Rajoy o la boda de Javier

A cuánto les puede salir estar en los esponsales de un compañero maricón

Parece que el PP tiene otra grieta de la que no nos habían informado. Nada que ver con la cuota de refugiados, ni con la desesperanza de un puñado de nativos que siguen viviendo en lo agitado del paro. Lo que desencadena en Génova una inesperada preocupación metafísica es saber siMariano Rajoy, presidente del Gobierno y del partido, debe acudir a la boda homosexual de Javier Maroto, ex alcalde de Vitoria.

Para empezar: desde aquí van deseos de lo mejor para la pareja. Y para continuar con lo nuestro: qué hipocresía, qué mendaz todo, qué asquito el cálculo de asistencia a la boda de un colega por el qué dirán los clientes. O sea, los votantes. Es decir, que estamos en precampaña y el presidente del partido que recurrió ante el Constitucional las bodas gais por «desnaturalizar el matrimonio» tiene que hacer cuentas de lo que suma o resta un gesto terriblemente natural. Es como excusarse por inacción: «Adoro la teoría porque tengo miedo de lesionarme» (Mariano Peyrou). Sin embargo, hay golfos vinculados a la política que convienen menos y yo los sigo viendo ahí, repartiendo abrazos con euforia.

La del hombre público es una moral elástica. Muy convencida de no tener que dar explicaciones. Un género recalentado. Cuando escuchas hablar a uno de ellos sabes que no está diciendo una verdad, sino algo intermedio entre lo cierto y el engaño. Fingir es su método. Viven de referencias más que de realidades. Trabajan con lo real hasta convertirlo en imaginario. No todos, claro, pero sí demasiados.

La boda del ex alcalde de Vitoria no es para el entorno de Rajoy la boda de Javier Maroto, sino la fotografía posterior y sus consecuencias. No te puedes fiar. Cada cosa significa mil cosas que no sabemos, pero empujan. Que en la sede del PP empeñen tiempo en buscarle las vueltas a la idea del presidente en una boda gay delata que a cualquier acto le aplican un exceso de interpretación. Vamos mal con esta misteriosa disponibilidad de algunos políticos a caminar mirando siempre hacia abajo. Algunos hombres se delatan por estos pormenores vecinales.

A mitad de columna aún desconozco si Rajoy aceptó ya asistir a la boda de Javier Maroto desafiando el parecer de algunos de sus ministros, pero de hacerlo podría ir vestido de Hamlet y al compás del pasodoble del Algabeño. La derecha bravía quedará muy desconcertada. Y nosotros, de paso, también. Sería como ver al presidente haciendo oposición contra tantos de los suyos, tendentes al amor de armario más que a la expresión del amor sin miedo.

Este jaleo interno de la boda importa muy poco, lo sé. Aunque da claves de penumbra sobre el enorme artificio de la política. Ahora que vengan a decirnos no sé qué de Cataluña. O no sé cuantos de los refugiados. O el tralarí de la recuperación. O un cuento de bella durmiente sobre las bondades de nuestra reforma laboral. Les vamos a seguir sin creer, visto lo visto.

Ciertas carcundias ideológicas se sostienen en el tiempo gracias a una intransigencia. Intentar prohibir las bodas gais por «desnaturalizadas» es un buen ejemplo. Ahora hagan cuentas. A ver a cuánto les puede salir lo de estar en los esponsales de un compañero maricón. Vivan los novios.