La transfobia de ‘La chica danesa’

la chica danesa

Cuando están quedando obsoletas las prejuiciosas formas de entender y vivir la transexualidad fuera del contexto de la condición humana, desde el momento en que el activismo trans ha “herido de muerte” al discurso “biomédico” que se encargó de patologizar las identidades trans, ahora que el empoderamiento de las personas trans parece tomar fuerza, ganando espacio y creando un discurso propio, que está posibilitando la gran visibilidad de una nueva generación e incidiendo en el derecho internacional, instituciones gubernativas y no gubernativas, en la defensa de la dignidad, diversidad y la libre autodeterminación del género, como un derecho humano fundamental.

La gran pantalla con una gran operación de marketing nos ha vendido, como si de un producto se tratara, la historia inspirada en la vida de Lili Elbe, una mujer transexual de los años 1930, dándole carácter real; lejos de ello, es una “burda” adaptación de la novela de David Ebershoff, “La chica danesa”, publicada en el año 2000, no exenta de prejuicios, donde el director Ton Hooper y la guionista de Lucinda Coxon, nos traslada a través del lenguaje y las ideas actuales a un drama donde quedan patente los mensajes subliminales que sólo desde una “óptica” cisexista es posible.

La trama reproduce todos los conceptos “médicos” y tópicos asociados a la transexualidad que nos anclan en la discriminación y desnaturalizan la condición trans, utilizando mecanismos de cosificación, control político de los cuerpos y de la sexualidad humana, sirviéndose del drama como herramienta, que soslayadamente sirve de instrumento para “imponer” sobre las personas trans y la sociedad conceptos cisexistas y binarios.

Lili, enamorada de Gerda, mantenía una relación de complicidad, atracción, deseo y una vida sexual plena y satisfactoria. En cuanto Lili se empieza a reafirmar en su identidad sentida, el “guionista” nos implanta el primer correctivo: a las mujeres trans no les pueden gustar las mujeres, imponiendo el “heterosexismo” yreconduciendo la orientación sexual de Lili, quien empieza a “coquetear” con hombres. Podría ser bisexual, pero no, el guionista se empeña en reforzar que la conducta “normal” es la heterosexualidad. Aún va más allá. Cuando Lili empieza a gustar a los hombres, no le es posible mantener relaciones sexuales con estos; se afianza el “ odio a los genitales”, supeditando el sexo y el género al genitocentrismo; “ no eres mujer sin vagina”, y si mantiene relación con hombres, es homosexualidad. El discurso genitocentrista reduce a las personas: mujer/femenino/vulva y hombre/masculino/pene.

Todo ello intensificado con frases que se repiten a lo largo del film, no casuales: “Quiero ser una mujer de verdad y completa” , “ la naturaleza ha cometido un error que la medicina puede corregir”. Un descarado e interesado discurso biomédico que se resiste a perder las ganancias que les proporciona la “patología” de las identidades trans y el “calzador” de la cisnormatividad, viendo como una amenaza la expresión de cuerpos diversos y la ruptura genital/cuerpo/sexo/género.

La Trans-revolución es un hecho que no tiene retroceso, la aportación social que hacemos desde lo trans nos liberará a todas y todos de corsés de falsas feminidades y masculinidades que se han forjado desde el sexismo, machismo, patriarcado, cisexismo y el genitocentrismo.

La revolución será trans o no será