Fiesta salvaje o reivindicación, el eterno debate del Orgullo Gay
JAVIER CID
Cada vez que el Orgullo Gay se asoma tras el pomo de la prensa, nos salen las polémicas a espuertas, como níscalos. Es mentar el tiovivo de carrozas, y se arma un zafarrancho a cuenta del mariconismo que viene a durar varios días. El martes mismo, tras publicar servidor la crónica ¿Un Orgullo LGTB sin tangas ni carrozas? Sí, es posible, se me vino arriba el núcleo duro de la homosexualidad combativa. Resumiendo, vine a relatar que el Ayuntamiento de Arona (Tenerife), acaba de celebrar un Pride (Orgullo) alternativo al desfile de carrozas que, Dios mediante, volverá a tomar Madrid el 1 de julio. Un Pride, el tinerfeño, con mesas redondas para agitar el debate y las conciencias, además de una entrega de premios a destacadas personalidades de la cultura, el activismo, la solidaridad, la ciencia, la política, etc.
Resultó que algunas webs de temática gay, que son legión porque los gays somos muy epicéntricos, como ombliguistas, reinterpretaron mis palabras. Me atribuyeron homofobia, elitismo, salvadorsostrismo. Para animar el ruedo, además, publicaron algunas fotos mías que no venían al caso. Y yo les alabo el gusto, pero no el olfato. Me explico: no soy yo quien denuncia la cabalgata bravía que todos los veranos toma Madrid; no soy yo quien abre informativos con el trajín de carnes que sacude la Cibeles y emite de refilón la manifestación de la cabecera, la comprometida, la de Carla Antonelli, la de aquellos que se partieron la mejilla y los huesos por un pedazo de libertad; no soy yo uno de esos gays, pues haberlos haylos, que denuncian que el festín de Madrid no les representa; no soy yo el tertuliano cavernícola que foguea homofobia a cuenta de los kilos de basura y los decibelios, de las boas de colores trepidantes que remiendan Madrid por los costados, del tránsito lujurioso de guiris con arneses, de esto y de aquello y de lo de más allá. No soy yo.
‘Blogback Mountain. Diario de un gay’
Yo me he dejado los cuernos en este periódico por normalizar la realidad homosexual. He publicado decenas de artículos sobre las luces y las sombras del colectivo, columnas de opinión que fueron llamaradas, una novela (Diario de Martín Lobo) y hasta un blog, Blogback Mountain. Diario de un gay, por el que recibí un buen carrusel de insultos, amenazas, vejaciones, caras largas. Poca gente de esta cabecera se ha dejado más kilómetros de tinta que yo para escribir de nosotros los maricones. Así que no me salgáis ahora con la homofobia. A mí no.
La polémica, damiselas y caballeros, no es más que el eterno debate entre el lícito derecho a la fiesta y el desfogue y la reivindicación urgente por la igualdad de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales. Un debate abrasador, puro fuego, muy en línea con el enredo de las dos Españas. Yo mismo he cabalgado y bebido y amado en algunas de esas carrozas, muchas veces. Otras me empotré en la cabecera de la manifestación para conseguir un buen artículo. Y otras preferí quedarme en casa.
Y si el Orgullo de Arona (Tenerife), que sólo busca una reivindicación diferente, desata la ira de algunos gays de gatillo fácil, la cosa está peor de lo esperado. 48 años después de aquellos disturbios en el bar Stonewall de Nueva York que catalizaron los derechos LGTB que hoy celebramos, bien triste es que sigamos lanzándonos los armarios a la cabeza. Y aunque ladren -luego cabalgamos-, yo pienso seguir con el empeño.