Gasteiz, Irun… Varios casos recientes han sacado a la luz preguntas nuevas para asuntos que en realidad son antiguos, pero quedaban ocultos o estigmatizados. ¿A qué edad se define una persona como hombre o mujer? ¿Qué hacer si no coincide con su cuerpo?
Cada tiempo trae sus nuevas preguntas. Hasta hace unos años, la cuestión de la identidad de género se resolvía primero en el momento del parto y, ahora, en la ecografía. Una ecuación sin margen de duda: pene=niño, vagina=niña. Jesús Estomba (representante de Gehitu y del servicio Berdindu del Gobierno de Lakua) lo definió ayer como «el oráculo»: a partir de ese momento tan importante, todo el resto terminaría llegando «automáticamente», quedaba ya plenamente determinado (la preferencia sexual, la forma de ser, la ubicacion en el mundo…). Sin embargo, la realidad siempre es mucho más compleja y se revela cada vez con más claridad y más temprano. En los medios proliferan últimamente los casos de padres y madres decididos a cambiar a sus hijos e hijas de género, e incluso de sexo.
De todo ello se habló ayer en una mesa redonda en Donostia, organizada por el Colegio Oficial de Enfermería de Gipuzkoa. Junto a Estomba se sentaron Javier Gómez Zapirain, profesor de la Facultad de Sicología de la UPV y experto en estos temas, y Oihana Etxabe, matrona y máster en Sexología. El asunto resulta tremendamente amplio, como se verá en las siguientes líneas, pero el gancho de la charla era lo más perentorio, ese tema de actualidad y casi de cierta ansiedad generalizada: ¿A partir de qué edad se determina la identidad sexual?
Gómez Zapirain se animó a darle respuesta: desde los tres años se ha construido de forma básica, pero hasta los seis años no se asienta. Contó como anécdota ilustrativa el caso del hijo de un amigo que a los cuatro años decía: «De mayor seré mujer, porque quiero ser médico». El pequeño asociaba el concepto de género al de profesión porque su madre efectivamente era médica, por lo que quedaba claro que su afirmación no tenía mayor valor.
A partir de los seis años, los conceptos se van estabilizando, aunque la adquisición de la identidad sexual se prolongará hasta los 13-14, según explicó con la ayuda de un gráfico. Pero ocurre que entre medio llega la pubertad, el desarrollo corporal, que obviamente será una fuente de problemas si la identidad del menor («cómo se percibe a sí mismo, su verdad», en palabras de Etxabe) no se corresponde con lo que refleja su cuerpo. Zapirain admitió que «si estuviésemos seguros, sería mejor empezar desde aquí, desde los seis años, y no hacerles pasar por eso», pero no resulta una decisión fácil y además «¿quién la toma?», dejó en el aire.
El poder de la identidad propia
El tema se va desarrollando socialmente y como prueba en la CAV acaba de «salir del horno» un protocolo para ayudar a «menores trans» en las escuelas, explicó Estomba. Se intuye que hay situaciones duras, pero Gómez Zapirain quiso dejar claro que también existe mucha gente que afronta estos procesos sin mayores problemas: «Muchos no necesitan un sicólogo para nada», remarcó. Desde su experiencia, Estomba añadió que habitualmente se trata de «personas jóvenes con mucha fortaleza interna, una determinación increíble, y que solo necesitan información».
Lo realmente importante es apuntalar la identidad, coincidieron los tres expertos. Ese «trans» no es en realidad más que «un tránsito para mantener el protagonismo, para ser yo», resumió Gómez Zapirain. Entre otras múltiples anécdotas, este profesor recordó la primera vez que quedó con personas transexuales para una cuestión de trabajo. Era en una cafetería. «Cuando entraron por la puerta, no tuve dudas de que eran quienes habían quedado conmigo, porque ví a unos hombres vestidos de mujer. Pero a los cinco minutos ya sabía que eran mujeres, no había duda alguna, la identidad es tan poderosa…»
En paralelo consideraron esencial que la sociedad acabe entendiendo que las opciones de identidad de género o identidad sexual no son solo dos, en la medida en que «hay tantas maneras de ser hombre o mujer como personas somos», dijo el profesor. La matrona confirmó que «no existen dos biografías sexuales iguales, sino tantas sexualidades como personas». Así que Gómez Zapirain abogó por tomarse los conceptos de masculinidad y feminidad como dos meras balizas que marcan los límites del camino y «sirven para orientarnos», pero entre las que cabe absolutamente todo.
Siendo así la realidad, apuntó que lo que toca es ir sustituyendo el «modelo de congruencia» que ha regido desde siempre –y que ejemplificó con el test de personalidad MMIP que mide la masculinidad o feminidad de cada uno y aún se sigue usando– por un «modelo andrógino», en el que se asuma que todo se mezcla en nosotros y nosotras mucho más de lo que se parece y se acepta. «Hay toda una gama entre los dos sexos», recordó Etxabe. Una gama que empieza en cuestiones físicas como que el vello corporal no es exclusivo de los hombres ni estos son siempre más altos que las mujeres, y que se traslada del mismo modo a la orientación sexual (hetero, homo, bi…). Al fin y al cabo, los genitales masculinos y femeninos son solo variantes de un mismo elemento común inicial, las gónadas.
Una de las discusiones que nunca faltan en este terreno es la de si el género nace con la persona o se hace, es decir, el debate entre «los biologicistas, que solucionan rápido este tema, y los culturalistas, como las feministas, que dicen que es la cultura la que define el género. ¿Y qué decimos los sicólogos? –continuó Javier Gómez Zapirain–. Pues que ni una cosa ni la otra… o las dos juntas. Para mí esto es como lo que nos enseñaron de pequeños sobre la superficie, que es la base por la altura. Es la superficie lo que importa, la resultante. Así que esa discusión es un poco bizantina, no sirve de mucho a la hora de la práctica», zanjó.
La «factura social» y el futuro
Hubo coincidencia también en señalar que se va avanzando en todo esto, pero queda mucho por hacer. Para Estomba, esta realidad tan plural se ha intentado encajar en un marco conceptual muy reducido «como si fuera el zapato que se probaban las hermanas de Cenicienta. Y claro, no cabe». De ahí se deriva lo que llama «la factura social» que se sigue pagando, y en la que incluye tanto los ataques a la diversidad que no cesan como la necesidad continua de implantar normas legales, medidas educativas, protocolos, presupuestos, campañas…
Que la normalización queda lejos lo esbozó Gómez Zapirain al señalar que todo será más fácil el día en que la sociedad asuma por ejemplo que hay mujeres con pene. En la misma línea, Estomba apuntó que «si alguien tiene que ‘transitar’, quizás sea la sociedad», no los y las actuales «trans».
PRÓXIMOS RETOS: LESBIANAS INVISIBLES, INTERSEXUALES…
Euskal Herria ciertamente parece más avanzada que su entorno si nos ceñimos a algunos datos aportados por estos tres expertos. Etxabe citó positivamente la Unidad existente en el Hospital de Cruces para cuestiones como la transexualidad y Estomba apuntó el nuevo protocolo para centros educativos o las reformas legales ya materializadas, tras recordar que hasta 1993 la OMS mantuvo la homosexualidad catalogada como enfermedad.
Con todo, Gómez Zapirain matizó que cuando empezó en la profesión hace 30 años siempre oía que «la sexualidad es algo delicado» y hoy día, a punto ya de jubilarse, sigue escuchando lo mismo: «¿Por qué no podemos hablar de la sexualidad como hablamos de si va a haber terceras elecciones o no?», se preguntó. Y, por su parte, Estomba indicó que todavía les llegan «madres a las que se les han fundido los plomos porque su hijo les ha dicho que es gay».
Entre las cuestiones que le preocupan en el presente y futuro, el miembro de Gehitu y Berdindu aludió al déficit en la visibilización de las lesbianas. Junto a ello, hizo algunos apuntes preocupantes y a la vez emotivos sobre cuestiones como la intersexualidad, es decir, las personas que nacen con una ambigüedad genital. Aportando a la audiencia algún ejemplo bastante triste, censuró que todavía haya quien esté «jugando a ser dios» mediante el deplorable sistema de resolver estos casos a golpe de bisturí, aunque en el fondo Estomba se declara consciente también de que el problema de fondo es una intolerancia social hacia esa ambigüedad, como expresión algo más compleja de la diversidad.
«Es un auténtico drama lo que ha pasado con algunos menores intersexuales. Se ha optado por hacerles vaquero o indio, uno de los dos», reflejó con una metáfora cruda pero real.