Mientras Cataluña se divorcia y la Unión Europea tendría que acudir a terapia familiar, el todavía primer partido del país mantiene la españolísima costumbre de discutir por las bodas. ¿En qué cabeza cabe que esa sea la piedra angular de sus inquietudes cuando la economía mundial se tambalea de nuevo por la crisis china y la española compagina los mejores resultados del turismo en años con un empleo escaso y precario?
Una cosa es una boda privada en El Escorial público, con el Bigotes desfilando por la alfombra roja, y algo muy distinto el enlace entre Javier Maroto, vicesecretario de Acción Sectorial del PP, y José Manuel Rodríguez, su pareja desde hace dos décadas: “Pensábamos que eran compañeros de paddle”, seguro que habrán dicho los peperos del tea-party. Qué distinto hubiera sido este albur de haber contraído nupcias con una de esas españolas que cuando besan es que besan de verdad, las mujeres de bandera de aquella España ni demasiado una, ni demasiado grande ni nada libre. Confirmamos los primeros indicios, los liberales son poco liberales. Les gusta el amor libre para el dinero y cuando llegan al poder nos llenan la cama de leyes, ordenanzas, catecismos y moralina. ¿Qué sigue haciendo el poder metiéndose a alcahuete de nuestras relaciones sexuales o sentimentales?
Rajoy vuelve a oficiar de don Tancredo. Un gallego profesional –que me perdone el resto– que nunca se sabe si sube o si baja. Si rechaza refugiados o los acoge. Un día habla de cooperación internacional cuando el día antes había suprimido los presupuestos que lo hacían posible. Hoy, apoya la xenofobia de su candidato catalán, Xavier García-Albiol y otro, eso es coherencia, aplica a rajatabla los postulados del gobierno húngaro en la frontera del Estrecho. Lo cierto es que, muy en su línea, el presidente no sabe si acudirá o no acudirá al matrimonio de su amigo Maroto, al que los lingüistas de la FAEs prefieren llamar boda para no entrar en colisión con la etimología y justificar que el PP mantenga el recurso de inconstitucionalidad sobre la Ley que auspició José Luis Rodríguez Zapatero en su primera legislatura. Esa norma ya tan nuestra, tan del día a día, tan convencional, que ni a las beatas de la misa del rosario les agradaría que se aboliese, con lo bonito que estuvo el casamiento de Antoñito, el camarista de la Virgen, con aquel peluquero tan moderno que prefiere decir que es esteticista.
Qué rácanos, por otra parte, los del PSOE. Se han limitado a felicitar a Maroto mediante un twitter, al tiempo que le han recordado que la ley por la que se casa la propició dicho partido. Lo mismo también quieren que Maroto y su novio les manden una tarjeta de invitación a la ejecutiva federal. En ese caso, en lugar de mandarles un simple mensajito virtual, podrían preguntarle en qué tienda han puesto la lista de bodas.
La ley que modificaba el código civil y permitía el matrimonio entre personas del mismo sexo fue aprobada el 30 de junio de 2005 y fue publicada el 2 de julio. Antes, el Partido Popular invitó al Congreso, para que rebatiera la ley, a un tal Aquilino Polaino, un supuesto experto que sostuvo ante sus señorías que los homosexuales sufrían una patología y eran “hijos de padres alcohólicos y hostiles”. Lo pintoresco es que al fulano le pagaran por ser director del departamento de Psicología en la universidad San Pablo-CEU, de la Asociación Católica de Propagandistas. Algo ha logrado la ley y es que, al menos, la derecha de andar por casa ya no incurre tan amenudo en similares exabruptos.
Sin embargo, si el Constitucional –nada extraño habida cuenta su composición y sus tendencias– tumbase la ley, diez años después de su promulgación, ¿miles de enamorados tendrán que pasar a la clandestinidad? ¿Se les aplicará la Ley Mordaza a sus besos? ¿Les impedirán compartir habitación en los hoteles o las autoridades volverán a exigir el Libro de Familia para alojarnos en ellos? El mejor regalo que podría hacerle Rajoy a su amigo Maroto sería retirar el recurso de inconstitucionalidad y dejar a los curas trabucaires seguir predicando en el desierto, en contra probablemente incluso del criterio del actual pontífice.
Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior y secuaz del Opus, figura entre quienes no piensan nada bueno de esa norma. Si es que piensa, porque en el ámbito de la fé, como es lógico, pesa más la intuición que la razón. ¿Qué habrá pasado para que Javier Maroto, a quien considera “buen amigo” suyo, ni siquiera le haya invitado a esta nueva boda del año? ¿Será que los novios sospechan que el ministro podría llevarse los cubiertos en un bolsillo del pingüino? ¿Cómo ha llegado a afirmar Fernández que no se habla de la boda en Génova? De ser así y con lo cotillas que somos, el PP sería la única empresa en la que no se hablara del casorio de uno de sus directivos: ¿Soraya, qué te vas a poner? Javier, ¿tú sabes donde se alquilan chaqués a buen precio? ¿Esperanza, de verdad que no te han convidado?. María Dolores, ¿vas a volver a ponerte la mantilla de cuando eras presidenta en Castilla La Mancha?
“Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta”, volvería a decir probablemente Ana Botella si pasara en estos días por la sede central del partido para tomar un relaxing cup of café con leche. No se trata –añadiría probablemente– de la ceremonia en sí, sino de su denominación: “Como ya dijo mi Jose Mari, la unión entre homosexuales no puede ser llamada matrimonio porque esto ofende a la población.”
No sabemos si Rajoy acudirá o no al convite, pero está meridianamente claro quien no va a oficiar la ceremonia, su correligionario Lluis Fernando Caldentey, el alcalde de Pontons, en Barcelona, que ya declaró formalmente en 2005: “No casaré homosexuales porque son personas taradas”. A lo mejor podrían incorporar en dicho menester al ex alcalde gallego de Sada, el ultraderechista Montxo Rodríguez, quien cuando se debatía la ley le preguntaron si él llegaría a presidir alguna boda gay repuso que se lo pensaría en caso de que alguien pensara cometer semejante pecado en su pueblo: “Pero yo creo que aquí, en Sada, pues no va a haber cosas raras. No me agrada pero ya miraremos a ver qué es lo que se hace. Hay que digerir todo esto, hay que tomar bastante bicarbonato para digerirlo. Me cuesta, claro que me cuesta. Por eso digo yo que hay que recurrir a algún específico o algún producto.” No existen datos fiables sobre el consumo actual de protectores de estómago y digestivos en la bonita población celta en donde, a raíz de las últimas municipales, Rodríguez ha pasado a engrosar la condición de pasado histórico.
Maroto debe estar pensando que como esto siga así, de aquí al día 18 va a tener que aumentar el número de invitados o lo mismo se encuentra con que la mitad de lo que ya estaban avisados declinan acudir a los esponsales para no meterse en un lío en vísperas de que haya que componer las listas electorales. Y así, díganme, ¿quién apalabra un buffet razonable con unos invitados tan volubles?
El novio se ha visto envuelto en toda esta vorágine sin adivinar la que iba a caerle encima porque él sabía perfectamente que a sus compañeros de partido les encanta la igualdad, la libertad y la fraternidad. En caso contrario, no sólo hubieran mantenido su recurso ante el Tribunal Constitucional, como han hecho, sino que su mayoría absoluta hubiera cambiado la ley en el Congreso como han hecho con la del aborto. En el PP, eso piensa el prometido, se puede ser homosexual y llegar a un cargo como el que él dispone ahora sin tener que casarse con alguien de otro género para blanquearle la puerta del armario. Incluso se puede ser gay, tener derecho a cargo y atreverse como Iñaki Oyarzabal al más difícil todavía: publicar encima un libro de poemas.
Hombre confiado y de buena fe, seguro que Maroto piensa que es absolutamente circunstancial que, el último Día del Orgullo Gay, la delegada del Gobierno de la Comunidad de Madrid, autorizara una concentración en Chueca bajo el lema “Por la familia tradicional, contra el matrimonio homosexual”, promovida por La España en Marcha, una plataforma facha en la que figuran Falange, Nudo Patriota Español Alianza Nacional Movimiento Católico Español y Democracia Nacional.
En esta línea, ¿por qué el PP no autoriza la manifestación atea que diversos colectivos llevan tiempo intentando convocar los Jueves Santos en la capital del reino? ¿Cómo comparar a esos perros flauta con los elegantísimos muchachos de la gomina y el saludo romano? Siempre ha habido clases, como se deduce de los motivos que la delegación del gobierno arguyó para prohibir la movida atea la pasada Semana Santa: “La fecha, lugar y hora elegidos por los convocantes, aunque manifiestan en principio una finalidad lícita, lo cierto es que pretenden realizar la manifestación un día de especial significación para los católicos, en el mismo lugar y horario en que se van a celebrar diversos actos religiosos, lo cual pone de manifiesto, cuanto menos, una evidente voluntad de provocación”.
Como en tantos otros aspectos de la política, entre los conservadores españoles pesa mucho todavía la opinión de Manuel Fraga Iribarne, que era de la opinión que los cromosomas también cometían errores: “Yo no tengo nada en contra de los homosexuales; si nacen así, pues qué se le va a hacer, pero que no digan encima que están orgullosos de funcionar al revés”, consideraba con la misma arquitectura intelectual que el contertulio casposo de una barra de bar.
Javier y José Manuel, ¿querrán tener hijos? De ser así es que seguramente no oirían lo que su malogrado líder Fraga pensaba a este propósito: “Eso es una parte de la política general de destrucción de la familia, como base de una sociedad organizada. Ya sabemos que las parejas de homosexuales no producen hijos, y la adopción por parte de parejas homosexuales está llena de riesgos, pues no sabemos como van a vivir esos chicos con padres que tienen afecciones extrañas”.
¿Les gustará la zoofilia? Algunos pueden deducir tal supuesto de las palabras de Monserrat Nebrera, que fue aquella Catedrática de Derecho Constitucional y candidata del PP por Barcelona que vino a pedir que subtitularan a los andaluces y que llegó a decir: “El Matrimonio homosexual es como la unión entre dos hermanas, un perro y una señora o una señora y un delfín“, aseguraba en 2006 haciendo gala de sus amplios conocimientos botánicos.
Varios años después de toda aquella polémica, el Partido Popular intentó zanjar el debate sobre el matrimonio homosexual con una redacción más que salomónica metafísica durante su decimoséptimo Congreso Nacional. Así, en un gesto de generosidad sin precedentes, los delegados aceptaron reconocer que los homosexuales tienen los mismos derechos que el resto de las personas pero que la viabilidad o no del matrimonio homosexual estaría sujeta al dictamen del Tribunal Constitucional. ¿Se ha pronunciado ya el Constitucional en contra de la Ley y no nos hemos enterado? De ser así, sigue siendo legal y el presidente del Gobierno no ncurriría en prevaricación si decide acudir a la ceremonia.
¿O es que quizá no estemos hablando de esto? ¿O es que tal vez esta controversia carpetovetónica sólo tiene por objeto tender una cortina de humo para evitar que hablemos de otras cuestiones espinosas? De cómo, por ejemplo, pretende que el caso Gürtel sea enjuiciado por Enrique López y Concepción Espejel, magistrados recusados y a los que el Partido Popular aupó en su día al Consejo General del Poder Judicial, sin menoscabo alguno de su independencia, claro. El Gobierno parece que no sólo hace la ley y la trampa. Sino que también está deshaciendo la justicia. Esto es lo que realmente no casa, o no debiera casar, en una democracia.