La lenta liberación sexual china demanda al régimen que deje su puritanismo

(EFE).- El desarrollo económico y la apertura al exterior han ayudado a la sociedad china a tener una postura hacia el sexo similar a la de Occidente, aunque choca con un Gobierno que mantiene leyes rayanas al puritanismo que, según los expertos, tendrán que caer pronto si quieren adaptarse a la realidad.

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Marcha del orgullo gay en Taipei, Taiwán (CC)

El gigante asiático, que durante siglos mantuvo una postura muy cerrada hacia el sexo -que se acentuó todavía más con la llegada del maoísmo-, vive desde los años 70 una “lenta revolución sexual”, en palabras de la sexóloga china Li Yinhe, la más célebre defensora en su país de reformas que acompañen a esa liberación.

China sufre un gran contraste entre la visión del ciudadano de a pie, que en 30 años ha pasado a ver el sexo con naturalidad, y unas leyes que continúan prohibiendo la pornografía y el sexo en grupo, o persiguen a la prostitución buscando humillar públicamente a quienes la ejercen.

Esto rechina en un país donde se habla de sexo con cada vez mayor apertura, la pornografía se consume con normalidad o el sexo premarital, que hace 30 años era practicado por sólo un 15 por ciento de la población, ahora se da entre más del 70 por ciento.

“Lo que más ha ayudado a este cambio ha sido la economía”, destaca a Efe Li Yinhe, quien señala que “cuando la población ha podido asegurarse una comida y un techo, es cuando se presenta el sexo como la siguiente necesidad a cubrir”.

Además, “la vigilancia ideológica se ha relajado”, lo que, lamenta, aún no se ha traducido en la eliminación de leyes antipornografía o que persiguen los intercambios de parejas, aunque sí que ha disminuido su persecución y se han reducido las penas.

También ha bajado la aceptación social de esas persecuciones, como se vio el año pasado en la ciudad sureña de Dongguan, una de las principales mecas de la prostitución en el país, donde una campaña de redadas contra sus burdeles se saldó con la detención de decenas de mujeres.

Buena parte de la sociedad china se solidarizó con las prostitutas detenidas enarbolando el lema “todos somos Dongguan”.

Se pedía entonces que se dejara de detener o de humillar -a veces con “desfiles” de las arrestadas por las calles y otros actos heredados de la Revolución Cultural- a quienes ejercen ese oficio, y que en lugar de ello se persiguiera a proxenetas o a clientes.

En los años 90, la Justicia china aún dictaba ejecuciones contra personas que difundían pornografía o regentaban establecimientos donde se ejercía la prostitución.

Actualmente, las penas se han reducido a un periodo corto de prisión, aunque la sociedad aún demanda cambios ya que, según explica a Efe la sexóloga, “aún es ilegal, por ejemplo, el sexo entre más de tres personas, algo que está en contra de la libertad individual”.

Las contradicciones en torno al sexo no son sólo cosa de la era comunista en una China que durante mucho tiempo, aproximadamente hasta el siglo X, fue sorprendentemente abierta en este asunto.

Así puede verse, por ejemplo, en antiguos manuales taoístas para la práctica del sexo comparables al “Kamasutra” indio.

Aquella “edad de oro del sexo” se apagó en dinastías siguientes, y con la llegada del comunismo en 1949 la represión se acentuó, ya que el régimen de Mao identificó la promiscuidad sexual con las clases más pudientes.

“El sexo era interpretado como un lujo”, señaló Li sobre los tiempos iniciales del régimen, que comenzó cerrando todos los burdeles, prohibió el sexo extramarital -medida que no se abolió hasta 1997- y puso fin a la poligamia en el país de las concubinas imperiales.

Las contradicciones enseguida afloraron y tanto entonces como ahora las concubinas continuaron existiendo con otras fórmulas entre la elite: líderes comunistas o ricos empresarios tienen una o varias “ernai” (como se denomina a las “segundas esposas”) y con frecuencia no lo ocultan a su círculo cercano.

Tema aparte es el de la homosexualidad, que en China, según la sexóloga, nunca ha estado prohibida ni tampoco ha sido mal vista socialmente, aunque, eso sí, siempre envuelta en un halo de extrema discreción.

Artistas como la bailarina transexual Jin Xing, muy popular en China, ayudaron a normalizar la inclusión social del colectivo LGBT, aunque las autoridades aún son recelosas, por ejemplo, a actos públicos de reivindicación.

La inesperada cancelación en años pasados de festivales de cine gay, concursos de belleza protagonizados por homosexuales y actos similares muestran ese recelo, aunque Li vaticina que China se abrirá también en este frente e incluso vislumbra una pronta legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo.

“En Taiwán ya están en trámites para ello y no es difícil que aquí al lado China le siga”, subraya la experta, quien a finales del año pasado reveló que su actual pareja es transexual.

Mi vida como ‘tongqi’

Ni los gais ni las mujeres que permanecen solteras son bien vistos en China. Por ello, millones de ellos forman matrimonios de ficción

Celebración de bodas en Shenzen, en la provincia china de Guangdong

Celebración de bodas en Shenzen, en la provincia china de Guangdong. / GETTY

Xiao Qiong se casó hace tres años con el amor de su vida, pero nunca se ha acostado con él. Ni siquiera se han besado. Su marido es homosexual y ella lo sabía desde el principio. Pero, tradicional hasta la médula como es, educada para sobresalir en la escuela, convertirse en una esposa abnegada y no alzar la voz en casa jamás, creyó que eso de ser gay era una moda y que ya se le pasaría. (…) Se define como una tongqi —término de argot que se forma a partir de tongzhi (literalmente, camarada, pero también se emplea para identificar a un hombre homosexual), y qizi (esposa)—, aunque nunca pronuncia esta palabra en público. No es un término ofensivo, pero le resulta humillante que la gente lo sepa porque nada en la vida le importaba tanto como casarse. Desde pequeña soñaba con el día de su boda y tenía planeada la ceremonia al detalle: sería junto al mar, no con el típico qipao o vestido tradicional rojo de novia, sino con un vestido de cola blanco, como las princesas y “las modelos de la Vogue”. Se descalzaría y bailaría sobre la arena con su marido mientras al fondo se ponía el sol. Ese era su plan. Desde pequeña se había empleado a fondo para ser un día la chica descalza de la playa, con el velo al viento. Al final todo le salió al revés.

Es difícil determinar con exactitud cuántas tongqi hay en China. Se cree que unos 16 millones de mujeres están casadas con homosexuales, pero podrían ser muchas más. Muchos homosexuales llevan una doble vida porque el coste de salir del armario es demasiado alto. La tolerancia que se practicaba en la antigüedad contrasta con el conservadurismo del último medio siglo.

Durante las dinastías Song, Ming y Qing, como en la Grecia antigua, el amor entre hombres era común, pero siempre se revestía de metáforas y ambigüedad. Algunos poemas hablan también de relaciones íntimas entre mujeres a las que separaban luego para que se casaran. La primera ley homófoba entró en vigor en 1740, durante la dinastía Qing, aunque los gais no fueron perseguidos sistemáticamente hasta 1949, con el nacimiento de la República Popular. Para el maoísmo, los gais eran contrarrevolucionarios, habían abrazado una perversión capitalista y, por tanto, había que eliminarlos. En el mejor de los casos los obligaban a casarse con una mujer y a tener hijos. En el peor, los castraban, torturaban o condenaban a trabajos forzados durante décadas. Los parques, las saunas y los retretes públicos se convirtieron en lugares de encuentros clandestinos entre hombres.

Ser gay siguió siendo delito hasta 1997 y solo al cabo de otros cuatro años dejó de describirse como una enfermedad mental. Hoy los homosexuales siguen sin poder donar sangre porque se les considera un grupo peligroso. Existen bares, asociaciones de apoyo y alguna revista gay, pero es un circuito muy limitado. Para la sociedad china, profundamente confuciana, casarse y procrear es fundamental. En el ámbito rural, los homosexuales que se niegan a contraer matrimonio para guardar las apariencias se exponen a un calvario. La sexóloga He Xiaopei, del colectivo gay Pink Space, me contó consternada que no sabía cómo ayudar a un campesino de 35 años de Sichuan, a tres mil kilómetros al suroeste de Pekín. El hombre vivía en una aldea remota y llevaba días llamándola: sus vecinos se habían enterado de que era homosexual y no había salido de su casa en varios meses por miedo a que lo lincharan.

Sincerarse es muy complicado. Muy poca gente se aventura a contarlo en casa. Cuando se acerca el Año Nuevo lunar, fecha en la que se reúnen las familias, empieza a aumentar la presión para los solteros en general, pero sobre todo para los homosexuales. Son conscientes de que en algún momento de la cena un familiar les preguntará por qué no tienen pareja y a qué esperan para encontrarla. Desde hace unos años, muchos gais y lesbianas se ponen en contacto a través de foros especiales de Internet y pactan falsos noviazgos. Van primero a casa de uno y después del otro para calmar a las familias respectivas, luego se vuelve cada uno a su hogar, y tan amigos. Al cabo de unas semanas anuncian que han roto o bien se casan y viven separados, pero mantienen las apariencias en las fiestas de guardar. (…)

Casarse con Xu Bing significaba para ella una mezcla de muchas cosas: sentirse útil al ayudar a un amigo con problemas, abandonar el nido familiar, dejar de verse como una perdedora social y tener con quien alquilar, por fin, una barca de remos en el parque. Pero, sobre todo, suponía una victoria histórica después de tanto tiempo, un final feliz en su novela rosa particular.

Las primeras discrepancias surgieron cuando empezaron a organizar la boda. Xiao Qiong no acababa de quitarse de la cabeza la playa, el velo, los invitados riendo y las luces indirectas. Xu Bing quería firmar un papel. Había conocido a un chico que le gustaba y lo que más le apetecía era brindar con él por su libertad. (…)

Fue una mañana de invierno. Después de firmar el certificado de matrimonio, comieron en un hotel, sin más pompa que la de cualquier cumpleaños. Los padres de ella y los padres de él, ni un invitado más. El novio llevó a cabo el ritual de servirle el té a sus suegros. Mientras llenaba los vasos, exclamó: “Padre, quédese tranquilo. Voy a cuidar de Xiao Qiong”. A la novia se le revolvió el estómago pero no dijo nada.

Después de la cena, acompañaron a los mayores a sus coches. Cuando los vieron alejarse, Xiao Qiong y Xu Bing también se dijeron adiós. Ella se fue a su piso y pasó su noche de bodas viendo la televisión y comiendo cacahuetes. Él se marchó al apartamento de su novio, donde se instaló desde el primer día. (…)

A Xiao Qiong le gusta que quedemos para pasear. Cuando empieza a andar no para: pueden pasar horas antes de que decida sentarse. Dice que así se relaja y que le viene bien para dormir. Lleva meses tomando infusiones de hierbas y raíces que su médico le prepara para conciliar el sueño. (…) “Creo que estoy angustiada desde la boda”, dice. “No tuve ni anillo, ni luna de miel, ni fiesta en condiciones y me siento frustrada. Cuando vi que ni siquiera pasaba la noche de bodas conmigo, me di cuenta de que no había ganado nada casándome, pero era como una espiral de la que no sabía cómo salir”.

Del libro Hablan los chinos (Aguilar), de Ana Fuentes, excorresponsal de la cadena SER en Pekín, que se publica el 19 de septiembre.