Marruecos absuelve a las dos menores juzgadas por darse un beso

Bandera, tela de la homosexualidad, orgullo gay, lesbianas y transexuales. Horizontal

Las dos menores que se dieron un beso y fueron juzgadas por homosexualidad han sido absueltas por el juez de Primera Instancia de Marrakech, en el sur de Marruecos, quien ordenó este viernes que sean entregadas a sus padres sin ningún cargo. Los familiares de las dos chicas serán obligados a pagar las costas judiciales de un caso que ha despertado el interés de ONG defensoras de los derechos humanos y de las minorías sexuales y en el que por primera vez se juzgó a mujeres ya que casi todos los casos de homosexuales son procesos contra hombres en Marruecos.

La directora ejecutiva del grupo Human Rights Watch (HRW) para Norte de África y Oriente Medio, Sarah Leah Whitson, expresó su esperanza de que este veredicto represente el final de “una prueba” que las dos adolescentes no deberían haber vivido. “Este caso demuestra de nuevo por qué las autoridades marroquíes deben abolir el artículo 489 (del Código Penal) que criminaliza la homosexualidad”, dijo Whitson nada más conocerse la sentencia.

Pero la organización HRW subrayó también el carácter “contradictorio” de la sentencia, pues el juez dice que las menores deben ser entregadas a sus familias “para reformar su comportamiento”, lo que significa que las chicas cometieron una falta y que la homosexualidad sigue siendo una anomalía. También el representante de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), Omar Arbib, pidió la despenalización de la homosexualidad y consideró “positiva” la sentencia de hoy.

El artículo 489 castiga con penas de hasta tres años de cárcel la “comisión de actos contra natura con individuos del mismo sexo”. A pesar de las peticiones de varias ONG para abolirlo, la clase política de Marruecos, y la sociedad, están todavía lejos de este debate.

Reforma del código penal

La mayoría de los partidos presentes en el parlamento, desde los islamistas del Partido Justicia y Desarrollo (PJD) hasta los nacionalistas del Istiqlal, no han mostrado la menor disposición a abordar un tema que prefieren evitar. En el anterior Gobierno marroquí encabezado por el PJD, el ministro de Justicia, el islamista Mustafa Ramid, presentó en abril de 2015 una propuesta de reforma del Código Penal que no incluyó ningún artículo relacionado con las libertades individuales, como la despenalización de la homosexualidad ni de las relaciones extramaritales o infringir en público el ayuno obligatorio en ramadán.

Aquella reforma desató la indignación de varias ONG izquierdistas, ante las cuales Ramid fue tajante al sentenciar que no aceptará ninguna enmienda que “atente contra la base de la conciencia de la sociedad y contra el carácter islámico del Estado”. Más allá de la política, la propia sociedad marroquí es reticente a cualquier tema relacionado con los homosexuales. Una encuesta del centro de estudios africano, Afrobarómetro, realizado entre 2014 y 2015 reveló que en Marruecos solo un 16% de los encuestados aceptaría tener como vecino a un homosexual.

Pese al clima hostil, esto no ha impedido que el activismo de la comunidad gay en Marruecos haya adquirido más visibilidad en los últimos tiempos. En la audiencia de las dos lesbianas de Marrakech llamó la atención la presencia de militantes del colectivo Aswat (Voces) o Akaliat (minorías), dos formaciones que defienden los derechos de los homosexuales y que hasta hace poco actuaban sin dar la cara.

Akaliat decidió dar un paso adelante y constituirse en una asociación que se destinará a defender el derecho de las minorías sexuales y religiosas en Marruecos, aunque parece improbable que las autoridades acceden a sus pretensiones

Marruecos libera a las dos jóvenes encarceladas por besarse

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Activistas marroquíes participan en un homenaje a las víctimas del tiroteo de un club gay en Orlando, el pasado junio en Rabat. FADEL SENNA GETTY IMAGES

Las chicas fueron denunciadas a la policía por una persona de su entorno. Su abogado cree que el caso se desactivará por la presión internacional

Las dos jóvenes de 16 y 17 años detenidas en Marrakech el pasado 27 de octubre por besarse salieron de prisión el jueves bajo libertad condicional. No se han retirado los cargos contra ellas, que podrían enfrentarse a una pena de hasta tres años y multas de hasta 100 euros, según la ley marroquí, que castiga las relaciones entre personas del mismo sexo. Sin embargo, su juicio, previsto para este viernes, se ha retrasado hasta el próximo 25 de noviembre. Las dos menores fueron conducidas ante la policía por una persona próxima a la familia de una de ellas cuando las sorprendió dándose un beso en su casa, según explica Nidal Azhary, fundadora y presidenta de la Unión Feminista Libre.

Youssef Chehbi, el abogado de Casablanca contratado por la asociación Unión Feminista Libre (UFL) para las jóvenes, cree que la liberación de las menores y el retraso de la vista significa que la justicia da marcha atrás en el caso. “[Las autoridades] se han dado cuenta de que con los cientos de periodistas que van a venir a Marrakech para cubrir la cumbre climática, el COP22, que comienza el próximo lunes el escándalo internacional podría ser enorme”, declaró a este diario en conversación telefónica Youssef Chehbi, que califica la detención de las menores como “absurda, aberrante, indigna y grotesca”.

“La persona próxima de la familia de una de ellas que las sorprendió dándose un simple beso y las condujo ante la policía, como si fueran judías durante la II Guerra Mundial, es imbécil. Y el policía que tramitó la denuncia es otro imbécil. Antes que nada tendrían que haber pensado en la reputación de las chicas”, dice Chehbi. “Al menos”, continúa el abogado, “la próxima vez que suceda un caso semejante espero que el policía convenza al delator de que esas chicas no han hecho mal a nadie y no tiene ningún sentido denunciarlas”.

Nidal Azhary asegura que las dos adolescentes se encuentran muy fatigadas, aunque en buen estado. “La experiencia dentro de la cárcel para ellas solo puede ser traumática. Una de ellas se negó incluso a comer y a beber. Las dos son menores y han sido llevadas a una cárcel y no a un centro para jóvenes”, explica.

Para Azhary, lo más importante a partir de ahora es que el veredicto sea favorable y las declaren inocentes. “Porque ellas no han cometido ningún crimen; son jóvenes, no podemos tratar así a nuestra gente”. La presidenta de la Unión Feminista Libre asegura que su trabajo en la defensa de las dos adolescentes continuará hasta el día de la audiencia e incluso después. “La criminalización de la homosexualidad es una vergüenza en estos días. Nuestro Código Penal tiene que evolucionar”. Marruecos es uno de los 75 países del mundo que todavía castigan las relaciones entre personas del mismo sexo.

La escritora francomarroquí Leila Slimani, quién ganó el jueves del Premio Goncourt, el más prestigioso de las letras francesas, declaró el viernes en la emisora France Inter: “La legislación de Marruecos es completamente medieval, desconectada de la realidad. Hay normas que prohíben las relaciones sexuales fuera del matrimonio, que prohíben la homosexualidad, castigan el adulterio”.

“No hay que ser hipócritas”, añadió Slimani, “todo el mundo sabe que hay marroquíes que llevan una vida fuera del matrimonio y que existen homosexuales. Y mantenemos esa dicotomía porque eso le conviene al sistema. Yo creo que ya es hora de que los ciudadanos se rebelen contra esto, que no tiene ninguna relación con la religión (…) Es una cuestión de derechos del hombre, de derechos sexuales, de la dignidad y, en particular, de la dignidad del cuerpo de la mujer”.

En Marruecos, el artículo 489 del Código Penal, contempla penas de seis meses a tres años y multas de entre 20 y 100 euros para quienes cometan “actos licenciosos y contra natura con personas del mismo sexo”. En abril de 2015, dos hombres fueron condenados a seis meses de prisión por besarse en uno de los monumentos más emblemáticos de Rabat y del país. Y el pasado marzo dos hombres que yacían en la misma cama en el municipio de Beni Melal, en el centro de Marruecos, fueron agredidos por varios vecinos que los sacaron a golpes de su casa, los exhibieron en la calle y difundieron en Internet las imágenes grabadas por sus teléfonos.

Dos chicas menores de edad serán juzgadas en Marruecos por ser homosexuales

La pareja fue detenida después de que uno de los familiares tomara fotos de ellas besándose. La Asociación Marroquí de Derechos Humanos considera “un escándalo” que se juzgue a una persona por su orientación sexual.

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http://www.publico.es/internacional/chicas-menores-edad-seran-juzgadas.html

RABAT. – Dos adolescentes marroquíes serán juzgadas en la ciudad de Marrakech, al sur de Marruecos, acusadas de homosexualidad tras haber sido fotografiadas por el familiar de una de ellas, ha informado este miércoles la rama local de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH).

Las dos menores, de 16 y 17 años de edad, comparecerán en una primera audiencia ante el Tribunal de Primera Instancia de Marrakech el próximo viernes, ha explicado la nota.

Las dos menores fueron detenidas el pasado 28 de octubre después de que un familiar de una de ellas las fotografiase desde la azotea de un edificio en el barrio de Hay Mohamadien Marrakech mientras se estaban besando y las denunciase ante la policía.

El representante de la AMDH Omar Arbib denunció que es un escándalo que “se juzgue a cualquier persona por sus orientaciones sexuales” y llamó a la puesta en libertad de las dos jóvenes.

En Marruecos, la homosexualidad está expresamente castigada con hasta tres años de cárcel por el Código Penal en su artículo 489, que persigue la “comisión de actos contra natura con individuos del mismo sexo”.

A pesar de que varias ONGs nacionales e internacionales llamaron a su despenalización, la homosexualidad sufre de una gran reprobación social. La persecución contra los hombres homosexuales es relativamente frecuente, pero los casos contra lesbianas son todavía rarísimos en Marruecos.

El Gobierno marroquí, encabezado por el islamista Partido Justicia y Desarrollo (PJD), ha excluido de la actual reforma del Código Penal los artículos más polémicos que tienen que ver con las libertades individuales y sexuales, como los que castigan la homosexualidad, el adulterio y las relaciones extramaritales.

Detenidas dos adolescentes en Marrakech por darse un beso

Marruecos castiga las relaciones entre personas del mismo sexo. Las menores, de 16 y 17 años, fueron delatadas por alguien de su entorno

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Activistas marroquíes participan en un homenaje a las víctimas del tiroteo de un club gay en Orlando, el pasado junio en Rabat. FADEL SENNA AFP

Dos adolescentes, de 16 y 17 años (S. Sh y H. B) fueron detenidas este jueves en Marrakech por besarse. Son las últimas víctimas del artículo 489 del Código Penal, que sanciona “los actos licenciosos y contra natura con personas del mismo sexo” con penas de seis meses a tres años y multas de entre 20 y 100 euros.

Una persona del entorno de una de las menores las condujo hacia un puesto de policía y fueron arrestadas de inmediato, según reveló la madre de H.B. a la Unión Feminista Libre, de Marruecos. La mayor fue transferida a la prisión local de Boulahjaraz y la otra a un centro de menores.

En abril de 2015, dos hombres fueron condenados a seis meses de prisión por besarse en la explanada de la Tour Hassan, uno de los monumentos más emblemáticos del país. Y el pasado marzo dos hombres que yacían en la misma cama en el municipio de Beni Melal, en el centro de Marruecos, fueron agredidos por varios vecinos que entraron en la casa, los sacaron a golpes, los exhibieron en la calle y difundieron en Internet las imágenes grabadas por sus teléfonos.

A raíz de la agresión, el escritor marroquí Abdellah Taïa, que se convirtió en 2006 en el primer marroquí en revelar en público su condición de homosexual y vive en París, escribió: “Lo que más me inquieta y entristece es el silencio ensordecedor de los responsables políticos marroquíes. Al evitar la condena de las agresiones homófobas las animan, de hecho, provocan un sentimiento de abandono en los jóvenes marroquíes y les envían la idea de que no están protegidos”.

El caso de Marruecos no es único, las relaciones homosexuales son todavía delito en 75 países del mundo; en siete de ellos —Mauritania, Afganistán, Pakistán, Qatar, Emiratos Árabes (aunque no se han registrado casos) y algunas regiones de Somalia y Nigeria— la condena puede ser a muerte.

Dos adolescentes serán juzgadas por darse un beso en Marruecos

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Un beso en la boca en un lugar privado. Ese es el delito al que se enfrentan dos adolescentes marroquíes, de 16 y 17 años, después de ser descubiertas por una “persona cercana” a una de las chicas en su hogar de Marrakech, una de las principales ciudades y más turísticas de Marruecos.

De acuerdo con un comunicado enviado por la Unión Feminista Libre, que lucha por los derechos de las mujeres en el reino, las dos chicas fueron conducidas a la comisaría e inmediatamente detenidas por “homosexualidad”. Y es que según afirma Omar Arbib, responsable de la sección de Marrakech de la Asociación Marroquí de los Derechos Humanos (AMDH, por sus siglas en francés), al medioLe360 “la persona allegada les habría hecho una foto y enseñado posteriormente a los padres de una de ellas. Son ellos quienes han denunciado” a las autoridades.

Ambas se enfrentan al tan discutido y detestado, por una parte de la sociedad, artículo 489 del código penal marroquí que condena las relaciones entre dos personas del mismo sexo. En dos días tendrán que presentarse en el tribunal de primera instancia de Marrakech y podrían enfrentarse a una pena de entre seis meses y tres años de prisión y a una multa de entre 120 dirhams (11 euros) a 1.200 dirhams (110 euros).

“Los homosexuales no tienen ningún derecho en Marruecos. Les cierran la boca, tienen que esconder lo que son o dejar el país”, afirma a EL MUNDO Hicham Tahir, escritor marroquí y uno de los ganadores del Premio Novela Gay 2013 en Francia.

“Marruecos rechaza avanzar debido a actos homófobos en su territorio. La persona homosexual no puede salir del armario ya que corre el riesgo de ser expulsado por su propia familia, incluso algo peor. No hay ninguna estructura para acogerles”, afirma Tahir desde Parí,s donde reside actualmente.

Detenidas y familiares, sin comunicación

La madre de la joven de 17 años ha explicado a la asociación que ha difundido el comunicado de este arresto que ella había sido contactada por las autoridades para llevarles el carnet de identidad de su hija en la ciudad ocre. Sin embargo, no sabe nada de su hija, ni siquiera las horas de visitas en la prisión local de Boulemharez, donde han sido trasladadas “y no a un centro de menores”, tal y como se lamenta la madre.

Asimismo, su hija -que también ha sido culpada por delincuencia- “ha tenido que firmar el informe policial bajo presión y sin tener la posibilidad de leerlo, siendo éste uno de sus derechos fundamentales”, aseveran desde la asociación que “condena” dicho arresto y hace un llamamiento a demás movimientos que luchan por las libertades individuales para unirse a la causa.

Es el responsable de AMDH quien recuerda que “la persona allegada a la adolescente ha violado su intimidad echándoles una foto” y evocando igualmente la necesidad de “abolir el artículo” que tantas veces se ha denunciado por parte de asociaciones nacionales e internacionales.

No es el primero ni será el último caso que salpica a nuestro país vecino. El pasado marzo, un vídeo golpeando a dos jóvenes homosexuales en Beni Mellal, ciudad ubicada en el centro del país, fue bastante difundido a través de internet por la brutalidad del acto. A pesar del salvajismo, los dos chicos fueron detenidos y pasaron 26 días en prisión por ser homosexuales. Finalmente, la presión social logró que pudiesen salir en libertad.

“Es a la vez estúpido, criminal y anticonstitucional que Marruecos -al igual que otros países del Magreb y del mundo árabe- haya firmado la declaración de los Derechos Humanos, porque continúa haciendo esto”, asegura el escritor. Además, se pregunta: “¿Cómo es posible que en 2016 se pueda detener a unas personas por la simple razón de querer a gente del mismo género?”.

Una injusticia más en un país que se encuentra en el punto de mira estos días, después de la ola de protestas por la muerte trágica de un vendedor de pescado en Alhucemas, al ser el anfitrión de la Cumbre del clima mundial (COP22) donde numerosos jefes de Estado de todos los continentes aterrizarán en sus calles.

Ser transexual en Uganda: morir en vida

En uno de los países más homófobos del mundo, la comunidad transgénero pelea por sus derechos con mucho miedo y pocas perspectivas

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Miss Pride, 18 años. Sus fotos salieron publicadas en los periódicos, se vio obligada a irse de su casa y empezó a trabajar de prostituta. TOMASO CLAVARINO

Hajjati está sentado con las piernas cruzadas. Una alfombra de plástico cubre el suelo de tierra y una cortina cierra la entrada a la habitación. Esta habitación es su escondite desde hace dos meses. Tuvo que huir de su casa y buscar refugio aquí, en las chozas de hojalata de los alrededores del centro de la ciudad de Kampala. Primero sus padres, luego sus amigos; uno tras otro, todos lo abandonaron. No podían aceptar que Hajjati fuese transexual. No podían aceptarlo. No en Uganda, uno de los países más homófobos del mundo, en el que el perpetuo presidente Museveni llama a los homosexuales ekifiire (muertos vivientes), y en el que, cíclicamente, se proponen nuevas leyes para criminalizar y castigar la homosexualidad.

“Era 2013. Yo tenía 19 años”, cuenta Hajjati. “Al principio ni siquiera sabía qué significaba ser transexual. Creía que era gay, pero la verdad es que me sentía una mujer, me gustaba maquillarme en secreto. Entonces investigué un poco y ese fue el mejor momento de mi vida”. Un momento muy breve, sin embargo, porque, desde ese momento, su existencia se transformó en una auténtica pesadilla. “Hablé con mi familia, pero su reacción fue cruel. Me echaron de casa. Intenté hablar con algunos amigos, pero ellos tampoco querían saber nada de mí”, prosigue Hajjati. “Varias veces tuve que pedir cobijo a diferentes personas. Luego encontré un apartamento en Rubaga, pero alguien le prendió fuego”. Estuvo vagando de un sitio a otro para encontrar un lugar seguro donde quedarse, donde poder vivir su vida. Expulsado de casa, sin ninguna fuente de ingresos ni posibilidad de encontrar empleo, porque aquí, en Uganda, nadie contrataría jamás a una persona transexual, Hajjati se vio obligado a lo que todos, o casi todos, los jóvenes trans hacen en este país: vender su cuerpo para sobrevivir.

Los occidentales, los chinos y muchos ugandeses son los clientes de estos chicos que se esconden en sus casas durante el día y salen a toda prisa para no ser vistos y dirigirse a los hoteles y los apartamentos de los alrededores de la capital. Clientes que a menudo les pegan, los violan, les roban, y, aun así, quedan impunes. “La gente sabe que puede hacer lo que quiera con nosotras, que tenemos muy pocas armas para defendernos”, se lamenta Edwine, de 19 años, que vive en 20 metros cuadrados con otras seis jovencísimas chicas transexuales. Se maquillan unas a otras, se intercambian la ropa, se hacen fotos para publicar en las redes sociales, porque solo entre esas cuatro paredes pueden ser ellas mismas. “Si intentamos ir a la policía nos maltratan, nos encierran en una celda y se ríen de nosotras”. Además, también son víctimas de la violencia y del robo en sus propias casas. Las bandas de los suburbios irrumpen en sus viviendas, les cogen lo poco que tienen, las pegan y se van.

Alicia va caminando por el mercado de Nakesero. De repente se detiene, agacha la cabeza y aguza el oído. En la radio, un predicador evangélico arremete contra los homosexuales. Los llama “seres inhumanos”, “contra natura”. Todo el mundo la mira fijamente. “Ya lo ve. Pasa cada día. Salgo de casa y la gente me mira. En el mejor de los casos, se ríen de mí, pero la mayoría me insulta”, dice con pesar.

Hace unos años, Alicia empezó a trabajar con Transgender Equality Uganda, una organización que ofrece ayuda legal y asistencia médica a la comunidad transexual del país. Efectivamente. Porque, en Uganda, las personas transexuales no son bienvenidas en los hospitales. “Cuando vamos al hospital, los médicos y las enfermeras empiezan a preguntarnos si somos hombres o mujeres, se burlan de nosotras y nos ignoran”, cuenta Alicia, “así que no tenemos más remedio que irnos sin que nos hayan hecho ninguna prueba ni nos hayan dado tratamiento. Todos los sectores de la sociedad nos discriminan y nos marginan”. Incluso la comunidad LGBT, que luchó y sigue luchando duramente contra los proyectos del Gobierno de Kampala y sus discriminaciones.

Puesto que las personas trans son más evidentes, les resulta más difícil pasar desapercibidas en una sociedad sexista y homófoba; les cuesta más ocultar su identidad y no expresar su feminidad. Sin embargo, justo en esa comunidad defenderlas públicamente o acogerlas puede llegar a ser realmente autodestructivo, incluso para quienes comparten con ellas la carga de la discriminación y la violencia.

Muchas veces, la violencia la provocan y la alientan los medios de comunicación del país, que, junto con la Iglesia, siembran el odio contra los transexuales y contra el colectivo LGBT en general. Eso fue lo que le pasó a Shamim, de 20 años, registrada como Richard: “Siempre me he sentido una mujer, así que, siempre que podía, me vestía como tal. Una vez fui a un hotel con un cliente, y cuando descubrió que en realidad era un hombre, llamó a la policía. Me golpearon hasta que perdí el conocimiento, luego llamaron a la televisión y mostraron mi cara a toda Uganda y la publicaron en las redes sociales”. Fue entonces cuando su familia descubrió la verdadera identidad de Shamim y que era seropositiva. No dudaron ni vacilaron un momento: “Me echaron de casa. Ahora mi familia son mis hermanas transexuales”.

Esta es una comunidad obligada a vivir con miedo, sin derechos, esperanza ni perspectivas. Sueñan con el día en que podrán acceder a la terapia de hormonas para cambiar de sexo, pero en Uganda eso es imposible. Tienen que irse a Kenia, pero muy pocas pueden permitírselo, así que siguen comerciando con sus cuerpos para sobrevivir, escondiéndose como ladronas, ocultando su identidad.

La condena de ser gay… también en Senegal

Un proyecto de ley impulsado por una asociación islámica pretende endurecer aún más la persecución que ya sufren los homosexuales

Fatou Sow y Djamil Bangoura

Fatou Sow y Djamil Bangoura. JOSÉ NARANJO

“Estamos peor, mucho peor que antes”. Djamil Bangoura, presidente de la asociación senegalesa de defensa de los homosexuales Prudence, no tiene ninguna duda. Senegal es un país que destaca en el contexto africano por su sólida democracia, así como por su hospitalidad, tolerancia, pacifismo y respeto de los Derechos Humanos, con ejemplos significativos como el reciente juicio contra el ex dictador chadiano Hissène Habré. Sin embargo, en lo que atañe a la homosexualidad las noticias no son buenas: intentos de linchamiento, estigma, agresiones o penas de prisión siguen siendo moneda corriente para los gays y lesbianas en un país en el que, aunque ya existe una disposición legal que penaliza los “actos contra natura”, está sobre la mesa un proyecto de ley para prohibir el hecho de ser homosexual.

El pasado 24 de diciembre de 2015 una pareja gay decidió celebrar una boda (no permitida por la ley) en un colegio de Kaolack, para lo que invitaron a sus amigos venidos de distintos puntos del país. “Sobre las dos de la madrugada irrumpió la policía”, relata Cherif Ndiaye, presidente de la asociación Alerte Action de lucha contra el sida de Kaolack, “había más de cuarenta personas presentes en el lugar pero solo pudieron detener a once”. Al día siguiente, tras correrse la noticia, decenas de personas enfurecidas se congregaron delante del cuartel de Policía con la intención de linchar a los jóvenes. Sin embargo, en una controvertida decisión, las autoridades decidieron ponerles en la calle asegurando que no habían cometido ningún delito.

La liberación se produjo en un lugar apartado a cinco kilómetros de la ciudad por temor a la reacción popular. Aún así, los jóvenes han tenido que huir de la ciudad, unos a Dakar y otros incluso al extranjero, dejando atrás sus vidas y sus puestos de trabajo. La tienda de la familia de uno de los jóvenes fue saqueada y quemada y la habitación en la que residía otro, totalmente arrasada. “La policía grabó un vídeo con sus rostros y llegó a las redes sociales, con lo cual ya estaban señalados. Lo peor es que durante las semanas posteriores hubo agresiones y amenazas a homosexuales por todas partes, porque en cuanto sale algo así en los medios de comunicación todos estamos en peligro”, añade Bangoura.

En otro nivel, las iras se dirigieron contra el fiscal que decidió no inculpar a los once jóvenes así como contra el ministro senegalés de Justicia, Sidiki Kaba, quien destacó que la ley senegalesa no persigue a los homosexuales por el hecho de serlo, sino las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo (artículo 319 del Código Penal que prevé penas de cárcel de entre uno y cinco años así como una multa de hasta 2.300 euros). Tras estas declaraciones, la asociación islámica Jamra, muy presente como parte de un lobby de presión homófobo desde hace años en Senegal, ha decidido dar un paso más allá y promover una ley contra la homosexualidad como tal.

El pasado 8 de mayo, a instancias de Imam Massamba Diop, el mediático líder de Jamra, el diputado Mberry Sylla, miembro de la Alianza por la República (APR), el partido en el poder, presentaba un proyecto de ley para prohibir la homosexualidad. Y al menos 80 diputados de distinta ideología y adscripción política han firmado ya a favor de esta iniciativa. El Gobierno senegalés se encuentra entre la espada y la pared de unos acuerdos internacionales de respeto a los Derechos Humanos y una sociedad en la que la homosexualidad se percibe como algo satánico, de lo que casi ni se puede discutir con sosiego, así que sabe que manifestarse claramente en contra de esta iniciativa puede suponerle un enorme desgaste interno. “Si se aprueba esta ley será una catástrofe para nosotros”, asegura Bangoura.

El debate está presente en la sociedad senegalesa desde hace años, aunque muchos que piensan “allá ellos” y que se muestran más tolerantes con la sexualidad de los gays, “siempre que sea en privado”, no hablan demasiado por temor. Durante la campaña electoral de 2012, el actual presidente Macky Sall se vio obligado a desmentir públicamente que pretendiera despenalizar la homosexualidad tras una virulenta campaña que le vinculaba a “lobbys pro gay”. De no haberlo hecho seguramente no habría ganado las elecciones. En 2013, durante la visita del presidente Barack Obama a Dakar los periodistas estadounidenses le volvieron a preguntar. Y Macky Sall dijo su famosa frase de que “la sociedad senegalesa no está preparada” para esa hipotética despenalización.

Más aún. Durante el reciente referéndum constitucional del pasado 20 de marzo, los partidarios del no aseguraron que la reforma de la Carta Magna escondía un intento de legalizar la homosexualidad, lo que no era cierto, e incluso algunos se negaron a votar alegando que las papeletas eran rosas. “Cada vez que hay una cita con las urnas sufrimos”, añade el presidente de la asociación de homosexuales Prudence, “los políticos usan la homofobia para ganar votos o para criticar a su rival”. Los medios de comunicación tampoco contribuyen a calmar las cosas. “Amplifican el mensaje de quienes quieren arrojarnos piedras porque piensan que eso les da lectores, cada vez que sacan el tema venden todos los ejemplares”.

Fatou Sow es presidenta de la asociación Kiraay que pretende dar protección y cobijo a las lesbianas senegalesas. Obligada a casarse cuando apenas era una niña y por fin divorciada, hoy oculta su verdadera identidad sexual de las miradas indiscretas. “Efectivamente, Senegal ha firmado acuerdos internacionales, pero el sistema de Naciones Unidas no ejerce la suficiente presión para que se respeten dichos compromisos”, explica. Jolie Niang, también miembro de Kiraay, fue violada y se quedó embarazada cuando era adolescente. “Yo solo quería estar con chicas, nunca me gustaron los hombres. Tenía una novia, pero mi madre se enteró y me echó de casa. Ahora no tengo domicilio fijo, voy de un piso a otro allí donde me dan acogida”, asegura.

Hace unos meses, decenas de estudiantes de la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar grabaron en vídeo cómo agredían y humillaban a un joven al que acusaban de haber intentado ligar con otro chico en un vestuario. “A los homosexuales hay que apedrearlos hasta la muerte”, asegura Moustapha, un joven profesor de español que recuerda el día en que junto a un grupo de amigos desenterró el cadáver de un gay que había muerto de sida y lo arrojó a un vertedero. “Esas personas no deben compartir espacio sagrado con el resto de los ciudadanos. Están malditos, incluso pisar donde pisan da tres años de mala suerte”, añade.

Y, sin embargo, no siempre fue así. “La homosexualidad no es algo nuevo. Recuerdo cuando era pequeña la presencia de los gordjiguene (hombre-mujer, en wolof) en las casas. Estaban con las mujeres, cocinaban, participaban incluso en las ceremonias. Nadie les pegaba, no había problemas con ellos”, asegura Fatou Sow. Para Djamil Bangoura, el incremento de la homofobia tiene que ver con dos aspectos, la penetración del radicalismo religioso y las nuevas tecnologías. “Antes no estaba en la cabeza de la mayoría de la población que dos hombres pudieran tener sexo entre ellos y losgordjiguene eran tolerados, incluso como algo simpático. Pero desde hace unos quince años con la llegada de Internet muchos han visto fotos en páginas porno de lo que puede ocurrir entre dos hombres y ha surgido un mayor rechazo”, explica.

Senegal es sólo una muestra del incremento de la homofobia en el continente africano, algo que ha sido denunciado en reiteradas ocasiones por organizaciones de Derechos Humanos como Amnistía Internacional. Pero incluso así no es el peor rincón de África para ser gay o lesbiana. En países como Mauritania, Gambia, Sudán o Somalia existe pena de muerte y en otros como Uganda, Nigeria o Liberia la legislación se ha endurecido en los últimos años. Esta tónica general sólo se rompe en países como Sudáfrica, donde, a pesar de que se siguen produciendo agresiones homófobas, es el único estado africano que permite las uniones gays, mientras en otros lugares como Cabo Verde, Isla Mauricio o Seychelles se percibe una mayor tolerancia.

Para Djamil Bangoura y Fatou Sow, que pertenecen a asociaciones legales bajo la cobertura de la lucha contra el sida y la exclusión social, la lucha contra la homofobia pasa por la visibilidad pese a los riesgos que esto conlleva. “En Senegal tiene mucho peso la religión, pero Macky Sall es el presidente de todos los senegaleses y, por tanto, debe defender también a las minorías”, dice Bangoura. “Sabemos que no veremos un cambio de la situación con nuestros ojos, quizás nuestros hijos o nietos sí, pero no vamos a arrojar la toalla. Merecemos poder salir a la calle sin miedo”, remata Sow. Ambos activistas estarán durante unos días de gira por España para recabar apoyos y tejer una red de solidaridad internacional. Saben que el camino es largo y que está lleno de espinas.

La hija de Desmond Tutu deja el clero tras casarse con una mujer

Mpho Tutu (dcha.), junto a su mujer, Marceline Furth

Mpho Tutu (dcha.), junto a su mujer, Marceline Furth. LERATO MADUNA

Es verdad que Sudáfrica parece estar mal colocada en el mapa de África. Con unagran diferencia respecto al resto de países del continente, no sólo en desarrollo sino también en políticas sociales y defensa de los derechos humanos, es el único país del continente donde los homosexuales no son perseguidos. Y no sólo eso, sino que está permitido el matrimonio igualitario entre personas del mismo sexo desde el año 2006.

Hay historias increíbles, y luego está la vida de la hija de Desmond Tutu: Mpho Tutu. Hasta ahora miembro del clero de la iglesia anglicana de Ciudad del Cabo, ordenada en Estados Unidos en 2003, hija de uno de los líderes cristianos más conocidos y carismáticos del mundo, directora ejecutiva de la Fundación Desmond y Leah Tutu Legacy, ha decido dejar los hábitos para contraer matrimonio con una mujer.

Y no sólo eso, con una mujer blanca que se ha declarado públicamente atea:Marceline Van Furth, profesora de enfermedades infecciosas pediátricas de la Universidad de Vrije en Amsterdam, también trabajadora en la fundación Tutu. “Mi esposa y yo nos encontramos en casi todas las dimensiones posibles de diferencias. Pero irónicamente, viniendo de un pasado donde la diferencia fue el instrumento de división, es nuestra igualdad la causa actual de nuestra angustia: el que las dos seamos mujeres”, declaró Tutu-van Furth a la prensa tras conocerse el enlace.

“Las cánones de la Iglesia de Sudáfrica afirman que el matrimonio es entre un hombre y una mujer. Después de contraer matrimonio con mi mujer, se me aconsejó que debía revocar mi licencia, con lo que me ofrecí a hacerlo antes de que lo hicieran por mí”, dijo Mpho Tutu en un comunicado. Aunque su decisión pueda haberse interpretado como una osadía por parte del sector más conservador. La ex religiosa ha recibido la aprobación de su padre, cuya bendición es mucho más valiosa que la de otros miembros del clero.

División entre el clero

Quizá decir “ha decidido”, al referirse de su abandono del clero, no es el término más adecuado, ya que aunque la iglesia anglicana sudafricana -que sigue las pautas de la británica- permite tanto el sacerdocio femenino como el matrimonio, no es tan abierta con los enlaces entre personas del mismo sexo. Aunque en el pasado Desmond Tutu se mostró partidario de permitir el “matrimonio religioso homosexual”, el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, no lo contempla. La celebración se llevó a cabo en Franschhoek, Sudáfrica, y fue oficiada por Charlotte Bannister-Parker, una clériga de Oxford, junto con un amigo de la pareja. La diócesis de Oxford dijo en un comunicado que “el evento no era una boda, sino una celebración de una boda que tuvo lugar en los Países Bajos a finales de diciembre del año pasado”, cuando se casaron legalmente. Ambas han estado casadas previamente y Tutu tiene dos hijas.

La campaña de Desmond Tutu en favor de los homosexuales ha sido siempre muy activa, no sólo por salir en defensa de su hija, sino por propia convicción: “Me niego a ir a un cielo homofóbico. Yo no adoro a un Dios que es homofóbico. Soy un apasionado de esta campaña, tanto como lo estuve durante la campaña contra el apartheid, ya que para mí están al mismo nivel”, declaró en 2013 durante el lanzamiento de la campaña ‘Libres e iguales’ en Ciudad del Cabo.

A sabiendas de lo delicado que resulta para la iglesia cualquier temática LGBT, la corriente anglicana puede afirmar que está un paso más adelante que otras creencias, aunque por supuesto mantiene opiniones muy divididas. Este año se impusieron sanciones de facto en la iglesia episcopal de Estados Unidos por permitir a sus sacerdotes llevar a cabo matrimonios del mismo sexo.

En Sudáfrica, la medida para valorar la permisibilidad de los matrimonios igualitarios será revisada este mismo año. En ese sentido, el arzobispo de Ciudad del Cabo, Thabo Makgoba ha declarado en favor de la sacerdotisa afectada: “Hemos superado profundas diferencias en torno a la imposición de sanciones contra el apartheid y sobre la ordenación de mujeres, y podemos hacer lo mismo sobre la sexualidad humana”.

Desmond Tutu, quién recibió el Premio Nobel de la Paz en el año 1984 por su implicación en la lucha contra el apartheid, ha sido aquejado de varios problemas de salud durante el último año, y se llegó a temer por su vida en más de una ocasión.

Una boda homosexual en el centro de inmigrantes de Melilla para “acabar con el miedo”

  • Una pareja de solicitantes de asilo, que huyeron de sus países por ser homosexuales, ha iniciado los trámites para casarse en el CETI de Melilla

  • “Todos sabrán que nos hemos casado y así animaremos a los homosexuales del CETI a que cambien su mentalidad. Porque todos tienen miedo”

  • Uno es cristiano converso y el otro musulmán: “Estoy seguro de que en España podré vivir tranquilo”

Mohamed (nombre ficticio) y Annouar, a las puertas del CETI

Mohamed (nombre ficticio) y Annouar, a las puertas del CETI | N.C.

A diferencia de la mayor parte de los homosexuales magrebíes que residen en Melilla, Annouar Damani insiste en que él quiere aparecer con nombre, apellido y foto. “No tengo problema y voy a hacer una gran fiesta en el CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes) el día que me case”, anuncia entre risas. Ya ha iniciado los trámites para contraer matrimonio, pese a no tener aún reconocido el estatus de refugiado. Junto a él está su pareja, un chico rifeño tímido que apenas abre la boca durante la entrevista. Ambos tienen 26 años y huyen. Uno es argelino y cristiano converso; el otro, marroquí y musulmán, pero dicen que su relación está por encima de la religión.

“Será una boda para que todo el mundo pueda participar. Todos sabrán que nos hemos casado y así animaremos a los homosexuales a que cambien su mentalidad. Porque todos tienen miedo”, razona Annouar, que viene de Kabila (Argelia). Para muchos de los cerca de 50 marroquíes que residen en el CETI porque dicen ser perseguidos por su homosexualidad, el miedo es también una cuestión de kilómetros: Melilla está apenas a menos de una hora en coche de sus familias de Nador, de las que muchos de ellos huyen. Es el caso de la pareja de Annouar, a quien llamaremos Mohamed, y que sólo sonríe cuando se le pregunta por la fiesta que hará en la boda. Sus padres lo echaron de casa cuando descubrieron sus contactos en Facebook.

Annouar, el argelino, también puso tierra de por medio hace tiempo. En febrero de 2015 llegó a Melilla y trabajó varios meses en la Iglesia Evangélica. Acabó convirtiéndose al cristianismo y hoy luce bisutería e imaginería religiosa: hay cruces en su pulsera y en el colgante, el zarcillo de su oreja es una cruz y luce otro brazalete con imágenes. Luego cuenta que su hermano es imán y que ha recibido amenazas incluso estando en Melilla. “Mi familia está muerta para mí”.

Annouar y Mohamed se conocieron por Facebook. Después de varios meses de relación, Mohamed decidió venir a Melilla y ambos pidieron el asilo en enero. Cansados de esperar, como tantos otros que se sienten bloqueados la ciudad autónoma, quieren casarse sin esperar respuesta a su petición de asilo.

Nuria Mohamed Fadel, la abogada de Movimiento por la Paz que lleva su caso, explica que la única dificultad está a priori en conseguir la partida de nacimiento de Mohamed, porque para ello debería regresar a Marruecos. Ambos están empadronados en el CETI y el Registro Civil español ya ha emitido sus certificados de soltería. Tomaron la decisión hace dos meses porque, dice Annouar, “no queremos ser solamente una pareja esporádica, sino pasar la vida juntos. Eso es lo que significa para mí el matrimonio”. No obstante, es probable que el juez les someta a una entrevista para descartar que su unión sea simulada.

Para ellos, España es el “paraíso”, el primer país que admitió el matrimonio homosexual (aunque no es cierto: fue Holanda), y una especie de tierra soñada donde nadie les increpará por ir cogidos de la mano. Nada comparado a Argelia, donde la policía se pone de parte de los matones, o con Marruecos, resume Mohamed, cuando les pegan y les insultan por la calle aludiendo a pasajes coránicos relativos a Sodoma y Gomorra y la destrucción del pueblo de Lot.

“Dios me creó así, con mis deseos, para vivir así. No puedo cambiarlo. ¿Por qué nos creó así? ¿Para vivir en el sufrimiento?”, se pregunta Annouar. Para él, la respuesta está en Europa: “Estoy seguro de que en España podré vivir tranquilo”. De momento, intentará casarse en el CETI y piensa celebrar una boda “mitad, mitad”, con música occidental y la henna tradicional del Rif. Para que todo el mundo lo sepa y para que los demás pierdan el miedo.

“España me pide pruebas de los ataques en Marruecos por ser lesbiana, pero cuando huyes no piensas”

Rida, nombre ficticio, muestra las cicatrices de una agresión

Rida, nombre ficticio, muestra las cicatrices de una agresión | N.C.

Algunos viven a escasos kilómetros de las personas de las que aseguran huir. Escaparon a Melilla con una aspiración: “Nos gustaría poder tomar un café con nuestro novio, comer juntos, cenar juntos, ir a la discoteca… y casarnos”, comenta una de las cerca de 50 personas que residen en la ciudad fronteriza desde hace cerca de 6 meses mientras esperan a que se resuelva su petición de asilo por motivos de orientación sexual.

“Una vez conocí a alguien. Pensaba que era gay. Pero cuando llegamos a su casa me pegó y me tuvo tres días encerrado. Llamaba a sus amigos: “Trae whisky, que tengo al maricón”. Me engañó. Me robó toda la ropa y el móvil. Pero si denuncio, lo primero que harán será meterme en la cárcel por gay”, corre a explicar uno de ellos.

Ninguno quiere aparecer con su verdadero nombre en este reportaje, excepto quien lo empezó todo. Driss El Arkoubi fue, asegura él, el primer marroquí que pidió asilo en España por ser homosexual en Marruecos. Llegó a Melilla en 2013, pero al cabo de nueve meses su solicitud fue denegada y él, expulsado. El 23 de diciembre de 2015 volvió a Melilla. Acababa de recibir una nueva paliza y sufrir una violación, por lo que volvió a presentar su petición.

El estigma social se traduce en represión y brutalidad y muchos de estos chicos relatan episodios de abusos, palizas, robos y extorsión. “Es común que te graben y amenacen con enviar el vídeo o a las fotos a la familia. Casi todos hemos pasado por eso. A mí me han grabado en una cámara de vigilancia y han enviado el vídeo a casa de mis padres. Mi padre se enteró de que era gay por ese vídeo. Me pegó y tuve que irme a Rabat”, relata Abdullah.

Rida se levanta la camiseta y muestra un torso con varias marcas porque quiere contar su historia. Las cicatrices son el recuerdo de una visita a Casablanca, donde vive su familia. “Conocí a un chico y nos veíamos casi a diario. Un día quedamos a solas en un sitio apartado. Cuando miré había seis personas alrededor y empezaron a pegarme. El chico consiguió escapar pero yo no. Desperté en el hospital. Me preguntaban, pero yo no sé quién me pegó. No pude contarlo a mis padres, sólo les dije que me asaltaron en el camino”.

Sólo algunos han encontrado en sus madres la complicidad del silencio. Cuando no sufren violencia reciben desprecio: “Yo no puedo salir de casa con mi familia, porque me insultarán delante de ellos”.

El artículo 489 del Código Penal de Marruecos dice: “Se castiga con pena de prisión de seis meses a tres años y una multa de 200 a 1.000 dirhams, a menos que el hecho constituya una infracción más grave, a cualquiera que cometa un acto impúdico o contra natura con un individuo de su mismo sexo”.

“Tres meses en un prisión marroquí, más largos que 30 años”

Karim (nombre ficticio), de 28 años, asegura que ha pasado por la cárcel en tres ocasiones de tres meses cada una. Su proceso consistió, explica, en un juicio público, sometido a las miradas de desprecio de su familia y sus vecinos y a la decisión de un juez que le dijo: “Tú no hables, que pareces una mujer”. A la condena inicial, de dos meses, el juez sumó otro mes porque, dice, quiso mostrar en la sala la herida provocada supuestamente por los policías. “Tres meses en una cárcel de Marruecos son más largos que 30 años”.

Desde entonces no ha vuelto a casa. “Pero a mí me gustan los hombres, no las mujeres. No puedo hacer nada”. Karim, que sufrió los abusos de un profesor cuando era un niño, tenía una peluquería que tuvo que cerrar. Una tarde destrozaron el local y rociaron el suelo de gasolina, relata.

El caso de los dos hombres de Beni Mellal condenados tras sufrir una brutal paliza tuvo un notable eco mediático dentro y fuera de Marruecos. Fueron exhibidos desnudos y grabados en vídeo después de ser golpeados por cinco hombres que entraron en una vivienda privada.

El juicio movilizó a decenas de manifestantes a favor de los agresores, pero también mostró un problema que, según explica Samir Bargachi, lleva desde los años 60 sin evolucionar. En los últimos años han aparecido nuevas asociaciones, se editan nuevas revistas y activistas con relevancia pública han aparecido en los medios generalistas para exigir avances.

“Es de esperar que esto genere algún tipo de violencia como reacción. Lo que vivimos ahora es resultado de la mayor visibilidad” , opina Bargachi, portavoz en España de Kifkik, una de las asociaciones por la integración del colectivo LGBT pioneras en Marruecos. La cobertura del caso de Beni Mellal ha sido “neutral, incluso positiva en algunos casos”, y esto es muestra de una mejora en el discurso público, según Bargachi.

En julio del año pasado el ministro de Comunicación, ejerciendo como portavoz del Gobierno marroquí, condenó una agresión homófoba sufrida por un hombre en Fez. Mustapha El Khalfi dijo entonces que en lugar de “tomarse la justicia por su mano”, los ciudadanos debían dejar que los jueces se ocupen de esos casos. El artículo 459 no parece estar en cuestión, y a esto se añaden los linchamientos y el escarnio, incómodos también para el gobierno marroquí por cuanto ponen en tela de juicio la capacidad del Estado para aplicar la ley, opina Bargachi.

Seis meses de espera en el CETI y hasta cuatro entrevistas

En este contexto, decenas de marroquíes han llegado a Melilla buscando el amparo de Europa. Algunos vienen de Nador, apenas a una decena de kilómetros. Por eso no quieren ver sus rostros en el periódico. El hermano de Hakima, la única mujer que se atreve a hablar, ha pasado más de una vez por la puerta del CETI mostrando su foto y preguntando por ella. Hakima tuvo su primera novia con catorce y su hermano las descubrió en la misma habitación. A la novia la echó a patadas y a ella la atacó con un cuchillo. La única prueba son unas cicatrices: “Me han pedido que dé pruebas de todo esto, pero cuando alguien huye no piensa en traer nada”.

Como Hakima, algunos dicen tener familiares en pueblos cercanos. Se sienten encarcelados apenas a kilómetros de aquellos a quienes temen. La mayoría lleva entre cinco y seis meses en el CETI, se impacientan y se quejan del traslado a la península de un residente que no figuraba en la lista que se anuncia a principios de semana.

La Oficina de Asilo y Refugio, encargada de ordenar las salidas, realizará entrevistas telemáticas con el fin de agilizar los trámites, aunque ellos explican que ya han pasado por esto muchas veces y relatan hasta cuatro entrevistas presenciales en las que se les formulan cuestiones para contrastar su relato, algunas de ellas muy personales. Quienes no obtengan el asilo serán devueltos a Marruecos con una orden de expulsión válida por cinco años, les han advertido. Se trata de disuadir las solicitudes falsas.

¿Creen que algún día Marruecos cambiará? “No creo, porque hay que cambiar al pueblo. Y no puedes cambiar 30 millones de personas”, contesta Abdullah, antes de traducir la pregunta y que se forme el alboroto. “No estaría aquí si pudiera vivir en Marruecos”, insisten.

Rida, el chico que se despertó en el hospital después de una agresión salvaje, se justifica por pedir asilo: “Yo no sabía qué es esto del asilo. No he estudiado. Ahora cuando paseo por la calle, en mi pueblo, la gente me señala. Cuando te conocen en tu pueblo te vas a Casablanca; cuando te conocen en Casablanca tienes que cambiar a Rabat, cuando te conocen en Rabat tienes que cambiar a… y al final sólo te queda esto”.