El ‘odiobús’
Por eso es tan gran noticia que la justicia les haya parado las pezuñas
La he visto cambiar de verano en verano, alegrándole la vista al prójimo retozando en la piscina de su barrio. Una criatura llena de gracia y de esa elegancia de dentro afuera que no se vende en las tiendas. La vi de bebé, ricitos de oro, el pañal abultándole el culete bajo el biquini. La vi de niña chicazo, melenita de paje, culotes de colorines y tetillas al aire. La vi de adolescente rebelde con causas, rapado salvaje, calzones largos y banda a presión aplanándole las mamas, dándose unos lotazos de órdago con la novieta de turno. La veo hoy adulta, ser bellísimo vestido como le da la gana, y aún no sé si es o quiere ser chico o chica ni me importa. Porque es ella. O él. O ello. Una persona singular. Única. Como todas. He visto ese cuento de puertas afuera, sí. A saber lo que habrá sufrido ese cuerpo y esa mente y esa casa con esos cambios. Pero también he visto a mujeres con nuez tamaño kiwi y pene de regular calibre enterrado entre las nalgas. Y a hombres con toda la barba, pechos de la 120 tatuados al tórax y ovarios de dos yemas. A todos les he visto, y escuchado. Y son tan mujeres y hombres como Eva y Adán y viceversa.
Estábamos ya en estas cuando sale a la calle un autobús fletado por unos posesos de la verdad absoluta sentenciando que si naces hombre, hombre mueres, y si naces mujer, lo serás por los siglos de los siglos y los demás no existen. Porque lo dicen ellos. Puede que, ojalá, sean estos los últimos bramidos de una especie que ve cómo su mundo se les va de las garras. Pero, mientras, aterrorizan al diferente ninguneándolo. Por eso es tan gran noticia que la justicia les haya parado las pezuñas. Tolerancia cero contra la intolerancia. A veces, en mi infinita sabiduría, colijo que si su Dios misericordioso les mandara un hijo con vagina o una hija con dos cojones, perdón, testículos, sabrían de lo que hablan. Pero luego reculo. Quizá le negaran su naturaleza. Y eso no se lo deseo a nadie.