«Euskadi está un paso por delante en los derechos de los transexuales»

Sarah Spatz es de Brasil y ha solicitado asilo en España por razones de identidad sexual. Aunque vive en Madrid desde hace nueve meses, quiere instalarse en el País Vasco

Sarah Spatz.

A sus 40 años, la vida de Sarah Spatz es de esas que daría para hacer una película. O dos. En la misma habría que situarse en diferentes localizaciones, desde Brasil a Portugal, pasando por Donostia y acabando en Madrid, donde vive en régimen de asilo desde hace meses. Un trayecto vital lleno de pasajes oscuros, marcado por la lucha por los derechos del colectivo LGTBI y con un futuro incierto que espera resolver en Euskadi, donde sueña con ‘echar el ancla’.

Sarah nació siendo un niño en Sao Paulo. A pesar de la insistencia de su madre en recordarle su condición masculina, ella siempre tuvo claro que ese no era su verdadero yo. «Mis primeros recuerdos de la infancia son de mi madre diciéndome que yo no podía ser como era, que yo era un niño», cuenta. Con 17 años, uno de los hechos más tristes de su vida se convirtió a su vez en el punto de partida hacia un nuevo futuro. «Mi madre murió. Fue una tragedia, pero también una liberación, porque ya no tendría que preocuparme de lo que mi familia pensase de mí, porque ya no me quedaba nadie».

Cambió de nombre y dejó de esconderse. Sin embargo, el rechazo que sufrió en casa también lo encontró fuera de ella. «En Brasil hay muchísima represión hacia los gays y los transexuales, que son tratados con muchísima violencia, tanto verbal como física», afirma. En la calle, le decían que era una «abominación a los ojos de Dios». Ella descubrió, gracias a internet, que no padecía ninguna enfermedad y pronto se convirtió en un miembro activo de diferentes asociaciones brasileñas que luchaban por los derechos del colectivo LGTBI.

Su valentía y su condición, sin embargo, estuvieron a punto de costarle la vida. «Un día salí de casa para ir a comprar al supermercado, y pasé por delante de una iglesia de una comunidad de cristianos evangélicos. Había unos chicos y uno de ellos se dio cuenta de que era transexual y comenzó a insultarme y a animar al resto a que me pegaran». La paliza fue brutal. Le dieron con palos y piedras, le acuchillaron y hasta le pegaron un tiro. «Estuve cinco horas tirada en la calle desangrándome hasta que apareció un coche de Policía y me llevaron al hospital». Pasó siete días en coma inducido a causa de las fracturas craneales que sufrió. Cuando abandonó el hospital tenía claro que también debía salir de Brasil.

En busca del sueño europeo

El de Sarah no es un caso aislado. Un informe de la ONG CEAR pone voz al drama de las personas perseguidas por su orientación sexual o identidad de género. Vivir marginados de la familia, ser encarcelados, incluso condenados a la pena de muerte o escondiendo su orientación sexual para evitar represalias son algunas de las formas que cobra la violencia ejercida contra las personas homosexuales, transexuales, bisexuales o intersexuales en todo el mundo, miles de las cuales deciden huir por la ausencia de libertad. No emigran por una cuestión económica. De hecho, suelen tener un perfil socioeconómico alto, con estudios y una situación acomodada en su país de origen, como Sarah.

 

u primer destino cuando salió de Brasil fue Lisboa. Allí trabajó durante nueve años como activista de diferentes colectivos LGTBI, pero nunca llegó a legalizar su situación. El Gobierno portugués le instó a abandonar el país, y decidió partir hacia París, donde residen amigos suyos. Recorrió los 610 kilómetros entre Lisboa y Vigo en bicicleta, y de allí cogió el autobús que le llevaría hasta Francia. Pero sus planes se truncaron al tratar de cruzar la frontera en Irun. Los atentados terroristas de Niza habían intensificado los controles de la Policía, que, al descubrir que no tenía más documentación que un pasaporte brasileño, le impidió continuar el viaje.

Pasó la noche en el calabozo de una comisaría, «pero como no tenía antecedentes y era solicitante de asilo me dejaron en libertad y me llevaron a San Sebastián, donde me pusieron en manos de CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado)», señala Sarah. Una amiga de Portugal le recomendó que acudiera a la asociación Gehitu para recibir asesoramiento. «Nadie me había explicado hasta entonces cuáles eran mis derechos y en qué consistía la petición de asilo», reconoce. Finalmente, el Ministerio del Interior le adjudicó una plaza en Madrid, donde vive desde hace nueve meses.

Convivencia difícil

Los inicios en la capital no fueron fáciles para Sarah. Durante cinco meses vivió en un piso compartido con otras ocho personas refugiadas, que no aceptaban su condición. «Me rechazaban y lo pasé muy mal. Tuve que pedir que me trasladaran, y ahora vivo en un piso con otro brasileño que es gay y con tres chicas su-damericanas que han sido víctimas de violencia de género». Desde CEAR alertan de que estas personas sufren una doble discriminación, «la de ser persona LGTBI y ser migrante o refugiada».

Sarah no ha perdido el tiempo y trabaja de forma activa en el centro LGTBI Madrid de la Confederación Colega, como dinamizadora en actividades socioculturales dirigidas a la comunidad transexual. Sin embargo, sus planes de futuro tienen la vista puesta en Gipuzkoa. «En noviembre termina el periodo de asilo y tendré que buscarme una habitación por mi cuenta, pero yo quiero vivir en Gipuzkoa». La razón, asegura, es que «me han demostrado ser gente mucho más seria que en el resto de ciudades en las que he estado. Cuando se comprometen con algo, lo cumplen». Asimismo, afirma que Euskadi «va un paso por delante que el resto de comunidades en el servicio y el trato que se ofrece a personas transexuales, en todos los niveles».

El informe de CEAR indica que una vez superado el trámite administrativo de asilo –lo cual puede llevar años–, la acogida no siempre garantiza un camino fácil para los refugiados. «Es un reto para las sociedades de acogida trabajar en la eliminación de los prejuicios y estereotipos sobre las personas que migran por motivos de orientación sexual e identidad de género, con el fin de avanzar hacia una sociedad igualitaria, solidaria, intercultural y libre de discriminación», reflexionan desde CEAR.

Aunque España está considerado el país con mayor porcentaje de aceptación de la homosexualidad, los migrantes LGTBI se siguen enfrentando a situaciones de discriminación, advierten. Miedo, vergüenza o temor a que su experiencia llegue a oídos de algún compatriota favorecen en ocasiones sentimientos de rechazo y frustración, y de censura de sus propias vidas.

Sarah afirma que España no es el país abierto y liberal que esperaba encontrar. «La diferencia con Brasil es que no existe violencia, pero el rechazo es el mismo». Uno de los ejemplos que más le duele es que en su tarjeta de refugiada le han obligado a poner su nombre de nacimiento, y por tanto consta como hombre. «Es muy frustrante, porque no hay voluntad para cambiar estas situaciones. Queda mucho camino por recorrer para los transexuales», afirma Sarah, cuyo nombre e identidad seguirá defendiendo ante cualquier persona, en cualquier país. «A pesar de todo el sufrimiento, de lo único de lo que me arrepiento es de haber estado escondida tanto tiempo. Nunca más voy a vivir una mentira para ser socialmente aceptada».

La odisea de un crucerista gay tras atracar en Getxo: una semana vagando a la intemperie

El hombre de 72 años, que tenía la intención de visitar un día San Sebastián, perdió su autobús de regreso al ‘Celebrity Silhouette’

 

El viaje en el crucero ‘Celebrity Silhouette’, dirigido al público homosexual, no fue precisamente una fiesta para un crucerista estadounidense de 72 años. Más bien una odisea. Y es que no solo se perdió las más de 50 fiestas que se celebraron a bordo, sino que estuvo perdido y a la intemperie una semana fuera del barco. Lo encontraron siete días después en San Sebastián.

El hombre, que había desembarcado junto a 2.700 pasajeros el pasado día 7 en Getxotenía la intención de pasar una jornada en Bilbao. Una visita exprés. Sin embargo, en el último momento optó por dirigirse a San Sebastián. Allí perdió su autobús de regreso al crucero ‘Silhouette’, que zarpó hacia La Coruña sin él.

La naviera Celebrity Cruises presentó al día siguiente una denuncia por la desaparición de uno de sus pasajeros. A partir de ese momento, se iniciaron las pesquisas policiales para su localización, entre ellas, gestiones con centros sanitarios, hoteles y medios de transporte, sin conseguir localizarle.

El varón, que no habla español, no tuvo éxito para contactar con la compañía encargada del viaje. En ese momento comenzó su periplo por las calles de San Sebastián. Día y noche por la capital guipuzcoana, a la intemperie.

Tras una semana deambulando por las calles de San Sebastían, se dirigió a la Policía Municipal, desde donde se pusieron en contacto con la Ertzaintza para informales de la presencia de una «persona muy desorientada». Agentes de la Sección Central de Investigación Criminal y Policía Judicial que, una vez confirmado que se trataba del desaparecido, organizaban su traslado al hospital de Cruces, para realizarle una revisión médica, así como los posteriores trámites para su repatriación a cargo de la empresa responsable del crucero.

El hombre, que ya ha regresado a a Estados Unidos, ha querido agradecer a los agentes el trato recibido. A ellos se ha referido como ‘Sus ángeles de la guarda’.

‘Chemsex’, mucho más que sexo con droga

Las sustancias utilizadas y el tipo de práctica sexual definen a estas sesiones que ya se tratan como un problema de salud pública

Fotograma de la película ‘Chemsex’ (William Fairman, Max Gogarty, 2015).

El término chemsex surge de la expresión chemical sex, sexo químico. Pero para que un ayuntamiento como el de Barcelona haya incorporado su práctica como un problema de salud pública no cabe duda de que el chemsex traspasa determinados límites tanto en el uso de las drogas como en el del sexo. Durante mucho tiempo se ha usado este término para referirse al uso de cualquier sustancia en un contexto sexual de cualquier grupo de población. Pero hoy y según todas las asociaciones especializadas en el tema, el chemsex es el uso combinado de metanfetaminas o crystal meth, GHB o éxtasis líquido y mefedrona (acompañados de otros estimulantes como el poppers y la viagra) por parte de hombres que tienen sexo con otros hombres. Estas sesiones se prolongan durante varias horas e incluso días, y aunque los servicios de salud pública lanzan campañas contra el uso de cualquier droga, están poniendo ahora un foco especial en las chemsex ya que suponen un reto por las peculiaridades de esas sustancias. Las chemsex están generando un nuevo tipo de adicto, además de un repunte de las infecciones de VIH y otras enfermedades de transmisión sexual, algo muy preocupante.

El alcohol y las drogas se han usado para el sexo históricamente en todos los colectivos. El problema de sustancias como la mefedrona, el GHB y el crystal meth(también llamado tina) es que generan una especial desinhibición de cara al sexo, y permiten su uso durante muchas horas con un “subidón” constante. Esto es particularmente peligroso, ya que los efectos de una de las drogas se contrarrestan con la otra y esto hace que estas sesiones duren hasta varios días con el consiguiente daño físico y mental. Dentro del chemsex está la modalidad llamada slam, en la que las drogas se inyectan para conseguir efectos más fuertes y rápidos. Además del enorme riesgo de compartir jeringuillas, con esta práctica aumentan enormemente las posibilidades de sufrir una sobredosis, en ocasiones mortales. En algunos foros sobre el tema se puede leer que en países como Estados Unidos o Reino Unido (cuna del chemsex) lo último es llevar a uno de los participantes al límite, es decir, jugar a rozar la sobredosis (en el argot se denomina “doblar”) o incluso alcanzarla premeditadamente a sabiendas de que se puede terminar muerto.

Más allá de los problemas derivados de la adicción a estas drogas, el aumento de infecciones de VIH y otras enfermedades como la hepatitis C es la principal preocupación de las autoridades sanitarias respecto al chemsex. Las posibilidades de caer en prácticas de riesgo estando borracho o bajo los efectos de una droga son siempre mayores, pero se multiplican en el caso de una de estas sesiones. El GHB o la metanfetamina afectan directamente a la consciencia, y chicos que normalmente usaban condón en sus relaciones aseguran que al tomarlas es muy fácil olvidarse de tomar precauciones. En el caso del éxtasis líquido, los médicos apuntan a que favorece el sexo anal ejercido con fuerza ya que es un anestésico, lo que favorece aún más los riesgos de infección por la rotura de capilares sanguíneos. El resto de papeletas para terminar contrayendo una enfermedad lo aporta la naturaleza orgiástica de estas sesiones. En las chemsex lo normal es tener sexo con muchos hombres. En muchos casos se llega a perder la cuenta.

El reto ahora es abordar la problemática del chemsex por un lado como problema sanitario. Asociaciones del colectivo gay, y desde ahora también poderes públicos como el ayuntamiento de Barcelona, tienen campañas de concienciación respecto al uso de estas nuevas drogas. Respecto al repunte de contagios por VIH, estas asociaciones apuestan porque se distribuya de forma gratuita el llamado PreP, un combinado de medicamentos antirretrovirales que impide la transmisión del virus del SIDA. Pero advierten de que el chemsex tiene sus raíces en las presiones sociales específicas del mundo gay. Un colectivo generalmente más liberal en cuanto al sexo, y por tanto más vulnerable a los excesos y sus consecuencias.

Detectados 158 nuevos casos de VIH en 2016, la mitad con diagnóstico tardío

La cifra de contagios es similar respecto al año anterior, y sigue preocupando el tiempo transcurrido hasta su detección, clave para la aplicación del tratamiento médico. El 64% superan los 40 años, pero hay menores de 25. «Algo falla entre la información y la acción», opinan.

 

CONSULTA ON LINE

Osakidetza ha creado una consulta on line dirigida a hombres que tienen sexo con hombres. Permite plantear cuestiones de forma anónima y se recibe asesoría.

 

El VIH es una enfermedad que se ha cronificado, pero no se ha erradicado. Insistir para volver a insistir en la prevención y en la importancia del diagnóstico precoz sigue siendo clave. El pasado año, en la CAV, se identificaron 158 nuevos casos, y más de la mitad (52,2%) presentaron un diagnóstico tardío. Esto supone un contagio cada dos días. Al menos los detectados. Las cifras son similares a las que dejó 2015.

El departamento de Salud de Lakua, junto a las asociaciones Euskalsida y Harribeltza, desgranaron ayer los datos que se desprenden del Plan del Sida e Infecciones de Transmisión Sexual del último ejercicio.

El consejero Jon Darpón incidió en el valor de los test rápidos que se ofrecen en 50 farmacias, porque ese resultado a tiempo será decisivo en el resto del proceso. El pasado año se realizaron 2.775 pruebas, de las que 27 dieron positivo. En ese caso, de inmediato se deriva a Osakidetza, donde se pone en marcha el tratamiento. «Si se detecta el virus y si se toma el tratamiento ya no se desarrolla; y no solo eso, sino que tampoco se transmite», recordó Antonio Arraiza, coordinador del Plan del Sida.

El sexo entre hombres se mantiene como la principal vía de contagio de VIH (44,3%,) aunque le sigue de cerca la vía heterosexual (42,4%). No obstante, es la primera la que muestra una tendencia al alza y así seguirá siendo, en opinión de Darpón.

Sobre la edad de las personas contagiadas alertó Marta Pastor, presidenta de Euskalsida. Dos tercios tienen más de 40 años, pero, en su opinión, «sorprenden» los casos en menores de 25 años, a quienes se les presupone un mayor acceso a la información. «Nos cuesta entender que de la información a la acción hay muchas cosas que fallan», añadió. El consejero admitió que «existen más variables que la falta de información».

Respecto a la inversión en retrovirales, el año pasado fueron atendidos 5.661 pacientes, lo que supuso en Osakidetza un gasto de 36,1 millones de euros.

Contra el estigma, la importancia de un cambio en el nombre

Desde Euskalsida, su presidenta Marta Pastor agregó un cuarto objetivo a los citados por el consejero de Salud: acabar con el estigma y la discriminación que sufren las personas portadoras del virus.

Según explicó, hoy día hay en el mundo 84 países que vetan la entrada a estas personas, pero también en el propio Estado español ocurren discriminaciones. «Hay leyes que excluyen a personas seropositivas para poder opositar», dijo, citando las OPE en cuerpos policiales o bombero.

Adelantó que están en contacto con los grupos políticos para llevar al Parlamento de la CAV la necesidad de que la legislación estatal cambie la calificación del sida como enfermedad «infecto contagiosa» por «infecto transmisible» para que de esta manera las personas con VIH puedan opositar. Se trata de tejer una posición fuerte en Gasteiz de cara al debate que se haga en el Congreso de Madrid.O.L.

Los derechos de la derecha. El PP y la ley LGTBI

Beatriz Gimeno
Diputada en la asamblea autonómica de la Comunidad de Madrid, grupo parlamentario de Podemos

Si alguien no ha entendido que el Partido Popular miente siempre, por principio, es que no ha entendido de qué va esto. La política no es el reino de la pureza, ya lo sabemos, pero ciertamente la política que se resuelve con los votos que se depositan en las urnas tiene unas características particulares que hacen que la derecha se vea obligada a mentir todo el tiempo; que la mentira sea, tenga que ser en realidad, la base de su imagen pública. La derecha gobierna contra el interés general. La derecha hace políticas que harán más ricos a los ricos y más pobres a los pobres; más ricos a los pocos y más pobres a los muchos. Con estas intenciones, ganar las elecciones dependen de mentir, de lo bien que se mienta y de que la gente se lo crea más o menos. Todo el sistema, con la mayoría de los medios de comunicación como punta de lanza, se encarga de hacer que las mentiras sean creíbles el mayor tiempo posible.

El  PP lleva años empeñado en acudir a la manifestación del Orgullo que se celebra en Madrid, especialmente el pseudoprogresista PP de Cristina Cifuentes que con una mano dice que aprueba leyes de derechos LGTBI (que en realidad no aprueba) mientras que con la otra dice que no apoya, (pero en realidad sí apoya) a personajes como el machista y lgtbifóbico alcalde de Alcorcón David Pérez. El caso es que este año era el World Pride y el PP no quería perderse la visibilidad que da ir en pancarta en esa manifestación, una de las más grandes del año. La FELGTB quiso aprovechar la ocasión y obligó a los partidos políticos que querían participar en la misma a firmar un documento en el que se comprometían, a cambio de ir en la cabecera, a apoyar la ley cuando se presentase en el Congreso.

Mentira, claro. Mentira sin más, sin disimulos. No la apoyan. Pero allí que se pusieron en la pancarta el diputado Maroto, el gay del PP a cuya boda asistió Rajoy muy contento; Andrea Levy, moderna donde las haya, y Carlos Izquierdo, Consejero de Cristina Cifuentes, mucho menos moderno el hombre, aunque intentó disimularlo yendo de sport y sin corbata. Ellos y ella y varios cargos públicos de este partido, firmaron el documento y se pusieron en primera línea. La ley se ha presentado esta semana y de aquel documento no queda nada, excepto la voluntad expresa de vulnerarlo. Pero ¿a quién puede extrañarle que un partido que lleva mintiendo años y años con los casos de corrupción fuera a detenerse por un documento de nada firmado en una manifestación de maricones?

En realidad, a estas alturas es verdad que el PP no tienen problema con la homosexualidad. El PP no es como HazteOir, que de puro cutre que es no consiguen siquiera que les vuele esa avioneta que han alquilado y a los que no hace ya caso ni Mayor Oreja…bueno, Mayor Oreja, sí. La derecha no ha tenido nunca problema con los comportamientos privados de los ricos, sean los que sean. No han tenido nunca problemas con que las ricas aborten, o con que la gente sea homosexual si se lo puede pagar. Los derechos de todos y todas son otra cosa muy distinta. Rajoy va a la boda de Maroto encantado de la vida, mientras el mismo Maroto no tiene pudor alguno en declarar que no apoya esta ley que pretende extender los derechos de los que él sin duda disfruta, a todas las personas lgtbi. Una ley que pretende evitar el acoso a niños y niñas en los institutos o que pretende garantizar los derechos de las lesbianas a la reproducción asistida, aunque no se lo puedan pagar.  Maroto se casó porque nosotras luchamos por una ley que amparara su derecho de casarse tan horteramente como le diera la gana y Rajoy fue a su boda porque muchas luchamos porque la homosexualidad dejara de ser considerada  una enfermedad pero ahora  él, y su partido, se niega a apoyar una ley que pretende que las personas transexuales  dejen de ser consideradas enfermas o que se prohíban las terapias de reversión, que pretenden curar con mucho dolor lo que ni se puede ni se debe curar. Maroto nunca ha querido curarse, pero que haya adolescentes torturados con esas terapias es algo que a él ni a su partido le incumben.

Al fin y al cabo, a Maroto no le preocupa nada de esto. En el momento en que él pueda tener un hijo o hija por gestación subrogada, cuya legalización defiende encarecidamente como un derecho que a él mismo le falta (al fin y al cabo no es mujer ni pobre) ya se encargará de llevarle a un colegio muy caro donde nadie le acose. En fin, que no nos engañemos, el PP no tiene problema alguno, es verdad, con la homosexualidad. Con lo que sí tienen problemas es con que los derechos que pueden hacer más fáciles y más dignas las vidas de todas las personas LGTBI estén al alcance de todos y todas. Maroto lleva una buena vida como gay, no me cabe duda, gracias a otras personas; ahora se trata de que todas las personas LGTBI  puedan llevar vidas buenas o igual de buenas, al menos, que la que lleva Maroto. El PP tampoco tiene ningún problema con la mentira y por eso firmó un documento para poder colocarse en la pancarta de la manifestación del Orgullo; un documento que no le importa nada incumplir a las primeras de cambio.

Porque la derecha es partidaria de tener derechos, pero no de que los derechos se extiendan a todas y todos. La derecha es partidaria de tener derechos, sus derechos, y de tenerlo todo, y esto es así siempre, y es parte consustancial de lo que significa ser de derechas. Y a ver si lo vamos aprendiendo.

El bus de HazteOir, en Bilbao

Cerca de 200 personas se concentraron en Bilbao ante la presencia del autobús HazteOir (Borja Guerrero)

 

PROTESTAS. Cerca de 200 personas de asociaciones LGTBI, diversas organizaciones y simpatizantes, se concentraron en Bilbao ante la presencia del autobús HazteOir. El vehículo llegó a la plaza Euskadi donde Policía Local y Ertzaintza acordonaron una zona para que descendieran los pasajeros del autobús. Los manifestantes les recibieron entre gritos de protesta, pitidos y lemas a favor de decidir sobre su propio cuerpo e identidad sexual. Durante la protesta se registraron algunos altercados.

AGENTE NARANJA El bus de HazteOír tuvo lo que quería: lío

El bus de HazteOír tuvo lo que quería: lío

PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA

 

Situado a su manera entre la psicodelia y el escalofrío, el autobús naranja de HazteOír es como la ‘Mistery Machine’ de Scooby-Doo, pero sin gracia. Ayer el vehículo llegó a Bilbao con su escándalo portátil. Y aparcó en la plaza Euskadi, dejando ver esas serigrafías locas suyas. Que si los de Podemos van a por tus hijos, que si lo de los penes y las vulvas. Hay quien cree que Cataluña vive «bajo el asedio» y quien cree que en los colegios se obliga a los chiquillos a ser homosexuales. El país vive un momento inigualable. Cuela alguien una idea sensata por la aduana y no descarten que la reacción termodinámica haga que vuele todo por los aires.

En un ejercicio de primero de agitprop, el autobús de HazteOír recorre España buscando camorra. Ayer en Bilbao fue recibido por un montón de gente abucheante, otro montón de policías y un tercer montón de cámaras. He ordenado los montones de mayor a menor. También andaba por allí Nacho Toca, presidente de Nuevas Generaciones de Bizkaia, aunque desapareció pronto. Doy por hecho que él no iba a abuchear. ¿Quién no ha sido un loco maravilloso cuando tenía veinte años?

Durante el tiempo que estuvo en Bilbao, el autobús de Hazte Oír acogió una actividad muy intensa. De él se bajaron dos personas, dos, a hacer declaraciones y sacar fotos. Y a él se subió una persona, una, que igual quería donar sangre o preguntar por lo de la fibra óptica.

Eso fue todo. O sea, nada. El resto, un exceso de énfasis ante una trampa extravagante. «No se trata de libertad de expresión», se leía en la pancarta principal de la contramanifestación. Y me temo que se trata precisamente de eso. La indiferencia es en estos casos mucho más lapidaria que la furia.

Ayer, por cierto, fue irse el agente naranja y volverse la furia contra la Ertzaintza. De pronto hubo insultos («perros»), un amago de detención y los lemas antihomofóbicos dejaron paso al nombre de Íñigo Cabacas. En plena bronca, un joven se fue para un agente: «¡Maricón!» A su alrededor, se abrió un paréntesis incrédulo. Había manifestantes que no sabían si atizarle a él o a la policía. El chico se quería morir, daba a entender que con la emoción… «No, hombre, no», decía una activista soltándole patadas al suelo por no soltárselas al compañero. ¿Les he dicho que el país vive un momento inigualable?

El autobús de HazteOír llega a Bilbao entre gritos y silbidos

Centenares de personas se manifiestan contra el vehículo ultracatólico, que hace campaña contra la nueva ley de derechos LGTBI

El autobús de HazteOír, estacionado en la plaza Euskadi de Bilbao. / IÑAKI ANDRÉS

El autobús de HazteOír ha llegado esta mañana a la plaza Euskadi y ha sido recibido con silbidos, gritos y lemas de rechazo por varios centenares de personas. El vehículo ultracatólico circula desde el martes por todo el país con el objetivo de «luchar» contra la ley de derechos LGTBI -que el Congreso ya ha admitido a trámite-, tal y como reflejan en el lema rotulado sobre el bus: «Podemos y su Ley Mordaza LGTBI: ¡Van a por tus hijos!»

El concejal de Seguridad del Ayuntamiento, Tomás del Hierro, ha aclarado que el vehículo había pedido permiso a la Ertzaintza para estacionar de doce a una del mediodía. «Podía hacerlo porque una sentencia en Madrid ya ha dictaminado que sus mensajes no son delito de odio. El autobús se ha convocado de la misma manera que la manifestación que lo rechaza».

Al grito de «¡qué viene!» centenares de personas se han concentrado en la plaza, entre los que se encontraban varios representantes municipales como la concejala de Udalberri Amaia Arenal o el concejal de EH Bildu Bruno Zubizarreta. Durante la media hora que ha estado estacionado el autobús, no ha habido ni un solo momento en el que se hayan dejado de escuchar los silbidos y gritos de protesta. «Yo soy hetero y respeto los derechos de todo el mundo. Es lamentable que se les permita entrar con estos mensajes. Que nos dejen vivir en paz», reivindicaba Igone, una manifestante de 66 años. Aunque la mayoría de los asistentes era público joven. «Se quejan de que la ley es adoctrinadora, pero ellos son los que generan ideología. Los que les conceden el permiso de estar aquí los están apoyando indirectamente», criticaban otro joven de veinte años.

Después de que el autobús de HazteOír se haya marchado, se han vivido momentos de tensión cuando un agente de la Ertzaintza ha reducido a uno de los manifestantes. Según la versión oficial de la policía autonómica, el individuo en cuestión trató de golpear a uno de sus agentes, «por lo que se ha identificado y abierto un expediente por hechos contra la ley de Seguridad Ciudadana, que acabará en una multa». Los asistentes han criticado y vituperado duramente la actuación policial hasta que el multado se ha ido por su propio pie y los manifestantes se han disuelto.

Colectivos LGTBI y simpatizantes protestan por presencia del autobús de HazteOir en Bilbao

Los concentrados ante el autobús de HazteOir EFE

Asociaciones LGTBI, acompañados de diversas organizaciones y de simpatizantes, se han concentrado en Bilbao ante la presencia del autobús HazteOir, que recorre diferentes ciudades en el marco de su campaña contra la ley que promueve Podemos en contra de la discriminación de este colectivo.

Cerca de 200 personas, entre las que se encontraban representantes de los sindicatos ELA, LAB y Steilas, así como de EH Bildu, esperaban al autobús, que tenía anunciada su llegada al mediodía a la plaza Moyua.

El vehículo, sin embargo, ha cambiado de recorrido y ha llegado a la plaza Euskadi donde dotaciones de la Policía Municipal y de la Ertzaintza han acordonado una zona para que descendieran los pasajeros del autobús.

Los manifestantes se han trasladado hasta allí y desde detrás del cordón han recibido al vehículo entre gritos de protesta, pitidos y lemas a favor de decidir sobre su propio cuerpo e identidad sexual.

El portavoz de HazteOir, Miguel Vidal, ha asegurado en declaraciones a los medios de comunicación que la ley LGTBI, que ha iniciado el proceso de tramitación en el Congreso de los Diputados, “adoctrina a los niños e introduce elementos en el sistema educativo sin la intervención de sus padres”.

También ha criticado que dicha ley, en su opinión, “quita la patria potestad a los padres al permitir que a partir de los 16 años puedan someterse a una operación de cambio de sexo sin autorización de sus progenitores”.

Por parte de Gehitu (asociación de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales del País Vasco), Izaro Antxia, ha indicado que “hoy, al menos, las personas que quieren decirnos cómo tenemos que ser, han visto nuestro rechazo, porque una sociedad democrática no puede tolerar esas actitudes”.

Los manifestantes han permanecido en la plaza hasta que se ha marchado el autobús, de color naranja y con un texto escrito en el exterior, que rezaba: “Podemos y su Ley Mordaza: van a por tus hijos. Los niños tienen pene,las niñas tienen vulva, que no te engañen”.

Al pasar cerca de los concentrados, algunos de ellos han lanzado huevos contra el vehículo.

El crimen homófobo que inspiró ‘It’

En los horrores de Stephen King hay mucho más que payasos: el asesinato de un joven gay en Bangor, su ciudad, fue una de las influencias decisivas para su historia

“Pinta tu aldea y serás universal”, escribió León Tolstoi. Y, aunque Stephen King no tenga mucho en común con el escritor ruso, sí lo ha leído a fondo y le ha sacado mucho partido a esa máxima. Sin ir más lejos, It no deja de ser una descripción a fondo de Bangor, la ciudad de Maine en la que el bestsellerista más popular de EE UU reside desde hace décadas. A través de los chavales del Club de los Perdedores (y también de sus versiones adultas, esas que llegarán próximamente al cine), King aprovechó su novelón para describir con detalle dicha localidad (33.000 habitantes en su casco urbano: lo que se dice una metrópolis), tanto sus cines y bibliotecas como sus barriadas obreras, sus descampados o un sistema de alcantarillas con fama de ser el peor de la toda Nueva Inglaterra. Y en el cual, si hacemos caso al autor, habita un horror cósmico e inmencionable.

Así pues, si hubiese que resumir It (la novela), podríamos decir que va sobre una ciudad que se come a la gente. Y, para aniquilar a sus habitantes, Derry (el nombre con el que King rebautizó a Bangor en su libraco) adopta formas muy diversas. Sobre las fuentes de inspiración para estas apariciones asesinas se ha escrito mucho, y más aún ahora que la adaptación de Andrés Muschietti va camino de ser el filme de terror más taquillero de la historia. Por ejemplo, es público y notorio que el payaso Pennywise (Bill Skarsgård en la película) está basado en John Wayne Gacy, el asesino en serie que asesinó a 33 chavales entre 1973 y 1978, y que actuaba como clown en fiestas benéficas. Pero hay otra historia de la que no se habla tanto, y que influyó muchísimo en It. 

¿De qué se trata? Pues del asesinato de Charlie Howard, un chico de 23 años que murió en 1984, cuando King llevaba ya tres años dándole forma a su obra magna. Y murió de una forma bastante horrible, además: tras propinarle una paliza, un grupo de adolescentes lo lanzó al río Kenduskeag, pese a sus súplicas. El motivo de dicho ensañamiento fue sencillo: Charlie Howard era homosexual. Sus asesinos lo habían visto salir del único bar gay del pueblo acompañado de su novio y decidieron darle una macabra lección. Durante los años anteriores, Howard había sufrido un acoso constante: no sólo vivía su identidad sin tapujos (algo que, en algunos pueblos y ciudades pequeñas, sigue siendo casi heroico en el día de hoy), sino que también participaba en un grupo parroquial de apoyo a personas LGTB. A resultas de esas actividades, había sido agredido, insultado y represaliado con ‘bromas’ tales como la muerte de su gato.

Protestas y contraprotestas tras el asesinato de Charlie Howard (1984).

Al ser menores de edad, los tres asesinos de Charlie Howard fueron condenados a penas de cárcel casi testimoniales: 22 meses entre rejas, la más larga. Las protestas de la comunidad LGTB corrieron en paralelo a otras, de signo opuesto, organizadas por grupos de extrema derecha. Por otra parte, los periodistas que investigaron sobre el crimen descubrieron que las agresiones homofóbicas en Derry… perdón, en Bangor, eran algo cotidiano. Sólo que, como sigue ocurriendo actualmente en muchos lugares, el miedo a salir del armario y la actitud hostil de la policía llevaban a los agredidos a no denunciarlas. Para un escritor de izquierdas y gayfriendly como Stephen King, aquella historia era material de primera. Y no digamos si estaba escribiendo un novelón en el que pretendía exponer el lado oscuro de su pueblo.

Así pues, Charlie Howard (con el nombre de Adrian Mellon) acabó apareciendo en It, así como sus asesinos. En la novela, el crimen es descrito casi tal cual, con un pequeño añadido de carácter sobrenatural que preferimos no desvelar. En su momento, el caso había llamado la atención del público estadounidense, pero fue el interés de King el que lo convirtió en una causa célebre, elevando a Howard al estatus de mártir LGTB en Nueva Inglaterra.

¿Aparecerá esta historia en la segunda parte de It? Seguramente, sí, porque no hablamos de un incidente aislado, sino de un hecho muy importante en la vida adulta de los protagonistas. Por otra parte, dado el clima político de EE UU en la actualidad, seguro que Andrés Muschietti y los guionistas Chase Palmer Gary Dauberman no desaprovechan la ocasión de mostrar los delitos de odio como una fracción más del mal que acecha en Derry. Porque, si en El resplandor los verdaderos monstruos eran el alcoholismo, la soledad y el miedo a ser un mal padre, el vórtice del horror en It está en la falta de expectativas vitales, la miseria y el secretismo que afectan a quienes viven en una ciudad pequeña, pobre y de provincias. Ante tales espantos, los engendros con rostro de payaso son lo de menos.