proponen nuevas leyes para criminalizar y castigar la homosexualidad.

“Era 2013. Yo tenía 19 años”, cuenta Hajjati. “Al principio ni siquiera sabía qué significaba ser transexual. Creía que era gay, pero la verdad es que me sentía una mujer, me gustaba maquillarme en secreto. Entonces investigué un poco y ese fue el mejor momento de mi vida”. Un momento muy breve, sin embargo, porque, desde ese momento, su existencia se transformó en una auténtica pesadilla. “Hablé con mi familia, pero su reacción fue cruel. Me echaron de casa. Intenté hablar con algunos amigos, pero ellos tampoco querían saber nada de mí”, prosigue Hajjati. “Varias veces tuve que pedir cobijo a diferentes personas. Luego encontré un apartamento en Rubaga, pero alguien le prendió fuego”. Estuvo vagando de un sitio a otro para encontrar un lugar seguro donde quedarse, donde poder vivir su vida. Expulsado de casa, sin ninguna fuente de ingresos ni posibilidad de encontrar empleo, porque aquí, en Uganda, nadie contrataría jamás a una persona transexual, Hajjati se vio obligado a lo que todos, o casi todos, los jóvenes trans hacen en este país: vender su cuerpo para sobrevivir.

Los occidentales, los chinos y muchos ugandeses son los clientes de estos chicos que se esconden en sus casas durante el día y salen a toda prisa para no ser vistos y dirigirse a los hoteles y los apartamentos de los alrededores de la capital. Clientes que a menudo les pegan, los violan, les roban, y, aun así, quedan impunes. “La gente sabe que puede hacer lo que quiera con nosotras, que tenemos muy pocas armas para defendernos”, se lamenta Edwine, de 19 años, que vive en 20 metros cuadrados con otras seis jovencísimas chicas transexuales. Se maquillan unas a otras, se intercambian la ropa, se hacen fotos para publicar en las redes sociales, porque solo entre esas cuatro paredes pueden ser ellas mismas. “Si intentamos ir a la policía nos maltratan, nos encierran en una celda y se ríen de nosotras”. Además, también son víctimas de la violencia y del robo en sus propias casas. Las bandas de los suburbios irrumpen en sus viviendas, les cogen lo poco que tienen, las pegan y se van.

Alicia va caminando por el mercado de Nakesero. De repente se detiene, agacha la cabeza y aguza el oído. En la radio, un predicador evangélico arremete contra los homosexuales. Los llama “seres inhumanos”, “contra natura”. Todo el mundo la mira fijamente. “Ya lo ve. Pasa cada día. Salgo de casa y la gente me mira. En el mejor de los casos, se ríen de mí, pero la mayoría me insulta”, dice con pesar.

Hace unos años, Alicia empezó a trabajar con Transgender Equality Uganda, una organización que ofrece ayuda legal y asistencia médica a la comunidad transexual del país. Efectivamente. Porque, en Uganda, las personas transexuales no son bienvenidas en los hospitales. “Cuando vamos al hospital, los médicos y las enfermeras empiezan a preguntarnos si somos hombres o mujeres, se burlan de nosotras y nos ignoran”, cuenta Alicia, “así que no tenemos más remedio que irnos sin que nos hayan hecho ninguna prueba ni nos hayan dado tratamiento. Todos los sectores de la sociedad nos discriminan y nos marginan”. Incluso la comunidad LGBT, que luchó y sigue luchando duramente contra los proyectos del Gobierno de Kampala y sus discriminaciones.

Puesto que las personas trans son más evidentes, les resulta más difícil pasar desapercibidas en una sociedad sexista y homófoba; les cuesta más ocultar su identidad y no expresar su feminidad. Sin embargo, justo en esa comunidad defenderlas públicamente o acogerlas puede llegar a ser realmente autodestructivo, incluso para quienes comparten con ellas la carga de la discriminación y la violencia.

Muchas veces, la violencia la provocan y la alientan los medios de comunicación del país, que, junto con la Iglesia, siembran el odio contra los transexuales y contra el colectivo LGBT en general. Eso fue lo que le pasó a Shamim, de 20 años, registrada como Richard: “Siempre me he sentido una mujer, así que, siempre que podía, me vestía como tal. Una vez fui a un hotel con un cliente, y cuando descubrió que en realidad era un hombre, llamó a la policía. Me golpearon hasta que perdí el conocimiento, luego llamaron a la televisión y mostraron mi cara a toda Uganda y la publicaron en las redes sociales”. Fue entonces cuando su familia descubrió la verdadera identidad de Shamim y que era seropositiva. No dudaron ni vacilaron un momento: “Me echaron de casa. Ahora mi familia son mis hermanas transexuales”.

Esta es una comunidad obligada a vivir con miedo, sin derechos, esperanza ni perspectivas. Sueñan con el día en que podrán acceder a la terapia de hormonas para cambiar de sexo, pero en Uganda eso es imposible. Tienen que irse a Kenia, pero muy pocas pueden permitírselo, así que siguen comerciando con sus cuerpos para sobrevivir, escondiéndose como ladronas, ocultando su identidad.

El calvario de las minorías sexuales en Japón

Publicado en Nippon.com por Nagayasu Shibun

 

El juicio a raíz del suicidio de un estudiante de posgrado de la Universidad Hitotsubashi tras revelarse su homosexualidad ha arrojado luz sobre el arraigo de los prejuicios y la discriminación de las minorías sexuales en Japón, a pesar de que se considere que se trata de una sociedad tolerante para con estos grupos. Esta noción se debe en parte a la popularidad de varias personas transgénero en el mundo del entretenimiento.

Sacado del armario por la aplicación de mensajería Line

Un estudiante de Derecho de la Escuela de Posgrado de la Universidad Hitotsubashi se suicidó en agosto de 2015, meses después de que un amigo suyo lo sacara del armario mediante la aplicación de mensajería Line. Un año después, la familia del fallecido presentó, ante un tribunal de distrito de Tokio, una querella contra el centro académico y el joven que reveló su homosexualidad. Según el pedimento a la corte, entre otros documentos –medios de comunicación como el periódico Asahi también informaron al respecto–, en abril de 2015 el estudiante le había confesado a un compañero sus sentimientos hacia él, y este había procedido a contárselo a otros siete amigos en una conversación en grupo en la citada aplicación. La parte demandante exige una indemnización por considerar que la universidad no respondió de la manera adecuada cuando el estudiante acudió a la oficina encargada de atender los casos de acoso para pedir asesoramiento por el daño psicológico que le había infligido su compañero, y a este último por ser el autor de dichos daños. A raíz de estos hechos, la redacción de Nippon.com le pidió al autor de este artículo que escribiera sobre la aceptación de las minorías sexuales en Japón, quizás porque este es abiertamente homosexual y trata la cuestión como parte de su actividad profesional.

La tolerancia para con las minorías sexuales en Japón: una concepción errónea

Al hablar de discriminación en Japón, se dice con frecuencia que el país es tolerante para con las minorías sexuales. Por lo que respecta a la homosexualidad, desde la Edad Media se habla del amor por los jóvenes que profesaban los samuráis y los monjes budistas, que se tilda de práctica. Además, es bien conocida la relación que existía entre el shogún Ashikaga Yoshimitsu (1358-1408) y el afamado actor de nō Kanze Motokiyo (1363-1443), así como entre el señor feudal Oda Nobunaga (1534-1582) y su vasallo Mori Ranmaru (1565-1582). En estos casos se utilizaba el término danshoku, que podría traducirse como “sodomía” o “pederastia”. En tiempos modernos, en el período Edo (1603-1868), el poeta Ihara Saikaku (1642-1693) escribió sobre la práctica de la sodomía entre las clases populares. En cuanto a las personas transgénero, la caracterización como individuos del sexo opuesto no resulta extraña en Japón: los actores de teatro kabuki que interpretan papeles de mujer y las actrices de la compañía teatral Takarazuka que se visten de hombre son ejemplos representativos. Además, es frecuente ver a hombres “convertidos” en mujeres y viceversa en festivales y otros acontecimientos fuera de la vida cotidiana.

En la actualidad, personajes como la drag queen Matsuko Deluxe y la transgénero Haruna Ai gozan de gran popularidad, con apariciones en programas de variedades y anuncios publicitarios. Además, novelas y cómics estetas cuya historia gira en torno a las relaciones homosexuales entre hombres –género conocido como BL o Boys Love­– ven aumentar su fama, incluso en el extranjero, como manifestaciones de la faceta más moderna de la cultura japonesa. Por otro lado, se señala también que el amor entre personas del mismo sexo no es motivo de violencia ni castigado por la ley en Japón; a este respecto, tampoco existen tabúes similares a los de religiones como la cristiana y la musulmana.

Por este motivo, se cree que las minorías sexuales no están discriminadas en el país, y que los japoneses las aceptan, pero hay quienes cuestionan la veracidad de esta afirmación, dado que solo se tiene en cuenta un aspecto de la cuestión.

Minorías sexuales: un aborrecimiento que abarca del ridículo a la ignorancia

¿Qué ocurre en Japón cuando una persona hace pública su homosexualidad o su condición de transgénero? Se la considera anormal; se la ridiculiza; se la aborrece; es blanco de la violencia; además, se la ignora.

Hasta 1991, en el Kōjien, el diccionario por excelencia de la lengua japonesa, se describía la homosexualidad como una conducta sexual anormal. Además, la Sociedad Japonesa de Psiquiatría y Neurología, una entidad de renombre en su ámbito, no dejó de considerarla un trastorno mental, teniendo en cuenta los criterios de diagnóstico internacionales, hasta 1995. Sin embargo, no puede decirse que la noción de perversión que se tiene de las relaciones carnales entre personas del mismo sexo, que data de la era Taishō (1912-1926), haya desaparecido completamente entre la opinión pública.

En Japón la respuesta generalizada al surgimiento de fenómenos y personajes relacionados con las minorías sexuales es, por “compromiso”, un chiste ridículo, quizás porque ridiculizar en grupo a estas personas se convierte en una prueba de que no se es una de ellas. Los programas de espectáculos y entretenimiento, representativos de la televisión, se encargan de reproducirlos, y las bromas se van repitiendo en diversas comunidades: en los centros escolares, los lugares de trabajo… Sin embargo, en el momento en que se tiene consciencia de que las personas objeto de burla no viven solo en televisión, sino que son reales y forman parte del entorno de uno, las minorías sexuales de carne y hueso tienden a ser blanco de aborrecimiento y aversión.

El rechazo en los lugares de trabajo

Según datos publicados en noviembre de 2015 por el Instituto Nacional de Investigación sobre Población y Seguridad Social, adscrito al Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar, y por un grupo de investigadores de universidades, entre otros, a la pregunta de qué pasaría si una persona de su entorno fuera homosexual, el 39 % de quienes respondieron dijo que no le gustaría –o que no le gustaría hasta cierto grado– si se tratara de alguien de su vecindario; esta fue también la respuesta del 42 % si fuera un compañero de trabajo; y del 72 % en el caso de un hijo o una hija. Más del 70 % de los hombres con edades comprendidas entre los 40 y los 49 años dedicados a puestos de gestión manifestó que sentiría repulsa si un compañero de trabajo fuera gay.

Además, en agosto de 2016, la Federación de Sindicatos de Trabajadores de Japón, el organismo central de los sindicatos en el país, divulgó los resultados de un estudio según el cual una de cada tres personas siente rechazo hacia la presencia de homosexuales o bisexuales en su lugar de trabajo. Este rechazo se traduce en diversos tipos de acoso, e incluso en violencia. En el año 2000, varios jóvenes y mayores de edad atacaron, e incluso asesinaron, a homosexuales en el parque de Shin-Kiba, en Tokio. Durante el juicio, los autores de los hechos contaron que las agresiones contra estas personas no se denuncian ante la policía. Tras esta actitud reside el hecho de que las minorías sexuales no se consideran un problema de la humanidad en su conjunto, sino una mera cuestión de una decisión personal respecto a lo que ocurre entre las sábanas. La existencia de las minorías sexuales es un tema del que se habla en voz baja; las leyes y el sistema las ignoran. En los centros escolares, en los lugares de trabajo y en los hogares, la tónica reinante es su inexistencia.

La demanda de 1991 por la negativa del Gobierno Metropolitano de Tokio a que un grupo de homosexuales se alojara en la Casa de la Juventud de Fuchū se tradujo en el primer juicio en Japón en el que se cuestionaban los derechos humanos de estas personas y arrojó luz sobre cómo la sociedad las ignora. Seis años después, el Tribunal Superior de Tokio dictaminó que la Administración debe tener en consideración a la minoría homosexual y tratarla con sumo cuidado, y que no se puede permitir un trato sin interés ni conocimiento por parte de quienes ejercen el poder público. Sin embargo, 20 años después de todo esto, no existe todavía una ley sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, ni para la protección de sus derechos humanos.

Superando el aislamiento y la exclusión sociales

Si se analizan aspectos como la percepción de anormalidad, la ridiculización, el aborrecimiento y la ignorancia, se constata que es totalmente erróneo decir que Japón es un país tolerante para con las minorías sexuales. En la mayoría de los casos, estas personas ocultan férreamente su condición y viven el día a día temiendo la reacción de su entorno. El apoyo por parte de la sociedad es escaso; apenas existen recursos para la asistencia. Perduran el aislamiento y la exclusión sociales, y son muchas las personas que se plantean el suicidio como opción.

En una sociedad como la japonesa, con peculiaridades como las mencionadas, cabe pensar que el estudiante de la Universidad Hitotsubashi se vio empujado hacia el suicidio tras haberse revelado, por un descuido, su homosexualidad y ante las sucesivas respuestas inadecuadas de aquellos a quienes acudió en busca de consejo.

No obstante, nos llegan algunas noticias buenas: la sociedad comienza a actuar, e incluso se puede hablar de un auge del movimiento LGTB (lesbianas, gais, transexuales y bisexuales), con medidas como la creación, por parte de varias autoridades locales, de un certificado que equipara las uniones entre personas del mismo sexo al matrimonio, al igual que los cambios que han realizado algunas firmas al conocer esta medida. En las elecciones locales de 2015, así como en los comicios al Senado, celebrados un año después, se notó una mayor presencia de candidatos y partidos que hablaban de mejoras en los derechos humanos de las minorías sexuales. Cabe pensar que en la sesión extraordinaria de la Dieta, en el tercer trimestre de 2016, estará presente, en cierta medida, la cuestión de una legislación para la protección de los derechos humanos de estas personas. No obstante, lo más importante es, al fin y al cabo, la tranquilidad que inspira el que haya aumentado el número de individuos de estos grupos que se enfrentan a la discriminación y los prejuicios y han comenzado a moverse en este sentido.

Está claro que el optimismo no tiene cabida aquí, pero con estas acciones, pueden desaparecer las malinterpretaciones y los prejuicios también entre la población, y es posible esperar que se vaya extendiendo la noción de que la presencia de las minorías sexuales en los lugares de trabajo, los centros escolares, las comunidades y los hogares es algo natural en una proporción determinada, así como las oportunidades de interactuar con estas personas en la vida diaria. Quizás todo esto pueda ayudar al descanso del alma del estudiante que se vio empujado hacia la muerte sin quererla.

(Traducción al español del original en japonés del 21 de septiembre de 2016)

Imagen de la cabecera: Participantes en el Tokyo Rainbow Pride 2016. El 8 de mayo de 2016, 5.000 personas, entre miembros de minorías sexuales y quienes los apoyan, desfilaron por el distrito tokiota de Shibuya a favor de la diversidad de la vida y de la sexualidad (Jiji Press).

Escribano, escritor y editor freelance nacido en la prefectura de Ehime en 1966. Se gradúa en Literatura China por la Universidad de Tokio. Tras trabajar en una editorial dedicada a las humanidades y los libros de texto, en 2001 se hace autónomo. Además de participar en actividades de la comunidad gay, en su faceta de escritor aborda temas como el problema de las personas portadoras del VIH y la vejez de los homosexuales. En 2013 obtiene la licencia para ejercer de escribano y crea su propia notaría en Higashi-Nakano, en Tokio, a través de la cual brinda asistencia a las minorías sexuales. En ese mismo año, funda también la organización sin fines lucrativos Purple Hands, de la que es secretario general. Entre sus obras, destacan Futari de Anshinshite Saigomade Kurasu tame no Hon (El libro para llevar una vida en pareja con tranquilidad hasta el final; editorial Tarōjirō, 2015) y Dōsei Partner Seikatsu Dokuhon (Libro de lecturas sobre la vida en una pareja homosexual; editorial Ryokufū, 2009).

El presidente de los obispos: “Tenemos que decir ‘no’ a la ideología de género”

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Ricardo Blázquez, en una imagen de archivo EFE

El presidente de la Conferencia Episcopal Española y cardenal arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, ha defendido que la Iglesia debe denunciar la ‘idelología de género’ porque es “poco serio que se intente separar el género del sexo”: “La sexualidad no es solo genitalidad, también es una forma especial de sentir. Esta cuestión no se resuelve con una operación quirúrgica, es de otro orden. Por eso, tenemos que decir ‘no’ a la ideología de género”.

Según recoge Religión Digital, Blázquez pronunció estas palabras en una conferencia llamada ‘La belleza del amor matrimonial en la exhortación Amoris laetitia’ en las Jornadas de reflexión para el presbiterio madrileño, que se celebran en el Seminario Conciliar de Madrid. En su intervención, defendió también la existencia de un “desplome” del “matrimonio católico” en muy pocos años porque “hoy es más fácil divorciarse que romper el contrato de arrendamiento de un piso”.

Otra de las cuestiones recogidas en esta exhortación al Papa Francisco y que “preocupan” a la Iglesia son las “tendencias homosexuales”. A su juicio, la humanidad “no se divide entre homosexuales y heterosexuales, sino entre varones y mujeres”, aunque “la ‘catequesis’ que le llega a la gente, a través de los medios, sea la contraria”.

Blázquez ha defendido que debe diferenciarse “entre la tendencia homosexual y el ejercicio de la homosexualidad” y “acoger con respeto” a las personas homosexuales, “evitando toda discriminación injusta”. “A veces, en nuestros pueblos cuántos motes hemos puesto a estas personas, cuando ya llevan una buena encima tanto ellos como sus familias”, ha reflexionado.

Para Blázquez, la doctrina católica sobre el matrimonio y la familia está constantemente “atacada” por “lobbies que reivindican libertad para ellos y se cierran a la libertad de los demás” y por “centros de gestación de legislación para todos los países, que a veces lo ponen como condición para recibir subvenciones”.

El cardenal Blázquez dice que el cambio de sexo es «poco serio»

El presidente de la Conferencia Episcopal sostiene que la «sexualidad no es solo genitalidad»

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El arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez. / EFE

El cardenal arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Ricardo Blázquez, advierte de que es «poco serio» separar «el género del sexo» y precisa que esta cuestión «no se puede resolver con una operación quirúrgica». «La sexualidad no es solo genitalidad, también es una forma especial de sentir. Esta cuestión no se resuelve con una operación quirúrgica, es de otro orden», opina Blázquez.

Así lo expresó ayer en las Jornadas de reflexión para el presbiterio madrileño organizadas por la Vicaría Episcopal para el Clero. Según Blázquez, la humanidad no se distribuye entre homosexuales y heterosexuales, «sino sabiamente entre varones y mujeres». El cardenal recordó al Papa Francisco, que llama «a acoger con respeto a las personas homosexuales evitando toda discriminación injusta». «A veces, en nuestros pueblos, cuántos motes hemos puesto a estas personas, cuando ya llevan una buena cruz el que lo lleva y su familia», añadió.

Blázquez criticó la revolución biotecnológica en el ámbito de la reproducción humana –«una persona no es producto de laboratorio»– y condenó que haya parejas de jóvenes que convivan «antes de casarse o incluso sin planteárselo», como su propio sobrino: «Tenía la secreta esperanza de que esto no nos llegaría a nosotros», señaló.

En desagravio de Turing y otros homosexuales

Reino Unido indulta a 65.000 condenados por “conductas indecentes” pero muchos supervivientes no quieren perdón sino reparación

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Alan Turing, reivindicado en una manifestación celebrada en Manchester en 2015. JOEL GOODMAN

Alan Turing era un genio de las matemáticas. Sus conocimientos contribuyeron de forma decisiva al salto científico que más tarde permitiría la revolución de la informática y fue considerado un héroe nacional por haber logrado descifrar el código Enigma que los nazis utilizaban en sus comunicaciones secretas, lo que contribuyó decisivamente a la victoria de los aliados en la II Guerra Mundial. Pero todo eso no le sirvió de nada ni pudo impedir que, unos años después, en 1952, fuera condenado por atentar contra la moral pública por mantener relaciones con otro hombre de 19 años. La sanción penal resultó devastadora para Turing. Se sometió a castración química para eludir la cárcel, pero su vida estaba destrozada. Apenas dos años después se suicidó mordiendo una manzana impregnada de cianuro.

Ahora, una ley lleva su nombre, pero no es una ley de la física, sino un hito jurídico destinado a restablecer el honor y reparar la memoria de los más de 65.000 británicos que se estima que fueron condenados bajo las ominosas leyes de la decencia moral por mantener relaciones con personas del mismo sexo. Para desgracia de miles de homosexuales, este tipo de relaciones siguen penalizadas en numerosos países, la mayoría de ellos musulmanes, pero en Reino Unido seguía abierta una herida que ahora se quiere suturar de forma definitiva con una ley impulsada por el diputado liberal demócrata John Sharkey, tras una campaña que reunió 640.000 firmas y fue apoyada por renombrados científicos y personalidades de la cultura.

Todo empezó cuando en diciembre de 2013 la reina Isabel II firmó un indulto a título póstumo para reparar la memoria y los tormentos de Alan Turing. El gesto era justo y necesario, pero ¿por qué solo Turing y no los otros miles de condenados, muchos de ellos anónimos y sin relevancia pública, que también fueron sentenciados por mantener “relaciones indecentes”? Turing hubiera estado de acuerdo. Como ha ocurrido en otros países, la despenalización aprobada en 1967 no incluía la reparación de los casos juzgados. Unos 50.000 condenados están ya muertos, de modo que la reparación es más bien simbólica. Se les cancelarán los antecedentes penales y su historial cívico quedará limpio. Pero se estima que otros 15.000 siguen con vida y en este caso, aunque la reparación incluye la supresión de antecedentes penales, la forma de hacerlo no ha satisfecho a todos.

Al contrario. La figura del indulto implica de algún modo reconocer una culpabilidad por una conducta que, de acuerdo con la nueva sensibilidad social y la correspondiente realidad jurídica, no es merecedora de sanción. No se trata, pues, de pedir perdón. Además, el procedimiento previsto obliga a cada condenado a solicitar la revisión formal de su expediente a las autoridades gubernativas. Es cierto que en algunos casos podían concurrir otras conductas que aún son delito, como mantener relaciones con menores, pero eso podría haberse subsanado de otra forma, sin necesidad de que cada afectado tenga que pedir el indulto en un procedimiento que puede ser enrevesado y oneroso.

El demonio que acecha a los homosexuales (y del que nadie habla)

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Imagen de archivo de una concentración homosexual EFE

Hacía tres años que no me encontraba con mi primer novio, digamos que se llama Steven. En junio, cuando entró al pub de Brixton, me quedé impresionado. Cuando lo conocí, hace diez años, le gustaba practicar deportes y era un poco maniático de la salud. Más allá de alguna que otra típica borrachera estudiantil, mantenía bastante su compostura. El Steven de ahora tenía las pupilas dilatadas, marcas rojas en los brazos, y hablaba como un loco moviendo la cabeza de un lado a otro de forma errática. Se había hecho adicto a la metanfetamina y abusaba del alcohol y de otras drogas.

La historia de Steven dice mucho sobre la silenciosa crisis de salud que afecta a los hombres homosexuales. En general, la frase “crisis de salud” vinculada con la palabra “gay” remite a la catástrofe del VIH que causó estragos en la comunidad homosexual y bisexual durante los años ochenta. En el mundo desarrollado y aunque el tratamiento pueda provocar problemas de salud, el VIH ya no significa una sentencia de muerte.

En el Reino Unido, se calcula que unos 6.500 hombres que mantienen relaciones sexuales con otros hombres viven con infecciones no diagnosticadas. Una amenaza mucho mayor es la angustia, natural en una sociedad plagada de homofobia, cuya consecuencia directa es el abuso de alcohol y drogas.

Steven lleva 66 días limpio. Ha aceptado el tratamiento con entusiasmo y es uno de los voluntarios en su grupo de apoyo local. ¿Pero por qué, igual que tantos otros hombres homosexuales, sucumbió Steven a las adicciones?

Steven tenía solo 15 años cuando se declaró homosexual. Sus padres lo llevaron a una pseudoclínica dirigida por fundamentalistas cristianos para curar su homosexualidad. No lo recuerda con resentimiento. “Sé que me aman y que hicieron todo lo que pudieron”, dice Steven. “No sabían qué era lo que necesitaba, así que se fijaron en su propia experiencia: vivían en una cultura que dictaba que si eras homosexual era una desgracia. Además de quedarte solo contraerías sida y tendrías muchas dificultades para vivir. Mis padres sentían que realmente estaban tratando de ayudarme”.

Pero el problema iba mucho más allá de su familia. En los primeros años del nuevo milenio, el que se declaraba homosexual durante la adolescencia se exponía, casi sin excepción, a sufrir acoso escolar, a quedarse sin personas que le sirvieran como modelo y a sufrir la intensificación del discurso homófobo en los medios. “Al sumarlo todo, el resultado fue que me quedé aislado y pensando que el problema era yo”. La internalización de ese tipo de vergüenza a tan temprana edad deja daños que tardan mucho en curarse y sirve para comprender la difícil situación que atraviesa Steven en la actualidad.

Matthew Todd, exeditor de la revista Attitude, abordó el tema en su magnífico, y perturbador, libro Straight Jacket, publicado recientemente. Todd identifica una serie de problemas que la mayoría de hombres gays, si fueran honestos, podrán reconocer: “Niveles desproporcionadamente altos de depresión, daño autoinfligido y suicidio; no son infrecuentes los problemas de intimidad emocional… y en la actualidad hay una pequeña pero significativa subcultura de hombres que consumen, algunos hasta inyectándoselas, drogas muy peligrosas. A pesar de que los centinelas de la maquinaria de relaciones públicas homosexuales las tratan de simple histeria, son drogas que están causando la muerte de muchas personas”. En su libro, Todd menciona una preocupante lista de amigos, conocidos y famosos miembros de la comunidad homosexual que lucharon contra las adicciones y terminaron quitándose la vida.

Las estadísticas son realmente alarmantes. Según un informe de Stonewall, en 2014, el 52% de los jóvenes de la comunidad LGTB dijo que en algún momento se había provocado heridas; un impactante 44% había considerado quitarse la vida; y un 42% había buscado ayuda médica para tratar la angustia. Con frecuencia, el uso indebido de alcohol y drogas es una forma nefasta de automedicación para enfrentar la angustia subyacente. Según un estudio reciente de la Fundación LGTB, el consumo de drogas en el colectivo LGTB es siete veces mayor que el de la población general; el exceso de alcohol es el doble de común entre hombres homosexuales y bisexuales; y la dependencia de sustancias es marcadamente más alta.

¿Por qué pasa esto? Según Todd, “es una vergüenza que nos impusieron desde niños y a la que estamos sometidos culturalmente”.

El problema que tienen los homosexuales no es su sexualidad, sino la actitud de la sociedad ante ésta. “Nuestra experiencia ha sido crecer en una sociedad que todavía no acepta del todo que las personas puedan ser otras cosas además de heterosexuales y cisgénero (persona que se identifica con el género que le asignaron al nacer)”.

Aún se siente el peso de siglos de odio e intolerancia y la discriminación legalizada, hasta hace poco vigente.

Todos los hombres homosexuales y bisexuales, así como las mujeres y las personas transgénero, crecen en medio de la violencia homofóbica y transfóbica. La palabra “gay” se usa en los patios de juego como sinónimo de todo lo malo.

En su mayoría, las películas y los programas de televisión no han tenido personajes LGTB bien definidos, que causen empatía. Muchas veces recurren a los vulgares clichés homófobos. En casi cualquier lugar público, la imposibilidad de andar de la mano con alguien a quien amas sirve como un amargo recordatorio de que una gran parte de la población aún te margina. Declararse homosexual, un proceso que no sucede una vez, sino que se repite hasta el cansancio en diferentes contextos, implica un constante estrés. Para los que creen que inevitablemente todo está mejorando, un dato alarmante: desde el referéndum del Brexit, los delitos por homofobia aumentaron un 147%.

La sociedad ha dañado (y sigue dañando) a la comunidad LGTB. Y eso no es exagerar lo que está sucediendo (me enfoco en mi experiencia personal como homosexual): ser homosexual no significa estar en un estado miserable. Como dice Todd, hay una gran cantidad de personas homosexuales satisfechas y exitosas y, en los últimos tiempos, ha habido avances extraordinarios, como el matrimonio igualitario.

Para la gran mayoría del colectivo LGTB, declararse homosexual es como salir a respirar: la alternativa es mucho más deprimente. Pero esta es una crisis de salud de la que no se habla demasiado: la combinación nociva de angustia con abuso de drogas y alcohol.

Es una crisis por la que no se está haciendo nada. A pesar de las promesas del gobierno de garantizar con la misma eficacia los servicios de salud física y los de salud mental, la organización británica de salud mental MIND informó el año pasado de que la financiación de los servicios de salud mental se había recortado un 8% desde 2010. Según la ONG King’s Fund, los recortes contribuyeron a “generalizar la evidencia de una atención de mala calidad”. En particular, un gran número de servicios para LGTB han quedado devastados: como lo señaló la federación de sindicatos TUC en 2014, los servicios “ya estaban trabajando con un presupuesto ajustado. Algunos sufrieron recortes de hasta un 50%”.

Por culpa de la vergüenza internalizada, a menudo la comunidad LGTB tiene dificultades para hablar con una sola voz de los problemas que enfrenta. Siempre existe el peligro de reforzar los estereotipos perjudiciales que ya han causado tanta angustia. Pero debemos enfrentar la crisis que está perjudicando a la salud y cobrándose vidas. Además, la sociedad tiene que asumir su responsabilidad: su constante negativa a tratar a la comunidad LGTB como iguales es la causa de tanto dolor. Si el Gobierno de Theresa May realmente quiere demostrar que es algo más que una banda que hace versiones del Ukip, tal vez deba tomar en serio este asunto y reconsiderar los recortes de David Cameron. La vida de la comunidad LGTB depende de ello.

Traducido por Francisco de Zárate

CORRECCIÓN: En la primera versión de este artículo había un error de traducción en la que se decía “el problema que tienen los homosexuales no es su sexualidad, sino cómo ve la sociedad esa elección”. La traducción correcta es: “El problema que tienen los homosexuales no es su sexualidad, sino la actitud de la sociedad respecto a ésta”.

Reino Unido indultará a 65.000 condenados por ser homosexuales

Los 15.000 que siguen vivos deberán solicitar acogerse a la llamada ‘ley Turing’

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Alan Turing, de joven.

Reino Unido indultará a decenas de miles de hombreshomosexuales y bisexuales británicos condenados por mantener relaciones con personas del mismo sexo; una práctica considerada delito en Inglaterra y gales hasta 1967. A través de una enmienda a la legislación promovida por el Gobierno, se exonerará a más de 50.000 hombres; la mayoría ya fallecidos. Quienes ya no estén con vida, recibirán automáticamente el indulto póstumo y el delito desaparecerá de su historial de antecedentes penales. Sin embargo, los alrededor de 15.000 penados que aún están vivos sólo podrán obtener el perdón formal tras enviar una solicitud al Ministerio de Interior, que estudiará cada caso.

La medida, iniciada tras una campaña liderada por los liberal-demócratas, es consecuencia de la llamada Ley Turing, que hace referencia al caso de Alan Turing (1912-1954), el genio matemático que descifró el código Enigma utilizado por los nazis en sus comunicaciones. Considerado entonces un héroe nacional por haber contribuido a la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, fue condenado en 1952 por atentar contra la moral pública por su relación con un hombre de 19 años. Turing declinó defenderse y se sometió a castración química para evitar la cárcel. Dos años después se suicidó en su laboratorio tras morder una manzana con trazas de cianuro, según la investigación oficial.

El 24 de diciembre de 2013, la reina Isabel II promulgó un edicto que concedió a Turing el indulto a título póstumo. Un hecho que el entonces primer ministro David Cameron celebró en un tuit: “Me alegro de que Alan Turing haya recibido un indulto real. Al descifrar el código Enigma en la Segunda Guerra Mundial jugó un papel fundamental en la salvación de este país”. En seguida comenzaron a elevarse voces que exigían que la medida se extendiera a los miles de homosexuales, famosos o anónimos, perseguidos en el pasado por su orientación sexual. La protesta popular cristalizó en una campaña que en 2015 logró reunir casi 640.000 firmas y que contó con el apoyo de figuras públicas como Stephen Hawking o el actor Benedict Cumberbatch, que interpretó a Turing en la película The imitation game.

El diputado liberal demócrata John Sharkey, que fue quien impulsó la iniciativa legal que consumó el perdón a Turing, aplaudió el acuerdo que permitirá cambiar la ley: “Es un día trascendental para miles de familias en todo el Reino Unido que han estado haciendo campaña por este asunto durante décadas”. El conservador Sam Gyimah, un alto cargo del Ministerio de Justicia, señaló: “Es enormemente importante que indultemos a las personas condenadas por delitos sexuales pasados que hoy serían consideradas inocentes de cualquier crimen”.

Para otros, sin embargo, la enmienda se queda corta. Paul Twocock, de la organización Stonewall, que defiende los derechos de la comunidad de gais, lesbianas, transexuales, bisexuales e intrsexuales (LGTBI), considera que la medida “no llega lo suficientemente lejos”. En declaraciones a la BBC, el escritor y activista George Montague, que fue condenado en 1974, exigió una disculpa en lugar de un indulto: “Aceptar un indulto significa que aceptas que eras culpable. Yo no fui culpable de nada; sólo de estar en el lugar incorrecto en el momento inoportuno”.

Por su parte, el diputado John Nicolson ha propuesto que el indulto general se aplique también a los vivos sin necesidad de que tengan que solicitarlo expresamente. Su proposición se debatirá este viernes en el parlamento, pero el Gobierno ya anunciado que no la apoyará. “Un indulto general, sin las investigaciones detalladas del Ministerio de Interior, podría hacer que personas culpables de infracciones que todavía se consideran delito hoy reclamen ser exoneradas”, ha asegurado Gyimah. “Nuestra vía será más rápida y más justa”.

Mantener relaciones homosexuales consentidas entre mayores de 21 años se despenalizó por primera vez en Inglaterra y Gales en 1967 (en Escocia sucedió en 1980 y en Irlanda del Norte, en 1982), aunque la ley seguía siendo discriminatoria con respecto a los heterosexuales y observaba excepciones, como una edad de consentimiento sexual mayor, que en años posteriores se fueron subsanando.

El pasado mayo, el Gobierno alemán dio un paso similar al anunciar queindemnizará y eliminará los antecedentes de miles de hombres condenados hasta 1994 por ser homosexuales, una práctica que el Código Penal alemán castigaba con hasta seis años de prisión.

La ‘ley Alan Turing’ perdonará a miles de gays ya muertos

Reino Unido aprueba una ley que indulta a 65.000 convictos de ‘indecencia’

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Un grupo de gays celebran una fiesta en Manchester. MUNDO

El Gobierno británico ha aprobado una ley, conocida como la ‘ley Alan Turning’que perdonará a 65.000 gays y bisexuales, convictos del delito de “indecencia”, de los cuales unos 15.000 están vivos y 50.000 fallecidos. Alan Turning (1912-1954) es el matemático y científico que descifró el código secreto que hacían servir los alemanes para atacar en la Segunda Guerra Mundial. En 1952 Turning fue declarado culpable de “actos indecentes” con un joven de 19 años de edad y castrado químicamente. Murió en 1954 tras mordisquear una manzana envenenada con cianuro en una muerte que se calificó oficialmente como suicidio.

El calvario que padeció Alan Turning por su homosexualidad ha sido la bandera de las organizaciones que han reclamado su perdón. El gobierno británico le indultó a título póstumo en el 2013 y desde entonces organizaciones gays, arropadas por algunos políticos, han reclamado la ‘ley Alan Turning’ para todos los convictos de un delito que desapareció en la década de 1960. El Gobierno ha aprobado la ley abriendo la puerta a los 15.000 vivos convictos de “indecencia” que pueden solicitar al ministerio del Interior la destrucción o abolición de los respectivos antecedentes penales o fichas criminales.

La decisión del Gobierno ha provocado diferentes reacciones. Mientras organizaciones gays han dado la bienvenida a la ley que se aplicará de forma inmediata, algunos afectados, como George Montague, ha dicho que “no quiero perdón, lo que quiero es una disculpa institucional porque no soy culpable de nada, de lo único que soy culpable es de estar en el lugar erróneo en el momento erróneo”. Las relaciones sexuales consentidas entre dos adultos del mismo género estuvieron tipificadas como delito hasta 1967.

Rachel Barnes, sobrina-nieta de Alan Turning, y activa en la campaña que perdonó a su tío-abuelo, ha manifestado a la BBC que “es una pena para todos que mi tío que fue el descifrador del código secreto y con ello salvó a miles de personas y que tenía una mente extraordinaria, sin embargo, es conocido por su homosexualidad y por el juicio que le avergonzó públicamente, lo bueno de él ha quedado escondido detrás del escándalo sexual que ahora ya no lo sería”.

Agreden a una pareja gay que caminaba abrazada por la Puerta del Sol

La asociación Arcópoli denuncia que un grupo de entre 10 y 15 personas se había juntado “para reírse y agredir verbal y físicamente a las dos víctimas”

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Vista de la bandera arcoíris desplegada en la fachada del Ayuntamiento de Madrid. EFE/Javier Lizón

MADRID.- Una docena de personas insultaron y agredieron este martes de madrugada a una pareja de chicos que iba abrazada paseando por la Puerta del Sol de Madrid, ha denunciado la asociación Arcópoli.

Poco después de la 1 de madrugada de este martes cuando la pareja volvía a casa caminando por la Puerta del Sol compartiendo un paraguas cuando recibió empujones y golpes.  Se trataba, según los denunciantes, de un grupo de entre 10 y 15 personas las que se habían juntado “para reírse y agredir verbal y físicamente a las dos víctimas”, que finalmente pudieron huir del lugar.

Tras lo ocurrido, Arcópoli se puso en contacto con ellos y uno de los chicos acudió ayer al centro de salud por los hematomas y dolores sufridos en cabeza y brazo. Ya por la tarde, la víctima ha interpuesto una denuncia en las dependencias de Policía Municipal (Unidad de Gestión de la Diversidad) acompañado de personal del Observatorio Madrileño contra la LGTBfobia. Es el ataque número 186 que han registrado en lo que va de año.

De hecho, el Observatorio ha puesto en conocimiento de Policía Nacional, del concejal presidente del distrito Centro, Jorge García Castaño, y de la Fiscalía de Delitos de Odio de la Comunidad de Madrid el caso para poder profundizar en los delitos de odio al colectivo LGTB. Es el ataque número 186 que han registrado en lo que va de año.

Las agresiones al colectivo LGTB siguen produciéndose con total impunidad en la ciudad de Madrid. En los últimos días hemos tenido conocimiento de 3 denuncias por homofobia. La respuesta de las instituciones ha de ser contundente y transmitir el mensaje de‘Tolerancia cero’ ante la mínima agresión“, ha señalado el coordinador de Arcópoli, Yago Blanco.

Denuncian una agresión homófoba en Madrid de una decena de personas a un chico gay

Madrid ha vivido una nueva agresión homófoba que eleva el número de ataques de este tipo a 186 en lo que llevamos de año, según los datos del colectivo LGTB Arcópoli. Este martes a la una de la mañana F.P y su novio volvían a casa abrazados por el centro de la capital cuando el primero recibió un empujón, según la denuncia que ha interpuesto ante la Policía Municipal a la que ha tenido acceso eldiario.es.

Cuando F.P se dirigió al hombre, que se encontraba en el lugar, para pedir explicaciones, éste le propinó un puñetazo que le hizo caer al suelo. “Que por este motivo y al ver que la motivación de la agresión era por su orientación sexual, al levantarse del suelo le dio un beso a su novio”, asegura la policía según el relato del chico.

En ese momento, narra la denuncia, entre 10 y 15 personas se abalanzaron sobre la pareja  y comenzaron “a reírse y agredir verbal y físicamente” a F.P, que finalmente pudo huir con su pareja con la ayuda de un testigo que se encontraba en el lugar de los hechos, según afirma Arcópoli, que ha acompañado a los dos hombres a interponer la denuncia a través del  Observatorio Madrileño contra la LGTBfobia.

Los agresores, que no hablaban español, afirma la denuncia, le “propinaron patadas y puñetazos, profiriendo gritos en su idioma en tono burlesco”, que hicieron que F.P “se sintiera intimidado y vejado durante toda la agresión”. Pocas horas después de lo sucedido, F.P compartió lo ocurrido a través de una publicación de Facebook.

“Además de que me duele la oreja y todo el lado izquierdo de mi cabeza, aunque nada grave me haya pasado, no dejo de pensar que por ir abrazado a mi novio terminé ahí tirado en el suelo”, contaba. “Ya van muchas agresiones contra el colectivo LGBT”, asegura, “y esto sólo me da más ganas y me reafirma quién soy.. iré agarrado de la mano con quien me de la gana e iré abrazado o besando a quien me de la gana de amar y estar enamorado”.

Yago Blando, Coordinador de Arcópoli, ha declarado que”las agresiones al colectivo LGTB siguen produciéndose con total impunidad en la ciudad de Madrid. En los últimos días hemos tenido conocimiento de 3 denuncias por homofobia. La respuesta de las instituciones ha de ser contundente y transmitir el mensaje de Tolerancia cero ante la mínima agresión”.