Jaime Gil de Biedma: inédito, íntimo, abrumadoramente honesto

Jaime Gil de Biedma en Nava, 1956

Jaime Gil de Biedma en Nava, 1956. / Fotografía incluida en Diarios. 1956-1985

Jaime Gil de Biedma (1929-1990) empezó a escribir un diario para “adiestrarse en la prosa” y, de paso, ponerse en orden. Era 1956 y estaba viviendo probablemente la etapa de mayor metamorfosis de su vida. Una transformación marcada por un viaje a Manila, donde el poeta se mudó para trabajar en la Compañía General de Tabacos de Filipinas, dirigida por su padre. Y donde trabajaría toda su vida.

El joven burgués de Barcelona criado bajo el yugo del relato oficial de los vencendores se ponía en contacto por primera vez con una nueva realidad que, según se desprende de sus líneas, le provocó una ruptura interior. Esa grieta empujó, quizá también por un instinto tan básico como la autoconservación, a iniciarse con un relato de cotidianeidad cuya escritura se mantuvo, con las pausas precisas, hasta 1985.

El testimonio del poeta (y de una época), custodiado durante años por la agente literaria Carmen Balcells, aterriza inédito en Diarios 1956-1985 (Lumen). Con cuidadísima y minuciosa edición anotada y prólogo de Andreu Jaume, el volumen incluye el Diario de Moralidades. 1959-1965 (la época de más esplendor creativo),Diario de 1978 (o el relato de su crisis literaria) y Diario de 1985 (después de haber sido diagnosticado de sida). Se completa así la autobiografía diarística de Retrato del Artista en 1956, la edición ya sin censura del publicado en 1974 como Diario del artista seriamente enfermo.

aime Gil de Biedma con su padre Luis Gil de Biedma en Nava, 1956.

Jaime Gil de Biedma con su padre Luis Gil de Biedma en Nava, 1956.

Volvemos al punto de inflexión: 1956. Jaime Gil de Biedma enfrenta su primera responsabilidad laboral en la gran compañía tabacalera de su padre y clausura una juventud despreocupada en Barcelona. En sus anotaciones de esta época sobresale, como explica el editor Andreu Jaume, “una reivindicación permanente de la corporeidad muy ajena a la cultura española por el peso tradicional del catolicismo”. El cuerpo como un espacio para sentir y para pensar. A fin de cuentas, como un espacio para entendernos a nosotros mismos.

El poeta deja aquí constancia de su sexualidad transgresora y varios de sus relatos de esos días son la mejor fotografía de la miseria del país que estaba descubriendo, engullido por una permanente esquizofrenia entre la urgencia sexual y ciertos principios morales y políticos.

Estábamos en el cuchitril más miserable que he visto en mi vida (…) Dolía respirar. No creo que se pueda expresar mi estado de ánimo ante el espectáculo de aquella espantosa miseria. (…) El vivir de continuo hostigados por las necesidades, aterrados, rechazados, retrocedidos al último escalón de la sobrevivencia, será su vida humana, será toda su vida”. Es el relato de su encuentro con un chaval chaquetero de 20 años, sobre el que volvió a escribir más tarde: “desde aquella noche han pasado más de dos semanas. Procuro no recordarla demasiado, es una pesadilla cuya realidad voy aplazando; duele todavía y el día en que deje de dolerme habré dejado de ser una persona decente”.

Una nueva patria intelectual

El infierno no eran los otros, como decía Sartre, sino uno mismo. La prosa de sus diarios se revela como una narrativa que salva a quien escribe, lo que otorga a su testimonio una abrumadora honestidad consigo mismo. Como observa Nora Catelli en su ensayo sobre Retrato, hay en Gil de Biedma “una habilidad casi idiosincrásica, fría y equilibrada para la recreación de lo sórdido”. La bebió de la literatura inglesa, su patria intelectual desde que viajó a Oxford en 1953 como parte de la preparación a una fallida carrera diplomática.

Allí entró en contacto con la obra de autores como T.S. Eliot, W.H Auden o Stephen Spender. De algún modo, descubrió el romanticismo europeo como la verdadera fuente de modernidad, una nueva deriva que fue alejándole no sin cierto desengaño de su maestro Jorge Guillén, a la vez que se deshacía de la herencia moral y política de su familia.

Esa toma de distancia le condujo directamente hasta Luis Cernuda, a cuyo poemario La realidad y el deseo ya le había hincado el diente en 1952. Volvió a hacerlo, esta vez consciente de que el poeta había abierto un camino por el que él ya estaba transitando rompiendo con los límites de su generación.

De izquierda a derecha, Jaime Gil de Biedma, Román Rojas, Yvonne Hortet y Carlos Barral a principios de 1950

De izquierda a derecha, Jaime Gil de Biedma, Román Rojas, Yvonne Hortet y Carlos Barral a principios de 1950. / Fotografía incluida en Diarios.1956-1985

La prosa de esta etapa, describe Andreu Jaume, “avanza los modos de su poesía madura”. “El modo de observar, el ritmo de las escenas, la adjetivación, el gusto por el detalle, la tensión sentimental y moral en toda la constucción de la escena… ya es plenamente deudora de todo lo aprendido en su estancia en Oxford”.

Su generación es también la de Carlos Barral, Jaime Ferrán, Alfonso Costafreda o Josep María Castellet, a los que conoció en 1949 en la Facultad de Derecho de Barcelona. A aquel grupo, cuyos primeros poemas y ensayos se reunieron en la revista Laye, se sumaron más tarde los hermanos José Agustín y Juan Goytisolo.

“Una parte de mí que no desea vivir mucho más”

“Lo que he descubierto ahora, siendo feliz, con una certeza que se ha ido haciendo cada vez más consciente, día tras día, es que hay una parte de mí que ya no desea vivir mucho”. En 1978, Jaime Gil de Biedma tenía 48 años y se suponía feliz en pareja con Josep. “Fue un poeta con toda su significación y con todo su riesgo; un extraordinario escritor con una prosa bien entrenada para especular en todos los ámbitos, pero que no tenía nada más que decir “, afirma Andreu Jaume.

Jaime Gil de Biedma en Venecia, 1984.

Jaime Gil de Biedma en Venecia, 1984.

La sequía literaria le consumía, y él se dejaba consumir por ella. Nada más triste que saber que uno sabe escribir, pero que no necesita decir nada de particular, nada en particular, ni a los demás ni a sí mismo”. Después llegó la enfermedad. En verano de 1985 le diagnosticaron sarcoma de Kaposi, el primer síntoma de una patología entonces deshonrosa e incurable como el sida. Unos meses después ingresó en el hospital Claude Bernard de París. Solo cubrió unos días de su internamiento en ‘Diarios de 1985’. Murió en Barcelona cinco años después.

La exposición  En palabras de Jaime Gil de Biedma  puede verse desde el 9 de febrero en la Biblioteca Nacional (BNE).