Para comentar “Viva” (2015), todos se están acordando de “Fresa y chocolate” (1993), pero la película de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío abordó la problemática homosexual en un periodo de la historia cubana muy diferente al actual. Además, la película que ha representado a Irlanda en los Óscar, ofrece la mirada de un extranjero que cuando visitó La Habana se sintió atraído por los cabarets nocturnos en los que actúan “drag queens” haciendo sentidos play-backs de las grandes damas de la canción cubana. Y no cabe duda de que en lo musical Paddy Breathnach se ha asesorado bien, porque no falta niguna de esas añoradas voces, como las de Rosita Fornes, Lourdes Torres, Gina León, Blanca Rosa Gil, Maggie Carles, Elena Burke, Annia Linares o Zoraida Marrero. Lo más curioso de todo es que el tema principal es de una cantante foránea, ya que se trata de “El amor” interpretado por la más que reconocible Massiel.
Aun así, no hay que distraerse y olvidar que lo que importa en esta historia es la persona que vive, parafraseando el título, la letra de la canción a través de su puesta en escena, con esa melodramatización tan propia del transformismo. Y quien se transforma lleva consigo otra existencia detrás, que es la de un joven que quiere subir al escenario convertido en mujer, y mientras espera su oportunidad peina a las artistas del local y ejerce como peluquero en el día a día. Sus sueños libres se ven amenazados al enterarse de que no está solo y sin familia, pues la salida de la cárcel de su padre boxeador tensará la convivencia y la aceptación de su condición sexual.
Héctor Medina, visto en “El rey de La Habana” (2015), se convierte en la gran revelación de la película, dando réplica a nada menos que Jorge Perugorría, dentro de una difícil relación paternofilial que pasará del rechazo inicial al acercamiento.
CATHERINE CORSINI
DIRECTORA DE «UN AMOR DE VERANO»
Nacida en Dreux (Estado francés) en 1956, el descubrimiento de la identidad sexual es un tema recurrente en la mayoría de sus películas, muchas de las cuales han participado en el Festival de Cannes. Con «Un amor de verano», estrenada la semana pasada coincidiendo con el día del orgullo LGTB, la cineasta nos brinda su filme más luminoso con una historia ambientada en los convulsos años 70.
«También los homófobos han salido del armario, es algo que me da pavor»
Protagonizada por Cécile de France e Izïa Higelin, “Un amor de verano” narra el encuentro entre Delphine, una joven campesina que, consciente de su lesbianismo, opta por vivirlo en secreto y Carole, una militante feminista enemiga de reprimir sus pasiones, en una época donde el mero hecho de luchar constituía un motivo de alegría.
¿Cuál fue el punto de partida de «Un amor de verano»? Da la sensación de que se basa en recuerdos muy personales.
Fue mi productora y pareja Elisabeth Pérez quien me animó a contar esta historia de amor entre dos mujeres. Yo no las tenía todas conmigo dado que el personaje de Delphine estaba muy próximo a mí y la idea de construir un relato que estuviera salpicado de elementos autobiográficos me generaba una cierta incomodidad. En parte por eso decidí ambientar la historia en los años 70, no solo porque se trataba de una época muy interesante desde el punto de vista dramático, sino porque me permitía tomar cierta distancia.
Al margen de eso me imagino que ambientar su historia en un momento tan convulso, con el movimiento feminista en su máximo apogeo reivindicativo, fue algo deliberado.
Absolutamente, pero no quería recrearme en lo anecdótico ni en lo folclórico. No quería convertir la película en un muestrario de pantalones de campana y melenas al viento. Lo que me interesaba era captar la energía de la palabra y del pensamiento y a partir de ahí aniquilar tópicos absurdos y lugares comunes, como ese que dice que las feministas de aquella época eran marimachos resentidas, cuando lo cierto es que al ver los testimonios gráficos que hay sobre sus asambleas, te das cuenta de que eran mujeres muy femeninas y estilizadas.
Antes ha comentado que cuando le propusieron hacer esta película tuvo sus dudas. ¿A qué se debieron?
Al ser una historia que sentía tan cercana pensaba que me daría mucho pudor plasmar la pasión amorosa que se da entre las dos protagonistas desde el punto de vista del encuentro físico. Creí que no iba a ser capaz de hacerlo. Pero fueron esas dudas las que hicieron surgir, dentro de mí, la determinación de rodar esta película, en primer lugar para demostrarme a mí misma que era capaz de hacerla y segundo para no defraudar a Elisabeth, no solo por su implicación en este proyecto como productora, sino por la confianza y el amor que siempre me ha transmitido.
El personaje de Delphine vive el conflicto de no querer hacer público algo que ella asume que pertenece a su ámbito privado. Por lo que me cuenta, sus recelos a la hora de rodar esta película vinieron dados también por eso.
Sí, de hecho hacer esta película lo he vivido como una especie de ‘salida del armario’ y creo que se trata de un ejercicio muy sano porque poder manifestar abiertamente lo que uno es, es algo muy bello que genera mucha alegría. Esa necesidad de abrirse al mundo yo la veo semejante al florecimiento de una planta y ese tono de revelación, de felicidad y de libertad es el que yo quería para la película.
¿Es por eso que, a pesar de retratar una época donde la confrontación y la represión estaban a la orden del día, optó por un tono tan luminoso?
Es que creo que, a pesar de todas las dificultades, los años 70, fueron una época especialmente luminosa precisamente por ese espíritu contestatario que dejó tras de sí ‘mayo del 68’, con una juventud en lucha por ocupar su propio espacio. Si he puesto el foco en el movimiento feminista es porque de todas las revoluciones que se dieron entonces, fue la que produjo avances más concretos, y eso es algo que se debe al carácter pragmático de las mujeres que dirigieron sus reivindicaciones sobre objetivos muy claros: el reconocimiento de la violación como delito, la despenalización del aborto o el uso de anticonceptivos.
Habrá quien interprete que esa luminosidad que guía la película, lo que denota, en el fondo, es una mirada plena de nostalgia.
Sí, y no me molesta porque, de hecho, yo soy una persona terriblemente nostálgica y creo que eso es algo que también está en la propia naturaleza del cine como medio de expresión. Dicho lo cual tengo que reconocer que entre la gente de mi generación existe una cierta nostalgia de la utopía porque, de hecho, llegamos a pensar que el futuro sería mejor. En mi caso también hay una cierta nostalgia por lo que fueron los valores del ‘colectivo’, cuando nos movíamos todos a una guiados por unos sueños compartidos, no como ahora donde lo que impera es el individualismo y una cultura pequeño burguesa que hace que la idea de futuro esté ligada a la consecución de unos fines materiales: un buen trabajo, un buen sueldo, una buena casa…
¿No cree que las luchas que se daban entonces eran más transversales que las de hoy, donde las reivindicaciones son mucho más sectoriales?
Absolutamente, de hecho en los años 70 había filósofos que iban a las fábricas a fin de difundir su pensamiento entre el proletariado que se había visto excluido del sistema educativo. Existía una energía y una disposición que hoy en día no abunda y, sobre todo, había una sincera alegría en el hecho de luchar. Actualmente cabe encontrar focos de resistencia y de movilización, pero suelen ser movimientos duros, por así decirlo. Además, la izquierda política se ha diluido y le resulta imposible hacer una demostración de fuerza como lo prueban las recientes manifestaciones en París donde, a pesar de todo, no se ha conseguido la tan deseada unidad de acción entre trabajadores, estudiantes e intelectuales. Creo que la diferencia fundamental es que entonces se discutía todo, empezando por los fundamentos del sistema y hoy, sin embargo, estos no se cuestionan, al contrario, se aceptan.
No obstante, en lo que se refiere al reconocimiento de la diversidad sexual aquella fue una época oscura.
Es verdad que entonces la homosexualidad se vivía de una manera casi clandestina y que hoy en día tenemos muchos más derechos y que si los hemos conquistado es porque hemos dejado de ser invisibles, pero, en paralelo, también los homófobos han salido del armario y cada vez son más los que exhiben y hacen visible ese sentimiento de odio. Es algo que me da pavor.
“Al ser una historia tan cercana pensaba que me daría mucho pudor plasmar la pasión entre las dos protagonistas desde el punto de vista del encuentro físico”.
“En los años 70 se discutía todo, empezando por los fundamentos del sistema. Hoy, sin embargo, estos no se cuestionan, al contrario, se aceptan.De todas las revoluciones que se dieron entonces, la feminista fue la que más avances concretos produjo, y eso es algo que se debe al carácter pragmático de las mujeres”.