«A Ekai en el instituto de Ondarroa le trataron bien desde el minuto uno»

La madre del joven transexual fallecido y la asociación Chrysallis Euskal Herria consideran que estuvo arropado por el alumnado y el profesorado, que estaba pendiente de formación específica

Ekai, junto a su padre, en un programa de la Sexta donde abordaban el tema de la transexualidad juvenil. / E. C,

La muerte de Ekai, el joven transexual ondarrés de 16 años que se quitó la vida la semana pasada, ha movido a la reflexión sobre si en el ámbito escolar se puede hacer más para apoyar a los chavales que se encuentran en esta situación, un complejo trance de sus vidas que en la adolescencia se vuelve extremadamente delicado. Para despejar dudas, la asociación Chrysallis Euskal Herria -que lucha por una ley que proteja y reconozca los derechos a los menores y jóvenes cuyo ‘sexo registral’ no coincide con su género- ha querido dejar claro que, en el caso de Ekai, el alumnado y el profesorado del instituto al que asistía «estuvieron a su lado». «Aceptaron su identidad sexual desde que él lo comunicó en el centro y le llamaron por el nombre que él decidió», subrayan. Asimismo, en todos los documentos escolares «se cambió su nombre anterior y se puso Ekai». En este sentido, la propia madre del chico fallecido ha asegurado, según recoge la organización Chrysallis, que «a Ekai en el instituto de Ondarroa le aceptaron y le trataron bien desde el minuto uno».

Al parecer, los profesores del centro habían trasladado a las aulas el tema de la transexualidad, en un intento por hacer comprender a los chavales esta realidad, que, además, afectaba a uno de sus compañeros. Para ello, habían sido previamente asesorados por la asociación y el Gobierno vasco. No obstante, según lamentan desde Chrysallis, «la formación específica del profesorado todavía no se había hecho», ya que estaba programada para el mes que viene. Y tampoco se había realizado ninguna formación con padres y madres del centro. Para Ekai, estas asignaturas pendientes han llegado tarde.

«Con carácter de urgencia»

Tras agradecer a los alumnos y al personal del instituto de Ekai el apoyo que le ofrecieron y su «capacidad de comprensión y de aceptación de los hechos de diversidad», los miembros de Chrysallis han manifestado la necesidad de «proporcionar un plan de formación integral que incluya al profesorado, a madres y padres y al alumnado». A su juicio, esta tarea debe realizarse de manera coordinada por profesionales de la sexología con conocimiento específico de la transexualidad infantil y juvenil, «y con caracter de urgencia, para que toda la comunidad escolar pueda comprender la realidad de la transexualidad y así poder respetarla». Según recalcan, este plan debería «ser garantizado desde los Departamentos de Educación y de Política Familiar del Gobierno Vasco, cuestión que llevamos dos años demandando y que sigue sin ser atendida en los términos que estas chicas y chicos necesitan».

“Lucho por los derechos de las mujeres y el colectivo LGTBI”

La cineasta Émile Jouvet recibió el Premio Honorífico Zinegoak por sus filmes reivindicativos

La directora, fotógrafa y productora Émilie Jouvet recibió ayer en el Teatro Arriaga el Premio Honorífico Zinegoak 2018. (Oskar Martínez)

bilbao– La cineasta Émilie Jouvet llegó ayer al Teatro Arriaga para recoger el Premio Honorífico Zinegoak 2018, un galardón que el festival le entregó por tener “una visión muy libre y a la vez muy bonita y cuidada de lo que es la sexualidad femenina”. Así lo confirmó Pau Guillén, director de la presente edición, acompañando a la artista francesa en la presentación ante los medios.

“En estos tiempos en los que parece que la sexualidad se realiza de manera explícita en lo audiovisual para generar violencia o sumisión, sobre todo hacia la mujer, Émilie lo hace para transmitir la belleza de la diversidad y las maneras de disfrutar y mostrar los cuerpos”, agregó Guillén. El director recordó que en las películas de Jouvet aparecen “mujeres poderosas, mujeres que han decidido ser dueñas de su sexualidad y personas que han optado por disfrutarla de la manera que consideran oportuna”. Puesto que este año elleitmotiv de Zinegoak es la naturalidad de las diferencias, se reconoce la labor de esta artista que precisamente en sus trabajos “reivindica la diferencia de ser, de amar, de expresarse y de disfrutar de la sexualidad”.

Durante el acto, Jouvet hizo un repaso de su carrera y de sus inicios en el mundo del cine. Directora, fotógrafa y productora, la creadora se formó en Bellas Artes en la Escuela Superior de Fotografía de París, y en 2004 se unió al grupo de artistas Queer Factory. Desde muy temprano estudió la vida íntima y sexual como expresión natural y fundamental del ser humano, el rol femenino en un mundo profesional tan masculinizado como es el cine para adultos, o las dificultades del colectivo de gais, lesbianas, bisexuales y transexuales para convertirse en padres y madres. “Me interesaron enseguida los derechos de la comunidad LGTBI+ porque yo misma me enamoré de una mujer y quise integrar lo que me estaba pasando a nivel personal en el tipo de trabajo que yo hacía”, explicó Jouvet.

En 2006 dirigió su primer filme queer, lésbico y transgénero francés titulado One Night Stand, y logró multitud de reconocimientos internacionales. Gracias a esto pudo, tres años después, crear un grupo artístico de mujeres a las que acompañó por toda Europa grabando sus actuaciones, dentro y fuera de escena. A través de sus performances y las conversaciones que graba entre ellas, construyó su ideario sobre sexualidad, los prejuicios que les rodean y la reivindicación de sus cuerpos alejadas de lo políticamente correcto. El resultado fue el documental Too much pussy! que se alzó con el Premio a la mejor película LGTB del Festival de Cannes Independiente. “Uno de los objetivos en mi trabajo es mandar un mensaje político y a la vez íntimo, y mostrar de forma directa qué capacidad tiene el Estado de influir en nuestra vida”, aclaró la galardonada.

Jouvet, quien asegura que desde que comenzó su carrera empezó su “lucha por los derechos de las mujeres y la comunidad LGTBI”, también habló sobre su filmeAria, en el que reflexiona sobre el creciente contexto homofóbico de su país, y se pregunta “por qué se les impide tener hijos a quienes pertenecen a ciertos colectivos”, ya que en Francia no está permitida la reproducción asistida a mujeres solteras y lesbianas.

Último filmeSu último trabajo, My body my rules, vio la luz el año pasado y en él muestra a mujeres con cuerpos fuera de los arquetipos sociales a través de una galería de retratos que cuestionan el peso, la edad, la identidad, el género o el color. “Se trata de ocho retratos que componen una horquilla de personas muy diferentes”, señaló Jouvet, quien matizó que en su labor “la forma sigue al fondo” que quiere tratar: “Es un cine fuera de lo normal en cuanto a forma y género, pero es el cine que yo quiero hacer”.

“El franquismo cometió un crimen de lesa humanidad contra el colectivo LGTB”

  • Entrevista a Jaume Asens
  • El teniente de alcalde de Barcelona Jaume Asens explica la decisión del Consistorio de presentar una querella contra los responsables de la represión franquista contra el colectivo homosexual durante el tardofranquismo.

El teniente de alcalde de Barcelona, Jaume Asens, durante el discurso de clausura de las jornadas contra la impunidad franquista celebradas en la Antigua Cárcel Modelo de Barcelona.- A.T.

El patio de la antigua cárcel Modelo de Barcelona se va quedando vacío. Los asistentes al II Encuentro de la Red de ciudades contra la impunidad franquista van abandonando el edifico. Jaume Asens, tercer teniente de alcalde de la capital catalana, permanece sentado en un banco del patio central de la prisión, una pista  que se erige como único espacio al aire libre de este edificio. Por aquí han paseado en círculos presos y presas antifranquistas, pero también, reas y reos comunes cuyos delitos tenían mucho más que ver con la pobreza que con el mal.

Las paredes de las celdas, de hecho, aún guardan las marcas de las fotografías de los presos, mientras que la sala de visitas parece retener las emociones y lágrimas que allí se derramaron y en algún infame rincón de este mastodonte arquitectónico aún pervive el eco del grito de dolor de Salvador Puig Antich, asesinado mediante garrote vil por la dictadura franquista en 1974 en este mismo lugar.

Acaba de concluir el II Encuentro de la red de ciudades contra la impunidad franquista. ¿Qué balance hace de este encuentro en el que Barcelona ha sido la anfitriona y asume, además, el papel de impulsor hasta la celebración del próximo encuentro.

Se cierra ahora una etapa que se abrió en 2016. La Red nació con la idea de asumir el imperativo legal que dicta el Convenio Europeo de Derechos humanos que obliga a todos los Estados a defender y respetar los derechos de sus ciudadanos. Nosotros, los ayuntamientos del cambio, en tanto que también formamos parte del entramado estatal, hemos apostado por actuar como Administración de suplencia. Ante la política de brazos cruzados de Rajoy, nos sentíamos en la obligación de dar un paso al frente y defender los derechos de las víctimas del franquismo, entre otros, como también hemos hecho en Barcelona ante el drama de los refugiados.

El encuentro de hoy [por el lunes] abre una etapa en la que queremos reforzar lo que ya se ha hecho. Queremos conectar esta Red con otra de ciudades bombardeadas, en la que también estamos, y cuyo primer antecedente fue el acuerdo de colaboración entre Durango y Barcelona. También queremos hacer una red catalana que forme parte de la Red estatal y hacer una campaña de sensibilización y de impacto que llegue al Congreso de los Diputados, donde se deben plantear cuestiones vinculadas a la impunidad del franquismo, a la falta de ejecución de órdenes internacionales, a las reformas que hay que hacer para recuperar la justicia universal… Hay una hoja de ruta que iremos explicando.

La gran novedad de este encuentro es el anuncio de Barcelona de que presentará una querella por los abusos y persecución al colectivo LGTBi durante la dictadura franquista.

Se trata de una querella contra los responsables de los abusos sexuales sufridos por el colectivo homosexual durante el tardofranquismo. Queremos justicia para personas que aún viven y que fueron víctimas de unos abusos que tenían cobertura legal en la legislación franquista con, por ejemplo, la Ley de peligrosidad y rehabilitación social, de los años 70, que vinculaba la homosexualidad a una enfermedad.

El franquismo entendía que el ejercicio de un derecho fundamental era la comisión de un delito. Eso es un delito de lesa humanidad. Trataba a los homosexuales como enemigos de la patria ya que los veía como lo contrario a los valores de virilidad de la nación española. La represión en este caso afectó a un colectivo importante, como es el homosexual, y creemos que es más fácil demostrar que hubo un delito de lesa humanidad contra ellos. Encima, las víctimas y los victimarios todavía viven.

Se trata de la segunda querella que anuncian contra crímenes franquistas. La primera, que aún no ha sido presentada, va destinada contra Carlos Rey, redactor único que envió al garrote vil a Salvador Puig Antich.

Apostamos por el litigio estratégico. Escogemos casos muy señalados, con mucha carga simbólica, y que tienen mayores posibilidades de éxito. No descartamos otras acciones tanto en la jurisdicción penal como en la jurisdicción administrativa o civil. De hecho, tanto en el caso de Puig Antich como en esta querella, tenemos el convencimiento de que llegaremos hasta el final. Si en primera instancia no se tutelan nuestros derechos pues llegaremos al Constitucional. Y si hace falta iremos al Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) porque la jurisprudencia en este asunto es muy clara y nosotros tenemos de nuestra parte al derecho internacional.

El uso hipócrita que ha hecho el Estado en este asunto es mayúsculo. Las autoridades españoles recordaron a Chile y a Argentina que no pueden existir leyes de punto y final que valgan, y el caso Scilingo, es una prueba de ello. Pero, después, cuando se trata de limpiar los propios trapos sucios, las normas que no valen para unos sí que valen para nosotros. Eso es un uso mezquino e hipócrita de la Justicia, que tiene que ver con una democracia imperfecta que se ha construido sobre los cimientos del franquismo.

No es casualidad que el fascismo español, a diferencia del europeo, haya sido el único que no fue derrotado militarmente. Eso se nota en el poder político y judicial. Se construyó sobre esos cimientos y hace que aún haya polvo franquista debajo de muchas togas de jueces de la cúspide judicial. Ni tan siquiera se aplica la Ley de Amnistía, una ley preconstitucional y que incumple tratados internacionales. Parece que muchos jueces españoles no tienen formación en derecho internacional.

La celebración de estas jornadas ha sido muy criticada por el concejal del Partido Popular Alberto Fernández Díaz, que las calificó de “revanchismo guerracivilista’.

Las declaraciones de Fernández Díaz son una indecencia. Decir eso es una inmoralidad impropia de alguien que ostenta un cargo público. Parece que él y los herederos políticos del franquismo quieren que las víctimas sean invisibles, que se resignen. Quieren que no reclamen sus derechos y se queden en las cunetas del olvido.

Nosotros lo que le decimos a Fernández Díaz es que hay crímenes tan deleznables que sus víctimas nos convocan y nos exigen justicia. Nos recuerdan que sin reparar sus casos no hay justicia posible. Esas víctimas son contemporáneas a nosotros desde el instante en el que se paró su reloj biológico y nunca obtuvieron justicia. Queremos romper la línea de continuidad entre el franquismo y la democracia. Y es que estas víctimas fueron asesinadas o torturadas por el franquismo, pero fue el régimen del ’78 el que ha encubierto estos crímenes de forma cómplice. Nosotros tenemos una exigencia moral, política y legal para romper esa línea de continuidad.

Esta entrevista y estas jornadas han tenido lugar en la Antigua Cárcel Modelo de Barcelona. ¿Qué planes tiene el Ayuntamiento para este lugar emblemático?

En la Modelo tienen que suceder muchas cosas. Queremos que tenga vivienda social, un parque y una escuela. Pero no sólo. Una de las cosas que tiene que tener la Modelo es un espacio de memoria e interpretación que queremos que sea de referencia internacional donde se puedan hacer cursos, seminarios, exposiciones, conferencias, actividades culturales… Queremos que sea un lugar que permita conocer lo que ha sucedido aquí dentro. Los muros de esta prisión nos hablan y nos interpelan. Hay que saber escucharlos y entenderlos. Si desparece el eco de las voces de las víctimas todos morimos un poco. Nosotros moriremos un poco si no conservamos para nuestros jóvenes la memoria de los que han estado presos en este lugar infame y degradante.

Queremos dar voz y luz a este espacio y que nos interpele de lo que fue, pero también del presente. Queremos que nos sirva para reflexionar sobre la privación de libertad en comisarías, en centros de internamiento o en centros penitenciarios. Es decir, queremos que no dialogue solo con el pasado sino que también nos informe sobre qué sociedad somos ahora. La prisión nos dice mucho sobre qué sociedad somos. Nos tiene que servir para hacernos preguntas importantes como sociedad.

“El sistema político que tenemos ya no representa a la gente”

Chelsea Manning en el vídeo mediante el cual anunció su candidatura al Senado por el estado de Maryland

Unas semanas después de ser liberada de prisión militar, donde cumplió siete años de una condena de 35 por filtrar secretos oficiales, Chelsea Manning se dio cuenta de algo terrible. “Estaba fuera, pero vi que mientras había estado apartada, la prisión se había extendido hasta aquí fuera también. Eso es lo que siento. Me da la sensación de que no he salido, sino que simplemente hemos intercambiado prisiones”.

Esa amarga visión de que incluso en libertad estaba atrapada en una prisión le surgió mientras paseaba un día por las calles de Brooklyn. El barrio neoyorquino tiene fama de hipster moderno, pero le impactó ver a tantos policías fuertemente armados.

“Había una inmensa presencia policial y estaban militarizados. He sido parte de una fuerza ocupante en un país extranjero y sé cómo es. Y eso es justo lo que vi en Brooklyn: una fuerza ocupante”, señala.

Su poderoso temor sobre la evolución de Estados Unidos durante sus siete años de encarcelamiento y su igualmente poderosa determinación por hacer algo al respecto explican el anuncio de Manning la semana pasada de presentarse como candidata al Senado.

Miedo y determinación. Se puede decir que ese ha sido su sello distintivo desde que en 2010 tomó la importante decisión de filtrar un inmenso tesoro de 700.000 documentos secretos cuando trabajaba como analista de inteligencia en una base militar estadounidense en Irak.

En su primera entrevista desde que la joven de 30 años publicó en Twitter los detalles de su candidatura al Senado, The Guardian le pregunta si existe relación entre sus ambiciones políticas de hoy y su conversión en una de las informantes más famosas –y más castigadas– de la historia de EEUU. “Verdaderamente no hay una línea directa”, sostiene. “Ha llovido mucho desde entonces. Soy una persona diferente a la que era hace 10 años”, añade.

Pero hay paralelismos claros entre estos dos acontecimientos. Fue un acto de gran valentía –algunos dirían que estúpida– descargar y transmitir a WikiLeaks informes de guerra, cables diplomáticos, vídeos y documentos de Guantánamo. Es un acto de gran valentía –puede que algunos digan que estúpida– presentarse al Senado estadounidense.

También hay una gran dicotomía entre su arresto en mayo de 2010 y su nueva campaña: si no fuese por el trato en ocasiones brutal que recibió a manos del Ejército de EEUU, ella no tendría el estatus global del que goza hoy en día.

¿Cómo da sentido a estas contradicciones? “No les he dado sentido”, señala. “Y no creo que tenga que haber una explicación. Aprendí muy rápido que mi experiencia en prisión ha formado mi visión del mundo”, añade.

Nos reunimos en su apartamento a las afueras de Washington en el primer aniversario desde que Obama conmutó la sentencia de Manning que aún no había cumplido. Tiene un salón grande con mucha luz, pero está medio vacío y eso le da un toque extraño e impersonal, como si hubiese imitado, aunque de forma más acogedora, la estética austera de prisión. Las paredes están prácticamente vacías, a excepción de unas imágenes de Oscar Wilde y de la anarquista Emma Goldman sobre la chimenea. Y de una copia de la carta de conmutación de pena.

Va vestida de negro, como iba en el vídeo de inicio de campaña, en el que llevaba también una rosa roja como símbolo de resistencia política. Con la luz brillante del salón, destaca el azul grisáceo de sus ojos maquillados con una sombra de color rosa.

Lleva una cadena de plata al cuello con una pequeña almohadilla (el símbolo del hashtag). “Twitter me sacó de prisión”, responde sin dudarlo cuando le preguntan por la cadena.

Decir que Manning ha asumido un duro trabajo al presentarse al Senado en su Estado natal de Maryland es quedarse corto. El actual senador y su rival en las primarias demócratas del próximo 26 de junio, Ben Cardin, es un veterano experimentado que se presenta a su tercer mandato. Es además el líder demócrata en el Comité de Exteriores del Senado y tiene una gran base de votantes leales de centro.

Según ciertas informaciones, Cardin tiene al menos dos millones de dólares para la batalla y la última vez que se presentó a unas primarias, en 2012, ganó a su oponente con un 74% de los votos frente a un 16%. Manning ha recaudado hasta ahora poco menos de 50.000 euros gracias a pequeñas donaciones online y tiene solo dos personas en su equipo, al que quiere mantener reducido –menos de 10 personas– durante la campaña.

¿Cómo piensa competir? “Sabemos que tenemos una gran batalla por delante”, afirma insistiendo en que se presenta para ganar. Aun así, pase lo que pase, no comprometerá sus convicciones por ganar votos. “Queremos ganar, pero si perdemos nuestros principios, entonces ganar no importa”, aclara.

Manning explica que pone su fe en la victoria en los grupos de activistas locales y de estudiantes con los que ha estado estableciendo vínculos desde su liberación. “No estamos haciendo una estrategia de campo centralizada, estamos esperando a que las comunidades locales vengan a nosotros. Yo les escucharé”.

¿Teme estrellarse y quemar su figura como le ocurrió al destacado miembro de Black Lives Matter DeRay McKesson cuando se presentó a las primarias demócratas a la alcaldía de Baltimore en 2016 y quedó sexto con solo un 2% de los votos?

“Baltimore es una ciudad con una comunidad activista muy activa y creo que De Ray no utilizó eso”, contesta. “No voy a criticar a un amigo mío, pero al mismo tiempo estamos hablando con la gente de Maryland y nos estamos tomando el tiempo necesario”, añade.

“Este es mi momento”

El estilo político de Manning ya se deja ver en su cuenta de Twitter. Es vivo y provocador, con frases como #WeGotThis (lo conseguimos), un mantra que desarrolló en prisión para alimentar su espíritu en momentos de desesperación. Manning utiliza un lenguaje directo que compara la agencia federal de inmigración (ICE), con la Gestapo y que dice sin tapujos “que le jodan a la policía”.

La estrategia funciona claramente para sus 323.000 seguidores de Twitter, pero todavía está por ver cómo funcionará en Maryland, un Estado (de seis millones de habitantes) con un gran contingente de funcionarios federales. El centro de espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) tiene su sede allí.

Manning describe su política como “antiautoritarismo radical”. “EEUU tiene el Ejército más grande y más caro del mundo, pero siempre queremos más. Tenemos el mayor sistema de prisiones del mundo, y aún así queremos más. Tenemos, con diferencia, el mayor y más sofisticado aparato de inteligencia, y seguimos queriendo más. ¿Cuánto es suficiente? Ese es mi momento. Tenemos que parar esto”, explica convencida elevando la voz.

Aunque dice no tener nada contra Cardin –“Le voté dos veces”–, lo ve como parte del problema. Manning señala la L ey Antiboicot de Israel, que él promovió y que ha sido muy criticada por intentar sofocar las protestas contra los asentamientos israelíes.

En su primera declaración de campaña, Manning menciona tres áreas principales de su política: justicia penal, sanidad e inmigración. En cada una de ellas se posiciona claramente a la izquierda de Bernie Sanders. Hay que cerrar las cárceles y liberar a los prisioneros; todos los hospitales tienen que ser gratuitos en el momento de su utilización, sin hacer preguntas; las fronteras estadounidenses tienen que estar abiertas.

Y quiere decir abiertas de verdad. “No deberíamos negar el derecho absoluto a venir a Estados Unidos. Tienes el derecho, todo el mundo lo tiene”, asegura.

¿Qué le diría a alguien de Maryland preocupado por la entrada de terroristas en el país? “Tenemos terroristas nacionales y pueden viajar a donde quieran. Cerrar las fronteras no soluciona el problema”.

Esta posición inicial es tan interesante por lo que omite como por lo que aborda. Manning permanece en silencio sobre políticas transgénero, a pesar de situarse ella misma a la cabeza del movimiento trans. Y Manning tampoco menciona a Donald Trump.

¿Por qué no hace ninguna referencia al hombre que para muchos progresistas se ha convertido en la personificación del mal? “Todos nuestros problemas están personificados en un individuo, pero el problema es del sistema. Nuestro sistema de inmigración fallido no apareció de la noche a la mañana. Es una máquina construida durante décadas por centristas de ambos lados”.

Manning sostiene que pronto comenzará a ir a encuentros públicos invitada por grupos locales. Teniendo en cuenta que su Twitter atrae de manera regular comentarios llenos de odio y amenazas violentas por parte de detractores de derechas y antitrans, ¿no le inquieta su seguridad?

“No me preocupa. Esta gente quiere acabar con la disidencia y nosotros tenemos que contraatacar. No me va a disuadir que alguien me diga cosas horribles”.

Los ataques a los que se enfrentará en la campaña ya han empezado a salir a la luz. La afirmación más predecible es la de que es una traidora a su país, seguida de las teorías que apuntan a que está pagada por los rusos para intentar desestabilizar a un senador demócrata.

Una vez más, Manning permanece impávida. “Hoy en día todo el mundo es un traidor. James Comey, Hillary Clinton, Trump, Obama… la palabra ya no tiene significado. Cualquier forma de ‘no estoy de acuerdo contigo’ se convierte en ‘traición’ y en una sociedad así no se pueden tener debates”.

Es seguro que también se invoque en su contra a WikiLeaks y su fundador, Julian Assange, al que le filtró los documentos en 2010. ¿Qué opina ahora de Wikileaks? “En 2010 tomé la decisión de hacer públicos los documentos. Me puse en contacto con The New York Times y  The Washington Post, me quedé sin tiempo y esa fue la decisión que tomé. Es algo que no puedo cambiar”, aclara Manning. “Ha tenido algún contacto con Assange desde que le filtró la información? “No. Cero”, contesta.

Puede que la acusación más grave haya venido de la derecha. El Conservative Review  escribió que la batalla Manning contra Cardin “beneficia notablemente al Partido Republicano. Enfrentará al ala del establishment demócrata contra las políticas radicales de sus miembros más progresistas”.

La respuesta de Manning es que en esta época febril cualquier apuesta política está fuera de lugar. “Los comentaristas dicen todo tipo de cosas y siempre están equivocados. ¿Recuerdas la noche de las elecciones de 2016? Los tiempos han cambiado. La gente está enfadada. El sistema político que tenemos ya no representa a la gente. Así que sí, necesitamos una lucha”, señala.

Chelsea Manning, que en el pasado fue una persona sin techo, soldado de Estados Unidos, filtradora de documentos y prisionera militar y que ahora es una celebridad de Twitter y mujer transexual, se ha unido a esta lucha. Se abre la veda.

Traducido por Javier Biosca y Marina Leiva

Luis Alegre: “Los homosexuales somos en cierto sentido más libres”

 

Luis Alegre, miembro del equipo fundador de Podemos, durante la entrevista. ANTONIO HEREDIA

Luis Alegre. Miembro del equipo fundador de Podemos, ha sido secretario general en Madrid de esa organización. Pero se ha cortado la coleta de la primera línea política para volver a lo que más le gusta: dar clase de Filosofía.

Usted ha publicado un ensayo recientemente que se titula Elogio de la homosexualidad [Editorial Arpa]. ¿Qué tiene de elogioso la homosexualidad?

La homosexualidad nos hace más libres a todos, nos hace ver y cuestionarnos las casillas consolidadas en las que nos instalamos sin darnos cuenta y que marcan hasta los últimos detalles de nuestras vidas. Como los homosexuales no encajamos en ninguna de esas casillas, no podemos eludir reflexionar sobre ellas. Ese ejercicio reflexivo es algo por lo que pasamos todos los homosexuales, todos los gays nos vemos obligados a analizar ese paquete completo de construcciones que recibimos de nuestros ancestros.
Perdone, pero yo soy mujer, soy heterosexual, y también reflexiono sobre ello…
Mi libro es feminista, bebe mucho de las autoras en el campo de la igualdad de género. La casilla de ser mujer existe, está estandarizada, asumida, e incluye un archivo completo establecido por nuestros antepasados. Hay mujeres que la cuestionan, pero hay otras que no lo hacen y se insertan en ella con normalidad, ya que la consideran el orden natural de las cosas. Los homosexuales, sin embargo, tenemos por pura supervivencia que analizar las casillas, porque hasta ahora no encajábamos en ninguna. Y ese análisis nos permite descubrir lo que esas construcciones tienen de artificial.
¿Habla de una superioridad homosexual?
En algunos conceptos sí creo que se puede hablar de una superioridad homosexual. Esa obligación de analizar las casillas establecidas, de mirar desde fuera, nos coloca a los homosexuales en una posición privilegiada.
Pero también existen categorías de gays. Desde el gay que va a los cuartos oscuros y es promiscuo sexualmente hasta el gay casado y que ha adoptado hijos…
Ahora las hay, antes no. Y es normal que las haya, los humanos nos relacionamos a través de categorías.
¿Los homosexuales odian más?
No, al revés. Los homosexuales, como colectivo, odian menos y odian mejor. Hemos sufrido mucha persecución, y no siempre ocurre que se reaccione a eso con apertura. Los homosexuales hemos sido discriminados y atacados, y sin embargo somos un colectivo lúdico y activo.
¿Y por qué los homosexuales odian mejor?
Es raro que un colectivo como tal respete el principio de imputabilidad individual. Lo que dice por ejemplo el cardenal Cañizares los homosexuales se lo imputamos a él, no a toda la jerarquía de la Iglesia ni a todos los católicos. Sólo a él.
¿Comulga con el Papa Francisco?
Yo no comulgo en absoluto. Pero éste es el mejor Papa que podía haber, siento por él un gran respeto y admiración. Es imposible encontrar un líder mundial que genere tanto consenso como el Papa Francisco. Pero este Papa social no deja de ser una anomalía, la jerarquía de la Iglesia española debe estar espantada con él. Al fin y al cabo, la jerarquía de la Iglesia española no se moviliza por la precariedad laboral, por los desahucios o por el exilio de los jóvenes, y sí lo hace en defensa de la familia y del matrimonio tradicional.
¿Llegará el homopatriarcado?
Espero que no. Mal haríamos en sustituir un patriarcado por otro. Los ciudadanos debemos de ser iguales en dignidad y en derechos.
¿Hay políticos en el armario?
No se sabe. Lo que sí es seguro es que si en un espacio político no hay ningún gay visible, ahí hay un problema.
¿Hay algún partido político sin gays?
Creo que Ciudadanos. No quiero difamarles, pero ahora mismo no me viene a la cabeza ningún gay en el partido de Albert Rivera.

OSU UNANUE JUNTERO DE EH BILDU Y EXPRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN T4: “Tengo diarios de compañeros que fallecieron de sida. Me gustaría poder dárselos a sus hijos”

UNA ENTREVISTA DE ANE ARALUZEA FOTOGRAFÍAS BORJA GUERRERO

Josu Unanue, Juntero de EH Bildu y expresidente de la asociación T4 (BORJA GUERRERO)

BILBAO  El mismo año en el que el estadio de Wembley acogió el concierto homenaje a Freddie Mercury frente a 72.000 personas se fundó la asociación T4, en 1992. En aquel entonces el virus del VIH sesgaba cada año la vida de cientos de personas en Euskadi, pero la sociedad vasca aún no estaba preparada para asimilar las consecuencias de esta lacra y el miedo era generalizado. En ese contexto, Josu Unanue se erigió como una de las caras visibles de la enfermedad, llevando la militancia -de esa que ya no existe, a su juicio- a un terreno muy personal. “He tenido compañeros que he acogido y han fallecido en mi casa”, afirma el bermeotarra, juntero de EH Bildu en la actualidad. Desde entonces, la evolución de la sociedad ha permitido que haya recursos ante posibles discriminaciones, porque el sida aún no se ha erradicado sino que, en el mejor de los casos, se ha cronificado. ¿Pero por qué ya no se escucha hablar de este virus? Porque la enfermedad se sigue llevando en silencio, y ahora ni siquiera hay referentes abanderados.

Cuando se fundó la asociación T4 hace 25 años, ¿qué es lo que se sabía acerca del sida?

-Pese a lo que digan había muy poca información, más bien había miedo y muchos prejuicios. El 92 era el año en el que peleábamos con todo, con sectores de la iglesia que hablaban de que era un castigo divino, con parte de la sociedad que decía que teníamos que ir a vivir a guetos… Había mucha discriminación, tener VIH bastaba para que no te dieran un trabajo.

¿Estaban preparados los centros sanitarios vizcainos para atender a los enfermos de sida?

-Había plantas específicas en los hospitales, la séptima en Galdakao, la duodécima en Gurutzeta y el pabellón Gandarias en Basurto. Teníamos muy buenos médicos, muy valientes, que muchas veces ponían más de lo que realmente les correspondía porque muy poca gente quería trabajar con nosotros. Esa era la realidad, era muy difícil. La esperanza de vida con sida se calculaba en una media de dos años desde que te diagnosticaban.

¿Cómo afectó el discurso moral que solo atribuía la infección a las personas promiscuas, a los homosexuales o a los consumidores de droga?

-Ese discurso nos hizo mucho daño, se perdió un tiempo maravilloso. Las medidas de prevención ya se conocían, si se hubieran puesto en marcha seguramente no estaríamos en la situación en la que estamos. Hay países en vías de desarrollo en los que el VIH sigue siendo la lacra que supuso aquí hace 30 años.

El problema de los discursos morales es que se traducen en consignas como no utilizar preservativos.

-Eso es, lo teníamos a mano. ¿Por qué no se utilizaba? Porque la moral se impuso a lo que realmente tenía que ser la lógica. ¿Por qué las farmacias no quisieron vender condones o jeringuillas? La gente valoraba más que la persona que necesitaba una jeringuilla fuera consumidor de droga que la verdadera necesidad de no transmitir el virus. El desconocimiento y la intolerancia van en un pack.

¿Le da rabia pensar en ello?

-Nunca he vivido con rencor, pero creo que algunas voces que se oían tendrían que reflexionar sobre lo que ha pasado. Esto no ha sido nuevo, pasó con la lepra, la tuberculosis… El miedo lleva a la discriminación, es la defensa que automáticamente tiene la sociedad. Se pensaba que en el siglo XX no se reproducirían estas actitudes porque éramos más cultos, pero se repitieron. Creo, y eso me produce miedo, que ante cualquier otro tipo de brote la sociedad volvería a actuar igual. Es cíclico. Mucha gente no ha muerto de VIH, ha muerto de miedo, sin ilusión por vivir, con depresión.

Y en una exclusión absoluta.

-Recuerdo, siempre con horror, cómo en los años 87-88 morían muchísimos jóvenes y lo habitual era decir que fallecían por cáncer. Incluso los familiares se avergonzaban de ir al entierro. Ahora la gente ha vuelto a un segundo plano porque cree que la sociedad no ha evolucionado tanto como pensamos.

Pero sí ha habido caras visibles entre las personas con VIH. Usted, sin ir más lejos.

-Hasta el año 90 no se conocía ninguna imagen de una persona viviendo con el VIH, eso nos hizo mucho daño. Cuando una serie de personas decidimos que íbamos a dar la cara se produjo un cambio. Al final fuimos unos pocos: Jon Salaberri, gran amigo que ya falleció, Manolo Trillo, yo y poco más. Ese fue el gran cambio, cuando se vio que podíamos ser profesores, amigos de una cuadrilla… Hasta entonces la gente pensaba que todos éramos drogadictos y viciosos.

En sus inicios la persona infectada podía ser la única que sabía sobre su enfermedad.

-Todavía hay muchos casos de esos. Una de las cosas que más me llama la atención es que a veces me encuentro con que me contactan y buscan el mayor de los anonimatos. Que nadie les identifique, que no les vean conmigo… Me parece razonable y justo, aunque no se dan cuenta del daño que me hacen. Las personas que decidimos ser la cara pública dimos un paso y no nos sentimos parte de los miedos que tienen ellos.

¿El enfermo se sigue sometiendo a un aislamiento implícito?

-Cuando es deseado es justo, pero muchas veces no es la voluntad propia, sino es producto del miedo. La gente se tiene que dar un tiempo y pensar que si no están dispuestos a evolucionar no tienen que pedir ayuda. Si pides ayuda a ti también te van a exigir que hagas la cadena, que seas el siguiente eslabón. Eso no ha ocurrido en nuestro colectivo.

¿A qué se debe?

-El grado de compromiso y militancia que tuvo una gente determinada, entre los que la mayoría han fallecido, ya no la veo. Nosotros trabajábamos pero dedicábamos un tiempo de nuestra vida para cuidar a la gente. He tenido compañeros que he acogido y han fallecido en mi casa, ese tipo de activismo actualmente no existe. Vivimos muy cómodos y pensamos que es arriesgar mucho. Si no das una parte de tu tiempo a otros, exigir que otra gente te lo dé es injusto, hay que ser más solidario.

¿Faltan militantes abanderados?

-Y referentes. Gente que tenga la cabeza bien amueblada y que hable por sí misma, teniendo conciencia de colectividad. Y sin valorar, en T4 es lo que decíamos, que no podíamos valorar a nadie.

El lazo rojo contra el sida ha dejado paso a otros símbolos como el lazo rosa contra el cáncer de mama.

-Me suelo rebotar con eso. El lazo rojo comienza en Estados Unidos, donde unen la lucha con el color rojo de la sangre. El primer lazo me lo trajo Manolo Trillo. “¡Qué cosa más fea!”, pensé. La forma que tiene costó mucho, el símbolo no es una moda. No quito el valor a otro tipo de luchas, pero la falta de creatividad que ha habido nos ha perjudicado. En un momento dado nuestro símbolo fue prostituido, utilizado para un montón de cosas. Si tuviéramos normalizada nuestra lucha… El 1 de diciembre del 92 Bermeo era de ver, todo estaba lleno de sábanas con lazos rojos. ¿Por qué ahora no se ponen?

¿Quizás porque se ha debilitado la percepción del peligro que supone el sida?

-Se habla mucho de cronificar, pero el que sea crónico no significa que se cura, sino que vives con ello. Mucha gente fallece de enfermedades relacionadas con el VIH, que lo que hace es quitarte las defensas ante cualquier enfermedad oportunista, como una gripe o una neumonía. Se ha interpretado que ya hay tratamientos para todos, es mentira. El mensaje que la gente ha entendido es que esto está solucionado. La Arcadia Feliz cree que si tienes sida puedes tener las mismas oportunidades laborales que otra persona. No es verdad.

¿Tienen conocimiento los adolescentes de lo que es el sida?

-Nada. Hay un dato que me llama la atención: Alrededor mío ha habido una serie de personas que han fallecido de VIH y sus propios hijos no saben nada. Es algo que me duele mucho. Tendrán fotos en casa, en las cuales verán un deterioro físico como aquel que han identificado en su momento con Rod Hudson o Freddie Mercury. La amnesia voluntaria puede ser individual, pero la colectiva me llama mucho la atención. Tiene que ser difícil vivir con esa especie de vergüenza de no poder hablar de tu aita o ama. Tengo diarios en casa de compañeros que han fallecido. Me gustaría poder dárselos a sus hijos, para que supieran lo que pensaban. Yo no los he leído. Eso queda ahí conmigo.

En los últimos años las campañas contra el sida se dirigen al colectivo LGTB. ¿Es un error focalizar el problema?

-Creo que sí. El colectivo es el humano. Está bien que algunas medidas de prevención se relacionen con ciertos colectivos: si no eres consumidor de droga no tiene sentido que te hablen del intercambio de jeringuillas. Pero en África, por ejemplo, difícilmente se puede hablar de colectivos.

¿Qué tipo de discriminaciones puede sufrir una persona seropositiva a día de hoy?

-De lo que me cuentan, sé que en Euskal Herria hay menos casos que en otras parte, pero es cierto que suelo relativizar. La situación personal te lleva a ver fantasmas donde no hay. Pensar que la sociedad está pendiente de tu vida es una chorrada. Cada uno tiene bastante con el día a día suyo. Si hubiera una situación de discriminación las cosas han cambiado lo suficiente como para poder denunciar y abrir una vía para solucionarlo. No estamos en la época en la que no nos hacían transplantes por el mero hecho de ser seropositivo.

¿Se sigue manteniendo alguna creencia errónea acerca de la forma de contagio, por ejemplo?

-Antes se hacía el típico chiste en el que se decía que si saltaba uno a la piscina contagiaba a todos; o que el chicle que recogía un crío en la calle podría haber sido arrojada por un seropositivo; o que un mosquito te podía picar después de haber picado a un enfermo… Me cuesta creer que la gente sea todavía tan ignorante. Aunque algunas personas siguen teniendo prejuicios a la hora de besar. A finales de los 80 hubo una campaña que decía Besarse no mata, los prejuicios y la indiferencia sí. Era en contra de la idea de que al besar transmitíamos el virus a través de la saliva.

¿Ha cambiado la tolerancia hacia esta enfermedad ahora que lo políticamente correcto es promulgar un discurso donde la diferencia está bien vista?

-No nos conocen, por lo tanto no nos pueden admitir. Es una hipocresía comedida: yo acepto todo mientras no esté cerca. Si fuera público se vería cuál es la reacción. La gente se casa de blanco y sana, pero cuando una persona enferma o tiene un accidente las relaciones cambian.

las claves

“Teníamos muy buenos médicos, muy valientes, poca gente quería trabajar con nosotros”

“El grado de militancia que tuvo una gente determinada, entre los que la mayoría ha fallecido, ya no la veo”

“Si hubiera una situación de discriminación las cosas han cambiado lo suficiente como para poder denunciar”

«Existe una transfobia tremenda»

Rosa Almirall, ginecóloga y directora de Trànsit, el servicio catalán que trata a transexuales, sostiene que el seguimiento de un tratamiento hormonal es más sencillo que el de un diabético

La ginecóloga y sexóloga Rosa Almirall, ayer en el Palacio Miramar. / SARA SANTOS

Rosa Almirall se hizo ginecóloga «por activismo feminista», porque en los años 70 quiso «dar voz a las mujeres dentro de una ciencia heteropatriarcal dominante, que escucharan sus cuerpos y no tanto a los profesionales de la salud». Esta misma premisa, la de escuchar, es la que aplica en el servicio Trànsit en Cataluña, que fundó hace cinco años para atender a personas transexuales, –tanto si quieren cambios físicos como si no– porque, como directora de servicios de ginecología, comprobó que bastantes de sus compañeros daban «un maltrato increíble». Se pregunta quién es ella para poner trabas a alguien que quiere tomar hormonas para que su cuerpo vaya acorde con su identidad sentida.

¿Quiénes acuden a Trànsit?

Son personas que han dado mil vueltas a su decisión y tienen claro, aunque tengan miedos, que necesitan ese cambio de su cuerpo para estar bien en esta sociedad. Las personas que siguen los tratamientos, lo hacen en base a una necesidad personal o por la mirada exterior. ¡Cuántas modificaciones se hacen para satisfacer nuestras miradas imbéciles! Si viviéramos en un mundo utópico, en el que se admitiera que una persona tiene barba, mamas y genitales femeninos, que se aceptaran los cuerpos disidentes, posiblemente muchas de las personas trans no necesitarían estos servicios para nada. Es un problema de transfobia. Los demás nos quedamos más tranquilos si se enmarca en el estereotipo de hombre o mujer. También atendemos a las familias de los transexuales.

Aboga por la atención primaria en caso específico del tránsito.

Los protocolos de tratamiento hormonal y el seguimiento de las personas transexuales con estos tratamientos son sencillos, más que el seguimiento a una persona diabética que debe tomar insulina, y deberían ser conocidos por todos los profesionales de la salud. Falta conocimiento, pero ya hemos formado a unos 300 profesionales que, por ejemplo, hacen citologías a hombres.

Se denomina profesional transpositiva. ¿Qué significa?

Estamos en una sociedad tremendamente transfóbica. Las personas que vienen a nuestro servicio no lo hacen encantadas de ser trans, ni los padres vienen encantados por tener un hijo trans. Probablemente, muchos de ellos nos pidan que les aseguremos que son trans, ellos tampoco quieren equivocarse. En una sociedad transfóbica existe la experiencia de la vida real, aunque últimamente se están relajando los protocolos. Transpositivo significa que tanto el ritmo como la elección de los tratamientos son responsabilidad de la persona que se va a someter a ellos. El profesional lo único que hace es dar la poca información que tenemos sobre los distintos tratamientos y los efectos, tanto positivos como negativos.

¿En qué consiste esa experiencia de vida real?

Una vez pasada la evaluación psicológica psiquiátrica o los test de masculinidad y feminidad, que no pasaría ninguno de nosotros y que tienen preguntas como si se es activo o pasivo en la cama o cómo utiliza los genitales –que yo me pregunto qué tienen que ver con la identidad–, en lugar de poder celebrarlo, en ocasiones obligan a la persona a vestirse y actuar en todo los ámbitos con su identidad sentida las 24 horas. Después de tres meses deben llevar dos testimonios, uno familiar y otro laboral, que corroboren que ha cumplido ese requisito. Esto ya está bastante diluido, pero en algunos casos todavía se sigue practicando para recibir el visto bueno para recibir el tratamiento endrocrinológico.

¿Se ha encontrado con muchos desestimientos una vez comenzado el tratamiento?

He vivido algunos de adultos, no de niños. Forma parte del proceso. En una sociedad donde si te declaras trans la gente se queda pasmada, tienes malas miradas e incluso puedes tener agresiones y violaciones, es bastante normal que la gente quiera tomarse un descanso. Hay gente que está agusto con las hormonas y en los espacios de protección, pero no está preparada para socializarse en todos los ámbitos con su identidad sentida. Prefiere parar para coger fuerzas y volver al cabo de un tiempo. Eso no es desestimiento, sino una actitud que seguiríamos todos.

¿Uno de los problemas es que se asocia la transexualidad con marginalidad?

Sí. Muchas personas que se han sentido mujeres no se atrevían a realizar el tránsito porque se asimilaba con la prostitución o mundos marginales. Hacen falta más referentes positivos.

“La comunidad LGTB no denuncia judicialmente la violencia que sufre en Chechenia porque está aterrorizada”

Irina Gordienko, periodista de Novaya Gazeta. AGUSTÍN FONTENLA

Irina Gordienko es periodista del diario ruso independiente Novaya Gazeta. El 4 abril, tres días después de que su colega Elena Milashina publicara el primer artículo sobre el arresto y la tortura masiva de integrantes de la comunidad LGBT en la República rusa de Chechenia, recibió mensajes de víctimas y conocidos de ellas que le revelaron las detenciones, torturas, y humillaciones que habían sufrido a manos de las fuerzas de seguridad de esta región caucásica.

A partir de esos contactos, logró reunir información para precisar las condiciones en que sobrevive la comunidad LGBT en Chechenia, y porqué se aterrorizan cuando les sugieren la posibilidad de declarar ante un tribunal.

Su información permitió ampliar la denuncia periodística y las posibilidades de que se inicie una investigación judicial. El propio Vladímir Putin apareció en el principal canal de televisión de Rusia refiriéndose a la denuncia, dos temas (los derechos gays y Chechenia) que son prácticamente un tabú en la sociedad rusa. Con su consentimiento, el Defensor del Pueblo prometió investigar la denuncia.

Mientras tanto, las autoridades religiosas y políticas de Chechenia acusaron a la redacción de Novaya Gazeta de ser “traficantes de odio” y aseguraron que les darían un “castigo” sin límites. Aunque no es la primera vez que sufren intimidaciones, en esta oportunidad, se trata de la más seria que recibieron. La amenaza de clérigos y altos cargos del Gobierno partió de una reunión en una mezquita de esta región caucásica, a la que asistieron unas 15.000 personas, y que se transmitió por televisión.

Días atrás el Ministro de Asuntos Internos de Chechenia dijo que no se encontraron pruebas objetivas respecto a la denuncia sobre detenciones masivas, torturas y muertes de gays en Chechenia. ¿Cree que se podrá apelar esta resolución?

No hay forma de confiar en el gobierno de Chechenia, en su Comité de Investigación y en sus fuerzas de seguridad porque ellos lo hicieron, entonces qué van a investigar. En nuestro primer artículo dijimos que conocíamos gente que había sido torturada hasta la muerte, pero nunca los nombramos. Solo los nombramos ante la persona encargada del Comité Nacional de Investigación. Pero públicamente nunca lo hicimos para proteger a sus familiares. 

Nosotros teníamos tres, quizá cuatro nombres, y había varios otros de los que no estábamos seguros. Sobre uno de ellos, sabíamos que había sido detenido y torturado, pero luego desapareció y no pudimos encontrarlo. Sus familiares primero dijeron que estaba en un hospital en San Petersburgo, luego que estaba en un hospital en Europa. Y de repente, él apareció en su casa, en un pueblo en Chechenia. 

Entonces, Kadírov fue personalmente a su casa, y las autoridades chechenas dijeron que la prensa había mentido sobre la detención, tortura y muerte de esta persona, que en realidad estaba en su hogar, sana y salva. Sin embargo, nosotros nunca dijimos su nombre. Entonces, ¿cómo es que supieron que en nuestro artículo hablábamos de esta persona?

Después supimos que este hombre fue arrestado en un sótano de una estación policial en Grozni. Nadie sabía dónde estaba, y por eso las personas que lo conocían pensaban que estaba muerto.

Cuando esta campaña contra los gays en Chechenia se hizo pública, lo dejaron en libertad y lo llevaron a su casa. Cuando Kadírov estuvo allí, esta persona dijo, “los rumores sobre mi muerte fueron un poco exagerados”. Eso es ridículo. Esto muestra la situación de pánico en la que se encuentran las personas para denunciar públicamente lo que les sucede.

Entonces, ¿la única opción de que se juzgue a los culpables es que el Comité Nacional de Investigación ruso se decida a investigar?

Después de que publicáramos varios artículos, el Comité Nacional de Investigación empezó una pesquisa, que es el paso previo para abrir una investigación oficial. La persona encargada del Comité de Investigación de Rusia ha comenzado a analizar los hechos y nos entrevistó a mí y a Elena (Milashina), y brindamos toda la información que teníamos, por supuesto, obviando datos personales. 

Esta persona del Comité Nacional de Investigación trabajó en el Comité de Investigación del Cáucaso durante más de 10 años y sabe bien cómo trabajar en Chechenia.  Ahora se encuentra allí, interrogando a las fuerzas de seguridad, a funcionarios policiales, políticos, y religiosos. Es por eso que las autoridades de Chechenia están declarando públicamente que investigaron la denuncia y que no encontraron nada. Están en pánico y no saben qué hacer porque no esperaban esa reacción. Igual que nosotros no la esperábamos. 

Llevamos años escribiendo sobre las torturas y los asesinatos en el Cáucaso, y nunca sucedió nada. No sé si es que la gente se cansó de toda la situación con Chechenia, porque es un agujero negro, donde no hay justicia, ni leyes. Entonces, de pronto, precisamente porque es este tema de la comunidad LGTB, sucedió una explosión. De todas partes del mundo empezaron a fijarse en lo que sucedía en Chechenia. Fue una sorpresa.

El presidente checheno, Ramzán Kadírov. EFE

Activistas LGBT que ayudaron a algunas víctimas de esta persecución a escapar del Cáucaso, creen que esta vez habrá una investigación oficial porque las autoridades temen manifestaciones en la calle. ¿Está de acuerdo?

Esperamos que así sea. Pero una investigación oficial solo puede empezar con una condición. Si una de las personas detenidas y torturadas realiza una denuncia en la justicia. Sin víctimas que lo denuncien judicialmente, no habrá investigación. Nosotros (Novaya Gazeta) y la ONG LGBT Rusia, estamos trabajando para persuadir a estas personas de que presenten la denuncia jurídicamente, asegurándoles que en caso de que lo hagan, recibirán protección del Estado para ellos y sus familias.

¿El Estado ruso se encargaría de protegerlos?

Es muy sorprendente, pero la institución rusa que se encarga de esta materia es muy buena. Tenemos experiencias previas con gente de Chechenia que acordó presentarse como testigo de torturas realizadas por las fuerzas de Kadírov. Y ahora, por ejemplo, una de esas personas, junto a toda su familia, tiene otra identidad, otro pasaporte, y está viviendo legalmente en Europa. 

¿Cómo logró contactar con las víctimas? ¿Por qué tienen tanto miedo de denunciar los abusos?

Elena publicó su primer artículo el 1 de abril, y después, el 4 de abril, gente de Chechenia que reside en Europa me escribió diciéndome que toda la información publicada era cierta, y yo les dije que necesitaba testigos que confirmaran lo que me estaban diciendo. Entonces me dieron teléfonos de dos personas chechenas en Europa, a las que llamé, y una de ellas me dijo que era gay y que había dejado Chechenia en enero, y me dio el teléfono de una persona en Rusia con la que podía hablar.

Le llamé y me reuní con él unas tres horas. Esta persona me contó que era bisexual y que tenía esposa, hijos y un negocio muy exitoso. Me dijo que no participaba de ninguna fiesta o reunión LGTB, ni en Chechenia ni en otro lugar. En principio, no podría decir precisamente que era gay. Esto sucede porque en la sociedad chechena, cuando tienes 25 años, te empiezan a preguntar por qué no tienes mujer, por qué no tienes hijos… Entonces, puedes tenerlos solo para cumplir.

Esta persona me contó que estuvo detenida dos semanas, y que fue humillada y torturada. Tras ello, pensó en quedarse en Chechenia, pero unas semanas después una persona lo llamó, y entendió que la policía estaba vigilándolo, y decidió irse con su familia.

Cuando le pregunté a qué tenía miedo, dijo que temía más por su familia que por él mismo. Y es lo que sucede en la mayoría de los casos.

En Chechenia, una familia es un clan, que consiste en 10 familias. Si una persona del clan dice que es gay, será condenado públicamente junto a estas 10 familias. Sus integrantes serán deshonrados, despedidos de sus empleos y no podrán conseguir otros. Las mujeres no podrán casarse. Es una sociedad muy conservadora, y una persona que es excluida de la sociedad tras esta deshonra, puede ser escupida, insultada, o incluso que le incendien su casa. Su única salida es irse de ahí, y a dónde vas a ir, cómo vas a vivir.

¿Conoció algún caso donde la familia haya actuado contra un familiar gay para evitar esta supuesta “deshonra”?

Conocí la historia de una persona en un pueblo de Chechenia que todos sabían que era gay. Un hombre que tenía unos 50 años, que vivía por sus propios medios y que era muy discreta. Después de que comenzara esta detención masiva, él fue detenido, torturado y luego liberado. Tras su liberación, las fuerzas de seguridad convocaron a tres hombres de su familia, y los humillaron frente a otros familiares y policías. Después los forzaron a ‘abdicar’ de su relación familiar con esta persona gay. Entonces, los policías le dijeron que su clan estaba deshonrado y que podían hacer lo que quisieran con su familiar.

Posteriormente, el consejo de su pueblo le dijo a esta persona que las autoridades sabían que era gay, y que no podían poner en riesgo la honra de su clan, por lo tanto debía irse. 

Mucha gente en Chechenia no ha salido ni siquiera de su pueblo, e ir a Grozni (la capital) es algo muy importante. Así que imagina lo trágico que es para ellos irse a otra ciudad o, peor, a otro país.

Por su experiencia de haber trabajado en el Cáucaso y con lo que está sucediendo ahora con esta denuncia, ¿cree que habrá un impacto político en Chechenia?

Creo que sí, que está sucediendo ahora mismo. Después de las informaciones, hubo una mala reacción de las autoridades: esto es una “provocación”, son “mentiras”, “no hay testigos”. Incluso el Defensor del Pueblo dijo que era una “provocación”. Pero luego nos comunicamos con algunos funcionarios, y les explicamos que muchas víctimas no quieren hacer la denuncia judicial porque están asustados no solo por ellos, sino por sus familias.

Posteriormente hubo una reunión en el Kremlin, entre Putin y Kadírov. Supuestamente era una reunión para hablar de asuntos sociales y económicos, pero creo, personalmente, que la principal razón por la que el presidente convocó a Kadírov fue por las denuncias sobre la represión a la comunidad LGTB, y a raíz de la presión internacional. El Kremlin estaba en shock con esta reacción en Europa y otros países. 

Tratamos de informar a Putin de la situación real, y luego, el Defensor del Pueblo, en esta reunión, habló de formar un grupo especial para investigar esta denuncia.

Putin prometió esto, y fue transmitido en el canal de televisión Rusia 1 (el principal canal ruso). Eso podrían haberlo dejado sin problemas fuera de cámara, pero fue como una señal para los países de Occidente de que Putin está al tanto de la situación, y está comprometido a investigarlo. Eso no significa que realmente vaya a suceder algo pero toda esta situación, que Putin esté hablando en el canal Rusia 1, sobre personas gays, sobre Chechenia, y que prometa alguna investigación, esto es increíble.

Por eso creo que esto ya tiene un impacto muy negativo en Kadírov. Tendrá consecuencias, pero dudo que podamos verlas públicamente. 

Sabemos cómo fue la reacción en Chechenia, y también la reacción internacional. Pero ¿cuál fue la reacción en las grandes ciudades rusas?

Es difícil decirlo porque Rusia es un país muy conservador. La gente tiene una actitud muy escéptica hacia temas que involucran a la comunidad LGTB. Las personas que están interesadas en asuntos sociales y políticos, y que saben lo que está sucediendo en Chechenia, saben que no es solo sobre LGTB, sino sobre defender los derechos humanos en general. En Chechenia hay muchas cárceles secretas, en donde integrantes de diversos grupos sociales son arrestados. Pero la otra gente, que no está interesada en asuntos sociales y políticos, realmente no les importa. No leen los diarios, ni investigan en internet.

Por otra parte, lo que sucedió con LGTB Rusia, la ONG que lanzó una línea telefónica (para que víctimas de esta comunidad soliciten ayuda) es de una magnitud enorme, por la cantidad de llamadas que recibieron desde el Cáucaso desde que publicamos los artículos.

Una de las personas que fue arrestada decía en su testimonio que antes que matarlos, por los menos podrían llevarlos a un hospital. Es decir, consideran que su orientación sexual es una enfermedad.

Esa es una opinión muy extendida entre gente con falta de educación. Otro tema es que en el Cáucaso, hay un descreimiento total con la institución psiquiátrica, si vas al psicólogo es porque tienes un problema mental grave, y no puedes encargarte de tu mujer. 

¿Esto pasa solo en Chechenia o en grandes ciudades rusas también?

No, también sucede en grandes ciudades rusas, incluso en Moscú. Aquí, por ejemplo, cuando los familiares, especialmente los padres, descubren que su hijo es gay lo fuerzan a ser internado en una clínica psiquiátrica. De todas formas, aquí hay muchas fuentes de información para entender que no se trata de una enfermedad. Pero en ciudades pequeñas, la gente realmente lo cree así.

Todos los trabajadores de Novaya Gazeta fueron amenazados por clérigos chechenos, el gobierno de esa región y una multitud de ciudadanos de Chechenia que se reunió el 13 de abril en una mezquita. ¿Tienen miedo?

Ya fuimos amenazados muchas veces, aunque esta vez fue más intenso. Incluso antes de esta reunión de los clérigos, Kadírov dijo que los periodistas de Novaya Gazeta debíamos ponernos de rodillas y pedir perdón a él y a la nación chechena. Creo que es demasiado ambicioso, ridículo, y le deseo suerte… Creo que la persona debe estar preocupada si escribe mentiras, pero estoy tranquila porque lo que escribimos es cierto, está respaldado por los hechos.

En Occidente muchos medios y personas ponen en cuestión que exista libertad de prensa en Rusia. ¿Qué diría al respecto?

No sé si hay libertad de prensa o no, o si tenemos alguna libertad de prensa, pero estamos realmente trabajando, y estamos escribiendo sobre lo que opinamos, investigando asuntos inconvenientes, y logramos publicarlos. Es realmente muy, muy difícil, y debo decir que nuestro director, Dimitri Moratov es un héroe de nuestros días porque soporta una enorme presión, y hace enormes esfuerzos diplomáticos para que no se cierre el periódico y no dejar que algunas autoridades, que son nuestros enemigos, logren cerrarlo.

“El estigma asociado al sida tiene efectos más sostenidos y venenosos que los del propio virus”

  • Matt Cook hace una historia emocional de la crisis del sida en el Reino Unido para explicar cómo los efectos del estigma y la vergüenza condicionan la vida de las personas e incluso las políticas públicas

  • “El estigma se asocia a la comunidad gay porque representaban todo lo que no debían ser los británicos”

  • “La mujer que estaba aterrada con el miedo de contraer el VIH tomando la comunión en la iglesia tenía su cabeza llena de eso, de la misma manera que el hombre gay que había perdido a su pareja por el sida”

Matt Cook, profesor de historia moderna en la Birkbeck University of London JOÃO FRANÇA

A principios de la década de los 80 se detectaron los primeros casos de sida en Estados Unidos. En 1985 ya se habían detectado casos de VIH en todas las regiones del mundo. En 1987 el sida toma un lugar central en la política global, siendo objeto de debate en la asamblea de las Naciones Unidas. También es el año en que se aprueba el primer tratamiento para el síndrome. Ese mismo año, un grupo de sociólogos británicos decide recoger las impresiones de unos 600 hombres y mujeres al respecto. Este es el punto de partida de la investigación de Matt Cook, profesor de historia moderna en la Birkbeck University of London.

El historiador pone la lupa en la cotidianidad para dibujar el paisaje emocional del Reino Unido en ese momento clave de la historia del sida. Cook busca hacer una historia emocional de esta crisis y hablar de cómo lo vivían las personas, fueran o no seropositivas, portadoras del VIH, fueran o no homosexuales. El desconocimiento sobre el virus y el contagio hacía el miedo muy presente, llevando a situaciones que hoy parecen absurdas, como llevar tus propias tijeras al peluquero, y a la vez hacía crecer un estigma que marcaba la vida de los homosexuales, considerados “población de riesgo”, cuando aún no se tenía en cuenta que el riesgo se encuentra en las prácticas, no en las personas.

Matt Cook estuvo en Barcelona para participar en el seminario (Sub)versiones, organizado por el Centro de Estudios Interdisciplinarios de Género de la UVic-UCC, y hablamos con él sobre esta historia emocional del sida, y sobre cómo las emociones condicionan las vidas de las personas e incluso las políticas públicas.

Habla de la importancia de las emociones a la hora de hacer historia. ¿Por qué es importante que los historiadores piensen en las emociones?

Como historiadores a menudo pensamos que podemos mirar al pasado y esperar que la gente se comporte racionalmente y sin contradicciones, pero olvidamos que nuestra propia vida cotidiana está completamente modulada por los sentimientos con los que nos levantamos por la mañana o que tenemos hacia las personas con las que interactuamos.

Lo que intenta decir la historia de las emociones es que estas interacciones están en el corazón de las experiencias sociales de las personas, también en el pasado, y afectan a las decisiones que se toman a diferentes niveles. Los niveles doméstico, laboral o gubernamental están inflexionados por estos encuentros emocionales.

La complejidad está en darnos cuenta que lo que entendemos por emociones y por palabras como miedo, amor u odio no es lo mismo en cada momento histórico. El gran reto es identificar su presencia y sus efectos sin ser anacrónicos. Hay que asumir que lo que entendemos por miedo ahora no es lo mismo que en los años 80 o cuando sea.

Con esta perspectiva ha estudiado la crisis del sida en el Reino Unido a finales de los años 80. ¿Considera que en este contexto el efecto emocional es más duradero que el epidemiológico?

Utilizando el ejemplo específico del Reino Unido, que es lo que he estudiado, podríamos decir que en realidad hablamos de un número relativamente pequeño de personas infectadas con el VIH que contraían la enfermedad y morían. Por supuesto era un número significativo, pero en ningún caso afectaba a un vecino de todos. Lo que afectaba más la vida cotidiana de la gente, y era especialmente incapacitante para los hombres gays en particular, eran las emociones ligadas al virus, y también la forma en que se vincularon a identidades o comportamientos particulares, sumándose a una serie de prejuicios existentes.

Un trabajo importante a finales de los 80 fue una investigación sobre el estigma del sida. Trabajaron con gente que era seropositiva y gente que no lo era. Lo que encontraron fue que los hombres gays con VIH asumían que las personas que no tenían el VIH tendrían sentimientos mucho más negativos hacia ellos que los que expresaron, que eran bastante solidarios. Pero la cuestión es que era irrelevante si era cierto o no, porque sentían que el estigma era real, y ese sentimiento afectaba su día a día, y hacía que no salieran tanto, o se sintieran incómodos en público.

Es un ejemplo de los efectos perjudiciales que pueden tener las emociones, y en muchos sentidos los efectos del estigma son más sostenidos y venenosos que los que tiene el mismo virus, especialmente desde que las terapias antirretrovirales han cambiado los diagnósticos para el VIH y la sida.

Y estos efectos perniciosos aún están presentes.

Actualmente en Sudáfrica encontramos que hay un gran proyecto para que la gente se haga las pruebas, porque obviamente sólo recibirán el tratamiento si tienen un diagnóstico, pero conseguir que la gente vaya a la puerta de una clínica es muy difícil debido al estigma y la vergüenza, que son respuestas emocionales. Son emociones que están evitando una intervención en la prevención y el tratamiento del VIH.

Este estigma se asocia sobre todo a una determinada comunidad, que son los hombres gays. ¿Cómo sucede esto?

En el Reino Unido pasa en parte porque en un primer momento fue la principal comunidad afectada por el sida, pero luego resultó que los gays eran muy convenientes para ello, porque representaban todo lo que no debían ser los británicos; eran sueltos y promiscuos, tenían demasiado sexo y el tipo incorrecto de sexo. El estigma no se asocia a los drogodependientes de la misma manera, porque los gays eran un vehículo mucho más conveniente para toda esta serie de prejuicios.

¿La mayor visibilidad que estaban obteniendo las personas homosexuales en ese momento facilita que se acaben convirtiendo en objeto de ataque?

Sí que se convierten en un blanco más inmediato. Uno de los miedos en los años 80 era precisamente que los gays y las lesbianas estaban ganando más influencia cultural, estaban reivindicando políticas, siendo tratados en el sistema nacional de salud, y se volvieron mucho más visibles en todos estos ámbitos, así que se generó una especie de guerra cultural. Había que contraatacar y hacer frente a estos gays. Pero también hay otra lectura.

Una cuestión que plantea Dennis Altman es que la crisis del sida, en términos de mayor visibilidad para los hombres gays, resultó en una especie de legitimación a través del desastre. Precisamente porque el VIH y el sida en ese momento hacen que los hombres gays sean más visibles. Más gente los conoce en su día a día, trabajando en hospitales, o en las escuelas, o en los barrios, y los hombres gays se integraron cada vez más en los sistemas sociales. En muchas formas esta situación permitió a los hombres gays encontrar un lugar que ya no estaba al margen sino dentro de la sociedad, o más bien tener un pie en cada lado. Creo que fue una ruta hacia la legitimidad, aunque partió del miedo al homosexual.

¿Más allá de los hombres gays, cómo afectó la paranoia en torno al sida al conjunto de la sociedad?

La gente tenía miedo, y tiene sentido cuando ves el tipo de retórica que se utiliza y la imaginería del miedo que se asocia a la crisis. Es donde ves las emociones teniendo un efecto muy directo sobre la vida social. La gente dejó de ir a nadar, no compraban ropa de segunda mano, o un clásico era llevar tus propias tijeras y peine a la peluquería. Una gran preocupación a mediados y finales de los 80 era cómo recibir la comunión en la iglesia y el miedo a la transmisión del VIH en este contexto. Ya ves que afectaba la vida cotidiana de la gente, pero lo que es realmente interesante es cómo empiezas a ver las diferentes dimensiones del miedo.

¿Cómo son estas diferentes dimensiones del miedo al VIH?

Los miedos cotidianas que tenían las personas heterosexuales eran muy diferentes a los que tenía un hombre gay cuya pareja había muerto. Hay un sentimiento mucho más potente de miedo. Podríamos decir que hay una jerarquía de miedos, pero eso no quiere decir que ocupara menos espacio mental. La mujer que estaba aterrada con el miedo de contraer el VIH tomando la comunión en la iglesia tenía su cabeza llena de eso, de la misma manera que la tenía el hombre gay que había perdido a su pareja por el sida. Te consumía.

A todo ello se suma el hecho de que en los 80 había un sentido apocalíptico en el Reino Unido. Nuestro sistema social estaba cambiando completamente, estábamos en una recesión enorme y la primera ministra Margaret Thatcher estaba dividiendo el país. Había campañas antinucleares y muchas cosas en la televisión sobre el holocausto nuclear, y entonces llega el sida. Era como si el mundo se estuviera acabando, así que creo que el miedo al virus y el sida se convierten en un conducto para un sentido más amplio de riesgo y peligro que estaba presente culturalmente.

¿Qué efecto tienen hoy esos miedos que se generan en ese momento?

Hay una generación mayor de hombres gays que vivieron la crisis, perdieron amigos y experimentaron la intensidad de lo que se ha denominado la generación perdida, que cargan y viven con una serie de emociones que hoy se pueden sentir como no sentidas por otra parte de la comunidad, y aquí hay una división generacional.

Creo que aquí radica la controversia sobre la PrEP [ profilaxis pre-exposición, un tratamiento para personas seronegativas para evitar el contagio], en la idea de que hay una generación que no está preocupada por el VIH, y no hay que estarlo tanto, porque ahora se puede vivir con eso, pero hay un miedo a la pérdida de la memoria. Parece que haya personas que se aferran a una memoria de trauma que vive con ellos, pero es que en esta brecha generacional también hay muchos hombres gays que viven con el duelo de la pérdida de amantes y amigos, o familias que han perdido a hijos y hermanos.

Aparte de eso, creo que muchas de las ideas sobre la vergüenza también resisten, y la intensa lacra del sexo gay es algo que se articuló entonces y de lo que todavía vemos efectos hoy.

¿Todavía está presente la asociación entre sexo y peligro presente en las campañas de prevención de aquella época?

Sigue presente para muchas personas. Siempre hay un miedo a qué puede significar el tener sexo, en términos de quién soy, qué tipo de persona, cuál es mi identidad… Sigue siendo mucho más que un acto físico que es placentero, porque tiene toda esta carga y el desarrollo de juicios que se extraen de ello: ¿he sido una mala persona? ¿Tengo que avergonzarse? ¿He tratado a esta persona bien o mal? Toda la retórica en torno al sexo está absolutamente poblada con este tipo de sentimientos y discursos.

También hay trabajos interesantes sobre el uso de drogas entre los hombres gays, como la metanfetamina, que resultó una epidemia muy devastadora para muchos hombres en Londres. Hay que hablar del apuntalamiento de cuestiones en torno a la intimidad y la vergüenza que pueden llevar a un uso extendido y extensivo de drogas, que es una forma de generar intimidad rápidamente y superar una vergüenza que puede venir de muchos lugares, pero creo que se generó particularmente en los 80.

¿Y las campañas de prevención actuales, con la idea de hacerse la prueba del VIH cada tres meses, pueden vincular el sexo con el miedo?

Creo que hay una mezcla de cosas. Cuando te haces la prueba da miedo, porque te darán un resultado y parte de ti puede temer que sea positivo, y eso está presente. Por otra parte, creo que el VIH da menos miedo que antes. En el Reino Unido tenemos campañas muy exitosas proponiendo que los hombres gays se hagan la prueba regularmente por rutina y no sólo ante situaciones de riesgo. Cuando yo estaba en mis veinte me hacía la prueba cuando creía que algo había ido mal, mientras que ahora el sentido común es hacérsela cada tres meses independientemente de las prácticas.

En cierta forma esto se ha vuelto parte de la red de seguridad, pero está claro que si hablamos de la sensación de seguridad, del mismo modo que el orgullo y la vergüenza, la seguridad está apuntalada por el miedo. En todo caso creo que carga un bagaje diferente que hasta principios de los 90 y antes, cuando un diagnóstico de VIH era realmente devastador.

Considera que las personas hoy tienen menos miedo del VIH. ¿Es positivo?

Sí, y creo que es interesante que las campañas que hay ahora en el Reino Unido se centren en el estigma que perdura. También perdura la desinformación en torno al VIH y el sida, y esto significa que muchas personas aún deben ser cautelosas sobre revelar su estado serológico, y creo que es aquí donde están muchos de los problemas y es sobre lo que estamos intentando trabajar en el Reino Unido ahora mismo.

Dos activistas trans frente al bus de HazteOir: “Tienen que saber que estamos aquí”

Rubén (i) y Aitor (d) junto a la caravana de HazteOir / R.R..

El circo tránsfobo de HazteOir se había instalado en la plaza de Cibeles el viernes a mediodía. Justo frente al Ayuntamiento de Madrid que había inmovilizado su autobús con mensajes contra la transexualidad. El presidente del grupo ultracatólico, Ignacio Arsuaga, repetía sus consignas a pie de la caravana parada por unos agentes municipales. Con la estampa del palacio de Comunicaciones –sede del Gobierno de Manuela Carmena– y la diosa Cibeles como decorado de fondo, Arsuaga insistía: “Si nos quieren ilegalizar tendrán que cambiar la ordenanza”.

Cuando el  show perdía fuerza y HazteOir ya tenía un boletín de denuncia de la policía, han aparecido dos chicos. Portaban una bandera enseña universal del movimiento reivindicativo trans. “No nos dejan pasar”, decían mientras se quedaban a una prudencial distancia del vehículo naranja con la leyenda: “¿Las niñas tienen vulva?” Rubén y Aitor, activistas de 23 y 24 años, se habían acercado a ver cómo HazteOir había sacado a la calle otro coche con mensajes que niegan su propia identidad. Al final se han atrevido colocarse junto a la autocaravana. Un rato después de que los utras se marcharan rumbo a su sede, ambos chicos han hablado con eldiario.es

¿Cómo os habéis decidido a plantaros allí?

Aitor: Estaba relativamente cerca de la plaza y cuando nos hemos enterado de que la caravana iba a estar allí le he dicho a mi compañero: “Tenemos que hacer algo. Tenemos que ir”.

Rubén: Sí, nos hemos enterado de que esta caravana iba hacia Cibeles por las redes sociales y hemos tirado para allí. Queríamos ver si realmente estaba circulando y comprobar qué estaba pasando.

A: Yo he dicho: esto tengo que verlo con mis propios ojos y tienen que saber que estamos aquí. Así que hemos cogido el autobús para Cibeles.

R: Ha sido bastante improvisado. A llegar no nos dejaban pasar y no teníamos nada pensado pero, al ver la caravana, al final no nos lo hemos pensado dos veces y para adelante. Hemos sacado las banderas.

HazteOir ha dicho que no pretende ofender a nadie. ¿Os ha ofendido?

R: Sí. Porque vulneran nuestros derechos. Es como decir que no existimos. Claro que duele, después de todo lo que hemos tenido que pasar…

A: Claro que me he sentido ofendido. Yo, antes de ser adulto, he sido un niño con vulva. Y su mensaje me está invisibilizando.

¿Deberían prohibir que circularan?

R: Sí. Es una campaña de odio. Que incita al odio y a la discriminación.

A: Debería impedirse que circulara porque promueve la transfobia.

R: Me pongo en la piel de los niños trans… Yo tengo 23 años y tengo más herramientas para manejarlo, pero me imagino cómo puede sentirse un menor al que se le dice que no existe. Se le niega su identidad.

¿Ese es uno de vuestros mayores problemas? ¿Haceros invisibles?

A: Claro. Además se nos asocia directamente a un tipo de gente, un tipo de profesiones…

R: Nosotros intentamos ofrecer referentes para esos jóvenes y cosas como esta nos echan tierra por encima. Desde que eres pequeño te das cuenta de que eres diferente que no eres lo que  hay que ser. Si hubiese leído algo como lo que aparece en esos autobuses… Terminas por pensar que lo que tú eres no puede ser.

A: Yo exterioricé cómo sentía a los seis años con mi madre. A los 16 supe realmente lo que esto suponía. Y siempre he notado los cuchicheos, las miradas…

R: En mi caso, era consciente de que no encajaba pero mi madre siempre me dio mucha libertad. No le puse nombre hasta los 20 años.

¿Creéis que esta campaña es libertad de expresión?

R: Opino que no. La libertad de expresión acaba cuando se pisa al resto.

¿Y si continúa la campaña?

A: Pienso ir donde estén y donde haga falta.

R: Si ellos no se cansan, nosotros tampoco. No vamos a dejar que nos vuelvan invisibles.