La hora de la despatologización de las identidades trans*
Emilio García García
Padre de persona trans* @egarciagarcia
En mi infancia y adolescencia, aún se programaban en televisión películas rodadas en los años cuarenta del pasado siglo. Era cuando sólo había en España dos canales de televisión, por lo que esas películas eran objeto de conversación en el patio del colegio al día siguiente de haber sido incluidas en la parrilla de programación. Con una de ellas, aprendimos cómo el terror se podía introducir en nuestras vidas cotidianas de la mano de quien más confiamos, convirtiéndose en una tortura permanente que consume toda vitalidad. La película se llama “Luz de Gas”, donde un sádico marido (Charles Boyer) se esfuerza, primero, en intentar convencer a su dulce esposa (Ingrid Bergman) que aquello que percibe no es cierto, para, después, acusarla de enferma mental. Tanto nos aterrorizó aquella historia que dió lugar a la frase “hacer luz de gas”.
“Luz de Gas” me viene al pensamiento hoy como parábola de la patologización de las identidades trans* cuando estamos a unos días de la jornada mundial contra la misma. Quizás muchos de los que lean estas líneas no sean conscientes de cómo la vida de nuestros hijxs y el resto de personas trans* se asemeja al papel de la divina Bergman. Primero, se les dice en la escuela que su íntima percepción de identificarse como hombre con vagina o mujer con pene no puede ser cierta. Después, se les dice que su identidad es una enfermedad mental, una condición que se clasifica dentro del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) como un trastorno sexual y de la identidad sexual denominado “disforia de género”.
El DSM-5 caracteriza la “disforia de género” como un conflicto entre el sexo asignado a una persona y el género con el que se identifica. El conflicto existe, pero no en todas las ocasiones supone situaciones de angustia que puedan asociarse con un diagnóstico médico. Los estudios demuestran que el inicio en la infancia de la transición social disminuye el riesgo de sufrir depresiones y ansiedades en la población trans*. Es más, en aquellas personas trans* que comienzan su transición con algún tipo de angustia es palpable la desaparición de la misma a medida que avanza el proceso. El malestar que puede acompañar al conflicto entre sexo asignado y sexo sentido, no es tanto una característica inherente a la identidad trans* como la consecuencia de un entorno donde se rechaza la misma. La enfermedad (social) es la transfobia no la “disforia de género”.
No existe un test que permita identificar si una persona es trans*, como no lo existe para identificar si es cis. En un artículo reciente de la revista médica The Lancet, expertos de la salud defendían que “la única vía válida para entender la identidad de género de una persona es escucharlas”. A pesar de ello, la Organización Mundial de la Salud (OMS) seguirá manteniendo la transexualidad en su Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) tras la renovación que entrará en vigor en 2018. Si bien deja de calificar las identidades trans* como un trastorno de personalidad, lo mantiene como una de las “condiciones relativas a la salud sexual” junto a otros conceptos como “disfunciones sexuales” o “trastornos relacionados con dolencias sexuales”. La justificación dada por la OMS para mantener las identidades trans* en la lista de enfermedades es poder garantizar en ciertos países la prestación de los tratamientos hormonales y de reasignación de sexo al colectivo trans*. Buenas intenciones que, sin embargo, son también la excusa para continuar patologizando la identidad de nuestros hijxs.
Todo señala que habremos de esperar unos años más para que la despatologización total de las identidades trans* llegue a la OMS, por lo que resulta perentorio deshacer el nudo entre manuales médicos y procedimientosadministrativo. Siguiendo las líneas marcadas por la resolución el 22 de abril de 2015 contra la “Discriminación de las personas transgénero en Europa” de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, se comienza desarrollar una nueva generación de legislaciones para reconocimiento legal de la realidad trans*, que hacen énfasis en la despatologización y autoidentificación. Cuatro países en Europa (Irlanda, Dinamarca, Malta, y Noruega) han adaptado ya su legislación a este nuevo modelo. En el Parlamento español se debate ya la proposición de ley contra la discriminación LGTBI que incorporaría a nuestro marco legal la aproximación despatologizadora mediante la reforma de la Ley 3/2007, de 15 de marzo, reguladora de la rectificación registral de la mención relativa al sexo de las personas.
Son muchos las falsedades divulgadas por los lobbies ultra conservadores contrarios a la proposición de ley contra la discriminación LGTBI. Entre ellos figura la previsión de una avalancha de rectificaciones registrales si el único requisito para ello es la autoidentificación y se elimina el requisito de diagnóstico médico. La realidad de los datos desbaratan estos argumentos. En el primer año tras la introducción de la despatologización de las identidades trans*, se registraron tan sólo 109 rectificaciones registrales en Irlanda y 44 en Malta. En ambos casos, son datos por debajo de la prevalencia de la transexulaidad en la población, que los últimos estudios en Estados Unidos sitúan en una de cada trescientas personas.
Por contraposición, si son reales los efectos de la patologización de la identidad trans*. La transición la inician nuestros hijxs sin tener documentación acorde con su sexo sentido, que sólo la obtienen tras certificación médica de dos años de tratamiento. Son frecuentes en ese tiempo los contratiempos motivados por la la disonancia entre su identidad administrativa y su identidad de género que empieza a ser corporalmente visible. En el reciente estudio “Investigación sociológica sobre las personas transexuales y sus experiencias familiares”, R. Lucas Platero recoge varios casos que reflejan incidentes de personas trans* con fuerzas de seguridad y vigilantes de seguridad por dudas sobre su identidad. A este tipo de percances, hay que sumar otros cotidianos para transexuales y transgénero, como por ejemplo la reticencia de los servicios de correos a servirles cartas certificadas, las dudas de los vendedores de grandes almacenes cuando hacen uso de medios de pago o las dificultades para acceder a un empleo.
La patologización de la identidad trans* y los requisitos de certificación médica para reconocimiento legal están en el centro de de las dificultades vitales a que se enfrentan nuestros hijxs. Sin embargo, según el estudio realizado en 23 países por el Instituto Williams de UCLA, España es el único estado donde más del 50% de la población se muestra a favor de no poner restricción ni condicionante alguno a la rectificación registral de la identidad de género, tal y como se incluye en proposición de ley contra la discriminación LGTBI. Sólo nos queda desear que en 2018 la jornada de lucha contra la patologización de las identidades trans* sea tan sólo de solidaridad con personas trans* que vivan en países que aún no la hubieran reconocido. Sería la señal que nuestros legisladores han hecho realidad en España lo que nuestra sociedad demanda.