Color, orgullo, desfiles, celebración y baile… pero también vejación, intolerancia, persecución y muerte.
Bajo la bandera arcoiris caben muchas realidades distintas. Algunas son vistosas, y otras… no tanto. Mientras la sociedad occidental celebra los avances en materia de derechos y visibilidad para la comunidad LGBTI, miles de gais, lesbianas, bisexuales, transexuales e intersex siguen sufriendo abusos brutales cada día en muchas regiones del mundo.
Es algo que sabemos, algo de lo que se habla a menudo, pero no es lo mismo leer un informe de Naciones Unidas, Amnistía Internacional o ILGA queescuchar el dolor quemando en las bocas de sus protagonistas.
Where Love Is Ilegal nace para dar voz y poner cara a esas víctimas, para contar las historias que aún no han sido contadas.
El fotógrafo Robin Hammond tuvo la idea de crear Where Love Is Ilegal cuando, en uno de sus frecuentes viajes por África, tuvo la oportunidad de entrevistar a cinco jóvenes nigerianos arrestados y apaleados en público por su condición homosexual.
Hammond siguió viajando por Uganda, Sudáfrica y Camerún, recolectando historias para el proyecto. Con ayuda del activista Harold Smith-Franzen, llegó a Malasia, Rusia y Líbano.
En todos los lugares escuchó testimonios tremendos, recuentos de agresiones brutales, realidades vitales que oscilaban entre la devastación total y el empoderamiento de quienes saben que su única opción es permanecer fieles a sí mismos.
“Quedé profundamente conmovido por la experiencia de escuchar estas 65 historias“, asegura Hammond en una reciente entrevista con National Geographic.
A continuación puedes leer fragmentos de ocho de los testimonios recogidos hasta el momento en Where Love Is Ilegal. El resto te esperan aquí.
Vas a necesitar estómago para digerir tanta violencia.
Jessie, Líbano.
“Cuando era pequeño mis padres me vieron jugando con una Barbie junto a una niña. Me golpearon. Hay tabús, y los chicos no deben jugar con las chicas. Mi padre me dijo que era como un burro, un perro. ‘Eres una desgracia para mí’, dijo…
Cuando tenía 6 o 7 años, aprovechaba cuando mi familia salía para sentarme frente del espejo y maquillarme como mi madre. En ocasiones mi familia me pillaba; entonces me insultaban y me pegaban.
Mi tió me violó cuando tenía 11 años y me dijo que no se lo contara a nadie. Me violó tres veces. Me sentí destruido. Era fuerte y me forzó a hacerlo contra mi voluntad. Cai en depresión. Fue un período horrible de mi vida. Solía gritarle y pedirle que se fuera. No podía contárselo a nadie porque no me creerían al ser él una persona religiosa.
Mi hermano siempre se ha avergonzado de mí. Aún lo está. Muchas veces a lo largo de mi vida me ha pegado e insultado. Cinco o seis veces, con el apoyo de mi padre, ha intentado matarme. Mi hermano ha intentado acuchillarme, pero nunca lo ha conseguido. Una vez mi padre intentó estrangularme, pero logré escapar… Solía llegar a la escuela con la cara llena de arañazos. Los profesores me preguntaban que había pasado. Yo lloraba y no decía nada. Estaba asustado”.
Amanda, Sudáfrica.
“Mi nombre es Amanda. Soy lesbiana. En 2007 fui violada mientras viajaba en compañía de un amigo. De camino a visitar a otro amigo, me puse a buscar una tienda para comprar cigarillos. Vi a este chico en una esquina y le pregunté. Me mostró dónde podía comprar lo que buscaba. Me acompañó hasta el lugar, y en el camino de vuelta se volvió contra mí.
Primero me preguntó si salía con chicas, y le dije que sí. Luego me preguntó si era lesbiana, y le dije que sí. Luego dijo que me iba a demostrar que yo era una mujer, sacó una pistola y me ordenó que me desnudara. Me forzó a tener sexo con él.
(…)
Ahora odio a los hombres por lo que me pasó aquel día”.
Gad, Siria.
“Dejé Homs porque mi vecindario estaba siendo atacado, fue bombardeado en múltiples ocasiones. Me mudé a Líbano con la esperanza de poder encontrar un empleo. Encontré trabajo en un baño árabe dando masajes… Me vi obligado a aceptarlo para poder ayudar a mis padres en Siria.
Solía trabajar durante dos meses, luego volvía a Homs a pasar unos días, y luego de vuelta Líbano. Una noche de agosto de 2004 mi casa fue asaltada por la policía. Recibí puñetazos y patadas. Me pusieron una bolsa de tela negra en la cabeza. Siguieron pegándome y dándome patadas. No sabías de dónde te venían los golpes. Vi cómo trataban a otros de la misma manera. A veces estabas tú solo en una habitación, otras veces estabas con otras dos o tres personas. Podíamos oír cómo torturaban al otro. Aquello continuó durante tres días”.
Ruslan, Rusia.
“Mientras estaba en el instituto, mis compañeros nunca desperdiciaban una oportunidad de llamarme maricón y hacer todo tipo de comentarios que subrayaban mi homosexualidad para ridiculizarme. Nunca entendí por qué lo hacían, porque yo nunca expresé en la escuela que era gay.
Un día, mientras iba caminando con una amiga de una escuela cercana, aquellos chicos comenzaron a seguirnos. Se reían y nos lanzaban insultos. De repente, uno de ellos me empujó bajo las ruedas de un coche que pasaba en aquel momento. El conductor me vio y frenó, pero las ruedas me pasaron por encima de la pierna. El doctor me dijo luego que me había roto varios huesos y que si no hubiera sido por las botas que llevaba, la rueda me hubiera machacado la pierna.
(…)
La segunda vez que fui atacado, sucedió en mi primer año de universidad. Estaba paseando a mi perro en el patio. Apareció un grupo de skinheads por allí. Era el blanco perfecto porque tenía el pelo largo y llevaba ropa vistosa. Todo pasó muy rápido. Me reventaron la cabeza con un bate de béisbol.
(…)
La consecuencia de múltiples conmociones cerebrales son desmayos frecuentes, dolores de cabeza, sangrados por la nariz. Un médico me dijo una vez que le sorprendía el hecho de que me no me hubieran dejado inválido.
El último ataque afectó también a mis amigos. Estábamos cerca de un club cuando fuimos atacados por los patrones de ese mismo establecimiento. Nos dijeron que ‘los maricones no deben bailar al lado de nuestras novias’. Saltaron sobre nuestras cabezas hasta que nos dejaron inconscientes.
Ir a la policía no ayuda. No hacen nada”.
Simon, Uganda.
“El 11 de septiembre de 2012, mi novio y yo estábamos en nuestra habitación de alquiler teniendo sexo. Uno de los vecinos nos oyó. Él siempre había sospechado que éramos gais. Según oyó nuestros gemidos, salió corriendo hacia la comisaría y de camino se dedicó a advertir a los vecinos del pueblo de que nos había oído teniendo sexo. Luego se plantó con todos los hombres del pueblo y la policía en nuestra puerta. No abrimos, así que la policía forzó la puerta para entrar.
Nos encontraron aún desnudos, nos esposaron y nos lanzaron fuera. Inmediatamente la muchedumbre nos empezó a golpear con piedras y con palos con clavos diciendo que estábamos malditos y que debíamos morir. Luego la policía nos llevó a través del pueblo desnudos, arrastrándonos sobre piedras que nos causaron pérdidas de sangre severas.
Al llegar a la comisaría no se nos prestó ningún tipo de auxilio médico. Nos tiraron en las celdas. Les dijeron a los reclusos que éramos gay, y estos también comenzaron a golpearnos hasta que les entró el sueño. Doy gracias a Dios de no haber muerto aquel día, porque el dolor era insoportable. Al día siguiente, cuando nos llevaron al hospital, estábamos en estado crítico “.
Nisha, Malasia.
“Nunca hubiera imaginado que acabaría siendo una expresidiaria. Siempre pensé que las prisiones son lugares para la gente que hace daño a otros. Yoestuve en prisión simplemente por mi identidad como mujer transexual musulmana que vive en Malasia. Me metieron allí para corregir mi comportamiento y cambiar mi identidad de género a lo que ellos consideran correcto, que es que yo sea hombre.
Estar allí fue un infierno para mí. Mis derechos como ser humano me fueron arrebatados. Sufrí todo tipo de abusos hasta el punto de que quise suicidarme. Un día en prisión era como un año para mí, pero a pesar de lo mucho que se esforzaron, siempre permanecí fiel a la persona que soy.
Dejé la cárcel sin mi máximo atractivo, que es mi pelo, como superviviente.Dejé la cárcel como mujer transexual“.
Khalaf, Jordania.
“Vine a Líbano escapando de mi familia. Cuando salí del armario, mi hermano mayor apareció en mi casa con tres de mis otros hermanos. Me enseñó una pistola y dijo ‘has destruido el honor de nuestra familia, prepárate para morir’. Me golpearon, me dieron patadas y puñetazos. Perdí mucha sangre por la nariz”.
Khalad proviene de una tribu beduina en la que el honor familiar se considera algo muy importante. Cuando se enteraron de su homosexualidad, sus hermanos se reunieron en la casa de los padres para hablar sobre de qué manera debían matarle. Su esposa y su madre pudieron oír esa conversación desde una habitación contigua. Su mujer subió al piso de arriba a avisarle: “Tus hermanos quieren acabar contigo. Espera a que se hayan ido, coge tu pasaporte y vete”.
Khalaf reveló su homosexualidad de forma pública durante una entrevista que se pudo ver a través de las redes sociales. “Toda mi familia y la gente que me conocía vio la entrevista. Por primera vez me acepté a mí mismo, por primera vez en mi vida el Khalaf real estaba hablándole al mundo“.
En Líbano, Khalaf no ha conseguido encontrar trabajo y vive en la pobreza. Sobrevive gracias a donaciones de amigos. “La vida aquí es difícil, he perdido a mi familia, pero no me arrepiento. Aquí me siento libre de aquella opresión”.
M, Siria.
“Todo empezó cuando Jabhat Al Nusra secuestró a varios gais en nuestra área. Primero secuestraron a algunos de sus amigos, obtuvieron sus fotos de los teléfonos de aquellas personas y empezaron la caza.
A mí intentaron secuestrarme con la ayuda de un chico que se hizo pasar por gay y quería conocerme. Después de salir un día juntos, decidimos ir a casa de sus amigos. Tenían planeado secuestrarme allí, en la calle. Era una encerrona.
Me amenazaron con cortarme la cabeza o dispararme. Ponían un cuchillo en mi cuello y me decían ‘¿estás preparado para morir?. Luego hicieron lo mismo con una pistola. Sugerí que negociaran con mi familia. Me tuvieron encerrado durante dos semanas. Al final mi familia pagó 13.000 dólares por mi liberación.
Cuando volví a mi casa, el guarda de la finca estaba temblando. Me dijo, ‘¿Por qué estás aquí? ¡ISIS te está buscando! ISIS se había llevado mi documentación.
Llamé a uno de mis tíos que se puso en contacto con ellos. La gente de ISIS le dijo: ‘Lo necesitamos. Es un homosexual y debe ser asesinado. Es un fugitivo. No tiene permiso para estar en nuestro estado’.
Mi tío llegó a un acuerdo para que me dejaran escapar. Me dieron dos horas para salir de allí. Me marché con lo puesto a una ciudad que permanecía bajo el control del régimen sirio, luego a Damasco, luego a Beirut.
Las noticias de que era gay se diseminaron por el entorno de ISIS y llegaron a mis familiares. Ahora mis familiares quieren mi cabeza“.
“Más allá del arcoíris, la gente sigue sufriendo por su condición sexual. ¿Hasta cuándo?”