Un joven de Ayamonte denuncia una agresión homófoba en Huesca

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Paco Abreu muestra las lesiones en su cara, fruto de la agresión, según su denuncia. @pacoabreugarca

Un joven de 18 años de edad natural de Ayamonte (Huelva), Francisco Abreu, ha denunciado ante la Policía Nacional la presunta agresión por motivos homófobos que sufrió en la noche del pasado jueves cuando salía de un bar de Huesca, donde reside.

El joven, según narra en un vídeo que ha difundido en las redes sociales, se encuentra en la ciudad aragonesa estudiando Medicina, y señala que cuando salía de un bar con un grupo de amigas le dieron un puñetazo en la cara, del que fue atendido en el Hospital San Jorge.

Como consecuencia del golpe sufrió una contusión en cara y cuero cabelludo, como consta en la denuncia, que indica que se inició una discusión después de que un joven intentase alternar con una chica que le acompañaba, “cuando mi amiga le ignoró y él se enfadó, y como no le puede pegar, pues le pega al chico afeminado que la acompaña”. Afirma que antes de la agresión sintió “un puñetazo en el hombro, de arriba a abajo”, y ya fuera del bar tuvo lugar la agresión que denunció, que no fue a más porque el presunto agresor fue alejado de allí por quienes le acompañaban.

“Quién me pegó estaba diciendo que tenía ganas de pegarle a alguien, asoció ser gay a ser débil y fue a por mí”, explica el joven, que lamenta que es la segunda agresión que sufre por el mismo motivo, tras la que le infligió en su pueblo un hombre de unos 40 años de edad.

España sigue concibiendo la transexualidad como una enfermedad mental

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Manifestación Orgullo LGTBI de Valencia, 2016 / EFE

Un diagnóstico psiquiátrico. Es lo que precisa la mayoría de personas transexuales en España para poder acceder a tratamientos hormonales, cirugías de reasignación o modificación del sexo en los documentos oficiales. Deben acreditar médicamente que sufren disforia de género, un “malestar” asociado a la diferencia “entre el género experimentado o expresado y el que los demás le asignarían”.

Es la definición que la Asociación Estadounidense de Psiquiatría hace en el manual de enfermedades mentales de mayor influencia, el DSM. En su ultima edición, de 2012, movió la transexualidad de la categoría de trastornos sexuales a una propia y la renombró. Y aunque la asociación acepta que no es una enfermedad en sí misma, los colectivos LGTBI y activistas trans llevan años pidiendo salir de la llamada “biblia de la psiquiatría”.

Lo mismo exigen a la Organización Mundial de la Salud (OMS), que en la décima versión de la Clasificiación Internacional de Enfermedades (CIE-10) incluye “los trastornos de identidad de género” bajo el epígrafe “trastornos mentales y del comportamiento”. Una filosofía que subyace en la mayoría de los países del mundo, también en España.

La falta de regulaciones o la diversidad de normas dibujan un panorama autonómico desigual. Hay leyes en comunidades como Navarra, País Vasco o Canarias, pero las más despatologizantes, en opinión de los colectivos trans, han sido las recientes de Madrid y Andalucía, que suspenden el requisito diagnóstico. A ello se suma ahora Cataluña, que ha diseñado un nuevo modelo de salud, y próximamente Valencia, que aprobará una norma en este sentido.

Autodeterminación de la identidad

A nivel estatal, el pasado 26 de octubre la Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados aprobaba una proposición no de ley impulsada por Ciudadanos y que apoyaron todos los grupos políticos salvo el PP. En ella se urgía al Congreso aprobar una ley que posibilitara tanto a menores como a adultos trans cambiar el sexo registral en los documentos oficiales sin necesidad de acreditar los requisitos a los que obliga la ley. 

“Es una declaración de intenciones que nos da un poco de luz, pero debe concretarse”, apunta Mar Cambrollé, presidenta de la Plataforma por los Derechos Trans. La norma de 2007 establece como condiciones para modificar el nombre acreditar “que le ha sido diagnosticada disforia de género” y que “ha sido tratada médicamente durante al menos dos años  para acomodar sus características físicas a las correspondientes al sexo reclamado”. 

En este sentido, el Consejo de Europa adoptó en abril de 2015  una resolución que insta a los Estados a ” garantizar que las personas transexuales, incluidos las menores, no sean considerados como enfermos mentales”. Amnistía Internacional también ha solicitado que “el reconocimiento de la identidad de género no debe hacerse depender de diagnósticos psiquiátricos”, apunta en su informe ‘El Estado decide quién soy’.

El borrador que ha elaborado la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (FELGTB) exige la aprobación de una ley estatal que se base en el derecho a la autodeterminación de la identidad de género y que garantice que “ninguna persona podrá ser obligada a someterse a tratamiento, procedimiento médico o examen psicológico”. Quieren asegurarse de que no haya desigualdades según la comunidad autónoma y virar el rumbo hacia la despatologización.

Más allá de avances autonómicos como Andalucía, que permite la modificación registral en la tarjeta sanitaria, o Aragón, que obliga a los centros educativos a tratar al alumnado por su sexo sentido, España sigue contradiciendo algunos parámetros internacionales. Países como Argentina, Dinamarca, Noruega o Irlanda ya han reconocido en sus legislaciones el derecho de que cada persona decida cómo quiere ser tratada legalmente sin necesidad de diagnóstico médico.  

¿Y las operaciones estéticas?

Este cambio de filosofía está basado en un giro del enfoque que, para el activista trans Pol Galofre, parte de asumir que el malestar que puede sentir una persona trans “no es intrínseco”. “¿Qué es lo que genera malestar? ¿Su propio cuerpo o la mirada que el sistema nos devuelve de él?”, cuestiona. Asegura que generar “tu personalidad en torno a un problema implica pensarte y crecer entendiendo que tienes una patología, algo que merma la propia autoestima”.

La ginecóloga Rosa Almirall puso en marcha hace cuatro años en Barcelona el servicio de salud Transit, en el que se ha basado la Generalitat para implementar el nuevo modelo. En su opinión, el papel médico debe centrarse en la escucha y en el acompañamiento porque “la única prueba diagnóstica es su relato de vida”. “No me dice nada”, concluye sobre el término disforia de género. “Yo como mujer también puedo tener ese malestar, que es social”, prosigue.

El relato de ambos se asienta sobre una crítica al binarismo hombre-mujer, a la noción de género y a la idea de que todas las personas trans desean seguir un camino hormonal y quirúrgico predeterminado. Sobre la necesidad de modificar el cuerpo, Galofre se pregunta: “¿Quién no modifica hoy en día su cuerpo para sentirse mejor? ¿Y las dietas, los gimnasios, los blanqueamientos dentales o las operaciones estéticas? ¿Son todo eso trastornos?”.

El género, dice, “es una construcción social, si el cuerpo no determinase el género, la gente no tendría necesidad de modificarlo”. Galofre pone el acento en la necesidad de ampliar los imaginarios sobre cuerpos diversos en vez de seguir insistiendo en que “estos cuerpos están equivocados y que se arreglan modificándose”. “¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo? ¿No sería más interesante trabajar para erradicar las presiones que se ejercen y ampliar los cuerpos habitables?”.

Bisexualidad, ¿promiscuidad u orientación sexual?

El monosexismo sólo concibe la atracción hacia un sexo y postula que la bisexualidad no existe

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El pasado 23 de Septiembre se celebró el día internacional de la bisexualidad, fecha coincidente con la muerte en 1939 del padre del psicoanálisis y primer teórico en estudiarlo, Sigmund Freud. Asimismo, siendo declarado 2016 el año de la visibilidad bisexual en la diversidad, no podía olvidarme de esta identidad tan desconocida y asociada a numerosos mitos y prejuicios.

¿Qué significa ser bisexual?

Desde el colectivo LGTB de Madrid, COGAM, y de la mano de Carlos Castaño Rodríguez, coordinador de su grupo de bisexualidad, se define La bisexualidad como “la capacidad de sentir atracción romántica, afectiva y/o sexual por personas de distinto género/sexo, no necesariamente al mismo tiempo, de la misma manera, en el mismo grado, ni con la misma intensidad”.

“De ahí su invisibilidad, pues es la única orientación sexual que no puede descubrirse fijándonos en el sexo/género de la pareja”, añade Delfina Mieville Manni Delfina Mieville Manni, sexóloga, socióloga y experta en género y derechos humanos.

“Se es bisexual por si mismo, independientemente de con quién tenga relaciones sexuales o afectivas, habiendo tantos matices como bisexuales en el mundo, por este motivo suelen utilizar el término Bisexualidad-es”, afirma Castaño.

En la conocida Escala de Kinsey sobre la conducta sexual, dentro del Informe Kinsey de finales de los años 40 y principio de los 50, el biólogo Alfred Kinsey realizó grandes avances visibilizando la bisexualidad. Sin embargo, este informe se basaba en prácticas que determinaban el comportamiento hetero y homosexual, evidentemente influidas por la época, quedando la bisexualidad como una orientación intermedia.

Por supuesto, hoy no nos sirve este criterio ya que conocemos más de dos orientaciones sexuales y sabemos que las prácticas no determinan la orientación de nuestro deseo. Afortunadamente, cada vez son menos las personas que creen que la penetración anal es exclusiva de la homosexualidad masculina, por ejemplo.

Por suerte, y por el esfuerzo de muchas personas estudiosas de este campo, existen informes sobre esta orientación sexual que esclarecen nuestras dudas y ya no la determinan como un grado intermedio entre estas otras dos orientaciones, sino como una orientación más.

Mitos y creencias sobre las Bisexualidad

Por creencias populares erróneas se identifica esta orientación con seres de deseos sexuales caprichosos, indefinidos y, por tanto, asumen que están pasando por una fase hasta llegar a definirse. Como si la vida sexual del resto de personas, con otras orientaciones, estuviera bien definida en todos los casos o la sexualidad y deseos no pasaran por diversas fases, ni cambiasen, a lo largo de la vida de todos. Por suerte la sexualidad evoluciona, independientemente de la orientación, prácticas o el valor que otorguemos a la misma.

La realidad es que la bisexualidad es muy desconocida, tanto que se han creado incluso nuevos términos para identificar lo que ya existía, según afirman algunos. Perdonen mi ignorancia, pero yo aun tengo mis dudas sobre si la pansexualidad es lo mismo que la bisexualidad, un tipo de bisexualidad o si, por el contrario, es la bisexualidad un subtipo de esta. Y me temo que no soy la única, conociendo la polémica sobre este tema y existiendo diversas líneas de pensamiento al respecto.

Bien es cierto que, el término bisexual puede confundir, pues parece hacer referencia exclusivamente a la orientación binaria, no incluyendo, aparentemente, al resto en su denominación. Sin embargo, desde COGAM, Carlos Castaño, me clarifica que la bisexualidad “no hace referencia sólo a la dicotomía hombres/mujeres, sino que integra la diversidad humana en toda su dimensión. Una persona bisexual tiene la capacidad de sentir atracción hacia otra en un abanico muy amplio de expresión del sexo biológico, género y otras características”.

Y no es extraño que existan tantas confusiones y creencias erróneas sobre la bisexualidad pues no existen modelos sociales que muestren ésta abiertamente, como ocurre con la homosexualidad masculina, y cada vez más con la femenina.“Su invisibilidad no ayuda a que, quien lo desee, pueda sentirse identificado con ese término y orientación”, apunta Castaño.

Otro de los grandes mitos, bastante freudiano, es pensar que todos somos bisexuales en cierto grado. El coordinador del grupo bisex de COGAM, afirma que se es bisexual o no se es.

La doble Bifobia

Las estructuras de poder social, que todos tenemos más o menos interiorizadas, nos afectan a la hora de entender, prejuzgar o castigar determinadas prácticas, orientaciones del deseo o identidades sexuales.

La denominada bifobia, u odio o aversión hacia las personas bisexuales su la diversidad sexual, se ve alimentada principalmente por la estructura del monosexismo, propia de los modelos patriarcales y tradicionales de nuestra cultura. El monosexismo sólo concibe la atracción hacia un sexo o género exclusivamente, y postula que la bisexualidad, por tanto, no existe. “En nuestra cabeza no entraría otro modelo identitario, aunque, curiosamente sí se concibe para estigmatizarlo”, indica Castaño.

Esta supone otra de las dificultades para que se identifiquen como tales las personas bisexuales o lo haga su entorno. Todos hemos recibido esta estructura monosexista desde nuestra infancia y suele costarnos bastante cambiar estos aprendizajes y modelos tan arraigados.

Igualmente se ha asociado a la promiscuidad, pues le “dan a todo” y “les sirve cualquier persona”. En ocasiones hasta se banaliza y se asegura que para ellos es más fácil “pillar” por este motivo, como mucha gente piensa y expresa alegremente, cuando la promiscuidad, el uso que se haga de la sexualidad o lo que se ligue, no depende en absoluto de la orientación, sino de la persona y su idiosincrasia.

A todas esas falacias y actitudes que atacan, marginan o invisibilizan al colectivo bisexual por el hecho de serlo, se le añade la doble bifobia, que supone el “rechazo tanto por parte del colectivo heterosexual, desde la tradicional homofobia, como del homosexual, por su supuesta indefinición y la posible heterofobia existente en algunos casos”, me informa Mieville.

Por estas razones, “sería una de las orientaciones donde las personas que la configuran, se suelen encontrar subjetivamente menos a gusto con su identidad, hasta que la integran”, añade la sexóloga.

Igualmente, para explicar el comportamiento bifóbico, Mieville alude a una posible proyección, sobre la persona bisexual, del propio miedo a la diversidad sexual o a no sentirse definido, generando rabia y sintiendo malestar por la existencia de una identidad integradora y diversa como son las bisexualidad-es.

Para las personas que deseen mayor información, el grupo de bisexualidad coordinado por Carlos Castaño se reúne los segundos y cuartos jueves de cada mes en COGAM.

El Movimiento Feminista critica la actitud de la Ertzaintza y Policía Municipal tras agresión lesbófoba

El Movimiento Feminista de Gasteiz ha denunciado la agresión lesbófoba sufrida por dos mujeres que fueron expulsadas de un bar por besarse. Una manifestación ha partido a las 20.00 de la Virgen Blanca para terminar frente a dicho local.

El Movimiento Feminista de Gasteiz ha denunciado «la expulsión a empujones», este pasado sábado, de dos mujeres que se besaban de un bar de la capital alavesa por los responsables del establecimiento.

En una rueda de presa, este colectivo ha criticado que quienes expulsaron a las dos mujeres les explicaron que lo hacían porque, al estar besándose, «molestaban». «Nos parece absolutamente inaceptable y lo consideramos una agresión», han añadido.

Según ha precisado, cuando ocurrieron los hechos, las dos expulsadas llamaron a la Policía Municipal, que tan solo les recomendó que lo denunciaran «si lo consideraban necesario». Ambas decidieron interponer denuncia ante la Ertzaintza, pero, según el Movimiento Feminista, «como viene siendo habitual», éstas «recibieron un trato inadecuado, ya que cuestionaron su testimonio y no dieron validez a que hubiesen sido agredidas».

Ante ello, este colectivo ha asegurado que no tolerarán «este tipo de agresiones de odio, que no sólo se han dado en Gasteiz, sino que hace unas semanas también sufrieron dos compañeras en un bar de Bilbo».

«Que dos mujeres se besen debe estar absolutamente normalizado. No somos enfermas, ni molestamos cuando nos visibilizamos. Las agresiones no son únicamente los asesinatos, golpes y violaciones. Recriminar, agredir o no permitir que dos mujeres muestren señas de afectos en un espacio público también son agresiones, ya que atentan directamente contra nuestra libertad y suponen una discriminación por orientación sexual», ha apuntado.

Ya por la tarde se ha llevado a cabo una manifestación que, bajo el lema «Lesbofobiarik ez», ha partido a las 20.00 desde la Virgen Blanca para terminar ante el local denunciado.

Ser transexual en Uganda: morir en vida

En uno de los países más homófobos del mundo, la comunidad transgénero pelea por sus derechos con mucho miedo y pocas perspectivas

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Miss Pride, 18 años. Sus fotos salieron publicadas en los periódicos, se vio obligada a irse de su casa y empezó a trabajar de prostituta. TOMASO CLAVARINO

Hajjati está sentado con las piernas cruzadas. Una alfombra de plástico cubre el suelo de tierra y una cortina cierra la entrada a la habitación. Esta habitación es su escondite desde hace dos meses. Tuvo que huir de su casa y buscar refugio aquí, en las chozas de hojalata de los alrededores del centro de la ciudad de Kampala. Primero sus padres, luego sus amigos; uno tras otro, todos lo abandonaron. No podían aceptar que Hajjati fuese transexual. No podían aceptarlo. No en Uganda, uno de los países más homófobos del mundo, en el que el perpetuo presidente Museveni llama a los homosexuales ekifiire (muertos vivientes), y en el que, cíclicamente, se proponen nuevas leyes para criminalizar y castigar la homosexualidad.

“Era 2013. Yo tenía 19 años”, cuenta Hajjati. “Al principio ni siquiera sabía qué significaba ser transexual. Creía que era gay, pero la verdad es que me sentía una mujer, me gustaba maquillarme en secreto. Entonces investigué un poco y ese fue el mejor momento de mi vida”. Un momento muy breve, sin embargo, porque, desde ese momento, su existencia se transformó en una auténtica pesadilla. “Hablé con mi familia, pero su reacción fue cruel. Me echaron de casa. Intenté hablar con algunos amigos, pero ellos tampoco querían saber nada de mí”, prosigue Hajjati. “Varias veces tuve que pedir cobijo a diferentes personas. Luego encontré un apartamento en Rubaga, pero alguien le prendió fuego”. Estuvo vagando de un sitio a otro para encontrar un lugar seguro donde quedarse, donde poder vivir su vida. Expulsado de casa, sin ninguna fuente de ingresos ni posibilidad de encontrar empleo, porque aquí, en Uganda, nadie contrataría jamás a una persona transexual, Hajjati se vio obligado a lo que todos, o casi todos, los jóvenes trans hacen en este país: vender su cuerpo para sobrevivir.

Los occidentales, los chinos y muchos ugandeses son los clientes de estos chicos que se esconden en sus casas durante el día y salen a toda prisa para no ser vistos y dirigirse a los hoteles y los apartamentos de los alrededores de la capital. Clientes que a menudo les pegan, los violan, les roban, y, aun así, quedan impunes. “La gente sabe que puede hacer lo que quiera con nosotras, que tenemos muy pocas armas para defendernos”, se lamenta Edwine, de 19 años, que vive en 20 metros cuadrados con otras seis jovencísimas chicas transexuales. Se maquillan unas a otras, se intercambian la ropa, se hacen fotos para publicar en las redes sociales, porque solo entre esas cuatro paredes pueden ser ellas mismas. “Si intentamos ir a la policía nos maltratan, nos encierran en una celda y se ríen de nosotras”. Además, también son víctimas de la violencia y del robo en sus propias casas. Las bandas de los suburbios irrumpen en sus viviendas, les cogen lo poco que tienen, las pegan y se van.

Alicia va caminando por el mercado de Nakesero. De repente se detiene, agacha la cabeza y aguza el oído. En la radio, un predicador evangélico arremete contra los homosexuales. Los llama “seres inhumanos”, “contra natura”. Todo el mundo la mira fijamente. “Ya lo ve. Pasa cada día. Salgo de casa y la gente me mira. En el mejor de los casos, se ríen de mí, pero la mayoría me insulta”, dice con pesar.

Hace unos años, Alicia empezó a trabajar con Transgender Equality Uganda, una organización que ofrece ayuda legal y asistencia médica a la comunidad transexual del país. Efectivamente. Porque, en Uganda, las personas transexuales no son bienvenidas en los hospitales. “Cuando vamos al hospital, los médicos y las enfermeras empiezan a preguntarnos si somos hombres o mujeres, se burlan de nosotras y nos ignoran”, cuenta Alicia, “así que no tenemos más remedio que irnos sin que nos hayan hecho ninguna prueba ni nos hayan dado tratamiento. Todos los sectores de la sociedad nos discriminan y nos marginan”. Incluso la comunidad LGBT, que luchó y sigue luchando duramente contra los proyectos del Gobierno de Kampala y sus discriminaciones.

Puesto que las personas trans son más evidentes, les resulta más difícil pasar desapercibidas en una sociedad sexista y homófoba; les cuesta más ocultar su identidad y no expresar su feminidad. Sin embargo, justo en esa comunidad defenderlas públicamente o acogerlas puede llegar a ser realmente autodestructivo, incluso para quienes comparten con ellas la carga de la discriminación y la violencia.

Muchas veces, la violencia la provocan y la alientan los medios de comunicación del país, que, junto con la Iglesia, siembran el odio contra los transexuales y contra el colectivo LGBT en general. Eso fue lo que le pasó a Shamim, de 20 años, registrada como Richard: “Siempre me he sentido una mujer, así que, siempre que podía, me vestía como tal. Una vez fui a un hotel con un cliente, y cuando descubrió que en realidad era un hombre, llamó a la policía. Me golpearon hasta que perdí el conocimiento, luego llamaron a la televisión y mostraron mi cara a toda Uganda y la publicaron en las redes sociales”. Fue entonces cuando su familia descubrió la verdadera identidad de Shamim y que era seropositiva. No dudaron ni vacilaron un momento: “Me echaron de casa. Ahora mi familia son mis hermanas transexuales”.

Esta es una comunidad obligada a vivir con miedo, sin derechos, esperanza ni perspectivas. Sueñan con el día en que podrán acceder a la terapia de hormonas para cambiar de sexo, pero en Uganda eso es imposible. Tienen que irse a Kenia, pero muy pocas pueden permitírselo, así que siguen comerciando con sus cuerpos para sobrevivir, escondiéndose como ladronas, ocultando su identidad.

Sólo cuatro comunidades permiten iniciar el tratamiento a transexuales sin un diagnóstico psiquiátrico

El colectivo, que en la mayoría de regiones debe acreditar disforia de género para empezar la hormonación, reivindica que, como las embarazadas, necesitan control médico pero no están enfermos.

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Navarra, País Vasco, Andalucía, Canarias y la Comunidad de Madrid tienen leyes integrales de Transexualidad.

MADRID.- El primer paso que debe dar un hombre o una mujer transexual para acceder a los tratamientos de reasignación de sexo en España es mentir. En la mayoría de comunidades autónomas, tienen que hacerle creer a un psicólogo que sufren disforia de género, es decir, que, en cierto modo, son enfermos mentales. Sólo Andalucía, Canarias y la Comunidad de Madrid —que cuentan con leyes integrales de Transexualidad— no exigen este diagnóstico médico para empezar la hormonación en la sanidad pública. Catalunya se acaba de sumar a esta lista al trasladar también la gestión del tratamiento a la atención comunitaria.

“Necesitamos apoyo médico, pero no porque estemos enfermos sino porque estamos siguiendo un tratamiento y eso requiere un control. Es lo mismo que sucede con las mujeres embarazadas, que son usuarias de la sanidad pública porque necesitan un seguimiento, no porque estén enfermas”. Así lo resume Mané Fernández, portavoz de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (FELGTB) y responsable de los temas relacionados con Transexualidad y Transgénero. Una visión que, poco a poco, van asumiendo algunos gobiernos autonómicos.

Navarra, País Vasco, Andalucía, Canarias y la Comunidad de Madrid tienen leyes integrales de Transexualidad. Sin embargo, en las dos primeras todavía es necesario el diagnóstico de disforia de género para iniciar el tratamiento de reasignación de sexo. Asturias, Aragón y País Valencià están a punto de aprobar sus normas y todas ellas contemplan la despatologización del modelo de atención al colectivo transexual.

Mané Fernández se vio obligado a iniciar su proceso de hormonación por la sanidad privada a finales de los ochenta. “Antes de que te visitara el endocrino para empezar el tratamiento, tenías que convencer al psicólogo de que eras un enfermo mental. Las preguntas que te hacían estaban condicionadas por el estereotipo social de lo que se consideraba que tenía que ser un hombre —un machote con pasión por el fútbol— y una mujer —una princesita preocupada por la moda—”, recuerda Fernández. En aquellos años, la consulta psicológica costaba unos 60 euros y la hormonación, unos 15 euros al mes.

Las cirujías son una cuestión a parte. En la sanidad privada, las vaginoplastias cuestan 20.000 euros y las faloplastias, unos 35.000, pero no todos los transexuales quieren someterse a estas intervenciones. “Es muy bajo el porcentaje de personas que se someten a ellas porque influyen cuestiones de salud y opciones personales”, apunta Fernández, quien señala, sin embargo, que sí son muy comunes las mastectomías (extirpación de los pechos) y las mamoplastias (implantación de los pechos), que oscilan entre los 3.000 y los 6.000 euros.

Unidades de identidad de género

El hecho de no necesitar el diagnóstico de disforia de género para acceder al tratamiento de reasignación de sexo es un paso adelante en la lucha por los derechos del colectivo transexual, pero lo es aún más que las unidades de identidad de género de los centros hospitalarios dejen de regular el acceso a la hormonación. “Estas unidades son necesarias porque debemos someternos al control médico que exige todo tratamiento, pero a la vez son patologizantes porque los síntomas de depresión y ansiedad que sufrimos a lo largo del proceso no son inherentes a la transexualidad, sino que vienen de fuera, de la presión social que se ejerce sobre nosotros”, confiesa Fernández. Por ese motivo, en Catalunya, los tratamientos de reasignación de sexo dejarán de depender de las unidades de identidad de género y se empezarán a articular a través de la atención primaria y comunitaria con la llamada Unitat Trànsit.

En las antípodas de este modelo está, por ejemplo, la gestión de Castilla y León y Castilla-La Mancha, donde ni siquiera hay unidades de identidad de género y cuyas consejerías de Sanidad derivan a otras comunidades a las personas transexuales que desean la reasignación. “Una trampa”, advierte la FELGTB, porque en muchas ocasiones es un requisito imprescindible estar empadronado en la región donde se lleva a cabo el tratamiento.

Entre ambos extremos se encuentran Galicia, Extremadura, Balears y Murcia, que ya han aprobado leyes de Igualdad LGTBI con apartados dedicados a la transexualidad. La Comunidad de Madrid y Catalunya también tienen una y Andalucía, Aragón, Asturias, Navarra y País Valencià están trabajando en ellas.

El VIH conquistó América desde Haití y Nueva York

La mayor investigación de los genomas virales refuta la identidad del famoso “paciente cero”

El virus de la inmunodeficiencia humana (VIH-1), causante del sida, fue reconocido en California en 1983, pero ni entró por allí en el continente americano ni quien lo propagó fue el famoso “paciente cero”, identificado en la literatura técnica y los medios como el azafato canadiense Gaëtan Dugas. Una innovadora investigación histórica y genómica revela que el virus saltó desde Haití hasta Nueva York en 1970, y que esta ciudad fue el foco central desde el que se propagó la epidemia por América. Y que el virus original no era el que llevaba Dugas.

El evolucionista Michael Worobey, de la Universidad de Arizona, y el historiador de la salud pública Richard McKay, de la Universidad de Cambridge, han logrado reconstruir con una precisión sin precedentes el origen y la propagación del virus en América. El VIH se originó en África en la primera mitad del siglo XX, pero no llegó a la atención pública hasta que fue reconocido como causa del sida en 1983.

La reconstrucción de Worobey y McKay demuestra que el virus llegó de África al Caribe, probablemente a Haití, en los años sesenta; que de allí saltó a Nueva York en 1970, y de esta ciudad no solo a zonas cercanas como Pensilvania y Nueva Jersey, sino también a Georgia y directamente a San Francisco y el resto de California, en el otro extremo de Estados Unidos. Presentan su investigación en la revista Nature.

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El trabajo logra también la rara proeza de limpiar el nombre del azafato canadiense Gaëtan Dugas, muerto de sida en 1984. Ese mismo año, un estudio de los centros de control de enfermedades (CDC) de Atlanta, publicado en el American Journal of Medicine, rastreó muchas de las infecciones iniciales por VIH hasta ese auxiliar de vuelo. El propio Dugas admitió haber tenido unas 2.000 relaciones con distintas personas homosexuales por todo el mundo.

Su trabajo de auxiliar de vuelo, unido a su notable promiscuidad, le convirtieron en un buen candidato a haber introducido el virus en América desde África. Los investigadores del CDC introdujeron esta hipótesis en su artículo técnico. Tuvieron el atino de no publicar su nombre, y lo identificaron solo como “paciente O”. Pero el secreto solo duró tres años. El nombre de Dugas fue publicado por el reportero freelance del San Francisco Chronicle Randy Shilts en un libro de 1987, y a partir de ahí reproducido por varios medios.

Puede que Dugas contribuyera a propagar el virus por el continente, pero desde luego no fue quien lo introdujo allí desde África. El análisis evolutivo de Worobey y McKay demuestra por encima de toda duda razonable que el virus de las muestras de Dugas es de tipo tardío, muy distinto de los primeros que entraron en Nueva York desde el Caribe. El azafato, por tanto, fue una más de las personas que se contagiaron en Nueva York o Georgia a mediados de los setenta. No fue el “paciente cero”. Nadie sabe quién fue el paciente cero.

Para acabar de arreglar este triste malentendido, resulta que aquel “cero” ni siquiera era un cero en la publicación original de los CDC. Era una O. Quería decir Outside of California, fuera de California. Un desastre colectivo. “No hay evidencias ni biológicas ni históricas que apoyen la extendida creencia de que [Dugas] fuera la causa primaria de la epidemia de VIH en Norteamérica”, asegura Worobey.

Los investigadores han partido de más de 2.000 muestras de sangre recogidas de hombres en Estados Unidos en los años setenta, antes de que se supiera lo que era el sida. Ese tipo de muestras, obviamente, no se extrajeron en condiciones adecuadas para analizar los genes de un virus, lo que ha obligado a Worobey y sus colegas a desarrollar unos métodos genómicos muy avanzados, en parte desarrollados específicamente para este estudio.

“Ahora podemos mirar adelante y ver realmente un futuro en el que, incluso si el virus no se elimina por completo, pueda ser reducido hasta que no cause ningún nuevo contagio en amplias zonas del mundo”, dice Worobey. Las técnicas desarrolladas para este trabajo pueden convertirse en unos ensayos ultrasensibles que puedan detectar el virus en la sangre de personas que no son conscientes de haberse infectado recientemente.

LECCIÓN DE HISTORIA

Lo peor del caso de Gaëtan Dugas, el “paciente cero”, no es que haga agua después de haber leído el genoma de su virus VIH, sino que ya la hacía antes. El historiador de la salud pública McKay, uno de los autores del estudio, tiene aquí casi tanto que decir como su coautor, el evolucionista de los virus Worobey. El historiador no solo ha documentado que el cero era en realidad una letra O y que la atribución al auxiliar de vuelo de haber originado la epidemia americana de sida fue más bien obra de un escritor y algunos periódicos que de los laboratorios de referencia mundial en enfermedades infecciosas, los CDC de Atlanta. Hay más.

En su libro And the Band Played On (y la banda siguió tocando), el periodista del San Francisco Chronicle Randy Shilts pintaba a Dugas como un depredador sexual y un peligroso irresponsable, llegando a insinuar lo posibilidad de que hubiera propagado la enfermedad a propósito. Los periodistas que reseñaron el libro completaron la faena culpando al azafato de haber traído el virus desde África, generando una de las pandemias más mortíferas de todos los tiempos.

Pero Dugas no solo fue uno de los pocos afectados de la época que donó sangre para los análisis, sino también de los poquísimos que pudo aportar a los investigadores los nombres del 10% de las parejas sexuales que había tenido en los últimos años. El historiador McKay sospecha que su papel central en la propagación del virus que detectó aquel estudio de 1984 pudo tener mucho que ver con su buena memoria, en un caso claro de sesgo muestral: el que más parejas recuerda consigue más positivos entre ellas.

La rehabilitación del falso paciente cero del virus del sida

Así comenzó la expansión del VIH

Publicado en la revista ‘Nature’

El falso ‘paciente cero’

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Partículas de VIH (amarillo) infectando una célula T NIH

Andrew Beckett, el abogado interpretado por Tom Hanks en Philadelphia, tuvo que enfrentarse al doble estigma que suponía en los años 80 y 90 ser homosexual y tener sida. El desconocimiento y el miedo de la población ante un virus que infectaba cada vez a más gente, que en ese momento moría, hizo que se levantaran muros contra los enfermos. Cuando las personas sienten amenaza tienden a buscar un culpable y en el caso del VIH le tocó a Gaetan Dugas, el conocido como Paciente Cero, sobrenombre que se debió a un error y le llevó a ser uno de los pacientes más demonizados de la historia.

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Durante años Dugas ha sido el chivo expiatorio acusado de transmitir el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) en EEUU y en todo el mundo, a pesar de que la comunidad científica ha insistido varias veces en que era imposible que fuera labor de un solo hombre y de forma tan rápida. Un nuevo estudio que publica la revista Nature demuestra que la denominación Paciente Cero procede de un error al acuñar el término en un estudio realizado a inicios de los 80; que esa persona etiquetada como el primer caso no era en realidad el primero, sino uno de los muchos infectados; y que el virus no llegó a EEUU directamente de África, sino que procedía del Caribe y de ahí saltó a Nueva York, desde donde se extendió amplia y rápidamente por todo el país.

El trabajo conjunto entre Richard McKay, investigador del Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Cambridge, y Michael Worobey, experto en evolución de virus y director del Departamento de Ecología y Biología Evolutiva de la Universidad de Arizona -que lleva años centrado en la elaboración de un árbol filogenético (una especie de árbol genealógico del virus) del VIH presente en EEUU-, permite, además de limpiar el nombre de Dugas, esclarecer los primeros movimientos del virus en territorio estadounidense y entender cómo se mueven los patógenos a través de las poblaciones, lo que puede llevar a detectar antes el virus.

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Fotografía de Gaetan Dugas. EM

¿Pero, quién era Gaetan Dugas y por qué fue señalado como el principal culpable de la epidemia? Dugas era un auxiliar de vuelo de la compañía Air Canadian. Rubio, atlético y con bastante éxito entre los gais. Él mismo confesó que había tenido más de 2.500 compañeros sexuales. Ante los vínculos que se daban entre varios hombres homosexuales y el sida en Los Ángeles, los Centros de Control de Enfermedades (CDC) de EEUU realizaron en el año 82 un estudio en el que preguntaban a esos hombres por el nombre de sus contactos sexuales. Hubo una conexión que se repetía varias veces, aunque se trataba de alguien que no era de California: el caso 057, un empleado de aerolínea que precisamente por su trabajo viajaba mucho. Entre sus contactos sexuales también había hombres de Nueva York.

En el estudio se utilizó un sistema de codificación para identificar a los pacientes donde se indicaba la letra de la ciudad y se numeraba, por ejemplo, LA1 (Los Ángeles 1) o NY2 (Nueva York 2). En el caso 057 se nombró ‘outside of California’ (fuera de California) y se abrevió con la letra ‘o’. El símbolo empezó a interpretarse como un dígito y del Paciente O se pasó al Paciente 0 (Cero). “Cero es una palabra con gran capacidad. Puede no significar nada, pero también puede significar el comienzo absoluto”, explica Richard McKay.

El estudio de Los Ángeles se expandió. Más del 65% de los hombres informaron de más de 1.000 parejas sexuales en su vida, pero la mayoría sólo podía ofrecer unos pocos nombres. La información que proporcionó el caso 057 (Dugas) era la más amplia, hasta 72 nombres de los cerca de 750 contactos que había tenido los tres últimos años. Su característico nombre facilitaba que otros lo recordaran y el mismo año en que se publicó el estudio, 1984, Dugas falleció. Para rematar su fama, el periodista y activista Randy Shilts usó años después esa investigación para escribir su libro sobre la crisis del sida And the Band Played On (Y la banda sigue tocando).

Retrataba a Dugas como una persona con comportamiento promiscuo y arriesgado, aspecto que usó para la promoción ante la prensa. La leyenda hablaba de un hombre atractivo y muy activo en los cuartos oscuros tan de moda en la época que tras mantener relaciones sexuales enseñaba sus lesiones cancerosas (sarcoma de Kaposi) y les decía que tenía el cáncer gay, como se llegó a denominar en los primeros momentos de la enfermedad.

McKay describe la misma expresión Paciente Cero como “infecciosa”. “Con la acuñación accidental del término por parte de los CDC y los instintos narrativos bien afilados de Shilts se consolidó una fórmula infecciosa que se convirtió en la forma que se utilizaría en posteriores epidemias ya que ‘primer caso’ o ‘caso primario’ no tienen el mismo impacto”, asegura McKay. “Culpar a otros, sean extranjeros, pobres…, a menudo sirve para establecer una distancia de seguridad imaginaria entre la mayoría y los grupos o individuos identificados como amenazas”, continúa el investigador, que concluye diciendo que la crisis del sida en EEUU fue la “historia de una difamación” del Paciente Cero y que espera que este estudio haga pensar a periodistas, investigadores y público antes de usar ese término.

Las evidencias para señalar la falacia del Paciente Cero las ha proporcionado una nueva técnica molecular desarrollada por el equipo de Arizona que permite recuperar el material genético de muestras de sangre de más de 40 años y descifrar la secuencia genética del virus. “Para obtener la secuencia genética del VIH necesitas el ARN del virus. Ésta es una molécula extremadamente delicada compuesta por 10.000 nucleótidos y se degrada muy rápidamente”, explica Michael Worobey. Mediante la técnica, que han llamado martillo neumático de ARN, descomponen el genoma humano en trozos diminutos superpuestos y extraen el ARN del virus. “Lo amplificamos con mucho cuidado sin dejar que el ARN de la célula se interponga”, indica Worobey, que comenta que esta técnica podría utilizarse en bioensayos más sensibles para la detección de marcadores de cáncer o virus, entre ellos el Zika.

Los investigadores cribaron más de 2.000 muestras de sangre de 1978 y 1979 -procedentes de estudios más amplios hechos en Nueva York y San Francisco sobre hepatitis B. La técnica permitió recuperar ocho muestras (tres de San Francisco y cinco de Nueva York), aparte de la que se tenía de Dugas. A pesar de ser de las muestras más antiguas de Norteamérica, no pertenecían a las ramas más profundas del árbol filogenético, incluso del subtipo B (el predominante en EEUU). El genoma de Dugas tampoco se situaba al comienzo de ese árbol, sino más en el medio. Es decir, no era el primer caso en EEUU, ni siquiera del subtipo B, ni lo trajo directamente desde África, como también se había dicho como parte de su leyenda negra.

El árbol de evolución del VIH muestra que los genomas de los años 70 y la epidemia de EEUU en su conjunto “están anidados filogenéticamente dentro de la epidemia de subtipo B más antigua y diversa genéticamente de los países del Caribe”, se indica en el estudio. Otros análisis también colocan las secuencias dentro del subtipo B del Caribe de Haití, República Dominicana, Jamaica, Trinidad y Tobago y los inmigrantes haitianos de EEUU (este último uno de los grupos donde más casos se habían detectado en esos primeros años del sida, cuando se conocía como la enfermedad de las cuatro ‘h’ por los colectivos en los que predominó: homosexuales, heroinómanos, hemofílicos y haitianos).

El estudio aclara de forma definitiva y precisa cómo llegó el VIH a América del Norte. El virus se originó, como ya se sabía, en chimpancés de África central en la primera mitad del siglo XX. Saltó al Caribe, con toda probabilidad a Haití, en torno a 1967 y de ahí a Nueva York aproximadamente en 1971. De Nueva York se extendió a San Francisco y otros lugares de California aproximadamente en 1976. La epidemia pasó desapercibida hasta que llegó a Nueva York. “En esta ciudad el virus encontró una población que era como yesca seca”, en palabras de Worobey, lo que propició que el virus se propagara enormemente y de forma muy rápida, superando en infecciones efectivas al Caribe en 1977, aunque aquí había aparecido antes. “Para finales de los 70 el VIH se había diversificado en casi la misma diversidad genética que vemos hoy”, concluye Worobey.

Utilizan la edición genética para acelerar el logro de una cura del VIH

WASHINGTON. El objeto de la investigación, según el estudio, es emplear esta nueva técnica que permite la edición de genes de manera sencilla y precisa, para hallar mutaciones que puedan hacer resistentes a las células inmunes humanas contra la infección por VIH.

“Los investigadores del VIH llevan mucho tiempo queriendo tener esta capacidad. Espero que esto conduzca a lo que parecía una tarea imposible hace un año”, dijo el investigador Judd Hultquist, uno de los coautores principales del estudio.

La tecnología CRISPR, una herramienta molecular que permite manipular el ADN de plantas, animales y humanos, fue desarrollada por las bioquímicas Emmanuelle Charpentier (Francia) y Jennifer Doudna (EEUU), a raíz de un descubrimiento del fisiólogo genético español Francisco Juan Martínez Mojica.

Este nuevo sistema permite a los investigadores modificar rápidamente el código genético de las células inmunes humanas recién donados, con lo que esperan acelerar la búsqueda de una cura definitiva para los pacientes con VIH, según los investigadores.

Para su investigación, los científicos se han visto alentados por la existencia de un grupo de individuos cuyas células inmunes parecen ser naturalmente resistentes al contagio del VIH, lo que abre la puerta a replicar sus condiciones en otras personas con la edición genética de las células de sus sistemas inmunes.

Aún no se ha hallado una cura para el contagio del VIH, que causa el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), a pesar de los progresos logrados en su tratamiento con fármacos antirretrovirales desde la década de 1980, cuando apareció la enfermedad.

Con la tecnología actual, una vez que el virus se infiltra en el sistema inmunológico del paciente, puede ocultarse indefinidamente dentro del ADN de sus células, imposibilitando su detección o destrucción, por lo que requiere el tratamiento con antirretrovirales por el resto de su vida.

Esta tecnología ya ha sido empleada en células del sistema inmune en tubos de ensayo por el microbiólogo e inmunólogo Alexander Marson y Kathrin Schumann, que forma parte de su equipo en la Escuela de Medicina de la Universidad de California.

El nuevo sistema “es increíblemente rápido (…). La edición deseada se produce rápidamente y entonces la célula degrada la maquinaria del CRISPR, por lo que ésta no puede seguir haciendo

cambios” en la célula, aseguró en el artículo Schumann.
El que el CRISPR deje de hacer cambios en la célula es “realmente importante, porque, de lo contrario, sería como llevar a cabo una operación quirúrgica y dejar el bisturí dentro” del cuerpo del paciente, agregó.

El calvario de las minorías sexuales en Japón

Publicado en Nippon.com por Nagayasu Shibun

 

El juicio a raíz del suicidio de un estudiante de posgrado de la Universidad Hitotsubashi tras revelarse su homosexualidad ha arrojado luz sobre el arraigo de los prejuicios y la discriminación de las minorías sexuales en Japón, a pesar de que se considere que se trata de una sociedad tolerante para con estos grupos. Esta noción se debe en parte a la popularidad de varias personas transgénero en el mundo del entretenimiento.

Sacado del armario por la aplicación de mensajería Line

Un estudiante de Derecho de la Escuela de Posgrado de la Universidad Hitotsubashi se suicidó en agosto de 2015, meses después de que un amigo suyo lo sacara del armario mediante la aplicación de mensajería Line. Un año después, la familia del fallecido presentó, ante un tribunal de distrito de Tokio, una querella contra el centro académico y el joven que reveló su homosexualidad. Según el pedimento a la corte, entre otros documentos –medios de comunicación como el periódico Asahi también informaron al respecto–, en abril de 2015 el estudiante le había confesado a un compañero sus sentimientos hacia él, y este había procedido a contárselo a otros siete amigos en una conversación en grupo en la citada aplicación. La parte demandante exige una indemnización por considerar que la universidad no respondió de la manera adecuada cuando el estudiante acudió a la oficina encargada de atender los casos de acoso para pedir asesoramiento por el daño psicológico que le había infligido su compañero, y a este último por ser el autor de dichos daños. A raíz de estos hechos, la redacción de Nippon.com le pidió al autor de este artículo que escribiera sobre la aceptación de las minorías sexuales en Japón, quizás porque este es abiertamente homosexual y trata la cuestión como parte de su actividad profesional.

La tolerancia para con las minorías sexuales en Japón: una concepción errónea

Al hablar de discriminación en Japón, se dice con frecuencia que el país es tolerante para con las minorías sexuales. Por lo que respecta a la homosexualidad, desde la Edad Media se habla del amor por los jóvenes que profesaban los samuráis y los monjes budistas, que se tilda de práctica. Además, es bien conocida la relación que existía entre el shogún Ashikaga Yoshimitsu (1358-1408) y el afamado actor de nō Kanze Motokiyo (1363-1443), así como entre el señor feudal Oda Nobunaga (1534-1582) y su vasallo Mori Ranmaru (1565-1582). En estos casos se utilizaba el término danshoku, que podría traducirse como “sodomía” o “pederastia”. En tiempos modernos, en el período Edo (1603-1868), el poeta Ihara Saikaku (1642-1693) escribió sobre la práctica de la sodomía entre las clases populares. En cuanto a las personas transgénero, la caracterización como individuos del sexo opuesto no resulta extraña en Japón: los actores de teatro kabuki que interpretan papeles de mujer y las actrices de la compañía teatral Takarazuka que se visten de hombre son ejemplos representativos. Además, es frecuente ver a hombres “convertidos” en mujeres y viceversa en festivales y otros acontecimientos fuera de la vida cotidiana.

En la actualidad, personajes como la drag queen Matsuko Deluxe y la transgénero Haruna Ai gozan de gran popularidad, con apariciones en programas de variedades y anuncios publicitarios. Además, novelas y cómics estetas cuya historia gira en torno a las relaciones homosexuales entre hombres –género conocido como BL o Boys Love­– ven aumentar su fama, incluso en el extranjero, como manifestaciones de la faceta más moderna de la cultura japonesa. Por otro lado, se señala también que el amor entre personas del mismo sexo no es motivo de violencia ni castigado por la ley en Japón; a este respecto, tampoco existen tabúes similares a los de religiones como la cristiana y la musulmana.

Por este motivo, se cree que las minorías sexuales no están discriminadas en el país, y que los japoneses las aceptan, pero hay quienes cuestionan la veracidad de esta afirmación, dado que solo se tiene en cuenta un aspecto de la cuestión.

Minorías sexuales: un aborrecimiento que abarca del ridículo a la ignorancia

¿Qué ocurre en Japón cuando una persona hace pública su homosexualidad o su condición de transgénero? Se la considera anormal; se la ridiculiza; se la aborrece; es blanco de la violencia; además, se la ignora.

Hasta 1991, en el Kōjien, el diccionario por excelencia de la lengua japonesa, se describía la homosexualidad como una conducta sexual anormal. Además, la Sociedad Japonesa de Psiquiatría y Neurología, una entidad de renombre en su ámbito, no dejó de considerarla un trastorno mental, teniendo en cuenta los criterios de diagnóstico internacionales, hasta 1995. Sin embargo, no puede decirse que la noción de perversión que se tiene de las relaciones carnales entre personas del mismo sexo, que data de la era Taishō (1912-1926), haya desaparecido completamente entre la opinión pública.

En Japón la respuesta generalizada al surgimiento de fenómenos y personajes relacionados con las minorías sexuales es, por “compromiso”, un chiste ridículo, quizás porque ridiculizar en grupo a estas personas se convierte en una prueba de que no se es una de ellas. Los programas de espectáculos y entretenimiento, representativos de la televisión, se encargan de reproducirlos, y las bromas se van repitiendo en diversas comunidades: en los centros escolares, los lugares de trabajo… Sin embargo, en el momento en que se tiene consciencia de que las personas objeto de burla no viven solo en televisión, sino que son reales y forman parte del entorno de uno, las minorías sexuales de carne y hueso tienden a ser blanco de aborrecimiento y aversión.

El rechazo en los lugares de trabajo

Según datos publicados en noviembre de 2015 por el Instituto Nacional de Investigación sobre Población y Seguridad Social, adscrito al Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar, y por un grupo de investigadores de universidades, entre otros, a la pregunta de qué pasaría si una persona de su entorno fuera homosexual, el 39 % de quienes respondieron dijo que no le gustaría –o que no le gustaría hasta cierto grado– si se tratara de alguien de su vecindario; esta fue también la respuesta del 42 % si fuera un compañero de trabajo; y del 72 % en el caso de un hijo o una hija. Más del 70 % de los hombres con edades comprendidas entre los 40 y los 49 años dedicados a puestos de gestión manifestó que sentiría repulsa si un compañero de trabajo fuera gay.

Además, en agosto de 2016, la Federación de Sindicatos de Trabajadores de Japón, el organismo central de los sindicatos en el país, divulgó los resultados de un estudio según el cual una de cada tres personas siente rechazo hacia la presencia de homosexuales o bisexuales en su lugar de trabajo. Este rechazo se traduce en diversos tipos de acoso, e incluso en violencia. En el año 2000, varios jóvenes y mayores de edad atacaron, e incluso asesinaron, a homosexuales en el parque de Shin-Kiba, en Tokio. Durante el juicio, los autores de los hechos contaron que las agresiones contra estas personas no se denuncian ante la policía. Tras esta actitud reside el hecho de que las minorías sexuales no se consideran un problema de la humanidad en su conjunto, sino una mera cuestión de una decisión personal respecto a lo que ocurre entre las sábanas. La existencia de las minorías sexuales es un tema del que se habla en voz baja; las leyes y el sistema las ignoran. En los centros escolares, en los lugares de trabajo y en los hogares, la tónica reinante es su inexistencia.

La demanda de 1991 por la negativa del Gobierno Metropolitano de Tokio a que un grupo de homosexuales se alojara en la Casa de la Juventud de Fuchū se tradujo en el primer juicio en Japón en el que se cuestionaban los derechos humanos de estas personas y arrojó luz sobre cómo la sociedad las ignora. Seis años después, el Tribunal Superior de Tokio dictaminó que la Administración debe tener en consideración a la minoría homosexual y tratarla con sumo cuidado, y que no se puede permitir un trato sin interés ni conocimiento por parte de quienes ejercen el poder público. Sin embargo, 20 años después de todo esto, no existe todavía una ley sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, ni para la protección de sus derechos humanos.

Superando el aislamiento y la exclusión sociales

Si se analizan aspectos como la percepción de anormalidad, la ridiculización, el aborrecimiento y la ignorancia, se constata que es totalmente erróneo decir que Japón es un país tolerante para con las minorías sexuales. En la mayoría de los casos, estas personas ocultan férreamente su condición y viven el día a día temiendo la reacción de su entorno. El apoyo por parte de la sociedad es escaso; apenas existen recursos para la asistencia. Perduran el aislamiento y la exclusión sociales, y son muchas las personas que se plantean el suicidio como opción.

En una sociedad como la japonesa, con peculiaridades como las mencionadas, cabe pensar que el estudiante de la Universidad Hitotsubashi se vio empujado hacia el suicidio tras haberse revelado, por un descuido, su homosexualidad y ante las sucesivas respuestas inadecuadas de aquellos a quienes acudió en busca de consejo.

No obstante, nos llegan algunas noticias buenas: la sociedad comienza a actuar, e incluso se puede hablar de un auge del movimiento LGTB (lesbianas, gais, transexuales y bisexuales), con medidas como la creación, por parte de varias autoridades locales, de un certificado que equipara las uniones entre personas del mismo sexo al matrimonio, al igual que los cambios que han realizado algunas firmas al conocer esta medida. En las elecciones locales de 2015, así como en los comicios al Senado, celebrados un año después, se notó una mayor presencia de candidatos y partidos que hablaban de mejoras en los derechos humanos de las minorías sexuales. Cabe pensar que en la sesión extraordinaria de la Dieta, en el tercer trimestre de 2016, estará presente, en cierta medida, la cuestión de una legislación para la protección de los derechos humanos de estas personas. No obstante, lo más importante es, al fin y al cabo, la tranquilidad que inspira el que haya aumentado el número de individuos de estos grupos que se enfrentan a la discriminación y los prejuicios y han comenzado a moverse en este sentido.

Está claro que el optimismo no tiene cabida aquí, pero con estas acciones, pueden desaparecer las malinterpretaciones y los prejuicios también entre la población, y es posible esperar que se vaya extendiendo la noción de que la presencia de las minorías sexuales en los lugares de trabajo, los centros escolares, las comunidades y los hogares es algo natural en una proporción determinada, así como las oportunidades de interactuar con estas personas en la vida diaria. Quizás todo esto pueda ayudar al descanso del alma del estudiante que se vio empujado hacia la muerte sin quererla.

(Traducción al español del original en japonés del 21 de septiembre de 2016)

Imagen de la cabecera: Participantes en el Tokyo Rainbow Pride 2016. El 8 de mayo de 2016, 5.000 personas, entre miembros de minorías sexuales y quienes los apoyan, desfilaron por el distrito tokiota de Shibuya a favor de la diversidad de la vida y de la sexualidad (Jiji Press).

Escribano, escritor y editor freelance nacido en la prefectura de Ehime en 1966. Se gradúa en Literatura China por la Universidad de Tokio. Tras trabajar en una editorial dedicada a las humanidades y los libros de texto, en 2001 se hace autónomo. Además de participar en actividades de la comunidad gay, en su faceta de escritor aborda temas como el problema de las personas portadoras del VIH y la vejez de los homosexuales. En 2013 obtiene la licencia para ejercer de escribano y crea su propia notaría en Higashi-Nakano, en Tokio, a través de la cual brinda asistencia a las minorías sexuales. En ese mismo año, funda también la organización sin fines lucrativos Purple Hands, de la que es secretario general. Entre sus obras, destacan Futari de Anshinshite Saigomade Kurasu tame no Hon (El libro para llevar una vida en pareja con tranquilidad hasta el final; editorial Tarōjirō, 2015) y Dōsei Partner Seikatsu Dokuhon (Libro de lecturas sobre la vida en una pareja homosexual; editorial Ryokufū, 2009).