“De pequeño introducía mi falda entre las piernas para que pareciera un pantalón”
Entrevista publicada en El Castillo de San Fernando
Alex Salinas responde a las declaraciones emitidas por el Obispado y da un repaso a su vida para esta redacción.
Lleva unos días locos. Ha ido a la televisión autonómica; las nacionales, en cambio, vinieron a la puerta de su casa, a la misma hora, incluso les costó ponerse de acuerdo sobre la primera que le tomaría declaración. Todo empezó con el apoyo de Carla Antonelli, que intercedió por él ante EFE. Su caso se hizo público cuando dicha agencia emitió un comunicado sobre el varapalo que supuso para Alex no poder apadrinar el bautizo de su sobrino, una carrera de fondo que no ha hecho más que empezar.
Partiendo de la premisa de que cada colectivo tiene derecho a establecer las reglas de su propio juego, Alex no entiende por qué desde la Iglesia afirman que lleva una vida inadecuada e incongruente con la fe cristiana: “soy un hombre ante la ley, y lo soy porque nací así”.
Tiene trabajo, estudios, una pareja que le adora e incluso se considera cristiano, con sus sacramentos cumplidos. “Creo, sinceramente, que debería haber más coherencia interna en el seno de la Iglesia, porque todo está sujeto a interpretación, a diferentes versiones según la situación”, explica, en referencia a una nota remitida por el Obispado recientemente donde asegura no entender esta actitud de reproche tras el aura de cordialidad que, según ellos, envolvió a la conversación con el párroco de San José Artesano.
“Esto es cierto -asegura-, pero porque tengo educación y la suficiente empatía para entender que el señor con el que yo hablé no pincha ni corta en la toma de decisiones importantes”.
En su momento no hubo explicaciones, simplemente le dijeron que aunque “todos somos iguales ante los ojos de Dios” y debía seguir aferrándose a la fe, “no era factible su petición”. “Me quedé tan en shock que, tras estrecharle la mano, salí del templo llorando”, recuerda, y no fue hasta que su cuñado llamó al Obispado cuando se verbalizaron los motivos, “motivos con los que el propio Papa Francisco no parece estar del todo de acuerdo a tenor de algunos pronunciamientos”, declara.
Sus razones, aunque lícitas, no dejan de ser “humillantes e incoherentes con el espíritu de la fe cristiana que siempre nos han inculcado, además -añade- de hacerse un flaco favor a sí mismos, porque no se dan cuenta de que la sociedad va avanzando, son ellos quienes se quedan atrás”.
Por todo ello, Alex, apoyado en las personas y asociaciones ofrecidas voluntariamente, se encuentra en pleno proceso de documentación. “Hay que estar preparado, porque hay párrafos en la Biblia que, parcialmente interpretados, sirven para todo”. Y es que aún se está recuperando de una respuesta a la Ley de integración de 2007 donde se da a entender que “no tenemos derecho a contraer matrimonio ni a participar en la vida de la iglesia, incluso que los sacerdotes deben indagar en las vidas de los feligreses por si existen hipotéticas irregularidades”.
Sin embargo, “no todos merecen entrar en el mismo saco”. A raíz de tomar contacto con apoyos de varias comunidades ha podido ver que “muchos sacerdotes nos ayudan, y que nos hacen favores aún a riesgo de ir en contra del dogma oficial”. Bien por convicción, por generosidad o, simplemente por respeto al prójimo, se comprometieron a mantener casos como el de Alex en silencio, “nunca comunicaron nada por si las cúpulas tumbaban algo que, a su juicio, era lo natural”.
El siguiente paso, la demanda, un escrito dirigido al delegado episcopal para expresar su disconformidad e incluso recogida de firmas para llegar al Papa, que “ojalá pueda hacer algo, teniendo en cuenta que es tan liberal”
Su historia personal
Alex siempre se ha sentido hombre. Mejor dicho, siempre ha sido un hombre. Sólo nació con el cuerpo equivocado. Ya de pequeño se recuerda llorando ante la obligación de ponerse un vestido, sacrificio que salvaba -en parte- metiéndose la falda entre las piernas para que pareciese un pantalón. Si pedía un coche a los Reyes Magos, estos optaban por regalarle una muñeca; si pedía una bicicleta azul, se la regalaban de color rosa. Puede que su madre, inconscientemente, tratase de reconducirle por lo que a su juicio era lo natural, víctima de unos tópicos sociales inherentes a la sociedad. Su padre, en cambio, restaba hierro al asunto al asegurar que “hoy día los juguetes son unisex”.
“Esto no, que es para niños”, quizá la frase más traumática de su infancia. La sufrió, por ejemplo, al no poder vestir de marinero para hacer la comunión: un sacramento que contrajo amparado en la fe cristiana, aunque con un traje del que se deshizo nada más comulgar. “Para mí fue un infierno -relata-, pero en casa no eran conscientes de la importancia, pensaban que era un poco rebelde, como lo habían sido mis hermanas”.
Ya entonces se dio cuenta de que algo en la ecuación no cuadraba, “comencé a sentirme atraído por chicas, nunca por ellos”.
La etapa más dura
Lo peor llegó con la adolescencia, cuando empezó a tomar consciencia plena de su condición. “Comprar ropa era para mí un suplicio”, hasta el punto de engañarse a sí mismo para intentar ser más feliz. Intentó ser femenina, pero no duró ni un día; también quiso maquillarse… pero las manos le temblaban. “Quería cortarme el pelo y no me dejaban”. La ansiedad le hizo comer y engordó, lo cual unido a sus gafas, gustos frikis y masculinidad le convirtió en el blanco perfecto para la maldad adolescente. “Tenía todas las papeletas para que mis compañeros del colegio me hicieran la vida imposible, e imposible me la hicieron”. Llegó, incluso, a inventarse una vida paralela a través de Internet, pero “reconozco que se me fue de las manos… ¿cómo explicar a todos mis conocidos virtuales que Dani no existía? ¡Incluso yo mismo me lo creía!”.
Cerrando la etapa más oscura llegó al instituto, donde hizo un buen amigo, Guillermo. Gracias a él y al apoyo de los profesores, comenzó a experimentar, aunque fuese a base de retazos, lo que era la felicidad. Disfrutaba más que nunca de la música y se cortó la melena. “Le dije a mi madre que, o me llevaba a la peluquería o le daba un tijeretazo a la coleta… y así lo hice”. “Entonces entendió que iba en serio, por lo que al día siguiente fuimos juntos al peluquero”. La cara de felicidad que puso al ver en el espejo por primera vez al hombre que siempre fue, hizo que su madre nunca volviera a cuestionar su actitud. “Fue entonces cuando decidí dar el paso y expresarle lo que sentía”. “Aunque al principio se culpó -ella siempre había deseado dar a luz a un niño-, ha sido mi mayor apoyo desde entonces”.
Cumpliendo sueños
Y la lucha comenzó. Estuvo dos años en tratamiento psicológico -fue entonces cuando le diagnosticaron la depresión-, en Málaga, con sesiones mensuales y siempre acompañado por su madre. Así fue hasta que cumplió la mayoría de edad. Para entonces ya tenía amigos, “había empezado a vivir”, por lo que el siguiente paso fue empezar a hormonarse para tener el aspecto que siempre deseó. “Como había perdido casi 70 kilos en apenas dos años, las primeras inyecciones fueron leves, pero al aumentar la dosis progresivamente, comenzó a crecerle el vello, la barba, “de un día para otro me cambió la voz”.
Un año después de empezar el tratamiento, “me avisaron para decirme que tenía cita con el cirujano, entraría por fin en la lista de espera… pero con una sola unidad, me dijeron que la cosa iba para cuatro años”. La lucha acaba de empezar, pero se mantiene aliviado, dando pasos lentos, pero firmes, y “cuando llegue el momento bailaré la jota en el hospital. Después de todo lo que he pasado, necesito encarecidamente este cambio”.