Las consecuencias de la “gaytrificación”: Cómo la subida de precios de los ‘barrios gay’ podría expulsar a este grupo

Con dinero y sin niños, o así lo afirma la leyenda urbana, la comunidad LGBT siempre ha visto el potencial de los barrios degradados de la ciudad y ha contribuido a su transformación. Sin embargo, el fenómeno de la gentrificación(el progresivo aburguesamiento de barrios populares) amenaza los barrios gay más conocidos

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La ciudad de Atlanta engalanada para celebrar el Orgullo Gay. EFE

El asistente personal Brenden Michaels se pregunta si sus días en Brooklyn están contados. Todavía se aferra al piso que alquiló a buen precio en el más que aburguesado barrio de Williamsburg, pero es consciente de que los alquileres de la zona se han disparado. Ahora sospecha que las mejoras que hizo en el apartamento se volverán en su contra.

“Volví a pintar todo el apartamento, puse plantas en el balcón donde está situada la escalera de incendios y he reparado muchos desperfectos”, explica: “Si tengo que dejar este apartamento, se lo van a encontrar mucho mejor de lo que estaba cuando entré. Y haciendo todo esto, he aburguesado mi casa y he contribuido a mi propia expulsión del edificio”.

De algún modo, la experiencia de este joven de 29 años es muy parecida a la de muchos otros gays, lesbianas, bisexuales y transexuales urbanitas. Suelen buscar un tipo de vecindario que los acepte y con alquileres asequibles, y a menudo terminan en barrios baratos y degradados de la ciudad; como era el caso de Williamsburg. Sin embargo, su mera presencia en estas zonas ha contribuido a la transformación de las calles y ha acelerado el proceso de ‘aburguesamiento’, con el consiguiente aumento de los alquileres.

Esta larga marcha de la comunidad LGBT por los barrios de la ciudad no solo está relacionada con la vivienda. También tiene que ver con los negocios que afloran a su paso. Los bares de ambiente han conseguido atraer a un tipo de clientela con más dinero en barrios como el Soho londinense o el East Village de Nueva York.

Muchas ciudades del mundo occidental han sufrido recientemente una epidemia de cierres de negocios vinculados a la comunidad LGBT. En Londres, más de diez establecimientos de este tipo han cerrado desde 2010. Este fenómeno también ha afectado a bares y clubes que no son de ambiente. La diferencia es que estos no corren el riesgo de convertirse en una especie en vías de extinción.

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La neoyorquina Gay Street. WIKICOMMONS

Las razones de estos cierres no siempre son negativas. En la actualidad, los gays, lesbianas, bisexuales y transexuales pueden ir al bar que les plazca sin sufrir acoso, y gracias a Internet no necesitan ir a un bar de ambiente para conocer a gente. Sin embargo, las mudanzas y los cierres están inquietando a muchos miembros de esta comunidad, que se preguntan si el aburguesamiento podría llegar a convertir los barrios gay en cosa del pasado.

En el Reino Unido, la mayoría de los barrios gay se concentra en Londres, en cambio en otros países se trata de un fenómeno más diseminado. En Estados Unidos, muchos negocios “gay” de Nueva York, Boston, Seattle y San Francisco han tenido que mudarse de barrio. En Europa está pasando algo parecido en el barrio parisino de Le Marais, el barrio berlinés de Prenzlauer Berg, y el barrio Glockenbachviertel en Munich. Muchos lugareños han tomado cartas en el asunto para proteger sus lugares de encuentro pero junto con un sentimiento de solidaridad se percibe la confusión.

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Por un lado, existe la convicción de que este tipo de barrios deben ser protegidos. Por el otro, resulta evidente que los que frecuentan estas zonas (y en especial los gay) han jugado un papel decisivo en este aburguesamiento. Adinerados y sin hijos, o así lo afirma la leyenda urbana, este grupo siempre ha estado en la vanguardia de nuevas zonas a rehabilitar, expulsando a los lugareños que pagaban alquileres baratos y dejando a su paso un gran número de tiendas de muebles de diseño de “mirar pero no tocar” y cafeterías que sirven un café a precio de oro.

Los urbanitas gay que ven como sus locales y puntos de encuentro desaparecen, ¿Están recogiendo los frutos que ellos sembraron? ¿O es erróneo asociarlos con el fenómeno de aburguesamiento?

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La neoyorquina Gay Street. WIKICOMMONS

Desde que abrió en 2002 hasta que cerró sus puertas en noviembre, el pub George and Dragon (San Jorge y el Dragón), de Richard Battye, situado en el barrio londinense de Shoreditch, era el epicentro de la comunidad LGBT del este de Londres. Battye vive en el barrio desde la década de los noventa del siglo pasado y está descontento con la transformación de la zona. Sin embargo, es consciente del papel que jugaron establecimientos como el suyo en este cambio: “En los noventa, no prestamos la suficiente atención a los miembros de la comunidad que siempre había vivido aquí; algunos nos acogieron con los brazos abiertos y disfrutaron del ambiente, mientras que otros vivieron la transformación con perplejidad”, explica: “La mayoría de nosotros no éramos hombres de negocios, simplemente nos estábamos divirtiendo, y de hecho mi pub nunca fue una gran máquina de hacer dinero”.

Lamenta que “los alquileres han subido y ya no quedan pisos asequibles porque se han vendido, y los negocios de noche están amenazados porque la gente ha invertido en vivienda y no quiere problemas”. “Lo siento por la comunidad LGBT, que está perdiendo gran parte de sus lugares de reunión, pero lo cierto es que nosotros hemos desempeñado un papel en este cambio”, concluye.

Los miembros de la comunidad LGBT que llegan a un barrio son una pieza minúscula del engranaje que empuja la transformación. Es importante recordar que a menudo sus elecciones se deben a motivos muy distintos a los de sus vecinos heterosexuales. La elección de la vivienda no gira exclusivamente en torno al precio. Como señala Michael, un hombre de Oregón que se mudó a Nueva York y tiene unos ingresos por debajo de la media: “No me fui del interior del país porque quise, me empujaron a ello. Como muchos homosexuales que crecieron en este país no sentía que el campo fuera un lugar seguro, acogedor y económicamente viable para mí, ya que solo en las áreas urbanas podía conseguir unos ingresos estables. Incluso ahora, si regresara, los lugareños no me estarían esperando con los brazos abiertos y estaría muy limitado al buscar pareja”.

Algunas barreras de tipo práctico han empujado a la comunidad LGBT a buscar barrios más baratos y menos codiciados. En los ochenta, las familias no tradicionales tenían dificultades para acceder a una hipoteca. Los que tenían el dinero buscaban casas que fueran lo suficientemente baratas como para ser compradas al contado. Por ejemplo. El Soho londinense de los años cincuenta (para los gays) y Hebden Bridge, West Yorkshire de la década de los sesenta y setenta para las lesbianas. Las posibilidades de tener hijos también eran más limitadas, y eso les daba una mayor flexibilidad si querían mudarse, ya que la calidad de las escuelas del barrio no era importante. Y no todo eran razones de tipo práctico. Esta comunidad intentó congregarse en grandes ciudades porque en otros sitios no siempre encontraron la aceptación que buscaban.

Lesbianas, las primeras expulsadas

La asociación entre la comunidad LGBT y la transformación de las ciudades no es nueva. Lo que sí es novedoso es el importante papel que se les ha asignado en debates sobre urbanismo y la gentrificación de los barrios.

Se remonta a la publicación de El crecimiento de la clase creativa, de Richard Florida, que situaba a los gays en el epicentro de la regeneración de las ciudades, integrantes de la vanguardia transformadora junto con la comunidad artística, los trabajadores del sector de la computación y la bohemia más adinerada. Esta vanguardia contribuyó a que se repoblaran y rehabilitaran zonas urbanas deprimidas. Crearon barrios en los que “los creativos ricos” querían vivir y que atrajeron una mayor inversión económica. Si a la tolerancia hacia los homosexuales se le suma un mayor porcentaje de residentes extranjeros y una mayor diversidad racial, es probable que el barrio atraiga al tipo de mentes creativas que propician el éxito económico de la ciudad. En otras palabras, cuantos más gays, más tolerancia.

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Una librería gay en Chueca, Madrid. EFE

El argumento de Florida sobre que la tolerancia sexual no es el único factor sino una prueba de fuego para medir la capacidad para atraer grupos diversos ha quedado apartado. A menudo ha llevado a concluir que los residentes miembros de la comunidad LGBT son sinónimo de crecimiento automático.

Este enfoque puede parecer un poco simple pero no carece de fundamento. Según el profesor de sociología Amin Ghaziani, que analizó esta cuestión al escribir su libro There Goes the Gayborhood (Ahí va el barrio gay) hay suficientes pruebas como para demostrar que la comunidad LGBT provoca el aumento de los precios de la vivienda.

“Sabemos que en aquellas zonas con concentraciones elevadas de gays y lesbianas, el precio de la vivienda experimenta una mayor subida que la media nacional”, indicó Ghaziani en relación a Estados Unidos: “En zonas en las que los hogares formados por dos hombres suponen más del 1% de la población (tres veces por encima de la media nacional) el precio sube un 14%. En zonas con el mismo porcentaje de hogares formados por dos mujeres el aumento es del 16,5%, en comparación al umbral nacional del 10%”.

Curiosamente, los gays no empezaron este proceso. Según la socióloga Sharon Zukin, las lesbianas, mucho más vulnerables, propician el cambio. Las mujeres, con salarios más bajos que los hombres, suelen formar parte de la vanguardia que transforma un barrio tras ser expulsadas de zonas que ya no se pueden permitir.

Esto no siempre resulta evidente por el hecho de que la presencia de lesbianas es menos llamativa que la de los gays. Ghazani lo explica: “Las lesbianas llegan primero, pero son muchos los elementos que impiden que nos demos cuenta de este hecho. Suelen adaptarse y frecuentan los establecimientos que ya existen en esa zona, como cafeterías, teatros, tiendas. En cambio, cuando llegan los gays optan por abrir nuevos establecimientos, como restaurantes, tiendas, bares, y el precio de los inmuebles sube. Los heterosexuales son los últimos en llegar, las lesbianas son expulsadas, y la rueda sigue.

El falso mito de los gays con dinero

El modelo norteamericano podría parecer demasiado simple para describir el tejido urbano británico, con una mayor mezcla social. En Estados Unidos, la extensión de las ciudades ha facilitado la proliferación de barrios residenciales y de ocio para la comunidad LGBT, mientras que los barrios y pueblos gay del Reino Unido no responden al mismo esquema. Incluso en los momentos de mayor decadencia, el Soho londinense estaba controlado por el mercado inmobiliario comercial y era demasiado caro como para poder atraer en masa a residentes gay.

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Tiendas coloridas en una típica calle del Soho londinense. COMMONS WIKIMEDIA

La pauta que describía Ghaziani todavía se percibe en el Reino Unido. El aburguesamiento del este de Londres, por ejemplo, fue liderado en parte por las lesbianas. En los ochenta, en los círculos de izquierdas era frecuente comentar que el barrio londinense de Hackney era algo así como una comuna de lesbianas. Cuando a principios de los noventa el productor cinematográfico Alex Thiele se mudó a un apartamento situado en la zona de Dalston/Stoke Newington todavía no era considerado un barrio de clase media.

“Cuando nos mudamos, el barrio era barato pero no necesariamente seguro. Teníamos un fumadero al lado y bastante delincuencia callejera, incluso percibía las miradas de piedad de mis conocidos heterosexuales cuando les contaba donde vivía. Al mismo tiempo, la zona estaba de moda entre las lesbianas; había bastantes bares y las lesbianas eran una parte tan esencial del barrio que la gente solía bromear sobre ello. Muchos de los heterosexuales que en ese momento no se hubieran mudado allí, ahora lo harían encantados, solo que ahora ya no se lo pueden permitir”.

Es difícil comprender el papel que desempeñan las minorías sexuales en transformación como esta porque la información disponible es escasa. En el Reino Unido no se disponen de datos, ya que el censo no clasifica a las personas por orientación sexual (algunos factores como la cantidad de negocios o las asociaciones orientadas a este grupo proporcionan pistas fiables). El censo de Estados Unidos sí deja constancia de los hogares formados por personas del mismo sexo, pero estos datos incluyen muchas personas heterosexuales con compañeros de piso del mismo sexo. Recientemente han empezado a registrar datos más veraces relativos a hogares formados por personas del mismo sexo con hijos, pero no se puede llegar a una conclusión general a partir de este nicho.

La simple identificación de la comunidad LGBT con el aburguesamiento de un barrio presenta un problema mayor y más obvio: toma un nicho pequeño y muy comentado, por lo general gays y lesbianas blancos, y los presenta como si fueran toda la comunidad LGBT. En el mundo real, las minorías sexuales son más pobres que los heterosexuales.

Ghaziani indica: “A pesar del mito sobre la riqueza de los gays, las minorías sexuales en general suelen ser más pobres. El 11,9% de los hogares de los Estados Unidos formados por parejas del mismo sexo son pobres, comparado con el 5,7% de los hogares formados por parejas del sexo distinto. Los ingresos medios de los hogares integrados por parejas del mismo sexo son 15.000 dólares inferiores a los que tienen las parejas heterosexuales con niños”.

En el Reino Unido un estudio reciente ha evidenciado que algunos segmentos de la población LGBT se han empobrecido. Peter Matthews, de la Universidad de Stirling, vio que en los distritos más pobres de Escocia vive un mayor número de integrantes de minorías sexuales. El 17% de los escoceses no heterosexuales vive en estos barrios, en comparación al 13% de heterosexuales. Los investigadores no esperaban llegar a esta conclusión, ya que es muy diferente a la imagen de riqueza que proyectan los gays.

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Banderas gay en la calle 17 de Washington DC.

“Cuando analizamos los datos, nos sorprendió la cifra desproporcionada de personas no heterosexuales que residen en barrios pobres”, indica Matthews: “En las zonas más desfavorecidas de Escocia hay muchas viviendas sociales, así que la información sugiere que estas personas tienen menos oportunidades. También descubrimos que son ligeramente mayores que la población heterosexual que vive en el barrio, así que creemos que se trata de personas que 20 o 40 años atrás tenían mucha dificultad para elegir vivienda. Podría ser que que no fueran buenos estudiantes o no les fuera bien en el mercado laboral. También vemos que muchas personas sin techo son miembros de minorías sexuales, y creemos que podría tratarse de personas que se han quedado sin hogar porque han sido expulsadas de sus familias”.

Sin duda, no estamos hablando de las minoría sexuales con dinero e independencia que suelen centrar el debate mediático. Si bien puede haber un elemento “LGBT” en todo movimiento vanguardista que rehabilita y pone de moda un barrio deprimido,  no se puede hacer una asociación automática entre minoría sexual y el aburguesamiento de un barrio porque sería ignorar la realidad de muchas personas que pertenecen a este grupo, que no aparecen en los medios de comunicación ni viven en los mejores barrios.

¿RIP ‘barrio gay’?

Todavía es demasiado pronto como para anunciar que el concepto de ‘barrio gay’ ha muerto. En algunas ciudades, donde las minorías sexuales todavía son discriminadas y marginadas, estos barrios son protegidos y cuidados por la comunidad LGBT. En Detroit, la organización en defensa de las minorías sexuales ha intentado propiciar la fundación de un barrio gay como una vía para proporcionar más apoyo y muestras de solidaridad a un grupo que se siente débil porque está geográficamente disperso.

Como explica el director de la Organización, Curtis Lipscomb: tras la Segunda Guerra Mundial, los integrantes de las minorías sexuales se mudaron a algunas zonas concretas, pero muy pronto los gays y lesbianas blancos se mudaron al norte de la ciudad. Ahora nos gustaría crear una zona que fuera claramente para esta comunidad. No queremos obligar a nadie a vivir en un barrio concreto pero nos gustaría que tuvieran la oportunidad de elegir.

Sin embargo ¿promover un barrio gay no podría provocar en el futuro que esta comunidad se vea obligada a mudarse debido al fenómeno de gentrificación, incluso en el deteriorado Detroit? Lipscomb no lo cree: “San Francisco y Nueva York son ciudades de paso con personas que constantemente llegan y se van, pero este no es el caso de Detroit”.

“Aquí tenemos una comunidad bastante conservadora y religiosa. Así que aunque puedes encontrar algunos residentes heterosexuales que pueden mostrar interés en un barrio tolerante con los gays si ha sido rehabilitado, la mayoría seguirá manteniendo sus prejuicios. Esta es una comunidad aún muy tradicional que considera que las minorías sexuales se merecen un trato distinto”, explica.

Muchos barrios gay son vulnerables; una piedra en el camino del proceso de aburguesamiento. Sin embargo, en Detroit y en ciudades parecidas las razones que hacen que su existencia sea tan necesaria están vivas y coleando.

Traducción de Emma Reverter