Aixa de la Cruz, autora de ‘Cambiar de idea’
Es curioso cómo unas memorias escritas de manera muy específica, que hablan de drogas muy específicas y de una infancia muy específica, se pueden catalogar como un retrato generacional. La clave de que haya ocurrido con Cambiar de idea (Caballo de Troya) radica precisamente en su título. Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) da cuenta de sus treinta años de vida a través de diversos vaivenes que, sin quererlo, describen muy bien a una masa de jóvenes obligada a desaprender para encabezar un cambio.
Paradójicamente, Cambiar de idea no se sustenta en genéricos. Aborda desde las fiestas salvajes de los veintipocos hasta las resacas infernales de los veintimuchos, desde un matrimonio fallido con un mexicano hasta diversas experiencias lésbicas, y desde el gusto por el dolor físico hasta la indiferencia emocional frente a la violencia explícita.
Todos estos episodios tejen una red alrededor de dos acontecimientos que sustentan el verdadero cambio en la autora, el del despertar feminista: haber presenciado la violación de su amiga Garazi cuando eran niñas y el brutal accidente que estuvo a punto de reducir a polvo los huesos de Zuriñe. Dos tipos de cuerpos femeninos vulnerados y violentados sobre los que pivota un ensayo memorístico que escuece como la sal en una herida mal cerrada.
Se ha definido Cambiar de idea como un relato generacional. ¿Es una forma de hablar de los millennials como frágiles ideológicamente?
La verdad es que he escuchado un poco de todo. Hay gente que lo ha visto muy generacional, pero me gusta porque ven así el hecho de desdecirse y de cambiar de idea. Somos una generación que se ha visto atrapada en diferentes momentos de conciencia colectiva. Nos ha tocado reconstruirnos mucho y asumir que lo que era normal cuando teníamos 15 años, de pronto ya no lo es.
Más que unas memorias reposadas, parecen pensamientos escritos a borbotones. ¿Dónde queda la vulnerabilidad y dónde colocas el filtro en la edición de este tipo de textos?
He ido pasando el texto original por diferentes filtros y cada vez el filtro era un poquito más pequeño. El primer borrador tenía mucho que ver con una estructura clásica y psicoanalítica. Una vez pulido, me he tenido que enfrentar a asuntos más prácticos relacionados con la ética de publicar estos textos.
Es decir, yo soy responsable de lo que me ha sucedido a mí, pero no puedo contar mi historia sin terceras personas. Y, claro, ahí la cosa se pone complicada. Le he pedido permiso a casi todo el mundo que aparece citado, y lo he obtenido por parte de algunos y por parte de otros no. Por tanto, he modificado ciertas partes para que los afectados no se vieran identificados pero que la historia fuera equivalente.
Comienzas con una descripción brutal del accidente de tráfico de una amiga. ¿Por qué escogiste un punto de partida tan físico para analizar la violencia sexual?
Me suelen preguntar de qué va el libro y me cuesta sacar un tema que lo unifique todo. Es verdad que la violencia sexual lo vertebra y, sin embargo, no es del todo cierto. Lo que quería remarcar con este comienzo es que son unas memorias sobre cómo adquiero conciencia del otro y la capacidad de enfrentar el dolor del de enfrente sin tantas mediaciones.
Empieza en un momento en el que estoy muy ensimismada en mi tesis, que trataba sobre las representaciones de la tortura, de manera que me pasé cuatro años rodeada de imágenes violentas, de testimonios terribles y aprendiendo a protegerme frente a esta violencia mediante el discurso. En este primer capítulo, me enfrento a lo que le ocurre a mi amiga, que está destrozada por un accidente de tráfico terrible y me presento allí con mis herramientas teóricas de siempre como si siguiera dentro de mi tesis.
Pero ella no me deja mirarla con distancia, me obliga a mirarla de otra manera sin intermediaciones. Es entonces cuando se da una transformación en mí que me va a enfrentar a otros tipos de violencia con una sensibilidad distinta que no había tenido hasta entonces.
¿Tendemos a normalizar la violencia sobre el cuerpo de una mujer hasta que no vemos cicatrices y heridas abiertas?
Si, totalmente. A nivel simbólico hablo de este cuerpo accidentado para introducir la idea general de los cuerpos vulnerados de las mujeres. Empiezo con una amiga que ha sufrido una violencia del tipo físico-traumática, en el sentido de impacto, y acabo hablando de heridas más relacionadas con la psique, con los traumas psicológicos y con las secuelas que deja la violencia sexual. Así que se genera una especie de círculo cerrado.
Esa indiferencia ante el dolor ajeno era un mecanismo de defensa por haber presenciado la violación de una amiga por parte de su padre. ¿Cómo llegaste a esa conclusión a partir del accidente?
Como te decía, este texto proviene de otro mucho más amplio y con un carácter más psicoanalítico que literario. Fui analizando mi biografía y viendo hacia dónde me llevaba, y me di cuenta de que me llevaba sobre todo a lugares culposos. Tenía una sensación de no haber actuado bien.
Y, al final, la herida relacionada con la culpa más importante de mi vida me llevó a ese episodio de la infancia. Cronológicamente, ese episodio ocurre al mismo tiempo que el propio proceso de autodescubrimiento que llevo a cabo en el libro. Empiezo desde lo más reciente y poco a poco voy ahondando en el pasado hasta que llego al origen de la herida.
Si haber sido testigo de una violación te enquista la culpa hasta tal punto, ¿cómo no se disparará ese sentimiento en una víctima a la que se acusa de consentimiento?
Es curioso, porque hay dos tipos de culpa. La primera es una culpa violenta que se ejerce sobre la víctima, que forma parte del sistema de opresión y de la cultura de la violación, que es absolutamente no productiva y que la revictimiza.
Por otro lado, soy defensora de otro tipo de culpa que sí puede ser productiva. Creo que muchas veces somos copartícipes de violencias que están muy normalizadas e institucionalizadas y que la culpa es esa llamarada que nos hace tomar conciencia de una situación que estábamos normalizando. Desde el malestar y la incomodidad propias, podemos hacer una deconstrucción e intentar cambiar.
Leaving Neverland, Examen de conciencia…se está trasladando el foco a los testigos o a quienes callaron. ¿Es lo justo? ¿O esta búsqueda continua de un culpable omnisciente descarga la responsabilidad del agresor?
La verdad es que no tengo una respuesta muy clara sobre esto. No sé hasta qué punto, como bien dices, es productivo seguir culpándonos por errores del pasado. Yo en general tengo la sensación de que han cambiado mucho las cosas en los últimos años y ya no me juzgo con la misma dureza sobre algo que hice a los 14, a los 18, a los 20 años, porque vivíamos en un mundo distinto en el que todavía no habíamos tomado conciencia sobre ciertas cosas.
Pero yo soy implacable conmigo misma y con la gente que tengo cerca desde el año 2017, en el que todos nos vimos envueltos en un proceso de revisión de culpas colectivas que ha hecho que ahora tengamos mucha más conciencia. Me parece poco productivo empezar a señalar las culpas, pero en este punto ya no podemos tolerar ciertas cosas. Por eso, más que revisar el pasado, me parece importante tomar conciencia sobre el presente.
Escribes que, cuando salió la sentencia de ‘la manada’, te llegaste a plantear tus propias fantasías sexuales de sumisión y sometimiento. ¿Cómo revisarse a una misma sin caer en el juicio moral que te imponen desde el exterior?
No se puede legislar sobre las fantasías sexuales de nadie porque hemos sido educadas en un entorno determinado. Recuerdo un artículo de Gabriela Wiener que me impactó mucho en el que relataba cómo una chica que había sido violada en su adolescencia decía que, sin embargo, se excitaba con imágenes de violación. Ella no lo entendía. Pero es algo muy común entre las víctimas.
De alguna manera, el trauma sexual también funciona así: acaba configurando nuestro deseo desde la violencia y desde el propio evento traumático. Teniendo en cuenta que la psicología del deseo puede llegar a funcionar de formas tan perversas, lo que no podemos hacer nunca es criminalizar el deseo privado de las personas.
¿Cómo diferenciar entre el deseo real y al que nos han forzado?
Me ha ocurrido algo curioso en mi vida diaria. Siempre he sostenido que no se puede legislar sobre el deseo y que podemos tener un discurso público activista, y que eso es más importante que nuestras fantasías sexuales.
Pero, a medida que iba deconstruyendo ciertos comportamientos a nivel teórico, y pasado un periodo de latencia de seis meses o un año, empecé a ser muy crítica con el porno (y seguía viéndolo). Hasta que llegó un día en el que, de pronto, no pude hacerlo más. Así que empiezo a tener dudas sobre si realmente el deseo y la fantasía son conceptos inamovibles, o no.
Hablando de dudas, tu percepción del género es quizá lo más cambiante del libro. Vas desde el rechazo absoluto a todo lo que implica ser mujer hasta la vanidad de encajar en los cánones de belleza patriarcales. ¿Cómo te percibes ahora?
La verdad es que sigo siendo muy contradictoria en relación a este tema. El cambio más importante se dio cuando pasé a una negación absoluta de todos los condicionantes que tiene ser mujer. Es decir, yo era consciente de que ser mujer tenía que ver con una opresión y pensaba que si me desligada de la lucha eso ya no iría conmigo.
Partía de un rechazo muy fuerte hacia hacia todo lo asociado con lo femenino, e incluso al principio con el feminismo. Me molestaba mucho que un movimiento se tomara el derecho de hablar en mi nombre en tanto que mujer. ¿Qué es ser mujer y por qué tengo que formar parte de esta categoría?
En todo caso, he acabado entendiendo que la lucha es colectiva y que para formar parte de ella y para obtener representación política sí que me tengo que sentir identificada como mujer. Hay que aceptar esa categoría y ahora no tengo ningún problema en sentirme cómoda dentro de ella. También me he obligado a quitarme todos los prejuicios con respecto a lo considerado femenino y en esas andamos.
Encima ahora existe esa coletilla de “yo no soy feminista, soy femenina”.
Total. Pasan estas cosas y te vuelve a salir el monstruo de dentro y diciendo, ¡no, yo no soy eso! (ríe). Tiendo a sentirme incómoda en general con las identidades estables. Lo más lógico es ser consciente de que las identidades a veces son volubles y flexibles y que en un momento nos podemos sentir así y al siguiente no. Que un día podemos sentirnos perfectamente identificadas con el concepto social de lo femenino y al día siguiente renegar del mismo.
Aixa de la Cruz, autora de ‘Cambiar de idea’
Dices en el libro que “los editores que no publican a mujeres andan locos por publicar a mujeres que escriban de una determinada manera”. Es decir, de una manera masculina. ¿Ocurre ahora justo lo contrario? ¿Se busca destacar el feminismo a la fuerza en el faldón de cualquier libro escrito por una mujer?
En efecto. Es una cita que me han sacado mucho y una de las que más pronto ha caducado. Desde que escribí este texto han pasado dos o tres años en los que hemos visto que el feminismo ha tenido un auge muy importante y al mercado le ha empezado a interesar vender ciertas voces y ciertos textos. Se puede percibir como una moda. Es verdad que ahora mismo hay muchas voces femeninas, muchos textos que se venden como feministas y a mí me parece estupendo todo. Mi único miedo es que perdure. Que sea tratado justo como una moda.
En los últimos cuatro meses he encadenado muchísimas buenas lecturas y todas son libros escritos por mujeres. Podemos correr el riesgo de dar por hecho que esta lucha está ganada demasiado pronto. Pensar que las mujeres están súper asentadas en el mundo literario, que ya tenemos una voz que nadie nos va a cuestionar y que, de pronto, no sea así. Que los editores se estén tomando esto como una moda y que cuando pase la ola fuerte volvamos a las andadas. Diría que es el único peligro. Por lo demás, me parece que en este sentido en muy poquito tiempo hemos ganado un montón.
Pero el feminismo no es un género literario. Si al final en las estanterías de novela negra o memorias sigue habiendo más hombres, ¿existe el riesgo de haberse hecho un hueco a nivel temático?
A nivel temático es evidente que irá fluctuando. Si las mujeres que están publicando ahora y reciben mucha atención, deciden en cinco años ponerse a escribir ficción masculinista tipo thriller, a mí me parecerá estupendo. Lo que es más peligroso es que desaparezca la cuota de mujeres, no tanto que dejen de escribir sobre lo femenino.
Si la única forma que tenemos de ganar ganarnos un micrófono es hablando sobre temas relacionados con la mujer, eso también es un tipo de discriminación. Una integración plena en el sistema literario sería que recibamos la misma atención que un hombre escribamos sobre lo que escribamos.
El riesgo de convertir el feminismo en una “moda” va más allá de lo literario, se usa para conseguir votos a través del “feminismo liberal” o vender camisetas. ¿Qué le hace más daño al movimiento: ser poco exigente o excluyente?
Claro, es que está esta paradoja entre, ¿qué preferimos? ¿Firmar por unos básicos y que por tanto el feminismo sea más abierto a todas las mujeres del mundo?¿O lo que queremos es que el feminismo sea realmente una fuerza de cambio y que por tanto signifique el final de todos los privilegios y de todas las represiones? Porque ahí no encajarían conceptos que para mí que son un oxímoron como el de feminismo liberal.
Conozco a compañeras que no acaban de encontrar una respuesta a este dilema. Yo aquí soy más tajante. Creo que el feminismo no puede ser liberal del mismo modo que no puede ser de derechas. Porque feminismo no solo busca la igualdad entre hombres y mujeres, busca la igualdad. Sin más. La gente de derechas acaba buscando privilegios para un sector determinado de la población y eso ya a nivel de formulación va en contra del feminismo.
En Ciudadanos, por ejemplo, están intentando sumar adeptas a un “feminismo” individualista que no genera incomodidad.
En el caso de Ciudadanos, en particular, me parece repugnante la forma en la que están frivolizando todas las luchas. Han conseguido relacionar la lucha LGTBI con la gestación subrogada, que me parece uno de los emblemas del neoliberalismo más brutales que se me ocurren. Y están intentando hacer algo parecido con el feminismo, sin duda.
Trivializarlo o quitarle cualquier componente de lucha anticapitalista y hacerlo cómodo para las mujeres que quieren igualdad salarial y quieren llegar a los puestos de administración para explotar a otras mujeres o a otros hombres que estén por debajo. Para mí, obviamente, ese no es el espíritu de la lucha feminista. Pero bueno, qué le vamos a hacer. Al final hay que seguir alzando la voz y seguir desmintiendo estos discursos. No podemos hacer otra cosa.