Mendoza ataca a los homosexuales y sus derechos en la apertura de curso de la UCAM

El presidente de la UCAM, José Luis Mendoza, arremetió ayer contra los homosexuales y sus derechos en el acto de apertura de curso de la institución privada católica de la que es dueño. Ante ‘ilustres’ invitados al acto de la Universidad Católica de Murcia, como el polémico arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, el obispo de Cartagena, José Manuel Lorca Planes, y la secretaria de Estado de Justicia,Carmen Sánchez-Cortés, en su discurso Mendoza aseguró que “el mal llamado matrimonio homosexual es una abominación a los ojos de Dios”. Además, aprovechó su intervención para criticar duramente el aborto y la eutanasia.

Acto de apertura del curso. (Foto UCAM)

Acto de apertura del curso. (Foto: UCAM)

José Luis Mendoza aseguró que la institución a la que representa, que este año ha superado los 17.000 alumnos, va a continuar “esforzándose con el mismo empuje y fe” para ofrecer docencia de excelencia, impulsar la investigación y generar talento, fomentar la creación de empleo de calidad, y “en definitiva, crear riqueza para nuestra sociedad, al reinvertir todos nuestros recursos en ella”.

En relación a la investigación, aseveró que una universidad que no investiga se convierte en una academia de enseñanza, e indicó que la UCAM ha invertido en ella en el 2014 más de 11 millones de euros, y en este año unos 15. Además, Mendoza anunció la creación de un pabellón de más de 15 mil metros cuadrados “donde estará el nuevo UCAM Sports Center, una clínica oncológica, nuevas aulas y el hospital virtual de 2.000 metros cuadrados”. Además, denunció “las dificultades constantes que sufre la institución para desarrollar su labor por parte de quienes tienen interés en que no salgan adelante nuestras iniciativas”.

Lección inaugural de la secretaria de Estado de Justicia

En el acto académico, además de Mendoza, intervinieron Pedro Antonio Sánchez, presidente de la Comunidad; el cardenal Cañizares, monseñor Lorca Planes, y Josefina García Lozano, rectora de la UCAM. También asistieron Antonio Sánchez-Solís, delegado del Gobierno; María Isabel Sánchez-Mora, consejera de Educación y Universidades; Rosa Peñalver,presidenta de la Asamblea Regional, o Silverio Nieto, director del servicio jurídico de la Conferencia Episcopal Española, y encargado de presentar a la secretaria de Estado de Justicia.

Sánchez-Cortés impartió la lección inaugural titulada ‘Reformas para un cambio necesario’, donde desgranó las principales líneas del Programa Nacional de Reformas llevado a cabo por el Gobierno de España en los últimos años. “En el epicentro de la crisis más brutal sufrida jamás en generaciones y haciendo estragos en todos los órdenes de nuestra vida, tomamos las riendas de un país literalmente catatónico”, afirmó, y señaló que gracias a las reformas de la Justicia que han llevado a cabo “hemos hecho de la seguridad jurídica un valor añadido de la Marca España, cuyo prestigio crece cada día, y si ha sido así es porque hemos sabido dar con las tres piezas clave que había que reformar: la gestión, las leyes y una lucha implacable contra la corrupción”.

Por su parte, el presidente de la Comunidad, Pedro Antonio Sánchez, destacó la importancia del sistema universitario regional en la construcción de la sociedad. “Las universidades han de reafirmarse a la vanguardia de la sociedad; su labor es crucial para crear una sociedad crítica desde valores como la responsabilidad y la verdad, tal y como hace esta joven universidad”, afirmó.

“Pikara’ prima la mirada por la igualdad pero con humor y transgresión”

“Madre” orgullosa de ‘Pikara Magazine’, a June le gusta presumir de un pequeño gran triunfo: “Fuimos con ‘Argia’ las primeras en hablar del acoso machista en San Fermín”

BILBAO – A June Fernández le gusta contar historias de personas libres y rebeldes. “También me gusta romper tabúes y provocar cortocircuitos contra los sectarismos” (el mío incluido), dice sonriente, orgullosa de su pícara criatura que celebra este año sus cinco años de vida.

¿Cómo y para qué surgió ‘Pikara’?

-Se creó en 2010 por un grupo de profesionales que habíamos montado la Red Vasca de Periodistas con Visión de Género. El objetivo inicial de Kazetarion Berdinsarea era compartir propuestas y estrategias para incorporar la perspectiva feminista a nuestro trabajo en los medios generalistas y también en medios alternativos, pero hubo un momento en el que comenzamos a echar en falta un espacio propio en el que dar rienda suelta al periodismo en el que creíamos e íbamos desarrollando sin las resistencias y las limitaciones que te encuentras en los medios convencionales.

¿Esa inquietud les impulsó a emprender el proyecto en la web?

-Sí. Al principio nos planteábamos ofrecer periodismo de calidad con perspectiva de género. Esto lo hacíamos siendo críticas con los medios de comunicación generalistas.

¿Por qué?

-Porque en ellos las mujeres apenas protagonizamos el 30% de las noticias y cuando salimos lo hacemos enmarcadas en estereotipos como el de víctima, madres abnegadas u objeto sexual de deseo que lo único que hace es adornar la portada del periódico. Esto nos animó a la aventura de crear un proyecto de comunicación.

¿En qué claves ha funcionado ‘Pikara’ durante estos cinco años?

-El humor y la transgresión han jugado, juegan, un papel importante. Queríamos un periodismo de calidad desde unos criterios no sexistas, pero que fuera atractivo no solo para las ya feministas, sino para un público más amplio. Que el proyecto conectara con necesidades personales de la gente. La fórmula ha sido un éxito. Empezamos con unas 10.000 visitas al mes y ahora superamos las 150.000.

¿Cómo se financian?

-Hemos contado con el apoyo de Emakunde, pero de forma irregular por los recortes. Probamos muchas formas de autogestión. Por una parte animamos a las propias lectoras y lectores a que se hagan amigos y amigas de Pikara. Les llamamos como suscriptoras pagando una cuota anual a partir de los 30 euros al año y reciben la revista en papel que sacamos una vez al año.

¿No temían que el papel lastrara su economía?

-Sí, porque teníamos claro que el proyecto debía ser on line porque era más barato, no teníamos ni infraestructura ni presupuesto para hacer una publicación en papel. Ya llevamos tres números anuales y paradójicamente no solo no ha lastrado nuestra económica, sino todo lo contrario. Lanzamos un crowdfunding para financiarlo, con el cual siempre recaudamos más dinero del mínimo y al mismo tiempo la revista en papel nos ha permitido hacer una ronda de presentaciones por distintas ciudades y afianzar afinidades. Vendemos la revista y muchos materiales tipo merchandising que están teniendo mucho éxito. Al final hemos montado nuestra tienda on line.

¿’Pikara’ es un medio especializado?

-No. El feminismo para nosotras no es un tema, sino que es una mirada. Lo mismo que la mirada que prima en los medios tradicionales suele ser masculina y androcéntrica, nuestra mirada es a favor del empoderamiento de las mujeres y a favor de la igualdad, pero no somos un medio especializado. Lo mismo hablamos de sexualidad, que de ecología, que de salud mental, que de cultura, que de cómics. Somos un medio en el que hablamos de todos los aspectos sociales y culturales porque nos interesan todos los temas, no solo el aborto y la violencia de género. Pero lo hacemos con una mirada transformadora a favor de la igualdad.

¿Qué les distingue de otros medios?

-Que creemos que el feminismo no es solo hablar de igualdad entre hombres y mujeres. Es hablar de una sociedad más libre e igualitaria para todo el mundo. Por eso nos interesa hablar de libertad sexual, de diversidad sexual. Uno de los motivos del éxito de Pikara es que no estamos solo en un tono de denuncia (como el estereotipo de la feminista amargada), sino también porque reivindicamos nuestra libertad para el placer, para divertirnos, para ser gamberras.

El término feminista todavía echa para atrás, ¿por qué?

-Porque el feminismo está muy demonizado. Curiosamente, al principio hablábamos de que hacíamos periodismo con visión de género. Nos costaba decir que éramos feministas por esos complejos. Llegó un momento en el que nos sacudimos los complejos y lejos de asustar hemos llegado más lejos; la honestidad es importante para conectar con la gente.

¿Tal vez las feministas no han sabido transmitir el mensaje?

-Las feministas resultamos peligrosas para el sistema y es normal que haya que desacreditarnos todo el rato. Pero sí que creo que muchas veces las feministas no hemos comunicado bien y no hemos conectado con la gente. En Pikara lo que mejor ha funcionado son las experiencias cotidianas, personales. Empezamos siendo cuatro vascas uniéndonos a gente del territorio español. Ahora el 30% de las visitas vienen de América Latina, lo que tiene gran protagonismo en la revista

¿Cuáles son los artículos que más éxito han tenido?

-Las cartas de las lectoras que cuentan las situaciones de agresiones sexuales que han vivido, pero no hablando de violaciones por parte de desconocidos, sino de cosas que a todas nos han pasado: que te toquen el culo en el metro, que tengas un tío que desde pequeña te decía cosas soeces… Incluso todo lo relacionado con la sexualidad. Vemos que las mujeres llevan en silencio muchas situaciones de acoso, bien en el trabajo, bien el transporte público o en la calle.

Priman la voz de sus lectoras

-Sí. Es clave. Si en el periódico tradicional, por ejemplo, hay una sección de cartas al director de media página, en Pikara hay una sección que se llama Participa donde publicamos las cartas de todo el mundo. Al final tiene tanto peso como los contenidos que generamos las colaboradoras.

¿Cómo se organizan en ‘Pikara’?

-Andrea Momoitio y yo somos las coordinadoras y luego desarrollamos la figura que llamamos colectivo editor, en el que están las compañeras que toman las decisiones de forma horizontal, aunque por motivos prácticos no todas las decisiones pasan por la asamblea.

Ben Whishaw y Andrew Scott: los ayudantes gays de 007 en ‘Spectre’

LGBT+ en el mundo audiovisual

Los dos intérpretes en la premièreSpectreGTRES

Los dos intérpretes en la premièreSpectre GTRES

Javier Bardem acaba de hacer su entrada en escena con la peluca rubia oxigenada y el traje más bien peculiar de Raoul Silva, el renegado del MI6 que ejerce como malo malísimo de Skyfall. Tiene a Daniel Craig, el James Bond rubio, atado a una silla, y no pierde la oportunidad para tratar de seducirle para lo que sólo se podría describir como ‘pasarse al lado oscuro’: “¿Qué te hace pensar que es mi primera vez?“, contraataca 007.

Ya se sabe, no hay nada más difícil que luchar contra una tradición: la idea de un Bond que no sea heterosexual, queda muy lejos. Y lo mismo se puede aplicar al resto d personajes de la saga de espías más famosa de la historia. En su momento, Daniel Craig negaba rotundamente que, en un futuro, pudiese haber unJames Bond gay. Javier Bardem, por su parte, relegaba la sexualidad de Silva a la nebulosa del ‘no entra en ninguna categoría’. ¿Era Silva el primer villano Bond gay? “Se podría interpretar de esta manera“, contestaba en una entrevista “la opción estaba en el guión”.

Hacemos un fast-forward de tres años y nos encontramos con Spectre, la película número 24 de la saga, la cuarta protagonizada por Craig. Spectre cuenta con dos actores abiertamente gays, lo que llama la atención no desde un punto de vista profesional (¿qué actor rechazaría un papel en la tercera saga más taquillera de la historia?) sino desde un punto de vista ético: ¿por qué participar en una película que pasa por el tema LGBT+ de puntillas?

Sus nombres son Whishaw, Ben Whisaw y Scott, Andrew Scott, y no sabemos si les gusta el vodka martini agitado o revuelto, pero sí que lucen un esmoquin con una planta digna de cualquier agente del programa ’00’.

Q, el siempre fiel colaborador de Bond, en plena acción CORDON

Q, el siempre fiel colaborador de Bond, en plena acción CORDON

El primero interpreta de nuevo a Q, el joven jefe de la división Q del MI6 (algo así como I+D pero aplicado a espías) y se encarga de ofrecer a Bond toda la ristra de cachivaches que el agente utiliza para llevar a cabo sus misiones en el nombre de la Patria y de la Reina. Durante su paso por el universo Bond, también le ha proporcionado una suerte de agria simpatía que, contando que hablamos de ingleses, bien puede ser interpretada como una amistad. El personaje de Scott es uno de los recién llegados al mundo de claroscuros del espionaje inglés. Por la poca información que hemos podido llegar a reunir sobre el personaje, sabemos que, al menos, parece uno de los buenos: es Max Denbigh, alias C, jefe del Centro de Seguridad Nacional, el resultado de mezclar las dos agencias de inteligencia del gobierno británico: el MI5 y el MI6.

Salir del armario: ¿sí o no?

Han conseguido estos papeles tan destacados en un momento en el que uno de los debates más candentes en Hollywood es si los actores LGBT+ deberían o nosalir del armario públicamente, si eso ayudaría a sus seguidores y si ofrecer esa ayuda les merecería más la pena que el supuesto daño que esa salida del armario podría repercutir en sus carreras.

“Creo que eres mejor actor cuanto menos sepa la gente sobre tí. (…) Tanto si eres heterosexual como si eres gay, la gente no debería saber nada de tu sexualidad, porque ese tendría que ser uno de los misterios con los que deberías ser capaz de jugar”, comentaba hace poco Matt Damon en una entrevista. Ian McKellen, uno de los primeros actores establecidos en declarar públicamente su homosexualidad, animaba poco después a sus compañeros de profesión a seguir su ejemplo: “Ese es mi mensaje para todo el que piense ‘tengo que mantenerme dentro del armario para tener éxito en el cine’: yo no lo hice“.

Los actores que nos ocupan hoy, Ben Whishaw y Andrew Scott, son el ejemplo perfecto de que este debate no es sólo una discusión entre la comunidad heterosexual y la LGBT+, sino entre los mismos miembros de la comunidad LGBT+. Ben Whishaw, por su parte, se acerca más a la posición de Matt Damon. Declaró que no sabía por qué el hecho de ser gay tenía que ser discutido públicamente sólo porque los actores llevasen a cabo su trabajo bajo la mirada pública. Como un digno espía, lo poco que se sabe de su vida privada es que se ha casado por lo civil con el compositor australiano Mark Bradshaw, al que conoció mientras ambos trabajaban en la película Bright Star en 2009.

C, el misterioso personaje de Andrew Scott, en un fotograma de Spectre

C, el misterioso personaje de Andrew Scott, en un fotograma de Spectre

Andrew Scott tiene un lado mucho más contestatario: salió del armario para criticar públicamente la ley contra la propaganda de las relaciones sexuales no tradicionales. Como irlandés, también ha manifestado su apoyo a la legalización del matrimonio homosexual en su país. Piensa que “gracias a Dios, actualmente la gente no ve el hecho de ser gay como un fallo de carácter. Tampoco es una virtud, como la amabilidad. O un talento, como tocar el banjo. Es simplemente un hecho“. Ha insistido en que salir del armario no le ha reportado ningún efecto negativo a su carrera, profesionalmete hablando, y ha animado a sus compañeros de reparto, tal y como lo hizo Ian McKellen, a salir del armario: “creo que es importante serauténtico con uno mismo”.

Otros actores LGBT+

La inclusión de Whishaw y Scott en el universo Bond, ¿significa alguna mejora para la comunidad LGBT+ dentro del mundo del cine?

Tenemos a Zachary Quinto como el icónico Spock en Star Trek, a Ian McKellen y aLuke Evans, ex novio de Jon Kortajarena, en El Hobbit, a Jamie Clayton y a Laverne Cox, actrices transexuales, en Sense8 y Orange Is The New Black respectivamente, a Ellen Page en la esperada Freeheld, a Angelina Jolie, Megan Fox, Neil Patrick Harris, Matt Bomer, Cara Delevingne… Parece que, poco a poco, la sexualidad y la identidad de género de un actor está alcanzando la misma relevancia que su color de pelo.

Ordenan destruir obras de un pintor pederasta que usó como modelos a sus víctimas de abusos sexuales

'Retrato de dos niñas' y 'Zeitie y Mitzie', dos obras del pintor Graham Ovenden.

‘Retrato de dos niñas’ y ‘Zeitie y Mitzie’, dos obras del pintor Graham Ovenden.

Graham Ovenden, de 72 años de edad, es un reconocido artista británico que lleva años con problemas con la Justicia porque su arte raya lo que algunos consideran obsceno. Contra el “material obsceno” hay una ley británica que cuando se ha aplicado ha pasado por encima del arte de Ovenden. El artista David Hockney y otros le han apoyado en sus incautaciones de obras o en sus pleitos judiciales.

De lo que no se ha librado Graham es de un juicio por abuso sexual a menores del que salió culpable. Lo denunciaron personas adultas remontándose a la década de 1970. Algunas eran menores que posaban para un retrato cuando el pintor abusó de ellas sexualmente. Por estos delitos fue juzgado y declarado culpable siguiendo todas las instancias de la judicatura británica. Fue encarcelado en 2013por dos años y ha sido puesto en libertad recientemente. Graham aduce que es todo un montaje contra él.

La juez Elizabeth Roscoe ha ordenado destruir algunas de las obras de arteproducidas y/o poseídas por Graham Ovenden argumentando que no se ciñen a los cánones de decencia aceptados por la mayoría de las personas.

Uno de ellos es un encargo de Diana de Gales, para la que el artista pintó la imagen de una niña de espaldas caminando sobre el agua con una camiseta y el trasero al aire.

La juez que ordena la destrucción de algunas de las obras hechas o pertenecientes a Graham Ovenden aduce razones de “decencia” para justificar su argumentación. Sectores artísticos y jurídicos rebaten la opinión de la juez. El abogado Mark Stephens, que lleva el ámbito cultural en la firma de abogados Howard Kennedy, concluye que “una orden judicial para destruir las obras de arte hechas o poseídas por un convicto de delitos sexuales es un error moral y legal“. Durante el juicio se ha debatido si el material artístico en litigio incita a la “depravación” y, consecuentemente, al delito.

Ovenden ha manifestado que su trabajo -algunas de las obras que la juez ha ordenado destruir- lleva más de 40 años a la vista del público. Su abogado recuerda el artículo 10 de la Convención Europea de Derechos Humanos que protege la libertad artística. ¿Es el arte producido o que pertenece a pederastas un peligro?

El caso de Graham Ovenden se suma al del escultor Eric Gill (1882-1940), acusado de incesto tras su muerte, las sospechas sobre los escritores J.M.Barrie y Lewis Carroll o el artista Paul Gauguin, que se casó con una adolescente. En todos los casos, han pasado a la historia como rumores no comprobados. Graham Ovenden ha sido juzgado y ha pagado por sus delitos. ¿Debe ser su arte sacrificado?

Houston pone en peligro ser sede de la Superbowl al rechazar una ley contra la discriminación de los gays

¿Se celebrará la Superbowl, o sea, la final de la liga de fútbol americano, el 5 de febrero en Houston, como está previsto?

ordenanza houston contra  homofobia

En teoría, sí. Pero la derogación en referéndums ayer de una ordenanza municipal que prohibía cualquier forma de discriminación por orientación sexual, raza, sexo, nacionalidad o salud ha arrojado dudas sobre el evento. A fin de cuentas, una ley similar aprobada por el estado de Indiana acabo siendo derogada por el coste que tuvo para el turismo.

La ordenanza ha sido tumbada por un amplio margen en un referéndum del que todavía no hay datos definitivos. Y el factor clave de la decisión de las urnas ha sido la equiparación absoluta de los homosexuales y personas que han cambiado de sexo a cualquier otra minoría racial o religiosa o a personas con discapacidades físicas o psíquicas. La norma ya había sido aprobada en más de 200 núcleos urbanos estadounidenses. Entre sus defensores estaban la Casa Blanca y del gigante de la electrónica Apple, cuyo presidente y consejero delegado, Tim Cook, salió del armario hace algo más de un año.

Los conservadores de Houston -qué es la cuarta mayor ciudad de Estados Unidostras New York, Los Angeles, y Chicago, y es la capital del petróleo del país- han estado dirigidos por grupos evangélicos protestantes, han afirmado que la nueva normativa municipal permitiría a hombres vestidos de mujer entrar en baños públicos femeninos y cometer violaciones.

Puede ser un argumento un poco surrealista. Pero, de que no cabe duda, es de que ha sido efectivo. “No a los hombres en baños de mujeres” ha sido el eslogan de la campaña en contra de la ordenanza municipal.

El resultado del referéndum es ciertamente sorprendente si se tiene en cuenta que, en el año 2009, esa ciudad de se convirtió en la primera gran urbe de estados unidos que elegía a un alcalde abiertamente homosexual, Annise Parker, que además se casó el año pasado.

El crimen de Ostia

Un reciente filme de Federico Bruno, condenado a las carreteras secundarias, es la mejor explicación de la muerte de Pasolini.

Federico Bruno durante el rodaje de una de sus películas

Federico Bruno durante el rodaje de una de sus películas

En la noche del 1 al 2 de noviembre de 1975, el cineasta y escritor italiano Pier Paolo Pasolini fue asesinado en un descampado de Ostia, el puerto de Roma. A la mañana siguiente, un adolescente de 17 años, Pino Pelosi, confesó ser el responsable de la muerte. Según su declaración, Pasolini le había invitado a subir a su coche en los alrededores de la estación Términi y, una vez en el vehículo, le habría hecho proposiciones obscenas que provocaron la violenta reacción del joven. Homosexual muere asesinado. El relato con moraleja era tan sencillo y fácil de digerir por el gran público que esa versión de la muerte de un intelectual que se había convertido en el tábano del poder en Italia rápidamente se dio por buena.

Cuarenta años después, una película de Federico Bruno, Pasolini, la verdad oculta, propone una lectura distinta, indigesta y turbadora, del asesinato. Es un filme biográfico, rodado en blanco y negro y con un reparto que cuenta con actores tanto profesionales como sin experiencia, a la manera pasoliniana. El protagonista, Alberto Testone, tiene un asombroso parecido con el cineasta.

Bruno, director, productor y guionista del film, ha realizado entre 1998 y 2008 cinco películas en España, donde trabajó con Carlos Saura y rodó un documental sobre el actor Francisco Rabal.

En las dos absorbentes horas que dura su nueva película, Bruno acusa al Vaticano, a la Democracia Cristiana, al neofascista Movimiento Social Italiano, a los servicios secretos y a la policía de connivencia con la Mafia y el crimen organizado para deshacerse de un hombre que, además de la desafiante reivindicación de su homosexualidad, lanzaba arengas contra la clase política italiana desde su columna en el Corriere della Sera y amenazaba con dar a conocer oscuros secretos de Estado en una novela que estaba a punto de publicar, Petróleo, sobre la muerte del presidente del ENI (Ente Nacional de Hidrocarburos), Enrico Mattei, en 1962.

Pasolini, la verdad oculta se vio por primera vez en España el 8 de octubre pasado en la Filmoteca de Madrid. El filme reconstruye el último año de vida del director de títulos tan célebres como Accattone (1961), El Evangelio según Mateo (1964), oEl Decamerón (1971) y que por entonces ultimaba el montaje de su película más pesimista e insoportablemente dura: Saló o los 120 días de Sodoma (1975).

Tomando como base una novela del marqués de Sade, Pasolini sitúa en la república fascista de Saló una parábola sobre la capacidad destructiva del poder donde un Presidente, un magistrado, un obispo y un duque abusan de un grupo de jóvenes de ambos sexos a los que humillan, torturan y finalmente dan muerte por el puro placer que produce el ejercicio del poder.

La obra, póstuma, se estrenó en París por problemas con la censura en Italia. Es, según Bruno, una pieza clave para entender la trama asesina. Semanas antes del asesinato se produjo en la sede de Technicolor el robo de unas bobinas de la película. Bruno sostiene que los autores del hurto llamaron al director de Salóofreciéndole devolvérselas en un descampado junto a la playa de Ostia, adonde este acudió con Pelosi. Tras el robo estaba la mano de los servicios secretos que habían preparado la emboscada.

Una vez allí, el ragazzo di vita que sirvió de cebo fue agredido junto a Pasolini por un grupo de matones que apalearon con saña al escritor y pasaron por encima de su cuerpo varias veces con un Alfa Romeo similar al suyo. El cadáver quedó irreconocible. Pelosi, amenazado de muerte, huyó del escenario en el coche de Pasolini, pero unos policías ¿casualmente? estacionados cerca del lugar, lo detuvieron inmediatamente. Para salvar la vida, el joven se autoinculpó. Como era menor de edad, fue condenado a nueve años y medio de cárcel, de los que cumplió siete. Hoy es vendedor de bollos en un bar de Roma.

“En casos como este hay tres niveles de implicación: el que toma la decisión, el logístico y el ejecutivo”, explica Bruno. El primer nivel lo forma el poder, elestablishment o lo que en Italia se llama Il Palazzo. Tanto las esferas eclesiásticas como la derecha italiana deseaban la muerte de Pasolini, según esta interpretación, o por las informaciones que poseía o por dar un escarmiento y una advertencia. La logística la pusieron los servicios secretos y mandos de la Policía.El brazo ejecutor fue la mafia de Roma, que envió a sus sicarios a hacer el trabajo sucio.

En las horas siguientes, en el domicilio del cineasta se produjo un robo atípico, el del capítulo 21 del manuscrito de Petróleo, desaparición que la prima de Pasolini, Graziella Chiarcossi, denunció para retractarse tres días después. La investigación judicial rechazó analizar el automóvil de Pasolini y lo devolvió a la familia mientras Pelosi tuvo como defensor a Rocco Mangia, famoso abogado de la derecha que un joven marginal no hubiera podido pagar. Después, el silencio.

Ferrara y compañía

Una película, Pasolini (2014), de Abel Ferrara, protagonizada por Willem Defoe, ha recreado también las últimas horas del intelectual, pero con una asepsia que induce a dar por buena la versión oficial o a concluir que nunca se sabrá toda la verdad. También se ocupa del mismo asunto La macchinazione, dirigida por David Grieco y con Massimo Ranieri como protagonista, que tiene previsto su estreno en febrero en Italia.

Para construir su explosiva acusación, en la que se ha permitido “licencias poéticas” en la reconstrucción de los niveles superiores de la trama -la iglesia y la clase política-, Bruno se ganó la confianza de Pelosi. Este le aseguró que Pasolini y él se habían conocido en la estación Tiburtina cuatro meses antes del asesinato y no esa misma noche. Pelosi se ha retractado públicamente de su confesión inicial, pero nunca ha dado los nombres de sus cómplices. El cineasta también entrevistó a antiguos delincuentes que conocieron a Pasolini y que le aseguraron que en los ambientes de la Mafia callejera era vox populi que su asesinato se había hecho por encargo. ¿De quién?

Para Bruno, la negativa de las autoridades judiciales a reabrir el caso -se iniciaron y cerraron cuatro investigaciones en 40 años- y la desaparición años después del vehículo de Pasolini -cuyo análisis habría desmontado la versión inicial- son muestras de que Il Palazzo no va a investigarse nunca a sí mismo. Como prueba adicional de lo incómodo de su tesis, Bruno aduce las dificultades que encuentra para que la película salga de los circuitos alternativos de cine, pues las distribuidoras comerciales en Italia hasta ahora se han negado siquiera a verla y la prensa guarda el mismo silencio.

En su esfuerzo por dar visibilidad a su denuncia, Bruno presenta el 2 de noviembre en el escenario del crimen su modelo para una escultura de homenaje a Pasolini,mal recordado por un monumento desabrido, erigido con desgana en un parque descuidado, casi fuera del alcance de la vista.

Pasolini, la verdad oculta, se podrá ver de nuevo en la Filmoteca de Madrid en varios pases a partir del 10 de diciembre.

Canto a la vida desde los suburbios

LITERATURA  40 aniversario de la muerte de Pasolini

Pasolini escogió para sus novelas a unos muchachos que se desenvolvían entre el delito y el deleite, ubicados allá lejos, más lejos que Eritrea, en el fin del mundo: los suburbios inalcanzables

Pier Paolo Pasolini

Pier Paolo Pasolini. GETTY

Las primeras novelas, acaso las más potentes, de Pier Paolo Pasolini tenían dos protagonistas esenciales: los muchachos y el paisaje subproletario de las afueras de Roma.

Condenados a vivir de la picaresca y el delito, rodeados de brutalidad, obligados a la brutalidad, expresándose con brutalidad, tanto en Muchachos de la calle como en Una Vida violenta nos encontramos con una realidad que esquiva el precioso ascensor social mediante el cual las autoridades competentes y el dinero de la posguerra italiana convencían a las clases bajas de que sus mejores hijos acabarían ascendiendo a fuerza de trabajos forzados y merecimientos.

Por debajo de esas clases bajas todavía había mundo: un sótano al que no llegaba el ascensor social y donde por tanto regían las leyes de la selva. Esa selva estaba a tiro de piedra de las luces de la gran ciudad, a no muchos kilómetros de donde se hacían negocios en un país que pretendía levantar la cabeza después de los años de fascismo y la destrucción de la guerra.

A aquellas barrios malos no iba a llegar ninguna inversión que mejorara las vidas de quienes allí se apilaban. Pero los barrios malos tuvieron a un poeta que al menos les dio presencia a través de unos héroes cuya única pretensión era devorar la vida y hacerlo rápidamente: habían visto a demasiados viejos decrépitos como para desear siquiera adaptarse, entre otras cosas porque nadie iba a darles una oportunidad de adaptación.

El poeta era Pier Paolo Pasolini, marxista convencido que echaba en cara a sus compañeros ideólogos que no vieran que debajo de la clase obrera todavía había una capa más, la de los desahuciados a quienes nadie iba a prestarles la menor atención.

Escogió para sus novelas a unos muchachos que se desenvolvían entre el delito y el deleite, ubicados allá lejos, más lejos que Eritrea, en el fin del mundo: los suburbios inalcanzables. “Y en el corazón del suburbio, un partido de fútbol“, escribía Pasolini en uno de sus Poemas con forma de rosa. Porque también allí, junto a la decrepitud ambiental, el no tener qué comer, las excursiones al otro mundo, al mundo de la gran ciudad, para conseguir algún botín, se presentaba de vez en cuando la felicidad en forma de partido improvisado.

Pasolini, que consideró pronto que había dos iglesias, la iglesia marxista y la católica, y a ambas había que serle infiel porque no hacían sino pertrechar dogmas que no ayudaban a vivir, sino a mandar cómo había que vivir, cantó con audacia y lenguaje tosco, el lenguaje del ambiente que retrataba, esos lugares que estaban tan cerca y tan lejos del milagro de la recuperación económica. Los lugares a los que el milagro no llegaba, y la gente a la que se le prohibía creer en milagros.

Pasolini contra Pasolini

El cine “no consumible” del italiano, desde ‘Accatone’ a ‘Saló o los 120 días de Sodoma’, se hace fuerte en cada una de las infinitas contradicciones que propone.

Pasolini durante el rodaje de 'Teorema'

Pasolini durante el rodaje de ‘Teorema’. EL MUNDO

En una ocasión Michelangelo Antonioni dijo de Pasolini que cayó “víctima de sus propios personajes”. En la oración fúnebre que le dedicó delante de su cuerpo aún tibio, Alberto Moravia confesó haber soñado con su amigo días antes. En la pesadilla, pues eso era, el poeta de los desheredados corría y detrás de él se abalanzaba “algo que carece de rostro”. El escritor creyó primero ver a Italia entera en esa amenaza y, luego, menos catártico, se imaginó el destino necesario de una vida acosada; acosada por la propia vida, por la muerte.

Semanas antes de su brutal asesinato en la playa de Ostia un día como hoy de hace 40 años, se estrenaba ‘Saló o los 120 días de Sodoma’, una adaptación desesperada del Marqués de Sade que, a la vez, quería ser la metáfora desangrada de un tiempo, el suyo, convertido en un callejón sin salida; una evidente y salvaje formulación de lo más parecido al deseo de muerte. “Sólo en el momento de morir nuestra vida, hasta entonces impredecible, ambigua y errática, adquiere sentido”, manifestó el propio Pasolini en una entrevista de 1967.

Pasolini fue un hombre empeñado no en resolver sus contradicciones, sino en hacerlas suyas, en habitar en ellas y desde ellas definirse. Sin ser católico, jamás abandonó la esperanza de la gracia. Quiso ser comunista y no le dejaron por homosexual, por ‘depravadamente’ libre. Marxista y, sin embargo, luchador desaforado contra los estrechos márgenes del pensar dialécticamente impotente. Revolucionario a pesar de la crisis de una clase trabajadora seducida sin remedio por el sueño del consumo. Entregado a vivir por pura y paradójica coherencia con su muerte.

Una escena de 'Saló o los 120 días de Sodoma'

Una escena de ‘Saló o los 120 días de Sodoma’

Su cine, como no podía ser de otro modo, vivió desde el primer fotograma en la contradicción de ser el cine de él, de Pasolini, de un escritor que renovó la literatura italiana al dotarla de la carne y el sonido dialectal de la vida; de un novelista que salió a encontrar la herida de la calle; de un ensayista que jamás se conformó con el sonido triste de la academia; de un poeta simplemente; de un cineasta que a fuerza de negarse como tal acabó por ser el más libre de todos ellos.

Cuando se refería a su trabajo como director de cine siempre lo hacía desde la distancia de saberse diferente, de desearse de otra manera a los estándares de un arte entonces en plena revolución. Al referirse a ‘Teorema’, su controvertido retrato de una burguesía inane, hablaba de ella como un ensayo escrito. “Es una parábola, pero no didáctica, sino problemática. Y dicha problematicidad, de hecho, está presente en la película, que no presupone soluciones, que no ensaya nada; simplemente plantea problemas, hace consideraciones, propone observaciones… Deja un problema sin resolver”.

De la misma manera, cuando hablaba de su manera de componer los planos, de proponer la puesta en escena, jamás se refería al propio cine, sino a la pintura. “Mi gusto cinematográfico”, decía, “no es de origen cinematográfico, sino figurativo.Lo que tengo en la cabeza como una visión, como campo visual, son los frescos de Masaccio, de Giotto (que son los pintores que más amo, junto a algunos manieristas como Pontormo)… Por eso, cuando mis imágenes están en movimiento, están en movimiento un poco como si el objetivo se moviese por el cuadro; concibo siempre el fondo como el fondo de un cuadro, como un escenario, y por eso lo ataco siempre frontalmente”.

En definitiva, como él mismo gustaba decir, se negaba hacer cine para que fuera simplemente cine, cine para entretener el placer de la mirada. Defendía el cine a la altura de la misma poesía. “La poesía”, insistía cada vez que tenía ocasión, “no se consume. Dicen que el sistema se lo come todo, que lo asimila todo. No es cierto, hay cosas que el sistema no puede asimilar, no puede digerir. La poesía es inconsumible… Lo mismo vale para el cine: haré cine cada vez más difícil, más árido, más complicado, y quizá incluso más provocador para que sea lo menos consumible posible”.

Totó y Ninetto en un momento de 'Pajaritos y pajarracos'

Totó y Ninetto en un momento de ‘Pajaritos y pajarracos’.

Cuando el austriaco Michael Haneke se refiere a la influencia de Pasolini en su trabajo, habla, fundamentalmente, de esto último. No se trata simplemente de medir la capacidad para el ‘shock’ de ‘Funny games’ frente a ‘Saló…’ (la obra más apreciada por el austriaco). La idea es rescatar al cine de la mercadería de la imagen como bien de consumo. Y para ello es básico que el espectador se sienta agredido. Sólo existe la posibilidad de un cine como obra de arte, como espacio desde el que abrir un frente de resistencia.

Y así fue siempre. Sus primeros trabajos de principios de los 60, ‘Accattone’ y ‘Mamma Roma’, se construyen desde la necesidad, paralela al fuego de sus primeras y más celebradas novelas, de acercarse a la realidad. Se dice que poetiza el neorrealismo de Vittorio de Sica y Rossellini en el que hace pie y que, entonces, consumía todas las miradas. Pero, a poco que se preste atención, no se trata tanto de poetizar en el más laxo de los sentidos como de subrayar hasta alcanzar la sangre; de hacer más real lo real.

Sus personajes, con esa Ana Magnani convertida en santa madre de todos los desamparados, de todos los dioses desnudos; sus criaturas, decíamos, adquieren desde el primer segundo el carácter de arquetipos a la vez sagrados y profundamente carnales; eróticos incluso. Como en los cuadros de Caravaggio lo divino se funde con lo pagano en una justa y doliente reivindicación de la piel. Y siempre en un terreno extraño que irrita a la que vez que entusiasma.

Cuando, acto seguido, el poeta ofreciera su particular lectura de la vida de Jesús, el rey de los desheredados, los extremos de la más íntima contradicción hicieron que ‘El evangelio según Mateo’ fuera igualmente reivindicada por el furor marxista que por la devoción cristiana. El Cristo de Pasolini, como él mismo, vive incapaz de entender lo eterno sin tocar el corazón de lo efímero. Como en su poesía, cada nombre, por excelso que se pretenda, aparece siempre acompañado por un adjetivo que lo degrada, lo hiere: impuro aire, paz mortal, odiada pureza… Y así.

Una escena de 'Pocilga'

Una escena de ‘Pocilga’.

Cuando el 1966 rueda ‘Pajaritos y pajarracos’, convierte en imagen el primero de sus ensayos. Explícitamente, el cuervo marxista pone sobre la pantalla la primera de sus “parábolas incómodas”. En la escena final en la que Ninetto y Totó se comen al pobre pájaro, en realidad, comulgan con él y el ideario revolucionario adquiere, por el milagro de la transubstanciación, la realidad de la carne y la sangre. Amén.

Después, a un ritmo de película por año, Pasolini siente la necesidad de ofrecerse él mismo en sacrificio a unos espectadores demasiado cómodos en su existencia de proletarios con coche. Eso o de burgueses entretenidos en el juego de demolición de su propio sistema de creencias. Todo falso, todo impostura. En un movimiento que bien se podría llamar dialéctico, se lanza a analizar su tiempo desde la doble óptica del pasado de los clásicos y, a la vez, de la urgencia presente de la crítica.

De ese tiempo, en los años que va de 1967 a 1969, los mitos de ‘Edipo’ y ‘Medea’ se conjugan con el ácido de su cine más esquinado, crítico y demoledor. Aquí, ‘Teorema’ y ‘Pocilga’. No se trata tanto de alegorías como, ya se ha dicho, parábolas sin solución que quieren hacer de las contradicciones que las soportan su único sentido.

Quizá de la insoportable tensión de estas últimas propuestas naciera la necesidad de la ‘Trilogía de la vida’: ‘El Decamerón’, ‘Los cuentos de Canterbury’ y ‘Las mil y una noches’. Tres películas que celebran la libertad del deseo, el placer de la libertad desde la seguridad que da desprenderse de la urgencia de la actualidad. El tiempo haría que el propio Pasolini renegara de un trabajo que acabó por imitarse mal, convertido casi en un subgénero pornográfico.

Willem Dafoe en la película de Aber Ferrara 'Pasolini'

Willem Dafoe en la película de Aber Ferrara ‘Pasolini’.

Pocos de los que celebraron esta última y libérrima propuesta del director parecieron caer en la cuenta del giro cada vez más acusado hacia algo parecido a la desesperación. Los héroes de Pasolini ya no están en la Italia de ‘Muchachos de la calle’ sino muy lejos, en eso que con condescendencia se da en llamar Tercer Mundo. La esperanza reside sólo en los últimos, en aquellos definitivamente arrinconados.

Desengañado, su último trabajo en el que iguala consumo con nazismo, haciendo coincidir a Dante con Sade y a la figura de Musolini con los modales blandos de una Europa moribunda, es ya el testamento de un hombre que ya sí es capaz de anticipar su propia muerte. “Sólo en el momento de morir, nuestra vida cobra sentido”, dice.

Recientemente, Abel Ferrara se detenía en ‘Pasolini’ en los últimos días del poeta.“El fin no existe. No queda otra que seguir esperando. Algo sucederá”, le dice en la película el personaje interpretado por Riccardo Scamarcio a Ninetto Davoli. Se lo comenta sobre unas escaleras que no parecen llevar a ninguna parte. Y ahí, sin más, sin otra revelación que el más doloroso de los cansancios, se acaba la lírica, profunda y triste película.

La cinta recorría tan sólo unos días; los que desembocaron en su brutal asesinato en la playa de Ostia el 2 de enero de 1975. En la pantalla se escenifica el improbable encuentro de lo vivido y lo soñado. Los personajes de Pasolini se mezclan, discuten y se esconden detrás su autor. Quizá son lo mismo. Ferrara se esfuerza no tanto en contar nada como en reproducir o intuir la simple sensación de la muerte; quizá el fantasma sin rostro del sueño de Moravia; tal vez el propio Pasolini acosado por sus personajes. Pasolini contra Pasolini.

Incómodo Pasolini

Pier Paolo Pasolini, rodando ‘Accattone’

Pier Paolo Pasolini, rodando ‘Accattone’. / Reporters Associati

La teoría más estrafalaria sobre el asesinato de Pier Paolo Pasolini la expuso hace diez años su amigo el pintor Giuseppe Zigaina, que defendió en un libro la posibilidad de que el poeta y director de cine hubiese planificado su propia muerte. A su juicio, habría sido una «imitación de Cristo» llevada al extremo, la creación de «un nuevo mito de muerte y renacimiento», un martirio voluntario del que Pasolini había ido avanzando misteriosas pistas en distintos lugares de su producción artística. La hipótesis de Zigaina tiene que ver, sin duda, con el aire ‘pasoliniano’ que tuvo el trágico final del intelectual italiano, en el que aparecían algunos de los elementos que habían vertebrado su vida y su obra. Pero, a la vez, esa ocurrencia tan loca permite hacerse una idea de los ojos con los que muchos contemplan hoy aquel crimen: cualquier explicación, incluso las abiertamente desquiciadas, parece más creíble que la versión ratificada en su momento por la Justicia.

Los hechos que hoy cumplen cuarenta años se desarrollaron de una manera que, ciertamente, tuvo cierta consistencia cinematográfica, de película muy negra y terriblemente dura. A las diez y media de la noche del 1 de noviembre de 1975, Pasolini recogió a un chapero en la estación ferroviaria de Roma Termini y se lo llevó a «dar una vuelta» en su Alfa Romeo Giulia GT 2000: se trataba de Giuseppe Pelosi, conocido como Pino ‘la Rana’, un chaval de 17 años con antecedentes por pequeños delitos. El director, que no era precisamente inexperto en el mundo de la prostitución masculina, invitó al joven a cenar unos espaguetis en una ‘trattoria’, mientras él se bebía una cerveza, y después siguieron juntos su ruta hacia Ostia, la parte costera de la capital italiana. A la una y media de la madrugada del 2 de noviembre, una patrulla de ‘carabinieri’ emprendió la persecución de un Alfa Romeo que circulaba a gran velocidad y en sentido contrario: su conductor y único ocupante era Pelosi, que trató de escapar corriendo pero fue detenido. Cinco horas más tarde, una vecina de Ostia encontró lo que, en principio, le pareció un montón de basura. Se trataba del cadáver deshecho de Pasolini, que había sido apaleado y después atropellado varias veces con su propio coche. Tenía varios huesos rotos y los testículos machacados.

Pelosi explicó que había matado a Pasolini porque pretendía sodomizarlo con un palo. Nadie se creyó que, con sus hechuras de adolescente, hubiese podido apalear a la víctima sin sufrir ningún rasguño y sin siquiera mancharse, de modo que el juez Carlo Alberto Moro, hermano de Aldo Moro, lo condenó por homicidio voluntario «en concurso con desconocidos». Esa puntualización sería eliminada después por la corte de apelaciones, que dejó a Pelosi como único responsable del crimen. La investigación fue una de esas chapuzas apresuradas tan características de la Policía italiana, que convierten el país en un campo abonado para vistosas teorías de la conspiración: hubo pruebas que se dejaron a un lado (en el coche había un jersey que no pertenecía ni a la víctima ni al asesino) y otras que se dañaron durante el proceso (el vehículo se quedó bajo la lluvia y, después, los agentes lo estamparon contra un poste cuando lo llevaban al juzgado).

Los amigos de Pasolini, como la periodista Oriana Fallaci, plantearon desde el principio que el intelectual había sido víctima de un complot y convirtieron su asesinato en un emblema de la inmundicia moral que reinaba en el país: eran los años de plomo, un periodo de caos, extremismo político y confabulaciones siniestras que estuvo salpicado de atentados terroristas, muchas veces sin esclarecer. «Pelosi y los otros fueron el brazo que mató a Pasolini, pero los que autorizaron este acto son legión; en realidad, toda la sociedad italiana», clamó el escritor Alberto Moravia, íntimo del asesinado. «Ha sido una ejecución pública, para que todo el mundo vea y aprenda», concluyó la periodista y política Maria-Antonietta Macciocchi.

Pasolini pasea por una barriada de Roma junto a Ninetto Davoli, que fue el amor de su vida

Pasolini pasea por una barriada de Roma junto a Ninetto Davoli, que fue el amor de su vida. / R. C

A lo largo de su carrera, Pier Paolo Pasolini se había ganado tantos enemigos que se hace casi imposible enumerarlos: siempre fue un hombre esencialmente incómodo, inconformista y ajeno a los rebaños ideológicos. Por supuesto, la ultraderecha lo detestaba, y los cachorros fascistas habían convertido en una tradición las protestas violentas en los estrenos de sus películas, pero también los suyos, los comunistas, solían quedarse descolocados ante sus opiniones heterodoxas y transgresoras. En ese sentido, resultó particularmente significativa su postura ante las revueltas estudiantiles de 1968, donde se puso del lado de los policías: eran, según escribió en un poema memorable, los «hijos de los pobres» apedreados por los «hijos de papá». Pasolini lo mismo alertaba sobre el consumismo como nuevo totalitarismo, que investigaba los lazos entre el poder y la mafia: en el momento de su muerte no estaba en el ojo de un huracán, sino de al menos tres, por el robo de varias bobinas de su controvertida película ‘Saló o los 120 días de Sodoma’, por sus explosivos artículos sobre las conexiones criminales del Gobierno y también por la novela que estaba escribiendo, ‘Petróleo’, con preocupantes implicaciones para el Ente Nacional de Hidrocarburos.

La bomba de Pelosi

El cadáver del poeta y director de cine estaba destrozado. A la derecha, Pelosi entra en los juzgados

Pasolini pasea por una barriada de Roma junto a Ninetto Davoli, que fue el amor de su vida. / R. C.

Giuseppe Pelosi salió en libertad en 1983 y esperó veintidós años antes de hacer su gran revelación: en 2005, en una entrevista con la RAI, afirmó que los asesinos fueron en realidad tres hombres a los que él no conocía, que hablaban con acento siciliano y que arremetieron con palos y cadenas contra Pasolini, mientras le llamaban «sucio comunista». Añadió, además, que los tres sujetos le habían amenazado con hacer daño a sus padres si contaba algo, así que había esperado a que ambos falleciesen para desvelar lo ocurrido. Se retomaron las pesquisas y la Policía científica halló el ADN de cinco personas en la ropa de la víctima, pero, a falta de correspondencias que permitiesen identificarlas, el caso se ha archivado en mayo de este año. El abogado Stefano Maccioni, que representa a un primo de Pasolini, ha emprendido una campaña para que no se abandone la investigación: hace un mes, ha planteado la petición de que se cree una comisión parlamentaria dedicada a este crimen, que ya suma casi diez mil firmas en internet. «Yo creo que algún día podremos saber quiénes y por qué mataron a Pasolini. Llevo casi seis años tratando de responder a estas preguntas», explica el letrado a este periódico. Maccioni, que se refiere a Italia como «el país de la verdad póstuma», se muestra convencido de que el caso está rodeado de intereses oscuros: «No es una casualidad que Pasolini fuese asesinado de aquella manera, ni tampoco que se haya querido hacer creer que intentó ejercer la violencia carnal sobre un menor. Durante muchos años esto ha enfangado la memoria y el valor artístico de Pasolini».

El propio poeta escribió en 1972 que la muerte es algo así como un montaje cinematográfico que da sentido a la vida: «Selecciona los momentos verdaderamente significativos y los coloca en sucesión, haciendo de nuestro presente infinito, inestable e incierto un pasado claro, estable, cierto». Se podría pensar que, en su caso, el montaje ha resultado fallido, una traición al material acumulado a lo largo de su biografía, pero también es defendible la tesis contraria: a través de su asesinato sin resolver, Pier Paolo Pasolini sigue cumpliendo ese papel que siempre asumió con gusto, el de cuestionar el fondo turbio de la conciencia nacional italiana.

 

Nigel Owens: El árbitro gay que impone su ley en la final del mundial de rugby

Nigel Owens en plena acción CORDON

Nigel Owens en plena acción CORDON

“El rugby es un mundo muy heterosexual y claramente masculino, y eso me puso las cosas muy difíciles, aunque no podría decir que es un deporte abiertamente homofóbico. Digamos que no es un ambiente en el que me pueda sentir yo mismo…”. Y sin embargo, Nigel Owens, el primer árbitro abiertamente gay en pitar la final de un mundial de rugby (en la que hoy se enfrentan Australia contra Nueva Zelanda), se siente ahora en su elemento natural en un mar de “hombres, hombres” que le respetan como lo que es: probablemente el mejor “colegiado” de la pelota ovalada, alabado por su manera de “encauzar” hasta los partidos más sucios.

En vez de imponerse a lo macho (“aquí estoy yo”), Owens ha popularizado un estilo propio, con grandes dosis de humor galés (“vuélvelo a intentar en dos semanas, pero esa entrada no te la perdono hoy”) y un punto irrenunciable de cabaret, poniéndole música al crudo espectáculo.

A sus 44 años, y pese a seguir recibiendo abusos verbales en el campo y en Twitter, Owens confiesa que por fin se siente no sólo respetado sino “querido”. A los 26, sin embargo, creyó haber llegado al fondo del precipicio. Intentó suicidarse con una mezcla letal de pastillas y alcohol; llevaba una pistola para rematar la faena. Un helicóptero de la policía le descubrió a tiempo y aplazó la decisión. Se salvó por cuestión de minutos.

Todo esto lo cuenta el propio Owens en Medio tiempo, la autobiografía con la que decidió salir literalmente del armario (eso fue lo que hizo cuando la promocionaba en programas de televisión). Dos años después, el internacional galés Gareth Thomas siguió sus pasos y entre los dos han contribuido a quitarle al rugby el estigma de deporte para homófobos.

Su afición por el deporte, recuerda Owens, empezó en el colegio en Mynyddcerrig. Jugaba como zaguero (defensa), pero tras fallar una decisiva “conversión” en un partido crucial, su entrenador le dijo medio en broma: “¿Por qué no te metes a árbitro?”. Y eso fue lo que hizo…

“Desde entonces he tenido la suerte de ver algunos de los mejores partidos de rubgy de la historia y he podido pitar muchos de ellos”, presume Owens. “Como cualquier árbitro, he tenido que tragar mucho. Pero con el tiempo, he aprendido la manera de hacerme respetar, o eso creo… Si eres gay y quieres hacer deporte, son los matones quienes deberían tener miedo de ti, y no al contrario”.