Radiografía del matrimonio gay diez años después
«Es una victoria para Estados Unidos». Esta frase grandilocuente bien podría haber sido pronunciada por cualquier portavoz de la poderosa Unión estadounidense para la Defensa de las Libertades (ACLU, en sus siglas en inglés). Pero no fue así. Son palabras de Barack Obama, el presidente de Estados Unidos que el viernes se mostró feliz porque la Corte Suprema había legalizado el matrimonio homosexual en todo el país. Incluso los perfiles de las redes sociales abandonaron el habitual blanco de su casa por la bandera arcoíris. Pero no siempre fue así. Obama no se mostró abiertamente favorable hasta mayo de 2012, cuando en una entrevista televisiva aseguró que había reflexionado después de comprobar los efectos de la eliminación de las restricciones en el Ejército y tras haber hablado con parejas. Hasta entonces, creía que era suficiente con las uniones civiles, una figura que no chocaba con sus «creencias religiosas».
Sin embargo, el presidente estadounidense cambió de opinión, fruto de la reflexión personal, coincidió con año de reelección y con la necesidad de contactar con unos votantes más jóvenes y abiertos en sus convicciones y que forman ese 60% de personas -según la última encuesta de Pew Research Center- que acepta con normalidad los matrimonios gais. Ahora aplaude la decisión del alto tribunal y se siente «feliz» por el fallo. Ese colectivo juvenil, por ejemplo, se ha dado en Irlanda. Un país donde hace solo dos décadas la homosexualidad era ilegal, el aborto -aunque sea por violación- está fuera de la ley y el divorcio consentido desde 1995, dio un verdadero sopapo a las convenciones del país con un sí rotundo a la legalización de estas relaciones. Además, fue la primera vez que se tomaba una decisión de este calado consultando al pueblo en referéndum. Un pueblo que se declara en un 85% católico pero que ha desoído los consejos de la jerarquía católica irlandesa, azotada por los gravísimos escándalos sexuales.
Una jerarquía que se ha mostrado en contra de estas uniones, pero que no ha hecho una campaña tan proactiva como sus homólogos españoles hace diez años. El 18 de junio de 2005, una veintena de obispos encabezados por Antonio María Rouco Varela, acudieron a una manifestación a favor de la familia tradicional. «Es una inclinación objetivamente desordenada», argumentaba tres días después Juan Martínez Camino, portavoz de la Conferencia Episcopal. «En cuanto pase un poco el tiempo se verá que los ciudadanos tienen razón», argumentaba, en plena manifestación, Ángel Acebes, entonces secretario general del PP. «Asistimos a la voladura del matrimonio», indicó hace diez años el entonces arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco. Pero no ocurrió nada de eso. Es más el índice de aceptación de la homosexualidad en España no ha dejado de ascender: si hace una década estaba en el 80%, el estudio de Pew Research Center la sitúan en el 88%. A la cabeza en el mundo entero, cuando mañana se cumplen diez años de la aprobación de la ley.
La normalidad que se plasmó, en el aspecto legal, en 2012 cuando el Tribunal Constitucional dio validez al término matrimonio para este tipo de uniones. Así rechazaba un recurso presentado por unos cincuenta diputados del PP para abolir esa palabra en abril de 2005. Una situación espinosa para el partido del Gobierno, que suspiró aliviado cuando observó que en medio de las políticas de austeridad, no tenía otro incendio social. Incluso el propio Rajoy pasó de sentir el recurso como «propio», a querer abolir la ley (2010), y a matizar que solo estaba en contra de la palabra matrimonio (2011).
Hasta la Iglesia ha suavizado su lenguaje. «Si una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla», reflexionaba el papa Francisco hace menos de 18 meses, lejos del calificativo de «aberración» que usó Benedicto XVI. «El catecismo de la Iglesia Católica lo explica muy bien. Dice que no deberían ser marginados por ello, sino que deberían ser integrados en la sociedad», añadió el Papa argentino hace dos años. Una integración de todos.
Unas tres mil bodas al año
A pesar del gran avance en la igualdad de derechos que supuso que las personas del mismo sexo pudieran tener las mismas prestaciones y reconocimiento que las uniones heterosexuales no ha supuesto una explosión de bodas en los ayuntamientos y juzgados. El año pasado, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), se produjeron 3.071 matrimonios entre personas del mismo sexo. Apenas representaron el 2% de todos los casamientos registrados en 2014 -en total 153.375 personas-. Desde 2006, cuando el INE comenzó a publicar estos datos, las cifras se han mantenido alrededor de los tres millares. Solo hace nueve años, se produjo una verdadera explosión: se produjeron 4.313 bodas.