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También se ejerce desde el propio colectivo LGTBI porque “vivir en la diversidad no te convierte automáticamente en tolerante con todas sus expresiones”, analiza la activista Sylvia Jaén
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“Existe la premisa de que ya hay bastante tolerancia, pero eso sí, siempre que la persona sea ‘normal'”, dice la trabajadora social Esther Martínez
Marcha del Orgullo LGTBI en Bruselas / EFE EFE
“¿No jodas que eres…? Pues no se te nota nada, tío”. Un hombre responde así en medio de una cena de amigos a otro que ha comentado lo guapo que es el camarero. Frases similares a “solo hombres masculinos, abstenerse locas” llenan cada vez más perfiles de aplicaciones móviles para conocer gente. “Que reivindiquen lo que quieran, pero ¿por qué tienen que ir así? Con maquillaje, purpurina y dando el cante”, exclaman algunos refiriéndose a la celebración del Orgullo LGTBI.
Ese “dar el cante” es salirse de los roles de género, escapar del molde y no responder a las expectativas diseñadas sobre lo que se entiende que es ser hombre y ser mujer. Una diversidad que encarnan muchas personas a las que la sociedad penaliza mediante la llamada plumofobia: “La aversión irracional hacia el amaneramiento de los gays o masculino de las lesbianas”, define el activista LGTBI Andrea Puggelli.
Se trata de una forma de homofobia que marca a aquellas personas que se muestran diferentes y parte de “una sociedad en la que el género es estanco, solo hay una forma de ser hombre y de ser mujer y si te sales de esos cánones, de esos mandatos de género, te conviertes en un peligro”, explica Esther Martínez, trabajadora social que imparte formación en diversidad afectivo sexual y de género en las aulas.
Para la experta, es clave relacionar esta discriminación con el avance que los derechos LGTBI han experimentado en nuestro país porque “se legitima la plumofobia bajo la premisa de que ya hay bastante tolerancia permitiendo determinados derechos, pero eso sí, siempre que la persona sea ‘normal’. El típico ‘gay, sí, pero que no se note’ o el frecuente ‘¿por qué tienes que hacer bandera de tu condición?'”, ejemplifica Martínez.
Lo mismo piensa la feminista y la integrante del colectivo LGTBI Gamá de Gran Canaria, Sylvia Jaén, que hace hincapié en que “parece como si cumpliendo la expectativa de lo que la sociedad espera de ti, se te perdonase ser lesbiana o ser gay”.
La plumofobia de la propia comunidad
“Somos las cuestionadas y las que ofendemos porque estamos enfrentándonos a lo hegemónico”, dice Miguel Ángel López, psicólogo y profesor de Psicología Social de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, que cuenta como anécdota lo que escuchó no hace mucho en una plaza madrileña. “Estaba sentado en un banco observando a dos grupos de adolescentes y de repente escuché ‘a mí me gustan los hombres, pero no como el rubio aquel, que tiene una pinta de pasivaza…'”.
Este es un insulto que a veces circula en foros o conversaciones para describir de manera ofensiva los roles que pueden darse en una relación sexual. Es decir, aquel que encarna un rol considerado femenino y que, por lo tanto, se escapa de los estereotipos de género, es penalizado. Para López, esto entronca con la plumofobia entendida como “el miedo a que un hombre se parezca a lo considerado de mujer”.
López recuerda que la plumofobia no solo se da por parte de personas heterosexuales, sino que es un tipo de discriminación que también se ejerce en el propio colectivo LGTBI porque “lo que hace es reproducir el binarismo de género que ya existe en la sociedad”, analiza Puggelli. En su opinión, esto hace que la plumofobia “sea más común y esté más extendida” que la LGTBfobia.
De este modo “el oprimido acaba siendo opresor”, remarca López, que insiste en que “igual que hablamos de heteronormatividad –la imposición de la heterosexualidad y determinados roles como única posibilidad– también existe lo homonormativo: Es como si hubiera formas de mostrarse, comportarse y de ser gay o lesbiana más válidas y otras menos”.
Ambos coinciden en que se trata de un intento de “normalización” porque “el hecho de vivir dentro de la diversidad no te hace automáticamente ser tolerante con todas sus expresiones”, añade Jaén, que insiste en que este tipo de “homofobia interiorizada” en algunos contextos LGTBI “emana de que lo primero que pide el sistema es que encajemos. Por eso hay muchas personas que modulan su pluma en los centros de trabajo y fuera no”.
Reivindicar la pluma
La plumofobia no solo la experimentan las personas homosexuales o bisexuales, también las heterosexuales que no responden a los mandatos de género. Esta es una de las principales conclusiones del informe Abrazar la diversidad, elaborado por el Instituto de la Mujer en 2015, según el cual un 20% del alumnado ha sido testigo de agresiones homófobas o tránsfobas en las aulas. Una violencia que no solo se da contra los niños o niñas que han manifestado su orientación sexual, sino contra aquellos que tienen pluma.
Según los expertos, la plumofobia está directamente relacionada con las agresiones LGTBIfóbicas, tal y como ejemplifica Martínez: “Cuando me llaman bollera o me insultan por la calle lo hacen por mi pluma. Te aseguro que nadie me ha preguntado antes si me gustan las mujeres”. Algo similar relata López, que dice sentir inseguridad caminando por la noche si se cruza con un grupo de hombres. “Intento disimular mi pluma, intento andar más macho porque no sé si voy a sufrir una agresión. Y tengo tan asumido esto que lo normalizo”, explica.
Pero son múltiples las direcciones en las que se da la plumofobia, de modo que en determinados ambientes no se esgrime como caldo de cultivo de una agresión. Esto ocurre, analiza el docente, “entre algunos heterosexuales que se sienten amenazados si un homosexual no tiene pluma. Si la tiene, queda claro y eso les tranquiliza. Para sus amigos maricas está muy bien, aunque no la querrían para ellos”.
Aunque según las personas consultadas para este reportaje la plumofobia suele estar más extendida entre hombres homosexuales o bisexuales, también las mujeres la sufren. En opinión de Martínez, se trata de una doble cuestión: por un lado, existe más visibilidad entre los hombres –”¿cuántas lesbianas visibles se atreven a lucir su pluma públicamente?”, se pregunta–. Por otro lado, lo relaciona con el machismo porque “el hombre afeminado es una amenaza a la masculinidad hegemónica”.
Sin embargo, esa visibilidad pública, por ejemplo en la televisión, que puede dar lugar a plumofobia, es también una forma de utilizarla positivamente, en opinión de Jaén, porque “genera imaginario colectivo y muestra una salida positiva a la discriminación recibida”. Es decir, es una manera de reivindicar la pluma y utilizarla políticamente: “La pluma tiene la cualidad de seguir siendo revolucionaria. Es rebelde, molesta y recuerda que no todos tenemos que pasar por el mismo aro”.