‘Llámame Paula’, primera novela juvenil protagonizada por una niña transexual en España

Entre juegos y enredos infantiles, Paula va descubriendo su identidad y batallando por encontrar su lugar en el mundo y la aceptación de sus compañeros de colegio y de su propia familiaLLAMAME PAULA

Su autora, la sevillana Concepción Rodríguez, leyó un buen día una noticia que contaba que un colegio concertado de Málaga no permitía que una niña transexual usara los baños y vistiera el uniforme que correspondían a su género, en contra incluso de las propias directrices de la Junta de Andalucía.

La escritora, maestra de profesión, no entendía cómo podían seguir ocurriendo estos episodios de intolerancia en el sistema educativo. Se puso a buscar literatura para adentrarse en un mundo entonces desconocido para ella. La búsqueda no fue fructífera. No existía literatura que explicara la transexualidad a adolescentes (tan sólo un cuento para edades tempranas con el título ‘Transpirata’) y mucho menos protagonizada por un niño o niña transexual que sirviera de material educativo para derribar los muros de la discriminación.

Así comenzó a fraguarse en la cabeza de Concepción Rodríguez la vida de Paula, la primera novela para adolescentes protagonizada por una menor transexual. Paula es una niña a la que le asignan un nombre masculino al nacer pero que a los ochos años, tras la muerte de su madre, empieza a reafirmar su género en los juegos, en la ropa que desea vestir y en la manera que se sitúa en una sociedad que le es mucho más hostil que al resto de niños con los que comparte las aventuras y travesuras propias de una niña de su edad.

“Todo lo que no conocemos, lo rechazamos”, afirma la autora de ‘Llámame Paula’ para justificar su motivación a publicar una novela para adolescentes en la que se visibiliza la transexualidad infantil, aunque casualmente quien apoya más decididamente la identidad sexual de Paula son sus amiguitos y no su padre o su abuela.

La novela, después de la negativa de una empresa editorial andaluza, ha sido publicada por la catalana Bellaterra y está prologada por Mar Cambrollé, presidenta de la Asociación de Transexuales de Andalucía, entidad a la que recurrió la autora para documentarse acerca de la realidad de la transexualidad y evitar caer en clichés o en un uso del lenguaje erróneo para referirse a esta realidad.

Cabe recordar que Andalucía fue pionera en aprobar  una ley en 2014 que despatologizó la transexualidad y que cuenta con un protocolo de obligado cumplimiento para todos los centros educativos sostenidos con fondos públicos, puesto en marcha justo después de la polémica en el colegio religioso San Patricio de Málaga, dependiente de la Fundación Diocesana, episodio que motivó que Concepción Rodríguez diera vida literaria a Paula.

Este  protocolo de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía facilita que un niño o una niña transexual sea tratado por su género sentido, para lo que solamente es necesario que sus padres, madres o tutores lo soliciten a la dirección del centro, independientemente de que en el documento nacional de identidad figure o no el sexo asignado al nacer del menor transexual.

La transfobia de ‘La chica danesa’

la chica danesa

Cuando están quedando obsoletas las prejuiciosas formas de entender y vivir la transexualidad fuera del contexto de la condición humana, desde el momento en que el activismo trans ha “herido de muerte” al discurso “biomédico” que se encargó de patologizar las identidades trans, ahora que el empoderamiento de las personas trans parece tomar fuerza, ganando espacio y creando un discurso propio, que está posibilitando la gran visibilidad de una nueva generación e incidiendo en el derecho internacional, instituciones gubernativas y no gubernativas, en la defensa de la dignidad, diversidad y la libre autodeterminación del género, como un derecho humano fundamental.

La gran pantalla con una gran operación de marketing nos ha vendido, como si de un producto se tratara, la historia inspirada en la vida de Lili Elbe, una mujer transexual de los años 1930, dándole carácter real; lejos de ello, es una “burda” adaptación de la novela de David Ebershoff, “La chica danesa”, publicada en el año 2000, no exenta de prejuicios, donde el director Ton Hooper y la guionista de Lucinda Coxon, nos traslada a través del lenguaje y las ideas actuales a un drama donde quedan patente los mensajes subliminales que sólo desde una “óptica” cisexista es posible.

La trama reproduce todos los conceptos “médicos” y tópicos asociados a la transexualidad que nos anclan en la discriminación y desnaturalizan la condición trans, utilizando mecanismos de cosificación, control político de los cuerpos y de la sexualidad humana, sirviéndose del drama como herramienta, que soslayadamente sirve de instrumento para “imponer” sobre las personas trans y la sociedad conceptos cisexistas y binarios.

Lili, enamorada de Gerda, mantenía una relación de complicidad, atracción, deseo y una vida sexual plena y satisfactoria. En cuanto Lili se empieza a reafirmar en su identidad sentida, el “guionista” nos implanta el primer correctivo: a las mujeres trans no les pueden gustar las mujeres, imponiendo el “heterosexismo” yreconduciendo la orientación sexual de Lili, quien empieza a “coquetear” con hombres. Podría ser bisexual, pero no, el guionista se empeña en reforzar que la conducta “normal” es la heterosexualidad. Aún va más allá. Cuando Lili empieza a gustar a los hombres, no le es posible mantener relaciones sexuales con estos; se afianza el “ odio a los genitales”, supeditando el sexo y el género al genitocentrismo; “ no eres mujer sin vagina”, y si mantiene relación con hombres, es homosexualidad. El discurso genitocentrista reduce a las personas: mujer/femenino/vulva y hombre/masculino/pene.

Todo ello intensificado con frases que se repiten a lo largo del film, no casuales: “Quiero ser una mujer de verdad y completa” , “ la naturaleza ha cometido un error que la medicina puede corregir”. Un descarado e interesado discurso biomédico que se resiste a perder las ganancias que les proporciona la “patología” de las identidades trans y el “calzador” de la cisnormatividad, viendo como una amenaza la expresión de cuerpos diversos y la ruptura genital/cuerpo/sexo/género.

La Trans-revolución es un hecho que no tiene retroceso, la aportación social que hacemos desde lo trans nos liberará a todas y todos de corsés de falsas feminidades y masculinidades que se han forjado desde el sexismo, machismo, patriarcado, cisexismo y el genitocentrismo.

La revolución será trans o no será

Chelsea E. Manning : La privacidad es un derecho, no un lujo, y la comunidad LGBT necesita que siga siendo así

En todo el mundo, la comunidad queer y transgénero usa sistemas de encriptado para vivir su vida sin sufrir repercusiones legales, y la campaña que se está llevando a cabo para terminar con el encriptado es escalofriante

El Gobierno de EE.UU. presenta una moción para que Apple cumpla con la orden del FBI

El Gobierno de EE.UU. presenta una moción para que Apple cumpla con la orden del FBI EFE

Como muchos ya dijeron muy acertadamente antes que yo, la campaña del gobierno de los Estados Unidos para forzar a la empresa Apple a programar una novedosa “puerta trasera” en el código de programación de un móvil particular podría provocar que toda la información personal y encriptada en prácticamente todos nuestros dispositivos móviles y ordenadores personales se vea comprometida y al alcance de enemigos siniestros que quieran hacernos daño.

Para la comunidad queer y transgénero que (a mí también me pasó) depende del cifrado de los dispositivos para vivir su vida privada sin miedo a repercusiones legales, las probables consecuencias de la campaña del gobierno de EEUU para eliminar el cifrado son completamente escalofriantes. Incluso si Apple logra un fallo favorable del tribunal, ya hay legisladores de EEUU y del resto del mundo considerando leyes que obligarían a todas las compañías a modificar sus códigos de programación. Si son aprobadas, las “puertas traseras” estarán permitidas en todos nuestros dispositivos.

Años antes de ser encarcelada, trabajé como programadora de sistemas, diseñando y desarrollando interfaces web, bases de datos seguras y programas de comunicación. Luego trabajé para el ejército de EEUU como analista de inteligencia. Durante todo ese tiempo, utilizábamos diferentes métodos de encriptado para mantener la información a salvo de miradas indiscretas.

Más tarde, mientras trabajaba para los militares, la política del “No preguntes, no hables” del ejército me obligó a vivir una doble vida: trabajaba para una organización que me habría despedido si yo no hubiera podido mantener oculta mi vida como mujer transgénero y la relación que tenía con el que era mi novio entonces. Con frecuencia, dependía del encriptado de los dispositivos para proteger de la vista de mis amigos y compañeros de trabajo la información de mi ordenador y dispositivos móviles, en especial cuando vivíamos y trabajábamos tan cerca unos de otros.

Sin embargo, otras personas como yo enfrentan problemas mucho más graves. Las mujeres transgénero que viven y trabajan en países de mentalidad más cerrada (como Rusia, Uganda y Nigeria) pueden enfrentar consecuencias legales mucho más graves, que van desde el encarcelamiento y la tortura hasta la pena de muerte. La gente de la comunidad queer y transgénero que vive en esos países depende del encriptado de los dispositivos para construir y mantener la comunidad, además de para hacer escuchar sus voces y, al mismo tiempo, evitarse juicios de valores peligrosos.

Es por eso que Apple tiene mi apoyo en su lucha contra el FBI: debemos enfrentarnos a cualquier organización o gobierno que busque privar a nuestra comunidad de la herramienta más efectiva y poderosa que tenemos para protegernos de la discriminación, la persecución, la tortura y el genocidio.

Tim Cook, director ejecutivo de Apple, ya ha dado su punto de vista y ha dicho que si se le exigiera a la empresa crear una forma de saltarse los protocolos de seguridad o una “puerta trasera”, se estaría sentando un precedente muy peligroso y se vería debilitada la seguridad de los dispositivos móviles. Otras empresas de tecnología, como Twitter y Facebook, han intervenido en la disputa y han reafirmado su posición, asegurando que “pelearían con todas sus fuerzas para que no se obligue a las empresas a reducir la seguridad” de sus dispositivos y servicios.

En muchos temas, mi punto de vista es muy diferente al de Apple: como, por ejemplo, en el uso de software de código cerrado y en las restricciones arbitrarias que pesan sobre los usuarios que quieren copiar, compartir, editar y crear software en sus dispositivos. Sin embargo, creo firmemente que es de vital importancia defender ante un tribunal el derecho de sus usuarios y clientes a tener un sistema de encriptado confiable.

Es comprensible que a los fiscales y a las fuerzas encargadas de imponer la ley les interesa la medida: les sirve para obtener pruebas de los delitos. Pero debemos poner un límite al modo en que se recolectan esas pruebas. En el caso de Apple, si la empresa acata la orden, es muy probable que los resultados negativos generados sobrepasen el valor de la justicia conseguida, ya que se permitiría que cualquiera, desde un simple criminal hasta gobiernos y otras organizaciones poderosas, abusen de esas “puertas traseras” en el código de programación.

En Estados Unidos y en Europa es fácil olvidar cómo los gobiernos han dedicado sus recursos a perseguir con las fuerzas del orden a miembros de movimientos de derechos civiles, ambientalistas, manifestantes anti-corporativos y miembros de la comunidad queer y transgénero. En cambio, en otros países, muchas de esas mismas comunidades no se pueden dar el lujo de olvidar de qué manera sus gobiernos dicen estar protegiendo a la sociedad cuando persiguen a las comunidades más vulnerables.

En Estados Unidos la privacidad no es un lujo, es un derecho. Es un derecho que debemos defender tanto en el mundo digital como en el mundo real, aunque debemos estar alerta para que ese derecho se mantenga siempre a nuestro alcance. En especial, porque la tecnología sigue avanzando y porque la orden de un juez de los Estados Unidos para desbloquear un solo móvil amenaza con alterar la totalidad del mundo privado virtual tal y como lo conocemos.

Traducción de Francisco de Zárate

La discriminación en los Oscar va más allá del racismo

Los cinco candidatos -blancos- que compiten en la categoría a Mejor Actor

Los cinco candidatos -blancos- que compiten en la categoría a Mejor Actor

Corría el año 1973 y en el escenario del hotel Roosevelt de Los Angeles una joven de rasgos ligeramente indígenas y ropajes exóticospronunciaba un discurso tajante. “Como miembro de esta profesión y ciudadano de este país, no puedo aceptar un galardón esta noche”. La activista Apache solo ponía rostro al boicot, pero era Marlon Brando el que firmaba con esas palabras su repulsa hacia un gremio que, según él, maltrataba a los indios americanos. Su Oscar por El Padrino quedaba huérfano en el primer acto de denuncia racial que se recuerda en estos premios. Como Vito Corleone, el actor no soportaba el ultraje a los suyos y escupió todo su desdén hacia la cúpula de Hollywood.

Más de 40 años después, las diferencias con aquella industria hegemónica que excusaba  la masacre de una tribu indígena con el reflejo de una sociedad salvaje e indómita son puro maquillaje. Entre brochazo y brochazo, la Academia se ha olvidado de una gran parte de sus intérpretes y directores en la 88ª edición de los Oscar. Algo que la comunidad afroamericana no ha perdonado. La única película con opción al palmarés que intenta cuadrar la cuota étnica es  Straight Outta Compton. Y disfrazar la estrategia de conciliación racial es un ajuste de cuentas peligroso e insuficiente.

La realidad es que en los Oscar no hay negros por segundo año consecutivo. Así lo recalca la metralla de titulares que se ha disparado durante los últimos meses desde todos los medios de comunicación del planeta. Spike Lee, Will Smith y Jada Pinkket han recogido el testigo de Brando y anunciaron que no acudirán a la ceremonia por la falta de diversidad. Por desgracia, esta discriminación toma diferentes identidades que no reciben un espacio en los medios ni etiquetas en Twitter.

“No creo que la gente sea consciente de lo que la industria cinematográfica ha castigado a todas las comunidades étnicas. A todas las minorías”, declaraba Brando al New York Times, en un lamento todavía vigente. Y ni siquiera hace falta que sean minorías. Las mujeres, que representan la mitad de la población del planeta, continúan su cruzada al otro lado del Atlántico, junto a los latinos, asiáticos, lesbianas, discapacitados o transexuales de Estados Unidos.

¿Deberían ser las factorías de cine un espejo de la sociedad? Probablemente sí, pero eso no cambiaría que el 80% de los 6.000 miembros de la Academia tenga una media de 62 años, sean hombres, de raza blanca y abiertamente tradicionales. Hasta que el mecanismo de la industria no deje de lado la tramoya y se sacuda la caspa, las películas nominadas al Oscar seguirán siendo un reflejo de su mundo ficticio de opulencia y exclusión.

Lo que Hollywood esconde en el armario

“Tom Hanks, Philipp Seymour Hoffman y Sean Penn han ganado un Oscar por interpretar a hombres gays. ¿Por qué no lo he ganado yo por representar un rol heterosexual?”, declaraba Ian McKellen a The Guardian, afirmando que la homofobia es un mal mucho más arraigado en la industria que el racismo.

Hace un año, la organización GLAAD lanzó un estudio que denunciaba que los Oscar dan una imagen “en general grotesca” del colectivo LGTB. Defienden que la presencia en el palmarés de películas como Brokeback Mountain, Philadelphia oMilk, o del terremoto lésbico Ellen Degeneres al frente de la gala son anecdóticas. Una acusación que no ha rasgado las vestiduras de la Academia, que contaba este año con varios fichajes para la causa que se han quedado en el banquillo. Sin entrar en polémicas trans o juicios de valor, Hollywood ha dejado escapar a sus gallinas LGTB de los huevos de oro con la escasa visibilidad de  Carol y La chica danesa.

Quizá han sido demasiados los frentes abiertos, o quizá solo se han hecho eco del exagerado alboroto que han provocado ambas cintas. “Las mujeres deben enseñar menos en las escenas de sexo”, dijo la cadena de televisión ABC mientras rechazaba emitir el tráiler. “Es demasiado sexy para la televisión”, se excusaban desde la distribuidora, donde también tomaron la decisión de mostrar a Cate Blanchett y Rooney Mara por separado en las imágenes promocionales. Algo que no se había visto en otras películas de temática homosexual como  La vida de Adéle, Los chicos están bien o, por supuesto, en Brokeback Mountain. Como critican desde el blog de IndieWire, “es triste que el romance lésbico siga viéndose como objeto de deseo masculino” y, en consecuencia, censurado como tal.

El estereotipo como bandera cultural

La categoría preponderante en Hollywood es el blockbuster, una especie de género anárquico que no merece respeto a nadie y se rinde ante todo lo que sea puro espectáculo. Según esta ley no escrita, las licencias artísticas a la hora de representar etnias y culturas están permitidas. A diferencia de la Berlinale, los Oscar no son un documental de los problemas sociales de la actualidad. No hay refugiados, no hay Oriente Medio, no hay Michael Brown ni matanzas en Ferguson, no hay violaciones ni extorsión por parte de los capos de la industria.

El único reflejo de la India premiado fue el de Slumgog Millionaire, que aderezaba el olor a miseria de los suburbios de Mumbai con bailes Bollywood llenos de color y felicidad. Benicio del Toro es una cara bienvenida sobre la alfombra roja con cintas como Traffic y Sicario, que subrayan el narcotráfico de Latinoamérica. Y las películas de ambientación asiática que recordamos sobre el atril de los Oscar, como  Memorias de una geisha, Cartas desde Iwo Jima oMemorias de nuestros padres están -sorpresa- producidas y dirigidas por Steven Spielberg y Clint Eastwood.

“Nuestra cultura forma parte vital de la realidad del país, pero se considera como algo exótico”, escribió el cantante y actor panameño Rubén Blades, uno de los pocos miembros latinos del juzgado de la Academia (representan solo el 2%). “La diferencia está en que no ejercemos ningún tipo de presión [en la industria] contra los que nos estereotipan o nos atacan”, afirmó respecto a la escasa repercusión de la lucha de otras razas. 

Sufragistas, la batalla esencial de las mujeres que ha sido ignorada en los Oscar

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Mujeres: la coctelera de la discriminación

“Es inexcusable que vayamos por el mundo proclamando la igualdad de la mujer en otros países y que no tengamos los mismos derechos en Estados Unidos”, decía Patricia Arquette en su discurso por Boyhood. Sin duda, el año pasado las mujeres alzaron su bandera para denunciar una brecha salarial de la que no se libra ni la meca del cine.  Hombres, directoras y periodistas apelaron al feminismo necesario en sistemas retrógrados y algo casposos como el de la Academia de Hollywood. 

La caja de Pandora se abrió hace un año, pero nadie se ha encargado de paliar sus efectos en esta edición. Los Oscar, al igual que los Goya, nominan lo que escriben y dirigen los hombres, y lo que peinan y visten las mujeres. Además, la edad sigue siendo un estigma injustamente relacionado con ellas. “Todos hemos visto como James Bond se iba haciendo más y más viejo, mientras que sus novias eran cada vez más jóvenes. Es muy molesto”, decía Helen Mirren.

Ahora bien, si metemos en una coctelera todas las discriminaciones anteriores, el resultado es desolador para la cuota femenina. A las negras les concederán papeles de mucama o de chica marginal del Bronx. Las latinas representan el prototipo hipersexualizado de la belleza curvilínea subida de tono. Y las protagonistas de una historia de amor lésbico serán acusada de alimentar las mentes obscenas de aquellos que vean la película como un sucedáneo al porno.

Queda un camino largo y exasperante a la sombra de los dinosaurios de la Academia. Pero alguien va a tener que tomar a la fuerza los atriles, como hizo Marlon Brando en 1973, para inyectar una dosis de realidad a este mundo de fantasía.

El festival Zinegoak, un cine distinto

El festival de cine gay y lésbico rendirá este año homenaje a las mujeres directoras, productoras y guionistas en la figura de Rose Troche, directora de ‘Go Fish’ o ‘The Safety of Objects’, quien recibirá el premio honorífico

Cartel del festival Zinegoak 2016.

Cartel del festival Zinegoak 2016.

La decimotercera edición del festival Zinegoak arrancará en Bilbao con su gala inaugural y acogerá, hasta el día 29, además de sus secciones habituales un “amplio programa de actividades paralelas que como novedad se desplegarán por la ciudad con el objetivo de sensibilizar sobre la diversidad sexual y familiar”.

Según han destacado los organizadores, en total se proyectarán 101 obras durante los siete días del Festival en Teatro Arriaga, Sala BBK, Bilborock, Golem Alhóndiga, La Fundición, Fnac, Cineclub FAS, BilbaoArte, La Karpinteria de Histeria, Sarean, Docks BBF, Atrio de Azkuna Centroa, Kafe Antzokia y Vía de fuga.

El festival rendirá este año homenaje a las mujeres directoras, productoras y guionistas en la figura de Rose Troche, directora de ‘Go Fish’ o ‘The Safety of Objects’ quien recibirá el premio honorífico. El festival de cine gaylesbotrans quiere de este modo “revindicar la importancia de las mujeres directoras, guionistas y productoras de la industria audiovisual”, ha explicado el director del certamen, Pau Guillén.

La entrega del galardón, que han recibido en años anteriores personalidades como Agustín Almodóvar, Bruce LaBruce o Rosa María Sardá, se producirá en la gala inaugural que se celebrará en el Teatro Arriaga.

“La violencia machista mata, sobre todo, a los hombres”

Marina Subirats, socióloga y exdirectora del Instituto de la Mujer, asegura que el machismo como modelo de lucha y de competición se inocula a los niños desde la infancia, lo que lleva a la destrucción de hombres y mujeres

Marina Subirats.

Marina Subirats.

Marina Subirats, catedrática emérita de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona y exdirectora del Instituto de la Mujer, dedica su tiempo en la actualidad a trabajar con los centros educativos para promover una educación igualitaria. Y es que para esta experta la llave para terminar con el machismo reside en trabajar los valores de la igualdad desde la infancia. “A los chicos les seguimos diciendo ‘tu no llores’ cuando el pobre niño tiene tres años y a lo mejor le duele el pie o le da pena un gato. El caso es que no puede llorar porque tiene que ser duro para triunfar. Y eso se lo estamos transmitiendo las propias mujeres, aunque en muchos casos de una manera inconsciente”. Por eso, se esfuerza en resaltar las virtudes de la coeducación para terminar con el machismo, un modelo intrínsecamente masculino que termina por “matar, sobre todo, a los hombres”. La socióloga ha participado en unas jornadas en Bilbao organizadas por la Federación de Enseñanza de Comisiones Obreras Euskadi dedicadas a la igualdad.

¿Queda machismo para rato tal y como vienen los más jóvenes?

Desde la educación no se están cambiando los modelos de ser hombre y mujer. Al revés, se están transmitiendo los modelos clásicos de siempre. Y estos roles lo que hacen es perjudicar a los chicos y a las chicas. Necesitamos cambiar los modelos. ¿Por qué? Pues porque a los chicos les seguimos diciendo ‘tu no llores’ cuando el pobre niño tiene tres años y lo mejor le duele el pie o le da pena un gato. El caso es que no puede llorar porque tiene que ser duro para triunfar.

¿Cómo es posible que puedan incurrir en esos errores los propios maestros?

Por una razón sencilla: está en nuestra cultura. La propia lengua ya nos lo transmite, señala que la prioridad es el hombre fuerte, guerrero, el que se impone, el duro. La lengua designa a través del masculino a hombres y mujeres. Estamos en una sociedad androcéntrica, que valora la figura del varón tradicional. Así que obligamos a los niños desde muy pequeños a ser así. Esto tiene un gran coste para los propios hombres. La violencia machista mata, sobre todo, a los propios hombres. Es la violencia que va intrínsicamente con el modelo masculino. El machismo es un modelo de lucha, de competición y, por lo tanto, está obligado siempre a competir.

Pero en la educación infantil lo que más hay son maestras.

Pero las mujeres también son transmisoras de machismo. Se encuentra en nuestra cultura. Es como nos han educado: el término hombres sirve para designar a todos y las mujeres lo empleamos de esa manera. Nadie es culpable de hacerlo, pero sí somos responsables de si queremos transmitirlo y reproducirlo o si queremos cambiarlo.

Todo se basa en un modelo de lucha.

Un modelo que es necesario darlo por superado. Estamos en un mundo en el que si seguimos peleando y compitiendo vamos a destruirlo. Tenemos que adoptar un punto de vista completamente diferente y ponernos a colaborar. O conseguimos la cooperación o nos cargamos la Tierra. Hay que acabar con el espíritu guerrero de los hombres porque ya no es útil. Solo es destructor. Y destruye, sobre todo, a los hombres, que son los que más pelean entre si y los que más daño se hacen. Y luego destruye a las mujeres.

Es decir, hombres educados para ser grandes triunfadores.

Y luego resulta que llegan al mercado de trabajo y no encuentran empleo y se vienen abajo, lo viven como un fracaso. ¿Y cómo superan ese fracaso? Si pillan una moto se lanzan a toda velocidad para demostrar que son fuertes y que no les da miedo nada. O en otras ocasiones recurren al alcohol o las drogas. Coincidiendo con la crisis, en el conjunto de España han subido mucho los suicidios masculinos por la desesperación. Si educan al hombre para ser el rey y luego resulta que no pasa ni un escalón se hunde.

¿El machismo está tratando de cambiar de manera sutil, pero con el objetivo de que nada cambie?

Así es. Cuando se inculca el machismo en los niños para que se hagan respetar les estás cortando la ternura. Estás fabricando un guerrero y un guerrero no puede dudar cuando tiene que matar a otro. No puede tener empatía y saber ponerse en el lugar de otra persona que está sufriendo. Le estás cortando las posibilidades de que se emocione, de que se dedique a las demás personas. Abandonarse a un sentimiento tierno para un hombre es como si perdiera algo, como que no es digno de él. Y eso seguimos transmitiéndoselo a los niños, sin ser conscientes de ello

“Lucía es una niña con pene, si no cuestiono a mis otros hijos, ¿por qué lo voy a hacer con ella?”

Abi, Agustín y sus cuatro hijos

Abi, Agustín y sus cuatro hijos

Abigail Labayen es la madre de la que se ha convertido en la menor transexual más pequeña en conseguir rectificar su nombre en el Registro Civil. Lucía acaba de cumplir cinco años, pero el día que sus padres recibieron la resolución judicial que enterraba el nombre de Luken, con el que la bautizaron, solo tenía cuatro. Su madre recuerda cómo al poco tiempo de empezar a hablar “comenzó a utilizar el castellano para referirse a sí misma en femenino, porque en euskera los adjetivos son neutros”, explica.

Fue entonces cuando esta familia de Asteasu (Gipuzkoa) decidió buscar información y dio con Chrysallis, una asociación que agrupa a familias de menores transexuales. “Estar en contacto con otras personas que ya están por delante de ti ayuda mucho; saber que no estás solo en el mundo es fundamental”, afirma Abi. Desde el colectivo, afirma, les dijeron “quizás tengáis una niña con pene”. Una frase que tanto a ella como a Agustín, su marido, no les resultaba extraña. “Lucía nos preguntaba mucho si podía ser una niña con pene y le dijimos que sí”.

Ambos observaban “desde siempre”  que Lucía mostraba preferencias “por todo aquello que socialmente se considera de mujer: los juguetes, la ropa…”. El tránsito social, afirma, comenzó en diciembre de 2014, cuando decidieron hablar con el colegio para pedir que la trataran como lo que es, una niña. “No hubo ningún problema”, comenta, “la profesora les dijo a los alumnos ‘ahora vamos a cambiar todos el nombre en los percheros'”. Abi agradece que “en toda la escuela están tratando el tema, informando, pero no hay recursos”, lamenta. Esta es, de hecho, una de las principales quejas del movimiento LGTB, que demanda la educación en diversidad como una pieza clave de las aulas.

Derechos sujetos a la arbitrariedad

Para Lucía el colegio constituye un espacio seguro. Pero no lo es para otros niños y niñas trans a los que no se les garantiza el libre desarrollo de su personalidad en el entorno escolar. Algo que pasa por ser tratados por su nombre o posibilitarles utilizar las instalaciones de acuerdo a su “sexo sentido”. “En Andalucía, Extremadura, Canarias y Euskadi existe legislación que obliga a ello”, enumera Natalia Aventín, presidenta de Chrysallis.

“No quiere decir que en otras comunidades no lo hagan, pero depende más de la voluntad del colegio o los profesores”, critica. Lo cierto es que así ocurre con la mayoría de derechos de las y los menores trans. La maraña de leyes autonómicas y la ausencia de una estatal provoca que estén sujetos a la arbitrariedad de médicos, jueces y centros educativos. Ocurre con el acceso a tratamientos hormonales que bloquean el desarrollo de la pubertad, por ejemplo, e incluso con la rectificación del nombre.

“A nosotros el fiscal nos dijo que no, pero cuando la jueza consideró que era necesario para que Lucía pudiera vivir plenamente no recurrió”, explica Abi. Confiesa que es un paso en el que en un principio no pensaban, pero poco a poco fueron dándose cuenta de que podría generar situaciones violentas. “Un día fuimos al médico, y al usar Luken en las recetas, el hermano de Lucía le corrigió. El profesional dijo que hasta que no se cambiara en el ordenador no podía ponerlo. Al salir, la niña me pregunto: ‘Ama, ¿y cuándo va a cambiar el nombre en todas partes?'”.

“¿Y si mi hija no quiere hormonarse?”

Abi es consciente de que la decisión puede dar lugar a juicios sobre si es demasiado temprano. “Es una pregunta que yo misma me hacía”, asiente. Pero “cuando te empiezas a informar aprendes que la identidad de género se determina entre los dos y los cinco años y que no depende de los genitales, si no que hay niñas con pene y niños con vagina”. Algo que Lucía tiene claro a pesar de su corta edad: “Cuando nací me mirasteis y pensasteis que era un niño”, les dice a sus padres.

La información condujo a Abi y Agustín, que son padres de otros tres niños, a un punto de inflexión. “Cuando mis otros hijos, con tres años, me dijeron que eran chicos yo no les cuestioné, ¿por qué lo voy a hacer con Lucía?”. Abi lanza la pregunta junto a una reflexión: “Como sus genitales no corresponden a lo que socialmente nos han dicho qué es ser una mujer, lo ponemos en duda”, sentencia.

Sobre los siguientes pasos, la madre de Lucía se muestra indignada por que el Registro Civil restringe el cambio de sexo a los menores de edad. El DNI de la niña seguirá mostrando la letra ‘M’. La legislación actual se lo permite a los mayores de 18 años que, además, deberán contar con un informe médico que pruebe que han sido “diagnosticados con disforia de género” (“disonancia entre el sexo morfológico o género fisiológico inicialmente inscrito y la identidad de género sentida”, según la ley). También deberán llevar al menos dos años bajo tratamiento para “acomodar sus características físicas a las correspondientes al sexo reclamado”.

Unos requisitos que las asociaciones en defensa de los derechos trans consideran “patologizantes”. “¿Y si mi hija no quiere pasar por un proceso hormonal? ¿Es menos mujer por ello?”, pregunta Abi. “Se sigue dando por sentado que las personas cisexuales (aquellas cuya identidad sexual y género asignado al nacer concuerdan) son las cuerdas y las personas trans deben demostrar su cordura”, opina Aventín. La presidenta de Chrysallis pone un ejemplo: “La cirugía plástica es muy demandada por mujeres cis a nivel mundial, pero nadie les obliga a pasar por test psicológicos ni les tratan como a enfermas mentales”.

“Críos de 20 años me gritaban que los transexuales somos unos degenerados, que con Franco me fusilarían”

Daniel Peinado, un joven de Granada de 21 años, ha denunciado en Youtube que el pasado martes por la noche fue objeto de una agresión por parte de dos desconocidos por el hecho de ser transexual. “Me insultaron, me pegaron. Críos con 20 años: que somos unos degenerados, unos viciosos, que si Franco levantara la cabeza nos fusilaba, que ellos antes que ser como yo preferirían ahorcarse…”, relata Daniel desde su habitación. Los hechos han sido denunciados a la Policía, según Granada Hoy.

El muchacho explica en el vídeo que sufrió daños en el ojo, en el costado (muestra un hematoma) y en la pierna, que tiene vendada. Pero además, refleja un daño emocional por la impotencia que sintió: “Quiero contar cómo viví la experiencia de tener miedo y decir ¿merece la pena todo esto?”.

Según explica, los hechos ocurrieron en un parque cercano al Palacio de Congresos mientras paseaba a su mascota. Los agresores, a los que no conocía, le llamaron por su nombre y luego le insultaron. Golpearon al perro y finalmente lo golpearon a él. Daniel llegó a temer por su vida: “Supongo que en cierto modo… tenía que pasar. Hubo un momento en que pensaba que me mataban, que no salía de ahí”.

“Esto me ha hecho tener muy claro que antes que vivir una vida de mujer prefiero arriesgarme a estas cosas, aunque me duela y sea difícil, aunque sea un poco inhumano. Nunca te imaginas que vayan a ti. Nunca piensa que realmente hay gente cerca de ti así”, comenta el joven, entre incrédulo, dolido e impotente. Daniel abrió un canal de Youtube el pasado diciembre. En el primer vídeo comunicaba que había comenzado un tratamiento hormonal y ahora cree que los agresores podrían conocerlo por eso.

El relato de Daniel estremece porque refleja el sinsentido con el que actuaron los agresores y la incomprensión del agredido. “Yo no me meto nunca con nadie y no me merecía eso, que dos personas por diversión me dijesen las cosas que me dijeron (…) Mi pregunta es ¿de verdad en pleno siglo XXI hay gente tan patética de llegar a ese extremo?”. “¿A ti qué te molesta que yo sea transexual o deje de serlo?”, se pregunta más adelante.

Daniel Peinado, que recuerda el caso de Alan (un joven de Barcelona que se suicidó en diciembre ante el acoso de sus compañeros) reflexiona más adelante sobre las heridas que le deja el episodio: “Lo que más duele es la parte emocional, pararme y decir, ¿no tengo ya suficiente de verme en un cuerpo que no me corresponde, que no deseo, para que haya hijos de puta que se sacien con una persona, como se saciaron conmigo?”.

La Asociación de Transexuales de Andalucía-Sylvia Rivera ha emitido un comunicado en el que, después de condenar la agresión que relata Daniel, pide a la Junta de Andalucía el desarrollo de medidas contra la transfobia previstas en la Ley Andaluza 2/2014, entre las que se incluyen campañas de sensibilización. “Es hora ya de que el desarrollo de la misma la haga efectiva, entre otras, en medidas contra la transfobia”, explica Mar Cambrollé, presidenta de la asociación.

“Críos de 20 años me gritaban que los transexuales somos unos degenerados, que con Franco me fusilarían”

Daniel Peinado, un joven de Granada de 21 años, ha denunciado en Youtube que el pasado martes por la noche fue objeto de una agresión por parte de dos desconocidos por el hecho de ser transexual. “Me insultaron, me pegaron. Críos con 20 años: que somos unos degenerados, unos viciosos, que si Franco levantara la cabeza nos fusilaba, que ellos antes que ser como yo preferirían ahorcarse…”, relata Daniel desde su habitación. Los hechos han sido denunciados a la Policía, según Granada Hoy.

El muchacho explica en el vídeo que sufrió daños en el ojo, en el costado (muestra un hematoma) y en la pierna, que tiene vendada. Pero además, refleja un daño emocional por la impotencia que sintió: “Quiero contar cómo viví la experiencia de tener miedo y decir ¿merece la pena todo esto?”.

Según explica, los hechos ocurrieron en un parque cercano al Palacio de Congresos mientras paseaba a su mascota. Los agresores, a los que no conocía, le llamaron por su nombre y luego le insultaron. Golpearon al perro y finalmente lo golpearon a él. Daniel llegó a temer por su vida: “Supongo que en cierto modo… tenía que pasar. Hubo un momento en que pensaba que me mataban, que no salía de ahí”.

“Esto me ha hecho tener muy claro que antes que vivir una vida de mujer prefiero arriesgarme a estas cosas, aunque me duela y sea difícil, aunque sea un poco inhumano. Nunca te imaginas que vayan a ti. Nunca piensa que realmente hay gente cerca de ti así”, comenta el joven, entre incrédulo, dolido e impotente. Daniel abrió un canal de Youtube el pasado diciembre. En el primer vídeo comunicaba que había comenzado un tratamiento hormonal y ahora cree que los agresores podrían conocerlo por eso.

El relato de Daniel estremece porque refleja el sinsentido con el que actuaron los agresores y la incomprensión del agredido. “Yo no me meto nunca con nadie y no me merecía eso, que dos personas por diversión me dijesen las cosas que me dijeron (…) Mi pregunta es ¿de verdad en pleno siglo XXI hay gente tan patética de llegar a ese extremo?”. “¿A ti qué te molesta que yo sea transexual o deje de serlo?”, se pregunta más adelante.

Daniel Peinado, que recuerda el caso de Alan (un joven de Barcelona que se suicidó en diciembre ante el acoso de sus compañeros) reflexiona más adelante sobre las heridas que le deja el episodio: “Lo que más duele es la parte emocional, pararme y decir, ¿no tengo ya suficiente de verme en un cuerpo que no me corresponde, que no deseo, para que haya hijos de puta que se sacien con una persona, como se saciaron conmigo?”.

La Asociación de Transexuales de Andalucía-Sylvia Rivera ha emitido un comunicado en el que, después de condenar la agresión que relata Daniel, pide a la Junta de Andalucía el desarrollo de medidas contra la transfobia previstas en la Ley Andaluza 2/2014, entre las que se incluyen campañas de sensibilización. “Es hora ya de que el desarrollo de la misma la haga efectiva, entre otras, en medidas contra la transfobia”, explica Mar Cambrollé, presidenta de la asociación.

Jaime Gil de Biedma: inédito, íntimo, abrumadoramente honesto

Jaime Gil de Biedma en Nava, 1956

Jaime Gil de Biedma en Nava, 1956. / Fotografía incluida en Diarios. 1956-1985

Jaime Gil de Biedma (1929-1990) empezó a escribir un diario para “adiestrarse en la prosa” y, de paso, ponerse en orden. Era 1956 y estaba viviendo probablemente la etapa de mayor metamorfosis de su vida. Una transformación marcada por un viaje a Manila, donde el poeta se mudó para trabajar en la Compañía General de Tabacos de Filipinas, dirigida por su padre. Y donde trabajaría toda su vida.

El joven burgués de Barcelona criado bajo el yugo del relato oficial de los vencendores se ponía en contacto por primera vez con una nueva realidad que, según se desprende de sus líneas, le provocó una ruptura interior. Esa grieta empujó, quizá también por un instinto tan básico como la autoconservación, a iniciarse con un relato de cotidianeidad cuya escritura se mantuvo, con las pausas precisas, hasta 1985.

El testimonio del poeta (y de una época), custodiado durante años por la agente literaria Carmen Balcells, aterriza inédito en Diarios 1956-1985 (Lumen). Con cuidadísima y minuciosa edición anotada y prólogo de Andreu Jaume, el volumen incluye el Diario de Moralidades. 1959-1965 (la época de más esplendor creativo),Diario de 1978 (o el relato de su crisis literaria) y Diario de 1985 (después de haber sido diagnosticado de sida). Se completa así la autobiografía diarística de Retrato del Artista en 1956, la edición ya sin censura del publicado en 1974 como Diario del artista seriamente enfermo.

aime Gil de Biedma con su padre Luis Gil de Biedma en Nava, 1956.

Jaime Gil de Biedma con su padre Luis Gil de Biedma en Nava, 1956.

Volvemos al punto de inflexión: 1956. Jaime Gil de Biedma enfrenta su primera responsabilidad laboral en la gran compañía tabacalera de su padre y clausura una juventud despreocupada en Barcelona. En sus anotaciones de esta época sobresale, como explica el editor Andreu Jaume, “una reivindicación permanente de la corporeidad muy ajena a la cultura española por el peso tradicional del catolicismo”. El cuerpo como un espacio para sentir y para pensar. A fin de cuentas, como un espacio para entendernos a nosotros mismos.

El poeta deja aquí constancia de su sexualidad transgresora y varios de sus relatos de esos días son la mejor fotografía de la miseria del país que estaba descubriendo, engullido por una permanente esquizofrenia entre la urgencia sexual y ciertos principios morales y políticos.

Estábamos en el cuchitril más miserable que he visto en mi vida (…) Dolía respirar. No creo que se pueda expresar mi estado de ánimo ante el espectáculo de aquella espantosa miseria. (…) El vivir de continuo hostigados por las necesidades, aterrados, rechazados, retrocedidos al último escalón de la sobrevivencia, será su vida humana, será toda su vida”. Es el relato de su encuentro con un chaval chaquetero de 20 años, sobre el que volvió a escribir más tarde: “desde aquella noche han pasado más de dos semanas. Procuro no recordarla demasiado, es una pesadilla cuya realidad voy aplazando; duele todavía y el día en que deje de dolerme habré dejado de ser una persona decente”.

Una nueva patria intelectual

El infierno no eran los otros, como decía Sartre, sino uno mismo. La prosa de sus diarios se revela como una narrativa que salva a quien escribe, lo que otorga a su testimonio una abrumadora honestidad consigo mismo. Como observa Nora Catelli en su ensayo sobre Retrato, hay en Gil de Biedma “una habilidad casi idiosincrásica, fría y equilibrada para la recreación de lo sórdido”. La bebió de la literatura inglesa, su patria intelectual desde que viajó a Oxford en 1953 como parte de la preparación a una fallida carrera diplomática.

Allí entró en contacto con la obra de autores como T.S. Eliot, W.H Auden o Stephen Spender. De algún modo, descubrió el romanticismo europeo como la verdadera fuente de modernidad, una nueva deriva que fue alejándole no sin cierto desengaño de su maestro Jorge Guillén, a la vez que se deshacía de la herencia moral y política de su familia.

Esa toma de distancia le condujo directamente hasta Luis Cernuda, a cuyo poemario La realidad y el deseo ya le había hincado el diente en 1952. Volvió a hacerlo, esta vez consciente de que el poeta había abierto un camino por el que él ya estaba transitando rompiendo con los límites de su generación.

De izquierda a derecha, Jaime Gil de Biedma, Román Rojas, Yvonne Hortet y Carlos Barral a principios de 1950

De izquierda a derecha, Jaime Gil de Biedma, Román Rojas, Yvonne Hortet y Carlos Barral a principios de 1950. / Fotografía incluida en Diarios.1956-1985

La prosa de esta etapa, describe Andreu Jaume, “avanza los modos de su poesía madura”. “El modo de observar, el ritmo de las escenas, la adjetivación, el gusto por el detalle, la tensión sentimental y moral en toda la constucción de la escena… ya es plenamente deudora de todo lo aprendido en su estancia en Oxford”.

Su generación es también la de Carlos Barral, Jaime Ferrán, Alfonso Costafreda o Josep María Castellet, a los que conoció en 1949 en la Facultad de Derecho de Barcelona. A aquel grupo, cuyos primeros poemas y ensayos se reunieron en la revista Laye, se sumaron más tarde los hermanos José Agustín y Juan Goytisolo.

“Una parte de mí que no desea vivir mucho más”

“Lo que he descubierto ahora, siendo feliz, con una certeza que se ha ido haciendo cada vez más consciente, día tras día, es que hay una parte de mí que ya no desea vivir mucho”. En 1978, Jaime Gil de Biedma tenía 48 años y se suponía feliz en pareja con Josep. “Fue un poeta con toda su significación y con todo su riesgo; un extraordinario escritor con una prosa bien entrenada para especular en todos los ámbitos, pero que no tenía nada más que decir “, afirma Andreu Jaume.

Jaime Gil de Biedma en Venecia, 1984.

Jaime Gil de Biedma en Venecia, 1984.

La sequía literaria le consumía, y él se dejaba consumir por ella. Nada más triste que saber que uno sabe escribir, pero que no necesita decir nada de particular, nada en particular, ni a los demás ni a sí mismo”. Después llegó la enfermedad. En verano de 1985 le diagnosticaron sarcoma de Kaposi, el primer síntoma de una patología entonces deshonrosa e incurable como el sida. Unos meses después ingresó en el hospital Claude Bernard de París. Solo cubrió unos días de su internamiento en ‘Diarios de 1985’. Murió en Barcelona cinco años después.

La exposición  En palabras de Jaime Gil de Biedma  puede verse desde el 9 de febrero en la Biblioteca Nacional (BNE).