¿Es fácil ser transexual en la universidad española?

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Ilustración de una joven, solitaria, sentada junto a unas taquillas. | RIKI BLANCO

David Rivas tiene 22 años y acaba de terminar cuarto del Grado de Educación Social en la universidad Complutense. Le interesaba ayudar a colectivos minoritarios o discriminados, por eso eligió esta carrera. Días antes de comenzar las clases, tuvo miedo de lo que podía encontrarse allí. Los profesores, los estudiantes, ¿le aceptarían?

A los 16, David había empezado a ir a un psicólogo que, dos años después, elaboró el informe que le permitiría acceder al tratamiento para la reasignación de sexo. Había nacido como mujer pero era un hombre.

Cuando llegó el momento de ingresar en la Universidad, todavía no había terminado su proceso. Y también mantenía el nombre que le había acompañado toda su vida y con el que no se identificaba.

– ¿Cómo te llamabas antes?

– ¿Es necesario que lo diga? No quiero recordarlo. Es como si te llamas María y no te gusta.

Unas 3.000 personas españolas conviven con un sexo que no les identifica

En España, aproximadamente unas 3.000 personas conviven con un sexo que no es el suyo. Comunidades como País Vasco, Galicia, Navarra, Andalucía, Canarias y Madrid han aprobado sus respectivas leyes, que han supuesto notables avances ante la situación, con apartados relativos a los menores.

Por otra parte, organismos como Chrysallis y Fundación Daniela se han movilizado en lo que respecta al asesoramiento de padres y docentes y en la aportación de documentos y guías que ayuden a la construcción de la identidad de los más jóvenes.

Las universidades españolas, donde las asociaciones LGTB tienen una presencia importante, han avanzado en los últimos tiempos. Por ejemplo, la Autónoma de Madrid ha iniciado este año su curso Sexualidad Trans, que ofrece una perspectiva diferente al discurso tradicional de la transexualidad y analiza el desarrollo sexual de los miembros de este colectivo, así como el recorrido que pueden seguir tras aceptar su identidad.

El pasado mes de febrero, la Complutense organizó, junto a la Fundación Daniela, las Jornadas sobre las identidades trans durante la infancia y la juventud. Hace unos días cundió la noticia de que los estudiantes y docentes transexuales de la Universidad de Barcelona podrán utilizar en documentos no oficiales de la institución el nombre del género con el que se identifican, en lugar del que consta en el documento nacional de identidad. ¿Por qué? Para evitar la paradoja entre la apariencia física y el uso común de un nombre.

Todos estos datos hablan de mejoras que ayudarán a paliar la marginalidad y el ostracismo de este sector. ¿Lo sienten así los propios estudiantes?

“La realidad de las personas trans se puede terminar aceptando por completo”

A parte de esta petición de obviar su antiguo nombre, David, hoy ya con estas cinco letras que sí le representan figurando en el DNI, habla con naturalidad de sus circunstancias en sus años de universidad. «Pensaba que a mi facultad sólo iría a estudiar, no a hacer amigos, pero enseguida me sorprendí. En cuanto conocí a mis compañeros, me brindaron su apoyo. Me he sentido respaldado, comprendido… me ayudaron a reflexionar. Es cierto que en mi carrera hay gente con las miras abiertas, con sensibilidad, pero esto me hace pensar que la realidad de las personas trans se puede terminar aceptando por completo», anhela.

En cambio, sí halló algún problema relacionado con el aparato burocrático y anquilosado de la institución universitaria. «Tuve que ir, profesor a profesor, explicando mi situación para que supieran cómo tenían que referirse a mí y cuál era mi sexo. Fue un momento de mucha ansiedad, sobre todo al ver caras de sorpresa. Para los papeles, te mandan a Secretaría y, de ahí, a la Facultad de Ciencias de la Información… se pasan la pelota y piensas: ¡pero si lo único que quiero es cambiarme el nombre! Lo que se exige es una estrategia de igualdad educativa que incluya a las personas trans, con su formación para los docentes y la creación de un protocolo educativo que hable de ello», demanda.

Lola Rodríguez fue la primera transexual aspirante a reina del Carnaval de las Palmas

Suena de fondo la megafonía del Metro de Madrid cuando Lola Rodríguez responde al teléfono con su marcado acento canario. Acaba de salir de clase y está a punto de enfilar el fin de semana. El nombre de esta estudiante de Psicologíasaltó a los medios de comunicación cuando se convirtió en la primera menor transexual aspirante a reina del Carnaval de las Palmas. La frase que encabeza su concurrida cuenta de Instagram es «sin lucha no hay victoria». El pasado lunes, 5 de septiembre, añadió un acontecimiento importante a su biografía de Facebook: «Lola empezó a estudiar en la Autónoma de Madrid». Consiguió más de 200 likes.

Cuando tenía cuatro años, la joven comenzó a expresar que era una chica. A los 10, ya se había informado lo suficiente como para transmitírselo a su entorno con rotundidad. «Con mis padres fue todo muy fácil, hablamos con mi instituto… De adolescente vi alguna reacción entre compañeros, pero todos acabaron entendiéndolo a pesar de que éramos pequeños», agradece.

Hasta la fecha, en su facultad no se ha topado con ningún tipo de discriminación. Esto, a pesar de que, por ser menor, todavía sigue figurando el sexo masculino en su DNI. «En noviembre cumplo 18 y podré cambiarlo. Cuando entré en la facultad, tuve que hablar con el Vicedecanato de Estudiantes. No sé si sería el primer caso que se encontraban, pero se informaron muy bien y me dijeron que acudiera a ellos para lo que necesitara. Accedieron a ponerme sexo femenino en algunos documentos. En cuanto a mis compañeros, no me han preguntado nada, aunque tengo a muchos en Facebook y ven que cuelgo muchas cosas del colectivo LGTB. Tampoco yo lo voy diciendo de antemano, aunque no lo oculto», resume.

Exigen un protocolo para atender casos de transexualidad y agilizar trámites

En su opinión, los colectivos LGTB están muy integrados y son muy activos en el seno de la institución, lo que facilita las cosas. Sin embargo, como David, echa en falta una regulación que agilice lo relativo a los trámites del nombre.

Sí encontró algún que otro contratiempo Leo Vitallé, estudiante de Educación Infantil en la Universidad de Zaragoza. Él empezó el tratamiento después de entrar en el grado. En una ocasión, uno de sus compañeros se negó a llamarle Leoy se refirió a él por el nombre que había decidido abandonar.

Enfadado, el alumno acudió a María José Cubría, una de sus profesoras, que se movilizó de inmediato: «Organizaron unas jornadas sobre el tema, hablaron con todos los profesores y me cambiaron el nombre y el sexo en las listas. Yo había empezado la carrera como una chica y en mi DNI sigue poniendo que soy una mujer, pues aún no ha finalizado el proceso. Antes de eso, me sentía un chico, pero ni sabía qué decir ni podía decir nada. Hasta que el año pasado lo confesé. Salvo algún caso más como aquél, me han dado más apoyo del que esperaba».

Actualmente, en colaboración con el Vicerrectorado, Leo está redactando el borrador de un protocolo para atender casos de transexualidad, que es lo que reclaman la mayoría de las personas consultadas.

David Rivas manifiesta que, a pesar de las mejoras, hay todavía demasiadas cosas en el aire. En los últimos años, la transexualidad ha sido portada de revistas, objeto de artículos relacionados con el mundo de la moda… Se ha pasado de la marginalidad a, quizás, una banalización excesiva. Según Rivas, esta situación hace que siga habiendo camino por recorrer: «Te das cuenta cuando ves cómo se trata el tema en los medios, en el vocabulario que emplean para referirse a las personas trans, en el sensacionalismo… Echo en falta que se vaya más a las historias de las personas, a conocer qué sucede realmente. Pero es innegable que ya no es un tabú, tampoco en la Universidad».

UNA MATERIA TRANSVERSAL

El estudiante Xabier Lozano lanza una reflexión que atañe al propio currículo de las asignaturas. ¿Debe la transexualidad abordarse en la Universidad a fin de evitar lacras como la ‘patologización’? «En una ocasión, una profesora de Antropología del Parentesco dibujó un círculo y nos dijo que era un útero, y un triángulo que definió como testículos. Los equiparó con el hombre y la mujer;_no se dio cuenta de que una transexual no tiene útero. Respondió que lo había dibujado en función de cómo nos leía la sociedad. Aquí está el error», critica Lozano.

El (largo) camino hacia la despatologización de las personas trans

Artículo publicado en La Marea 43, a la venta en quioscos y aquí.

“Nos tratan como a personas enfermas cuando no lo estamos”. Guillem Montoro es contundente cuando relata su experiencia en el sistema sanitario. “Nos encontramos con profesionales que tienen una visión de la transexualidad como trastorno y utilizan términos que cuestionan el libre desarrollo de nuestra personalidad”, explica. En 1980, la transexualidad fue catalogada como un trastorno mental para la Asociación Americana de Psiquiatras. Aunque en 2013 cambiaron esta definición de su manual, el DSM-5, continúan refiriéndose a ella como “disforia de género”.

Para la Organización Mundial de la Salud (OMS) sigue siendo una enfermedad mental. Este hecho, que se plasma en la atención sanitaria que recibe el colectivo y en la legislación actual, es una de las batallas diarias a las que hacen frente quienes no se identifican con el sexo y la identidad de género que les asignaron al nacer. La ley estatal de Identidad de Género aprobada en marzo de 2007 obliga a contar con un diagnóstico de “disforia de género” y al tratamiento correspondiente con el fin de “acomodar sus características físicas a aquellas del sexo reclamado” para poder llevar a cabo el cambio de sexo y nombre en el registro civil, una norma que además excluye a los menores. Para Montoro, esta disposición “patologiza a las personas trans”, una idea que comparte Ares Piñeiro, sexólogo y responsable del grupo de políticas transexuales de la asociación FELGTB: “La medicina sólo acepta como válida la palabra de un psiquiatra y no la nuestra a la hora de expresar nuestra identidad”.

La Conselleria de Salut catalana acaba de anunciar un modelo, sin precedente en Europa, que pone fin a la exigencia de este diagnóstico psiquiátrico y se articulará a través de la atención primaria y comunitaria con la Unidad Trànsit. “La transexualidad es una condición y no una enfermedad, como tampoco lo es la homosexualidad o la bisexualidad”, afirmó el conseller de Salut, Antoni Comín.  El Trànsit aboga por el acompañamiento y la autonomía de quienes acuden. La plataforma TRANSforma la Salut se basaba en ese modelo para la propuesta que presentó a la Generalitat. Sin embargo, en la página web de la Unidad de Identidad de Género del Clínic, aún se puede leer lo siguiente: “La transexualidad o transtorno de identidad de género son palabras sinónimas y se utilizan para describir malestar grave o disforia con el sexo de nacimiento”. Y avisan de que los cambios quirúrgicos son irreversibles.

Como consecuencia de esta consideración, Montoro señala, además, que los tiempos de espera pueden llegar a ser “desmesurados”. “Se trata de un proceso psicológico de un mínimo de seis meses. Después, para tener acceso al endocrino, tienes que esperar 3 o 5 meses más. Estamos hablando de prácticamente un año desde que acudes a la primera cita psicológica hasta que accedes a las hormonas. Esto puede llegar a ser lo más duro para algunos jóvenes”, lamenta. Por ello ha iniciado una campaña de microfinanciacion para lograr la financiación necesaria para realizarse una mastectomía: “Pero también para sensibilizar a la sociedad de nuestra realidad y hacerle ver que no somos bichos raros”. Además, “las listas en la Seguridad Social son eternas y los resultados nefastos, ya que no hay profesionales especializados en masculinizaciones de tórax”.

Menores trans: segregados e invisibles

La situación de menores transexuales no es muy diferente. Para Natalia Aventín, presidenta de laAsociación de Familias Transexuales Chrysallis y madre de Patrick, un niño trans, “en el tema sanitario hay una clara segregación: ante ciertos tratamientos, el ser una persona transexual o no serlo lo determina todo”. De este modo, hace referencia a los bloqueadores hormonales, que retrasan la aparición de caracteres sexuales secundarios y a los que también recurren algunas niñas cisexuales, es decir, no transexuales, “con una pubertad precoz, con el objetivo, por ejemplo, de que puedan llegar a crecer más”, explica. Aunque esta práctica está normalizada, “a la persona trans la cuestionan, la patologizan y la obligan a ir a una unidad especial donde ni siquiera es atendida por pediatras”.

Aventín señala en este procedimiento una vulneración de derechos como el del libre desarrollo de la personalidad y el respeto a la dignidad humana: “¿Cómo vas a vivir con autonomía si dependes de que alguien te dé un tratamiento o te permita cambiar tu nombre?”.  El otro núcleo importante de las reivindicaciones de las casi 400 familias que forman parte de Chrysallis se centra en las escuelas, donde son frecuentes las denuncias por casos de discriminación y acoso a los menores. Según Aventín, “hay realidades que permanecen invisibles en el temario educativo”, donde se representa un sistema binario “en el que los hombres tienen pene y las mujeres vulva sin contemplar que los genitales no son condicionantes para definir tu identidad”. No obstante, el colectivo ha elaborado una lista de colegios transfriendly, entre los que se encuentran aquellos centros en los que se ha mostrado una actitud positiva en el momento de tránsito de niños y niñas.

Hacia una Ley Integral de Transexualidad

El Parlamento de Navarra registró en 2009 la proposición de ley de Nafarroa Bai para el reconocimiento de los derechos de las personas transexuales. Se trataba de la primera de estas características en España. Años más tarde, en 2014, Andalucía se convirtió en pionera al aprobar una ley integral que incluía el derecho a la autodeterminación de género. Además, con la despatologización como uno de los puntos claves de la norma, retiraba la obligación de someterse a procedimientos médicos y exámenes psicológicos. Mar Cambrollé, presidenta de la Asociación de Transexuales de Andalucía (ATA), se refiere a esta ley como “un ejercicio de empoderamiento de los colectivos de personas trans”.

De esta forma, se eliminó la Unidad de Trastorno de Identidad de Género (UTIG), que Cambrollé define como “un modelo que segregaba y patologizaba”. Dicha ley ha inspirado a otras comunidades. Madridaprobó una norma similar el pasado marzo y en Valencia esperan la aprobación en las Cortes del anteproyecto presentado por PSOE y Compromís, hoy socios de Gobierno.

Son algunos pasos hacia la despatologización de la transexualidad y la consecución de una norma estatal integral “que acabe con los requisitos médicos y sea inclusiva para los menores”, reclama Cambrollé. “La OMS ha condicionado el modelo de salud a nivel mundial. ¿Es importante que la OMS despatologice? Sí. Pero, ¿es determinante para que en mi Estado no se haga? No”, concluye.


Dos leyes contra la LGTBIfobia en Andalucía

Un punto de la ley que acaba de presentar Podemos en el Parlamento andaluz ha generado el rechazo del PSOE, que ha presentado otra ley similar. El apartado dice: “Ante la negativa de los padres o tutores a autorizar los tratamientos [para el bloqueo hormonal], el personal sanitario atenderá al interés superior del menor a su salud en sentido amplio, entre tanto no reciban orden judicial en contra”.

‘LesGaiCineMad’: mucho más que dos décadas de cine LGTBI

El Festival Internacional de Cine Lésbico, Gai y Transexual de Madrid alcanza su 21ª edición confirmándose como una cita cultural imprescindible con la proyección de 110 películas 

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“The Center of my World”, largometraje de la Sección Oficial del 21 LesGaiCineMad.

Cuando LesGaiCineMad dio sus primeros pasos, hace ya veinte ediciones, pocos esperaban que llegase a convertirse en lo que es hoy. El tiempo y un equipo programador con mejor ojo que el de muchos festivales no temáticos lo han llevado a ser un referente natural de estas producciones. Su trabajo de exploración, subtitulado y estreno ha hecho del evento una ventana del cine LGTBI para los distribuidores, compradores, productores y programadores de festivales internacionales.

Este año más de 30 países compiten en el festival en diferentes secciones. Se proyectan largometrajes, documentales, cortometrajes, videoensayos, charlas… En torno a 14.000 personas lo visitaron la edición anterior, es decir que es el festival de cine en Madrid que más gente mueve. Y lo hacen para ver alguna de las 110 películas que se proyectan en 17 sedes durante sus 18 días de vida.

Además, LesGaiCineMad preside la red de CineLGBT, la mayor red de festivales LGTBI de los países de habla hispana, que involucra a más de 30 Festivales de Cine en todo el mundo. Iniciativas culturales que reciben apoyo gracias a esta red, para poder llevar adelante sus eventos en lugares como Perú, Bolivia o Colombia, entre muchos otros.

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“The Zanctuary”, cortometraje de la Sección Oficial

De cine palestino a exposiciones fotográficas

“Lo más importante es que no sólo es un evento cinematográfico, sino que vamos abriendo caminos hacia un evento cultural en toda regla”, explica a eldiario.es Gerjo Pérez Meliá, productor del LesGaiCineMad. “El cine es el eje, pero en torno a él hemos articulado una programación de eventos mucho más amplia: tenemos exposiciones de fotografía, talleres, conferencias, mesas redondas, un curso en la Complutense, una master class de Ventura Pons…”.

De las exposiciones cabe destacar Musas de Cabo Verde: un recorrido por el concepto de homosexualidad y transexualidad en las nueve islas del archipiélago africano, donde continúan siendo temas tabú, aunque no se persigan penal ni políticamente como en muchos países del continente.

Tampoco habría que perderse  El Derecho de Voz/s, una iniciativa de la Fundación Círculo de Estudios de Colombia que tiene como objetivo ofrecer tratamiento a las víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado colombiano.

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Derecho de Voz/s

Dentro de las salas de cine, LesGaiCineMad tampoco se limita al programa de sus secciones competitivas. La organización del festival se ha hermanado con Kooz, el primer Queer Film Festival palestino, cuyo trabajo se ha dedicado a explorar las producciones LGTBI en la región. Gracias a esta colaboración, se realizará una sesión especial con el objetivo de ir deconstruyendo los estereotipos islamófobos de género y la propaganda israelí, acusada de instrumentalizar los derechos LGTBI para el lavado de imagen de su ocupación de los territorios palestinos. Será el viernes 4 de noviembre en la Universidad Complutense de Madrid.

“Somos un festival nacido de una ONG que trabaja por la igualdad de derechos de la comunidad LGTBI, Fundación Triángulo, así que lógicamente el festival con un marcado carácter social”, explica Pérez Meliá. “Uno de los ejes de nuestro trabajo en la Fundación es la prevención del VIH. Es algo a lo que parece que se le haya perdido el miedo pero creemos que no se le tiene que perder el respeto y hay que seguir hablando de estos temas y ponerlos sobre la mesa”, añade. En esta línea el festival ha organizado DocuVIHvO! y Cine Positivo, una sesión de documentales con el objetivo de visibilizar y normalizar la situación de las personas seropositivas.

“Nunca hemos sido tan ambiciosos. Es una de las ediciones que se ha levantado con menos dinero, y sin embargo, gracias a nuestros voluntarios que han trabajado más que nunca, esto se ha hecho grande”, cuenta Pérez Meliá, que también empezó siendo voluntario para luego convertirse en director del festival, cargo que ahora ocupa Inma Esteban.

Más de veinte años trabajando por la visibilización

El productor del festival denuncia que todas actividades se levantan muchas veces sin el suficiente apoyo institucional.

“El Ayuntamiento de Madrid no nos ha ayudado económicamente: se han cargado la línea de subvenciones y ayudas a festivales este año. No sabemos muy bien qué ha pasado, pero no habrán sabido gestionar correctamente las ayudas y ninguno de los que se montan en Madrid verán un euro este año”, asegura el productor de LesGaiCineMad. “Es increíble porque tenemos dinero de Rivas o de Getafe pero no de Madrid. Eso sí, la Comunidad de Madrid sí que nos apoya, con poco dinero pero lo hacen”.

Una situación que, según cuenta Pérez Meliá, era peor con el anterior gobierno en el Ayuntamiento. La Administración, al igual que actualmente en materia de concursos públicos, seguía un baremo de puntuación según el cual daba una subvención determinada a cada evento. En el caso de un festival se premiaba la difusión de valores, la inclusión y variedad de su público, la programación en varios idiomas etc… “Pero se ve que la anterior alcaldesa (Ana Botella) no pudo soportar que el festival que más puntos y dinero recibiera fuera uno de temática LGTBI, así que puso un límite de 7.500€ como subvención máxima que en la práctica hacía que tanto los que tenían una puntuación bajísima como los que cumplían los más altos objetivos cobraran lo mismo”, cuenta Meliá.

“Jamás pensamos que llegaríamos a durar tanto”, dice cuando se le recuerda que llevan ya más de veinte años visibilizando a la comunidad LGTBI. De la primera edición en el Cine Bogart en el año 1996 hasta hoy ha llovido mucho. “Por entonces pensábamos que esto era una iniciativa transitoria, que ya no iba a ser necesario en cuestión de años”, explica.

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Imagen del cartel de la 21 Edición de LesGaiCineMad

“Estábamos seguros de que en pocos años uno podría ver en el cine las películas que nosotros programábamos y eso significaba que desapareceríamos gustosamente. Sin embargo veinte años más tarde todavía sigue siendo necesario un festival como el nuestro”, sentencia.

Bisexualidad, ¿promiscuidad u orientación sexual?

El monosexismo sólo concibe la atracción hacia un sexo y postula que la bisexualidad no existe

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El pasado 23 de Septiembre se celebró el día internacional de la bisexualidad, fecha coincidente con la muerte en 1939 del padre del psicoanálisis y primer teórico en estudiarlo, Sigmund Freud. Asimismo, siendo declarado 2016 el año de la visibilidad bisexual en la diversidad, no podía olvidarme de esta identidad tan desconocida y asociada a numerosos mitos y prejuicios.

¿Qué significa ser bisexual?

Desde el colectivo LGTB de Madrid, COGAM, y de la mano de Carlos Castaño Rodríguez, coordinador de su grupo de bisexualidad, se define La bisexualidad como “la capacidad de sentir atracción romántica, afectiva y/o sexual por personas de distinto género/sexo, no necesariamente al mismo tiempo, de la misma manera, en el mismo grado, ni con la misma intensidad”.

“De ahí su invisibilidad, pues es la única orientación sexual que no puede descubrirse fijándonos en el sexo/género de la pareja”, añade Delfina Mieville Manni Delfina Mieville Manni, sexóloga, socióloga y experta en género y derechos humanos.

“Se es bisexual por si mismo, independientemente de con quién tenga relaciones sexuales o afectivas, habiendo tantos matices como bisexuales en el mundo, por este motivo suelen utilizar el término Bisexualidad-es”, afirma Castaño.

En la conocida Escala de Kinsey sobre la conducta sexual, dentro del Informe Kinsey de finales de los años 40 y principio de los 50, el biólogo Alfred Kinsey realizó grandes avances visibilizando la bisexualidad. Sin embargo, este informe se basaba en prácticas que determinaban el comportamiento hetero y homosexual, evidentemente influidas por la época, quedando la bisexualidad como una orientación intermedia.

Por supuesto, hoy no nos sirve este criterio ya que conocemos más de dos orientaciones sexuales y sabemos que las prácticas no determinan la orientación de nuestro deseo. Afortunadamente, cada vez son menos las personas que creen que la penetración anal es exclusiva de la homosexualidad masculina, por ejemplo.

Por suerte, y por el esfuerzo de muchas personas estudiosas de este campo, existen informes sobre esta orientación sexual que esclarecen nuestras dudas y ya no la determinan como un grado intermedio entre estas otras dos orientaciones, sino como una orientación más.

Mitos y creencias sobre las Bisexualidad

Por creencias populares erróneas se identifica esta orientación con seres de deseos sexuales caprichosos, indefinidos y, por tanto, asumen que están pasando por una fase hasta llegar a definirse. Como si la vida sexual del resto de personas, con otras orientaciones, estuviera bien definida en todos los casos o la sexualidad y deseos no pasaran por diversas fases, ni cambiasen, a lo largo de la vida de todos. Por suerte la sexualidad evoluciona, independientemente de la orientación, prácticas o el valor que otorguemos a la misma.

La realidad es que la bisexualidad es muy desconocida, tanto que se han creado incluso nuevos términos para identificar lo que ya existía, según afirman algunos. Perdonen mi ignorancia, pero yo aun tengo mis dudas sobre si la pansexualidad es lo mismo que la bisexualidad, un tipo de bisexualidad o si, por el contrario, es la bisexualidad un subtipo de esta. Y me temo que no soy la única, conociendo la polémica sobre este tema y existiendo diversas líneas de pensamiento al respecto.

Bien es cierto que, el término bisexual puede confundir, pues parece hacer referencia exclusivamente a la orientación binaria, no incluyendo, aparentemente, al resto en su denominación. Sin embargo, desde COGAM, Carlos Castaño, me clarifica que la bisexualidad “no hace referencia sólo a la dicotomía hombres/mujeres, sino que integra la diversidad humana en toda su dimensión. Una persona bisexual tiene la capacidad de sentir atracción hacia otra en un abanico muy amplio de expresión del sexo biológico, género y otras características”.

Y no es extraño que existan tantas confusiones y creencias erróneas sobre la bisexualidad pues no existen modelos sociales que muestren ésta abiertamente, como ocurre con la homosexualidad masculina, y cada vez más con la femenina.“Su invisibilidad no ayuda a que, quien lo desee, pueda sentirse identificado con ese término y orientación”, apunta Castaño.

Otro de los grandes mitos, bastante freudiano, es pensar que todos somos bisexuales en cierto grado. El coordinador del grupo bisex de COGAM, afirma que se es bisexual o no se es.

La doble Bifobia

Las estructuras de poder social, que todos tenemos más o menos interiorizadas, nos afectan a la hora de entender, prejuzgar o castigar determinadas prácticas, orientaciones del deseo o identidades sexuales.

La denominada bifobia, u odio o aversión hacia las personas bisexuales su la diversidad sexual, se ve alimentada principalmente por la estructura del monosexismo, propia de los modelos patriarcales y tradicionales de nuestra cultura. El monosexismo sólo concibe la atracción hacia un sexo o género exclusivamente, y postula que la bisexualidad, por tanto, no existe. “En nuestra cabeza no entraría otro modelo identitario, aunque, curiosamente sí se concibe para estigmatizarlo”, indica Castaño.

Esta supone otra de las dificultades para que se identifiquen como tales las personas bisexuales o lo haga su entorno. Todos hemos recibido esta estructura monosexista desde nuestra infancia y suele costarnos bastante cambiar estos aprendizajes y modelos tan arraigados.

Igualmente se ha asociado a la promiscuidad, pues le “dan a todo” y “les sirve cualquier persona”. En ocasiones hasta se banaliza y se asegura que para ellos es más fácil “pillar” por este motivo, como mucha gente piensa y expresa alegremente, cuando la promiscuidad, el uso que se haga de la sexualidad o lo que se ligue, no depende en absoluto de la orientación, sino de la persona y su idiosincrasia.

A todas esas falacias y actitudes que atacan, marginan o invisibilizan al colectivo bisexual por el hecho de serlo, se le añade la doble bifobia, que supone el “rechazo tanto por parte del colectivo heterosexual, desde la tradicional homofobia, como del homosexual, por su supuesta indefinición y la posible heterofobia existente en algunos casos”, me informa Mieville.

Por estas razones, “sería una de las orientaciones donde las personas que la configuran, se suelen encontrar subjetivamente menos a gusto con su identidad, hasta que la integran”, añade la sexóloga.

Igualmente, para explicar el comportamiento bifóbico, Mieville alude a una posible proyección, sobre la persona bisexual, del propio miedo a la diversidad sexual o a no sentirse definido, generando rabia y sintiendo malestar por la existencia de una identidad integradora y diversa como son las bisexualidad-es.

Para las personas que deseen mayor información, el grupo de bisexualidad coordinado por Carlos Castaño se reúne los segundos y cuartos jueves de cada mes en COGAM.

Sólo cuatro comunidades permiten iniciar el tratamiento a transexuales sin un diagnóstico psiquiátrico

El colectivo, que en la mayoría de regiones debe acreditar disforia de género para empezar la hormonación, reivindica que, como las embarazadas, necesitan control médico pero no están enfermos.

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Navarra, País Vasco, Andalucía, Canarias y la Comunidad de Madrid tienen leyes integrales de Transexualidad.

MADRID.- El primer paso que debe dar un hombre o una mujer transexual para acceder a los tratamientos de reasignación de sexo en España es mentir. En la mayoría de comunidades autónomas, tienen que hacerle creer a un psicólogo que sufren disforia de género, es decir, que, en cierto modo, son enfermos mentales. Sólo Andalucía, Canarias y la Comunidad de Madrid —que cuentan con leyes integrales de Transexualidad— no exigen este diagnóstico médico para empezar la hormonación en la sanidad pública. Catalunya se acaba de sumar a esta lista al trasladar también la gestión del tratamiento a la atención comunitaria.

“Necesitamos apoyo médico, pero no porque estemos enfermos sino porque estamos siguiendo un tratamiento y eso requiere un control. Es lo mismo que sucede con las mujeres embarazadas, que son usuarias de la sanidad pública porque necesitan un seguimiento, no porque estén enfermas”. Así lo resume Mané Fernández, portavoz de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (FELGTB) y responsable de los temas relacionados con Transexualidad y Transgénero. Una visión que, poco a poco, van asumiendo algunos gobiernos autonómicos.

Navarra, País Vasco, Andalucía, Canarias y la Comunidad de Madrid tienen leyes integrales de Transexualidad. Sin embargo, en las dos primeras todavía es necesario el diagnóstico de disforia de género para iniciar el tratamiento de reasignación de sexo. Asturias, Aragón y País Valencià están a punto de aprobar sus normas y todas ellas contemplan la despatologización del modelo de atención al colectivo transexual.

Mané Fernández se vio obligado a iniciar su proceso de hormonación por la sanidad privada a finales de los ochenta. “Antes de que te visitara el endocrino para empezar el tratamiento, tenías que convencer al psicólogo de que eras un enfermo mental. Las preguntas que te hacían estaban condicionadas por el estereotipo social de lo que se consideraba que tenía que ser un hombre —un machote con pasión por el fútbol— y una mujer —una princesita preocupada por la moda—”, recuerda Fernández. En aquellos años, la consulta psicológica costaba unos 60 euros y la hormonación, unos 15 euros al mes.

Las cirujías son una cuestión a parte. En la sanidad privada, las vaginoplastias cuestan 20.000 euros y las faloplastias, unos 35.000, pero no todos los transexuales quieren someterse a estas intervenciones. “Es muy bajo el porcentaje de personas que se someten a ellas porque influyen cuestiones de salud y opciones personales”, apunta Fernández, quien señala, sin embargo, que sí son muy comunes las mastectomías (extirpación de los pechos) y las mamoplastias (implantación de los pechos), que oscilan entre los 3.000 y los 6.000 euros.

Unidades de identidad de género

El hecho de no necesitar el diagnóstico de disforia de género para acceder al tratamiento de reasignación de sexo es un paso adelante en la lucha por los derechos del colectivo transexual, pero lo es aún más que las unidades de identidad de género de los centros hospitalarios dejen de regular el acceso a la hormonación. “Estas unidades son necesarias porque debemos someternos al control médico que exige todo tratamiento, pero a la vez son patologizantes porque los síntomas de depresión y ansiedad que sufrimos a lo largo del proceso no son inherentes a la transexualidad, sino que vienen de fuera, de la presión social que se ejerce sobre nosotros”, confiesa Fernández. Por ese motivo, en Catalunya, los tratamientos de reasignación de sexo dejarán de depender de las unidades de identidad de género y se empezarán a articular a través de la atención primaria y comunitaria con la llamada Unitat Trànsit.

En las antípodas de este modelo está, por ejemplo, la gestión de Castilla y León y Castilla-La Mancha, donde ni siquiera hay unidades de identidad de género y cuyas consejerías de Sanidad derivan a otras comunidades a las personas transexuales que desean la reasignación. “Una trampa”, advierte la FELGTB, porque en muchas ocasiones es un requisito imprescindible estar empadronado en la región donde se lleva a cabo el tratamiento.

Entre ambos extremos se encuentran Galicia, Extremadura, Balears y Murcia, que ya han aprobado leyes de Igualdad LGTBI con apartados dedicados a la transexualidad. La Comunidad de Madrid y Catalunya también tienen una y Andalucía, Aragón, Asturias, Navarra y País Valencià están trabajando en ellas.

El VIH conquistó América desde Haití y Nueva York

La mayor investigación de los genomas virales refuta la identidad del famoso “paciente cero”

El virus de la inmunodeficiencia humana (VIH-1), causante del sida, fue reconocido en California en 1983, pero ni entró por allí en el continente americano ni quien lo propagó fue el famoso “paciente cero”, identificado en la literatura técnica y los medios como el azafato canadiense Gaëtan Dugas. Una innovadora investigación histórica y genómica revela que el virus saltó desde Haití hasta Nueva York en 1970, y que esta ciudad fue el foco central desde el que se propagó la epidemia por América. Y que el virus original no era el que llevaba Dugas.

El evolucionista Michael Worobey, de la Universidad de Arizona, y el historiador de la salud pública Richard McKay, de la Universidad de Cambridge, han logrado reconstruir con una precisión sin precedentes el origen y la propagación del virus en América. El VIH se originó en África en la primera mitad del siglo XX, pero no llegó a la atención pública hasta que fue reconocido como causa del sida en 1983.

La reconstrucción de Worobey y McKay demuestra que el virus llegó de África al Caribe, probablemente a Haití, en los años sesenta; que de allí saltó a Nueva York en 1970, y de esta ciudad no solo a zonas cercanas como Pensilvania y Nueva Jersey, sino también a Georgia y directamente a San Francisco y el resto de California, en el otro extremo de Estados Unidos. Presentan su investigación en la revista Nature.

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El trabajo logra también la rara proeza de limpiar el nombre del azafato canadiense Gaëtan Dugas, muerto de sida en 1984. Ese mismo año, un estudio de los centros de control de enfermedades (CDC) de Atlanta, publicado en el American Journal of Medicine, rastreó muchas de las infecciones iniciales por VIH hasta ese auxiliar de vuelo. El propio Dugas admitió haber tenido unas 2.000 relaciones con distintas personas homosexuales por todo el mundo.

Su trabajo de auxiliar de vuelo, unido a su notable promiscuidad, le convirtieron en un buen candidato a haber introducido el virus en América desde África. Los investigadores del CDC introdujeron esta hipótesis en su artículo técnico. Tuvieron el atino de no publicar su nombre, y lo identificaron solo como “paciente O”. Pero el secreto solo duró tres años. El nombre de Dugas fue publicado por el reportero freelance del San Francisco Chronicle Randy Shilts en un libro de 1987, y a partir de ahí reproducido por varios medios.

Puede que Dugas contribuyera a propagar el virus por el continente, pero desde luego no fue quien lo introdujo allí desde África. El análisis evolutivo de Worobey y McKay demuestra por encima de toda duda razonable que el virus de las muestras de Dugas es de tipo tardío, muy distinto de los primeros que entraron en Nueva York desde el Caribe. El azafato, por tanto, fue una más de las personas que se contagiaron en Nueva York o Georgia a mediados de los setenta. No fue el “paciente cero”. Nadie sabe quién fue el paciente cero.

Para acabar de arreglar este triste malentendido, resulta que aquel “cero” ni siquiera era un cero en la publicación original de los CDC. Era una O. Quería decir Outside of California, fuera de California. Un desastre colectivo. “No hay evidencias ni biológicas ni históricas que apoyen la extendida creencia de que [Dugas] fuera la causa primaria de la epidemia de VIH en Norteamérica”, asegura Worobey.

Los investigadores han partido de más de 2.000 muestras de sangre recogidas de hombres en Estados Unidos en los años setenta, antes de que se supiera lo que era el sida. Ese tipo de muestras, obviamente, no se extrajeron en condiciones adecuadas para analizar los genes de un virus, lo que ha obligado a Worobey y sus colegas a desarrollar unos métodos genómicos muy avanzados, en parte desarrollados específicamente para este estudio.

“Ahora podemos mirar adelante y ver realmente un futuro en el que, incluso si el virus no se elimina por completo, pueda ser reducido hasta que no cause ningún nuevo contagio en amplias zonas del mundo”, dice Worobey. Las técnicas desarrolladas para este trabajo pueden convertirse en unos ensayos ultrasensibles que puedan detectar el virus en la sangre de personas que no son conscientes de haberse infectado recientemente.

LECCIÓN DE HISTORIA

Lo peor del caso de Gaëtan Dugas, el “paciente cero”, no es que haga agua después de haber leído el genoma de su virus VIH, sino que ya la hacía antes. El historiador de la salud pública McKay, uno de los autores del estudio, tiene aquí casi tanto que decir como su coautor, el evolucionista de los virus Worobey. El historiador no solo ha documentado que el cero era en realidad una letra O y que la atribución al auxiliar de vuelo de haber originado la epidemia americana de sida fue más bien obra de un escritor y algunos periódicos que de los laboratorios de referencia mundial en enfermedades infecciosas, los CDC de Atlanta. Hay más.

En su libro And the Band Played On (y la banda siguió tocando), el periodista del San Francisco Chronicle Randy Shilts pintaba a Dugas como un depredador sexual y un peligroso irresponsable, llegando a insinuar lo posibilidad de que hubiera propagado la enfermedad a propósito. Los periodistas que reseñaron el libro completaron la faena culpando al azafato de haber traído el virus desde África, generando una de las pandemias más mortíferas de todos los tiempos.

Pero Dugas no solo fue uno de los pocos afectados de la época que donó sangre para los análisis, sino también de los poquísimos que pudo aportar a los investigadores los nombres del 10% de las parejas sexuales que había tenido en los últimos años. El historiador McKay sospecha que su papel central en la propagación del virus que detectó aquel estudio de 1984 pudo tener mucho que ver con su buena memoria, en un caso claro de sesgo muestral: el que más parejas recuerda consigue más positivos entre ellas.

La rehabilitación del falso paciente cero del virus del sida

Así comenzó la expansión del VIH

Publicado en la revista ‘Nature’

El falso ‘paciente cero’

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Partículas de VIH (amarillo) infectando una célula T NIH

Andrew Beckett, el abogado interpretado por Tom Hanks en Philadelphia, tuvo que enfrentarse al doble estigma que suponía en los años 80 y 90 ser homosexual y tener sida. El desconocimiento y el miedo de la población ante un virus que infectaba cada vez a más gente, que en ese momento moría, hizo que se levantaran muros contra los enfermos. Cuando las personas sienten amenaza tienden a buscar un culpable y en el caso del VIH le tocó a Gaetan Dugas, el conocido como Paciente Cero, sobrenombre que se debió a un error y le llevó a ser uno de los pacientes más demonizados de la historia.

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Durante años Dugas ha sido el chivo expiatorio acusado de transmitir el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) en EEUU y en todo el mundo, a pesar de que la comunidad científica ha insistido varias veces en que era imposible que fuera labor de un solo hombre y de forma tan rápida. Un nuevo estudio que publica la revista Nature demuestra que la denominación Paciente Cero procede de un error al acuñar el término en un estudio realizado a inicios de los 80; que esa persona etiquetada como el primer caso no era en realidad el primero, sino uno de los muchos infectados; y que el virus no llegó a EEUU directamente de África, sino que procedía del Caribe y de ahí saltó a Nueva York, desde donde se extendió amplia y rápidamente por todo el país.

El trabajo conjunto entre Richard McKay, investigador del Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Cambridge, y Michael Worobey, experto en evolución de virus y director del Departamento de Ecología y Biología Evolutiva de la Universidad de Arizona -que lleva años centrado en la elaboración de un árbol filogenético (una especie de árbol genealógico del virus) del VIH presente en EEUU-, permite, además de limpiar el nombre de Dugas, esclarecer los primeros movimientos del virus en territorio estadounidense y entender cómo se mueven los patógenos a través de las poblaciones, lo que puede llevar a detectar antes el virus.

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Fotografía de Gaetan Dugas. EM

¿Pero, quién era Gaetan Dugas y por qué fue señalado como el principal culpable de la epidemia? Dugas era un auxiliar de vuelo de la compañía Air Canadian. Rubio, atlético y con bastante éxito entre los gais. Él mismo confesó que había tenido más de 2.500 compañeros sexuales. Ante los vínculos que se daban entre varios hombres homosexuales y el sida en Los Ángeles, los Centros de Control de Enfermedades (CDC) de EEUU realizaron en el año 82 un estudio en el que preguntaban a esos hombres por el nombre de sus contactos sexuales. Hubo una conexión que se repetía varias veces, aunque se trataba de alguien que no era de California: el caso 057, un empleado de aerolínea que precisamente por su trabajo viajaba mucho. Entre sus contactos sexuales también había hombres de Nueva York.

En el estudio se utilizó un sistema de codificación para identificar a los pacientes donde se indicaba la letra de la ciudad y se numeraba, por ejemplo, LA1 (Los Ángeles 1) o NY2 (Nueva York 2). En el caso 057 se nombró ‘outside of California’ (fuera de California) y se abrevió con la letra ‘o’. El símbolo empezó a interpretarse como un dígito y del Paciente O se pasó al Paciente 0 (Cero). “Cero es una palabra con gran capacidad. Puede no significar nada, pero también puede significar el comienzo absoluto”, explica Richard McKay.

El estudio de Los Ángeles se expandió. Más del 65% de los hombres informaron de más de 1.000 parejas sexuales en su vida, pero la mayoría sólo podía ofrecer unos pocos nombres. La información que proporcionó el caso 057 (Dugas) era la más amplia, hasta 72 nombres de los cerca de 750 contactos que había tenido los tres últimos años. Su característico nombre facilitaba que otros lo recordaran y el mismo año en que se publicó el estudio, 1984, Dugas falleció. Para rematar su fama, el periodista y activista Randy Shilts usó años después esa investigación para escribir su libro sobre la crisis del sida And the Band Played On (Y la banda sigue tocando).

Retrataba a Dugas como una persona con comportamiento promiscuo y arriesgado, aspecto que usó para la promoción ante la prensa. La leyenda hablaba de un hombre atractivo y muy activo en los cuartos oscuros tan de moda en la época que tras mantener relaciones sexuales enseñaba sus lesiones cancerosas (sarcoma de Kaposi) y les decía que tenía el cáncer gay, como se llegó a denominar en los primeros momentos de la enfermedad.

McKay describe la misma expresión Paciente Cero como “infecciosa”. “Con la acuñación accidental del término por parte de los CDC y los instintos narrativos bien afilados de Shilts se consolidó una fórmula infecciosa que se convirtió en la forma que se utilizaría en posteriores epidemias ya que ‘primer caso’ o ‘caso primario’ no tienen el mismo impacto”, asegura McKay. “Culpar a otros, sean extranjeros, pobres…, a menudo sirve para establecer una distancia de seguridad imaginaria entre la mayoría y los grupos o individuos identificados como amenazas”, continúa el investigador, que concluye diciendo que la crisis del sida en EEUU fue la “historia de una difamación” del Paciente Cero y que espera que este estudio haga pensar a periodistas, investigadores y público antes de usar ese término.

Las evidencias para señalar la falacia del Paciente Cero las ha proporcionado una nueva técnica molecular desarrollada por el equipo de Arizona que permite recuperar el material genético de muestras de sangre de más de 40 años y descifrar la secuencia genética del virus. “Para obtener la secuencia genética del VIH necesitas el ARN del virus. Ésta es una molécula extremadamente delicada compuesta por 10.000 nucleótidos y se degrada muy rápidamente”, explica Michael Worobey. Mediante la técnica, que han llamado martillo neumático de ARN, descomponen el genoma humano en trozos diminutos superpuestos y extraen el ARN del virus. “Lo amplificamos con mucho cuidado sin dejar que el ARN de la célula se interponga”, indica Worobey, que comenta que esta técnica podría utilizarse en bioensayos más sensibles para la detección de marcadores de cáncer o virus, entre ellos el Zika.

Los investigadores cribaron más de 2.000 muestras de sangre de 1978 y 1979 -procedentes de estudios más amplios hechos en Nueva York y San Francisco sobre hepatitis B. La técnica permitió recuperar ocho muestras (tres de San Francisco y cinco de Nueva York), aparte de la que se tenía de Dugas. A pesar de ser de las muestras más antiguas de Norteamérica, no pertenecían a las ramas más profundas del árbol filogenético, incluso del subtipo B (el predominante en EEUU). El genoma de Dugas tampoco se situaba al comienzo de ese árbol, sino más en el medio. Es decir, no era el primer caso en EEUU, ni siquiera del subtipo B, ni lo trajo directamente desde África, como también se había dicho como parte de su leyenda negra.

El árbol de evolución del VIH muestra que los genomas de los años 70 y la epidemia de EEUU en su conjunto “están anidados filogenéticamente dentro de la epidemia de subtipo B más antigua y diversa genéticamente de los países del Caribe”, se indica en el estudio. Otros análisis también colocan las secuencias dentro del subtipo B del Caribe de Haití, República Dominicana, Jamaica, Trinidad y Tobago y los inmigrantes haitianos de EEUU (este último uno de los grupos donde más casos se habían detectado en esos primeros años del sida, cuando se conocía como la enfermedad de las cuatro ‘h’ por los colectivos en los que predominó: homosexuales, heroinómanos, hemofílicos y haitianos).

El estudio aclara de forma definitiva y precisa cómo llegó el VIH a América del Norte. El virus se originó, como ya se sabía, en chimpancés de África central en la primera mitad del siglo XX. Saltó al Caribe, con toda probabilidad a Haití, en torno a 1967 y de ahí a Nueva York aproximadamente en 1971. De Nueva York se extendió a San Francisco y otros lugares de California aproximadamente en 1976. La epidemia pasó desapercibida hasta que llegó a Nueva York. “En esta ciudad el virus encontró una población que era como yesca seca”, en palabras de Worobey, lo que propició que el virus se propagara enormemente y de forma muy rápida, superando en infecciones efectivas al Caribe en 1977, aunque aquí había aparecido antes. “Para finales de los 70 el VIH se había diversificado en casi la misma diversidad genética que vemos hoy”, concluye Worobey.

El calvario de las minorías sexuales en Japón

Publicado en Nippon.com por Nagayasu Shibun

 

El juicio a raíz del suicidio de un estudiante de posgrado de la Universidad Hitotsubashi tras revelarse su homosexualidad ha arrojado luz sobre el arraigo de los prejuicios y la discriminación de las minorías sexuales en Japón, a pesar de que se considere que se trata de una sociedad tolerante para con estos grupos. Esta noción se debe en parte a la popularidad de varias personas transgénero en el mundo del entretenimiento.

Sacado del armario por la aplicación de mensajería Line

Un estudiante de Derecho de la Escuela de Posgrado de la Universidad Hitotsubashi se suicidó en agosto de 2015, meses después de que un amigo suyo lo sacara del armario mediante la aplicación de mensajería Line. Un año después, la familia del fallecido presentó, ante un tribunal de distrito de Tokio, una querella contra el centro académico y el joven que reveló su homosexualidad. Según el pedimento a la corte, entre otros documentos –medios de comunicación como el periódico Asahi también informaron al respecto–, en abril de 2015 el estudiante le había confesado a un compañero sus sentimientos hacia él, y este había procedido a contárselo a otros siete amigos en una conversación en grupo en la citada aplicación. La parte demandante exige una indemnización por considerar que la universidad no respondió de la manera adecuada cuando el estudiante acudió a la oficina encargada de atender los casos de acoso para pedir asesoramiento por el daño psicológico que le había infligido su compañero, y a este último por ser el autor de dichos daños. A raíz de estos hechos, la redacción de Nippon.com le pidió al autor de este artículo que escribiera sobre la aceptación de las minorías sexuales en Japón, quizás porque este es abiertamente homosexual y trata la cuestión como parte de su actividad profesional.

La tolerancia para con las minorías sexuales en Japón: una concepción errónea

Al hablar de discriminación en Japón, se dice con frecuencia que el país es tolerante para con las minorías sexuales. Por lo que respecta a la homosexualidad, desde la Edad Media se habla del amor por los jóvenes que profesaban los samuráis y los monjes budistas, que se tilda de práctica. Además, es bien conocida la relación que existía entre el shogún Ashikaga Yoshimitsu (1358-1408) y el afamado actor de nō Kanze Motokiyo (1363-1443), así como entre el señor feudal Oda Nobunaga (1534-1582) y su vasallo Mori Ranmaru (1565-1582). En estos casos se utilizaba el término danshoku, que podría traducirse como “sodomía” o “pederastia”. En tiempos modernos, en el período Edo (1603-1868), el poeta Ihara Saikaku (1642-1693) escribió sobre la práctica de la sodomía entre las clases populares. En cuanto a las personas transgénero, la caracterización como individuos del sexo opuesto no resulta extraña en Japón: los actores de teatro kabuki que interpretan papeles de mujer y las actrices de la compañía teatral Takarazuka que se visten de hombre son ejemplos representativos. Además, es frecuente ver a hombres “convertidos” en mujeres y viceversa en festivales y otros acontecimientos fuera de la vida cotidiana.

En la actualidad, personajes como la drag queen Matsuko Deluxe y la transgénero Haruna Ai gozan de gran popularidad, con apariciones en programas de variedades y anuncios publicitarios. Además, novelas y cómics estetas cuya historia gira en torno a las relaciones homosexuales entre hombres –género conocido como BL o Boys Love­– ven aumentar su fama, incluso en el extranjero, como manifestaciones de la faceta más moderna de la cultura japonesa. Por otro lado, se señala también que el amor entre personas del mismo sexo no es motivo de violencia ni castigado por la ley en Japón; a este respecto, tampoco existen tabúes similares a los de religiones como la cristiana y la musulmana.

Por este motivo, se cree que las minorías sexuales no están discriminadas en el país, y que los japoneses las aceptan, pero hay quienes cuestionan la veracidad de esta afirmación, dado que solo se tiene en cuenta un aspecto de la cuestión.

Minorías sexuales: un aborrecimiento que abarca del ridículo a la ignorancia

¿Qué ocurre en Japón cuando una persona hace pública su homosexualidad o su condición de transgénero? Se la considera anormal; se la ridiculiza; se la aborrece; es blanco de la violencia; además, se la ignora.

Hasta 1991, en el Kōjien, el diccionario por excelencia de la lengua japonesa, se describía la homosexualidad como una conducta sexual anormal. Además, la Sociedad Japonesa de Psiquiatría y Neurología, una entidad de renombre en su ámbito, no dejó de considerarla un trastorno mental, teniendo en cuenta los criterios de diagnóstico internacionales, hasta 1995. Sin embargo, no puede decirse que la noción de perversión que se tiene de las relaciones carnales entre personas del mismo sexo, que data de la era Taishō (1912-1926), haya desaparecido completamente entre la opinión pública.

En Japón la respuesta generalizada al surgimiento de fenómenos y personajes relacionados con las minorías sexuales es, por “compromiso”, un chiste ridículo, quizás porque ridiculizar en grupo a estas personas se convierte en una prueba de que no se es una de ellas. Los programas de espectáculos y entretenimiento, representativos de la televisión, se encargan de reproducirlos, y las bromas se van repitiendo en diversas comunidades: en los centros escolares, los lugares de trabajo… Sin embargo, en el momento en que se tiene consciencia de que las personas objeto de burla no viven solo en televisión, sino que son reales y forman parte del entorno de uno, las minorías sexuales de carne y hueso tienden a ser blanco de aborrecimiento y aversión.

El rechazo en los lugares de trabajo

Según datos publicados en noviembre de 2015 por el Instituto Nacional de Investigación sobre Población y Seguridad Social, adscrito al Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar, y por un grupo de investigadores de universidades, entre otros, a la pregunta de qué pasaría si una persona de su entorno fuera homosexual, el 39 % de quienes respondieron dijo que no le gustaría –o que no le gustaría hasta cierto grado– si se tratara de alguien de su vecindario; esta fue también la respuesta del 42 % si fuera un compañero de trabajo; y del 72 % en el caso de un hijo o una hija. Más del 70 % de los hombres con edades comprendidas entre los 40 y los 49 años dedicados a puestos de gestión manifestó que sentiría repulsa si un compañero de trabajo fuera gay.

Además, en agosto de 2016, la Federación de Sindicatos de Trabajadores de Japón, el organismo central de los sindicatos en el país, divulgó los resultados de un estudio según el cual una de cada tres personas siente rechazo hacia la presencia de homosexuales o bisexuales en su lugar de trabajo. Este rechazo se traduce en diversos tipos de acoso, e incluso en violencia. En el año 2000, varios jóvenes y mayores de edad atacaron, e incluso asesinaron, a homosexuales en el parque de Shin-Kiba, en Tokio. Durante el juicio, los autores de los hechos contaron que las agresiones contra estas personas no se denuncian ante la policía. Tras esta actitud reside el hecho de que las minorías sexuales no se consideran un problema de la humanidad en su conjunto, sino una mera cuestión de una decisión personal respecto a lo que ocurre entre las sábanas. La existencia de las minorías sexuales es un tema del que se habla en voz baja; las leyes y el sistema las ignoran. En los centros escolares, en los lugares de trabajo y en los hogares, la tónica reinante es su inexistencia.

La demanda de 1991 por la negativa del Gobierno Metropolitano de Tokio a que un grupo de homosexuales se alojara en la Casa de la Juventud de Fuchū se tradujo en el primer juicio en Japón en el que se cuestionaban los derechos humanos de estas personas y arrojó luz sobre cómo la sociedad las ignora. Seis años después, el Tribunal Superior de Tokio dictaminó que la Administración debe tener en consideración a la minoría homosexual y tratarla con sumo cuidado, y que no se puede permitir un trato sin interés ni conocimiento por parte de quienes ejercen el poder público. Sin embargo, 20 años después de todo esto, no existe todavía una ley sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, ni para la protección de sus derechos humanos.

Superando el aislamiento y la exclusión sociales

Si se analizan aspectos como la percepción de anormalidad, la ridiculización, el aborrecimiento y la ignorancia, se constata que es totalmente erróneo decir que Japón es un país tolerante para con las minorías sexuales. En la mayoría de los casos, estas personas ocultan férreamente su condición y viven el día a día temiendo la reacción de su entorno. El apoyo por parte de la sociedad es escaso; apenas existen recursos para la asistencia. Perduran el aislamiento y la exclusión sociales, y son muchas las personas que se plantean el suicidio como opción.

En una sociedad como la japonesa, con peculiaridades como las mencionadas, cabe pensar que el estudiante de la Universidad Hitotsubashi se vio empujado hacia el suicidio tras haberse revelado, por un descuido, su homosexualidad y ante las sucesivas respuestas inadecuadas de aquellos a quienes acudió en busca de consejo.

No obstante, nos llegan algunas noticias buenas: la sociedad comienza a actuar, e incluso se puede hablar de un auge del movimiento LGTB (lesbianas, gais, transexuales y bisexuales), con medidas como la creación, por parte de varias autoridades locales, de un certificado que equipara las uniones entre personas del mismo sexo al matrimonio, al igual que los cambios que han realizado algunas firmas al conocer esta medida. En las elecciones locales de 2015, así como en los comicios al Senado, celebrados un año después, se notó una mayor presencia de candidatos y partidos que hablaban de mejoras en los derechos humanos de las minorías sexuales. Cabe pensar que en la sesión extraordinaria de la Dieta, en el tercer trimestre de 2016, estará presente, en cierta medida, la cuestión de una legislación para la protección de los derechos humanos de estas personas. No obstante, lo más importante es, al fin y al cabo, la tranquilidad que inspira el que haya aumentado el número de individuos de estos grupos que se enfrentan a la discriminación y los prejuicios y han comenzado a moverse en este sentido.

Está claro que el optimismo no tiene cabida aquí, pero con estas acciones, pueden desaparecer las malinterpretaciones y los prejuicios también entre la población, y es posible esperar que se vaya extendiendo la noción de que la presencia de las minorías sexuales en los lugares de trabajo, los centros escolares, las comunidades y los hogares es algo natural en una proporción determinada, así como las oportunidades de interactuar con estas personas en la vida diaria. Quizás todo esto pueda ayudar al descanso del alma del estudiante que se vio empujado hacia la muerte sin quererla.

(Traducción al español del original en japonés del 21 de septiembre de 2016)

Imagen de la cabecera: Participantes en el Tokyo Rainbow Pride 2016. El 8 de mayo de 2016, 5.000 personas, entre miembros de minorías sexuales y quienes los apoyan, desfilaron por el distrito tokiota de Shibuya a favor de la diversidad de la vida y de la sexualidad (Jiji Press).

Escribano, escritor y editor freelance nacido en la prefectura de Ehime en 1966. Se gradúa en Literatura China por la Universidad de Tokio. Tras trabajar en una editorial dedicada a las humanidades y los libros de texto, en 2001 se hace autónomo. Además de participar en actividades de la comunidad gay, en su faceta de escritor aborda temas como el problema de las personas portadoras del VIH y la vejez de los homosexuales. En 2013 obtiene la licencia para ejercer de escribano y crea su propia notaría en Higashi-Nakano, en Tokio, a través de la cual brinda asistencia a las minorías sexuales. En ese mismo año, funda también la organización sin fines lucrativos Purple Hands, de la que es secretario general. Entre sus obras, destacan Futari de Anshinshite Saigomade Kurasu tame no Hon (El libro para llevar una vida en pareja con tranquilidad hasta el final; editorial Tarōjirō, 2015) y Dōsei Partner Seikatsu Dokuhon (Libro de lecturas sobre la vida en una pareja homosexual; editorial Ryokufū, 2009).

En desagravio de Turing y otros homosexuales

Reino Unido indulta a 65.000 condenados por “conductas indecentes” pero muchos supervivientes no quieren perdón sino reparación

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Alan Turing, reivindicado en una manifestación celebrada en Manchester en 2015. JOEL GOODMAN

Alan Turing era un genio de las matemáticas. Sus conocimientos contribuyeron de forma decisiva al salto científico que más tarde permitiría la revolución de la informática y fue considerado un héroe nacional por haber logrado descifrar el código Enigma que los nazis utilizaban en sus comunicaciones secretas, lo que contribuyó decisivamente a la victoria de los aliados en la II Guerra Mundial. Pero todo eso no le sirvió de nada ni pudo impedir que, unos años después, en 1952, fuera condenado por atentar contra la moral pública por mantener relaciones con otro hombre de 19 años. La sanción penal resultó devastadora para Turing. Se sometió a castración química para eludir la cárcel, pero su vida estaba destrozada. Apenas dos años después se suicidó mordiendo una manzana impregnada de cianuro.

Ahora, una ley lleva su nombre, pero no es una ley de la física, sino un hito jurídico destinado a restablecer el honor y reparar la memoria de los más de 65.000 británicos que se estima que fueron condenados bajo las ominosas leyes de la decencia moral por mantener relaciones con personas del mismo sexo. Para desgracia de miles de homosexuales, este tipo de relaciones siguen penalizadas en numerosos países, la mayoría de ellos musulmanes, pero en Reino Unido seguía abierta una herida que ahora se quiere suturar de forma definitiva con una ley impulsada por el diputado liberal demócrata John Sharkey, tras una campaña que reunió 640.000 firmas y fue apoyada por renombrados científicos y personalidades de la cultura.

Todo empezó cuando en diciembre de 2013 la reina Isabel II firmó un indulto a título póstumo para reparar la memoria y los tormentos de Alan Turing. El gesto era justo y necesario, pero ¿por qué solo Turing y no los otros miles de condenados, muchos de ellos anónimos y sin relevancia pública, que también fueron sentenciados por mantener “relaciones indecentes”? Turing hubiera estado de acuerdo. Como ha ocurrido en otros países, la despenalización aprobada en 1967 no incluía la reparación de los casos juzgados. Unos 50.000 condenados están ya muertos, de modo que la reparación es más bien simbólica. Se les cancelarán los antecedentes penales y su historial cívico quedará limpio. Pero se estima que otros 15.000 siguen con vida y en este caso, aunque la reparación incluye la supresión de antecedentes penales, la forma de hacerlo no ha satisfecho a todos.

Al contrario. La figura del indulto implica de algún modo reconocer una culpabilidad por una conducta que, de acuerdo con la nueva sensibilidad social y la correspondiente realidad jurídica, no es merecedora de sanción. No se trata, pues, de pedir perdón. Además, el procedimiento previsto obliga a cada condenado a solicitar la revisión formal de su expediente a las autoridades gubernativas. Es cierto que en algunos casos podían concurrir otras conductas que aún son delito, como mantener relaciones con menores, pero eso podría haberse subsanado de otra forma, sin necesidad de que cada afectado tenga que pedir el indulto en un procedimiento que puede ser enrevesado y oneroso.

El demonio que acecha a los homosexuales (y del que nadie habla)

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Imagen de archivo de una concentración homosexual EFE

Hacía tres años que no me encontraba con mi primer novio, digamos que se llama Steven. En junio, cuando entró al pub de Brixton, me quedé impresionado. Cuando lo conocí, hace diez años, le gustaba practicar deportes y era un poco maniático de la salud. Más allá de alguna que otra típica borrachera estudiantil, mantenía bastante su compostura. El Steven de ahora tenía las pupilas dilatadas, marcas rojas en los brazos, y hablaba como un loco moviendo la cabeza de un lado a otro de forma errática. Se había hecho adicto a la metanfetamina y abusaba del alcohol y de otras drogas.

La historia de Steven dice mucho sobre la silenciosa crisis de salud que afecta a los hombres homosexuales. En general, la frase “crisis de salud” vinculada con la palabra “gay” remite a la catástrofe del VIH que causó estragos en la comunidad homosexual y bisexual durante los años ochenta. En el mundo desarrollado y aunque el tratamiento pueda provocar problemas de salud, el VIH ya no significa una sentencia de muerte.

En el Reino Unido, se calcula que unos 6.500 hombres que mantienen relaciones sexuales con otros hombres viven con infecciones no diagnosticadas. Una amenaza mucho mayor es la angustia, natural en una sociedad plagada de homofobia, cuya consecuencia directa es el abuso de alcohol y drogas.

Steven lleva 66 días limpio. Ha aceptado el tratamiento con entusiasmo y es uno de los voluntarios en su grupo de apoyo local. ¿Pero por qué, igual que tantos otros hombres homosexuales, sucumbió Steven a las adicciones?

Steven tenía solo 15 años cuando se declaró homosexual. Sus padres lo llevaron a una pseudoclínica dirigida por fundamentalistas cristianos para curar su homosexualidad. No lo recuerda con resentimiento. “Sé que me aman y que hicieron todo lo que pudieron”, dice Steven. “No sabían qué era lo que necesitaba, así que se fijaron en su propia experiencia: vivían en una cultura que dictaba que si eras homosexual era una desgracia. Además de quedarte solo contraerías sida y tendrías muchas dificultades para vivir. Mis padres sentían que realmente estaban tratando de ayudarme”.

Pero el problema iba mucho más allá de su familia. En los primeros años del nuevo milenio, el que se declaraba homosexual durante la adolescencia se exponía, casi sin excepción, a sufrir acoso escolar, a quedarse sin personas que le sirvieran como modelo y a sufrir la intensificación del discurso homófobo en los medios. “Al sumarlo todo, el resultado fue que me quedé aislado y pensando que el problema era yo”. La internalización de ese tipo de vergüenza a tan temprana edad deja daños que tardan mucho en curarse y sirve para comprender la difícil situación que atraviesa Steven en la actualidad.

Matthew Todd, exeditor de la revista Attitude, abordó el tema en su magnífico, y perturbador, libro Straight Jacket, publicado recientemente. Todd identifica una serie de problemas que la mayoría de hombres gays, si fueran honestos, podrán reconocer: “Niveles desproporcionadamente altos de depresión, daño autoinfligido y suicidio; no son infrecuentes los problemas de intimidad emocional… y en la actualidad hay una pequeña pero significativa subcultura de hombres que consumen, algunos hasta inyectándoselas, drogas muy peligrosas. A pesar de que los centinelas de la maquinaria de relaciones públicas homosexuales las tratan de simple histeria, son drogas que están causando la muerte de muchas personas”. En su libro, Todd menciona una preocupante lista de amigos, conocidos y famosos miembros de la comunidad homosexual que lucharon contra las adicciones y terminaron quitándose la vida.

Las estadísticas son realmente alarmantes. Según un informe de Stonewall, en 2014, el 52% de los jóvenes de la comunidad LGTB dijo que en algún momento se había provocado heridas; un impactante 44% había considerado quitarse la vida; y un 42% había buscado ayuda médica para tratar la angustia. Con frecuencia, el uso indebido de alcohol y drogas es una forma nefasta de automedicación para enfrentar la angustia subyacente. Según un estudio reciente de la Fundación LGTB, el consumo de drogas en el colectivo LGTB es siete veces mayor que el de la población general; el exceso de alcohol es el doble de común entre hombres homosexuales y bisexuales; y la dependencia de sustancias es marcadamente más alta.

¿Por qué pasa esto? Según Todd, “es una vergüenza que nos impusieron desde niños y a la que estamos sometidos culturalmente”.

El problema que tienen los homosexuales no es su sexualidad, sino la actitud de la sociedad ante ésta. “Nuestra experiencia ha sido crecer en una sociedad que todavía no acepta del todo que las personas puedan ser otras cosas además de heterosexuales y cisgénero (persona que se identifica con el género que le asignaron al nacer)”.

Aún se siente el peso de siglos de odio e intolerancia y la discriminación legalizada, hasta hace poco vigente.

Todos los hombres homosexuales y bisexuales, así como las mujeres y las personas transgénero, crecen en medio de la violencia homofóbica y transfóbica. La palabra “gay” se usa en los patios de juego como sinónimo de todo lo malo.

En su mayoría, las películas y los programas de televisión no han tenido personajes LGTB bien definidos, que causen empatía. Muchas veces recurren a los vulgares clichés homófobos. En casi cualquier lugar público, la imposibilidad de andar de la mano con alguien a quien amas sirve como un amargo recordatorio de que una gran parte de la población aún te margina. Declararse homosexual, un proceso que no sucede una vez, sino que se repite hasta el cansancio en diferentes contextos, implica un constante estrés. Para los que creen que inevitablemente todo está mejorando, un dato alarmante: desde el referéndum del Brexit, los delitos por homofobia aumentaron un 147%.

La sociedad ha dañado (y sigue dañando) a la comunidad LGTB. Y eso no es exagerar lo que está sucediendo (me enfoco en mi experiencia personal como homosexual): ser homosexual no significa estar en un estado miserable. Como dice Todd, hay una gran cantidad de personas homosexuales satisfechas y exitosas y, en los últimos tiempos, ha habido avances extraordinarios, como el matrimonio igualitario.

Para la gran mayoría del colectivo LGTB, declararse homosexual es como salir a respirar: la alternativa es mucho más deprimente. Pero esta es una crisis de salud de la que no se habla demasiado: la combinación nociva de angustia con abuso de drogas y alcohol.

Es una crisis por la que no se está haciendo nada. A pesar de las promesas del gobierno de garantizar con la misma eficacia los servicios de salud física y los de salud mental, la organización británica de salud mental MIND informó el año pasado de que la financiación de los servicios de salud mental se había recortado un 8% desde 2010. Según la ONG King’s Fund, los recortes contribuyeron a “generalizar la evidencia de una atención de mala calidad”. En particular, un gran número de servicios para LGTB han quedado devastados: como lo señaló la federación de sindicatos TUC en 2014, los servicios “ya estaban trabajando con un presupuesto ajustado. Algunos sufrieron recortes de hasta un 50%”.

Por culpa de la vergüenza internalizada, a menudo la comunidad LGTB tiene dificultades para hablar con una sola voz de los problemas que enfrenta. Siempre existe el peligro de reforzar los estereotipos perjudiciales que ya han causado tanta angustia. Pero debemos enfrentar la crisis que está perjudicando a la salud y cobrándose vidas. Además, la sociedad tiene que asumir su responsabilidad: su constante negativa a tratar a la comunidad LGTB como iguales es la causa de tanto dolor. Si el Gobierno de Theresa May realmente quiere demostrar que es algo más que una banda que hace versiones del Ukip, tal vez deba tomar en serio este asunto y reconsiderar los recortes de David Cameron. La vida de la comunidad LGTB depende de ello.

Traducido por Francisco de Zárate

CORRECCIÓN: En la primera versión de este artículo había un error de traducción en la que se decía “el problema que tienen los homosexuales no es su sexualidad, sino cómo ve la sociedad esa elección”. La traducción correcta es: “El problema que tienen los homosexuales no es su sexualidad, sino la actitud de la sociedad respecto a ésta”.