SANTIAGO.- La filósofaGeneviève Fraisse (París, 1948) dice que representa a una generación ejemplar en términos temporales: la de las mujeres que en los años 70 se liberaron, gracias a la revolución copernicana de la contracepción y del derecho al aborto, de las ataduras de la naturaleza. Según esta feminista francesa, actualmente directora de investigaciones del Centre Nacional de la Recherche Scientifique (CNRS), las mujeres asisten ahora a un fin de ciclo de sus derechos sociales y del habeas corpus que supuso reclamarse dueñas del cuerpo propio.
Autora de obras como La fabrique du féminisme, Du consentement o Les excès du genre, ha dedicado su vida a pensar la emancipación y la diferencia de sexos, así como a reflexionar sobre la noción de consentimiento en ámbitos como el uso del velo islámico o el ejercicio de la prostitución. Entre 1997 y 2004 hizo un paréntesis de “servicio político”: fue delegada ministerial sobre derechos de las mujeres en el gobierno del socialista Lionel Jospin y diputada europea en el grupo de Izquierda Unitaria. Como divulgadora ha estado al frente del programa de France Culture L’Europe des Idées durante cuatro años. El mes pasado visitó Santiago de Compostela para ofrecer una conferencia en el Consello da Cultura Galega.
Tenía 20 años y era estudiante de la Sorbona en mayo de 1968. Dice que aquella revuelta no fue feminista.
La cuestión feminista llegó después. Había feministas, por supuesto, pero en el espacio público el feminismo no estaba presente durante ese mayo del 68, vino después, en los 70. Durante mi primer trabajo sobre la historia del pensamiento feminista me topé con la revolución de 1848, donde hubo un periódico casi diario que se llamaba La Voix des femmes [La Voz de las mujeres]. Esa diferencia entre la revolución de 1848 y mayo del 68 fue algo que se quedó en mí acerca de los “buenos” y “malos” momentos para el feminismo en la Historia. Hay buenos y malos momentos. En Francia tuvimos la ley para la contracepción en 1967, un año antes del 68, y la ley del aborto en 1975. Para esta generación del 68 la contracepción y el aborto fueron un habeas corpus. Estaba en los eslóganes en las manifestaciones de las americanas y después de las europeas: mi cuerpo me pertenece, our bodies, ourselves. Es una revolución copernicana: en lugar de que la naturaleza decida por mí, soy yo la que va a decidir por la naturaleza.
Defiende que la manera de entender la anticoncepción es distinta en la generación actual. ¿Cuál es la diferencia?
Lo sorprendente es que la cuestión se ha transformado a causa de lo que significa la naturaleza para el cuerpo de la mujer. La naturaleza es tiempo: las mujeres tienen hijos tarde, en el momento en el que la fertilidad disminuye. Paradójicamente, empezamos a tener problemas de fertilidad ligados a la liberación. La naturaleza es veneno y el tiempo es veneno, así que hay mujeres empiezan a renunciar a la píldora y a tratar su cuerpo de manera artificial. Es algo que veo entre las jóvenes de alrededor. Veo que la contracepción no es lo mismo hoy que en mi época. Para mi generación esto es un shock. Modifica completamente la noción de la contracepción.
¿No es una regresión?
Rechazo el término de regresión por una razón muy simple. El término regresión quiere decir que creo en el progreso. Yo no creo en el progreso. No creo que exista un avance temporal, regular, de los derechos de la mujer y que algún día lleguemos al paraíso. En el debate sobre la reforma de la ley del aborto en España se decía: va a provocar una regresión en los derechos de la mujer. No, no es regresión, es reversibilidad. Los derechos de las mujeres son siempre reversibles. Pueden perderse, abandonarse, son reversibles porque nunca están asegurados. Siempre hay un peligro. La regresión indicaría que sabemos exactamente qué es el progreso. Hoy las jóvenes me van a decir: ¡tú contracepción no era el progreso! Los derechos de las mujeres son frágiles. Lo estamos viendo. La semana pasada se debatió en Francia sobre la supresión del informe de igualdad profesional en las empresas [una obligación establecida por ley en 1983 y que el proyecto de Ley de Diálogo Social que se tramita en la Asamblea Nacional ha puesto en duda]. A los alemanes, que se dicen favorables a los derechos de las mujeres, les han parecido inútil hacer informes en las empresas para ver si hay desigualdades entre hombres y mujeres.
¿La crisis económica y los recortes en gasto social se ceban más con las mujeres?
Por supuesto. Es peor para ellas. No solo por la cuestión de las empresas. También el tiempo parcial. Las mujeres que dejan de trabajar para cuidar a los niños, ¿qué trabajo van a encontrar después? Podemos convencer a las mujeres de que el tiempo parcial está muy bien, es lo que Alemania y los Países Bajos han hecho, pero está en juego la pérdida de su autonomía económica. En los derechos de la mujer se cruzan el trabajo, la familia, la violencia. Si alguien tiene un trabajo a tiempo parcial y sufre violencia, ¿cómo abandona a su marido? Sabemos que la pobreza es femenina, no se dice lo suficiente, pero es así. La crisis tiene, por diferentes vías, mil maneras de reintroducir una gran disparidad entre hombres y mujeres.
¿Por qué rechaza expresiones como la de “familia monoparental”?
He visto a los diputados, casi todos hombres, debatir sobre familias monoparentales y les he dicho: ¿Conocen el porcentaje de hombres y mujeres en estas familias? No, no lo conocían. Es del 80% de mujeres o más. Sobre los cuidados es lo mismo, el 87% de los que hacen estos trabajos son mujeres. Se habla de la paridad, es decir, el mundo político se ha sexualizado, pero hemos asexuado el mundo social. Miremos la historia de las familias monoparentales. En los años 60 a se les calificaba de filles-mères. Era un estigma, una mujer que tenía un hijo porque un patrón la había violado o porque había tenido relaciones con un hombre que la había dejado. Después lo llamamos la “madre soltera” y finalmente “familia monoparental” por el deseo de acabar con el estigma. Es aséptico, pero el efecto es perverso. Como la sexualización es un problema, la suprimimos.
En su obra Del consentimiento plantea la pregunta, en el caso de la prostitución, de si el consentimiento individual puede dar lugar a un argumento político.
Yo no juzgo. No doy una opinión o una convicción política. En el feminismo se ha dicho que hay un buen y un mal consentimiento. El consentimiento con la navaja al cuello, sí claro, acepto prostituirme, no tengo otra opción, si no la miseria. Yo creo que esa no es la cuestión. No juzgo eso. Lo que digo es que el consentimiento individual no es un problema. Yo no veo sobre qué autoridad puedo yo decir si alguien se prostituye por buenas o por malas razones. Como filósofa política yo me pregunto: ¿la suma de consentimientos construye un proyecto político? ¿Voy a construir el mundo de mañana a partir de la adición de consentimientos? Fuera del mundo liberal, no basta con decir que la sociedad es la libertad de cada uno mientras no afecta a la libertad del vecino. ¿El conjunto de esos consentimientos puede diseñar un proyecto político? Yo creo que el liberalismo no es suficiente, pero yo no tengo la respuesta. Mi ambición es sacar este tema del debate moral, que no es histórico, acabar con el discurso de que es una cuestión privada, que cada uno hace lo que quiere. No, es una cuestión política.
¿Qué le parece el manifiesto que han publicado recientemente un grupo de periodistas francesas sobre el sexismo al que se enfrentan en su profesión?
Estaba muy bien ese texto. No me sorprendió. Todos los lugares de poder, también la filosofía, todos los lugares simbólicos, son lugares donde se ejerce el sexismo. Se supone que están en un espacio igualitario e incluso de complicidad entre periodistas y políticos, y a la vez se las trata de prostitutas o de “fáciles”. Es una clase política que es ya vieja. No está claro que los jóvenes sean así. Son síntomas. Puede que hace treinta años estuviesen más aisladas y no hubiera tantas mujeres para poder hacerlo.
¿La erradicación de estas actitudes pasa simplemente por la educación?
No, es un problema mucho más grave. Es lo simbólico. Todo eso está bien, pero son estupideces, sólo la superficie. Lo que cuenta es el poder, no sólo el real, también el simbólico. Soy yo quien tiene el falo, soy yo el que domina. Es mucho más grave. Yo he visto en mi historia personal chicos muy bien educados por madres feministas que son machistas horribles. No son sólo un producto de su educación, ellos también están en relación con lo que la sociedad les propone como poder.
Usted apuesta más por la reivindicación de modelos que por la crítica a los clichés.
Lo hablo en L’excés du genre, que va a salir próximamente en español. Los excesos también son positivos. Por ejemplo, conservemos la palabra sexo en lugar de género. Como es una cuestión que no controlamos metemos género por todas partes porque así quizás lo hagamos desaparecer. Todo este discurso en la izquierda, en las instituciones, de que hay deconstruir las imágenes, porque son el problema, las que causan la jerarquía entre los sexos… En dos siglos de historia hemos adquirido muchos derechos. Al final de siglo XX y principios del XXI llegamos al final del ciclo. Vemos que la ley no cambia lo real. La ley no es una receta de cocina, es el garante de una exigencia de igualdad y libertad. Nos interesamos en las imágenes porque no sabemos qué más hacer. Las imágenes serían una nueva forma de continuar avanzando al ver que las leyes no son suficientes. Yo siempre uso el mismo ejemplo, el de los patines. Hoy son rosas y azules, lo veo desde mi ventana. Me acuerdo de que en la generación de mis hijos eran de colores chillones, amarillos, rojos, azules, de Fisher-Price. Cuando yo era niña todo el mundo tenía patines grises. El negocio adora el estereotipo, crea el estereotipo. Los que dicen que hace falta luchar contra el estereotipo lo están alimentando. El capitalismo ha integrado la diferencia del rosa y el azul. Incluso en negativo, alimentamos el estereotipo, sí, sin querer. Por eso uso la palabra cliché. El cliché viene de la fotografía, es la multiplicación de la imagen. Por eso es más importante el análisis de la emancipación que el de la dominación. Los que quieren destruir las malas imágenes no se ocupan de mostrar las buenas, los modelos. Es lo que ha hecho Ségolène Royal. Ha dicho: yo quiero ser presidenta de la República y evidentemente esto ha tenido consecuencias. Aquí tenéis mujeres en el espacio público, las futuras alcaldesas de Madrid, de Barcelona. Tenemos a la alcaldesa de París. Ese es el espacio público.
¿Por qué un programa educativo piloto como fue el “ABDC de la Igualdad”, pensado para romper con los estereotipos de género entre los niños, es capaz de hacer tanto ruido en Francia?
Porque estamos en una relación de fuerzas extremadamente violenta a raíz del matrimonio homosexual. No es el feminismo, es el clima. La cuestión del sexo puede convertirse en un desafío político como el velo. Es decir, en un juego de ping- pong. Mi convicción es que la cuestión de los sexos es el lugar de intercambio que se usa para hablar de otras cosas. Es una discusión falsa para arreglar problemas entre sectarismos religiosos. No podemos aislar el “ABCD de la igualdad” de todo este contexto del uso del velo y la laicidad.
El gobierno francés no renovó aquel programa y a Hollande se le criticó de abdicar ante los sectarismos. Colectivos de ultraderecha animaron a retirar a los niños de la escuela.
Es una cuestión política. Durante el debate por los manuales escolares hace dos años no se hablaba más que de homosexualidad, como si tuvieran el poder de convencer a todos los niños de 15 años de ser homosexuales. Es ridículo, pero escondía otras cosas, como que la genética y la biología están demostrando que entre ser hombre y mujer hay todo un abanico de definiciones biológicas e identidades sexuales. Es la ciencia, saber, y es el conocimiento el que da miedo.
Pasó también por la política. ¿Fue difícil la transición?
Es una responsabilidad, representaba una porción de la nación. ¡Era más que yo misma! Es una crítica del individuo liberal. Yo vengo de una generación particular. El 68, el izquierdismo, la teoría y la práctica, el maoísmo. Yo estaba en la calle y la biblioteca al mismo tiempo, esta especie de mezcla teoría y práctica está en mi juventud.
¿Le ha decepcionado que un gobierno de izquierdas como el de Syriza no tenga ninguna ministra?
Bueno, han puesto una mujer a presidir el Parlamento (risas). Creo que el camino es largo. La izquierda fue precisamente la que mejor comprendió las consecuencias de la igualdad. Para los liberales, algunas mujeres no eran un problema. Pero la izquierda, sí está de acuerdo con eso, tiene que aplicarlo en la totalidad. Y son más reticentes que los liberales porque no es la excepción, es la regla. La democracia es la regla y ahí… Es demasiado. No me sorprende. Es un camino muy largo. La paridad no da más de lo que puede. Es contabilidad, una herramienta, no puede mentir, pregunta ¿cuántas hay?