Nos vemos en Zerolo
Ahora ya ese Zerolo al que amamos, ese que está con nosotros, seres humanos conmovidos por su desaparición, tiene una plaza
Las personas no mueren nunca, siempre que estén en nuestra memoria. Pedro Zerolo sigue riendo en nosotros, indignándose con nosotros, amando con nosotros, siendo ciudadano con nosotros.
Nosotros nos vemos en Zerolo.
Es un estímulo para vivir, o para luchar por la vida. Él luchó por la vida, una lucha a muerte en la que ganó esta impostora; pero primero luchó por la vida, por la libertad de la vida, de los otros. No fue ni cicatero, ni mentiroso, ni rencoroso, ni hipócrita; hizo de la risa (esa risa que ahora no sólo está en la memoria porque se fue sino en la vida porque está) su arma de batalla, su espada de fuego, su cara más feliz, y también más libertaria.
Como su padre, como el tiempo y la realidad y del sueño de los que viene, fue republicano, y su última ambición, como ensayista, como pensador, como ser humano, fue escribir sobre esa republicanía; Yo soy republicano podría haberse llamado ese libro del que hablaba como si estuviera dibujando una prórroga en el tiempo imposible; a él se le adelgazó pronto el futuro, pero apuró el tiempo como si lo estuviera besando de noche.
Era un ser humano emocionante, abogado (y abogado de veras, ejerciente) de las causas difíciles; ser maricón en sus tiempos era más arriesgado que ir a Vietnam, y él arrostró los lugares comunes, hizo bandera (bandera de arcoíris) de esa pasión por defender el amor contra viento y marea de los mareados clérigos de los tiempos más oscuros, y se hizo líder indispensable de un pensamiento, de una actitud, de un país que gracias a él fue mejor, más abierto, más tolerante, más culto, mejor que aquel país del que venía, del que veníamos; aquel país sórdido y triste que aún asoma por ahí bajo los faldones oscuros de la hipocresía.
En él nos hemos visto desde que un día hizo de la sonrisa, de la verdadera sonrisa, no de la sonrisa impostada de los que buscan votos simulando risa cuando hay burla, su manera de ser y de acompañar a aquellos a los que la incomprensión (y la burla, precisamente) les ensombreció el rostro, el porvenir, la vida.
Ahora ya ese Zerolo al que amamos, ese que está con nosotros, seres humanos conmovidos por su desaparición, confortados por su enorme presencia en las almas de los que lo conocimos, tiene una plaza.
Quedamos en Zerolo.
Nos quedaremos a vivir a la sombra de esa plaza, en la que él es ahora el árbol más grande, el más alto y también el más humilde. Un árbol Zerolo riendo en la plaza en la que vamos a quedar.
Nos vemos, nos seguiremos viendo, en Zerolo, ese árbol de los colores del arcoíris.