Jalid y Firas: el amor prohibido que la guerra de Siria no pudo matar
Su refugio es un cuchitril en el que hasta las grietas de sus tabiques desconchados por la humedad rezuman ternura. Jalid y Firas, unidos cada noche sobre un colchón mugriento en el suelo, cubierto primorosamente con una funda floreada. Pagando con una vida miserable el juntar sus corazones contra todo y todos mientras su patria se desintegraba. «Me enamoré de él desde la primera mirada». Su amor se ha convertido en un estigma que entorpece su vida en un exilio, en Turquía, marcado por una pesadilla.
– Cuéntemela, Firas.
– Octavo mes del año pasado. Acabábamos de llegar a Estambul. Dormimos en el piso de un amigo de Jalid. Navegamos por internet en busca de trabajo. Un hombre, alegando ser homosexual y querernos ayudar, nos ofreció trabajo. Concertamos una cita en un lugar extraño a las afueras. Al poco se acercó un Skoda con cinco personas, el conductor hablaba árabe y los otros cuatro ocupantes, que llevaban largas barbas, turco. Nos invitaron a subir. Durante media hora nadie habló. Inquieto, pregunté adónde íbamos. «Al trabajo», me respondieron. Pero no fue así. Recuerdo que paramos en una zona con muchos árboles y un riachuelo. Nos bajaron del coche y empezaron a gritarnos ‘¡Infieles!’. ‘Huyo de Siria para evitar a los islamistas y acabo topándome aquí con sus amigos’, pensé. Fue a peor. Nos arrearon una golpiza que duró varios minutos. Luego nos pusieron de rodillas. A Jalid le colocaron un cuchillo en el cuello; a mí, una pistola en la cabeza. ‘Matamos a infieles como vosotros para purificar el mundo’, nos soltaron. Y volvieron a golpearnos. Luego nos quitaron todo lo que llevábamos, documentación, ahorros y teléfono, y se fueron. Jalid y yo nos quedamos petrificados unos minutos. Luego ahí, solos, nos abrazamos llorando desconsoladamente.
Firas, poeta desde la cuna, pero abogado de profesión, sólo sabe árabe y se comunica con el traductor de Google. Fue maestro en Raqqa, siempreamenazado por un Estado Islámico que mata a gays tirándolos de un balcón. Jalid, de origen palestino, tímido, mirada conmovedora, sólo se comunica susurrando al oído del chico del que se enamoró en una exposición. «Yo estudiaba en Alepo y acudí como actividad extraacadémica a Damasco, donde él exponía sus cuadros», teclea Firas de Jalid. «Me enamoré de él desde la primera mirada», repite. Jalid asiente. «Nuestras familias nunca lo aceptaron, ya sabes, Siria, demasiado conservadores». Jalid asiente.
– ¿Ellos os agredieron?
– A Jalid le golpearon varias veces y su familia lo retuvo en casa. En 2010, fuearrestado por «conducta impropia» mientras estaba de fiesta en un bar con sus amigos. Le raparon el pelo, insultaron y golpearon. Pasó un mes encarcelado. Yo temía que amigos o familiares me delataran al Estado Islámico.
Jalid susurra; Firas teclea.
– En las sociedades orientales la religión domina sobre las tradiciones, y eso lleva a la represión. Se considera que ser gay es anormal. La ley siria considera la homosexualidad un crimen punible con prisión. Ya no te digo en los territorios donde gobierna el Estado Islámico, donde viví solo y ocultando mi homosexualidad porque me podían ejecutar. En Sira no puedes ser gay.
Tampoco es fácil ser LGBT en Turquía, donde las ONG denuncian falta de amparo legal a las víctimas de ataques homófobos. «El primer problema es el rechazo a ofrecernos trabajo o alojamiento. Eso me ha obligado a dormir en parques y a ducharme en los baños de las cafeterías», relata Yasar, un joven homosexual huido de su Irán natal hace un año. «Las palizas callejeras son constantes y la Policía no hace nada».
Firas está de acuerdo con Yasar. Hoy, en Mersin, en el cuchitril por el que Jalid y él pagan unos abusivos 100 euros al mes, «huimos del mundo». El poco dinero que ahorran es por un reciente trabajo temporal, trasladando barriles de crudo, y pequeñas transferencias de la hermana de Firas, quien muestra una larga lista de SOS enviados a ONG, algunas españolas. Las más solícitas les responden con cuatro líneas compasivas y un vínculo a la web de ACNUR: «Creía que su labor era ayudar, no pasarse la bola unas a otras».
Son pocas las ONG que atienden a refugiados LGBT. LGBT Istanbul asiste a las víctimas de las guerras y persecución en Oriente Medio. «Con el apoyo del consulado de Holanda pusimos en marcha un alojamiento para refugiados LGBT», explica Ebru Kiranci, una conocida activista turca.
Sin fondos para un bote de la muerte hacia Europa, Firas y Jalid se plantean regresar a Siria, de donde se habían fugado, escondidos en coches, para no sufrir ataques de los grupos armados extremistas. «Turquía también es un infierno», teclea Firas. «Las sociedades islámicas no conciben un musulmán y homosexual a la vez. Y eso que yo pensaba que ser musulmán es ser libre. Que Dios es el mismo para todos».