Caitlyn Jenner, orgullo transexual

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Caitlyn Jenner

Cuando al periodista de ‘Vanity Fair’ Buzz Bissinger lo enviaron a entrevistar al exatleta Bruce Jenner (1949), poco podía imaginar la trascendencia que iba a tener aquel reportaje. Jenner, que había ganado una medalla de oro en decatlón en los Juegos Olímpicos de 1976 en Montreal, fue durante un tiempo, en los años 70 y 80, el paradigma de la masculinidad estadounidense. Después, tras años en la sombra mediática, recuperaría la fama por ser el padrastro de Kim Kardashian y aparecer regularmente en el ‘reality’ de éxito ‘Las Kardashian’.

La razón por la que a Bissinger le habían encargado el reportaje no tenía nada que ver ni con el atletismo ni con la telerrealidad. Jenner se encontraba en pleno proceso de cambio de sexo y el periodista iba a hacer la crónica del surgimiento de Caitlyn, el ser femenino que el exatleta había escondido toda su vida. Resultó ser el trabajo más extraordinario que este ganador del Pulitzer hubiera realizado en sus 38 años de profesión. Supuso un año de preparación. ‘Vanity Fair’ llevó aCaitlyn a la portada de su edición de julio con una foto firmada por Annie Leibovitz. La imagen de Jenner embutida en un corsé, melena con brillantes reflejos y lápiz de labios tuvo un impacto inmediato. La ahora Caitlyn se unió a Twitter el mismo día en que la revista llegó a los quioscos y sumó más de un millón de seguidores en solo cuatro horas, superando el anterior récord de cuenta de más rápido crecimiento, que era la del presidente Obama. Vips como Lady Gaga, Anna Kendrick y Sam Smith le tuitearon su apoyo. Se lanzó asimismo el primer avance de un ‘reality show’ en ocho capítulos titulado ‘I Am Cait’ (soy Cait), que documentaba la transformación de Jenner (y al que corresponden los retratos que ilustran este reportaje).

En julio, Jenner subió al escenario vestida con un Versace blanco para aceptar el galardón ‘Arthur Ashe Courage’ en los premios Espy, cuyo objetivo es homenajear la valentía en el ámbito del atletismo. En un emotivo discurso, expuso en voz alta la traumática realidad cotidiana que afrontan muchos niños transexuales y fue aplaudida por un público entre el que se encontraban sus hijos, su hermana y su madre.

Por un momento, en medio de los focos destelleantes y la agitación de los medios, parecía como si el tema de la transexualidad hubiera llegado a un punto crítico de aceptación social. No era solo Jenner. Un año antes, Laverne Cox, una transexual afroamericana que protagoniza la serie de éxito ‘Orange is The New Black’, apareció en la portada de la revista ‘Time’. El reportaje que ilustraba se titulaba El punto de inflexión transexual.

En enero de este año, ‘Transparent’, una serie dramática de Amazon que refleja la reacción de una familia al descubrimiento de que el padre es transexual, ganó dos Globos de Oro y llegó a recibir 11 candidaturas a los Emmy. En mayo, Andreja Peji se convirtió en la primera modelo declaradamente transexual que salía en ‘Vogue’ y, dos meses más tarde, se anunció que la primera agencia de maniquíes transexuales del mundo iba a abrir sus puertas en Los Ángeles: Apple Model Management LA.

También está ‘I Am Jazz’, la serie de la cadena americana TLC que sigue la vida de Jazz Jennings, una chica transexual de 14 años de edad y toda una ‘celebrity’ en YouTube. Atrae regularmente a alrededor de un millón de espectadores. ‘The Danish Girl’, película basada en la vida de Lili Elbe, uno de los primeros casos conocidos de cirugía de reasignación de sexo en el Copenhague de los años 20, tiene previsto su lanzamiento a finales de este año.

No hay duda de que las cuestiones sobre transexualidad han emergido a la superficie de lo público. Durante tiempo, los ‘trans’ han recibido un pésimo trato por parte de la sociedad. El péndulo ha oscilado hacia una mayor aceptación. En determinadas zonas, el giro se ha acompañado de cambios políticos. Recientemente se anunció en Estados Unidos que tendrían la posibilidad de servir sin trabas en el Ejército, por ejemplo.

Tampoco ha sido buena la relación entre ‘trans’ y ciertos sectores del feminismo. Hay quien tiene la convicción de que las operaciones de reasignación de sexo no deberían otorgar el derecho a reclamar privilegios especiales más allá de aquellos por los que han luchado las mujeres que lo han sido desde su nacimiento. Pero también hay quien argumenta que la cirugía no convierte en mujeres a las ‘trans’ bajo ningún concepto. Feministas históricas como Gloria Steinem han pedido perdón por sus opiniones anteriores, tachadas de transfóbicas, aunque el silencio no siempre es señal de arrepentimiento. La escritora Julie Bindel se negó recientemente a hablar sobre la transformación de Jenner con un periódico por miedo a ser acosada por lo que ha llamado “el ‘lobby trans'”.

¿Está ligado el aumento de la aceptación de los transexuales a un simple incremento de su número? Los datos escasean, y en España más que en ningún otro sitio. Según una estimación realizada por Iratxe Herrero y Carlos Díaz de Argandoña, del Gabinete Sociológico Biker, en España, en 2009, había alrededor de 2.292 personas transexuales -1.632 mujeres y 660 hombres- y cada año se producirían alrededor de 67 nuevos casos. En Gran Bretaña y de acuerdo con la asociación Gires (Gender Identity Research and Education Society), las cifras crecen en torno a un 15% anual. En términos absolutos, Bernard Reed, fundador de esta ONG, estima que unas 65.000 personas dan cada año el paso en pos de algún tipo de transformación sexual. Las listas de espera de determinadas clínicas especializadas se alargan hasta los tres años. El número de niños de 10 años o menos que se han dirigido al servicio nacional de salud británico (NHS) por sus sentimientos transexuales se ha más que cuadruplicado en cinco años, pasando de 17 en 2009-2010 a 77 en 2014-2015.

¿Por qué este aumento? En parte, internet ha facilitado acceso a información, apoyo y asesoramiento. Eso implica también que los jóvenes se sienten más inclinados a considerar la transexualidad como algo normal y no excepcional. La visibilidad a través de personajes mediáticos como Laverne Cox y Jenner ha llevado también a una mayor aceptación, mientras que los avances médicos transmiten la idea de que transformar radicalmente el propio cuerpo no es un hecho extraordinario.

“En concreto, la historia de Jenner está teniendo un gran impacto porque ella lo ha difundido en los medios”, opina la escritora, periodista y activista británica Jennie Kermode. “Mucha gente se ha sentido más cómoda con la idea de la transexualidad cuando esta se le puso por delante en la forma de una mujer privilegiada, glamourosa. En 2010 realizamos una encuesta en la que nos centramos en los ‘trans’ y los medios de comunicación. Muchos de ellos dijeron entonces que la mayoría de sus apariciones en prensa los ridiculizaba. Eso ha cambiado en gran manera”.

Por supuesto, no hay que olvidar que detrás de esta explosión se encuentra un activismo de décadas, sobre todo en Estados Unidos, que va desde los disturbios de Stonewall en el Nueva York de la década de los 60 hasta hoy. Según Susan Stryker, profesora de Estudios sobre Sexo y Mujer en la Universidad de Arizona, lo que estamos viendo ahora no es tanto un punto de inflexión como “un reguero de agua abriéndose paso por una llanura que con el tiempo esculpe una garganta”.

Ahora bien, ¿la atención prestada a Jenner y otros ha tenido algún efecto real sobre la vida cotidiana de los ‘trans’ que viven al margen de la burbuja privilegiada de los famosos? En este punto las cosas ya no están tan claras.

Existen carencias en el entorno sanitario y también, muchas, en el educativo. Los niños son frecuentemente víctimas de acoso escolar, a veces tanto de los maestros como de los alumnos. En cuanto al empleo, lo más probable es que todavía se enfrenten a discriminación, mientras que una gran cantidad de delitos transfóbicos ni siquiera se declara y no supone un problema significativo para la policía. Una encuesta realizada el año pasado en Gran Bretaña entre más de 2.000 ‘trans’ dirigida por Pace, una organización benéfica de salud mental, reveló que el 48% de los menores de 26 años confesaba haber intentado quitarse la vida, mientras que al menos un 59% había pensado en suicidarse (entre la población general de 16 a 24 años, este porcentaje es del 6%).

Por cada Caitlyn Jenner, Laverne Cox o Jazz Jennings, hay una Lucy Meadows, una maestra transexual de escuela primaria en Accrington (Lancashire, Gran Bretaña) que tras su transformación tuvo que afrontar la angustiosa experiencia del acoso de los medios de comunicación y acabó suicidándose en marzo de 2013. O un Kyler Prescott, un chico ‘trans’ estadounidense de solo 14 años que padeció un problema grave de depresión y se quitó la vida en mayo de este año.

Llamar a lo de Caitlyn Jenner punto de inflexión “ayuda muy poco, por no decir nada”, opina el mencionado Bernard Reed, “porque hace que la gente piense: ‘¡Ah, ya está hecho el trabajo!’. Lo que sí se puede decir es que ahora hay muchas personas que se sienten más seguras porque pueden declarar quiénes son, pero todavía queda mucho trabajo por hacer”.

Para los ‘trans’ comunes y corrientes, la historia tiende a ser la de la supervivencia diaria. La británica Leah Gaynor, de 42 años comenzó a vivir como mujer a los 39. Se ha hormonado durante dos años y está en lista de espera de una intervención quirúrgica de reasignación de sexo después de someterse a psicoterapia.

El suyo ha sido un viaje difícil. Pasar por la pubertad, explica, fue “un infierno. Quería cortarme a mí misma en cachitos”. Sin embargo, trató de vivir de acuerdo con un patrón ideal de masculinidad. Se casó y tuvo tres hijas. Practicaba artes marciales y deportes extremos y se formó como electricista, trabajando en un ambiente decididamente masculino. Como Jenner, se travestía secretamente en la intimidad, no por razones sexuales, sino simplemente por sentirse mujer cuando no había nadie en casa y podía fumarse un cigarrillo sola en el jardín.

El matrimonio de Gaynor terminó en un amargo divorcio. Ella se ha visto separada de sus hijas. Su interés en hablar en este reportaje es el de relatar “cómo es la vida de las personas ‘trans’ que no tienen cantidades de seis cifras en el banco”. Jenner, subraya, se sometió a cirugía de feminización facial, cosa más allá del alcance de la mayoría; ella está en una posición de privilegio, la que le brinda su clase socio-económica.

“Cuando tienes tantos millones como Caitlyn es realmente fácil conseguir que te realicen la cirugía”, afirma Gaynor, pero existe una gran cantidad de trans, especialmente mujeres, que no son tan afortunados. “Tengo una amiga que mide 1,88 m, con unas manos como palas y una cabeza enorme, típicamente masculina”. Lo más probable es que a estos transexuales los increpen por la calle y los conviertan en objeto de burla y agresión. La razón por la que estamos dispuestos a aceptar a Jenner, al menos en parte, es por la persistente idea de que ser guapa es la primera condición de aceptabilidad para ser mujer.

“Eso es misoginia de la buena, a la antigua”, opina Eric Plemons, antropólogo cultural cuyo trabajo se centra en el cambio de sexo. “Sin embargo, a las chicas trans se les exige aun más: que representen el papel de mujer para demostrar que realmente son del sexo femenino. Se ha puesto el listón tan alto que lo único que se consigue es que no lo superen. Estuve viendo un programa de debate organizado en torno a la portada de Jenner en ‘Vanity Fair’; los contertulios hacían todo lo posible por clasificar correctamente su género. Y entonces uno de ellos dijo: ‘Por supuesto, esconde las manos'”.

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Caitlyn Jenner. Foto: Gtresonline

La mencionada Leah Gaynor se considera a sí misma “una afortunada”. Es menuda y asegura comportarse “de manera femenina. Nadie me mira dos veces”. No obstante, le preocupa que se esté exhibiendo a Jenner como la cara pública de la transexualidad, porque esa historia en particular, representada bajo la deslumbrante luz de la atención pública, con el apoyo pleno de su familia y sus hijos, con cada uno de sus movimientos seguido por cámaras y difundido a los hogares de todo el mundo, nunca puede ser auténticamente representativa. Jenner no sabe lo que es vivir en la marginalidad, ser despreciado, o intimidado o agredido físicamente, o forzado a prostituirse para ganarse la vida.

La transformación de Jenner no ha proporcionado todas las respuestas a un conjunto enormemente complicado de preguntas. No obstante, es otro ladrillo más en la pared. Marca la celebración de la diferencia sobre la uniformidad, de la liberación sobre la rendición, de la aceptación del auténtico ser de uno mismo sobre la identidad propia construida socialmente. Tal vez lo que ha empezado a enseñarnos, como dice Leah Gaynor, es que nadie es él mismo, y tampoco deberíamos esperar que los demás lo sean.

Mientras tanto, en España…

La transexualidad también quiere visibilidad aquí. Y no es fácil cuando, de entrada, no existen datos oficiales ni fiables del número de personas trans que hay en nuestro país, “y mira que lo hemos solicitado veces en las Unidades de Trastornos de Identidad de Género (UTIG) y en el Registro Civil”, indican desde la Federación de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FELGTB).

Lesbianen eskubideen aldeko alegatua

Stacie Andreek pentsioa jaso zezan Andreek eta Laurel Hesterrek eginiko borroka jaso du Peter Sollettek ‘Freeheld’ filmean

Peter Sollet zuzendaria eta Ellen Page aktorea

Peter Sollet zuzendaria eta Ellen Page aktorea. JUAN CARLOS RUIZ / ARGAZKI PRESS

Filmaren hasierako errotuluak adierazten du: «Istorio hau benetako gertaeretan dago oinarrituta». Hasiera-hasieratik adierazi nahi izan du Peter Sollett (New York, 1976) zinemagile estatubatuarrak Freeheld-en kontatutakoa egiazkoa dela eta bertan agertzen diren pertsonaia nagusiek beren oinordekoak izan dituztela errealitatean. Amaierako irudietan filmaren oinarrian dauden bi pertsonen argazkiak agertzeak berretsi egiten du hori bera.

Borroka baten istorioa da Freeheld. Laurel Hester (Julianne Moore) New Jerseyko polizia da, eta minbizi terminal bat diagnostikatzen diotenean, haren helburu bakarra izango da hiltzen denean bere bikotekide gazteak (Stacie Andree / Ellen Page) pentsioa jasotzea eta partekatzen duten etxearen hipoteka ordaindu ahal izatea. Ezkonduta ez daudenez—2003an gertatu zen kasua, artean sexu bereko pertsonen arteko ezkontza legeztatu gabe zegoenean—, ukatu egingo diete aukera hori, eta hor hasiko da beren borroka. Lehendabizi ingurukoak —Poliziako lankideak bereziki— kausara gehitzeko, eta, bigarrenik, agintarien gaineko presioa egiteko.

Ellen Pagek benetako Stacie Andree ezagutu zuen filma egin aurretik, eta, atzo adierazi zuenez, hark asko lagundu zien filmaketan: «Zaurgarria, zintzoa eta eskuzabala izan da gurekin. Beti egon da prest laguntzeko, nahiz eta harentzat traumatikoa eta mingarria izan den». Pagek orain dela gutxi adierazi zuen publikoki lesbiana dela, eta filma kolektibo horren «pelikula» bihurtuko den itxaropena agertu zuen.

Moore eta Pagerekin batera, Michael Shannon eta Steve Carrell dira filmeko beste protagonista nagusiak. Carrellek Steven Goldstein gayen eskubideen aldeko elkarteko presidentearen rola jokatzen du filmean, eta istorio dramatikoari umore ukitua ematen dio, etengabe Hester eta Andreeren aldeko alegatuak eginez. «Baina benetako Goldstein askoz urrutiago joaten da!», adierazi zuen Sollettek umorez. Goldsteinek zirikatu egiten zuen Carrell histrionikoagoa izan zedin, eta aktoreak bere burua kontrolatu behar izaten zuen.

Ellen Page: «Espero que ‘Freeheld’ sea nuestra película, la de las lesbianas»

63 ZINEMALDIA – FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN

La actriz protagoniza, junto a Julianne Moore, la película de Peter Sollet sobre la lucha real de Laurel Hester (Julianne Moore), quien, al descubrir que tiene un cáncer terminal, quiere que su pareja, Stacie Andree (Page), cobre su pensión a su muerte y pueda seguir pagando la hipoteca de la casa de ambas.

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Peter Sollet y Ellen Page han presentado en Donostia la película ‘Freeheld’, secundados por los productores de la cinta Michael Shamberg y Phil Hunt. / JOSÉ MARI LÓPEZ

La actriz Ellen Page, la inolvidable Juno Macguff, que recientemente ha revelado su homosexualidad, ha dicho hoy en una entrevista que confía en que ‘Freeheld’, la cinta que compite en el Festival de Cine de San Sebastián, sea “nuestra película”.

Se refería la actriz a que, en su opinión, el mundo homosexual masculino ha sido más veces retratado en Hollywood con grandes películas como ‘Milk’, ‘Brokeback Mountain’ o ‘Filadelfia’, pero las lesbianas aún no tenían “su” película.

“Ha sido un honor formar parte de este proyecto. Espero que esto quiera decir algo y sea importante para la comunidad LTGB (lesbianas, gays, bisexuales y personas transgénero) y, concretamente para las lesbianas, que, sinceramente, no nos hemos visto tan representadas en el cine”.

Dirigida por Peter Sollett, ‘Freeheld’ se basa en la lucha real de una brillante mujer policía, Laurel Hester (Julianne Moore), quien, al descubrir que tiene un cáncer terminal, solo quiere que su pareja, Stacie Andree (Page), una mecánica de coches bastante más joven que ella, cobre su pensión a su muerte y pueda seguir pagando la hipoteca de la casa de ambas.

El caso, que dio la vuelta al mundo y consiguió cambiar a la anquilosada judicatura americana para darle la razón sobre el derecho que las amparaba, ocurrió en 2003, antes de que se aprobase definitivamente la Ley de matrimonio homosexual en EE.UU., en 2011.

Con unas soberbias interpretaciones de ambas actrices, así como de Michael Shannon en el papel del compañero de Moore que provoca la reacción en cadena en apoyo a la pareja, los únicos momentos de respiro para los espectadores son las intervenciones de un divertidísimo Steve Carell, que en el papel de Steven Goldstein, presidente del grupo por los derechos de los gays, provocan carcajadas.

“El auténtico Goldstein se pasa mucho más que Steve”, asegura Sollett, quien cuenta que el judío azuzaba al cómico para que fuera más histriónico: era -desvela el director-, una táctica de teatro político. “Carell, que ya es de por sí muy divertido, se tuvo que contener”.

Page se muestra peleona cuando se trata de derechos de minorías: “La lucha por los derechos es esencial; si no, no viviríamos en una democracia”, dice.

“Tenemos que seguir luchando por la igualdad, porque, a pesar de tener avances, hay mucho que mejorar en los derechos de las mujeres, de la comunidad afroamericana, de los homosexuales”. Ojalá, añade, “un día no haga falta, pero, entretanto, habrá que seguir empujando”.

En su opinión, “parece que ahora se habla cada vez más de la igualdad de géneros”, pero tal cosa no será posible si no hay más papeles para mujeres, más mujeres que compongan música, que escriban guiones… “Esto sigue siendo un club de hombres”, denuncia.

Amigas

Un discurso en el que coincide con la que ya es su amiga Julianne Moore, la “mejor”, dice, “la mujer más fantástica, divertida y generosa” que ha conocido.

“Tuve mucha suerte de conectar, nos llevamos bien enseguida. La relación no fue tan íntima como se ve en la película; por supuesto, no llegó a tanto -bromea-, pero nos hicimos muy amigas y seguimos siéndolo”.

Asegura que, cuando leyó el guion de Ron Nyswaner, se conmovió tanto que se puso a llorar: “Era una historia increíblemente hermosa, ese amor, esa tristeza inimaginable”.

Y ha contado que todos pasaron tiempo con la auténtica Stacie Andree, alguien vulnerable, honesta y generosa, siempre disponible, a pesar de lo doloroso y traumático que debía de ser para ella.

Al termino del pase en San Sebastián, el público aplaudió varios minutos seguidos, mientras se proyectaban fotos reales de la pareja y pasaban rótulos explicativos de los resultados de su lucha.

Para el director, Moore y Page son “probablemente dos de las mejores actrices que hay trabajando ahora mismo. Mi trabajo en el rodaje fue básicamente no molestarlas”, comenta con humildad el realizador de la premiada “Camino a casa” (2002).

Page ha declarado que en estos momentos se siente “emocionada e inspirada” y que celebra “estar viva” y poder ser quien es. “Amar a quien quiero, de manera libre, me da fuerzas”, ha concluido.

Los médicos exigen clases de educación sexual en todos los ciclos formativos

La Fundación Española de Contracepción denuncia que ninguna comunidad ha desarrollado la ley del aborto aprobada en 2010

Cuando el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero sacó adelante en las Cortes la modificación de la ley de interrupción voluntaria del embarazo, los partidos políticos hicieron hincapié en la segunda parte de esa normativa, la supresión de la ley de supuestos por una de plazos. El PP ha decidido modificar parcialmente (ahora las menores de 16 y17 años necesitan un permiso de padres o tutores), pero se sigue olvidando de la primera parte de la ley; al igual que todas las comunidades autónomas. Ese capítulo que habla de la educación sexual en los colegios y universidades.

Cinco años después, ningún currículo escolar incluye un plan en esta materia, según ha denunciado este viernes la Fundación Española de Contracepción. “La educación sexual contribuye a la formación integral de las personas educándolas en el respeto y no discriminación por razones de sexo, género, orientación sexual, edad, raza, clase social, religión o limitación física o emocional”, indica el manifiesto ‘La educación sexual es invertir en salud’ con motivo del Día Mundial de la Anticoncepción que se celebra hoy.

“Solo hay esfuerzos personales. Nada más. Se han desarrollado todos los aspectos de la ley salvo este”, se ha quejado el doctor José Vicente González, presidente de la FEC. “No hay ningún plan desde la infancia hasta la universidad”, ha recalcado también José Ramón Serrano, presidente de la Sociedad Española de Contracepción (SEC). Ambos médicos han coincidido en señalar que es complicado que se aplique porque cada vez que un partido llega al Gobierno, “se cambia la ley de educación”.

Método abortivo

Además del manifuesto, la SEC ha presentado una encuesta sobre la percepción que tienen los profesionales de la farmacia de los anticonceptivos y destaca que uno de cada cinco encuestados considera que la aplicación de un anticonceptivo de urgencia es un método abortivo y un 4,3% se declara objetor de conciencia y no dispensa en su botica ningún producto de estas características. “Creo que no es por cuestiones ideológicos, sino que es por desconocimiento”, ha apuntado el doctor Serrano. En esta falta de preparación, la encuesta refleja que dos de cada diez farmacéuticos creen que es necesario una receta médica para dispensarlos.

La muestra también señala que los profesionales de farmacia son los grandes consejeros en temas de anticonceptivos, aunque divergen con los médicos en la píldora del día después: mientras que el 90% de los farmacéuticos considera que no se debe tener en casa, la Sociedad Española de Contracepción aboga por tenerla “cuanto más cerca mejor”

Cifuentes quiere “transexualizar” a los niños

Noticia publicada en HAZTE OIR

Cristina Cifuentes quiere “proporcionar servicios de transexualización a menores”. Y quiere multar con hasta 45.000 euros por opinar de manera crítica sobre los grupos de presión gay.

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Así, como suena. Eso es lo que se dispone a hacer la presidenta de la Comunidad de Madrid. La aspirante a dirigir el PP en Madrid.

Otra concesión al lobby LTGB y la ideología de género. Cristina Cifuentes y el Gobierno popular de la Comunidad de Madrid han aprobado dos anteproyectos de ley que, entre otras cosas, contemplan:

1)  “Proporcionar servicios de transexualización a menores”.

2) E imponer la ideología de género en los centros educativos públicos y privados.

Pídele a Cifuentes que se retracte.

El Gobierno de Cristina Cifuentes ha preparado dos regalos para el lobby gay. Por un lado, una Ley de Protección contra la Discriminación por Orientación Sexual e Identidad de Género que prevé beneficios exclusivos para los grupos que promueven la ideología de género y gravísimas sanciones para cualquier ciudadano que sea denunciado por no seguir su línea de pensamiento.

Cifuentes quiere imponer con estas leyes multas de hasta 45 mil euros si criticas las maniobras de los grupos de presión homosexuales, es decir, si te muestras crítico con el lobby gay.

La segunda ley, denominada  Ley de Identidad de Género, crea un “protocolo de menores” que:

  1. Contempla la promoción de la ideología de género en centros educativos públicos y privados.
  2. Proporciona servicios de “transexualización” y garantiza la existencia de una “unidad de transexualidad” en los colegios, que definirá un protocolo de intervención con los niños.
  3. Establece la posibilidad de suministrar inhibidores hormonales a los niños como paso previo al “proceso transexualizador”.

¿Vas a permitir que usen tus impuestos para ideologizar a los niños y convencerles de que lo normal y lo bueno es cambiar de sexo?

Por favor, reacciona. Súmate a esta campaña para defender nuestros valores y proteger a nuestros niños. Estoy seguro que si entre todos exigimos respeto, podremos detener este descaro.

Cristina Cifuentes: retire sus leyes de ideología de género

Sra. Cifuentes,

Con gran preocupación me dirijo a usted para solicitarle que retire los anteproyectos de Ley de Protección contra la Discriminación por Orientación Sexual e Identidad de Género y de Ley de Identidad de Género, recientemente aprobados.

Jamás imaginé que su gobierno quisiera emular a los de Rodríguez Zapatero prestándose a profundizar en la implantación de la ideología de género y en los privilegios a grupos de presión minoritarios, no sólo en la sociedad, sino directamente en las escuelas de nuestros niños. Peor aún me parece que a través se esta ley se pretenda institucionalizar la “transexualización” de los niños, aprobando protocolos sanitarios para ello.

Señora Cifuentes esta es mi petición:

  • Retire el anteproyecto de Ley de Identidad de Género
  • Retire el anteproyecto de Ley de Protección contra la Discriminación por Orientación Sexual e Identidad de Género

Estas leyes van en detrimento de los valores que muchos ciudadanos y muchos votantes queremos conservar y promover.

Si no se retracta de la aprobación de estas leyes, tenga usted por seguro que ni usted ni su partido contarán con mi apoyo ni el de mi familia en el futuro.

Atentamente,
[Tu nombre]

Paula, transexual de 16 años: “Me intenté suicidar el día que soñé que me salía barba”

 

No era una cuestión de juguetes, de una guerra encubierta entre muñecas y coches, ni de la hegemonía del rosa frente al azul. La bella Paula no nació hasta los 15 años, hace solo unos meses. Hasta entonces, tuvo que moverse por el mundo simulando ser Cristian, el nombre que le pusieron al nacer en función de los genitales con los que vino al mundo. Y sin compartir con nadie lo que solo ella sabía. “Al principio no entendía lo que me pasaba”, cuenta. Fue a los cuatro años, cuando en el colegio les hablaron de que las niñas tenían un aparato reproductor y los niños otro, cuando se dio cuenta. “¿Por qué tengo yo esto si me siento una chica?”, pensó. Y sintió miedo. Tanto, que optó por el silencio. ¿Por qué tengo yo esto si me siento una chica? La identidad de género, que no tiene nada que ver con la orientación sexual, se define entre los dos y los cuatro años, según los expertos. “Es el género con el que te identificas, más allá del cuerpo que tengas y de los roles de género”, explica Isidro García Nieto, asistente social, sexólogo y gerente de la Fundación Daniela. La orientación sexual, en cambio, “tiene que ver con el deseo sexual y suele descubrirse en la pubertad”. “Todos sabemos a esa edad si somos niñas o niños, pero ni todos tienen la capacidad de expresarlo ni todos optan por hacerlo visible”, explica García. Como Paula, que calló por miedo al rechazo y a que la señalaran con el dedo. Temía que su padres dejaran de quererla, que la echaran de casa. “No sabíamos de donde le venía tanta tristeza”, afirma Ruth, su madre. Lo apuntaron a Judo, “pero no duró nada”. Lo intentaron con el fútbol, “pero tampoco hubo manera”. “Solo jugaba con niñas y, sobre los 8 años, empezamos a pensar que igual era gay”. Entre tanto, Paula aprovechaba los momentos en que sus padres se iban de casa para encerrarse en el baño y ponerse la ropa sucia de su madre. “No quería usar la limpia para que no lo notara”, cuenta. “Me veía en el espejo y me sentía yo misma”. Paula tuvo que soportar, bajo la apariencia de Cristian, un intenso acoso escolar desde infantil y primaria, acoso que se intensificó en el instituto pero sobre el que prefirió callar. Estaba aislada, no le hablaban si no era para insultarla, y llegó a recibir amenazas. “El instituto fue horrible. Recuerdo mis primeros años de recreo siempre sola en una esquina”. Repitió curso y su rendimiento escolar no era bueno. Intento de suicidio “Solo dormía. Venía del instituto, se metía en la cama y hasta el día siguiente. Pensábamos que tenía algún problema y hasta le hicieron pruebas neurológicas, pero no encontraron nada”, afirma Ruth. Desesperada, Paula decidió que, si le había tocado un cuerpo de chico, intentaría vivir como un chico. “Me sentía mal porque no era yo, pero lo intenté. Hasta que una noche soñé que me volvía masculina, que me salía vello, barba y mucho músculo. Me desperté llorando e intenté suicidarme”. “Aquello nos hizo actuar y buscar ayuda”, cuenta Ruth. Cuando, al hablarle de la homosexualidad, de su boca salió de pasada la palabra transexual, Paula lo tuvo claro. “Yo soy eso”, le dijo a su madre. Ruth reconoce que le costó digerirlo. “Fue difícil porque no encontraba ninguna información. La psicóloga del hospital donde la atendieron por el intento de suicidio no tenía ni idea del asunto”. Hasta que, buscando en Internet, en enero de este año llegaron al Programa de Información y Atención a Homosexuales y Transexuales de la Comunidad de Madrid. Soñé que me volvía masculina, que me salía vello y barba”Por fin le puse nombre a lo que me pasaba”, cuenta Paula. “El primer día que supe que había más chicas como yo sentí un gran alivio. Al fin me pude expresar como soy sin miedo”. Y solo un mes y medio después, Paula ya era Paula a ojos del resto del mundo. “La idea era que iniciara la transición en verano para que en septiembre concluyera el tránsito”, dice su madre. Pero Paula ya había esperado demasiado. Fue ella misma la que habló con el director de su instituto, un centro público de Parla (Madrid). “Pensé que el instituto iba a ir mal, pero la reacción ha sido muy buena”. Nadie le puso problemas en respetar su nuevo nombre, y pese a ciertas reticencias iniciales, Paula puede usar el baño que le corresponde. “Muchas chicas se acercaron a preguntarme qué tal estaba, y ahora tengo un grupo de amigas”, afirma. “Antes estaba encerrada y ahora no paro de salir, quiero hacer todo lo que no he hecho antes”. Con sus pantalones pitillo, sus bailarinas y su melena, parece una niña feliz. Acaba de cumplir 16 años y para ella es muy importante la visibilización. En Marzo empezó con los bloqueadores hormonales, que le impiden desarrollar características masculinas como barba, el cambio de voz, etc, y a está a la espera de poder empezar el tratamiento de hormonación cruzada. Necesidad de una ley estatal El problema es que en España no hay una ley integral a nivel estatal que aborde el tema de la transexualidad. Hay leyes autonómicas en Navarra, País Vasco, Andalucía, Extremadura y Canarias (la Comunidad de Madrid está en ello), con lo que la atención desde el punto de vista médico, psicológico y social es distinta según dónde se viva. En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, al igual que otras regiones, solo se puede acceder a tratamiento hormonal cuando se es mayor de 18 años. “Cuanto más tarde accedan a los inhibidores estos niños y adolescentes, más riesgos tendrán que enfrentar para su salud mental y física, ya que se les obliga a desarrollar un cuerpo con el que no se identifican. Esto, además les dejará más expuestos al estigma y la discriminación”, afirman desde la Fundación Daniela. Mi hija es una mujer, si alguien no lo ve el problema no es de ella, sino de esa persona A través de esta entidad Paula ha podido acceder a profesionales de la sanidad pública que, concienciados, acceden a poner en marcha los tramientos. “Pero es dejarlo todo en manos de la buena fe de otras personas”, lamenta el gerente de la fundación, Isidro García. “Es lo mismo que ocurre con el tema del nombre y el sexo en el registro y el DNI”, añade. La ley 3/2007 permite a los transexuales el cambio de la mención al nombre y al sexo en el DNI, pero con varios requisitos. Es imprescindible la mayoría de edad, un informe psiquiátrico con un diagnóstico de disforia de género y al menos dos años de tratamiento hormonal. “Eso, además de patologizar el asunto, deja fuera a los menores de edad”, cuenta Isidro.”Imagina lo que sienten al ir en el metro y tener que enseñar el abono transporte. O estar en la sala de espera del médico y que digan en alto un nombre con el que no se identifican”. “Muchas veces se ven obligados a dar explicaciones, y eso atenta contra su derecho a la intimidad”. Por eso, desde la Fundación Daniela insisten en la necesidadde una Ley Estatal Integral de Transexualidad, y para ello han lanzado una campaña de recogida de firmas en Change.org. Entretanto, Paula sueña con tener 18 años para poder operarse y con ser modelo transexual. No todos los transexuales necesitan la cirugía para vivir el género con el que se identifican, pero ella lo tiene claro: “Si me dijeran ahora mismo que me podía meter en un quirófano, lo hacía de cabeza”. Su madre la mira y asiente. “Mi hija es una mujer, si alguien no lo ve el problema no es de ella, sino de esa persona”.

Ver más en: http://www.20minutos.es/noticia/2559008/0/menores/transexuales/paula/#xtor=AD-15&xts=467263

“Nos hacía falta una película de lesbianas”

Ellen Page y Julianne Moore protagonizan ‘Freeheld’, un drama de Peter Sollett en el que combina la mala situación de los homosexuales con una historia de amor

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DONOSTIA – La joven actriz canadiense, conocida por dar vida a una adolescente embarazada en Juno (2007), encarna en Freeheld a Stacie, una mujer cuya pareja, Laurel (Julianne Moore) está muriendo a causa de un cáncer. Ambas luchan porque puedan tener los mismos derechos que las parejas heterosexuales y que Stacie reciba la pensión de Laurel. Se trata de una película basada en hechos reales y se presenta un año después de que Ellen Page confesara su homosexualidad en público.

¿Ha sido difícil hacer una película sobre una injusticia, teniendo en cuenta que las historias de lesbianas no tienen mucho lugar en el mundo del cine?

-Desde mi experiencia personal, nos hacía falta una película de lesbianas, ya que hay varias cintas en las que se trata el tema de la homosexualidad entre hombres, como Philadelphia, Milk y Brokeback Mountain, por ejemplo. Así que quizá, en ese aspecto, esta película es muy especial. En cualquier caso, creo que las cosas están cambiando. Es legal ser gay, y creo que poco a poco deja de ser un problema abordar estos temas.

¿Cómo ha sido trabajar con la verdadera Stacie?

-La verdad es que Stacie ha sido una persona muy generosa conmigo y con todo el equipo. Es una mujer que estaba siempre dispuesta a brindarnos su tiempo, incluso siendo alguien muy vulnerable y para quien esta experiencia era altamente emocional. Es una persona encantadora a la que le gustaba hablarnos y contarnos cómo vivían y cómo se habían conocido. Además, el tiempo que pasé con ella me fue muy útil para preparar la interpretación del personaje: ver cómo se movía, cómo hablaba, cuál era su compostura, las expresiones que utilizaba… A mí me pareció muy importante pasar tiempo con ella para darle seguridad, para que se sintiese cómoda, porque iba a interpretar su papel.

¿Cómo se imaginó que era la relación entre las dos y cómo lo trabajó con Julianne Moore?

-Me fue muy útil el documental que se hizo sobre este caso, que había visto muchísimas veces. Ya en ese documental salta a la vista cómo se querían esas dos mujeres, la dedicación de la una por la otra, y también se ven las bromas que se hacían y cómo se comunicaban entre ellas. Ya contaba con eso. Además, Stacy también me habló de su relación con Lauren. Después, simplemente traté, con Julianne Moore, de crear esa relación de la manera más creíble posible. Julianne es la persona más generosa, protectora, increíble y profesional que existe y siento una suerte enorme por haber llegado a ser amiga suya. Creamos una relación que se ve en la pantalla, pero fuera del rodaje también nos sentimos muy unidas.

¿Cómo ve las consecuencias que ha tenido esta historia real? ¿Cómo ha ayudado un caso tan mediático?

-Creo que el hecho de que cualquier historia de este tipo sea visible puede ayudar a cambiar actitudes. Está claro que cuando conocemos una historia, ya sea a través del cine o en la vida real, y logramos empatizar con esas personas, hace que nos convirtamos en personas más tolerantes que antes o puede que menos homofóbicas.

¿Cómo ha cambiado su vida después de haber confesado su homosexualidad?

-Mi vida ha cambiado muchísimo. Me siento enormemente feliz, mucho más emocionada por la vida y siento que puedo amar plenamente sin temor y, además, expresarlo en público. Me siento más creativa, más inspirada y tengo muchísima más energía. Siento que toda mi vida ha cambiado a mejor.

¿En qué sentido se siente más creativa?

-Me siento más creativa, tengo más inspiración. Siento que me he quitado un gran peso de encima y he recuperado la alegría perdida. Ahora puedo vivir sin tener que estar permanentemente envuelta en una especie de nubarrón de tristeza. Al sentirme así, es mucho más fácil trabajar. Como actriz y como productora tengo muchas ganas de abarcar proyectos nuevos y me siento mucho mejor para hacer lo que salga.

¿Siente una responsabilidad porque puede ser más que una actriz, un referente para muchas chicas?

-No siento ningún tipo de carga en especial. Creo que estoy agradecida por cómo me siento ahora, en comparación con cómo me he sentido hasta que lo hice público. Ojalá lo hubiese hecho antes. Ahora me sentiré agradecida y feliz si soy capaz de ayudar a cualquier persona dentro de la comunidad LGBT de cualquier manera.

¿Qué proyectos tiene ahora entre manos?

-Acabo de hacer una película que se llama Tallulah, y estoy trabajando en otro filme basado en una historia real, de una mujer gay que trabaja en la marina. Por otro lado, voy a producir un proyecto junto con la productora Christine Vachon.

Sexo para ‘millenials’

MITOS  Los errores más habituales

  • Desmontamos algunas de las creencias erróneas más comunes
  • Los especialistas demandan más educación sexual en España

Aunque el 73% de las mujeres sexualmente activas utiliza algún método anticonceptivo en España, este porcentaje se reduce considerablemente cuando se pregunta a las más jóvenes. Con motivo del Día Mundial de la Anticoncepción, el doctor José Ramón Serrano, presidente de la Sociedad Española de Contracepción (SEC http://sec.es/), ayuda a desmontar algunos de los mitos más arraigados entre las ‘millenials’ españolas.

Los anticonceptivos engordan

“Es el mito más extendido, probablemente porque se transmite de boca en boca entre las amigas”, señala el doctor Serrano. Es cierto, admite, que los cócteles hormonales más antiguos, con dosificaciones hasta dos y tres veces superiores a los actuales, sí pudiesen relacionarse con una cierta ganancia de peso. Sin embargo,insiste, eso no es así actualmente, hasta el punto de que algunos anticonceptivos se usan incluso en algunas dietas para evitar la retención de líquidos.

Con la regla no hay embarazo

Aunque es más difícil que en otros momentos del ciclo menstrual, la regla no es un método anticonceptivo ni protege al cien por cien contra un embarazo. “El primer día de sangrado bajan las hormonas y se inicia un nuevo ciclo menstrual”, explica el especialista de la SEC. Sin embargo, y sobre todo en mujeres con reglas irregulares, es difícil descartar completamente que se esté produciendo una ovulación simultánea, o que esa hemorragia se deba a otras causas.

La píldora es cara

“Eso no es cierto”. Aunque el presidente de la SEC reconoce que en España no están financiados bajo el paraguas de la Seguridad Social todos los compuestos hormonales disponibles en el mercado (“es un caos absoluto”), las mujeres que lo deseen sí pueden pedir a su médico de cabecera o ginecólogo que les recete anticonceptivos de primera generación a base de levonogestrel. “Son los menos trombóticos y pueden costar poco más de un euro al mes”, insiste. Quizás otras opciones más modernas, como el anillo vaginal, sí pueden ser un poco más costosos para el bolsillo de las más jóvenes (puede rondar los 15 euros).

Hay que descansar de las hormonas

“Este mito lo están propagando erróneamente algunos ginecólogos o médicos de atención Primaria o Enfermería”, reocnoce el doctor Serrano, “que aconsejan a las mujeres periodos de descanso después de dos o tres años tomando anticonceptivos orales”. Como él explica, no existe ninguna justificación científica para esas ‘vacaciones hormonales’ que algunas mujeres creen necesarias “para limpiarse de hormonas”. Médicamente no hay ninguna limitación en el tiempo que una usuaria podría estar tomando la píldora (o cualquier otro método a base de estrógenos). Existen, eso sí, factores en lavida de la mujer que van cambiando y pueden aconsejar otros métodos (como la edad o el tabaquismo, por ejemplo).

La marcha atrás funciona

“Esto ni siquiera es un mito, es un engaño”, asegura tajante el doctor, “hay que decirlo claramente, la marcha atrás no protege de embarazos no deseados”. Antes del eyaculado, el llamado líquido preseminal puede arrastrar hacia la vagina espermatozoides que hacen posible un embarazo.

Con el sexo oral puede haber embarazo

No, ni con el sexo oral ni con el anal existe la posibilidad de que se produzca un embarazo, pero sí en cambio una infección de transmisión sexual. Por este motivo, el doctor Serrano recuerda que existe la posibilidad del llamado ‘doble método’ o ‘plan B’. Es decir, combinar un método de barrera (como el preservativo) con uno hormonal (como la píldora). “En el norte de Europa esta doble protección es algo muy común, pero aquí sólo lo practica el 5% de la población cuando es algo absolutamente aconsejable en jóvenes”, defiende Serrano, para evitar al mismo tiempo infecciones y embarazos no deseados. “Los jóvenes son fieles, pero lo son durante poco tiempo y eso les convierte en población de riesgo”.

The Straight Men Who Have Sex with Trans Women

by Broadly

Wanting to have sex with trans women is not synonymous with undoing the stigma against loving them.

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Matt didn’t know it was possible for a girl to have a dick before the model pictured in his Hustler-esque mag drew seven inches. She had slipped in unannounced between the magazine’s other, more typical spreads. His stroke quickened, sticking with sweat in his Brooklyn bedroom while a worrying thought knocked in his skull: Did it mean he was gay?

I met Matt in his home, thirty years after that fateful day in his teenage bedroom. (His name has been changed to maintain anonymity.) We sat on opposite ends of an ultra suede sofa, he in a pair of basketball shorts and a white t-shirt. Now in his late forties, Matt is a solid man, limbs thick from decades of manual labor. He’s safe now, free after years spent in anguish. “It made me mentally ill,” Matt said, his rough mouth blackened by 5 o’clock shadow.

In the 1980s, it was particularly daunting for a trans amorous man to confront his sexual identity. “The stigma that went along with being gay at that time in my youth was horrible,” Matt said. “There was nowhere to go, no LGBT Center. Most people when I grew up didn’t even have cable.” He felt he had a lot to lose—not the least of which was an attachment to his identity as a heterosexual man.

There are many men who share his fear. On Reddit, arguably the most revealing cultural sampler of our times, one trans amorous man recently aired his turmoil. He wrote about his relationship with a trans girl and his family and friends’ rejection of her. According to him, his loved ones mock him, ask if she’s got a dick, call him gay. “She is pre-op but I still only see her as a girl,” he wrote. On other boards, users ask straight men if they’d consider dating a trans woman. Some guys give a flat out no; others appear unburdened by social stigma, down for it so long as she passes well and is hot. But there’s another prevalent response, one that lands nearer to the heart of this issue. User kelevra206 wrote, “In a different society, I don’t think it would be an issue with me at all to be with a trans woman, but… with the way things are, I just couldn’t do it.”

Matt’s first sexual experience with a trans woman was in 1987, with a girl he picked up on the West Side Highway. This stretch of New York road runs parallel to the Hudson River, from the southern harbors of Manhattan to the Upper West Side. It used to be an infamous pickup spot for trans sex workers. Though Matt loved the sex itself, it wasn’t long after orgasm that he felt a throat-clenching sense of anxiety. “I was driving her back and I was so nervous, ‘Is someone going to see me?’ Absolute fear—HIV, Did I give myself HIV? I was so afraid [thinking of] how I’d tell anybody.”

It was the height of the AIDS epidemic. A disease that anybody could acquire had become a profound symbol of the cultural stigma against queer sexuality and sex. “There was no cure,” Matt said, shaking his head. “Instant death, you’re gone. We used condoms but I was more afraid of that conflict.” The internal conflict Matt felt between his identity as a straight man was even more frightening to him than the threat of acquiring HIV: The illness might have meant a tragic, untimely end to his life, but it also would have branded him a fag.

Matt said that he’s seen countless trans sex workers throughout his life. He was a John—or generic male client—for thirty years. Despite his insecurities, though, he always wanted more from those relationships. He tried to romance girls, but he was continually rejected.

It was the height of the AIDS epidemic. A disease that anybody could acquire had become a profound symbol of the cultural stigma against queer sexuality and sex. “There was no cure,” Matt said, shaking his head. “Instant death, you’re gone. We used condoms but I was more afraid of that conflict.” The internal conflict Matt felt between his identity as a straight man was even more frightening to him than the threat of acquiring HIV: The illness might have meant a tragic, untimely end to his life, but it also would have branded him a fag.

Matt said that he’s seen countless trans sex workers throughout his life. He was a John—or generic male client—for thirty years. Despite his insecurities, though, he always wanted more from those relationships. He tried to romance girls, but he was continually rejected.

When I asked Alex how important it is that a girl is able to pass well, he responded, “I’m attracted to femininity, not masculinity. It’s that simple.” People are entitled to their own tastes, but one wonders to what degree this extreme devotion to masculine or feminine ideals is a result of being inundated with hyper-gendered imagery in pop culture. Not to mention that holding trans women to a cisgender standard is unrealistic: The majority of trans girls will probably never pass perfectly. Clearly, having a boner for hot girls with dicks is far from synonymous with undoing the stigma against loving transgender women.

Later in his life, Matt has tried to give transgender women more—he’s tried to surpass the stigma surrounding his sexuality by being available emotionally and forging real relationships with trans women. About ten years ago, in his late thirties, he met a girl in the sex trade named Alicia. She’d come to New York from Brazil in the 80s—around the same time he’d been cruising the west side highway. “She’s the first trans woman I ever kissed in public,” Matt said. “We were walking down her block, and I was nervous: Is someone going to see me? I remember her saying to me, ‘I’m walking down the street with you, but if you’re going to be embarrassed by me, I’m going to be embarrassed by you.'” Then he kissed her. Matt smiled, gently shaking his head at the insecure man he’d once been.

Cristina Herrera heads the Gender Identity Project (GIP) at New York City’s LGBT Community Center. The GIP runs a variety of programs for the trans community; among other services, Herrera provides support groups. One group caters to partners of transgender individuals. It’s a place for anyone trans amorous to go and talk with other trans amorous men or women. “There is very little support for individuals who are partnering with trans people,” Herrera told me. “Society is harder on the men who date transgender individuals. There is a lot of stigma attached to it: Their sexuality is called into question”

“I knew a trans girl who told me that, with all the men she’s slept with, all the guys who have come through her doors, there’s no such thing as straight men,” Matt said. “I wonder sometimes, when I hear people spew hatred, how many of them have actually been with trans women before.”

Nearly all the men I’ve dated have identified as heterosexual. A handful have been bi, but none gay. Early on in my transition I frequently posted personal ads. There was a man who used to email me a couple times a week. He was a typical Williamsburg ruffian—tall, tattooed, with an undercut. He was a handsome guy, but I never met him because all he wanted was sex. I started seeing him around my neighborhood. He was always with his girlfriend. There they’d be slurping a Thai noodle lunch special, stocking a grocery cart with kombucha, or clouding their coffee with cream in our shared cafe. They held hands at their table. His cock-hungry messages lay close, stored in my phone at the bottom of my purse. I wondered if she knew he was cruising for sex with other people. Did she know he’s into trans women? When she finds out, will she ask him if he’s gay?

In his mid-thirties, Matt grew tired of denying himself the kind of life he’s always wanted. “I started seeing girls more often and just enjoying it, letting all the shame and guilt go and saying, ‘You know what? I have been doing this for so long anyway. This is something I’m gonna do for me.'”

He wanted Alicia to be more than someone he paid for sex, but there were multiple factors working against them both. Like many impoverished trans women, Alicia was addicted to drugs. She called Matt a few times desperate for cash. “I brought her a hundred dollars, and it wasn’t for sex. She looked horrible; she was thirty, forty, pounds lighter than she was when I’d first met her. It broke my heart.” He wanted to help, but couldn’t. It was too painful to watch Alicia’s descent into addiction, so Matt stopped seeing her and resumed living in secrecy. Six or seven years after he last saw Alicia, he attempted to find her again to no avail. She was gone, her online ads deleted.

Last year, after decades of living a double life, Matt was finally ready for a partner. He became serious about finding the right trans woman to spend his life with. But where to look? There’s been an active market for trans personal ads on Craigslist for years. Clicking into the m4t category of Misc. Romance, you’ll find reams of posts by trans amorous men. There is a weighty symbolism to Craigslist’s subcategories: Casual Encounters is, as one would expect, the most popular. If you’re cruising there, all bets are off. As the guys see it, social graces are checked at the door. Then, over in Misc. Romance, again and again, you’ll find posts by guys professing their exhaustion with Casual Encounters. They’ve had enough; they want more. There is a tenderness to the forum—the same users post diligently week after week in pursuit of their transgender soul mate, and stock photos of roses often accompany their ads.

With the rise of services like OkCupid, Craigslist and other trans community backchannels are becoming less necessary than they once were. In recent years OkCupid has integrated categories for transgender people. Matt made a throwaway profile on OkCupid just to see who was out there. “I checked the box for trans and the very first woman that came up was [Alicia],” he said. “I thought she had died. She even told me she wasn’t gonna live more than ten years.”

Alicia looked healthy. According to her profile, she had a job and was looking for a relationship. Judging by the smile in her photos, she was happy. In the years since they’d separated, she quit drugs and began working in advocacy for the transgender community. She remembered him and agreed to meet, but the wall she’d built remained intact. “I was still just a John to her, that’s all,” Matt said, disappointed. “I knew I was more than that. I want more and I can give more.”

It was hard to convince Alicia to let down her wall, but Matt understood why. “People can be assholes to trans women. It happens all the time. The looks, the stares, sometimes they say things. I remember our first date where we were together and it wasn’t for money and sex. It was a date. We were walking to downtown Brooklyn, to sit on the rocks under the Brooklyn Bridge.” She gave him the same speech she’d given ten years prior, before their first kiss. “She said, ‘If you’re going to be embarrassed by me, we can just go back to my apartment and you can pay me.’ I was so proud of myself. I held her hand, and walked down the street and we sat on the rocks and had a really romantic night. That was my first time not being afraid.”

A door across the room from us suddenly opened. Alicia passed through it, coming from the kitchen with a fresh plateful of empanadas. Matt grinned like a little kid. He tried to pull her onto the sofa but she refused, saying, “You two talk!” She laughed, swatting him away as she put her long hair in a clip. She was barefoot in a floor length, striped jersey summer dress. Eventually she gave in, and took a seat beside him.

Matt and Alicia share a “normal” life together. They’re both in their forties, they both work full time, and they both take care of their bodies. He loves her ambitious personality and sense of humor. Alicia told me it goes both ways. “I think every trans partner is as special as the trans woman they’re with,” she said.

“It doesn’t seem like there’s a lot of guys out here that do this,” Matt said. “We went to a bar; it was a trans event. One of Alicia’s friends told me, ‘You’re the only one. The only guy here.’ It’s rare, there are very few of us. I’d like to see more.” Matt briefly knew a guy who was dating a friend of Alicia’s. “He was younger than me and he was seeing this girl. She was mostly a bottom. But then I guess she topped him one time, which is a stigma in and of itself. He said to me, ‘Does that make me gay?’ and I said, ‘You know what? If it felt good and you’re making your partner happy, go for it. What the hell. Have fun, let it go.’ I think hearing that from me made a difference in his life.”

Alicia shook her head, laughing. “Does this make me gay?” She was asked that question countless times by men throughout her years in the sex trade. “If they were good, I’d tell them no, of course not. If they were bad I’d say, pretty much!

Matt has progressively gained Alicia’s trust. “Getting our own place together was really important,” he said, encircling her in his arms. Sharing their home was a big step for both of them, and Matt saw it as crucial to showing his sincerity.

“To tell you the truth, sitting here talking to you about, I’m kind of embarrassed. I should be proudly sharing her in every part of my life,” he said, referring to his colleagues and family, two groups with which he’s yet to break that seal of secrecy. It may not be safe to—Matt’s colleagues say hateful things about trans women. “‘Not human.’ ‘Should be executed.’ Nasty stuff. Alicia’s told me not to stick my neck out at work, but a couple of times I said, ‘You know what, I bet that person who has been conflicted their whole lives, and has probably suffered their whole life, is finally free.” Matt thinks that if they ever found out, the consequences could be tragic. “You’d read about me in the paper, unfortunately.”

As Cristina Herrera sees it, guys like Matt have the cards stacked against them. The cultural stigma against loving trans women is deeply ingrained into our society to the point of ubiquity. “There is a lot of bullying going on,” Herrera said. “Public figures that have been discovered having sexual relations with trans women have paid a heavy price.” Herrera said these public shamings “hurt the whole process. It makes other men much more nervous. They know it could happen to them, that their friends or colleagues might treat them the same way if they knew.”

We try awfully hard to bend ourselves around language, but even the people who feel best represented with words like “straight” don’t fit all the criteria. One of the central issues to identity politics, and the LGBT string of labels, is the idea that people whose sexuality or gender differ from a heteronormative standard are inherently different, where those whose gender or sexuality conform to it are not. Rather than trying to normalize queer people, we could recognize that no one is normal. Straight, cisgender people are different too. Alicia alluded to it when she said that every trans partner is as special as the trans person they’re with.

I asked Matt what he thought it would take to change society, to bring his trans amorous brethren out from the shadows. “The more of us that are out there,” he said. “The more men who walk down the street holding a trans woman’s hand. It’ll show other men, give them their courage to say, ‘I like that too, and I’m not afraid.'”

“Tengo el VIH y no quiero mantenerlo en secreto”

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Sólo conozco a Miguel Caballero de Facebook. Sé de él lo que veo a través de la ventanita fisgona del ordenador. Sé que es español pero vive en Nueva York, sé que prepara su tesis y da clases en Princeton (el culmen de lo que parece ser una fulgurante carrera profesional). Sé que es guapo, rubio, alto. Sé que tiene un marido despampanante con el que lleva nueve años. Sé que viaja mucho, que tiene muchos amigos, que sonríe en casi todas las fotos. Un día, hace unos meses, Miguel subió UN POST QUE MOSTRABA LA FOTO DE UNA PASTILLA AZUL decía así:

“¿Cómo es la vida de una persona VIH POS hoy? La parte médica es sencilla: una pastilla al día, con muy pocos o ningún efecto secundario. A mediados de los 90 eran entre 16 y 18 pastillas varias veces al día, con muchos efectos secundarios. Ahora es sólo una. Una como esta mía de la foto. Además de ir al médico para revisiones cada 3-4 meses. Entonces, si es sencillo, ¿por qué ni siquiera el 50% de las personas VIH POS en Estados Unidos están en tratamiento? Dos razones: mentales y sociales”.

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Miguel Caballero habló abiertamente en Facebook de la medicación que, como él, toman las personas VIH POS.

Dudé, leí y releí el texto, pero lo decía claramente: “Una pastilla como esta MÍA de la foto”. Tardé un rato en comprender que sí, que lo que estaba leyendo era una salida del armario del VIH en redes sociales. Quedé profundamente impresionada ante tal muestra de arrojo y valentía. Pero, al final de todo ese asombro, había sofocos de señora sorprendida ante la ruptura de un estereotipo. Llevaba un par de años topándome en Facebook con la vida de Miguel, y me parecía, por qué no decirlo, la encarnación del sueño americano.

Tírenme piedras si quieren. Supongo que, aunque intentemos borrarla avergonzados, aún planea sobre nuestras mentes la idea del yonqui sidoso, de las jeringuillas tiradas en el parque, de Tom Hanks en Philadelphia, del miedo a la enfermedad latiendo ahí, a veces lejos y a veces cerca, durante los años de mayor promiscuidad, enfermedad de la que parecía que todos -¿todos?- habíamos salido librados. Salíamos de la caravana deMadrid Positivo con nuestros resultados negativos en la mano e íbamos a tomarnos unas cañas. El modelo de persona con VIH, en la mayoría de las cabezas españolas, quedó anclado a un personaje desconocido que contrajo el virus en los 80 y ahora pide en el metro con un cartel en el que lo anuncia, para terror de la mitad del vagón, que aparta la mirada con incomodidad y susto.

A los pocos días, espiando la vida y milagros de un recién estrenado amigofacebookiano argentino, Lucas ‘Fauno’ Gutiérrez, vi una foto suya en la que alzaba los brazos y miraba al frente con firmeza, luciendo una camiseta en la que ponía bien claro: TENGO VIH. De nuevo la sorpresa. Recordé tener 22 años e ir en moto con un amigo a hacernos las pruebas. Iba muy asustada. Uno siempre se inquieta. Siempre puede ser. Dimos negativo y seguimos viviendo en nuestro mundo ideal en el que nadie tenía VIH, en el que casi todos follábamos sin condón de vez en cuando, como si estuviéramos protegidos por nuestra juventud y nuestras ganas de fiesta. Nunca nadie se lo espera.

Mi diagnóstico del VIH -dice Miguel- fue absolutamente inesperado. Cuando uno es gay y sexualmente activo, hacerte el test de STD es una rutina (o debería serlo), y esta vez también me lo hice por absoluta rutina. No tenía la menor duda de que iba a salir negativo, pero salió positivo. El shock fue considerable. Lo primero que hice fue volver a casa y contarle a mi marido, para que él se hiciera el test inmediatamente. Tenemos una pareja abierta, pero sólo practicamos sexo sin protección el uno con el otro. Yo pensaba que me había contagiado él, no por culparlo ni por nada, sino porque era el único que podría haber sido. Fuimos y salió negativo. Meses después él continúa siendo negativo”.

¿Qué sucede después del diagnóstico VIH positivo? La búsqueda de un porqué, el intento de hacer memoria y llegar mentalmente al momento del contagio, el llamar a las personas con las que ha habido contacto sexual de riesgo desde el último negativo (en EE.UU., concretamente, hay una ley que obliga a llevar a cabo este último punto). Y la pregunta: ¿Y ahora qué? ¿Cómo sigue mi vida? Lucas se queja de un vacío en este aspecto: “Nos bombardean con folletos de preservativos, se habla a las personas negativas para que no se infecten, pero nunca se le cuenta a un positivo como seguirá su vida o a un pariente/amigo/pareja de un positivo para explicarle cómo apoyar y acompañar. El VIH es un virus, la falta de compromiso del Estado y la gente es un flagelo”.

Cierto es que las campañas sanitarias se centran en la prevención, pero nunca ofrecen modelos a seguir en caso de un diagnóstico positivo de VIH. Conocemos el peligro, conocemos los métodos de prevención, pero, en caso de dar positivo, lo que vemos ante nosotros es un vacío absoluto, un páramo de desinformación y terrores infundados por los estereotipos. Miguel está de acuerdo: “Es como si dentro del mismo activismo del VIH/Sida no quisieran que contemos que nuestra vida es completamente normal, que no estamos enfermos (es decir, no tenemos ningún problema físico que nos limite a desarrollar nuestra vida laboral o privada, sí tenemos una condición crónica que hay que controlar) porque se supone que provoca un efecto llamada, en plan: “Hey, follen a pelo, que si se contagian van a vivir tan ricamente”. Me parece cruel que las personas con VIH no podamos contar libremente nuestra historia, como si cargáramos con un pecado capital y nuestra vida tuviera que estar regida por la vergüenza”.

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Miguel junto a su marido Rudolf, con el que lleva nueve años.

Actualmente, en cuanto se investiga un poco con respecto a la medicación para el VIH, surge un nombre: Truvada. Hace poco sacamos en VICE un artículo sobre este medicamento. La Truvada es un tratamiento utilizado en personas infectadas por el VIH que impide que el virus se replique, y consigue que la carga viral del cuerpo se reduzca hasta niveles indetectables. Esto significa que el paciente lleva una vida normal, como si prácticamente no tuviese la enfermedad, aunque siga teniéndola de manera crónica, pues no puede eliminar el virus totalmente del cuerpo. Además, es el primer medicamento eficiente para la profilaxis pre-exposición (PrEP). Es precisamente lo que toma Rudolf, el marido de Miguel. Pero hay que tener en cuenta que la Truvada sólo protege del VIH, no de otras enfermedades de transmisión sexual, así que se recomienda seguir ese tratamiento en conjunción con el uso del condón. En Estados Unidos -cuenta Miguel- lo llaman TasP (Treatment as Prevention), o sea, que mientras yo tome mi tratamiento la probabilidad de que yo transmita el virus a alguien es mínima, virtualmente cero. ¿Qué quiere decir virtualmente? Pues que a día de hoy, con Truvada y TASP, no hay casos registrados de infección. Lo dejan en “virtual” porque siempre salen casos que son excepciones a la regla, pero aún no se ha producido”.

Así que de pronto, ¡oh, sorpresa!, desaparece una de las afiladas lanzas que pendían sobre las cabezas de las personas con VIH: el fin de la vida sexual. Aún sin haber cumplido los 30 y recién diagnosticado, una de las cosas que más preocupó a Miguel es si volvería a tener vida sexual: “Sabía que no me iba a morir y que la calidad de vida era bastante normal, pero me aterraba la idea de contagiar a alguien y que mi apetito sexual se evaporase. La simple idea de que yo pudiera contagiar a mi marido me hacía muy difícil incluso tener una erección. Me aterraba. Es un proceso de aceptación por el que uno pasa y por el que sigo pasando, pero lo cierto es que la vida sexual puede ser completamente normal. Esta es la realidad de hoy; algunos no quieren que la cuente por lo del efecto llamada, otros no se lo creen porque siguen viviendo en los 80 y en el miedo”.

Aunque los nuevos métodos tienen, cómo no, sus detractores. ¿Estrategia farmacéutica? ¿Excusa perfecta para una mayor laxitud en la prevención de las ETS? Lucas pone ciertas pegas a esta medicación: “Considero que clínicamente y en situaciones particulares es una droga que tiene un uso efectivo. Ahora bien, si lo vamos a pensar como preventivo, me parece una solución burguesa para el miedo de las personas que pueden pagarlo. Puede ser una solución que apoyo mucho en situaciones en las que la pareja sea serodiscordante (es decir, que uno de ellos sea VIH positivo, y el otro negativo) y el uso preventivo acompañado de un seguimiento profesional médico. El problema es: ¿Llega esta medicación preventiva a poblaciones como las prostitutas, las chicas trans o demás poblaciones expuestas? Poco. Sólo llegan a gays ABC1 con preservativofobia. Avalo mucho la PrEP como uso conciente, no como excusa para dejar de cuidarse. Tiene que servir no sólo para que los negativos “se queden tranquilos”, también debe ser una herramienta para que quienes vivimos con el virus podamos desarrollar una sexualidad que afiance nuestra autoestima”.

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Lucas ‘Fauno’ Gutiérrez opina que “es como si dentro del mismo activismo del VIH/Sida no quisieran que contemos que nuestra vida es completamente normal”.

Entre la información que puede encontrarse acerca de las nuevas medicaciones del VIH, también figura, cómo no, una lista de posibles efectos secundarios. A este respecto, Miguel tuvo mucha suerte. El tratamiento actuó muy rápido y de manera eficaz, haciendo que el virus se volviera indetectable enseguida. Indetectable, para entendernos, es el estado que todo VIH positivo quiere alcanzar: significa que el virus está controlado y su carga es tan pequeña que ni los tests lo pueden detectar. “Lo que no quiere decir que estemos curados -remarca Miguel- Cada cuatro meses tengo que ir al médico para confirmar que sigo en ese estado indetectable y para hacer un seguimiento del riñón y el hígado, porque parece que la medicación puede dañarlos. Si se notara algún daño, me cambiarían la dosis o el tratamiento. El único efecto secundario que tengo es algo que llaman “sueños vívidos”, que básicamente consiste en que tengo unos sueños que flipas. A veces es como si durmiera dentro de un caleidoscopio. Es muy potente. No me ocurre todas las noches, pero sí de vez en cuando”.

Evidentemente, y es un dato que debe ser destacado, tanto Lucas como Miguel han tenido la suerte de ser diagnosticados en países en los que existen las condiciones adecuadas para un tratamiento seguro y de calidad. Miguel lo tiene muy claro: “Aunque en todos lados tenemos similares problemas con el estigma, es una enfermedad totalmente determinada por el lugar donde la vives. Pero hay muchas contradicciones. Sin ir más lejos, en Estados Unidos. Una de las pocas cosas buenas que hizo Bush hijo fueron las tremendas campañas de protección y tratamiento del VIH en África. Sin embargo, seguía prohibiendo la entrada a personas VIH positivo a Estados Unidos. Esquizofrénico. Con Obama se levantó esa prohibición. De España a Estados Unidos hay un abismo. Hay pros y contras en ambos lados. En España sí se habla de prevención, pero hay un silencio pesado como una cortina de hierro sobre las personas con VIH. No se habla; como uno no tiene que revelar su status, su vida puede ser bastante normal. Por ejemplo, la vida sexual: la ley no te obliga a contar a alguien con quien te acuestas una noche que eres VIH positivo. El problema de esto es que el VIH prácticamente no se discute, y eso sólo hace el estigma más grande. La gente sigue viviendo en los 80. En Estados Unidos la ley, al menos en Nueva York, te obliga a revelar tu estatus a tu pareja sexual antes de acostarte. Es cruel, porque está ahí uno en el ajo y tiene que salir con su parte médico. Pero la parte positiva de eso es que se habla de VIH, la gente sabe qué es y en qué situación está. O directamente te preguntan. Es jodido para mantener una sexualidad mentalmente sana porque se siente uno continuamente patologizado, pero socialmente es útil. En contra: todos los problemas de la sanidad privada en Estados Unidos. Por suerte, tengo un seguro médico privado, y aún así es un gasto considerable. El medicamento mensualmente me cuesta 20 dólares, las visitas al médico a veces hasta 250. Sin seguro, el medicamento es 3.000 dólares mensuales y las visitas médicas ni lo quiero saber. En Nueva York, por suerte, ahora hay formas de acceder gratuitamente al tratamiento sin tener seguro, pero aún así es una barbaridad”.

En la preparación de este artículo, ofrecí a Miguel y Lucas mantener el anonimato, pero los dos rechazaron esta opción con firmeza. En el caso de Lucas, que además de periodista y escritor es performer, la visibilización es particularmente llamativa, ya que, además de mantener un activismo constante, el VIH forma parte de su creación artística, convirtiéndolo en una figura de referencia en el tema del VIH en Argentina. “Me asombró volverme un referente. Esto significa que el silencio predomina. Más allá de mi acción hay mucha gente que trabaja día a día porque esto deje de ser un tabú. Yo elegí el campo público porque mi pulsión de alma son el periodismo y el arte, pero una madre que acompaña a su hijo, una pareja que se hace cargo de convivir con el virus, un hijo que dialoga… todos hacen de esto algo llevadero para quienes somos positivos. La visibilización es algo fundamental, ya que, por ejemplo, existen muchos casos de despido, de precarización y explotación laboral en personas con VIH. Por eso es tan importante que casos así salgan a la luz, para que se comience a cuantificar y hacerles saber a las empresas que ya no nos callamos. En cuanto a mis acciones artísticas, querría aclarar que no luchan contra el VIH, sino contra el silencio predominante de la sociedad. Meto las palabras crudas en lo cotidiano. Que alguien lea “VIH”, que lea “SIDA”. Busco que la palabra callada por la hipocresía social se haga presente en lo cotidiano”.

Para Miguel, la visibilización forma parte de su manera de lidiar con los problemas. “No hay ningún círculo de mi vida a quien se lo esté ocultando. Hay personas que deciden llevarlo más discretamente, en silencio, y es respetable. A mí el silencio me oprime, pero además cuando el silencio se debe al miedo al estigma, no es silencio, es un armario, el armario del VIH, que es muy perverso. Es muy difícil vivir ahí. Conozco mucha gente que ha decidido no revelar su estatus, y los apoyo incondicionalmente. Pero yo sí vi que mis condiciones eran buenas para dar el paso y hacerlo público. Tengo mi familia y mis amigos detrás, un trabajo, un seguro de salud privado, etc. Claro, hay muchos riesgos también, porque el apoyo es muy explícito, pero los que no te apoyan no lo dicen y la puñalada puede llegar por donde menos te lo esperas. De todas maneras, contarlo y compartirlo me hizo más fuerte, y sé que no estoy solo en esto, así que si esas puñaladas vienen desde la vida personal o profesional, lidiaré con ellas apoyado por todo el mundo que tengo detrás. Yo soy un activista horrible, me canso rápido, no soy constante. Por eso admiro profundamente el trabajo de los activistas y les estoy inmensamente agradecido. Hay una frase de Pedro Zerolo que marcó mi decisión de hacerlo público. Dice algo así como que “cuando elegimos ser valientes, no nos equivocamos”: Decir al mundo que eres VIH positivo da pánico, pero yo creo que no me he equivocado”.

Los dos coinciden en que el mal principal del VIH no es la enfermedad en sí, sino el estigma que conlleva. Miguel es consciente de que hay diversos frentes en su vida que podrían verse dificultados por el hecho de ser VIH positivo: “Yo quiero ser padre, y no sé si esto me va a hacer más difícil la adopción. Tampoco sé si algún día tendré problemas en el trabajo. No sé si en algún momento la medicación me dará problemas renales. Hay estigmas que no me molestan en absoluto, como el que nos imagina como seres lujuriosos follando sin límites. ¿Cómo me va a molestar eso? Tengo mi propia batalla contra el puritanismo. Ahora, el estigma más perverso es el horror que le produce a la sociedad la idea de enfermedad. Y toda la moralina que va ligada a las enfermedades de transmisión sexual. Creo que mi batalla es sobre todo contra la vergüenza”.

Lucas coincide en esa idea: “Todas las semanas alguien con la mejor onda me escribe diciendo que encontraron la cura. La verdad, prefiero que me hablen de la cura de la ignorancia, el prejuicio y la mediocridad”.