Los homosexuales podrán donar sangre en Francia a partir de 2016

“Es el fin del tabú y de la discriminación”, así ha anunciado la ministra de Sanidad francesa Marison Touraine en una entrevista a Le Monde el fin de esta prohibición que impide a los homosexuales donar sangre. Eso sí, habrá condiciones.

“En principio, la donación de sangre estará abierta a los homosexuales que no hayan tenido relaciones sexuales con otro hombre en los últimos doce meses”, explica Touraine. Mientras que en el caso del plasma “los homosexuales podrán donar si están en una relación estable desde hace al menos cuatro meses o si no han tenido relaciones sexuales en ese mismo tiempo”, añadía también.

“Las primeras donaciones nos permitirán realizar estudios y, si no hay peligros, las reglas que se aplican a los homosexuales se armonizarán con las normas generales durante el próximo año“, precisó.

La ministra también explica que reescribirán los cuestionarios que se realizan antes de la donación no solo a los homosexuales sino también a heterosexuales con prácticas sexuales de riesgo, como las prostitutas.

El gobierno de Hollande había prometido el levantamiento de esta prohibición, establecida en 1983, una cuestión de lucha además entre las asociaciones de defensa de los derechos de los homosexuales, que defienden que “no hay grupos de riesgos” sino “prácticas arriesgadas”.

“No por ser homosexual se tiene sida y no por ser homosexual se tienen prácticas sexuales de riesgo. ¡Esta visión es obsoleta!”, defendía el diputado socialista Olivier Véran cuando el debate entró en la Asamblea Nacional allá por 2013.

Sin embargo, el pasado mes de marzo el Comité Consultivo Nacional de Ética, consultado por la propia Ministra, consideró que la prohibición debía mantenerse mientras que no hubiera nuevos estudios que probaran la ausencia de riesgos.

A diferencia de Francia, en España en ningún momento la condición sexual del donante es motivo de discriminación. La donación de sangre se considera un gesto solidario, voluntario y altruista, para el que es indispensable ser mayor de edad, pesar más de 50 kilos y no padecer ni haber padecido enfermedades transmisibles por vía sanguínea. Los requerimientos para donar parten de la normativa española, un Real Decreto publicado en septiembre de 2005 por el Ministerio de Sanidad, en el que se prima la buena condición de salud del donante frente a sus prácticas sexuales.

“No he visto ese campamento de los horrores que relatan”

Francisco Andreo, el fundador de la MCSPA, conversa con un pescador en una de sus misiones en Kenia

Francisco Andreo, el fundador de la MCSPA, conversa con un pescador en una de sus misiones en Kenia.

El Vaticano llama “comisarios pontificios” o “visitadores apostólicos” a los obispos encargados de investigar “comportamientos morales inapropiados” en sus organizaciones. En la mayoría de los casos, las denuncias se archivan con el argumento de que “no estaban fundamentadas” o eran “de mala voluntad”. Así decidieron el primer visitador que investigó en la misión de Nariokotome, el arzobispo John Njue (fue en 2004 y hoy es cardenal de Nairobi), y los comisarios, obispos Collin Davies (2006) y Patrick Harrington (2007). Los entrecomillados figuran en la carta a EL PAÍS del actual prelado de Lodwar (Kenia), Dominick Kimengich, en cuya diócesis está la gran misión de la MCSPA.

El prelado escribe a EL PAÌS con el objetivo de “contrarrestar algunas acusaciones muy serias que ese periódico tiene la intención de publicar”. Añade: “Soy consciente de algunas acusaciones que fueron presentadas a la Congregación para la Doctrina de la Fe y al Consejo Pontificio de Laicos, pero parecen referirse a eventos investigados en 2006″.

“No hemos visto nunca ese campamento de los horrores que relata Paulino”, afirma el sacerdote y médico Pablo Cirujeda, que trabajó ocho años junto a Andreo en condiciones que amenazaron su salud. Reconoce que el trabajo era muy duro porque la misión está en una zona muy pobres de Kenia, con carencias de todo tipo, y también que el carácter de Andreo, líder incuestionable, no ayudaba. Pero dice no haber visto nunca lo que describe Paulino. Vivían en casas distintas, matiza.

EL PAIS pidió por correo electrónico opinión escrita sobre los dossiers, pero algunos de los denunciados por Paulino han preferido viajar a Madrid desde África y América. Divididos ahora en dos comunidades irreconciliables, los misioneros de una y otra organización se han expresado “sorprendidos” y “desolados” por las denuncias, además de “indefensos”. “Somos los primeros interesados en esclarecer la verdad”. Las reuniones se celebraron en sendos despachos de abogados y duraron casi cuatro horas, dos con cada grupo.

Histérico e hiperactivo

Andreo murió hace dos años. Todo el mundo acepta que, junto a un indudable carisma, tenía un carácter colérico y caprichoso. Paulino lo define así: “Además de histérico, era hiperactivo, tenía que estar siempre haciendo algo. No soportaba estar metido en la misión. Se levantaba y, sin plan preconcebido, llenaba una camioneta de jóvenes y salía a visitar presas, huertos y comunidades. Era un homosexual activo, que obligaba a mantener relaciones sexuales a multitud de jóvenes, muchos de ellos menores”.

Sus colaboradores en Kenia (Fernando Aguirre, Escolástica Wamalwa, Lourdes Larruy y Cecilia Puig) no creen las acusaciones. No tienen duda alguna sobre la moralidad del fundador, pero sonríen cuando se les pregunta por el carácter, como diciendo: “¡Si nosotros contáramos!” En cambio, quienes rompieron con Andreo y trabajan ahora en varios países americanos (Martí Colom, Silvia Garriga, Pablo Cirujeda y Pere Cané) no ponen “la mano en el fuego” por él. Dicen haber oído los rumores de abusos y que conocieron las denuncias investigadas. Tampoco dan crédito: “Nunca vimos nada”.

A Pere Cané, tan cercano al fundador cuando era un joven diácono de Badalona, le ha sorprendido la versión del Arzobispado de Barcelona sobre su “desaparición”. “Me he quedado anonadado. Ni me expulsan del diaconado ni me reducen al estado laical. Me marcho voluntariamente en febrero de 1991. Hasta entonces, sigo asignado a una parroquia como diácono y con sueldo del obispado. Pido una excedencia por estudios y la diócesis me sigue pagando mensualmente hasta mayo de 1993”. Antes de ‘desaparecer’ de Barcelona, Francisco Andreo había sido un sacerdote famoso y muy apreciado.

El crimen de Ostia

Un reciente filme de Federico Bruno, condenado a las carreteras secundarias, es la mejor explicación de la muerte de Pasolini.

Federico Bruno durante el rodaje de una de sus películas

Federico Bruno durante el rodaje de una de sus películas

En la noche del 1 al 2 de noviembre de 1975, el cineasta y escritor italiano Pier Paolo Pasolini fue asesinado en un descampado de Ostia, el puerto de Roma. A la mañana siguiente, un adolescente de 17 años, Pino Pelosi, confesó ser el responsable de la muerte. Según su declaración, Pasolini le había invitado a subir a su coche en los alrededores de la estación Términi y, una vez en el vehículo, le habría hecho proposiciones obscenas que provocaron la violenta reacción del joven. Homosexual muere asesinado. El relato con moraleja era tan sencillo y fácil de digerir por el gran público que esa versión de la muerte de un intelectual que se había convertido en el tábano del poder en Italia rápidamente se dio por buena.

Cuarenta años después, una película de Federico Bruno, Pasolini, la verdad oculta, propone una lectura distinta, indigesta y turbadora, del asesinato. Es un filme biográfico, rodado en blanco y negro y con un reparto que cuenta con actores tanto profesionales como sin experiencia, a la manera pasoliniana. El protagonista, Alberto Testone, tiene un asombroso parecido con el cineasta.

Bruno, director, productor y guionista del film, ha realizado entre 1998 y 2008 cinco películas en España, donde trabajó con Carlos Saura y rodó un documental sobre el actor Francisco Rabal.

En las dos absorbentes horas que dura su nueva película, Bruno acusa al Vaticano, a la Democracia Cristiana, al neofascista Movimiento Social Italiano, a los servicios secretos y a la policía de connivencia con la Mafia y el crimen organizado para deshacerse de un hombre que, además de la desafiante reivindicación de su homosexualidad, lanzaba arengas contra la clase política italiana desde su columna en el Corriere della Sera y amenazaba con dar a conocer oscuros secretos de Estado en una novela que estaba a punto de publicar, Petróleo, sobre la muerte del presidente del ENI (Ente Nacional de Hidrocarburos), Enrico Mattei, en 1962.

Pasolini, la verdad oculta se vio por primera vez en España el 8 de octubre pasado en la Filmoteca de Madrid. El filme reconstruye el último año de vida del director de títulos tan célebres como Accattone (1961), El Evangelio según Mateo (1964), oEl Decamerón (1971) y que por entonces ultimaba el montaje de su película más pesimista e insoportablemente dura: Saló o los 120 días de Sodoma (1975).

Tomando como base una novela del marqués de Sade, Pasolini sitúa en la república fascista de Saló una parábola sobre la capacidad destructiva del poder donde un Presidente, un magistrado, un obispo y un duque abusan de un grupo de jóvenes de ambos sexos a los que humillan, torturan y finalmente dan muerte por el puro placer que produce el ejercicio del poder.

La obra, póstuma, se estrenó en París por problemas con la censura en Italia. Es, según Bruno, una pieza clave para entender la trama asesina. Semanas antes del asesinato se produjo en la sede de Technicolor el robo de unas bobinas de la película. Bruno sostiene que los autores del hurto llamaron al director de Salóofreciéndole devolvérselas en un descampado junto a la playa de Ostia, adonde este acudió con Pelosi. Tras el robo estaba la mano de los servicios secretos que habían preparado la emboscada.

Una vez allí, el ragazzo di vita que sirvió de cebo fue agredido junto a Pasolini por un grupo de matones que apalearon con saña al escritor y pasaron por encima de su cuerpo varias veces con un Alfa Romeo similar al suyo. El cadáver quedó irreconocible. Pelosi, amenazado de muerte, huyó del escenario en el coche de Pasolini, pero unos policías ¿casualmente? estacionados cerca del lugar, lo detuvieron inmediatamente. Para salvar la vida, el joven se autoinculpó. Como era menor de edad, fue condenado a nueve años y medio de cárcel, de los que cumplió siete. Hoy es vendedor de bollos en un bar de Roma.

“En casos como este hay tres niveles de implicación: el que toma la decisión, el logístico y el ejecutivo”, explica Bruno. El primer nivel lo forma el poder, elestablishment o lo que en Italia se llama Il Palazzo. Tanto las esferas eclesiásticas como la derecha italiana deseaban la muerte de Pasolini, según esta interpretación, o por las informaciones que poseía o por dar un escarmiento y una advertencia. La logística la pusieron los servicios secretos y mandos de la Policía.El brazo ejecutor fue la mafia de Roma, que envió a sus sicarios a hacer el trabajo sucio.

En las horas siguientes, en el domicilio del cineasta se produjo un robo atípico, el del capítulo 21 del manuscrito de Petróleo, desaparición que la prima de Pasolini, Graziella Chiarcossi, denunció para retractarse tres días después. La investigación judicial rechazó analizar el automóvil de Pasolini y lo devolvió a la familia mientras Pelosi tuvo como defensor a Rocco Mangia, famoso abogado de la derecha que un joven marginal no hubiera podido pagar. Después, el silencio.

Ferrara y compañía

Una película, Pasolini (2014), de Abel Ferrara, protagonizada por Willem Defoe, ha recreado también las últimas horas del intelectual, pero con una asepsia que induce a dar por buena la versión oficial o a concluir que nunca se sabrá toda la verdad. También se ocupa del mismo asunto La macchinazione, dirigida por David Grieco y con Massimo Ranieri como protagonista, que tiene previsto su estreno en febrero en Italia.

Para construir su explosiva acusación, en la que se ha permitido “licencias poéticas” en la reconstrucción de los niveles superiores de la trama -la iglesia y la clase política-, Bruno se ganó la confianza de Pelosi. Este le aseguró que Pasolini y él se habían conocido en la estación Tiburtina cuatro meses antes del asesinato y no esa misma noche. Pelosi se ha retractado públicamente de su confesión inicial, pero nunca ha dado los nombres de sus cómplices. El cineasta también entrevistó a antiguos delincuentes que conocieron a Pasolini y que le aseguraron que en los ambientes de la Mafia callejera era vox populi que su asesinato se había hecho por encargo. ¿De quién?

Para Bruno, la negativa de las autoridades judiciales a reabrir el caso -se iniciaron y cerraron cuatro investigaciones en 40 años- y la desaparición años después del vehículo de Pasolini -cuyo análisis habría desmontado la versión inicial- son muestras de que Il Palazzo no va a investigarse nunca a sí mismo. Como prueba adicional de lo incómodo de su tesis, Bruno aduce las dificultades que encuentra para que la película salga de los circuitos alternativos de cine, pues las distribuidoras comerciales en Italia hasta ahora se han negado siquiera a verla y la prensa guarda el mismo silencio.

En su esfuerzo por dar visibilidad a su denuncia, Bruno presenta el 2 de noviembre en el escenario del crimen su modelo para una escultura de homenaje a Pasolini,mal recordado por un monumento desabrido, erigido con desgana en un parque descuidado, casi fuera del alcance de la vista.

Pasolini, la verdad oculta, se podrá ver de nuevo en la Filmoteca de Madrid en varios pases a partir del 10 de diciembre.

Canto a la vida desde los suburbios

LITERATURA  40 aniversario de la muerte de Pasolini

Pasolini escogió para sus novelas a unos muchachos que se desenvolvían entre el delito y el deleite, ubicados allá lejos, más lejos que Eritrea, en el fin del mundo: los suburbios inalcanzables

Pier Paolo Pasolini

Pier Paolo Pasolini. GETTY

Las primeras novelas, acaso las más potentes, de Pier Paolo Pasolini tenían dos protagonistas esenciales: los muchachos y el paisaje subproletario de las afueras de Roma.

Condenados a vivir de la picaresca y el delito, rodeados de brutalidad, obligados a la brutalidad, expresándose con brutalidad, tanto en Muchachos de la calle como en Una Vida violenta nos encontramos con una realidad que esquiva el precioso ascensor social mediante el cual las autoridades competentes y el dinero de la posguerra italiana convencían a las clases bajas de que sus mejores hijos acabarían ascendiendo a fuerza de trabajos forzados y merecimientos.

Por debajo de esas clases bajas todavía había mundo: un sótano al que no llegaba el ascensor social y donde por tanto regían las leyes de la selva. Esa selva estaba a tiro de piedra de las luces de la gran ciudad, a no muchos kilómetros de donde se hacían negocios en un país que pretendía levantar la cabeza después de los años de fascismo y la destrucción de la guerra.

A aquellas barrios malos no iba a llegar ninguna inversión que mejorara las vidas de quienes allí se apilaban. Pero los barrios malos tuvieron a un poeta que al menos les dio presencia a través de unos héroes cuya única pretensión era devorar la vida y hacerlo rápidamente: habían visto a demasiados viejos decrépitos como para desear siquiera adaptarse, entre otras cosas porque nadie iba a darles una oportunidad de adaptación.

El poeta era Pier Paolo Pasolini, marxista convencido que echaba en cara a sus compañeros ideólogos que no vieran que debajo de la clase obrera todavía había una capa más, la de los desahuciados a quienes nadie iba a prestarles la menor atención.

Escogió para sus novelas a unos muchachos que se desenvolvían entre el delito y el deleite, ubicados allá lejos, más lejos que Eritrea, en el fin del mundo: los suburbios inalcanzables. “Y en el corazón del suburbio, un partido de fútbol“, escribía Pasolini en uno de sus Poemas con forma de rosa. Porque también allí, junto a la decrepitud ambiental, el no tener qué comer, las excursiones al otro mundo, al mundo de la gran ciudad, para conseguir algún botín, se presentaba de vez en cuando la felicidad en forma de partido improvisado.

Pasolini, que consideró pronto que había dos iglesias, la iglesia marxista y la católica, y a ambas había que serle infiel porque no hacían sino pertrechar dogmas que no ayudaban a vivir, sino a mandar cómo había que vivir, cantó con audacia y lenguaje tosco, el lenguaje del ambiente que retrataba, esos lugares que estaban tan cerca y tan lejos del milagro de la recuperación económica. Los lugares a los que el milagro no llegaba, y la gente a la que se le prohibía creer en milagros.

Pasolini contra Pasolini

El cine “no consumible” del italiano, desde ‘Accatone’ a ‘Saló o los 120 días de Sodoma’, se hace fuerte en cada una de las infinitas contradicciones que propone.

Pasolini durante el rodaje de 'Teorema'

Pasolini durante el rodaje de ‘Teorema’. EL MUNDO

En una ocasión Michelangelo Antonioni dijo de Pasolini que cayó “víctima de sus propios personajes”. En la oración fúnebre que le dedicó delante de su cuerpo aún tibio, Alberto Moravia confesó haber soñado con su amigo días antes. En la pesadilla, pues eso era, el poeta de los desheredados corría y detrás de él se abalanzaba “algo que carece de rostro”. El escritor creyó primero ver a Italia entera en esa amenaza y, luego, menos catártico, se imaginó el destino necesario de una vida acosada; acosada por la propia vida, por la muerte.

Semanas antes de su brutal asesinato en la playa de Ostia un día como hoy de hace 40 años, se estrenaba ‘Saló o los 120 días de Sodoma’, una adaptación desesperada del Marqués de Sade que, a la vez, quería ser la metáfora desangrada de un tiempo, el suyo, convertido en un callejón sin salida; una evidente y salvaje formulación de lo más parecido al deseo de muerte. “Sólo en el momento de morir nuestra vida, hasta entonces impredecible, ambigua y errática, adquiere sentido”, manifestó el propio Pasolini en una entrevista de 1967.

Pasolini fue un hombre empeñado no en resolver sus contradicciones, sino en hacerlas suyas, en habitar en ellas y desde ellas definirse. Sin ser católico, jamás abandonó la esperanza de la gracia. Quiso ser comunista y no le dejaron por homosexual, por ‘depravadamente’ libre. Marxista y, sin embargo, luchador desaforado contra los estrechos márgenes del pensar dialécticamente impotente. Revolucionario a pesar de la crisis de una clase trabajadora seducida sin remedio por el sueño del consumo. Entregado a vivir por pura y paradójica coherencia con su muerte.

Una escena de 'Saló o los 120 días de Sodoma'

Una escena de ‘Saló o los 120 días de Sodoma’

Su cine, como no podía ser de otro modo, vivió desde el primer fotograma en la contradicción de ser el cine de él, de Pasolini, de un escritor que renovó la literatura italiana al dotarla de la carne y el sonido dialectal de la vida; de un novelista que salió a encontrar la herida de la calle; de un ensayista que jamás se conformó con el sonido triste de la academia; de un poeta simplemente; de un cineasta que a fuerza de negarse como tal acabó por ser el más libre de todos ellos.

Cuando se refería a su trabajo como director de cine siempre lo hacía desde la distancia de saberse diferente, de desearse de otra manera a los estándares de un arte entonces en plena revolución. Al referirse a ‘Teorema’, su controvertido retrato de una burguesía inane, hablaba de ella como un ensayo escrito. “Es una parábola, pero no didáctica, sino problemática. Y dicha problematicidad, de hecho, está presente en la película, que no presupone soluciones, que no ensaya nada; simplemente plantea problemas, hace consideraciones, propone observaciones… Deja un problema sin resolver”.

De la misma manera, cuando hablaba de su manera de componer los planos, de proponer la puesta en escena, jamás se refería al propio cine, sino a la pintura. “Mi gusto cinematográfico”, decía, “no es de origen cinematográfico, sino figurativo.Lo que tengo en la cabeza como una visión, como campo visual, son los frescos de Masaccio, de Giotto (que son los pintores que más amo, junto a algunos manieristas como Pontormo)… Por eso, cuando mis imágenes están en movimiento, están en movimiento un poco como si el objetivo se moviese por el cuadro; concibo siempre el fondo como el fondo de un cuadro, como un escenario, y por eso lo ataco siempre frontalmente”.

En definitiva, como él mismo gustaba decir, se negaba hacer cine para que fuera simplemente cine, cine para entretener el placer de la mirada. Defendía el cine a la altura de la misma poesía. “La poesía”, insistía cada vez que tenía ocasión, “no se consume. Dicen que el sistema se lo come todo, que lo asimila todo. No es cierto, hay cosas que el sistema no puede asimilar, no puede digerir. La poesía es inconsumible… Lo mismo vale para el cine: haré cine cada vez más difícil, más árido, más complicado, y quizá incluso más provocador para que sea lo menos consumible posible”.

Totó y Ninetto en un momento de 'Pajaritos y pajarracos'

Totó y Ninetto en un momento de ‘Pajaritos y pajarracos’.

Cuando el austriaco Michael Haneke se refiere a la influencia de Pasolini en su trabajo, habla, fundamentalmente, de esto último. No se trata simplemente de medir la capacidad para el ‘shock’ de ‘Funny games’ frente a ‘Saló…’ (la obra más apreciada por el austriaco). La idea es rescatar al cine de la mercadería de la imagen como bien de consumo. Y para ello es básico que el espectador se sienta agredido. Sólo existe la posibilidad de un cine como obra de arte, como espacio desde el que abrir un frente de resistencia.

Y así fue siempre. Sus primeros trabajos de principios de los 60, ‘Accattone’ y ‘Mamma Roma’, se construyen desde la necesidad, paralela al fuego de sus primeras y más celebradas novelas, de acercarse a la realidad. Se dice que poetiza el neorrealismo de Vittorio de Sica y Rossellini en el que hace pie y que, entonces, consumía todas las miradas. Pero, a poco que se preste atención, no se trata tanto de poetizar en el más laxo de los sentidos como de subrayar hasta alcanzar la sangre; de hacer más real lo real.

Sus personajes, con esa Ana Magnani convertida en santa madre de todos los desamparados, de todos los dioses desnudos; sus criaturas, decíamos, adquieren desde el primer segundo el carácter de arquetipos a la vez sagrados y profundamente carnales; eróticos incluso. Como en los cuadros de Caravaggio lo divino se funde con lo pagano en una justa y doliente reivindicación de la piel. Y siempre en un terreno extraño que irrita a la que vez que entusiasma.

Cuando, acto seguido, el poeta ofreciera su particular lectura de la vida de Jesús, el rey de los desheredados, los extremos de la más íntima contradicción hicieron que ‘El evangelio según Mateo’ fuera igualmente reivindicada por el furor marxista que por la devoción cristiana. El Cristo de Pasolini, como él mismo, vive incapaz de entender lo eterno sin tocar el corazón de lo efímero. Como en su poesía, cada nombre, por excelso que se pretenda, aparece siempre acompañado por un adjetivo que lo degrada, lo hiere: impuro aire, paz mortal, odiada pureza… Y así.

Una escena de 'Pocilga'

Una escena de ‘Pocilga’.

Cuando el 1966 rueda ‘Pajaritos y pajarracos’, convierte en imagen el primero de sus ensayos. Explícitamente, el cuervo marxista pone sobre la pantalla la primera de sus “parábolas incómodas”. En la escena final en la que Ninetto y Totó se comen al pobre pájaro, en realidad, comulgan con él y el ideario revolucionario adquiere, por el milagro de la transubstanciación, la realidad de la carne y la sangre. Amén.

Después, a un ritmo de película por año, Pasolini siente la necesidad de ofrecerse él mismo en sacrificio a unos espectadores demasiado cómodos en su existencia de proletarios con coche. Eso o de burgueses entretenidos en el juego de demolición de su propio sistema de creencias. Todo falso, todo impostura. En un movimiento que bien se podría llamar dialéctico, se lanza a analizar su tiempo desde la doble óptica del pasado de los clásicos y, a la vez, de la urgencia presente de la crítica.

De ese tiempo, en los años que va de 1967 a 1969, los mitos de ‘Edipo’ y ‘Medea’ se conjugan con el ácido de su cine más esquinado, crítico y demoledor. Aquí, ‘Teorema’ y ‘Pocilga’. No se trata tanto de alegorías como, ya se ha dicho, parábolas sin solución que quieren hacer de las contradicciones que las soportan su único sentido.

Quizá de la insoportable tensión de estas últimas propuestas naciera la necesidad de la ‘Trilogía de la vida’: ‘El Decamerón’, ‘Los cuentos de Canterbury’ y ‘Las mil y una noches’. Tres películas que celebran la libertad del deseo, el placer de la libertad desde la seguridad que da desprenderse de la urgencia de la actualidad. El tiempo haría que el propio Pasolini renegara de un trabajo que acabó por imitarse mal, convertido casi en un subgénero pornográfico.

Willem Dafoe en la película de Aber Ferrara 'Pasolini'

Willem Dafoe en la película de Aber Ferrara ‘Pasolini’.

Pocos de los que celebraron esta última y libérrima propuesta del director parecieron caer en la cuenta del giro cada vez más acusado hacia algo parecido a la desesperación. Los héroes de Pasolini ya no están en la Italia de ‘Muchachos de la calle’ sino muy lejos, en eso que con condescendencia se da en llamar Tercer Mundo. La esperanza reside sólo en los últimos, en aquellos definitivamente arrinconados.

Desengañado, su último trabajo en el que iguala consumo con nazismo, haciendo coincidir a Dante con Sade y a la figura de Musolini con los modales blandos de una Europa moribunda, es ya el testamento de un hombre que ya sí es capaz de anticipar su propia muerte. “Sólo en el momento de morir, nuestra vida cobra sentido”, dice.

Recientemente, Abel Ferrara se detenía en ‘Pasolini’ en los últimos días del poeta.“El fin no existe. No queda otra que seguir esperando. Algo sucederá”, le dice en la película el personaje interpretado por Riccardo Scamarcio a Ninetto Davoli. Se lo comenta sobre unas escaleras que no parecen llevar a ninguna parte. Y ahí, sin más, sin otra revelación que el más doloroso de los cansancios, se acaba la lírica, profunda y triste película.

La cinta recorría tan sólo unos días; los que desembocaron en su brutal asesinato en la playa de Ostia el 2 de enero de 1975. En la pantalla se escenifica el improbable encuentro de lo vivido y lo soñado. Los personajes de Pasolini se mezclan, discuten y se esconden detrás su autor. Quizá son lo mismo. Ferrara se esfuerza no tanto en contar nada como en reproducir o intuir la simple sensación de la muerte; quizá el fantasma sin rostro del sueño de Moravia; tal vez el propio Pasolini acosado por sus personajes. Pasolini contra Pasolini.

Incómodo Pasolini

Pier Paolo Pasolini, rodando ‘Accattone’

Pier Paolo Pasolini, rodando ‘Accattone’. / Reporters Associati

La teoría más estrafalaria sobre el asesinato de Pier Paolo Pasolini la expuso hace diez años su amigo el pintor Giuseppe Zigaina, que defendió en un libro la posibilidad de que el poeta y director de cine hubiese planificado su propia muerte. A su juicio, habría sido una «imitación de Cristo» llevada al extremo, la creación de «un nuevo mito de muerte y renacimiento», un martirio voluntario del que Pasolini había ido avanzando misteriosas pistas en distintos lugares de su producción artística. La hipótesis de Zigaina tiene que ver, sin duda, con el aire ‘pasoliniano’ que tuvo el trágico final del intelectual italiano, en el que aparecían algunos de los elementos que habían vertebrado su vida y su obra. Pero, a la vez, esa ocurrencia tan loca permite hacerse una idea de los ojos con los que muchos contemplan hoy aquel crimen: cualquier explicación, incluso las abiertamente desquiciadas, parece más creíble que la versión ratificada en su momento por la Justicia.

Los hechos que hoy cumplen cuarenta años se desarrollaron de una manera que, ciertamente, tuvo cierta consistencia cinematográfica, de película muy negra y terriblemente dura. A las diez y media de la noche del 1 de noviembre de 1975, Pasolini recogió a un chapero en la estación ferroviaria de Roma Termini y se lo llevó a «dar una vuelta» en su Alfa Romeo Giulia GT 2000: se trataba de Giuseppe Pelosi, conocido como Pino ‘la Rana’, un chaval de 17 años con antecedentes por pequeños delitos. El director, que no era precisamente inexperto en el mundo de la prostitución masculina, invitó al joven a cenar unos espaguetis en una ‘trattoria’, mientras él se bebía una cerveza, y después siguieron juntos su ruta hacia Ostia, la parte costera de la capital italiana. A la una y media de la madrugada del 2 de noviembre, una patrulla de ‘carabinieri’ emprendió la persecución de un Alfa Romeo que circulaba a gran velocidad y en sentido contrario: su conductor y único ocupante era Pelosi, que trató de escapar corriendo pero fue detenido. Cinco horas más tarde, una vecina de Ostia encontró lo que, en principio, le pareció un montón de basura. Se trataba del cadáver deshecho de Pasolini, que había sido apaleado y después atropellado varias veces con su propio coche. Tenía varios huesos rotos y los testículos machacados.

Pelosi explicó que había matado a Pasolini porque pretendía sodomizarlo con un palo. Nadie se creyó que, con sus hechuras de adolescente, hubiese podido apalear a la víctima sin sufrir ningún rasguño y sin siquiera mancharse, de modo que el juez Carlo Alberto Moro, hermano de Aldo Moro, lo condenó por homicidio voluntario «en concurso con desconocidos». Esa puntualización sería eliminada después por la corte de apelaciones, que dejó a Pelosi como único responsable del crimen. La investigación fue una de esas chapuzas apresuradas tan características de la Policía italiana, que convierten el país en un campo abonado para vistosas teorías de la conspiración: hubo pruebas que se dejaron a un lado (en el coche había un jersey que no pertenecía ni a la víctima ni al asesino) y otras que se dañaron durante el proceso (el vehículo se quedó bajo la lluvia y, después, los agentes lo estamparon contra un poste cuando lo llevaban al juzgado).

Los amigos de Pasolini, como la periodista Oriana Fallaci, plantearon desde el principio que el intelectual había sido víctima de un complot y convirtieron su asesinato en un emblema de la inmundicia moral que reinaba en el país: eran los años de plomo, un periodo de caos, extremismo político y confabulaciones siniestras que estuvo salpicado de atentados terroristas, muchas veces sin esclarecer. «Pelosi y los otros fueron el brazo que mató a Pasolini, pero los que autorizaron este acto son legión; en realidad, toda la sociedad italiana», clamó el escritor Alberto Moravia, íntimo del asesinado. «Ha sido una ejecución pública, para que todo el mundo vea y aprenda», concluyó la periodista y política Maria-Antonietta Macciocchi.

Pasolini pasea por una barriada de Roma junto a Ninetto Davoli, que fue el amor de su vida

Pasolini pasea por una barriada de Roma junto a Ninetto Davoli, que fue el amor de su vida. / R. C

A lo largo de su carrera, Pier Paolo Pasolini se había ganado tantos enemigos que se hace casi imposible enumerarlos: siempre fue un hombre esencialmente incómodo, inconformista y ajeno a los rebaños ideológicos. Por supuesto, la ultraderecha lo detestaba, y los cachorros fascistas habían convertido en una tradición las protestas violentas en los estrenos de sus películas, pero también los suyos, los comunistas, solían quedarse descolocados ante sus opiniones heterodoxas y transgresoras. En ese sentido, resultó particularmente significativa su postura ante las revueltas estudiantiles de 1968, donde se puso del lado de los policías: eran, según escribió en un poema memorable, los «hijos de los pobres» apedreados por los «hijos de papá». Pasolini lo mismo alertaba sobre el consumismo como nuevo totalitarismo, que investigaba los lazos entre el poder y la mafia: en el momento de su muerte no estaba en el ojo de un huracán, sino de al menos tres, por el robo de varias bobinas de su controvertida película ‘Saló o los 120 días de Sodoma’, por sus explosivos artículos sobre las conexiones criminales del Gobierno y también por la novela que estaba escribiendo, ‘Petróleo’, con preocupantes implicaciones para el Ente Nacional de Hidrocarburos.

La bomba de Pelosi

El cadáver del poeta y director de cine estaba destrozado. A la derecha, Pelosi entra en los juzgados

Pasolini pasea por una barriada de Roma junto a Ninetto Davoli, que fue el amor de su vida. / R. C.

Giuseppe Pelosi salió en libertad en 1983 y esperó veintidós años antes de hacer su gran revelación: en 2005, en una entrevista con la RAI, afirmó que los asesinos fueron en realidad tres hombres a los que él no conocía, que hablaban con acento siciliano y que arremetieron con palos y cadenas contra Pasolini, mientras le llamaban «sucio comunista». Añadió, además, que los tres sujetos le habían amenazado con hacer daño a sus padres si contaba algo, así que había esperado a que ambos falleciesen para desvelar lo ocurrido. Se retomaron las pesquisas y la Policía científica halló el ADN de cinco personas en la ropa de la víctima, pero, a falta de correspondencias que permitiesen identificarlas, el caso se ha archivado en mayo de este año. El abogado Stefano Maccioni, que representa a un primo de Pasolini, ha emprendido una campaña para que no se abandone la investigación: hace un mes, ha planteado la petición de que se cree una comisión parlamentaria dedicada a este crimen, que ya suma casi diez mil firmas en internet. «Yo creo que algún día podremos saber quiénes y por qué mataron a Pasolini. Llevo casi seis años tratando de responder a estas preguntas», explica el letrado a este periódico. Maccioni, que se refiere a Italia como «el país de la verdad póstuma», se muestra convencido de que el caso está rodeado de intereses oscuros: «No es una casualidad que Pasolini fuese asesinado de aquella manera, ni tampoco que se haya querido hacer creer que intentó ejercer la violencia carnal sobre un menor. Durante muchos años esto ha enfangado la memoria y el valor artístico de Pasolini».

El propio poeta escribió en 1972 que la muerte es algo así como un montaje cinematográfico que da sentido a la vida: «Selecciona los momentos verdaderamente significativos y los coloca en sucesión, haciendo de nuestro presente infinito, inestable e incierto un pasado claro, estable, cierto». Se podría pensar que, en su caso, el montaje ha resultado fallido, una traición al material acumulado a lo largo de su biografía, pero también es defendible la tesis contraria: a través de su asesinato sin resolver, Pier Paolo Pasolini sigue cumpliendo ese papel que siempre asumió con gusto, el de cuestionar el fondo turbio de la conciencia nacional italiana.

 

“La homosexualidad en el franquismo”, un reportaje de Canal Sur.

En noviembre se cumplirán 40 años de la muerte del dictador Francisco Franco. Recuperamos un interesante reportaje elaborado por el equipo de Los Reporteros, de Canal Sur, en 2012, que recoge el testimonio de algunas personas que fueron perseguidas y tuvieron que pagar con la pena de prisión el hecho de ser transexuales, gays o lesbianas. Aquellas personas a quienes el franquismo aplicaba la ley de vagos y maleantes, y luego la de peligrosidad social. Muerto el dictador, para ellos y ellas no hubo ni idulto ni amnistía, y tuvieron que esperar hasta 1979 para que se derogaran las leyes que les reprImían (la Ley de Rehabilitación y Peligrosidad Social no se derogó totalmente hasta 1995).

Nigel Owens: El árbitro gay que impone su ley en la final del mundial de rugby

Nigel Owens en plena acción CORDON

Nigel Owens en plena acción CORDON

“El rugby es un mundo muy heterosexual y claramente masculino, y eso me puso las cosas muy difíciles, aunque no podría decir que es un deporte abiertamente homofóbico. Digamos que no es un ambiente en el que me pueda sentir yo mismo…”. Y sin embargo, Nigel Owens, el primer árbitro abiertamente gay en pitar la final de un mundial de rugby (en la que hoy se enfrentan Australia contra Nueva Zelanda), se siente ahora en su elemento natural en un mar de “hombres, hombres” que le respetan como lo que es: probablemente el mejor “colegiado” de la pelota ovalada, alabado por su manera de “encauzar” hasta los partidos más sucios.

En vez de imponerse a lo macho (“aquí estoy yo”), Owens ha popularizado un estilo propio, con grandes dosis de humor galés (“vuélvelo a intentar en dos semanas, pero esa entrada no te la perdono hoy”) y un punto irrenunciable de cabaret, poniéndole música al crudo espectáculo.

A sus 44 años, y pese a seguir recibiendo abusos verbales en el campo y en Twitter, Owens confiesa que por fin se siente no sólo respetado sino “querido”. A los 26, sin embargo, creyó haber llegado al fondo del precipicio. Intentó suicidarse con una mezcla letal de pastillas y alcohol; llevaba una pistola para rematar la faena. Un helicóptero de la policía le descubrió a tiempo y aplazó la decisión. Se salvó por cuestión de minutos.

Todo esto lo cuenta el propio Owens en Medio tiempo, la autobiografía con la que decidió salir literalmente del armario (eso fue lo que hizo cuando la promocionaba en programas de televisión). Dos años después, el internacional galés Gareth Thomas siguió sus pasos y entre los dos han contribuido a quitarle al rugby el estigma de deporte para homófobos.

Su afición por el deporte, recuerda Owens, empezó en el colegio en Mynyddcerrig. Jugaba como zaguero (defensa), pero tras fallar una decisiva “conversión” en un partido crucial, su entrenador le dijo medio en broma: “¿Por qué no te metes a árbitro?”. Y eso fue lo que hizo…

“Desde entonces he tenido la suerte de ver algunos de los mejores partidos de rubgy de la historia y he podido pitar muchos de ellos”, presume Owens. “Como cualquier árbitro, he tenido que tragar mucho. Pero con el tiempo, he aprendido la manera de hacerme respetar, o eso creo… Si eres gay y quieres hacer deporte, son los matones quienes deberían tener miedo de ti, y no al contrario”.

Orgía salvaje de Marc Jacobs

Marc Jacobs

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El diseñador utilizó la aplicación de móvil Grindr para una ‘quedada’ sexual con diez veinteañeros con los que compartió un fin de semana de sexo y drogas

Marc Jacobs es la comidilla estos días de esa ciudad que no descansa en las 24 horas. El diseñador utilizó la aplicación de móvil Grindr para una ‘quedada’ sexual con diez veinteañeros con los que compartió un fin de semana de sexo y drogas. En su apartamento había psicotrópicos y metanfetaminas aunque él confesó que solo ‘consumió’ sexo. No es su primer escándalo sexual transmitido por las redes sociales. Pero esta vez, sus efectos han provocado que cancele su cuenta en Grindr.