Publicado por por Paco Tomás en elasombrario.com
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Digo palabras como orgullo, homosexualidad, transexualidad o feminismo y sigo ofendiendo, y siguen provocando una sobreprotección insólita. Como si en vez de palabras fuesen minas antipersona. Algo estamos haciendo mal, algo falla en la transmisión del mensaje, si aún hoy, y año tras año, tenemos que volver a enfrentarnos a opiniones que reivindican el orgullo hetero, a discursos que hablan de normalidad, a personas que aún piensan que machismo y feminismo son equivalentes. Y algo falla si Pablo Motos puede seguir ejerciendo de machito de piscina cada vez que le visita una actriz que él considera guapa.
No deberíamos temer a las palabras. Sin embargo lo hacemos. No a esas que la real academia de la humanidad ha bendecido con el don de los valores, de la construcción provechosa de la personalidad. Palabras como felicidad, éxito, amistad, autenticidad, amor, imaginación, responsabilidad… Palabras que siempre tienen connotaciones positivas, que nunca generan polémicas ni malas interpretaciones; que son lo que son y que solo una mente maquiavélica como la de Mr. Wonderful puede convertir en un infierno al estamparlas en una taza.
Sin embargo, hay palabras que reúnen todas las anteriores y alguna más, que están cargadas de argumentos, de experiencia, de reivindicación, de lucha, de memoria, de compromiso, incluso de dolor, pero su sola pronunciación en sociedad crea un silencio concluyente a su alrededor: el silencio de la prudencia, de la turbación, del paso torpe, del que aguarda a la defensiva, del silbato silencioso que precede al ataque del perro, al inicio del disturbio.
No entiendo ese recelo, pero aún comprendo menos que palabras como homosexualidad, feminismo, activismo, vean alterada su esencia y se conviertan en algo susceptible de rechazo, de confrontación, de polémica. Y en estos tiempos, la consecuencia de todo eso no es el debate enriquecedor. Es la agresión, el insulto, el boicot.
La semana pasada aparecí en un medio de comunicación conversando sobre el Orgullo LGTB, sobre los armarios y el compromiso. Resultaba tan descorazonador leer los comentarios a la noticia que casi entro en depresión. Insultos, descalificaciones, humillaciones… Busqué la misma noticia en el muro que el medio de comunicación tenía en Facebook. Los comentarios no eran mejores. Aquí, además, se incluían emojis vomitando. Curiosamente, muchos estaban firmados por mujeres. Siempre he sido de los que creen que la mujer cambiará el mundo porque su pensamiento es revolucionario desde el instante en el que tuvo que imaginarse contra la opresión patriarcal. De ahí que esos mensajes hiriesen el doble. Igualdad, integración, tolerancia…, palabras de etimología positiva pero que se vuelven en nuestra contra cuando es el heteropatriarcado quien hace la obra de caridad de tolerarnos, cuando somos nosotros, ellas, quien tenemos que igualarnos a ellos, a su forma de vida, a sus principios, para no ser discriminados; cuando nuestra integración en la vida social se mide por el grado de afinidad a sus normas, toda lucha queda desactivada.
¿No se han fijado que las mujeres con poder son aquellas que se comportan como hombres? Thatcher, Merkel, Clinton, May, Lagarde, Le Pen… Es como si hubiese un precepto escrito con tinta invisible que nos recordase que si una mujer quiere ser respetada, quiere tener poder, debe comportarse como lo haría un hombre. No es cuestión de sensibilidad o determinación; es cuestión de ser, independientemente de cómo ellos, los demás, opinan que debemos ser. Exactamente igual sucede dentro de la población gay, donde los clichés contra los que la mujer lleva más de un siglo luchando, nosotros los hemos incorporado a nuestra vida sin la más mínima reflexión. Convertimos un tipo de hombre en reclamo sexual, creamos modelos estéticos en esclavitudes contemporáneas que alguien nos hizo pensar que podrían traernos la felicidad, infravaloramos la edad, convirtiéndola en un inhibidor del deseo, invisibilizando todo aquello que no sea aparentemente perfecto. La misma servidumbre que ellas.
Por eso me jode cuando palabras como orgullo, homosexualidad, transexualidad o feminismo provocan una sobreprotección insólita. Como si en vez de palabras fuesen minas antipersona. Algo estamos haciendo mal, algo falla en la transmisión del mensaje, si aún hoy, y año tras año, tenemos que volver a enfrentarnos a opiniones que reivindican el orgullo hetero, a discursos que hablan de normalidad, a personas que aún piensan que machismo y feminismo son equivalentes.
Algo falla si Pablo Motos puede seguir ejerciendo de machito de piscina cada vez que le visita una actriz que él considera guapa. Algo falla si las actrices de Las chicas del cable no tienen el discurso interiorizado para callarle la boca y dejarle en evidencia delante de todo el mundo. Ellas no lo hicieron, lo hizo él solito. Pero hubiese sido muy bello que lo hubiesen hecho ellas. Algo falla cuando el actor Yon Gonzalez, de 31 años, declara: “Ni machistas ni feministas, me parece todo un error. Ni el feminismo ni el machismo son necesarios. Si estuviésemos todos en el centro no habría feminismo ni machismo”.
A tomar por culo la lucha por los derechos civiles. A tomar por culo un siglo de logros. Algo falla si Blanca Suárez, de 28 años, dice que el feminismo juega un papel poco importante en su vida pero la igualdad, sí. Supongo que esto compite en la misma liga que la decisión laica de ponerle una medalla a una virgen. Nunca pensé que entre Pablo Iglesias y Blanca Suárez hubiese tan pocos grados de separación. Algo falla cuando un actor que interpreta a un personaje homosexual declara en las entrevistas que la orientación sexual de su personaje no es lo importante, que lo importante es que la película es un canto a la libertad. Hasta el Ayuntamiento de Madrid convierte en lema del World Pride la frase ‘Ames a quien ames, Madrid te quiere’. Otra manera ambigua de intentar no ofender, de usar lo subliminal para no pronunciar aquello de lo que, según algunos, no podemos sentirnos orgullosos. ¿Ames a quien ames? Si amas a Putin, a los neonazis, ¿Madrid también te quiere? ¿Por qué no usar ese mismo lema con imágenes de dos mujeres besándose, de tres hombres abrazados, de una mujer trans y su hijo para enfocar el mensaje? Yo se lo digo. No es cuestión de percepción, ni de convencionalismos; es por no ofender. Parece como si siguiésemos habitando el espacio en blanco entre renglón y renglón. Como si aún no tuviésemos derecho, ni ellas ni nosotros, a nuestra propia frase y debiésemos continuar leyendo entre líneas.
El caso de Las chicas del cable fue el más sintomático. La etiqueta feminista que la serie se colgó a sí misma le dio tantos quebraderos de cabeza a sus protagonistas en las promociones que, en lugar de empaparse del compromiso, del discurso, optaron por alejarse de él, como si fuese una palabra tóxica. Dejaron de hablar de una serie feminista -“no es feminista, sería una visión muy reduccionista”- y empezaron a decir que se trataba de una serie “liderada por mujeres”. Algo falla. Aunque quizá, en este caso, el error estuvo en pretender vender como feminista una serie con el mismo compromiso ideológico que tenía No me pidas que te amede Corín Tellado.
Pero no es un problema local. Algo falla cuando Elisabeth Moss, la actrizprotagonista de El cuento de la criada, la versión televisiva de la distopía feminista escrita por Margaret Atwood, intenta alejarse de la palabra ‘feminista’ en la promoción de la serie y hace ese rodeo incomprensible, que ya se lo he visto hacer a muchos actores y actrices, para no afrontar que su personaje es feminista o la historia que cuenta es homosexual. Repelen esas palabras para evitar la polémica. Rechazan la particularidad para abrazar lo universal. “Hablo de derechos humanos no de feminismo”, dijo Moss. “¿De qué estamos hablando cuando dices feminismo?”, le contestó la propia Atwood. Algo falla.
“Ser gay o no es como ser del Madrid o del Barça”, “no entiendo cómo puede provocar orgullo una condición sexual”, “feminismo es machismo pero al revés”, “el Orgullo es como reclamar respeto para las mujeres árabes yendo de fiesta en carrozas disfrazados con burkas de colores”, “alcanzada la igualdad, las asociaciones lgtb, como las feministas, se transforman en lobbys a la caza de la subvención justificando su existencia con un continuo victimismo”… Solo son algunos de los comentarios que he tenido que leer en las últimas 24 horas.
De enero a mayo de este año, 27 mujeres han sido asesinadas por violencia machista. Según los datos del informe 2016 que el Ministerio de Interior elabora sobre incidentes relacionados con los delitos de odio en España, los ataques motivados por orientación sexual o identidad de género han aumentado en un 36%. T. Nhaveen tenía 18 años cuando fue golpeado, violado con un objeto rígido, quemado y abandonado, en coma, únicamente, repito, ÚNICAMENTE, por ser homosexual. El pasado jueves falleció. El Orgullo LGTB de Murcia, empañado por la acción violenta de un grupo neonazi. Algo falla en ti si después de leer estos titulares sigues opinando como en el párrafo anterior.
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