John Irving: “La violencia contra las mujeres durará más que la discriminación contra los gays”
El novelista estadounidense presenta La avenida de los milagros, una novela sobre un niño criado en un vertedero de México que crece en un mundo de milagros, injusticias y extravagancias
El médico de cabecera de John Irving es, desde hace tres décadas, su consultor literario. “Siempre le llevo mis personajes, le explico cómo los veo y lo que pretendo con ellos y le pregunto qué enfermedad y qué tratamiento puedo ponerles para conseguir esa personalidad”, cuenta Irving. “Esta vez me ha dicho que, en estos 30 años de dudas, nunca se lo había puesto tan fácil como con Juan Diego”.Juan Diego Guerrero es el protagonista de La avenida de los milagros (Tusquets), la nueva novela del escritor de Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra. Tiene 54 años “pero vive como si tuviera 10 años más y a veces, como si fueran 20 más”. Carga con un pie casi inútil desde adolescente, anda mal de tensión arterial y toma metabloqueantes, aunque no lleva con orden la dosis. Bebe cerveza, ni mucha ni poca, anda un poco melancólico y además, se ha metido en un viaje muy complicado desde NuevaYork hasta Manila vía Hong Kong, en el que, en contra de todo pronóstico, liga. Aparece una pastilla de Viagra en la mesilla del hotel. Esto va a acabar mal, Juan Diego. “La última frase de El mundo según Garp era ‘Todos somos casos terminales’. Con Juan Diego está muy claro eso. Es como Aschenbach en La muerte en Venecia, que va a Venecia, se encuentra con que hay cólera en la ciudad y es el único que no se da cuenta de que va a morir”, explica Irving. La muerte en Venecia, claro… Juan Diego, como el personaje de Thomas Mann: viaja a Manila para abandonarse a la nostalgia y la belleza y a morir en la humedad.Más referencias: podríamos pensar también en ‘Hijos de la medianoche’ de Salman Rushdie, o en los libros de Proust para explicar La avenida de los milagros. O en todas las novelas anteriores de Irving, porque lo suyo se le nota a la legua.Empezamos por el pequeño Marcel. El día que Juan Diego se hace un lío con las pastillas, le pasa lo de la magdalena: que empieza a vivir en sus recuerdos, que sus sueños son memoria y que la memoria le es mucho más intensa que la vigilia. “Desde el primer momento que vi esta novela como una historia completa, supe que la infancia iba a ser mucho más intensa que la vida adulta”.La vida de Juan Diego ha sido bastante singular. Su madre era una prostituta y su padre, who knows. Creció en un vertedero de Oaxaca y aprendió a leer solo. Vivía con una hermana que parecía retrasada pero que, en realidad, tenía telepatía. Estuvieron enrolados en un circo, pero, se algún modo, apareció en su vida una pareja de homosexuales (un jesuita estadounidense y un travestido mexicano) que adoptó a Juan Diego y lo llevó a Iowa. Se convirtió en escritor y tuvo mucho éxito, más o menos al nivel de John Irving. Se enamoró de su doctora pero no pudo ser y se quedó solo. No es difícil quererlo. “Las cosas que podemos imaginar son tan ciertas como las que vivimos en nuestro día a día ordinario. Vamos a ver: no tenemos ninguna certeza de que Sófocles matara a su padre o tuviera un hio con su madre; no nos consta que Shakespeare tratara con los reyes de Inglaterra pese a que escribió muy bien sobre ellos. Parece que ni siquiera viajó a Italia. Y Melville no tenía una sola pierna… Me acuerdo con la frase de W.H. Auden: ‘Para escribir hace falta observar, ser testigo’. Ser testigo no necesariamente significa lo mismo que hacer”Hijos de la medianoche viene a la cabeza cuando Juan Diego y Lupe entran en “el Circo de La Maravilla”, con sus superpoderes (los de ella, más bien). Entonces, el relato se dirige hacia lo descabellado con toda la naturalidad del mundo. Hay leones que comen niños, estatuas de la virgen que se ponen a llorar, cojos que hacen funanbulismo divinamente… Ese tipo de cosas. ¿No consiste en eso el encanto de Irving? Sus novelas mezclan una voz empática, inteligente y realista, con una trama llena de locuras. Y los mejores locos son los que parecen cuerdos, ¿no? -Qué pasa si le digo que lo que mejor recuerdo de El mundo según Garp (1978) es una imagen completamente realista: Garp despertaba a su hijo y se daba cuenta de que aliento ya no era infantil, ya era un poco agrio. En cambio, la parte excesiva de la trama no la recuerdo…-Garp olía el aliento de su hijo y aquello era un símbolo de que también ese niño inocente era mortal. Estaba oliendo el olor de la muerte.En realidad, no hay nada que se parezca tanto a una novela de John Irving como otra novela de John Irving.”Escribí El mundo según Garp en los años 70, porque estaba enfadado con el lugar al que se estaba dirigiendo la revolución sexual y el proceso de liberación de la mujer y de los homosexuales. En aquella novela estaba una madre que moría asesinada por un hombre que odiaba a las mujeres, y estaba su hijo que moría asesinado por una mujer que odiaba a los hombres. No es algo real, lo sé… Escribí esa novela y pensé que estaba condenada a ser una reliquia, que muy pronto pensaríamos en ella como el testigo de un tiempo lejano en el que nos odiábamos por ser diferentes. Pero han pasado 40 años y siguen ocurriendo las mismas cosas”.¿Qué cosas? La avenida de los milagros, según Irving, trata de “la violencia contra las mujeres a las que se les ha impuesto el rol de la maternidad como función principal. ha sido una manera de doblegar a las mujeres. Y esa violencia va a durar más, por ejemplo, que la discriminación contra los homosexuales. La Iglesia Católica, por ejemplo, tiene más posibilidades de cambiar su postura con los gays antes que con el aborto”.Por en medio de la novela hay un montón de curas, pero que nadie se lo tome mal. “Para mí era muy importante que e doctor Vargas [el ateo oficial de la novela] acabara como un idiota, sin poder explicar el milagro que ocurre ante sus ojos”. Los sacerdotes, por cierto, son jesuitas. Irving se pone de buen humor al hablar de los chicos de San Ignacio: “Son como todo el mundo, hay gente buena y gente mala, la única diferencia es que son un poco más educados” Y entonces, recuerda que su madre “odiaba a los católicos” y no le dejó ir al colegio más exigente de su ciudad, que era de monjas. “Mi padre era maestro y quiso que fuera, pero mi madre no cedió”. Luego se arrepintieron. “Y mis amigos que sí fueron al St. Michael’s [aquel colegio católico] tampoco tienen ni más ni menos fe que yo”. ¿Y el papa Francisco? “Me gusta, personalmente me gusta. Mucho más que Juan Pablo II. Pero si alguien cree que la Iglesia se va a mover un milímetro en el tema del aborto… La respuesta es no”.