Y la transfobia salió a la luz en el caso de Cassandra

La identidad de género de las personas trans es un juguete en manos de ciertos sectores de la sociedad, se utiliza para deshumanizarnos y, una vez desprovistas de nuestro carácter de ser humano, todo vale

Cassandra Vera, en el juicio contra ella en la Audiencia Nacional.

En principio, la ley es igual para todos los ciudadanos y las ciudadanas de este país. La expresión ‘en principio’ no es por casualidad. Se me viene a la cabeza cómo sacaba de quicio a Clara Campoamor la expresión “los derechos de la mujer serán en principio iguales a los del varón”, por la carga de duda que conlleva.

El pasado 29 de marzo, la tuitera Cassandra Vera fue condenada a un año de cárcel y siete de inhabilitación por publicar una serie de tuits con chistes sobre el atentado a Luis Carrero Blanco. Según la sentencia, dichos tuits “constituyen desprecio, deshonra, descrédito, burla y afrenta a las personas que han sufrido el zarpazo del terrorismo”, que son “una realidad incuestionable que merecen respeto y consideración”, haciéndose una aplicación literal del artículo 578 del código penal.

Pero no son ni los tuits ni la sentencia lo que me lleva a escribir este artículo. Son las circunstancias de la acusada. En este caso ella, como yo, es una mujer trans que, según se desprende del transcurso del juicio, no debía de tener hecho el cambio registral.

Durante todo el juicio la sala trató en masculino a la acusada, un ejemplo evidente de transfobia. Esto no sólo es una falta de respeto, sino que supone una humillación innecesaria. Una cosa es identificar a la procesada pidiendo que diga en voz alta al presidente del tribunal su nombre legal, el que viene en el DNI, y otra muy distinta tratarla en masculino indiscriminadamente durante todo el juicio.

Me extraña que el magistrado no encontrara ninguna fórmula adecuada para salir al paso tal como utilizar un lenguaje neutro o utilizar el apellido en vez del nombre de pila. ¿No pudo? ¿No supo? ¿No quiso? ¿No vio necesidad? Sea cual sea la respuesta, todas nos conducen a la conclusión de que la transfobia está muy presente todavía en nuestra sociedad y se manifiesta en muy diversos ámbitos y formas.

Resulta especialmente preocupante que esta situación se dé en un juicio donde la sentencia está basada precisamente en castigar el desprecio, deshonra, descrédito, burla y afrenta a víctimas.

Cierto es que la ley de enjuiciamiento criminal no dice expresamente que haya que tratar con respeto a los procesados de una causa; en cambio, sí que se pide explícitamente para los miembros del tribunal o de las víctimas si las hubiere durante el juicio oral. Todo esto resulta preocupante si se supone que rige el principio de presunción de inocencia.

Cassandra también está siendo sometida al juicio paralelo de la calle y los medios de comunicación (y, claro está, de las redes sociales, origen de toda la polémica), y con ellas las frases odiosas y frívolas: “No le falta al respeto, es lo que dice el DNI”, “no le falta al respeto, es que es un tío”, “no lo digo yo, es que la ciencia dice que….”.

La identidad de género de la acusada pasa a convertirse en una agravante a ojos de la calle. ¡Si cometes un delito y eres trans, el delito es mayor! La identidad de género de las personas trans es un juguete en manos de ciertos sectores de la sociedad, se utiliza para deshumanizarnos y, una vez desprovistas de nuestro carácter de ser humano, todo vale.

Ser trans te convierte en sospechosa de facto. Recuerdo aún con gran detalle un soleado día de principios del verano de 2011 mientras esperaba el tren en la estación de Madrid Chamartín para volver a casa al después de un largo día de oficina. Me senté en una de las sillas enfrente de los indicadores de las salidas y llegadas, había todo tipo de gente: un señor mayor con sus nietos, oficinistas, mochileros… En esto que se me acercó la policía. Habría más de cien personas, pero se acercó a mí. ¿Por qué precisamente a mí? “Documentación por favor. ¿Qué haces aquí? ¿A dónde te diriges?”, me preguntaron mientras me trataban en masculino todo el rato y de tú (obviamente no era merecedora del usted para ellos).

Por aquel entonces llevaba apenas una semana de transición, se reconocía a kilómetros mi condición de persona transexual. Yo me hacía muchas preguntas, ¿por qué a mí? ¿Me llevarían detenida? Tenía miedo, sentía vergüenza y también rabia, me parecía todo tan injusto. ¿De verdad que mis derechos eran los mismos que el resto de los ciudadanos? ¿O solo iguales “en principio”?

La gente nos miraba, y todavía me pregunto qué pasaría por sus cabezas: “A saber qué ha hecho”, “si le han detenido por algo será”, “que espera que le pase con esas pintas”, “qué escándalo, cómo se atreve a venir así, con la de niños que hay aquí”… Me dejaron marchar, pero el daño ya estaba hecho. Me habían señalado y puesto en evidencia en público.

Es cierto que la transexualidad se empieza a contemplar con cierta cotidianeidad, pero está lejos todavía de que se nos considere iguales a las demás personas. Por eso, entre otros muchos motivos, necesitamos urgentemente la Ley de Igualdad LGTBI que presentó FELGTB hace unos días en la Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados.

Porque queremos que nuestros derechos sean realmente iguales al resto de las personas y no sólo “iguales en principio”.