Médicos Sin Fronteras denuncia “los precios astronómicos” de los nuevos medicamentos contra el VIH y hace un llamamiento a romper el actual sistema de patentes de la industria farmacéutica.
Un niño posa con su tratamiento contra el VIH en una clínica de Zimbabue
Un día, a la consulta de Jennifer Cohn en un hospital de Nairobi (Kenia) llegó un joven con el virus del sida. Había desarrollado resistencia al tratamiento habitual y la segunda opción para mantener al virus a raya tampoco funcionaba. La tercera opción, un tratamiento a base de nuevos medicamentos, costaba 9.000 dólares al año. En los cuatro años que estuvo en Nairobi, Cohn vivió la misma situación decenas de veces. Sin una terapia accesible, sólo podía anunciar una condena a muerte por motivos económicos.
“Es un precio que los gobiernos no pueden pagar y nosotros no podemos pedir al paciente que lo pague de su bolsillo. Son precios completamente fuera del alcance”, explica la doctora estadounidense. “Intentamos buscar donantes, pero es una situación muy dura. Los pacientes, a veces muy jóvenes, mueren simplemente porque las medicinas son demasiado caras”.
Cohn, de Médicos Sin Fronteras, acaba de presentar en Kuala Lumpur (Indonesia)un informe con datos escandalosos para denunciar “el precio astronómico” de los nuevos fármacos contra el virus del sida, con el que viven 34 millones de personas en el mundo. En algunos países, como Armenia, uno de estos nuevos medicamentos, el raltegravir de la farmacéutica Merck, llega a costar 10.140 euros por persona al año. El salario mínimo en Armenia es de unos 83 euros al mes.
Un cóctel imposible de pagar
Tailandia, con 500.000 personas con VIH, paga 3.652 euros por el darunavir, de la multinacional Johnson and Johnson. Y Paraguay tiene que poner 5.973 euros por persona para comprar etravirina, de Janssen, cuando su sueldo mínimo es de 300 euros. Para un tratamiento completo no basta sólo uno de estos medicamentos, sino que es necesaria una combinación de todos ellos.
En los países más pobres, donde las farmacéuticas sí hacen rebajas, este cóctel cuesta, en el mejor de los casos, 1.539 euros, unas 15 veces el coste del tratamiento habitual de primera línea. “Las patentes mantienen los nuevos medicamentos contra el VIH a precios inalcanzables”, critica Cohn desde Kuala Lumpur, donde tiene lugar la Conferencia de la Sociedad Internacional sobre Sida. A su juicio, “el margen de beneficios de las farmacéuticas es extremadamente grande”. Merck, por ejemplo, ganó en 2012 unos 4.800 millones de euros.
En un comunicado, Médicos Sin Fronteras ha pedido a los gobiernos que atajen el problema de los altos precios de los medicamentos rechazando la concesión de patentes injustificadas. En algunas ocasiones, la industria alarga el monopolio sobre sus medicamentos antiguos blindándolos con patentes sobre modificaciones mínimas, en una práctica conocida como evergreening (reverdecimiento de patentes). En los países ricos, como Suiza, se ha demostrado que esta turbia estrategia aumenta hasta un 8,4% el coste de la sanidad pública. En los países con menos ingresos, sin embargo, esta política de precios inflados pone en juego la vida de los pacientes.
Emergencia sanitaria
El informe de Médicos Sin Fronteras sí constata una bajada de precios de los fármacos esenciales contra el VIH, los llamados tratamientos de primera línea. Estos medicamentos, una pastilla diaria, han pasado de costar 132 euros a 106 por persona y año. La bajada, del 19%, se debe a la llegada de medicamentos genéricos al mercado, sobre todo tras la decisión de India de no aceptar patentes sobre medicamentos antiguos.
Además, en casos de emergencia para la salud pública, las reglas de propiedad intelectual de la Organización Mundial del Comercio permiten a los gobiernos emitir licencias obligatorias, con las que otros fabricantes, y no sólo el dueño de la patente, pueden producir un medicamento. Tailandia y Brasil lo hicieron en 2006 y 2007 con varios fármacos contra el VIH, provocando una bajada de los precios. Sin embargo, estas decisiones políticas se enfrentan a fuertes presiones procedentes de la industria farmacéutica. En 2007, la multinacional Abbott canceló la venta de nuevos medicamentos a Tailandia en represalia por el paso dado por el Gobierno tailandés.
En el mundo, cada vez más pacientes necesitan nuevos fármacos, tras desarrollar resistencias al tratamiento de primera línea. En Khayelitsha, un asentamiento muy pobre cercano a Ciudad del Cabo (Suráfrica), Médicos Sin Fronteras ha dado tratamiento antirretroviral a más de 20.000 personas desde 2001. El 12,2% de los pacientes tratados durante al menos cinco años desarrolló una resistencia y tuvo que cambiar a un fármaco de segunda línea. La ONG calcula que más de 500.000 personas en el mundo necesitan esos segundos tratamientos, cuyo precio se dispara. La combinación más barata cuesta 232 euros al año, un 75% menos que en 2006 pero aún así cara, según el informe de la organización.
No obstante, los precios verdaderamente astronómicos llegan en la tercera línea, cuando los dos primeros tratamientos fallan y hay que optar por una terapia de rescate. Ahí es donde Armenia llega a pagar 10.140 euros anuales por persona. “Estamos empezando a ver que, en el futuro, muchos pacientes necesitarán tratamientos de tercera línea. Si no tienen acceso a fármacos baratos, morirán”, denuncia desde Yemen Letizia di Stefano, médica italiana especializada en VIH de Médicos Sin Fronteras. “La venta de fármacos es el negocio de las farmacéuticas, pero nosotros tenemos necesidades médicas, no podemos cerrar los ojos. Reducir el precio es la única manera de salvar vidas”, zanja.