Las transexualidad no es una enfermedad mental

Con motivo del Día Internacional por la Despatologización Trans, que este año 2016 se ha celebrado el 22 de octubre, los colectivos LGTBI y las personas transexuales se han movilizado para exigir que, de una vez por todas, la transexualidad deje de ser considerada como un ‘trastorno de la identidad sexual’. Es decir, que las personas transexuales dejen de estar psiquiatrizadas y no dependan del control diagnóstico de las instituciones médicos-psiquiátricas. Reclaman, frente a esos poderes, la autogestión de género que corresponde a toda persona libre. En España, han pasado más de nueve años desde la aprobación de la Ley de Identidad de Género que requiere de una modificación que no llega: la eliminación de la actual necesidad de un especialista que lo identifique como un trastorno, algo que ya han dejado atrás países como Noruega, Dinamarca, Argentina e, incluso, Irlanda, Malta o Nepal.

Lo que los activistas persiguen es algo tan razonable a estas alturas como que las personas trans puedan decidir su sexo registral, es decir, cómo son reconocidas legalmente, de modo que haya una relación de equidad entre quienes realmente son y quienes los papeles dicen que son. Salvo ciertas normas autonómicas que han incorporado el principio de despatologización, en España las personas trans que quieran cambiar su sexo registral deben estar diagnosticadas de ‘disforia de género’ y haber recibido tratamiento hormonal durante al menos dos años. En el DNI pueden cambiar su nombre pero no el sexo que les fue asignado en el nacimiento. Ese cambio debe autorizarlo un juez tras esos requisitos que suponen que la persona trans pase por reconocer que es una enferma mental.

Las personas trans no son enfermas mentales, algo que la mayoría de la gente comprobaría si la estigmatización y la patologización históricas no las mantuvieran en una radical discriminación en todos los ámbitos de relación social: familiar, educativo, laboral, administrativo, mediático. Discriminación tan agresiva que a la mayoría de la gente no trans le haría necesitar tratamiento psicológico: ha provocado mucha marginación, mucha exclusión, mucho sufrimiento y mucho suicidio. La enfermedad, pues, la tiene una sociedad que mantiene una concepción del género binaria, cerrada e impositiva. Una concepción represora, por cuanto quien se decida por el ejercicio al derecho de autodeterminación de su género habrá de pasar por el examen de una presunta autoridad, que casi siempre es incompetente por ideologizada y obsoleta, y a los hechos podemos remitirnos: el intervencionismo patologizador no solo es un error científico sino que además conlleva una injusticia que, como tal, lejos de mejorar la vida de las personas trans supone para ellas graves perjuicios en su día a día (desde la imposibilidad de abrir una cuenta bancaria a la reducción al extremo de conseguir un puesto de trabajo). Se trata, por tanto, de una cuestión política.

El 82% de las personas transexuales ha sufrido una agresión física a lo largo de su vida. Se dice pronto. La violencia contra ellas suele comenzar en la infancia, arropada por un sistema educativo que no las protege del acoso de los demás (un acoso que a su vez procede de la ignorancia derivada de una pedagogía también binarista, incapaz ante la diversidad), y alcanza su cota más alta contra las mujeres trans (muchas víctimas lo son en el contexto del trabajo sexual, que se ven obligadas a ejercer porque todo el proceso anterior las ha dejado fuera de otras opciones de supervivencia). Certeramente, Mané Fernández, activista transexual y portavoz de FELGTB, lo denomina “transfeminicidio”. Él mismo ha resumido lo que, para nuestra vergüenza, es en un altísimo porcentaje la vida de una persona trans: “La vida no me ha tratado bien. He tenido que pagar mucho por una deuda que no era mía, ni quería contraer. Fue una deuda que me vino impuesta y la sociedad se encarga de recordármela casi todos los días”.

Para que ese recuerdo se borre de manera definitiva del imaginario colectivo, debemos apoyar al activismo que reclama unos derechos que son humanos. Manifestar nuestro rechazo a la patologización de la diferencia. Celebrar, por el contrario, la diversidad. Estamos hablando de los cuerpos de otras personas, sobre el que solo ellas son, han de ser, soberanas. Y estamos hablando de una sociedad que por definición será mejor si fomenta la libertad y felicidad de todas. Una sociedad, entonces sí, más sana.

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¿Pornografía en las aulas? Podría ser una buena idea

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Póster de la película Nymphomaniac, de Lars Von Trier.

La semana pasada solté una bomba en un festival literario cuando, en respuesta a una pregunta sobre pornografía, sugerí que debía considerarse la idea de que los alumnos miren y analicen ese tipo de material en el colegio. Fui acusada (en las redes sociales, por supuesto) de ser un peligro para los pobres niños y, sí, también recibí mi primera amenaza de muerte en Internet.

Me pregunto qué piensan estos supuestos adultos sobre lo que nuestros jóvenes están haciendo en cuanto al sexo. Internet es el “Lejano Oeste” de la era de la información, y las generaciones más jóvenes son mucho más versátiles que las anteriores a la hora de adentrarse en los confines más sórdidos de la red.

Los adolescentes siempre se sienten atraídos por el lado más obsceno de la cultura. En otra época era  El amante de Lady Chatterley el que pasaba de mano en mano por toda la clase entre risitas, oculto bajo un libro de matemáticas para principiantes.

En los noventa fueron las revistas para hombres. Las madres feministas se las vieron canutas tratando de explicar a sus hijos que la explotación de las mujeres (eso de pegar pósteres de mujeres semidesnudas en la habitación) no era una buena idea. Era difícil porque esos padres tampoco querían que sus hijos pensaran en el sexo como algo sucio, o que sintieran que no podían compartir con ellos la curiosidad de esta etapa. Pero había que hacerles entender que nunca se debe tratar a las mujeres como objetos.

Hoy puede ser un teléfono inteligente, una tableta o un portátil, siempre en el bolsillo o en la mochila, listos para una selfie. Los padres deben saber para qué están usando la tecnología sus hijos. Por lo general, hacen más cosas con ella que buscar en Internet el significado de una palabra o llamar a casa para avisar de que están bien.

siento mucho que no hayamos sido capaces de traspasar a nuestras hijas y nietas el conocimiento que nosotras, como jóvenes feministas, recopilamos acerca de las relaciones sexuales y el placer.

Formo parte de la generación del baby boom, que creció durante la revolución sexual, y siempre me hizo gracia esa idea de que el destino de una mujer era, como dicen aquí, “recostarse y pensar en Inglaterra”. En mi época, la educación sexual solía centrarse en el miedo al embarazo, a las infecciones y a la pérdida de la decencia; algo que, según me dicen, sigue vigente en muchos casos hoy.

Pero teníamos anticonceptivos gratis y seguros, el sida no existía y descubrir lo que nos daba placer era asunto nuestro. Libros como Nuestros cuerpos, nuestras vidas nos dieron la información y movimientos como el de Liberación de las Mujeres nos animaron a familiarizarnos con nuestros genitales usando un espejo y una linterna.

Había reuniones para tratar estos temas en grupo. Yo no participé, pero siento mucho que no hayamos sido capaces de traspasar a nuestras hijas y nietas el conocimiento que nosotras, como jóvenes feministas, recopilamos acerca de las relaciones sexuales y el placer. Para ellas todo parece haber vuelto a épocas anteriores, o tal vez peores.

Algunas de las últimas noticias reflejan la dominación masculina por la que aún transitan las mujeres. Por ejemplo, Donald Trump, cuando dice que cuando ve a una mujer hermosa, simplemente empieza “a besarla”: “Me atraen como un imán, solo las beso, no puedo esperar”. O el detalle de que el futbolista Ched Evans (absuelto de los cargos por violación la semana pasada) no le habló a la demandante ni antes, ni durante ni después del acto sexual (Evans anda ahora diciendo que la gente “tiene que educarse sobre la relación entre el alcohol y el consentimiento en las relaciones sexuales“).

A estas alturas todos sabemos de sobra lo que está sucediendo con los niños en el colegio, con comportamientos que a menudo terminan en vergüenza y pena. ¿Qué clase de padres no advierten a sus hijos sobre el peligro de la foto de un miembro viril? ¿O de que una selfie sin ropa termine siendo compartida de forma inapropiada y su protagonista sea humillado por todos?

Los adolescentes curiosos también pueden acceder de forma instantánea a sitios web que probablemente horrorizarían hasta al más moderno de nosotros. He visitado unos cuantos para investigar y creo que todos los padres deben preocuparse. Lo que ofrecen es muy desmoralizador, incluso en los dedicados al sexo “normal”, no ya en los que se meten en temas como el abuso o lo perverso.

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Jóvenes aprender a poner un condón durante un talller sobre sexualidad.

No he visto ni uno en el que la mujer no sea otra cosa que una proveedora de placer para uno o varios hombres. Estas mujeres no tienen vello corporal y el sexo es tanto anal como oral. Al parecer, el anal es siempre placentero para ellas, dan sexo oral y gritan mucho, como si disfrutaran. Son actrices, por supuesto. Los gemidos están sólo porque la película necesita una banda sonora.

¿Por qué no gritas como en las películas?

Pero no es así como lo interpretan las chicas. En un libro muy importante, “Girls and sex”, la periodista estadounidense Peggy Orenstein habla de sus entrevistas a unas 70 chicas y mujeres jóvenes de entre 15 y 20 años. Sus conclusiones concuerdan con el trabajo de la National Union of Students del Reino Unido: el 60% de los jóvenes confiesa haber utilizado la pornografía como fuente para la educación sexual.

Una de las chicas entrevistadas por Orenstein contó que su novio le preguntaba por qué no gritaba como en las películas. Según un estudio entre alumnos encargado por la revista médica British Medical Journal, son los varones los que presionan por el sexo anal. A Orenstein las chicas le dijeron que habían sido obligadas a practicarlo y que había sido una experiencia dolorosa. También hablaron de sexo oral con ella: los varones esperaban recibirlo pero ellos nunca se lo hacían a ellas. También le dijeron que no disfrutaban cuando tenían que hacerlo pero que lo que ellas querían “no importaba”. ¿Cómo? ¿Las chicas no creen tener derecho a la reciprocidad?

Según un estudio nacional sobre el sexo en EEUU, la sexualidad femenina se ve perjudicada por una cultura donde la pornografía, sin ningún tipo de análisis, es el método de educación sexual (así es como la usa el 60% de los adolescentes de ambos sexos). La experiencia sexual de estas chicas se convierte en un “acto para complacer a los hombres”. En los últimos años, tanto en el Reino Unido como en EEUU, la tasa de embarazo en adolescentes ha caído de forma muy marcada. La conclusión obvia de los dos informes es que el coito vaginal ha pasado de moda: ahora lo que se impone es el sexo oral y anal.

Los jóvenes necesitan ser guiados. Descansamos despreocupadamente en los profesores para que velen por la seguridad de nuestros hijos durante todo el tiempo que pasan fuera de casa y además esperamos que les enseñen a desarrollar el pensamiento crítico.

¿Por qué no sacar al sexo de la educación sexual? Su lado físico y científico podría incluirse en las clases de biología. Y en lugar de educación sexual, chicos y chicas podrían recibir educación de género. Es un nombre que asustaría menos a esos padres que no quieren saber que sus bellos retoños están haciendo travesuras de manera desinformada y secreta, fuera de casa. No pido que se eliminen las clases de educación sexual, solo que tenga otro nombre y estructura.

A los adolescentes de 15 años se les podría mostrar ejemplos de pornografía. Así como les pedimos que evalúen con seriedad el contenido de otros tipos de películas, libros, diarios o programas de televisión, también tendrían la oportunidad de evaluar y discutir sobre la pornografía. Con la ayuda del profesor, podrían desarrollar el criterio necesario para entender las imágenes con las que son bombardeados.

Todo joven tiene derecho a ser informado. La información es poder y permite a las chicas decir “no, no quiero hacer eso” y “lo que realmente me gusta es esto”. Si los chicos aprenden que las chicas tienen el mismo derecho al placer que ellos, podría ser el inicio de una vida sexual mucho más sana para todos esos jóvenes por los que tanto nos preocupamos.

El nuevo libro de Jenni Murray se llama A History of Britain in 21 Women: A Personal Selection (La historia del Reino Unido en 21 mujeres: una elección personal).

Leer las cartas de amor lésbico de Virginia Woolf en tiempos del ‘sexting’

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Virginia Woolf en la película ‘The Hours’

Hay una creencia equivocada de que los demonios internos de Virginia Woolf le impedían sentir placer sexual. Que se obsesionó tanto por buscar la androginia en su obra que repudiaba cualquier alarde de femineidad. Que su torpe gusto al vestir, como ella misma lo definía, era en realidad una manera de reivindicar la represión machista y económica sobre las mujeres de la época.

La escritora británica fue, en efecto, una de las mentes más lúcidas contra la encorsetada herencia victoriana y una firme defensora de que las mujeres firmasen como ellas mismas sin ser catalogadas de literatura ñoña. Pero también sintió deseo, y mucho, por Vita Sackville-West. Soñaba con sus grandes senos y le gustaba verla rebosante de perlas, “como un racimo de uvas”. Admiraba el estilo recargado de Vita porque las burlas hacia su aspecto desaliñado le atormentaban más de lo que estaba dispuesta a admitir, según dice en el cuento Un vestido nuevo.

Son los detalles de una de las mejores y breves historias de amor que nos ha dejado la literatura. Porque su affaire, además de trascender en la vida real, reside en las cartas que ambas se intercambiaron con exquisito lenguaje erótico. Correspondencia que ahora refresca su tinta en el nuevo libro de Pilar Bellver,editado por Dos Bigotes. A Virginia le gustaba Vita habla de la trastienda de sentimientos de aquel romance mientras pendula entre los hechos y la ficción documentada.

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Portada ‘A Virginia le gustaba Vita’

Los comienzos de esta intensa amistad fueron retorcidos, pero los antecedentes no son la prioridad del libro. Bellver prefiere hacernos entender por qué su relación se salía de lo convencional, tanto a nivel sexual como de la misma concepción del amor. Y no solo entre ellas, también hacia sus maridos: Leonard Woolf y Harold Nicolson.

Si Virginia Woolf nos sigue perteneciendo como símbolo es, en cierta manera, gracias a su gusto por escribir cartas. Los biógrafos no han necesitado estrujarse los sesos para adivinar su ideología o preferencias sexuales en su obra, porque ella misma las anunciaba de viva voz.

Lo mismo ocurría con Sackville. Si su mundo interior era una verbena, el que vivieron en alto no se quedaba atrás. Ambas eran populares entre el grupo de Bloomsbury, cultas, protagonistas de anécdotas macarras -Woolf se disfrazó de hombre negro para colarse entre la corte de los príncipes de Abisinia– y estaban locas por el intelecto femenino.

Los lectores que ya conozcan esta aventura sáfica encontrarán en  A Virginia le gustaba Vita la imaginación necesaria para completar ciertas lagunas. Los primerizos tendrán aún más suerte y serán testigos de un mundo privado sin prejuicios homófobos ni ataduras sentimentales. Y para muestra, el primer narrador omnisciente de este affaire lésbico: el hijo de Vita, Nigel Nicolson, que publicó los detalles menos conocidos de la doble vida de su madre en  Retratos de un matrimonio.

Amantes, pero siempre esposas

“Estoy segura de que en todo Londres solo a ti y a mí nos gusta estar casadas”, le escribió Woolf a su amiga en una de sus cartas. Esa sencilla frase representa todo lo que la una esperaba de la otra y también lo que sus maridos esperaban de ambas.

Vita era una aristócrata y lesbiana confesa que se había casado con Harold Nicolson, un diplomático gay con el que encontró el perfecto equilibrio para seguir con sus líos de faldas. Ese nivel de “confianza”, como lo describe su hijo, era fruto de una absoluta noción y respeto por las “diversiones masculinas” de uno y las escapadas mujeriegas de la otra.

El matrimonio Woolf se ceñía un poco más a la moral conservadora del siglo XIX. Leonard parece que llevaba peor la orientación sexual de su mujer, pero sabía que había renunciado a cualquier acercamiento en la alcoba en el momento que dijosí, quiero. Ella se lo había dejado bien claro. Aún así se amaban, se cuidaban -él más por la fragilidad anímica y física de su esposa- y se alimentaban mentalmente. Virginia tampoco se consideraba lesbiana, pero sí que se definió como queer en alguno de sus textos.

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Leonard y Virginia en ‘The hours’

¿Qué se daban Vita y Virginia? La primera estaba prendada de la prosa de Woolf y esa admiración no era mutua, aunque Sackeville era mucho más conocida entre la élite como autora que  La señora Dalloway. De hecho, tras el primer encuentroVirginia no escribió precisamente bondades de su futura amante. “Es recargada, bigotuda, con los colores de un periquito y toda la soltura de la aristocracia, pero sin el genio del artista”.

Y fue precisamente eso último lo que le hizo sucumbir a su arrebato. Sackville presumía de su ascendencia malagueña para ser una depredadora carismática en un mundo de lores ingleses. No había mujer, según dicen, que se resistiese a su conquista y se encaprichó de Virginia desde el principio: “Tú también te rendirías a su encanto y personalidad. La cabeza me da vueltas pensando en ella”, escribió en una carta a su padre. Los dos matrimonios entablaron una relación muy cercana, sobre todo entre las mujeres, y no fue hasta tres años más tarde cuando admitieron su amor.

Devoción antes que pasión

Lo brillante de su relación es que ponían por escrito toda su devoción al mismo tiempo que conocían su fecha de caducidad. Vita y Virginia consumaron ese amor cerca de la famosísima villa de Knole, pero seguían respetando su espacio, esahabitación propia que tanto ansiaba Woolf. Los detalles de aquella fusión apenas se conocen porque Virginia las omitió de su diario por respeto a Leonard y Vita dio menos cuenta de ellas que de sus apasionados encuentros con Violet Trefusis.

“Me gusta su caminar a grandes pasos con sus largas piernas que parecen hayas, una Vita rutilante, rosada, abundosa como un racimo, con perlas por todos lados. Veo una Vita florida, madura, con su abundante pecho: sí, como un gran velero con las velas desplegadas, navegando, mientras que yo me alejo de la costa”- Virginia sobre Vita.

Pero Sackville era de espíritu indomable y solo se casaba con su marido (y porque este toleraba su promiscuidad). Los celos de Virginia por la nueva presa de Vita, la periodista de la BBC Hilda Matheson, resquebrajaron cualquier resto de pasión y aparcaron sus experimentos sexuales. Sin embargo, lograron reponerse a la ira de Eros y no hubo reproche entre ellas, aunque sí mucha pena.

Entre las idas y venidas de Vita, y para aplacar su desasosiego, Virginia escribióOrlando como homenaje y terapia contra unos demonios que le arrastraban cada vez más hacia el río. “Era un himno de gratitud a la felicidad que Vita le había dado. La más larga y hermosa carta de amor jamás escrita”, escribió Nigel Nicolson sobre la novela de 1928. También era un manifiesto hermafrodita contra los roles de género y sus estúpidas leyes hacia las mujeres, como las que impidieron a Vita heredar su villa de Knole.

Pero sobre todo era un canto a la amistad femenina por encima de la lujuria. “Qué placer sería poder tener amistad con mujeres: ¡una relación tan secreta y privada comparada con las relaciones con los hombres!”, había escrito Virginia en uno de sus diarios. Así que hizo frente al dolor y no dejó escapar a Sackville, y eso es más sexy que cualquier relato erótico.

Cómo practicar sexo en trío sin hacerse un lío

Es habitual que se desee incorporar una tercera persona en la cama. La cuestión es que ambas partes estén de acuerdo y quién se une a la fiesta

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Una de las fantasías más recurrentes es el famoso ‘ménage à trois’ o trío sexual. Muchos hombres y mujeres lo reconocen. Otros añaden que, aun siendo así, no lo pondrían en práctica dejándolo exclusivamente en su imaginario sexual ypreguntándose si el placer también se multiplicará por tres.

Algunas personas consiguen pasarlo al plano físico y disfrutarlo. O eso dicen pues, si a veces resulta complicado un paso a dos sexual, con una tercera persona la escena podría asemejarse más al camarote de los Hermanos Marx que a la película porno que habíamos rodado en nuestra mente con anterioridad.

Para que esto no ocurra si se está planteando realizar un trío, le ofrezco algunos trucos para que todo fluya y disfrute al máximo la experiencia.

¿Hacemos un trío?

Una pregunta un tanto directa pero efectiva en algunas ocasiones y sueños. Yo creo que siempre habrá alguien dispuesto a hacerlo, la cuestión es dónde encontrar a las personas que usted desee para esta práctica sexual. Internet nos facilita mucho las cosas aunque conocer un poco a los jugadores ayuda a aumentar las probabilidades de que funcione y de no arriesgar demasiado.

Pero nunca se sabe, el misterio es un factor importante para excitarse. En cualquier caso, cuídese y no realice prácticas de riesgo sin protección. Los condones o parches para el sexo oral son fundamentales pero no le librarán de todas las infecciones, por lo que ha de ser consciente del riesgo que conlleva cada práctica.

Es fundamental que todo sea deseado por las tres partes, si no es así, permita que alguien pueda echarse atrás y huya de cualquier persona o situación que no le genere la suficiente confianza.

Es bastante habitual que se desee incorporar una tercera persona en la cama. Ocurre en parejas de cualquier orientación sexual, la cuestión es que ambas partes estén de acuerdo en hacerlo y qué persona se une a la fiesta.

El fantasma de la homofobia suele desterrar la posibilidad de que el tercero sea hombre en parejas heterosexuales y se aceptan mejor los Dúplex o trío de dos mujeres y un hombre.

Por otro lado, aunque se considere dentro de una orientación determinada, puede desear relacionarse sexualmente con personas fuera de esa etiqueta e incluso,podría marcar límites en relación a las prácticas que van a realizar y al contacto que cada cual tenga con las otras dos personas. Por ejemplo, una mujer podría desear realizar un trío con dos hombres que se dediquen exclusivamente a ella sin mantener contacto genital entre ellos. En otro caso, podrían ser tres hombres, dos siendo pareja, y el tercero que se dedique exclusivamente a uno de ellos por deseo de ambos. O quizá, tres mujeres sin límites, investigando y disfrutando, sin más.

Mientras los tres participantes estén de acuerdo en el formato, todo vale.

Las mejores posturas

Sin duda son las estrellas de la película pues, sin conocerlas, podría encontrarse muy incómodo o acabar haciéndose daño.

Por supuesto, como en cualquier hazaña kamasútrica, estar en forma física favorece la misión, al igual que facilita la labor una buena comunicación, verbal y sensorial, entre los participantes.

Si entre dos a veces parece que sobran brazos, los que se quedan pegando a la cama inmóviles, por ejemplo, o la mano que no puede moverse en según qué posturita, la organización y sincronización en el juego sexual a tres es fundamental y evita que no se convierta el pasaje erótico en algo similar a la canción ‘Tres piernas’ de la Trinca. Los más jóvenes tendrán que recurrir a un buscador para saber a qué me refiero.

Por tanto, voy a tratar de simplificarlo al máximo. Mejor tres posturas bien hechas, con sus variantes, que veinte mal, sin dudarlo.

El Sándwich, como su nombre indica, conlleva dejar a una persona entre las otras dos. Si en el trío hay más de un pene en acción, se pueden realizar dobles penetraciones, vaginal y anal, en el caso de que una mujer sea la que ocupa el centro colocada a horcajadas, por ejemplo, o ambas anales, si son tres hombres los que realizan el trío. Puede resultar más cómoda si se fusiona con la postura de la cucharita, quedando tumbados, los tres de costado, encarados la mujer y el hombre que realiza la penetración vaginal.

Muchos fans tiene la postura conocida como el perrito, incluso en los tríos, pues permite fusionar cómodamente la penetración anal o vaginal, con el sexo oral. Mientras una persona es penetrada desde atrás estando a cuatro patas, puede practicar una felación o cunnilingus a la tercera del trío, que se situaría frente a ella. Aunque se pueda realizar también estando la persona tumbada, se suele elegir la canina para combinarla con la postura denominada cambio de lengua, en la cual, la tercera persona se situaría en dirección contraria, debajo de la persona a cuatro patas, pudiendo acceder oralmente tanto a los genitales de esta, como a los de la persona que penetra.

El Daisy Chain o “cadena de acontecimientos”, hace referencia a la postura en la que todos reciben y dan sexo oral simultáneamente. Algunos consideran que este término solo se utilizaría cuando hay más de cinco personas en acción, sin embargo, se puede realizar sin dificultad entre tres personas formando un triángulo con sus cuerpos, uniendo así bocas con genitales.

Los juguetes, el cuarto pasajero

No hay buen trío sin unos buenos aliados y los lubricantes son los mejores, sin duda. Elija el adecuado en relación a las prácticas que se realizarán. Lo más habitual es que se realicen penetraciones anales, por lo que le puede interesar alguno con efecto dilatador.

Por supuesto, todos han de ser compatibles con los preservativos que se van a utilizar. Y nada de hacerlo a pelo. Tenga en cuenta que el riesgo de contagio en penetraciones anales es muy superior al vaginal, debido a la presión que ofrece, el tipo de mucosa y la vascularización de la zona. Recomendable, por tanto, utilizar condones para sexo anal y nunca combinar penetraciones vaginales con el mismo condón. Igualmente, para penetrar a diferentes personas no se debe utilizar el mismo preservativo por razones de higiene y salud.

Muy apropiados los antifaces, plumas y aceites de masaje para jugar y calentar el encuentro, ideales si se quiere incluir algo de misterio y no ir directos al grano.

Para los amantes del BDSM se pueden acompañar los anteriores con fustas, ataduras o esposas. Siempre sabiendo lo que se hace y con quién se está jugando.

Los vibradores y estimuladores del clítoris o protáticos serán bienvenidospues permiten estimular la zona directamente, incluso en las posturas más complejas. Pero los reyes del trío son los arneses y dildos, para que nadie se quede sin penetrar ni sodomizar, si lo desea.

Ahora ya sabe cómo, solo le queda conocer cuándo.

La pasión epistolar de Virginia Woolf: “Amo como mujer y te amo porque eres mujer”

Virginia Woolf estaba ‘felizmente’ varada en un matrimonio sin sexo cuando Vita Sackville-West, aristócrata y escritora de éxito, la sedujo. Fue un amor escandaloso y Vita llegaría a ser la inspiración de ‘Orlando’. Una novela de Pilar Bellver ‘completa’ el intercambio epistolar de las amantes

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Virginia Woolf y Vita Sacville-West.

Fue el cuñado de Virginia Woolf, Clive Bell, quien la avisó de que una aristócrata bien conocida en todo Londres por sus sonadas aventuras homosexuales, Vita Sackville-West -escritora también, había puesto los ojos en ella y quería conocerla, para lo cual se organizó una cena de ringorrango. “Vita es una lesbiana declarada, ten cuidado”, le dijo Clive, a lo que la mordaz Virginia repuso: “Pues con lo esnob que soy, no sabré resistirme”.

Pese a los displicentes comentarios iniciales de la novelista, parece que el encuentro surtió el efecto deseado por Vita: despertar el interés, primero, y el deseo luego de la gran Virginia Woolf. En algún punto intermedio hizo acto de presencia además el amor, cuyo testimonio ha quedado por escrito a través de lasmuchas cartas que se cruzaron las dos protagonistas. A partir de ese intercambio epistolar, la periodista y escritora Pilar Bellver ha creado la novela de lo que también se pudieron haber dicho, A Virginia le gustaba Vita, publicada por la editorial Dos Bigotes.

Virginia Woolf no tenía problema alguno en plantearse una relación homosexual. Se había criado en un ambiente de absoluta libertad, a su alrededor eran comunes tanto los escarceos extramatrimoniales como las relaciones entre personas del mismo sexo -a pesar de la rígida moral victoriana que parecía imperar-, y el grupo de Bloomsbury en el que reinaban ella y su hermana Vanessa venía a ser una saturnal continua donde todos se acostaban con todos. Oficialmente, era una mujer frígida, incapaz de sentir deseo sexual por su marido, Leonard, con quien por lo demás formaba un matrimonio muy bien avenido.

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Virginia Woolf. CENTRAL PRESS

En cuanto a Vita, su conducta en cuestión de amor rayaba en la promiscuidad, y estaba igualmente casada. Su esposo, Harold Nicolson, era abiertamente homosexual y aceptaba de buen grado las andanzas de ella por mucho escándalo que causaran. No todo el mundo era igual de tolerante. El marido de una de sus amantes, el poeta sudafricano Roy Campbell, persiguió a Vita por medio Londres con una pistola cuando se enteró de la infidelidad de que era víctima.

Como señala Pilar Bellver, había sintonía y complicidad no sólo en el seno de ambas parejas sino también entre los matrimonios mismos, que mantuvieron su amistad hasta el final. “No había celos entre los Woolf y los Nicolson, pues habían llegado, independientemente, a la misma definición de confianza”, escribe. Quizá Leonard fuera el menos contento con la situación, pero no por miedo a que Virginia se alejara de él sino a que las emociones en juego “pudieran volver a perturbarle la mente”. La escritora padecía depresiones (trastorno bipolar según el diagnóstico de hoy) desde los 13 años, cuando murió su madre, y -como es sabido- acabaría suicidándose en el río Ouse.

Vita y ella, a pesar de estar separadas por 10 años, inician una relación de alta intensidad. Se acuestan por primera vez la noche del 17 al 18 de diciembre de 1925, según sabemos por una carta de Vita a su marido y por su diario. Virginia se recata un poco en el suyo, sabedora de que Leonard tiene la costumbre de leerlo, mientras que su libérrima amante ni se molesta en poner sordina a sus aventuras.

Muy pronto se convencen las amantes de que lo ideal es continuar con su statu quo como hasta entonces. Nada de pensar en cambios de vida: “El amor nos basta para querernos, no necesitamos añadirle la rutina de una convivencia que bien podría ser desastrosa”, imagina Bellver que dice Vita.

Si a la aristócrata y escritora -que por cierto goza de mucho mayor éxito en el momento que su amiga- le molesta algo de Virginia es que parece no entregarse por completo, como si su naturaleza de narradora le hiciera estar siempre, de algún modo, tomando nota de lo vivido, la autora de Una habitación propiano puede digerir bien los constantes affaires de su amante.

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Vita Sacville-West, BRODERICK HALDANE

De camino a Teherán, donde su marido es encargado de negocios de la embajada inglesa, Vita siente tal deseo de estar con Virginia que fantasea con raptarla. “Ella no estaba acostumbrada a desear sin conseguir”, tercia aquí Pilar Bellver. A su vuelta de Persia, afloran sin embargo los primeros indicios de alejamiento entre la pareja. Virginia Woolf anota en su diario: “Iba más descuidada [Vita], pues había venido directamente con su ropa de viaje; y no tan bella como otras veces (…). Así que las dos sufrimos cierta desilusión (…). Es muy posible que esto sea más duradero que la primera rapsodia”.

A pesar de todo, las amantes se las arreglan para, pasado lo más bullente del amor, construir lo que Vita define como “una amistad respetable, cierta, durable, casta y tibia”. Algo menos intenso pero más duradero que aquellos primeros encuentros ardientes en la gran mansión de Vita, Knole, tan grande que nadie podía precisar cuántas habitaciones tenía.

La inmensa hacienda de los Sackville-West, que sigue siendo una de las cinco mayores de Inglaterra -más grande que Buckingham Palace, por ejemplo-, desempeña un papel importante en la presente historia. Después de haber escritoLa señora Dalloway y Al faro, Virginia Woolf pide permiso a Vita, que se halla en plena vorágine de traiciones, para escribir sobre ella, y Vita acepta. El resultado es otra obra superlativa, Orlando, que trata sobre un personaje que vive cinco siglos, primero como hombre y luego como mujer.

Orlando comienza con una famosa escena en la que el protagonista observa desde lo alto de una colina los movimientos de personas a las puertas y dentro de una casa gigantesca, como Knole, ante la llegada de la reina y de su cortejo. Tiene que bajar a la carrera al valle, vestirse de forma adecuada, recorrer incontables corredores y tomar varios atajos para llegar a tiempo de recibir al visitante.

Pilar Bellver sostiene que, más allá de las consecuencias emocionales, la relación tempestuosa de Virginia Woolf con Vita, “todo ese caldo de seducción primero y luego de amor, de deseo, de alegría y de frustración al mismo tiempo, dieron como resultado el entusiasmo y la intensidad con que Virginia escribió en esos años sus mejores novelas: La señora Dalloway, Orlando y Las olas. Las mejores con diferencia”.

Irene Chikiar, en su biografía de la autora inglesa, sentenció algo que no deja lugar a dudas: “Si bien Virginia sentía que en un plano pasional o sexual no podía competir con esas otras mujeres que atraían a Vita, era evidente que ninguna de ella podía escribir Orlando”. No sabemos si ser consciente de esto habría servido de consuelo a Virginia Woolf.

Los profesores abren las puertas del armario: “Es una responsabilidad con el alumnado LGTBI”

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Ana Ojea

Los primeros días de curso Ana Ojea pidió a sus alumnos una ficha con datos personales y ella también les entregó la suya. En ella ponía que está casada con una mujer. Marian Moreno salió del armario en clase hace 16 años y a las pocas horas una compañera se le acercó para decirle que “a los suyos” les había tenido que regañar porque habían dicho que era lesbiana. Cuando Carlos Canencia llegó al instituto en el que ahora trabaja, ningún alumno o alumna se había mostrado abiertamente homosexual. Ahora sí.

Ana, Marian y Carlos no son los únicos profesores que han decidido salir del armario en las aulas, pero no es algo habitual. La Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FELGTB) señala que la mayor parte de la población LGTBI no es visible en su puesto de trabajo. Pero más allá de una necesidad personal, muchos se lo toman como una apuesta pedagógica y aplican a rajatabla el tradicional lema feminista “lo personal es político”.

“Es muy duro crecer sin referentes, ser un adolescente LGTB y no tener nada con lo que identificarte. Si eres heterosexual, tienes mil modelos de cómo ser”, apunta Carlos, que lleva cinco años como profesor de Lengua en un instituto público de Colmenar Viejo (Madrid). Ana, docente de Cultura Audiovisual en un instituto público de Vigo, confiesa haber visto e intervenido en multitud de situaciones de acoso a alumnado LGTB y asegura que hace de “consultora” con cada caso que conoce.

Salir del armario en las aulas no es solo visibilizarse, es también rellenar ese hueco de contenidos sobre diversidad afectivo sexual que hay en los planes de estudio. La ausencia no mitiga la homofobia de muchos y hace a otros sufrir por su orientación sexual o identidad de género. “Que vean a alguien de carne y hueso que es lesbiana, gay o bisexual y frente a eso construyan su identidad”, declara Carlos, que apunta a que también sirve de “barrera contra la homofobia”.

“Pongo referentes de autores o autoras homosexuales, explico cómo se ha tratado la homosexualidad en la historia. No se puede hablar de Lorca sin decir que lo mataron, entre otras cosas, por gay”, afirma Marian, maestra de Lengua y Literatura en Gijón. Para Carlos, ser visible es “una responsabilidad”, que Jesús Generelo, presidente de la FELGTB, resume en mandar un mensaje “de que ser LGTBI no es algo que haya que llevar en secreto”.

El miedo al rechazo

Fue justo hace un año cuando Ana, de 41, decidió que no volvería a ser invisible ante sus alumnos. Contrajo matrimonio con su mujer en 2011 “temiendo que si ganaba el PP pudieran cargárselo”. Antes de 2006, cuando contó a sus compañeros de instituto que es lesbiana, “había terminado por acostumbrarme a la oscuridad; es como la humedad, se te cuela en los huesos y es muy difícil quitársela de encima. La invisibilidad es ácida y termina por corroer tu autoestima”, describe.

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Marian Moreno

Ello unido al rechazo es lo que lleva a que en general “el profesorado esté dentro del armario y con llave”, sentencia Moreno. Salir es un paso difícil, dice, porque “los centros educativos no están libres de machismo y homofobia”, que lleva a “tener miedo a las reacciones de las familias, del alumnado, al insulto, al acoso, a los prejuicios”, enumera esta docente de 52 años que se declaró lesbiana en clase en el año 2000 reconociendo que no podía casarse “porque no me dejan”, les dijo a sus alumnos.

Generelo sitúa en un lugar destacado del imaginario homófobo la idea, cada vez menos arraigada, “de equiparar homosexualidad y pederastia”. De hecho lo que más frenó a Ana a la hora de visibilizarse fueron los prejuicios de una familia con su hija lesbiana a la que defendía cuando era acosada. “Los padres vinieron a hablar conmigo para asegurarse de que no tenía intenciones pederastas, fue muy duro y desagradable y al año siguiente la cambiaron de instituto”, relata.

“El colectivo ha interiorizado muchos miedos”, asegura Carlos, que apunta a que salir del armario en los colegios privados, muchos de la Iglesia católica, entraña más dificultades. No obstante, todos insisten en que hacerlo es una oportunidad educativa y una forma de desterrar los prejuicios que todavía siguen anclados en la sociedad. “Aunque no haya sido agredida directamente, una chica de 27 años también tiene esos miedos porque lo ha vivido socialmente, lo lleva dentro”, sostiene Marian.

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Carlos Canencia

“¿Esto para qué?”.”Ya no hace falta”

Kika Fumero está acostumbrada a observar las reacciones que suscita querer tratar la diversidad en las clases. Hasta hace unos meses ejercía como maestra de Francés en varios institutos de Tenerife, donde impulsó iniciativas para introducir la realidad LGTBI, y ahora se dedica a formar al profesorado  sobre ello. Para ella, la necesidad de ser visible y hacer de la identidad una apuesta educativa se hace patente por su experiencia intentando involucrar a los docentes en ello.

“Enseguida empieza a haber comentarios de ‘¿esto para qué?’, ‘ya no hace falta’, ‘la homofobia no existe’, gente que se niega a participar”, enuncia. Asegura que hay una buena parte de los maestros que tiene miedo a introducir la diversidad o a “defenderte cuando recibes insultos lesbófobos” por el miedo al llamado ‘contagio del estigma’, es decir, que el resto piense que también son homosexuales.

“El silencio y la invisibilidad… son homofobia”, dice. “Hoy la violencia es menos directa, ya no van a ir a por ti, pero hay un grado de homofobia que soportamos sin darnos cuenta”. Ana recuerda que la reacción de sus compañeros cuando les dijo que es lesbiana fue positiva, salvo “un sutil cambio de actitud en algunos”. Nada que no se viva en otras profesiones, apuntan desde la FELGTB. “Cuanto más se trabaje en las aulas, más disminuye la homofobia”, concluye Fumero.

Sexo seguro sin preservativo

Un buen uso de la medicación antiviral en parejas en las que uno de los dos tiene el VIH consigue de forma natural 150 nacimientos de niños sin el virus

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Raúl y Eva, pareja que ha participado en el ensayo sobre parejas con VIH, el miércoles pasado en el Centro Sandoval. SAMUEL SÁNCHE

Tres paneles de corcho ocupan las paredes del despacho del médico Jorge del Romero en el Centro Sanitario Sandoval de Madrid. Son tres enormes marcos llenos de fotos de los más de 150 niños que han nacido sanos gracias a un protocolo que empezó en 2002. Pero Sandoval no es una clínica ginecológica; está especializada en enfermedades de transmisión sexual, y el logro es que se trata de bebés nacidos de parejas en las que uno de los dos, el padre o la madre, tiene el VIH, pero que fueron concebidos y alumbrados naturalmente sin que haya habido infecciones entre la pareja o a los hijos sin más protección que el control de la medicación antiviral.

“Nosotros no usamos protección desde que ella empezó el tratamiento, en 1996 o 1997”, dice Raúl quien, como los demás participantes en el ensayo que se han entrevistado, usa un nombre falso, que el estigma del VIH aún impone. Aquella decisión encontró acomodo después en el programa que en 1998 empezó Romero para impedir la transmisión del virus entre parejas en las que uno de los dos estaba infectado, y que se amplió al aspecto reproductivo en 2002. “Nosotros no decimos que no se use el preservativo, pero si no lo vas a utilizar, no te juzgamos y te decimos la mejor manera de protegerte”, explica el médico.

Raúl y Eva, su pareja, han tenido dos hijos: el primero, con VIH, antes de recibir medicación; el segundo, sin el virus, cuando ya la madre tomaba antivirales. Sin que salgan sus nombres, ellos son protagonistas del artículo que acaba de publicar el equipo de Romero en Medicine, en el que documentan 144 embarazos desde 2002 a 2013 en 161 parejas serodiscordantes (uno con VIH, otro sin él) después de más de 7.000 coitos vaginales sin protección y “con cero transmisiones entre los progenitores y cero a los niños”, como recalca el médico.”Al principio de tener relaciones sin protección, yo no las tenía todas conmigo. Tenía miedo por él, no le fuera a transmitir algo”, dice la mujer. Raúl, sonriente, rebate: “Yo siempre estuve tranquilo. Y no me ha pegado ni un catarro”.

Otra de las protagonistas de este trabajo es Marta, de 41 años, 13 de ellos con VIH. La mujer es madre de dos hijos concebidos y nacidos de forma natural y sin el virus.  “Cuando te enteras de que tienes el VIH es un choque terrible; ni te planteas la maternidad”, dice. “Pero en 2007 nos enteramos de lo que hacían en Sandoval, y nos dijeron que estando en tratamiento con el virus controlado el riesgo de transmisión disminuye a cero, y nos animamos”, cuenta. “Te cambia la vida. Te la simplifica mucho, y no solo a ti misma, también a tu pareja. Yo confié en Jorge inmediatamente, y tuve la suerte de que mi chico también lo hizo”, añade.

La idea de poder tener relaciones con normalidad es muy importante, aunque para la mayoría de las parejas parezca algo resuelto, como mucho usando la píldora si no se quieren tener hijos. Pero, para estas parejas, es un paso más. “Yo me enteré de que tenía VIH cuando estaba embarazada del primero de mis hijos”, cuenta Eva. Era 1992, y en aquella época “las expectativas eran muy malas”. “Al nacer el niño, nos dijeron que disfrutáramos de él, que tenía una expectativa de cinco años de vida”. Ahora, con un aspecto inmejorable a los 51 años, su problema de cara a las relaciones ya no es tanto el VIH como la menopausia, dice Eva entre risas.

“Al principio, cuando le hacían controles a mi pareja, reconozco que tenía cierta cosilla en la tripa”, afirma Marta. Ellos entraron en el programa poco a poco. “Solo teníamos relaciones sin protección para tener niños; de resto, usábamos condón. Luego te relajas”.

Cero transmisiones

Ese era el protocolo original: se medía la carga viral (las copias de virus) en la sangre y otros fluidos, se comprobaba que las personas no tenían ninguna otra enfermedad de transmisión sexual y, en los días de mayor fertilidad, tenían las relaciones desprotegidas. Aquellas prácticas, revolucionarias hace 15 años, han permitido, con artículos como el que se acaba de publicar y otros anteriores, que se llegue al que ha sido el gran cambio en el tratamiento de la epidemia del VIH en el mundo: que medicar a los afectados es la mejor prevención para la propagación del virus. Así lo aceptan ya todas las autoridades científicas, y eso supone que en países como España ya se medique a los infectados desde el momento en que reciben el diagnóstico. La Organización Mundial de la Salud también apoya ya ese abordaje, aunque los fármacos solo llegan al 50% de quienes los necesitan.

“Hace unos años costaba lanzar este mensaje, porque parecía que estábamos animando a la gente a dejar el preservativo alegremente, y este tiene un papel de protección ante otras enfermedades de transmisión sexual”, afirma Romero. “Pero con el VIH la evidencia es clara: sin medicación es un desastre; con ella, tenemos cero transmisiones. Va a ser la manera de frenar el sida”.

Y AHORA, LAS PAREJAS GAIS

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Jorge del Romero en su despacho del Centro Sandoval de Madrid el miércoles. SAMUEL SÁNCHEZ

EMILIO DE BENITO, MADRID

Cuando las grandes agencias mundiales, como la OMS, hablan de medidas efectivas para frenar la transmisión del VIH, piensan, sobre todo, en las relaciones heterosexuales, que son la causa de más del 90% de los nuevos casos en el mundo. Pero en los países occidentales, más del 50% se da en hombres que tienen sexo con hombres. Y hacia ellos se dirige ya, también, el programa de asesoría a parejas del Centro Sandoval de Madridque dirige Jorge del Romero.

“Cuando empezamos, no podíamos incluirlos porque, al menos los que acuden aquí, tienen características especiales: sus relaciones duran menos y muchas son parejas abiertas”, explica el médico. Este último hecho hacía imposible medir si había transmisión del VIH entre ellos, porque este podía venir de un tercero. Pero los avances en las técnicas y la incorporación de marcadores genéticos ahora permite hacer ese seguimiento, y el programa ya incluye a parejas serodiscordantes (unos con VIH, otro sin él) de hombres. “Si hay una transmisión, podemos saber la fuente”, dice Romero.

Aunque el programa acaba de empezar las conclusiones van exactamente en la misma dirección que las obtenidas entre parejas heterosexuales, y ello pese a que hay diferencias (la mucosa anal no es igual que la vaginal): no ha habido ninguna transmisión cuando el componente con VIH está bien medicado, toma las pastillas diariamente y, gracias a su efecto, la cantidad de virus en su sangre, que es lo que se mide, se considera indetectable. “Era lo lógico, pero había que probarlo”, dice el médico.

Diego Neira, el primer transexual recibido en audiencia por el papa

El autor de ‘El despiste de Dios’ proyecta una fundación que luche por la igualdad

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Diego Neira, en la iglesia de San Antón de Madrid. / REPORTAJE FOTOGRÁFICO: CHRISTIAN GONZÁLEZ

La magnificencia de la basílica de San Pedro contrasta con la humildad de la iglesia de San Antón, pero sus caseros han abierto las puertas de ambos templos a la palabra deDiego Neira (Plasencia, 1966). Jorge Mario Bergoglio departió una larga hora y media con él, convirtiéndose en el primer transexual que fue recibido en audiencia por el papa. Elpadre Ángel apadrinó ayer su libro, El despiste de Dios (Tropo Editores), en un hospital de campaña que remienda las heridas de los desheredados.

“La obra no está dirigida a los gais o a los transexuales, sino a las personas que se sienten diferentes”, matiza Neira, acostumbrado a bregar con las barreras que han obstaculizado su camino hasta aquí. Un hombre feliz, menudo, que luce la perilla justa y no oculta su vanidad cuando posa ante el fotógrafo: “Agáchate un poquito, guapa”, le susurra a su novia, Macarena, que se quedó prendada de él hace tres años por su “corazón de oro”. Ella, auxiliar de enfermería, vive en Sevilla, aunque cuando están juntos son sol y sombra.

Diego hizo el tránsito “muy tarde”, a los cuarenta. Debió esperar a que se cumpliese el deseo de su madre, a la que le quedaba poco tiempo de vida. “Era mi bulldog y mi escudo. Estuvo trece años enferma, pero nunca quiso ser operada. Le aterraba el rechazo social y los quirófanos, por lo que me pidió que no diese el paso antes: Sé que no te voy a durar mucho, por lo que respétame mientras y luego ya haces lo que quieras”.

Cuando falleció, no tardó en tomar rumbo a Madrid. “Me hice una mastectomía porque lo primero que quería era quitarme el pecho”. Antes había tirado de vendajes y ropa holgada, evitado la piscina familiar para no enfundarse el traje de baño y coleccionado Madelmans, unos muñecos que rivalizaban con los Geypermans e impedían el paso de las muñecas a la habitación de los juguetes. “Escondía las partes de mi cuerpo que aborrecía y ni siquiera podía mirarme al espejo”.

Si la infancia fue difícil, “en la adolescencia todo saltó por los aires, porque empiezas a crecer para mal”. Diego no recuerda cómo se llamaba entonces: “Me duele demasiado, porque he necesitado muchos años para borrarlo de mi memoria”. Su familia, conservadora, siempre lo ha apoyado y él nunca cedió a las adversidades. “Mi fe ha sido inquebrantable y me ha mantenido en pie. He visto a Dios como un amigo y a la Iglesia como un puente hacia él, aunque no siempre ha cumplido mis expectativas”, afirma este católico que encontró una terapia en la escritura. Cuando las cosas venían mal dadas, en vez de descargar su frustración en los oídos de su madre, vertía las penas sobre el folio.

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Diego Neira y su pareja, Macarena, con la que tiene previsto casarse el próximo año. / CHRISTIAN GONZÁLEZ

El encuentro con el papa le motivó a escribir el libro, en el que refleja su lucha para ser aceptado por la sociedad. “Podría haber sido un reproche, porque la Iglesia armada e histérica me ha hecho un daño brutal”, afirma Neira, quien prefirió que el volumen fuese un asidero para sus semejantes. “Es la humilde historia de una persona que lo ha pasado muy mal, pero que es consciente de que todo puede cambiar. Nunca hay que sentirse solo ni tirar la toalla”. Un hombre que vio la luz tras encontrarse con otro llamado Francisco: “Mandé un sueño a Roma pensando que no se iba a hacer realidad y, cuando me di cuenta, estaba sentado a su lado”.

A su regreso, Diego acaparó la atención de la prensa mundial: un transexual es recibido por el papa tras escribirle una carta. “Hay quien pensó que se trataba de una campaña demarketing”, sonríe este funcionario del Ministerio de Agricultura. “Para mí, en cambio, ha sido como rozar el cielo. Bergoglio es un hombre sencillo con unas ganas tremendas de que entre aire fresco en la institución. No me quiero morir sin volver a verle”.

También tiene otros dos deseos: “Crear una fundación que transmita el mensaje de que no somos diferentes” y casarse con Macarena, con la que ha sentado la cabeza después de picar aquí y allá: “Siempre tuve novias heterosexuales”, presume. “En el amor fui un bala”. Si todo va bien, la boda se celebrará el año que viene. “Tengo cincuenta añitos y ya va tocando”, ironiza Diego, quien rechaza la idea de tener hijos. “Tras pasar la crisis de quiero ser padre y no puedo, ahora no tengo tiempo para criar churumbeles”, sonríe a espaldas de un crucifijo.

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Diego Neira, autor de ‘El despiste de Dios’, en la iglesia de San Antón de Madrid. / CHRISTIAN GONZÁLEZ

Mi hijo se viste de princesa, ¿y qué?

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El hijo de Jaione, vestido de princesa. @nirosaniazul

“Mamá, quiero el vestido de Anna”, dijo el niño. “Mi amor, tú quieres el traje de Kristoff, no el vestido”, contestó la madre. “No mamá, quiero el de la princesa Anna de Frozen”, contestó el pequeño enfadado. “No se puede. Tú eres hombre, Jorgito, los vestidos de princesas son para las mujeres”.

Lo cuenta Debbie Chamlati, bloguera y diseñadora gráfica mexicana. Se trata de otro de esos muchos niños a los que les gusta vestirse de princesa y que son vistos como bichos raros por el resto de la sociedad.

El último de la lista ha sido el vástago de la actriz Charlize Theron, quien sufrió un aluvión de críticas cuando su pequeño Jackson, de cuatro años, salió a la callecon una trenza rubia como la de la reina Elsa de Frozen, la película que ha cautivado a los niños de medio mundo.

Charlize Theron camina junto a su hijo Jackson disfrazado de Elsa.

Charlize Theron, con su hijo con la trenza de Elsa.

“¿Cómo es legal que Charlize Theron deje que su hijo lleve vestido y peluca?”, llegó a escribir el famoso presentador estadounidense Brian Williams. Pero éste no fue el único reproche que recibió la artista, ya que muchas personas la calificaron como rara, loca o mala madre.

El caso de Charlize Theron no es el único. La cantante Adele también se paseó por un parque de atracciones en California con su retoño Angelo caracterizado de su personaje favorito: la princesa Anna. En esta ocasión, la artista sufrió algún que otro dardo, pero, curiosamente, muchos alabaron que plantase cara a los tópicos. “Adele le hace una peineta a los roles de género y deja que su hijo vista como Anna de Frozen para ir a Disneylandia”, afirmaba en un tuit Freddy Amazin, estrella de las redes sociales en EEUU.

Ataques verbales

La polémica no sólo afecta a las famosas. Algunas madres anónimas también han tenido que salir a la palestra en sus blogs o en las redes sociales para defenderse de los ataques verbales recibidos.

Así le sucedió a la joven Haylee Bazen en EEUU, que decidió relatar el incidente en Facebook: “A la mujer en la parada del autobús que sintió la necesidad de interrumpir mi conversación con mi hijo. No lamento que no te gustara la manera en la que se había vestido mi hijo y no lamento que no te gustara nuestra conversación sobre cuál es nuestra princesa Disney favorita (Blancanieves, obviamente).

Zackary es mi hijo de 3 años y puede ser quien quiera. Hoy él era una princesa Disney y sí le envié al colegio vestido de esa manera. ¿Por qué? Porque es lo que quería llevar puesto, porque quería enseñarle a sus profesores y amigos su vestido de Elsa, porque quería cantar Let it go para divertirse, porque no comprende los estereotipos de género que tú crees que debe seguir. Él juega con coches y muñecas, princesas y piratas. Conduce su moto y lleva su cochecito. Así que la próxima vez que nos veas, vestidos como una princesa o cowboy, guárdate tus miradas de desaprobación”.

La respuesta de Bazen se convirtió en viral y provocó un encendido debate entre los que opinaban que el pequeño no estaba recibiendo la educación adecuaday los que aplaudían que esta madre vistiese a su hijo como le daba la gana.

Los incidentes se repiten. Jen Anderson Shattuck, una mujer de Plymouth,también fue increpada porque su retoño llevaba un tutú y generó una campaña de apoyo con el hashtag #TutusForRoo en la que varios hombres posaban con la citada prenda. Incluso hay un libro ‘Mi niño princesa’ que se convirtió en un best seller en EEUU tras relatar las peripecias de Dyson, un crío al que le gustaban las tiaras y los juegos de chicas.

niño con tutu

Este pequeño desató la campaña #TutusforRoo.

Pero, ¿por qué despierta tanta animadversión que un niño se disfrace de princesa? ¿son realmente bichos raros? ¿Hay que permitirlo o prohibirlo?

“Los juguetes están hechos para que los niños se desarrollen y experimenten. Son ellos los que tienen que elegir el juguete que les hace sentir bien. Además, el disfraz es un tipo de juego en el que el niño quiere ser otra persona. Y, por tanto, no tenemos que preocuparnos si un chiquillo quiere disfrazarse de princesa. No tiene nada que ver con un trastorno de género”, explica Laura Górriz, psicóloga infantil de la clínica barcelonesa Corachan.

Górriz sostiene que aunque se trata de casos aislados, cada vez son más los críos que desean vestirse de princesas, máxime con el bombardeo publicitarioque sufren a diario.

“Los medios de comunicación y la publicidad juegan un papel muy importante en la cabeza de los niños. La campaña publicitaria de Frozen fue enorme y los niños han interiorizado sus personajes”, argumenta.

Jaione, madre española autora del blog ‘Más allá del rosa o azul’, también tuvo que salir al paso de las críticas cuando colgó en Instagram una foto de su hijo jugando con una muñeca. Ante los reproches recibidos, Jaione contraatacó con otra imagen del chiquillo vestido de princesa.

“Creo que quien ve un problema en esta escena (foto de arriba), es quien realmente lo tiene. Y no mi hijo. Ayer escribía que no hay juguetes de niños ni de niñas, sino simplemente juguetes. Para mi sorpresa, hay quien me comentó o me escribió diciendo que mi hijo tendría problemas (o que yo los tendría) si le dejaba vestirse o jugar con determinadas cosas de chicas. Los niños nacen sin estereotipos ni prejuicios, deseosos de explorar y descubrir sin límites. Somos nosotros, los padres, la sociedad, el entorno, quienes les moldea y les inculca ideas preconcebidas”, declara.

Ante todo, naturalidad

Pese a la controversia generada con el tema, los psicólogos quitan importancia a estas situaciones y opinan que los padres deben tratar la situación con naturalidad. Por supuesto, no es lo mismo que se disfrace un niño de cinco años a que lo haga uno de 12 cuando se está produciendo el proceso de la identidad sexual.

En cualquier caso, no se debe reprimir la tendencia natural de cada crío: “Tú no vas a propiciar que tu hija tenga o no una tendencia sexual porque le dejes o no vestirse de una manera u otra”, asegura Natalia García, psicóloga infantil de la clínica del doctor Quintero.

Otro factor que hay que tener en cuenta son los referentes del pequeño: si está rodeado de hermanas y primas, es normal que se quiera disfrazar de mujer.

Es el caso de Asher, un niño que todas las mañanas quería vestirse como su hermana mayor. En un primer momento, su padre, el actor y escritor Seth Menachem, intentó presionarle para que se pusiera ropa de chicos, pero luego consideró que no estaba actuando de manera correcta y le dejó hacer.

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Seth Menachem, con un vestido y sus dos hijos.

Al principio, le daba vergüenza acudir a sitios públicos con su vástago vestido de chica, pero, poco a poco, se fue acostumbrando, aunque tuvo que escuchar preguntas como: “¿Quieres otra niña?” o “¿Pretendes que sea gay?”.

Ésta era la respuesta que Menachem les daba: “Les expliqué lo mejor que pude que no hay una correlación entre vestirse de mujer y ser gay. Si mi hijo es gay no será por lo que yo hice. Y tal vez se trate de una etapa o tal vez no. Pero no quiero que sienta que no pudo expresarse porque sus padres no lo apoyaron”.

En su opinión, “no hay razón para que los padres sofoquen la creatividad de sus hijos cuando se hace de una manera sana”. “Tristemente, a lo largo de sus vidas su creatividad la truncarán muchas veces. Déjenlos que disfruten. Quizás quieren probar una nueva identidad. Pero no es usted quien lo debe definir”, confesó a la BBC Menachem, quien no dudó en salir él mismo a la calle con un vestido cuando se lo pidió su hija Sydney.

Tras todas estas polémicas subyace la tesis del sexismo en los juguetes y la vigencia de los estereotipos: los niños tienen que jugar a los coches y al fútbol y las niñas a las muñecas y a las tareas del hogar. Así lo piensa Jaione, que precisamente creó su blog ‘Más allá del Rosa o del Azul’ para combatir estos prejuicios.

“A mi hijo le gustan las cocinitas, pero todas son rosas. Muchas niñas quieren jugar al fútbol, pero no las dejan. El problema no está en ellos, sino en la visión sesgada de los adultos. ¿Por qué nos supone un problema ver a un niño disfrazado de princesa?”, se pregunta la bloguera.

Cada vez surgen más voces en favor de fomentar la igualdad en el juego y nacen con fuerza campañas como Let Toys be Toys (dejad a los juguetes ser juguetes) para concienciar a las empresas y a los publicitarios de que dejen de limitar la imaginación de los chavales al promocionar juguetes en función del género.

No obstante, algunos psicólogos consideran que existe una tendencia natural de los niños a jugar con coches y balones y de las niñas a hacerlo con muñecas, como se ha comprobado en distintos experimentos. Sin embargo, aquellos chiquillos que no secundan la norma son aislados del grupo. “Tenemos muchos niños en terapia a los que no les gusta el fútbol y quedan bastante excluidos o niñas a las que les agrada este deporte y también son rechazadas”, indica Eva Hernández, psicóloga infantil.

Por eso, muchos educadores y psicólogos reclaman que se deje de seguir educando a los chavales de manera diferente. Al fin y al cabo, se trata de queaprendan jugando.

 

Ciencia invertida contra la homosexualidad

Víctor Mora disecciona en su ensayo ‘Al margen de la naturaleza’ cómo durante el franquismo se retorció el conocimiento para justificar la persecución del diferente

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Manifestación del Día del Orgullo Gay de 1978 en Madrid en la que se pidió la derogación de la ley de Peligrosidad Social. FOTO: CHEMA CONESA

Oficialmente, Víctor Mora (Valencia, 1981) enmarca su libro Al margen de la naturaleza (Debate, 2016, 222 páginas) en su tesis doctoral en Humanidades en la Universidad Carlos III de Madrid. Pero en la conversación se trasluce que es parte –y, seguramente, no la más importante– de su activismo con lo que él llama, con gran acierto y economía lingüística, “la diversofobia”, una manera de englobar el odio a gais, lesbianas, transexuales, bisexuales, intersexuales y cualquier otra identidad u orientación evitando las clasificaciones, “un elemento de control por parte del poder en general y del franquismo en particular”.

Porque el periodo de la Dictadura es el eje del libro, premio Sagasta de Ensayo de este año, pero yendo un poco más allá que otros estudios y relatos sobre la represión. En la obra, Mora busca la base (pseudo)científica en que se basaron las autoridades y los legisladores para considerar que la diferencia en general, y la homosexualidad en particular, eran un peligro que había que reprimir o reeducar.

Visto en pleno Siglo XXI, la sucesión de autores y sus tesis podría parecer una extravagancia, pero en su momento tuvieron mucho predicamento y éxito. Mora destaca a Mauricio Carlavilla del Barrio, cuyo libro Sodomitas -“como se ve, no se andaba por las ramas con los títulos”, dice con ironía el ensayista- llegó a las 12 ediciones desde los años veinte hasta los setenta. “Fue fundamental para extender una imagen negativa y estereotipada”, dice Mora. En un párrafo que, por desgracia, hoy sigue de actualidad en muchos lugares, Carlavilla , inspector de la Dirección general de Seguridad durante la dictadura de Primo de Rivera, explica cuál es la reacción de los padres que descubren que su hijo es homosexual. “¡Mejor muerto!, gritaréis […]. Mejor para él, para vosotros y para con Dios”.

Carlavilla, que se cambió el nombre por el de Mauricio Karl, quizá para ganar la respetabilidad asociada a los científicos alemanes, es tan extremo que cae “en la parodia”. Aunque no era científico, sirve para que Mora apunte uno de sus enfoques: “La carcajada es la mejor venganza”. Una risa que puede convertirse en un rictus, pero que sirve para recordar.

También previo al Franquismo es Albert Chapotin, quien en su libro Los defraudadores del amor zanja el asunto de los pervertidos y desviados afirmando que es inconcebible “incluir en la especie humana a estos engendros”. De él toma Mora el título del libro: deben estar al margen de la naturaleza.

“Chocan estos planteamientos tan poco rigurosos en un siglo que es el de la ciencia”, comenta Mora. “Siempre pensamos que la ciencia trabaja con la verdad”, y, en este caso, esta fue retorcida para adaptarla a temores, prejuicios y conveniencias. Y esto no afectó solo a ciertos personajes más o menos estrafalarios. Hasta el propioGregorio Marañón tuvo que adaptar su mensaje. En 1929 publicó Los estadios intersexuales en la especie humana, en el que defendía que la homosexualidad era una especie de estado indefinido en el desarrollo y que había que “estudiar los orígenes profundos” de la inversión para “tratar de rectificarlos”. Pero, añadía, “en modo alguno hay que castigar al homosexual, siempre que no sea escandaloso”. Después de la Guerra Civil, Marañón “tuvo que cambiar su tesis”. En una reedición de 1951 de sus Ensayos sobre la vida sexual, mantiene la idea de que el “homosexualismo” es “producto de la insuficiente diferenciación sexual”, pero añade es una manifestación “aberrante del amor”. “Es normal que hubiera un cambio. En esos tiempos no se podía hacer ciencia de otra manera. La mayoría de los que querían hacerla en serio se habían ido”, matiza Mora.

No es el único apellido ilustre que se metió en estos charcos. Tiene un papel destacado Antonio Vallejo Nájera, “el psiquiatra del régimen”, como lo define Mora. “Fue el encargado de encontrar el gen rojo”, entre otras teorías, como sus intentos de asociar un aspecto físico al perfil de un delincuente. También se cita a Juan José López Ibor, “que intentó desacreditar el famoso informe Kinsey” que evaluó, por primera vez, la proporción de hombres que habían tenido relaciones homosexuales (un famoso 10% que los estudios posteriores no han confirmado). “No disimulaba nada bien que tenía un asco tremendo a los gais”, comenta Mora.

Pero al margen de personajes de relumbrón, hay algunos más ocultos, más burocráticos, pero que fueron determinantes. Antonio Sabater Tomás trabajaba en organismos institucionales, y estuvo detrás de la Ley de Peligrosidad Social de 1970. Luis Vivas Marzal, presidente de la Audiencia Provincial de Valencia en 1963, “estaba preocupado porque no estaba seguro de que la homosexualidad fuera ilegal”, expone Mora. “Para que lo fuera, se apeló a la Salud Pública, convirtiéndola en una patología contagiosa”· “Era, para un régimen que quería abrirse, una manera de mantener la represión pero lavándose la cara”, señala.

El autor hace dos reflexiones más sobre sus conclusiones. Una, que estas tesis “se exponían en congresos internacionales”. En loa años cincuenta y sesenta, “España era única porque tenía una dictadura muy larga, pero en cuanto a género e identidad, la discriminación era universal. Ahí está el caso de Jaime Gil de Biedma,. expulsado del Partido Comunista”, relata.

Y otra que va más al corazón de libro. “Todos, en algún momento dejaban los argumentos científicos de lado. No podían usar la ciencia para demostrar lo que no es”.

“OJALÁ LA DIVERSOFOBIA FUERA SOLO UN PROBLEMA LEGAL”

Víctor Mora utiliza una palabra, diversofobia, como una manera de englobar a todo el que tiene odio a géneros, identidades u otras características diferentes. Viene a ser un equivalente a la LGTBI-fobia (fobia a lesbianas, gais, transexuales, bisexuales, intersexuales) “y todo lo que pueda venir”. Está especialmente preocupado por el número creciente de agresiones a ese colectivo, y, por eso, hace un año participa en Sección Invertida, un movimiento que se dedica a concienciar mediante actuaciones callejeras (limpiar con fregonas rosas el lugar de un ataque, por ejemplo).

Para él, el paso de hablar de un libro sobre la represión en el Franquismo a esta situación no es un salto. Es parte del mismo proceso, de su identidad. “Me interesa especialmente la construcción de la identidad en contextos de resistencia, y en eso este tiempo se parece al anterior. En momentos de crisis, siempre se busca al enemigo interno. Primero son los inmigrantes, pero en segundo lugar siempre nos toca a nosotros”, dice.

Y la vulnerabilidad, aunque parezca una contradicción, ha crecido últimamente. “Se ha perdido el miedo, pero también la conciencia. Ya no hay un sujeto marica como pudo haber en los setenta y ochenta, que se identificaba con una lucha. Hay un sujeto gay completamente despolitizado”.

La conquista legal de derechos, obviamente, ha sido buena, pero no es la solución definitiva. “Ojalá la diversofobia fuera un problema legal, pero es cultural, social. Hay algo que no hemos hecho bien. Quizá pensamos que con los derechos estaba todo conseguido”.

“Obviamente, si fuéramos a los activistas de los setenta y les dijéramos cómo estábamos ahora, no se lo creerían. Ni en sus mejores sueños lo habrían esperado. Pero hay que elaborar una crítica del activismo. No se trata de si hemos avanzado más o menos, sino de si lo hemos hecho en la dirección adecuada”.

El continuo añadido de siglas al movimiento -a la l de lesbiana y la g de gay se han añadido la t de transexual, la b de bisexual, la i de intersexual, la q de queer (que no pretende encajar en ninguna de la anteriores) y hasta la h de heterosexual comprometido- le parece a Mora un símbolo de un proceso de categorización con el que no está de acuerdo. “Nos definimos por oposición. La lectura normativa de la naturaleza es falsa. El fascismo es la identidad, lo único, pero en la naturaleza solo hay diversidad”.

Para el escritor y activista, las primeras víctimas de estas clasificaciones son las personas transexuales, que tan mal encajan en algunas. “Su despatologización todavía está a debate. Y mientras hay estudios que les dan una esperanza de vida de 35 años. Imagina la cantidad de suicidios que tiene que haber”,. Quizá en lugar de ir creando categorías lo que debamos sea eliminarlas todas”.

FRASES AL RESPECTO

Los teóricos de la homosexualidad del Siglo XX se explayaron en descripciones y comentarios. Aquí hay algunas de sus afirmaciones.

Albert Chapotin. “Armaos de valor. Sobreponeos a vuestro legítimo desprecio”

Gregorio Marañón. “Tengo que decir desde ahora que los estados intersexuales no son estados de perversión, de anormalidad monstruosa o pecaminosa del instinto, tal como muchos pretenden interpretar”.

Gregorio Marañón. “Cada cual en este mundo, no ama lo que debe, sino lo que puede”.

Antonio Sabater Tomás. “Otros invertidos son sujetos celosos, sádicos, brutales, con manía persecutoria, que van armados, que amenazan de muerte y a veces matan, producto de su posición homosexual que no pueden dominar”.

Mauricio Carlavilla. “La manada de fieras sodomitas, por millares, se lanza a través de la espesura de las calles ciudadanas en busca de su presa juvenil”.

Antonio Vallejo Nájera. “Toda desviación del destino biológico transmuta también los caracteres psicológicos, y hace del varón un afeminado y de la hembra un marimacho”.

Mauricio Carlavilla. “¿Dónde soñará el sodomita y el eunicoide satisfacer mejor su hipertrófico impulso de dominio sino llegando a ser Dictador divinizado del Estado Comunista?”.

Hans Giese. “El homosexual se haya determinado al absurdo social”.

Antonio Sabater Tomás. “[Los castigados por la ley de peligrosidad social” demuestran no merecer libertad, por haber abusado de ella”.

Luis Vivas Marzal. “Hay homosexuales congénitos sobre los que se puede sentir compasión, pero su peligro fundamental radica en su afán de proselitismo. Además, es innegable su responsabilidad moral a pear de su tara congénita”. “La aplicación de medidas de seguridad está, pues, plenamente legitimada desde el punto de vista de defensa social”.  Ante los homosexuales, “rigor en ocasiones, caridad siempre, simpatía, nunca”.