‘Ni una asesinada más’
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Rocío tiene cuatro años y lleva tres horas flipando a hombros de su madre y de su abuelo. La gente le sonríe, le tira besos y le hace mil fotos. La cría es simpática y tiene cara de pilla, pero eso no puede explicar este éxito manifestante de cámaras y risas. Debe de haber algo más, tiene que tener una explicación, vaya misterio de mediodía… La pancarta.
Porque Rocío, un comino con jeta de pirata y camiseta morada de combate, está sujetando un cartelín que resume este día callejero contra el patriarcado y la violencia de género: «Yo no soy una princesa ¡Soy una guerrera! Y voy a ser la mujer que me dé la gana ser».
Estamos en la Marcha Estatal contra las Violencias Machistas, decenas de miles de gargantas venidas de toda España para censurar los asesinatos semanales y las agresiones de los hombres violentos. De los hombres violentos con las mujeres. «Feminicidios tolerados por el sistema patriarcal», como dicen las organizadoras de la Marcha y los carteles rampantes por tres calles fundamentales de Madrid. “Ni una asesinada más“, como gritan los megáfonos y los gaznates desde la estación de Atocha hasta la plaza de España.
Hoy es 7-N y, por el impacto en la ciudad y en los medios de comunicación, lo será bastantes días. Si el eco dura, el Movimiento Feminista habrá ganado la prórroga del partido de este sábado violeta y guerrero. Como Rocío.
Miles de mujeres y hombres han pateado Madrid durante más de cuatro horas con un mensaje en las cuerdas vocales y en las pintadas: «La lucha contra la violencia de género debe ser una cuestión de Estado». Cientos de sábanas horizontales hablan de «terrorismo», decenas de mujeres de negro se tiran al suelo con tizas pintando sus siluetas como si fueran víctimas del crimen organizado. «Es vergonzoso que el Estado haya recortado en políticas contra la violencia y la haya invisibilizado. Si mataran a hombres, el país estaría militarizado», nos dice Ada Colau, alcaldesa de Barcelona codo a codo con su homóloga Manuela Carmenaen la pancarta de las ciudades.
Los políticos están muy alejados de la cabeza de la manifestación, pero los medios los buscan con prisa de portadas. Pedro Sánchez camina arropado entre gritos de sus fieles socialistas:«¡Presidente, presidente!». Dice que todos los días son de lucha, pero «hoy más» y que hay que dotar de recursos la ley contra la violencia de género que parió Rodríguez Zapatero hace 11 años.
Por allí vemos una cartulina pequeña con un mensaje grande: “Pelea como una mujer“. Se acabó el macho alfa. Bienvenida la lucha de todas las hembras de la evolución. “Hay que cuestionar los papeles tradicionales dados al hombre y a la mujer. Hombre valiente, mujer sumisa. Yo ni siquiera quiero lo contrario. Quiero la igualdad“, dice la persona que porta el cartel… un hombre. Alejandro, para más señas y señales.
Paseo del Prado arriba está Podemos, con cinta de seguridad alrededor. Pablo Iglesias nos habla de «alternativas habitacionales para víctimas aunque no haya denuncias», algo relevante en una violencia que llega poco a las comisarías y a los juzgados por muy real que sea.
La gente le hace fotos y se tira selfies con palos infinitos. Pero a Samir, 27 años, abrigo hasta los tobillos, pies descalzos, cara de hambre, todo eso le da igual. Va por entre los manifestantes con un vaso de papel pidiendo una moneda para poder comer. Lleva barba y piel de mil días a la intemperie. “Soy rumano. Llevo un año aquí. No tengo nada. Duermo en la calle“. Le preguntamos si sabe dónde está, qué es todo esto, por qué grita la gente. No entiende nada. Le contamos lo que pasa y abre mucho los ojos. “En Rumanía hay mucha violencia contra la mujer. Mucha. Esto me parece bien. ¿Tienes una moneda?”.
La única presencia política cercana al Gobierno es Andrea Levy, vicesecretaria de Programas del PP. «No es cierto que haya habido recortes en los planes contra la violencia de género. Pido a los partidos que no mientan», cuenta a la agencia Efe.
Mientras los políticos hablan cerca del Museo del Prado, un manojo desupervivientes sostiene la pancarta de cabecera miles de manifestantes más allá, en plena Gran Vía. Esas mujeres llevan unas máscaras para que sus verdugos no las reconozcan. Para que no sepan dónde están.
Le pasa a Inés, 51 años, que vive en un centro de recuperación integral, en secreto, lejos de la ciudad donde pasó 26 años de tortura. «Nunca denuncié por miedo arepresalias contra mi familia. Me he pasado la vida yendo a urgencias diciendo que eran golpes que me daba yo en casa. Pero eran tortas, patadas, puñetazos… Bueno, y palizas con el paraguas».
Rocío, la traviesa de los cuatro añitos, no sabe nada de todo eso. Al poco de nacer, las infecciones respiratorias casi se llevan a la pequeña guerrera. Lo cuenta Lola, una madre con todas las luchas encima y unas cuantas victorias por dentro: «La niña estuvo mucho tiempo ingresada y en la UCI nos dijeron que no lo superaría. Pero mírala. Aquí está. Por eso es una guerrera. Y la pancarta no miente: no le gustan nada las muñecas, ni las princesas, ni el rosa».
– ¿Cuál es tu color favorito, Rocío?
– ¡El amarillo!